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Los demonios de la noche. por Seiken

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Albafica le daría lo que su bello muchacho necesitaba, muchacho, porque él tenía siglos de vida, tantos que ya comenzaba a perder la cuenta, si no fuera, porque el recuerdo del príncipe de Creta lo torturaba a cada instante de su vida milenaria.
 
Muchacho, porque también era joven, apenas tenía veinticuatro años y había pasado por una horrible pesadilla que no parecía terminar.
 
Albafica comprendía bien que sangre corría por sus venas, esa repentina desesperación y es que la comida parecía no alimentarlo, la sangre saciaba su sed, pero aún faltaba algo, un pequeño detalle que los estudiosos tenían mal entendido. 
 
Pero el, que era mucho más viejo que los dioses gemelos, el primer lobo en ser creado, supuso, comprendia bien que un demonio necesitaba muchas clases de alimento y que Minos usaba su puesto como juez para obtener uno de ellos, sin siquiera darse cuenta. 
 
Estos eran las almas, los deseos humanos, la energía emanada del dolor o el placer, dolor del miedo de sus enemigos, a los que fue cazando uno por uno, placer, del derivado de sus amantes. 
 
Energía que de alguna forma los vampiros también utilizaban en menor grado, no como los demonios, mucho menos aquellos puros, como su muchacho. 
 
Que estaba hambriento y ni siquiera lo entendía, pero al sentir aquella energía al otro lado de la habitación, le deseaba, porque un vampiro era una criatura sin alma, una entidad que había dejado de producir el alimento que un demonio como Minos necesitaba. 
 
Ni el dolor ni el placer, nada podía utilizarse en aquella carcasa obra del abismo, que se complacía en el caos sin nombre, derivados de aquel primer infectado, que propagó la plaga que los acosaba en ese momento sin entender las consecuencias de sus actos, el mal habitando en su ser. 
 
Minos necesitaba su energía, el era un licántropo, pero si estaba vivo, era como todos los humanos, una criatura que respiraba, que podía morir, no solo, desaparecer como los vampiros. 
 
Y aunque comprendía la necesidad de su muchacho, del joven príncipe del Inframundo, no le importaba, le daría lo que necesitara de su persona, de su cuerpo, su energía, su amor, pero no por eso tenían que apresurarse. 
 
No, no tenían que yacer juntos en esa cama como si fueran simples animales en celo, porque no lo eran, Minos era fuerte, la persona más fuerte que conocía, era justo, era bueno y estaba seguro que también se trataba de un hombre orgulloso. 
 
Que tomaba a sus amantes, así había sido en Creta, hasta que llegó el, lo conoció por casualidad en uno de los múltiples jardines, uno que el cuidaba con esmero, un trabajo heredado por su padre, que murió envenenado por un admirador no correspondido. 
 
Ambos eran hermosos, tan hermosos como una mujer o sino, es que más hermosos, un halago que odiaba, esa palabra no significaba más que dolor. 
 
Minos era un joven hombre, un príncipe que ya había seducido a muchos, llevándolos a su cama, hombres, mujeres, parecía que le daba igual, siempre y cuando fueran interesantes para él. 
 
Un príncipe que pensó despreciar, el mismo que ingreso en su jardín con seguridad, observando sus rosas, arrancando una de ellas, haciéndole enojar, puesto que ese era el arbusto favorito de su padre.
 
-¡Quien te has creído que eres para arrancar esa rosa de sus ramas! 
 
Minos arqueo una ceja, sonriendo, una mueca falsa, practicada para las masas, que no alcanzaba sus ojos, estos estaban cubiertos por su fleco, uno especialmente tupido. 
 
-El futuro emperador de Creta, todo aquí es mío, además, soy hijo de Zeus, un semidios.
 
Albafica sabía que todo eso era cierto y el príncipe era mayor que el, por algunos meses, aún así, que los dioses le maldijeran si pensaba que le permitiría insultar la memoria de su amado padre, destruyendo su jardín, faltandole al respeto a él. 
 
-No eres más que un intruso, Asterion me concedió este jardín como pago a nuestros servicios, futuro emperador y hasta que gobierne, le suplico que se marche. 
 
Minos dejo de sonreír, observando la rosa y en vez de marcharse, comenzó a quitarle sus pétalos, dejando que el viento se los llevará.
 
-Tanto escándalo por una rosa, aunque es cierto lo que dicen, eres hermoso. 
 
Esa palabra en los labios del proclamado siguiente emperador, logro que perdiera su paciencia, atacando a Minos, propinándole un fuerte puñetazo, pues, realmente le gustaba pelear, aunque nunca tenía la oportunidad para eso. 
 
-¡Largo de mi jardín! 
 
Minos llevo su mano a su mejilla, tragando un poco de salvia, su orgullo era conocido en toda Creta, así como su fuerza y sus dotes militares, sin embargo, se quedó quieto, como un cachorrito perdido, regañado, sin comprender porque lo golpeaba de esa forma.
 
-Yo... yo no quise insultarte, solo quería comprobar si existía este jardín, si eras tan hermoso como decían y si pegabas tan duro como lo aseguraban algunos soldados, todo eso es verdad. 
 
Pronuncio, sintiendo sangre en su boca, había hecho sangrar a Minos y eso era un insulto insoportable para un futuro emperador supuso.
 
-Tambien dicen que estás muy solo... 
 
Albafica esperaba que con eso se marchara, pero en vez de eso, simplemente sonrió, acariciando su mejilla, encontrandolo fascinante. 
 
-¿Que es lo que deseas? 
 
Minos se encogió de hombros, no deseaba nada en particular, solo tal vez, admirar un poco más al hombre más hermoso de Creta, cuya belleza rivalizaba con la de Afrodita, pero la fuerza de sus puñetazos con la del mismo Hércules. 
 
-Perder el tiempo, hablar con los senadores deja de ser divertido cuando te das cuenta que lo único que desean es la riqueza de su rango.
 
Albafica comprendió que no se marcharia, así que llevando sus manos a sus caderas suspiro molesto, mirándole fijamente, con una idea en mente para liberarse de este mocoso insoportable. 
 
-Pues si no te vas a ir pronto, ayúdame a recoger el abono y a realizar mis tareas diarias, futuro emperador. 
 
Esperaba que con eso fuera suficiente para que corriera de su jardín, pero en vez de eso, asintió, no le tenía miedo al trabajo duro y le demostraría a ese simple sirviente, como se hacían las cosas.
 
-Por supuesto, solo dime qué hacer. 
 
Fue su respuesta, ayudándole a cargar algunos bultos, manchandose de lodo, tierra, plantas y cosas peores.
 
-No fue tan difícil. 
 
Cómo ampollas y cortadas, pero no le molestaba para nada, en sus entrenamientos había sufrido cosas peores, asi que si Albafica deseaba asustarlo con ello, pues, no se saldría con la suya. 
 
-Bien, no eres lo que pensaba, aún así, ya deberías irte de mi jardín, ni siquiera te invite. 
 
Minos asintió, ya era tarde, y lo mejor era que Albafica había dejado de tratarlo como un completo inútil. 
 
-Sere el emperador, no necesito una invitación para ingresar en este lugar. 
 
Fue su respuesta, con una gran sonrisa, alejándose para darse un baño, dejando solo al hermoso individuo de cabellera celeste, que esperaba no verlo nunca más. 
 
No obstante, Minos encontraba la forma de visitarlo cada día a la misma hora, para ayudarle con sus plantas y sus deberes, encontrandolos refrescantes. 
 
Habia dejado de alabar su belleza, pero sabía que lo consideraba hermoso, y él, después de algunas semanas comenzaba a preguntarse como se vería el rostro del futuro emperador. 
 
Si era tan bello como se lo imaginaba, cabello blanco, ojos grises, y esa sonrisa, era cautivante, el hombre más hermoso no era él, sino Minos, que era culto, inteligente, un guerrero ejemplar, una criatura maravillosa, que le hacía sentir miserable de momento, al pensar en lo que podía ofrecerle, encontrando que no había nada que darle, sin importar lo mucho que se esforzaba era un futuro emperador, el únicamente un sirviente. 
 
-Has estado sumamente silencioso. 
 
Pronuncio Minos, sentándose a su lado, dos años después de su primera visita, tenía el cabello recogido, puesto que hacía mucho calor y deseaba refrescarse. 
 
-Estaba pensando en lo que me gustaría ser, de volver a nacer, tal vez un príncipe o algo así, tener poder, no solo belleza. 
 
Minos le sonrió recargandose a su lado, era tan tranquilo, tan agradable, que Albafica siempre deseaba un poco más de la compañía de su amigo.
 
-Yo he estado pensando en algo más y estoy seguro de que te vas a enojar conmigo cuando te lo diga. 
 
Albafica volteo a verle, preguntándose que esperaba decirle Minos, que siempre encontraba la forma de hacerle enojar, de alguna manera le gustaba demasiado el fuego de sus ojos. 
 
-Te prometo no enojarme, si me lo dices. 
 
Minos se acercó un poco más a el, sin decir nada, talvez era un secreto, supuso, esperando escuchar lo que su amigo deseaba confesarle. 
 
-Te quiero mucho. 
 
Pronuncio cuando estaba lo suficiente cerca, besándole repentinamente, gimiendo al sentir su respuesta, que era mucho más atrevida de lo que esperaba. 
 
-Solo soy un sirviente. 
 
Minos negó eso, era su amigo y su confidente, además, de que se había prendado de su belleza apenas lo vio, enamorado de sus ojos, de su cabello.
 
-Eres mi amigo y yo te deseo. 
 
Pero después de un año visitandolo todos los días, se había enamorado perdidamente de su belleza interior, que eclipsaba la exterior.
 
-Pero sólo soy un sirviente y tú eres el emperador. 
 
Muchas veces Minos se había jactado de su puesto, pero en ese instante no era nadie, solo un muchacho enamorado del otro, así que no le respondió, besando sus labios, tratando de silenciar sus protestas.
 
-No me niegues esto... tú sabes que yo te amo. 
 
Y su futuro emperador sabía que compartía sus sentimientos, era un tramposo, pero uno justo, porque no había momento en que no soñara con tenerle entre sus brazos, esperando que le dejara a él, ser quien dominará su cuerpo. 
 
-Solo si... si me dejas a mí, complacerte. 
 
Minos asintió, nunca había pensado que el amor tuviera algo que ver con la dominancia, si te amaban, te comprenderían como eres, te darían amor y confianza, sin importar que tan diferentes pudieran ser sus cunas o sus lugares de origen.
 
-Lo único que deseo es estar contigo.
 
Fue su respuesta, aceptando su mano, siguiéndolo de cerca con un paso lento, relamiéndose los labios, al ver que lo llevaban a las habitaciones de su bello amigo. 
 
-No me importa la forma. 
 
Albafica asintió, agradeciendo por primera vez el hecho de vivir solo en su jardín, regalo de Asterion, escuchando los pasos de Minos, que le seguía en silencio. 
 
Sabía que no era virgen, ninguno de los dos lo era, en aquella época así se acostumbraba, ya eran hombres maduros a sus veinte años, muchos ya tenían familias, otros tantos hazañas de guerra y otros más, ya habían muerto. 
 
-Solamente tu belleza. 
 
Albafica se detuvo, no le gustaba que le recordarán nada acerca de su belleza, porque a veces pensaba que únicamente era eso lo que veían, pero con Minos era diferente, el veía al hombre detrás de aquella belleza.
 
-Aunque yo soy más bonito aún. 
 
Aquello lo dijo adelantándose, era un hombre seguro de sí mismo, ansioso por demostrar su valor y Albafica pensaba que solamente el podía verlo como era, un regalo que nunca podría dejar de agradecer.
 
-Eres precioso. 
 
Pronuncio, recibiendo un hermoso sonrojo de aquellas mejillas, en ese rostro avergonzado, algo tímido cuando recibía esa clase de cumplidos, al escuchar esas palabras, sin creerlas del todo.
 
-Fue la única razón por la cual, yo no te lance lejos de mi jardín, porque te encontraba hermoso.
 
Le dijo, besando sus labios, para empujarlo contra la cama de madera que poseía, un mueble viejo, que rechino cuando Minos cayó en el.
 
-Mi futuro emperador. 
 
Para el era perfecto, encantador y maravilloso, su cuerpo, su rostro, su carácter, cada pequeño detalle que le conformaba.
 
-Y me pongo a tus pies, mi emperador Minos, cómo tú más fiel soldado. 
 
Pronuncio, agachándose, besando el dorso de su mano, escuchando la risa de Minos, que le jalo en su dirección, buscando la forma de silenciar sus labios, sentir sus manos en su cuerpo, hacerle suyo, poseerlo por completo.
 
-Por toda la eternidad. 
 
Y el se lo permitió, le dejo amarle, aunque al final, fue él quien se zambullo en ese cuerpo delicado, esos ojos grises, ese cabello blanco, cada centímetro de esa belleza fue suyo.
 
Cómo en ese momento en el que Minos le pedía hacerle suyo, entregarse a él, hambriento y deseoso de poder, con esas horribles marcas que se perderían tarde o temprano, pero siempre estarían grabadas en su psique. 
 
Y el jamás pudo ayudar a su emperador, le abandono en su juventud, regresando cuando era un hombre viejo, cansado, que murió lejos, debido a la más horrenda de las traiciones. 
 
Pero este muchacho, este juez, el estaba a salvó, porque un lobo le cuidaba, una rosa de un jardín con filosas espinas, Minos estaba seguro en sus brazos. 
 
Su amor sería eterno y su belleza estaría por siempre bajo su resguardo, su amor que besaba su cuello, tratando de convencerlo de ser suyo, aunque ya le había prometido que le daría lo que deseaba.
 
-Te amo, Minos, yo te amo.
 
Pronuncio besando de nuevo la mano de Minos, dejándose hacer, amar por el, al menos, por esos instantes, apenas unos besos, acercándolo a su boca.
 
-¿Dime que deseas de mi? 
 
Le pregunto levantándose un poco para que Minos le quitará su camisa, relamiéndose los labios, seguro de que su belleza le ayudaría a seducir a su juez, a su demonio.
 
-¿Que deseas que haga y lo haré mi emperador, mi juez? 
 
Efigie que también había visto en sueños, alucinaciones provocadas por la entidad que le dió la vida eterna, el abismo sin nombre, algo diferente a la madre de los gemelos, una entidad de la luna, pero no la de aquella tierra.
 
-Yo soy tu esclavo, yo soy tu guardián y me pongo a tus órdenes. 
 
Una alucinación de un hombre acabado por el mismo tiempo, puesto que si bien era un lobo, el fue reconstruido, rejuvenecido, pues todos los años lejos de su emperador, fueron los años que se tardó en encontrar aquello que buscaba, conviertiendolo en un anciano también.
 
-Puesto que solo existo para ti, para tu bien. 
 
Pero ahora, era tan hermoso como lo fue en su jardín, creyendo que era suficiente esa vida tranquila, hasta que se enamoro de su emperador, el más grandioso de todos ellos. 
 
-Si eso es cierto, quiero que me ames y me sostengas en tus brazos. 
 
Le ordenó, deteniéndose de pronto, olvidando su frenesí, relamiéndose los labios, para buscar la forma de quitarse cada una de sus prendas, siendo detenido por Albafica, que con sumo cuidado le recostó en la cama, recordando aquellos momentos de felicidad, cuando compartieron su cuerpo por primera vez en toda su existencia.
 
-No se qué clase de criatura se atreve a lastimar a alguien tan perfecto como tú, de tan solo pensarlo, de tan siquiera imaginarlo pierdo la razón a causa de la furia. 
 
Minos se petrifico por un momento, al notar el resplandor de los ojos de Albafica, recordando que se trataba de un lobo, el más hermoso que hubiera visto.
 
-Pero descuida, te amare con delicadeza, como tú mereces ser tratado mi juez Minos, mi señor, mi amo. 
 
El menor comenzaba a sonrojarse, tranquilizando sus sentidos, cuando comprendió que Albafica nunca se atrevería a hacerle daño.
 
-Hare que olvides esas manos, cualquier mano que no sea la mía, cualquier sexo que no sea el mío, después de lo que voy a enseñarte, nunca más querrás hacer el amor con nadie más, porque sabrás que nadie podrá amarte como yo lo hago, mi hermoso Minos. 
 
Minos asintió, eso era lo que deseaba sentir, después de la pesadilla vivida en las manos de Defteros, ese salvaje, que no se parecía en nada a ese lobo de mirada amable.
 
-Yo... yo quiero eso. 
 

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