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Los demonios de la noche. por Seiken

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Minos comenzaba a moverse lentamente en su cama, sintiendo una mano sostener la suya e imaginando a un doctor que intentaba convencerlo de que todos sus males eran a causa de su locura, pero que sin embargo, lo trataba con todo el respeto que podía darle, un respeto que solo medio consciente podía comprender y visualizar con unos ojos nuevos, tal vez distantes.

"No puedo hacer nada, no puedo ayudarte... mi hermano... tienen a mi hermano"

Minos abrió los ojos de pronto, levantándose de su cama, esperando ver a Saga a su lado y las paredes de sus mansión, pero no era eso lo que veía, sino una silueta con alas, con cuernos, una figura luminosa, que sostenía su mano.

-Mi príncipe...

Esa voz la reconocería en donde fuera, se trataba de Lune, pero él había muerto, el ya no existía más, así que no supo qué decir, solo pensar graciosamente, qué tal vez había perecido y se encontraba en el infierno.

-Mi amado señor, soy yo, soy Lune, su fiel sirviente que le ama.

Minos observo aquella habitación con cautela, notando las piedras, el fuego, la extraña decoración, que parecía sacada de la divina comedia o de algún relato de terror, tragando un poco de saliva.

-¿He muerto y estoy en el infierno?

Lune solo negó eso, no estaba muerto, pero si estaba en el Inframundo, siendo el primer príncipe de aquellas tierras, el que sería el más poderoso de los tres, a su lado, por fin, después de no sabía cuántas penurias.

-No ha muerto mi amado señor y este no es el Infierno que le enseñaron a temer, sino, su hogar, el sitio en donde usted gobernará junto a sus hermanos.

Minos al escucharle decir aquellas palabras comenzó a temblar, casi de manera descontrolada, llevando sus manos a su rostro, llorando en esa cama al creerle a su fiel y amado Lune, que rodeo su cuerpo con fuerza, sentándose a su lado, para besar su frente.

-Aquí está seguro mi señor, nada malo le pasará, nada malo volverá a ocurrir con usted, porque yo estoy aquí para protegerle.

El llanto de Minos iba en aumento, recordando esa pesadilla, el miedo y el dolor, lo aterrado que estaba de no ser más que un demente, el sufrimiento de ver a su amado siendo destruido por esa criatura.

-Mientras haya vida en mi yo le protegeré...

De pronto Minos negó eso, no quería verle morir de nuevo, verle morir como en el pasado, sin que pudiera hacer nada por evitarlo.

-¡No!

A Lune se le estrujó el corazón al escuchar esa desesperación, al sentir las caricias de su príncipe, que liberándose de sus brazos le besaba con fuerza, para asegurarse que el estuviera a su lado.

-¡No digas eso, no quiero que mueras, no por mi culpa de nuevo!

Prácticamente le ordenó, dejándose abrazar de nuevo, Lune apenas podía comprender por lo que había pasado su príncipe, él era hermoso y era rico, pero sabía en su interior, que la belleza de su amado fue su perdición.

-¡No voy a perderte de nuevo!

Lune asintió, besando su cabeza, como si fuera un niño pequeño, relamiendo sus labios, al pensar en lo que tenía que decirle, pero no fingiría no haberle fallado de la forma en que lo hizo.

-No lo hará mi señor, mientras sea una criatura de piedra y fuego, yo estaré a su lado, porque esto es lo que soy, soy un demonio, pero no pude defenderlo, esa criatura fue demasiado rápida, sabía cómo lastimarme, por eso no pude incendiar mi piel, usar mi fuego del infierno para salvarle, por eso pido su piedad y su perdón, porque yo le falle de todas las formas posibles.

Minos apenas pudo entender lo que paso esa noche, lo que ese monstruo le hizo a su amado, esa criatura que le mordió en el bosque, que pensaba también le violó con esa deforme apariencia, pero sobre todo, que se lanzó en contra de su Lune, arrancando sus brazos, sus piernas, destrozando su corazón en mil pedazos con sus dientes, después de tomarlo entre sus garras.

-No fue culpa tuya... fue mi culpa al abrirle la puerta, al pensar únicamente en la venganza y en la llave...

Lune de nuevo negó eso, su único deber era protegerle, cuidar su espalda, pero no pudo hacerlo y eso le hacía sentir culpable, odiarse por ello.

- ¡Radamanthys! ¡Radamanthys está fuera del castillo! ¡Debemos ir por él!

Pronunció de pronto, intentando levantarse, pero Lune no se lo permitió, sosteniendo sus mejillas entre ambas manos, para que pudiera verlo.

-El castillo se ha elevado en los terrenos Walden, nuestra empresa está cobrando vida, porque, su hermano ha despertado, como ya lo hizo Aiacos, únicamente falta usted mi señor, por eso no puedo apartarme de su lado ni dejarle salir, hasta que despierte y la tierra se cubra de llamas.

Minos abrió los ojos desorbitadamente, sin entender que era lo que decía su amado, que besando sus labios con delicadeza, acarició su cabello, después sus plumas.

-No tema, está ocurriendo como debe ser y pronto, el mundo será moldeado a nuestra imagen, será gobernado por ustedes, por los hijos del dios Hades, del señor del Inframundo.

Esa imagen de la tierra no sabía si era lo mejor, si debía permitir que le destruyeran sus demonios, pero así estarían seguros, porque ya no le importaba la gente, estaba enfermo de ella, de su mundo, y lo único que deseaba era ya no seguir sufriendo.

-Lo mandé... con un amigo suyo, un hombre llamado Shura... deben ir por él, te lo imploro… no lo dejen solo.  

Su príncipe nunca imploraba, nunca pedía perdón, ni mostraba miedo, así que cuándo lo hizo, el fuego del cuerpo de Lune se incendió un poco más, estaba furioso, como nunca antes, pero al menos, su amado estaba con él, en sus brazos y el seguiría sirviéndole con lealtad absoluta.

-Así se hará mi señor, pero antes tiene que recuperarse, por mí, por el Inframundo.

Minos asintió entonces, besando los labios de su amado, tratando de recuperar un poco de la seguridad que esa bestia le robó, pidiéndole a su amado que le cediera el control, algo que hizo inmediatamente, sin siquiera pensarlo.

-Mi amado Lune, casi perdí la razón al verte morir, por favor, no vuelvas a dejarme solo.

Lune le dejaría hacer lo que deseara con su cuerpo, le seguiría hasta el fin del mundo, únicamente para poder disfrutar de su gloria, así que, por nada del mundo se apartaría de su lado de nuevo.

-Nunca mi señor, mi amado príncipe, jamás me alejaré de usted y juro por todo lo que me es valioso, que le ayudaré a vengarse de esa sucia bestia, se lo prometo.

Minos se relamió los labios con gusto, recorriendo los músculos de su sirviente, que se recostó obediente sobre la cama, dándole todo control a él, mirándole con esos ojos que tanto le excitaban.

—Dime que eres mío Lune...

Lo era, siempre lo había sido, pero no pudo responderle cuando los labios de Minos se apoderaron de los suyos, desesperado, hambriento, necesitado de sentir otro cuerpo que no fuera el de su verdugo.

—Lo soy mi señor, siempre he sido suyo y siempre me he entregado a usted, lo sabe, mi cuerpo es suyo, mi alma y mi voluntad, usted posee todo de mí.

Aquella respuesta era lo que siempre había escuchado de esos labios, de ese hermoso demonio que esperaba ser poseído por él, darle placer, pero, no deseaba que esa bestia fuera la única criatura que pudo tocar su cuerpo, y como en un acto en contra de su amo, agachándose para besar los labios de su amado Lune, se acercó a su oído, para darle algo que nunca había tenido su demonio, su amado sirviente, que le declaraba toda su adoración.

—Hazme el amor, posee este cuerpo que tanto amas y enséñame un poco del placer que se puede sentir en los brazos de un amante.

Esa orden era demasiado extraña, de eso estaba seguro, pero su sirviente asintió, tragando saliva, observándole con una mirada codiciosa, de la forma en la que se ve un tesoro largamente perdido, una pieza de oro o una obra de arte.

—Hazme olvidar su humillación y aliméntate de mi cuerpo.

Lune asintió, fuera de sí, acercándose a sus labios para besarle con delicadeza, que fue transformándose debido a su pasión, ingresando su lengua en el interior de su boca, acariciando su cadera, para recostarlo debajo de su cuerpo, obedeciendo a la petición de su príncipe, que le miraba con esos ojos plateados, relamiendo sus carnosos labios, aguardando por él, hipnotizando con su belleza.

—Hare lo que usted me diga mi señor, me esforzare por darle placer, por darle lo que necesite, pero si quiere que pare, dígamelo y me detendré sin siquiera pensarlo un instante.

Minos asintió, pero no quería que se detuviera, porque le deseaba y ya era momento de darle su cuerpo, además, de que entregarse a él, era una venganza en contra de esa bestia que pensaba era su dueño.

—Te diré cuando te detengas, mi fiel sirviente, pero, por el momento te ordenó que te apresures y me entregues tu cuerpo.

Eso lo dijo besando los labios de su sirviente, era él quien mandaba, siempre sería así, pero en ese momento quería ser poseído por su amado Lune, que obedeciendo sus órdenes, comenzó a besar su cuello, a acariciar su pecho y su cintura, abriendo con delicadeza su pijama, descubriendo una piel pálida, casi del color de la leche, una piel cubierta con algunos moretones, con marcas provocadas por ese demonio, que se atrevió a dañar a su príncipe.

—No concibo la clase de criatura que se atreve a lastimar a un ser tan perfecto como usted, mi príncipe, debe ser un demente o un monstruo, una criatura vil, que haré sufrir antes de matarlo.

Minos asintió, besándole, no quería escuchar nada de aquella bestia, únicamente ser amado por su sirviente, que besaba su piel, acariciándole con reverencia, amando su cuerpo, cada detalle de su anatomía.

—No hables de él, nunca más hables de él.

No quería escuchar su nombre, se negaba a eso y su fiel Lune tendría que obedecerle, como siempre había pasado, como lo hacía desde que comenzó a servir bajo su mando, quien besaba su torso con delicadeza, lamiendo sus heridas de vez en cuando, recorriéndole con reverencia, como si se tratase de un fino cristal, enfocándose primero en sus pectorales, en sus pezones, lamiendo uno de ellos, al mismo tiempo que acariciaba otro más, comprendiendo con furia contenida lo que esa criatura le había hecho a su amado, que esa sería la primera ocasión que sería poseído por alguien que le amaba, además de desearlo y que compartía su afecto, que le adoraba como la representación de la belleza, de la perfección de la que era su príncipe.

Desconocía de la existencia de Albafica, quien amo a su príncipe e intento protegerlo, eso no importaba en ese instante, tampoco a Minos, que a pesar de aceptar la protección de ese lobo, de recordarle de algún momento en un sueño remoto, su cariño a Lune sobrepasaba por mucho cualquier otra clase de afecto, siendo el quien siempre estuvo a su lado, protegiéndole, cuidándolo del peligro y ahora, con una apariencia diferente, volvería a adorarle como su dios, ya que eso era para ese demonio, ese Balrog, ese ente de fuego, que se arrodillaba ante sus pies.

—Nunca, y cuando sea destruido, no será más que un lejano recuerdo, pero ahora mismo déjeme complacerlo como usted se lo merece, como únicamente el príncipe del Inframundo debe ser adorado, el hermano mayor, quien será el primer gobernante del Abismo.

Minos llevo las manos a las almohadas, gimiendo por lo bajo, sintiendo los labios de su sirviente recorrerle con la mayor de las delicadezas, sus manos recorriendo su piel, teniendo especial cuidado con sus plumas, fascinado con su nueva apariencia y con aquella petición tan repentina.

—Mi señor, nunca me apartare de su lado de nuevo, jamás volverán a dañarlo, porque yo, su fiel Lune está a su lado, para protegerle.

Pronuncio, antes de comenzar a lamer su hombría, como en el pasado, sus ojos fijos en cada uno de sus gestos, en cada movimiento que realizaba, acariciando sus testículos y dibujando círculos delicados en el vello plateado de su intimidad, con la mirada orgullosa que recordaba, buscando su placer por sobre todo lo demás.

—Lune…

Susurro, arqueando su espalda cuando relajando su garganta le recibió por completo, pegando su nariz al vello plateado, chupando con fuerza, para brindarle placer, acariciando sus testículos entre sus manos, aumentando su placer.

—Lune…

Le advirtió, pronto se derramaría en su boca, pero su sirviente, su amado, en vez de separarse, le recibió gustoso, tragando hasta la última gota como si se tratase de un manjar, separándose para recuperar su respiración, mirándole fijamente con devoción.

—Aún está débil mi señor, debe descansar, pero no se preocupe, yo velare sus sueños y ordenare a otros demonios que comiencen la búsqueda por su hermano, lo traeremos a casa, no tiene por qué preocuparse por nada, solo recuperarse.

Minos le sostuvo cuando quiso marcharse, no deseaba estar solo y le hizo un espacio en su cama, cerrando los ojos, para dormir inmediatamente, con él a su lado.

—Su fiel Lune jamás dejara que vuelvan a lastimarlo, no mientras viva…

*****

Al mismo tiempo, en el castillo de Camus, los tres demonios, los vampiros que habían sido burlados estaban tratando de recuperarse, Camus bebiendo sangre, robándole la vida a cada uno de los esclavos que atendían ese sitio, manchado de rojo como solo un monstruo como el haría, sin importarle la edad, el sexo o las suplicas de sus víctimas, apenas recuperando su belleza, escuchando los gritos de dolor, los desquiciantes gritos del mayor de los gemelos, que nombraba a su conejito, al demonio que huyo, pero suponía, aún estaba en la tierra.

— ¡Quiero a mi conejito, no me importa cómo, debes traérmelo!

Defteros trataba de calmar a su hermano, escuchando un sonido como de tela rasgándose, observando una figura con una chistera en una posición imposible, mas aparte otras dos figuras, humanos, las siluetas de dos guerreros de la orden.

—Creo saber a dónde fue la liebre escurridiza, pero a cambio, deseo un pequeño favor, ya que el final de los días esta próximo, cuando el último de los hermanos despierte y con él, Hades.

Aspros volteo a verles, caminando en su dirección, recuperando la compostura inmediatamente, únicamente al escuchar el nombre de su conejito e imaginar que ese demonio sabia en dónde podía encontrarlo.

— ¿Dónde está?

Youma estaba a punto de preguntarle si no le interesaba escuchar de que trataba ese favor, pero inmediatamente, el vampiro, sostuvo su ropa, sus colmillos afilados sobresaliendo de sus labios, sus ojos inyectados de sangre brillando en la oscuridad, era la viva imagen de la locura.

— ¡No me importa que tengo que pagar por tenerlo a mi lado, únicamente, dime dónde está mi conejito cornudo!


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