Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Los demonios de la noche. por Seiken

[Reviews - 92]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Lune se mantuvo junto a su príncipe hasta que perdió la consciencia en sus brazos, sus lágrimas estaban frescas, las que limpiaba con el mayor de los cuidados, para no despertarlo, para que pudiera dormir algunas horas, tratando de pensar en una forma en la cual su amado señor, pudiera sentirse seguro, a salvo de cualquier clase de daño.

Seguro que se sentiría humillado al despertar, que no querría verlo y únicamente seguiría pensando que ese Defteros le dominaba, cuando después de un año atrapado con esa bestia, el que aun estuviera con ellos, significaba, que era mucho más fuerte de lo que Defteros jamás seria.

Lune veía su látigo de fuego, este era irrompible, azotaba las almas de los desdichados, de los demonios y de las almas, de los humanos que eran tan absurdos como para interponerse en su camino.

A Minos le gustaba dominar a sus amantes y le pareció algo sumamente raro que quisiera ser dominado por él, en sus años como amantes, porque debía admitir que compartía el lecho de su príncipe desde que era un muchacho, tal vez, el mismo Aiacos de saberlo se encargaría de castigarlo, porque uso su forma humana, una de la edad de su príncipe, para poder servirle como lo deseara.

El siempre tomaba las decisiones, recordaba que aquella primera vez, su osado amo, a las espaldas de su padre, le dio un poco de droga en una copa de vino, lo amarro a una cama e hizo lo que deseaba con su cuerpo, de no ser un demonio como lo era, suponía, que habría sido una experiencia traumática, pero le pareció excitante, desde esa noche, compartieron su lecho hasta que fue asesinado.

Pensaba que el joven Radamanthys lo sabía, que eran amantes, pero no hizo nada al respecto, guardo silencio, fingió ser un mocoso ignorante, hasta que actuó como un demente, buscando el calor de un amante, encontrando a Kanon en su estudio, o tal vez, este le encontró, aun así, cuando vio el amor de su pintor, no quiso matarlo, esa última noche debía asesinarlo, cuando su hermano saliera de su estudio.

Lune veía a Minos con sus ojos de fuego y después su látigo, pensando en una forma de presentarse para su príncipe, que tal vez, le daría seguridad, le haría recordar aquella primera vez, cuando se hicieron el amor con locura, el sometiéndose a los deseos del menor, que ya era un joven sádico, que sabía bien la clase de poder que tenía sobre su fiel sirviente.

Llamo a unos diablillos, para que lo amarraran a la cama como a su amado le gustaba hacerlo, sus piernas abiertas, sus muñecas en los barrotes de la cama, su cuello con una cadena que podría tomar cuando lo deseara, puso todo lo que necesitaba para hacer lo que deseara con su fiel sirviente, las llaves para liberarlo, o el fuete para castigarlo, Minos tomaría la decisión.

*****

Aspros necesitaba estar solo, alejarse de su hermano que siempre estaba a su lado, susurrando sus mentiras en su oído, comportándose como una sombra, una pesadilla, un hermano que destruyo a su conejito y que no se detendría hasta que le robara a este otro con ese horrible hechizo que menciono Cid.

—Lo que planean hacer es un hechizo muy cruel, si es que funciona, separaran al humano del demonio, si funciona, alguna de las dos partes quedara destruida, no será más que un despojo de huesos y pellejo, que estará hambrienta, una atrocidad que no superara la vida que le han dado, que morirá, en el peor de los sufrimientos.

Aspros ya le había dicho a Youma que hiciera los tratos con su hermano, una acción de la que se arrepentía, sin embargo, aquí estaba este demonio, sonriente, con una chistera con una posición imposible, sonriéndole con una mueca desagradable.

—O pueden ser las dos, los dos morirán y tu veras el sufrimiento de tu conejito en carne propia, eso deseas…

Aspros lo negó, no estaba dispuesto a permitir que su conejito sufriera por más tiempo, así que, no importaba lo que tuviera que hacer, a quien tuviera que destruir, lo recuperaría, aunque tuviera que ir al propio infierno por él, a las marismas, lo que fuera, no era tan valioso como la vida de su Radamanthys, de su conejito cornudo.

—Te daré lo que sea… 

*****

Minos despertó desorientado, reconociendo su habitación en el Inframundo inmediatamente, también sintió un cuerpo caliente a su lado, un aroma que le lleno de paz, era Lune, su amado sirviente que no se apartaba de su lado, quien, le veía fijamente con una sonrisa picara, estaba atado a la cama, con un collar de perro en su cuello, con una cadena que estaba colocada junto a una de sus manos, sus muñecas estaban juntos en los barrotes de la cabecera, sus tobillos separados, debajo de su cadera había un cojín, dejándolo completamente al descubierto para el.

En una mesita de noche había un fuete y unas llaves, un fuete para que lo castigara, unas llaves para liberarlo, haciéndole ver que le daba el control de aquel momento, el control sobre su cuerpo, podría hacerle lo que deseara, cualquier clase de capricho, únicamente para poder complacerlo.

—Soy suyo mi señor, yo le pertenezco a usted, soy su esclavo y puede hacer conmigo lo que le plazca.

Minos trago un poco de saliva, recordando que esa misma posición tenía Lune la primera vez que lo poseyó, cuando eran tan solo unos chicos, cuando el drogo a su ayudante de cámara, un muchacho hermoso, de su edad, al que desnudo, ato, e hizo una infinidad de actos lujuriosos con él, sin importarle sus preguntas o sus negativas, al principio, después, su sirviente participo activamente de sus juegos.

—Como aquella vez, lo recuerda, cuando me hizo suyo como era su derecho.

Minos recordaba aquella noche, en ese momento aun sentía un cálido sentimiento en su vientre, deseo y excitación de tan solo recordar eso, ese placer que compartieron, pero también pensaba, que no tuvo derecho alguno a hacerle eso, a tomarle contra su voluntad, a drogarlo.

—Siempre he sido suyo mi señor, lo que usted hizo esa vez fue consensual, porque yo también lo deseaba y lo sigo deseando, es mi amo, es mi príncipe, es mi dueño, soy suyo, para que realice todos los actos que desee conmigo.

Minos se levantó de la cama y primero tomo las llaves, unas de plata que abrirían las cadenas, acariciándolas con las puntas de sus dedos, el collar en su cuello, las esposas de sus manos, relamiendo sus labios, tratando de pensar en lo que Lune le decía, como se entregaba a él.

—No es así Lune… porque yo también te pertenezco y quieras o no, eres el consorte del primer príncipe del Inframundo.

Pero no libero las manos, ni los tobillos de Lune, a quien acaricio con las llaves, sonriendo de pronto, al ver su estremecimiento, lamiendo su mejilla para escuchar un sonoro gemido, ver cómo le miraba, su sexo despertando, con ese ligero contacto.

—Un consorte muy inventivo que se merece una recompensa…

Ya no diría castigo, porque un castigo implicaba que algo había hecho mal, que debía corregirlo y Lune era perfecto, además, no era como Defteros, no le gustaba infligirle dolor a su consorte, únicamente porque le gustaba verlo sufrir, sino, porque los dos lo disfrutaban.

—Que solamente yo tengo derecho a imponer.

Minos seguía desnudo, aun recordaba su llanto, como al recordar a Defteros empezó a temblar, creyendo que este era ese demonio, pero no lo era, era su Lune, su amado Lune, que le miraba expectante, con una sonrisa lujurioso, esperando por lo que deseara hacerle, además, de hacerle sentir seguro, hacerle recordar su viejo yo.

—Sí, solamente usted puede tocarme…

Minos dejo las llaves en su mesita, para tomar el fuete, acariciando a Lune con el, para repentinamente darle un golpe con este, contra la piel de piedra tan suave como la humana, con betas rojas, como de fuego, haciéndole pensar en magma solidificándose.

—Y tú serás el único para mí.

Un nuevo golpe recibió otro gemido de su Lune, que cerro un poco sus piernas, tirando de las cadenas, retorciéndose por el placer, no por el dolor, haciéndole reír, un amo, un amante, era como él, nunca dañaría a su amado, jamás, únicamente debía complacerlo, un poco de dolor aquí, un poco de placer acá, pero siempre debía escuchar los deseos de su compañero.

—Nos casaremos, será una boda fastuosa… un baile de máscaras… invitaremos a mi hermano y a su esposa, hasta el pintor de Kanon podrá venir, pero el deberá organizar su propia boda, una vez, que destruyamos a esos demonios, los asare bajo la luz del sol, en el magma del Inframundo, para destruirlos por completo, este mundo es nuestro y nadie jamás, volverá a dañarte.

Minos dejo el fuete en la mesa, Lune ya tenía suficiente por el momento y acariciando ahora su sexo empezó a escuchar más gemidos, aun deseaba borrar el hedor de Defteros de su cuerpo, sería poseído por su consorte, pero a su ritmo.

—Ahora, sé un buen chico y déjame poseerte.

Le ordeno, besando sus labios, para sentarse sobre él, recorriendo su torso, besando sus labios con delicadeza, para separarse poco después, relamiendo sus labios, acariciando la hombría de Lune, que aún estaba encadenado a la cama, sin moverse, únicamente gimiendo al sentir su contacto.

—Y es correcto que esta noche vuelva a repetirse, así estaremos a mano, será mucho más inolvidable todavía.

Su consorte no entendía a que se refería con eso, pero cuando elevo sus caderas, llevando su sexo entre sus nalgas aguanto la respiración, sin moverse, ni hacer un solo sonido, dejando que Minos fuera empalándose de a poco, un movimiento fácil, porque llevaba demasiado tiempo compartiendo el lecho de Defteros y esta nunca había sido amable, estaba acostumbrado al dolor, pero con su amado, este dolor apenas fue una punzada, un extraño sentimiento que no era en nada parecido a lo que sentía con ese demonio.

—Lune…

Abrió los ojos, sorprendido al ver que no le dolía, gimiendo un poco más al moverse, tratando de buscar un ritmo agradable, dándose cuenta que lo era, era muy agradable, era muy placentero, si se trataba de Lune, que aun temía moverse, pero le miraba con amor, con pasión y un poco de lujuria, la que todo amante, todo esposo debía sentir por su compañero.

—Lune… mueve tus caderas…

Su esposo, su futuro compañero por las reglas del cielo o del infierno, eso hizo, moviéndose con mucha delicadeza, buscando su próstata, su placer, en una postura que suponía que debía ser incómoda para él, que no le daba la suficiente profundidad.

—Libérate de esas cadenas, quiero que me hagas el amor.

Lune con un ligero tirón, apenas un movimiento de sus muñecas y sus tobillos destruyo las cadenas, para moverse con cuidado, sosteniendo sus brazos, sus piernas, gimiendo cuando se reacomodo en su cuerpo, para empezar a mover sus caderas, de arriba hacia abajo, al ritmo de su consorte, que a veces, trataba de moverse de forma circular, sosteniéndolo de la espalda, de la cintura.

—Se siente tan bien… es tan placentero…

Pronuncio, sosteniéndose de los hombros de Lune, para besar sus labios de nuevo, gimiendo en su boca, luchando con la lengua de su pilar, que no dejaba de embestirlo con el mayor de los cuidados, para no hacerle daño, no lastimarlo.

—Mi señor… mi príncipe…

Lune besaba los labios de Minos, lamiendo su cuello, acariciando su espalda, moviéndose a la velocidad que su señor se lo pedía, quien a su vez se reía en silencio de Defteros, porque ese demonio nunca pudo darle esa clase de placer, ni siquiera cuando trato de ser amable, únicamente era dolor en sus brazos, nada de placer, pero con su futuro esposo, todo era placer.

—Nunca… nunca dejes que nadie más pueda poseerte…

Le ordeno moviendo sus caderas descontrolado, perdiéndose en esos ojos de fuego, sintiendo que ese placer, la pérdida del dolor, lo llenaba de vida, gimiendo con mayor velocidad, aún más alto, terminando de madurar, al saberse a salvo, al sentir el amor de Lune, corresponderlo con la misma intensidad, pues, lo único que le faltaba  Minos para madurar era eso, sentir esa cálida sensación.

—No… no mi señor…

Lune se derramo en el cuerpo de Minos, profanando el cuerpo de un ángel recién nacido, al menos una mitad de él lo era, quien ahora, con su forma completa, con sus alas, con su cabello de plata y sus ojos del mismo color, besaba a su esposo, sin comprender que lo que tanto esperaba ya había sucedido.

—Lune…

En cambio, su futuro esposo lo comprendió, acariciando el sexo de Minos con una de sus manos, para que el también se viniera entre ellos, manchándolo con su semen, antes de separarse, para tomar un lugar en esa cama, respirando hondo.

—Te amo tanto… no vuelvas a irte.

Lune estaba deslumbrado por la belleza de su príncipe, siempre lo había estado, pero ahora era mucho más hermoso todavía, comprendiendo que nada de ese mundo podría alejarlo de su amor de nuevo, acariciando las alas de su ángel, que ya eran grandes, tanto que median todo lo alto de su príncipe, plumas de ave, que de quererlo, podrían cortar como una navaja.

—Jamás mi señor… eso nunca pasara de nuevo.

Era gracioso, como el miedo era lo único que evitaba que Minos pudiera evolucionar como lo había hecho su hermano, que al contrario del mayor, sus cambios se alimentaban de su sufrimiento, de su dolor, uno necesario, supuso Lune, pero demasiado cruel, como Aiacos, que despertó, cuando pensó que se ahogaría, después, cuando lo alejaron de los brazos de su madre y al final, cuando supo que murió, que sus hermanos habían sido secuestrados, que no podría salvarlos.

—No es cosa de todas las vidas o eternidades, que un ángel como usted, acepte a un demonio como yo, en su lecho.

Minos se sorprendió al escuchar esas palabras, observando un espejo que estaba en la luna, en el mueble donde peinaba su cabello, notando que al fin, después de todo, por fin había madurado, y ocurrió en los brazos de su amor, de su Lune.

—Por fin ha pasado…

*****

Estaban listos para partir, para recuperar a su conejito, o eso era lo que el mentiroso de su hermano le decía, quien trataba de asegurarle que todo saldría bien, que no perdería a su amado, como si no lo hubiera perdido ya demasiadas veces, la primera de ellas, en las manos de su hermano menor, a quien debió dejar en las manos del senador, puesto, que prefería su piel morena a la suya, hacia un bonito contraste con sus sabanas, o eso había dicho, pero el, en su estupidez tomo su lugar, para proteger a su única familia, que a su vez, lo traiciono y aun, le era desconocido el cómo asesino a su amado, porque tal vez de verlo, de comprender cuanto había sufrido, en ese momento, ya le habría asesinado.

—Es hora de partir… no soporto más tiempo sin mi conejito…


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).