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Los demonios de la noche. por Seiken

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Aspros esperaba el momento en que sus amantes maduraran y estaba complacido de que su pequeño conejito fuera el primero en hacerlo, había visto sus cuernos, sus garras, su cola, era tan parecido a su primer amor, como dos gotas de agua, en sí, las únicas diferencias que podía percibir eran las derivadas de la edad de sus cuerpos.

Radamanthys era un hombre joven, adulto, y hermoso, con las características de su especie, era simplemente perfecto para él, aunque bien sabía que muchos dudarían de su cordura.

Todos, menos uno, ese Gemini, ese pintor que aún estaba vivo y a lado de su conejito, el sabría apreciar su belleza, de eso estaba seguro, su perfecta figura, su inocencia, su poder que hacía palidecer a cualquier inmortal que hubiera visto en el pasado.

Kanon intentaba robárselo, usarlo a su antojo, como Camus pensó que podía manejarlos y el maestro encerrarlos en esa cueva por toda la eternidad, pero el, que había sido esclavo durante su vida mortal comprendía que tenía que ser el que dominara a los demás.

De solo imaginarse lo que ese pintor estaba diciéndole a su conejito, como trataba de convencerlo de su amor, su afecto sincero, le hacía perder la cabeza, todo eso a causa de la furia y los celos que sentía.

Pero tenía que permanecer tranquilo, no podía dejar que su enojo le nublara, como dejo que su deseo y su felicidad por tener a su conejito entre sus brazos, le hicieron equivocarse, creyéndose invencible, cuando debió regresar a la mansión Walden apenas tuvo una oportunidad, disfrutar de sus compañeros a lo largo del viaje, cuando tuvieran que detenerse para descansar, pero no darles la oportunidad a sus enemigos de robarles sus amores.

Le había fallado a su hermano, y a el mismo al permitir que su conejito escapara, llevándose a la avecilla, a sus consortes, que no estaban seguros en el mundo de los mortales, que pensaban que solo así podrían escapar, pero no, no los dejarían marcharse, ni humillarlos a quienes se los llevaron con ellos.

Habían pasado varias horas y después de un largo baño, ambos portaban ropa de su clase, el sastre era quien fabricaba la ropa para Camus, el que ya tenía varias prendas que confeccionar, algunas para Radamanthys, otras para Minos.

Su hermano estaba ansioso, moviéndose de un lado a otro como un alma en pena, un animal salvaje, él permanecía en silencio, usando el trono que antes fuera de Camus, el que malherido había comprendido su lección, no traicionarlos, aunque una vez que sus colegas estuvieran presentes, tendría el mismo destino que ellos.

Someterse a su voluntad, o morir en sus manos, ya no estaban dispuestos a permitir más atropellos ni más insultos, en su mano estaba el collar de su conejito, el que acariciaba como si se tratase de su compañero.

Aún mantenía a su lado los otros cuernos, comprendiendo bien que había pasado, ese bastardo obeso no solo intentaba destruir a quien amaba, en su locura derivada de sus excesos, también quería controlarlo, usando esa parte de su cuerpo para ello, sin embargo, arranco los cuernos desde su base, no solo un pequeño trozo, provocándole un inmenso dolor, que seguramente derivo de un estado de locura en su pequeño conejito, que termino con su vida.

Pero, sí lograba arrancar un pedazo de sus cuernos, una mínima parte de esas bellezas de color negro, que le figuraban alguna clase de piedra preciosa, como ónix u obsidiana, tendría poder sobre él.

Su hermano aun no lo entendía y tal vez, por eso era por lo que no deseaba que su avecilla cambiara, porque desconocía lo que él había estudiado en la mansión de los Walden, en sus libros y cuadros, en cada recóndito lugar en donde pudo encontrar información.

Habían nacido tres príncipes, Minos, Aiacos y Radamanthys, su conejito era el segundo en nacer, el primero la avecilla, el tercero un niño de cabello negro, que murió siendo muy joven, destruyendo la posibilidad de abrir las puertas al Inframundo, pero no así, el que sus amantes maduraran como debían hacerlo.

Ese poder era grandioso, su conejito casi lo lastima de gravedad, hirió a su hermano y no estaba en condiciones para enfrentarse a él, su mente sometida a un estado primitivo, aun así, logro su cometido, el que era mantenerlo alejado.

Camus de haber cumplido su promesa, o no llegar los intrusos, habrían logrado derrotarlo, una vez que hubieran encontrado la forma de atacar en conjunto.

—Lo extraño, extraño a Minos.

Después de un año a su lado, debía extrañarle, como él extrañaba a su conejito, no el que apenas pudo conocer, sino su pequeño y el que selecciono como su tributo, el que se mató antes de aceptar su destino.

—Mi avecilla me necesita, y yo a ella...

Defteros insistía en ir por ellos, y estaba de acuerdo, debían mostrarles quien mandaba, pero al mismo tiempo, debían actuar con prudencia, sus aliados eran poderosos, necesitaban mucho más poder del que tenían en esos momentos.

—Hermano, porque no ir, matarlos a todos, para recuperar después lo que nos pertenece.

Eso harían, pero, no por el momento y levantándose camino en dirección de su hermano, para sostenerlo de las mejillas, pegando su frente a la suya, sonriendo, ya sabía qué hacer, como obtener aún mayor fuerza.

—Lo haremos, pero primero, necesitamos comida, alimentos ancestrales que nos ayudarán a recuperarnos.

El libro que Radamanthys cargaba con tanto cariño, el que no podía leer, lo habían olvidado en su carruaje, tal vez lo habían dejado atrás con la premura de su escapatoria, tal vez ni siquiera comprendían su valor, pero él sí lo hizo, apenas pudo verlo en su mansión, portando esa imagen acabada, marchita, cuando todavía pensaba que era un anciano.

Era el Regium Abyssimus, un libro llamado como "Realeza del Abismo", un tomo de magia negra y rituales oscuros, muchos de ellos escritos en la propia lengua del Inframundo, un lenguaje que únicamente un medio demonio, una vez que hubiera madurado, podría entender sin haberlo aprendido antes, un demonio, o un erudito, un ser que lo estudiara sin descanso, como el hizo durante muchos siglos de su vida, buscando respuestas, alguna explicación que pudiera hacerle entender que era su conejito.

-Mi conejito traía consigo el Regium Abyssimus, sin saberlo siquiera, nos lo ha dejado para que podamos aprender más de ellos, de los príncipes y de su destino.

Aspros lo abrió para que su hermano pudiera verlo, pero él no entendía que decían esas hojas, únicamente podía ver los grabados, la imagen del señor del Abismo con sus seis alas negras, un capítulo muy especial acerca de su esposa, como era que la elegían, debía ser una criatura pura, un alma noble, sus hijos, tres demonios de tres diferentes zonas del abismo.

Uno de ellos era dibujado con alas negras, con cuernos y ojos flotando alrededor suyo, dándole una imagen aterradora, llamándolo como el demonio de la estrella de la valentía, ese suponía que se trataba del que pereció, el llamado Aiacos, lo sabía, porque en ese mismo libro los nombres de los últimos hijos del Inframundo, del demonio Hades, estaban marcados con sangre en el idioma del abismo.

El segundo tenía una apariencia casi angelical, plumas blancas, cuernos dorados, una criatura que parecía morar en el cielo y no en el inframundo, con una serie de hilos plateados y un sin número de marionetas a sus pies, representando al demonio de la estrella de la nobleza, Defteros le acarició, ese sin duda era la figura que tendría su avecilla, sonriendo con cariño al pensar que de hecho era un ave, ya fuera en el Inframundo o en la tierra.

-Sera precioso...

Susurro, cambiando de opinión, a él siempre le habían gustado las aves, así que no le molestaba tanto que su Minos fuera una, cuando lo capturara, le mandaría fabricar una jaula de oro, como muchas que vio en su niñez, tendría un lugar donde dormir, una pequeña alberca, hasta un columpio, su avecilla sería feliz en ella y solo él podría admirarle, y solo él podría escuchar sus cantos.

-Una avecilla, como lo pensabas desde un principio.

La siguiente hoja tenía la imagen de un demonio con alas de murciélago, cola y cuernos, tres de ellos, garras, era sin duda su conejito, que simbolizaba la estrella de la ferocidad, por lo que le representaban rugiendo, sosteniendo una lanza en su mano.

-Mi conejito aun no despierta del todo, eso lo hace vulnerable, mucho más que un simple humano, porque si le arrancamos un trozo de cuerno, tendrá que obedecerme, puesto que tengo una parte de la materia con la cual está hecho.

Había diagramas, algunas cuantas explicaciones, pero todas indicaban lo mismo, si lograban hacerse con el cuerno de un demonio, sin arrancarlo de la base, porque en ese caso el dolor era tan insoportable que les volvía locos de furia, podrían obligarlos a obedecer.

-Si consigo el trozo de cuerno hermano, podré ordenarle a mi conejito que me traiga a Minos y no podrá negarse, obedecerán, porque su hermano mayor no se atreverá a dañar a mi pequeño.

Defteros estaba a punto de quejarse, decirle que eso era imposible de lograr, pero Aspros no le dejo pronunciar ni una sola palabra, enseñándole otras hojas, en las que hablaban de ellos, de los vampiros, en donde mencionaban a más de una especie, pero a final de cuentas, se alimentaban de la sangre, de la energía, de la vida de sus víctimas.

-Mira esta parte Defteros, aun tú, puedes ver que el maestro nos ha mentido, la forma de obtener mucho más poder está escrita aquí, dibujada, por el linaje del abismo, que pensaba que sus conocimientos jamás llegarían a ser vistos por nadie más.

Defteros asintió, comenzando a comprender aquello que Aspros le decía, si mandaban al conejito por su avecilla, su hermano lo seguiría, porque no se enfrentaría con él si sabía que podían lastimarlo, así, sin herir a su amado lo regresarían a su jaula y una vez que madurara, el arrancaría un pequeño pedazo de cuerno, para que Minos, también lo escuchará.

-Sangre inmortal...

Susurro Defteros, sonriendo cuando Aspros asintió, cerrando el libro para guardarlo junto a su nuevo trono, ansioso por que sus invitados llegaran, tenían muchos temas que discutir, pero aquellos que más le interesaban, eran los referentes a la sangre.

-Prepárate para nuestra reunión, Defteros, quien sabe cuántos vampiros ancianos quedan con vida y cuantos decidirán asistir.

Su hermano menor asintió, alejándose, como siempre Aspros tenía razón, por eso era el mayor, por eso era el más inteligente y el más poderoso, por esa razón, siempre le acompañaría, porque al final, él siempre lograba lo que se proponía.

-Nos alimentaremos del dolor y quien intente detenernos se enfrentará a nuestra crueldad.

Aspros siempre lo cuidaba y el a cambio le daría todo lo que deseara, aun a ese conejito cornudo.

-Hasta que comprendan que el Abismo esta donde ellos habitan, que no puedes correr de lo que en realidad eres.

Defteros ya se había marchado, dejándolo en ese cuarto amueblado exquisitamente, con la luna iluminando el mármol blanco, las cortinas de exquisitos diseños, los sutiles adornos que trataban de gritar que eran poderosos, que dominaban esa tierra, pero no eran más que ganado, criaturas ciegas, amantes de su frivolidad, de sus excesos, acostumbradas a recibir migajas.

-Naciste como un esclavo, o como un amo, no puedes ser ambas, eres un cazador o una presa.

En cambio, ellos no eran para esa clase de vida, ellos habían nacido para gobernar, para ser quienes dominaran a sus inferiores, aunque ese senador obeso intento someterlos, hacerles olvidar la grandeza de su sangre, siendo ellos hijos de dioses, parte de los primeros Gemini, de cuya sangre su rival era descendiente directo.

-Y esos príncipes, no son más que mascotas en nuestras manos, ellos nacieron para complacernos.

Aspros camino hasta detenerse en la ventana, imaginándose a donde podían correr sus mascotas, pero en especial, en qué lugar su conejito con cuernos podría ocultarse, los bastiones ya no estaban a su alcance, no podían regresar a su mansión, las propiedades de los Gemini estaban destruidas, los vampiros no los ayudarían, así que, únicamente les quedaba la jauría, con los dioses gemelos, protegiendo al dulce ángel de Camus, cuya sangre sería parte de su dieta, una única vez, porque no deseaban mantenerlo con vida.

-Aunque, por el momento, no lo acepten.

Nunca más volverían a comandarlo, él había nacido para dominar a sus pares, era el mejor de todos los Gemini, el más fuerte, el más inteligente y el más hermoso, así que solo era justo que se convirtiera en el gran maestro, no solo de los vampiros, sino de cada ente de ese mundo, en especial su conejito.

-Corras o vueles, yo voy a atraparte, conejito.

*****

Kiki después de varias horas comprendió que su toro había escapado, tal vez con ayuda de Aldebaran, el alumno de su maestro, que actuaba como un ciego y un necio a su lado, aceptando sus mentiras, su falsa sinceridad, encontrando su actuación ridícula, no obstante, bien sabía que podía darle caza a Harbinger, ya le había capturado antes, no se tardaría demasiado, el sol se lo evitaba.

-Raki, quédate a cargo, tendré que perseguir a Harbinger, mi muchacho no entiende que no puede huir de mí.

Ella asintió, demasiado preocupada, porque la última ocasión que Harbinger fue capturado, había saltado a los rayos del sol, que iluminaban algunas estacas, con cadáveres putrefactos en ellas.

Fue únicamente por el amor que Kiki le tenía que evito que fuera destruido por los rayos de sol, por la madera atravesando su cuerpo, aquella ocasión, su maestro lo castigo por días, todo por su bien y aunque decía sentirse acongojado por ser el quien impartiera esa dolorosa lección a su amigo, ella creía que, en el fondo, a su maestro le gustaba dañar a su compañero.

-No seas muy duro con él, sabes que no le gusta el cautiverio, no es su culpa lo que aprendió fuera de tus brazos.

Kiki asintió, no sería muy duro con él, únicamente le obligaría a regresar al castillo y tendría que encadenarlo a su celda, algunos meses, tal vez algunos años, hasta que ya no corriera más, hasta que comprendiera que no podía huir de su lado.

-No me digas que hacer, pequeña, porque sabes que no me gustan los consejos.

Ella asintió suspirando, regresando al interior del castillo, deteniéndose en la habitación del otro toro, que portaba unos grilletes en sus manos, escuchando lo que Mu le decía, en un idioma que ella no comprendía, en portugués, el idioma natal de Aldebaran.

-Que vamos a hacer contigo Harbinger, no haces más que romper el corazón de Kiki, pero, en fin, si te castigan ya será tu culpa, por ser tan malo con él.

*****

Aunque Kanon trataba de asegurarle a su musa que todo saldría bien, que estarían seguros con la jauría, su diablillo no parecía creerle, seguro de que pronto darían con él, que Aspros no se detendría hasta encontrarlo y regresarlo a su celda en su castillo, para que durmiera en su cama, sin importar que, en ese momento, tuviera algo de poder.

Su esperanza era muy pequeña, tanto que únicamente trataba de ser fuerte por el bien de Minos, su hermano mayor, que mucho más tranquilo, cabalgaba en el lomo de Albafica, ajeno a los temores del menor, que siempre había sido por mucho más sensato que el poderoso juez.

-Debería ser como mi hermano, yo tengo el poder para defenderme, el no, y, aun así, el que actúa como si estuviera asustado soy yo...

Kanon guardo silencio, sin decirle nada al respecto, escuchándolo, permitiéndole desahogarse, seguro de que podría proteger a su musa, pero que su temor estaba fundado, porque su preocupación no estaba enfocada en su seguridad, sino en la de su hermano mayor, que actuaba como si no temiera a nada.

-Quien está asustado soy yo, quien teme por su seguridad soy yo.

Shura los escuchaba en silencio, comprendiendo los temores de Radamanthys, recordando como Minos aparentaba seguridad en el primer bastión abatido por los hermanos, aun después de ser atacado por Defteros, cuando él fue con su amo, entregándose a él, sin mostrar un poco de fuerza de voluntad.

-Probablemente no soy más que un cobarde.

Pero no lo era, únicamente comprendía la clase de situación precaria y casi imposible de escapar, en la que estaban, tratando de buscar la forma de sobrevivir, tal vez, de provocar que su hermano también presentara esos cambios, solo así estarían a salvo, suponía Shura.

-No eres un cobarde Radamanthys, eres un hombre valiente que asume el peligro en que se encuentra... en el que se encuentran y, aun así, tratas de enfrentarte a eso.

Shura pronuncio, acelerando su paso para detenerse junto a Radamanthys, cuya capucha funcionaba como esperaban, sonriéndole, para acariciar su mejilla, ignorando la molestia de Kanon, la mirada fija de Aioros.

-Así que no dejes que Aspros te controle, tu eres mucho más fuerte que eso.

Radamanthys asintió, escuchando sus palabras, tratando de sonreírle, ser la persona que Shura se imaginaba que era, cuando bien sabía que no era así, no se sentía así, en ese momento, tampoco se veía hermoso, únicamente era una abominación que llamo la atención de otra.

-No quiero ser su esclavo de nuevo, no lo permitas, ninguno de los dos, si es necesario, mátenme, pero no me dejen caer en sus manos, no de nuevo.

Pronunció, seguro de su destino, eligiendo la muerte antes que la esclavitud.


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