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Los demonios de la noche. por Seiken

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Radamanthys no entendía la razón detrás de aquellas palabras ni a donde se suponía que Kanon planeaba marcharse, pensando tal vez, que era su apariencia después de todo aquello que no era del agrado de su pintor. 
 
Shura le veía con una expresión fría, pero no tanto como la de Cid, y dando unos pasos en su dirección, rodeando los hombros de Radamanthys con uno de sus brazos, le miró de pies a cabeza con una mueca burlona. 
 
—Radamanthys me hablo mucho de ti, Kanon, decía que eras el hombre más inteligente de este mundo, pero no creo que seas tan inteligente, si planeas marcharte con el amor de mi amigo en tus manos. 
 
Kanon se veía demasiado sorprendido, al escucharle, sintiendo una mano en su hombro, esta vez era Saga, que le indicaba con un movimiento de la cabeza que se acercara a su musa, recordando sus pinturas, como estaban plagadas de su amado, antes de que siquiera supieran que los demonios existían. 
 
—No seas tonto Kanon, ve con él... 
 
Shura se hizo a un lado, empujando a Radamanthys para que se acercara a Kanon, que camino los pasos que le faltaban, rodeándolo con fuerza, pegandose a su cuerpo. 
 
—¿Me sigues amando? 
 
Esa pregunta, acaso no se había entregado a él en ese pequeña cabaña, no le había visto y le aceptaba a su lado sin importar nada más que su amor. 
 
—Claro que te sigo amando... Kanon, porque no lo haría. 
 
Kanon en realidad no lo sabía, pero no le interesaba comprenderlo, el amaba a su musa y una vida sin su afecto, era algo que no deseaba perder, de ninguna forma. 
 
—No quiero saberlo, pero si algún día dejas de amarme, no me lo digas y únicamente destruye mi cuerpo, yo no me opondre a ello. 
 
Shura les veía en silencio, con una sensación agridulce en su pecho, misma que compartía con Saga, que estaba feliz por ver seguro a Minos, pero sufriendo por dentro, al saber que no era correspondido, que nunca lo sería. 
 
—Eso nunca pasara... 
 
Fue la respuesta de Radamanthys, besando los labios de Kanon con delicadeza, como si se estuvieran jurando amor eterno.
 
Al tiempo que el sol se elevaba en el firmamento en todo su esplendor, calcinando a las criaturas que aún quedaban ilesas y a sus fragmentos, llevándose su oscuridad, como si únicamente fueran una terrible pesadilla. 
 
En ese momento se juraron amarse por siempre, estar a su lado hasta el fin de los días, amándose, respetándose, deseandose, por toda la eternidad.
 
No podían estar tan seguros pero intentarian amarse por el resto de sus vidas y eso había durado al menos doscientos años. 
 
Habían visto el mundo curarse de la muerte, florecer y expandirse, la información volverse parte de lo cotidiano, la tecnología y la humanidad convertirse en algo nuevo, menos temerosa, menos respetuosa de lo desconocido, olvidando la existencia de los seres que se movían en las sombras. 
 
Su amor no había desaparecido, como aquel que se procuraban el emperador del Inframundo y su emperatriz, el juez de las almas que siempre era acompañado de su fiel sirviente, con su látigo de fuego. 
 
Saga había comenzado a perdonarse, había salido a otras esferas de existencia y regresado, como un hombre nuevo, el gustaba de los reflectores, de la vida humana. 
 
Kanon seguía pintando, había hecho algunas historias, una película y sus ilustraciones, especialmente las de un demonio de ojos amarillos eran reconocidas en todo el mundo. 
 
La familia Walden había reconstruido su dominio, convirtiéndose en un emporio que poseía territorios en todo el mundo, fábricas y edificios que llegaban hasta el cielo, pero la cabeza de la familia, Radamanthys Walden, nunca era visto por el público, únicamente Shura, que era su segundo al mando, su voz ante los demás. 
 
En ese mundo tecnológico nacieron dos gemelos, cuyos padres como si estuvieran malditos por fuerzas del destino murieron, pero en vez de ir a un orfanato, a sufrir el dolor de quienes carecen de una familia que vean por ellos, fueron adoptados por la cabeza de la familia Walden. 
 
Quien les dió la mejor de las vidas, los mejores tutores, todo cuanto quisieran, encargándose de que nunca sufrieran ninguna clase de daño ni penuria. 
 
Defteros y Aspros eran sus nombres, el menor de piel morena, estaba enamorado de un joven ciego de cabello rubio, largo, el que le llegaba hasta las rodillas, Aspros, el menor, era un joven solitario, que intentaba sin saber porque, llegar a la cabeza Walden que se encargó de darles un futuro, una familia y un destino, pero no deseaba verlos. 
 
Su búsqueda había sido tan implacable que había visitado al propio pintor, que decían era amigo de los Walden, perdiéndose en la mirada amarilla de aquel cuadro, usando su inteligencia y sus permisos, los pases que le habían dado, para llegar a la oficina en donde se suponía que vivía la cabeza de la familia Walden. 
 
Estaba a punto de abrir la puerta, de ingresar a esa habitación que no estaba cerrada, con una persona sentada en lo más oscuro de aquel sitio, dando un paso en esa dirección. 
 
—Se te pidió como única condición que no hicieras esto, aún puedes honrar la ayuda que te han dado, ser como tú hermano, ser feliz, o puedes romper la promesa que le hicieron cuando niños de nunca buscarlo, prender la luz y enseñarle que no has cambiado. 
 
Aspros vio al hombre de cabello negro, que le veía en silencio, esperando su respuesta, que fue la esperada. 
 
—Gracias... gracias por todo... sin ti no sé qué hubiera pasado con nosotros. 
 
Después de eso dió la media vuelta con una sonrisa en el rostro, abandonando el edificio para nunca más volver, sin percatarse que una criatura de ojos amarillos le miraba a lo lejos, a su lado una silueta de color azul, con algunos tentáculos moviéndose a su alrededor admiraba aquella acción. 
 
—Eres muy bueno... 
 
Radamanthys no dijo nada, no se sentía como alguien bueno, únicamente como alguien que había hecho lo correcto. 
 
—¿Aun me quieres? 
 
Eso lo pregunto ahora el, esperando la respuesta de su pintor, que sin dudarlo un instante, beso sus labios, rodeando su cintura. 
 
—Planeo hacerlo toda la eternidad. 
 
Eso era suficiente para el, que rodeando el cuerpo de su pintor con sus alas, respondió a ese beso demandante. 
 
*****
 
El ser tan altos siempre había sido un gran problema para ellos, no encontraban ropa con facilidad, vehículos o asientos, pero los dos hermanos adoptivos que eran los orgullosos hijos de Shion de Aries y su esposo Dohko, sabían arreglárselas. 
 
Los dos hermanos estaban reparando su camioneta, una grande como ellos, que les servía para llegar a sus trabajos en la ciudad, Aldebaran era un médico veterinario, Harbinger un médico de humanos, pero los dos se dedicaban a sanar a los heridos. 
 
Pero no podrías adivinarlo, si los veías a los dos con camisetas y pantalones de mezclilla llenos de mugre, así como sus cuerpos.
 
Aldebaran estaba agachado enfrente del motor, al mismo tiempo que Harbinger, bebía una botella de refresco de cola sin azúcar, con una etiqueta de color plateado. 
 
Otros tendrían cerveza, pero ellos se conformaban con refresco, sus padres habían salido de viaje y regresarían en tres días, ellos tenían vacaciones, así que esperaban realizar los deberes que tenían pendientes. 
 
Al otro lado del jardín, había un camión de mudanza que llevaba todo el día ingresando muebles que parecían costosos, no fue sino hasta la tarde que un auto con vidrios opacos se estaciono enfrente de la casa, cuando ellos ya estaban comiendo pollo frito de una cubeta de color rojo con un viejo coronel como portada. 
 
Sus dedos sucios, llenos de grasa, sus estómagos llenos, viendo cómo bajaban lo que podrían ser dos hermanos, pues se parecían mucho, los dos vestidos de traje, con lentes oscuros, con una apariencia demasiado extraña, demasiado pálida. 
 
Uno de ellos tenía largo cabello morado, el otro cabello café, algo corto, dos sujetos que se quitaron los lentes al ver su nueva casa, que les observaron de reojo, con un asentimiento, para ingresar en la casa con gruesas cortinas negras. 
 
—Qué tipos tan raros...
 
Se quejo Harbinger, codeando a su hermano, que sintió un escalofrío al verlos, de hecho eran demasiado raros, pero no debían juzgar a quienes no conocían. 
 
—No seas descortés... 
 
*****
 
Afrodita por fin había dado con Camus, un Camus especialmente viejo, descarnado, como si fuera un cadáver, débil, engañoso, que le miraba con terror. 
 
Le había prometido a los dioses gemelos dar con el, con aquel que lastimo al esposo de Hypnos, el ángel que no había abandonado su lado, que le había ayudado a fortalecer a la jauría, haciéndola invencible. 
 
A sus espaldas estaba Angelo, su compañero, que fumaba con una sonrisa de medio lado, mirándole fijamente. 
 
—¿Qué haremos? 
 
Afrodita sabía exactamente qué hacer, enviarían a Camus como regalo de aniversario, festejo de su alianza, auspiciada por la realeza del Inframundo, que habían sido benefactores de su razas por tanto tiempo como habían existido. 
 
—Esperar por Hypnos y Milo, es de ellos el placer de matarlo. 
 
Afrodita era el que gobernaba a todos los clanes vampíricos, los dioses gemelos a los licántropos, Saga a todo lo demás, y el hijo de la bella Violate, era quien gobernaba el Inframundo, escuchando los consejos de su padre y sus tíos, que mantenían ese mundo de pie, seguro del peligro. 
 
*****
 
Milo al recibir la llamada de Afrodita, colgó su teléfono con una expresión que únicamente podía llamarse sádica, había esperado tanto tiempo por vengarse del príncipe de hielo, que al saber que dentro de poco estaría en sus manos, le hizo sonreir como nunca antes. 
 
—¡Lo tienen!
 
Casi grito de la emoción, volteando en la tina con agua que compartía con su compañero de vida, que simplemente le vio con esa expresión tranquila, con una sonrisa ligera. 
 
—Ya era hora... 
 
Para besar los labios de su ángel, que gimiendo en sus brazos, ya comenzaba a planear su venganza. 
 
*****
 
Manigoldo en ese momento fumaba como chimenea, sentado debajo del sol, con su compañero convertido en lobo, a su lado. 
 
Estaba desnudo, en una playa con arena suave, que ensuciaba el pelaje de su compañero, que después de hacerle el amor, decidió transformarse en un lobo, no le gustaba que su piel se quemará por el sol, no como a Manigoldo, que disfrutaba ese viaje de placer mucho más que cualquiera.
 
—Me gusta aquí..... deberíamos quedarnos para siempre. 
 
Thanatos como respuesta volvió a transformarse en un humano, que lanzándose sobre su esposo, lo sostuvo de ambas muñecas. 
 
—No me gusta la arena, pero hacerte el amor en la playa, es el mayor de los placeres. 
 
Esa declaración fue recibida con una risa, y un beso apasionado de Manigoldo, que gimiendo en sus brazos se dejó amar por su compañero. 
 
*****
 
Era casi las nueve de la noche, los dos toros, como eran apodados en ese pequeño pueblo con todas las comodidades del mundo moderno, veían la televisión de pantalla plana de su casa, cuando Harbinger recibió por su celular una noticia que decía, que habían encontrado unos cadáveres de unas prostitutas en uno de los callejones. 
 
—Mataron a dos personas, las dos chicas que atendi hace dos semanas... 
 
Las recordaba, porque nadie más quiso tenerles una mano, haciendo que se molestará demasiado, no era su culpa que tuvieran esa vida, pero no dijo nada, escuchando el timbre de su puerta. 
 
—¿Puedes ir a ver? 
 
Aldebaran levantó uno de sus dedos como respuesta, riendo de algo que le decían por su celular, un buen amigo suyo, escuchando los pasos cansados de Harbinger, que abría la puerta con desgano, para ver a los dos vecinos, que con ropa sencilla, esperaban al otro lado. 
 
—Hola, nos mudamos esta mañana al vecindario y parece que la luz no sirve bien, podemos usar su electricidad para cargar nuestros celulares. 
 
Aldebaran se levantó del sillón al escuchar eso, conocía mejor que nadie esas casas y a veces los fusibles se quemaban demasiado rápido. 
 
—Creo saber qué pasa, puedo darle un vistazo a su instalación, para que no tengan que pasar el primer día a oscuras. 
 
Pronunció, sosteniendo una caja de herramientas, no esperaba que tardará demasiado, el de cabello morado acompaño a Aldebaran a su sótano, el otro, después de pasar unos minutos en la puerta, espero que Harbinger lo dejara pasar, sin embargo, este tomo su chaqueta y siguió a su hermano, con un suspiro fastidiado.
 
—Estas casas son viejas, tal vez necesite ayuda... 
 
*****
 
Todas las historias tienen que terminar y está ha llegado a su fin, espero que les haya gustado tanto como a mí me gustó escribirla, muchas gracias a todos aquellos que me dejaron comentarios, hicieron que mi esfuerzo haya valido la pena. 
 
La siguiente historia será publicada hoy en la noche, en el horario acostumbrado, espero les guste.
 
También publicaré una pequeña historia siguiendo el presente de los toros, aunque me gustaría saber, que opinan, quieren que obtengan su victoria o no... 
 
Mil gracias, los quiero mucho. 
 

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