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Los demonios de la noche. por Seiken

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Hypnos beso la boca de Milo con hambre y deseo, acariciando su cintura con delicadeza, tratando de hacerle gemir, puesto que su amante era un hombre muy orgulloso que siempre se negaba a dejarle ver cuánto placer podía sentir en sus brazos. 
 
-No luches conmigo mi pequeño, sabes que me deseas. 
 
Eso lo dijo únicamente para hacer que Milo se enojara, quien a su vez, lo empujó con fuerza, haciéndole acostarse de espaldas contra el colchón, sentándose en sus caderas inmediatamente, para mantenerlo quieto por unos instantes. 
 
-Sabes que te deseo mi ángel, que me gusta todo de ti, aún tu egocéntrica personalidad.
 
No era egocéntrico, únicamente sabía que se trataba del mejor, que era poderoso y fuerte, además, que era deseado por su pequeño ángel de cabellera rubia, su vampiro inocente, que tenía la fuerza para sostenerlo contra el colchón. 
 
-Tengo mucha suerte entonces, que algo divino haya decidido fijar su mirada en mi.
 
Hypnos se sabía un dios, el primer licántropo nacido de la madre noche, no creado por ella, de allí que su poder sobrepasaba por mucho el de cualquier otro lobo, una criatura poderosa, dispuesta a destruir a sus enemigos. 
 
-No seas presumido, eso no me gusta. 
 
Hypnos se limitó a mover sus caderas, con un ligero vaivén que restregaba su entrepierna con las nalgas de Milo, quien, inmediatamente se sonrojo, sosteniendose de su cintura para no caer debido a la sorpresa que ese movimiento le causó. 
 
-¿Y qué es lo que si te gusta? 
 
Milo respondió lamiendo su cuello, escuchando un gemido de su dios, que acariciando su cabello le instó a morder su piel, beber su sangre, acto que realizó con extrema delicadeza, una mordida por completo diferente a la que Camus le había dado en su juventud. 
 
-Todo de ti, cada pequeño detalle, menos tu presunción. 
 
Hypnos se sentó, sosteniendo a su angel entre sus brazos, lamiendo la sangre que escurría de sus labios, besándole, gimiendo al sentirlo a su lado, su aroma, su calor, encontrandolo más que divino. 
 
-Tendrás que aceptarla, puesto que yo tengo el amor de un ángel y eso me hace el más afortunado de los seres que habitan esta realidad. 
 
Milo únicamente se sonrojo sin saber que decirle a su lobo dorado, que con mucho cuidado, con apenas las puntas de sus dedos, empezó a recorrer cada una de las marcas dejadas por ese vampiro, cuando lo capturó, en especial aquella con la cual le robo la eternidad. 
 
-Prometo que nunca volverá a tocar uno solo de tus cabellos, que eres la criatura más hermosa que jamás he visto y que yo te amo, te amo más que a nada en este mundo, puesto que tú, pareces haber nacido para mí. 
 
Milo trato de silenciar sus comentarios, besándole con delicadeza, pero Hypnos le recostó en la cama, tratando de borrar a ese vampiro de su cuerpo, besandolo, acariciando su espalda, recorriendo hasta el mas mínimo milímetro de piel descubierta con el mayor de los placeres y el mayor de los cuidados, escuchando sus gemidos como su recompensa. 
 
-Te amo tanto mi ángel, porque tú me haces sentir como nunca antes lo había hecho y me hiciste ver lo solo que estaba en realidad. 
 
Milo hasta ese momento pensaba que había nacido para sufrir, que nada bueno jamás le pasaría, en especial después de recibir la mordida de Camus, el príncipe de hielo, que decidió transformarlo en su esclavo. 
 
Después cuando escapó de sus manos, Aioria trataba de someterle a sus bajas pasiones y se quedó sin trabajo al no ceder ante sus caprichos, ese día, bajo la luz del farol, muriéndose de frío, estaba a punto de regresar o vender su cuerpo a cualquiera que le deseara a su lado, por unas cuantas monedas. 
 
Y cuando conoció a Hypnos, creyó que ocultaba algo siniestro, que terminaría muerto en el canal o algo peor, era demasiado bueno para ser verdad. 
 
Su amor era una locura y una mentira para el, como si fuera una mera ilusión, pero, se dió cuenta de que no debía temer, Hypnos era un hombre amable, que lo protegería, un lobo hermoso, de pelaje dorado, que daría su vida por el, o eso le decía, cuando le juraba que Camus no lo alcanzaría, que no volvería a tener miedo, ni sentir dolor, puesto que el lo protegía. 
 
En ocasiones, como esa, Hypnos se dedicaba a besar cada una de las marcas resultado del amor de Camus y de las penurias que tuvo que pasar antes de ser inmortal, repitiendo que tan bello lo encontraba, que tan hermoso era para él. 
 
—¿Tú me amas? 
 
Siempre le preguntaba lo mismo, si lo amaba, si compartía sus sentimientos y así era, en esas pocas semanas a su lado se había enamorado de su lobo dorado, que expectante le miraba fijamente, con una expresión soñadora. 
 
—Te amo, realmente te amo. 
 
Respondió, besándole, acercándolo a él con delicadeza y al mismo tiempo ansioso de ser uno solo, recibiendo más besos en su cuello, en su pecho, sintiendo como empezaba a mordisquear uno de sus pezones al mismo tiempo que retorcía el otro, succionando con fuerza, esperando recibir un delicioso gemido de sus labios. 
 
—Eso se siente bien... 
 
Hypnos comenzó a reírse, separándose de su pezón para lamer todo lo largo de su pecho en dirección de su vientre, pasando por su hombligo, en donde ingresó su lengua, como si lo estuviera poseyendo con ella. 
 
Milo le hizo espacio entre sus piernas, sosteniendo su cabeza con cuidado, enredando sus dedos en su cabello dorado, arqueando su espalda con un lánguido gemido cuando la boca húmeda de Hypnos lo rodeo, sosteniendo sus caderas, con cuidado de no dejarle ni una sola marca. 
 
—Hypnos... 
 
Pronunció entre jadeos, arqueando su cuello un poco más, cuando las manos de Hypnos abandonaron sus caderas y fueron a recorrer sus nalgas, con un movimiento circular, abriéndolas y cerrandolas al ritmo de sus succiones, con el sonido húmedo de su boca, como de chapoteo. 
 
El lobo dorado en su eternidad había tenido muchos amantes y todos sentían placer en sus manos, pero ninguno como Milo, porque su corazón era completamente suyo, tanto, que moriría antes de perderlo. 
 
—Por favor... 
 
Ya suplicaba, esa era una buena señal para su angel, que retorciéndose con su sexo entre sus labios, gemía sin control, dando un pequeño saltito cuando dos dedos ingresaron en su pequeña entrada, no sin antes ser mojados por un extraño ungüento mentolado, que facilitaba su posesión. 
 
—¿Qué has dicho? 
 
Hypnos le pregunto, separando su boca de su sexo, para ingresar otros dos dedos, escuchando un ligero gemido de su angel, que ya estaba acostumbrado a esa sensación, mucho antes de llegar a sus manos, haciéndole comprender que Camus podía caer aún más bajo, era un completo monstruo, por hacerle eso a su amado, por atreverse a lastimarlo. 
 
—¿Acaso has suplicado que continúe? 
 
Le pregunto con una gran sonrisa, completamente orgulloso de sus capacidades amatorias, riéndose cuando Milo, lo jalo hacia él, aún con las piernas abiertas, esperando que la hombría de Hypnos, que era un hombre especialmente grande, se hundiera entre sus piernas, con un solo empujón. 
 
—No suplico... te lo ordenó. 
 
Respondió, besándole con fuerza, tirando de su cabello, de tal forma que comenzaba a dolerle un poco, pero así lo hizo, posicionando su hombría en la entrada de Milo, le poseyó de un solo movimiento, besando sus labios que le sabían a miel y rodeando su sexo, acariciándolo, para que no fuera perdiendo el interés en el cuerpo de su lobo alfa. 
 
—¿Así? 
 
Le pregunto, deteniéndose de pronto, esperando su respuesta con una expresión algo sádica, su orgullo por los aires, seguro de su respuesta, que era un asentimiento, junto a sus manos apretando sus antebrazos, con fuerza suficiente para marcar su piel. 
 
—¡Sí! ¡Así! 
 
Respondió con ímpetu, pidiéndole silenciosamente que empujara en su cuerpo, que comenzará a poseerlo, con embistes delicados, porque no deseaba lastimar a su angel de cabello dorado, que besaba sus labios con hambre, gimiendo, jadeando casi sin control. 
 
—¡Sigue así¡ ¡No te detengas! 
 
Le ordenaba, pero al mismo tiempo, suplicaba que le diera placer, ofreciéndole su cuello, y aunque no era un lobo, comprendía que se trataba de un acto de sumisión. 
 
—No te preocupes, mi pequeño ángel, no me detendría a menos que me lo pidieras, pero no serías tan cruel conmigo, lo sé. 
 
Respondió, seguro de sus palabras, no se detendria si no le pedía que lo hiciera, pero si Milo, de alguna forma llegaba a indicarle que no siguiera, obedeceria. 
 
—Eres tan bueno en esto. 
 
Le dijo, aferrándose a su espalda, dejando marcas rojas en ella, jadeando fuerte, pronunciando su nombre y aceptando sus embestidas, con un gemido nuevo cada vez, arqueando su espalda, pidiéndole de forma arcaica que lo mordiera. 
 
—Te amo, Milo, te amo. 
 
E Hypnos lo mordió, siguiendo todos sus instintos de lobo que le decían marcarlo como su compañero, encajando sus dientes en su cuello, gimiendo al sentir el sabor de su sangre, al mismo tiempo que su semilla se derramaba en su cuerpo. 
 
—Yo también te amo. 
 
Susurro, sintiendo como inmediatamente Hypnos se bajaba de su cuerpo, para recostarse a un lado suyo, jadeando, tratando de controlar su respiración. 
 
—Eres tan hermoso. 
 
Pronunció por fin, cuando le ayudo a recostarse arriba de su cuerpo, rodeandolo con ambos brazos, acariciando su cabello. 
 
—Eres perfecto para mi, como si nuestra madre te hubiera creado para mi soledad, un hermoso ángel. 
 
Milo amaba el sonido del corazón de Hypnos, el rítmico bombeo de sangre, sus brazos rodeando su cuerpo, sus palabras de amor, cada aspecto de su lobo, que lo trataba como el mayor de los tesoros. 
 
—Ya te lo dije, mi ángel guardian eres tú, Hypnos, eres todo para mí. 
 
La criatura inmortal cerró los ojos, con el angel en sus brazos, para intentar dormir un poco, haciéndole sentir como el ser más afortunado del planeta, porque era amado por su pequeño.
 
—Te amo, y te prometo que Camus nunca más volverá a acercarse a ti. 
 
Le aseguro, durmiendo por fin, ansioso porque el sol empezara a ponerse, deseaba visitar el pueblo con su pequeño ángel, tratarlo como se lo merecía, como un rey llegado del cielo. 
 
—Trata de dormir, hoy quiero salir a la ciudad. 
 
Milo acepto esa petición, pero se quedó viendo a su amado dormir por al menos una hora, encontrandolo más que perfecto, hasta que por fin cerró los ojos, quedándose dormido. 
 
*****
 
Al mismo tiempo una figura elegante se paseaba en su habitación, la que Defteros en su compasión le dejo seguir utilizando, diciéndole que su hermano había dejado de creer en el, pero que si capturaban a sus demonios, a su angel, tendrían su perdón. 
 
Qué Aspros era un hombre magnánimo, que le daría lo que deseara, un pequeño ejército y a su angel, de quien, apenas necesitaban una poca de su sangre. 
 
El se veía en el espejo, su belleza había regresado, su cabello rojo como las llamas, sus ojos y uñas del mismo color, no era más aquella figura calcinada, por su traición, ya que debía ser sincero, esperaba que matarán a los gemelos, porque el maestro había salido de su encierro. 
 
Un ente que ya no importaba, como todos sus hijos, porque una nueva raza había nacido, y ellos gobernarían la tierra con ayuda de los gemelos del abismo, como eran llamados entre sus filas. 
 
Camus ansiaba ver a Milo, estar a su lado, beber su sangre y tocar su cuerpo, convertirlo en uno de los suyos de una buena vez. 
 
—Afrodita... 
 
Susurro, pero no era Afrodita quien se presento, sino un chico rubio, un ruso muy hermoso, de nombre Hyoga, el que a su vez, era el compañero de un vampiro antiguo, pero no tanto para que su sangre tuviera valor, amante de la paz, de nombre Shun, un chico hermoso, pero demasiado enamorado de las cadenas, cuyo primer castigo a su cisne, porque así le llamaba, hizo que perdiera su ojo, pero no así su belleza. 
 
Un muchacho que pusieron bajo su cuidado, para enseñarle todo lo que debía saber, pero que por las noches, acudía a los brazos de su amo, obedientemente, como esperaba que Milo hiciera tarde o temprano. 
 
—Afrodita huyó, se marchó en dirección de Lemuria, pero antes mando a su esclavo favorito a esas tierras. 
 
Su esclavo favorito tenía un nombre ridículo, Angelo, porque se trataba de una pequeña escoria ante sus ojos, un muchacho albino que hablaba con los muertos, al que recogió de los brazos de su madre muerta, cuando apenas tenía seis años y a quien había cuidado desde entonces. 
 
Era bonito, de cierta forma, pero no se comparaba en nada a su angel, por quien estaba dispuesto a ir, en ese preciso momento. 
 
No uso un carruaje, pero si un caballo cuya sangre era demoníaca, un animal víctima de cruces prohibidos, poderoso, fuerte, infalible, que no caía debajo del azote del sol, como él ya tampoco lo hacía.
 
—Milo, Milo, Milo... pronto iré por ti, amor mío. 
 

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