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Los demonios de la noche. por Seiken

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Algunos días después, Aspros comprendía muy bien la clase de riesgo que estaba tomando.

El y su fiel Defteros, que caminaba a sus espaldas, observando las paredes de rosales, algunos vigías apostados en torres de vigilancia con fuegos encendidos.

Los dejarían pasar, de lo contrario ya habrían sido atacados por todos los hijos del maestro, que comprendían muy bien, que fueron condenados a una muerte lenta.

Ese castillo era la morada del gran maestro, una construcción esplendorosa, jardines frondosos y arbustos de rosas, cientos de rosales del color de la sangre, que servían como un laberinto, una barrera, una protección, pues los únicos que podían resistir el veneno eran los de su clase, los vampiros.

Los escalones tallados en piedra negra reflejaban la luz de las linternas, tal vez eran trescientos o un poco más, con varios descansos, en los cuales el escudo del maestro estaba tallado.

Estatuas de figuras mitológicas le adornaban en pedestales, altos, con un relieve dorado, todas ellas con las fauces abiertas, a punto de atacar al que desprevenido les diera la espalda.

Las puertas de ébano se abrieron sin sonido alguno, ni fuerza física que las empujara, dándoles una silenciosa bienvenida.

Aspros tenía la fotografía robada en su abrigo, la llave de plata en su mano izquierda, usándolo como si le necesitará para caminar, avanzando con un paso lento, pero decidido, seguro de su fuerza recuperada, en su hermano menor, duplicada.

Observando el salón principal con sus interminables cortinas, el mármol y los candelabros, los cuadros del mismo hombre siglo tras siglo, con una expresión melancólica.

El gran maestro estaba sentado en su trono de hueso, mirándolos fijamente, con una expresión indescifrable, tal vez, tratando de comprender cómo aún seguían vivos o cómo se veían tan jóvenes, después de su castigo.

—Tienes mucho descaro al visitarme después de lo que tú y tu hermano provocaron, o tal vez se trata de un deseo de muerte, que con gusto cumpliré.

Aspros no se amedrentó, su hermano en cambio mostró sus colmillos, como si se tratase de un perro guardián o un felino muy grande.

El maestro entrecerró los ojos, sonriendo, el menor seguía siendo un salvaje y Aspros aún creía que podía controlar a todos los que le rodeaban, no habían aprendido nada.

—Ninguna de las dos, traigo un regalo para ti, uno de reconciliación, hasta podríamos decir de tregua.

Aspros no era un maestro, no tenía ningún clan, ni ejército alguno, era gracioso que hablara de tregua, cuando en realidad debería pedir su perdón.

—Traigo aquello que perdiste por permitirles libertad a los humanos, por dejarlos expandirse como la plaga que son, cuando debimos someterlos, no son más que ganado o animales exóticos para nuestra diversión.

El maestro era uno de los primeros vampiros, había visto a la humanidad florecer, matarse entre sí, e intentar matarlos a ellos y en algún punto, sus clanes, cada uno de sus hijos, gobernó a un puñado de humanos, muchas guerras se sucedieron en la búsqueda de su libertad.

Una que les concedió, esperando que no olvidaran quienes gobernaban, pero la historia había demostrado que, al darles la facultad para decidir su destino, ellos terminaron volteando la balanza y ahora eran ellos quienes debían esconderse.

—Querrás decir lo que perdí, por culpa de su descuido, lo que tú y tu hermano me arrebataron.

Aspros sopeso lo que le decían, fingiendo que pensaba lo que pronunciaba el maestro, pero lo negó, no fue culpa suya que lo matarán, fue la de su compañero por permitirles libertad a los humanos, cuando conocían quienes eran sus amos no se abrían atrevido a desafiarlos, ni siquiera las familias poderosas, entre los suyos, como la Walden, de donde nacieron los primeros cazadores, no por justicia, sino por su deseo de poseer más y de no pagar lo acordado.

—De no ser blando con los humanos, tu habrías mantenido a tu espada contigo, pero quisiste ser bondadoso y ahora quiénes tenemos que escondernos somos nosotros, cuando ellos deberían ofrecernos a sus hijos, su sangre, su vida, para no hacernos enojar.

El maestro negó eso, aquello fue lo que inició con los primeros problemas, con las casas superiores levantándose en armas.

Los Walden, los Oros y los Gemini habían sido los instigadores de las primeras revueltas, ellos habían alcanzado a tener poder entre los suyos, juntado armas durante generaciones, conocimiento, que les daba las herramientas para liberarse, pero no deseaban hacerlo por el momento.

Hasta que comenzaron los tributos de sangre, algunos de sus hermanos querían a que cada generación los humanos entregarán a uno de sus hijos, para engrosar sus filas, o para alimentarlos.

El maestro sabía que la guerra inicio en ese punto, la que duró siglos, tanto humanos como vampiros cayeron, lo que les costó la derrota fue la simpatía de los mellizos de la jauría para con los humanos.

El pacto de sangre forjado en secreto por los Walden con el señor del Inframundo, al que servían como si fuera un dios piadoso.

La magia corriendo en las venas de los Gemini, herederos de los últimos grandes profetas, cuya sangre proveniente del mar aún les daba poder.

Los Oros con la invención de la pólvora en el oriente, que usaron a su favor, con sus armas de fuego y sus minas de plata.

Tres familias que podían estar casi extintas, la Oros progresando con su industria, convirtiéndose en algo parecido a lo que ellos fueron pero con un solo heredero de sus antiguos dones, la Walden encerrada en su mansión, cuyos herederos no hacían más que pelear por su fortuna, por lo que había escuchado, y la Gemini, cuyos herederos ya no poseían nada, el mayor era un médico que buscaba la forma de recuperar la gloria familiar, el menor había muerto, un ataque de los suyos que no dejo nada más que sangre en su viejo barco.

Tres familias que ya no eran un problema, aunque como siempre Aspros tenía razón, la balanza se había inclinado en beneficio de la humanidad y lo mejor era permanecer en las sombras.

—Pero como no soy rencoroso, te traje una muestra de mi buena fe, a cambio de una tregua, que consiste en recuperar nuestro viejo puesto con todos sus beneficios y a los últimos Walden que quedan con vida como nuestros compañeros.

Aspros avanzo hasta llegar con el maestro, para que pudiera ver su fotografía, esperando que notará lo mismo que él.

—¿Aceptas?

El maestro sujeto la fotografía, acercándola a su rostro, para alejarla poco tiempo después, dos lágrimas de sangre recorriendo sus mejillas, asintiendo, aceptaba la tregua.

—¿Donde esta?

*****

Para ese momento Minos ya casi estaba recuperado, al menos, podía salir de su cama, vagar un poco en los pasillos del convento, alejándose de su habitación.

Aun deseaba el cetro que Aspros había robado, era su legítima herencia, al ser el hermano mayor.

Radamanthys practicaba en compañía de Shura todos los días, su amigo trataba de enseñarle técnicas de combate mucho más efectivas al enfrentarse a los vampiros, a entes como Aspros y Defteros.

Los nombres de sus pesadillas, él también esperaba encontrar una manera para defenderse, cualquier forma, pero aún estaba muy débil para realizar semejante trabajo físico.

Sin embargo, ya estaban en condiciones para emprender su siguiente viaje y lo realizarían en el interior de una carroza de guerra, con cuatro caballos infectados con vampirismo, enfermedad que los hacía más rápidos, mucho más fuertes, así como algo carnívoros.

—Debe ser difícil recuperarse de algo como eso.

Era el media sangre de cabello morado, quien le seguía muy de cerca, tal vez pensando que se trataba de uno de sus enemigos.

—No me recuperare hasta matar al que me hizo daño y evitar que lastimen a Radamanthys

Actuaba como un buen hermano, quería reparar el daño que había hecho, pero tal vez ya era tarde, fue él quien abrió la cripta de Defteros, era el que comenzó la cacería.

—Tienes que matar a dos vampiros poderosos para eso, Minos, y no creo que tengas la fuerza o las herramientas adecuadas.

No las tenía por el momento, pero la llave de plata le daría esas herramientas, su propia sangre la oportunidad de ver a esos gemelos y su odio la fuerza para matar a alguno de ellos.

—Tal vez no tenga la fuerza de momento, pero si el dinero para comprar las herramientas que necesite, ustedes son la viva prueba de eso.

Le explicó, dándole la espalda para caminar en dirección de su hermano, ayudándose con un bastón improvisado.

—Yo también deseo aprender eso.

Le informo a Shura, esperando que lo mandara de regreso a sus habitaciones, para que descansará unas horas más.

—Muy bien, Minos, primero quiero saber que puedes hacer.

*****

Saga se apresuro a llegar a la cabaña derruida en donde Aspros dijo que había una catacumba vampírica, un lugar de descanso para los inmortales, que usaban también como una prisión, en donde sabía se encontraba Kanon, su hermano menor, prisionero de Aspros.

La cabaña era utilizada por algunos humanos como un sitio para fumar opio, al que asistían creyendo que encontrarían el placer de la irrealidad, para ser devorados por su peor pesadilla.

Unicamente por eso le ayudo a esas criaturas a beber la sangre de Minos, a traer al segundo hermano, porque así podría salvar la vida del suyo, había sido un bastardo que se gano el infierno, pero cuando su único familiar estaba en peligro, no tuvo ninguna alternativa.

Saga nunca había visto semejante daño en un hombre, en cualquiera, el semen, la sangre, lo que le hacían era espantoso y, aun así, tenía que actuar como si no existiera, evitándole salir de la mansión, pero su larga estadía en el infierno cuando muriera estaba justificada si Kanon seguía con vida.

La cabaña estaba deshabitada, ni humanos, ni vampiros estaban presentes, la puerta abierta, pero ningún animal salvaje logro ingresar, o decidieron alejarse al oler la oscuridad en sus cimientos, angustiado, ansioso por ver a su hermano menor, del que nunca se había responsabilizado, al que siempre le había dado la espalda.

El interior de aquella mole de madera estaba tapizado de sangre, restos de lo que fueran personas, nauseabundos, regados por las paredes y el suelo casi lograron que devolviera el estómago, huesos ensangrentados, carcomidos por gusanos, moscas revoloteando, allí nada podría sobrevivir.

Manchas de negras cenizas cubrían algunas partes de los tablones de madera y Saga, caminando con lentitud, fue ingresando en ese lugar, un paso y después otro, tratando de mantener su cordura.

—¿Kanon?

Ese vampiro anciano le había dicho que no lastimaría a su hermano, se lo prometió, pero al llegar a su celda lo único que pudo ver fue sangre, los restos de un cadáver putrefacto, encadenado a la pared.

—No... no puede ser...

Su hermano había muerto, muchos meses atrás, debajo de alguna de las peores torturas, si la sangre, toda esa sangre, era una prueba de su sufrimiento, Saga comenzó a negar lo que veía con un movimiento de su cabeza, llevando sus manos a esta.

Por eso había condenado a los hermanos, para que el suyo sobreviviera, pero lo mataron, lo destruyeron antes de que pudiera hacer algo para salvarlo, haciendo que sus atroces actos no tuvieran motivo, él había condenado a esos jóvenes, los había entregado a las fauces de las bestias que buscaban saciar su sed con su sangre.

—¡Fui un maldito estúpido! ¡Un cobarde!

Entonces vomito, regresando todo el contenido de su estómago, bilis, manchando el suelo ensangrentado, corriendo entonces hacia la salida, buscando un riachuelo que no estaba muy lejos, debía lavar su boca, pero aun así no dejaría de sentir asco por si mismo.

Observando la maleta que trajo, la que aun cargaba como si fuera un recordatorio de su estupidez, la que repleta del pago del vampiro, suficiente dinero para que él y su hermano pudieran comenzar de nuevo en alguna parte alejada de aquella endiablada tierra, la lanzo al suelo, vomitando de nuevo.

Ese oro era lo que valía la vida de tres personas, su hermano gemelo, Kanon, y esos dos nobles, el juez Minos que había soportado una tortura que volvía loco a cualquiera y su propio hermano menor.

—¡Kanon!

Grito, cayendo entonces de cuclillas, maldiciéndose en silencio, odiándose, creyendo que se trataba del peor de los monstruos, porque ya era tarde, esos muchachos ya deberían haber muerto, como su hermano menor, en las manos de aquellas horribles cosas.

—¡Que hice Kanon!

*****

Algunos días después, Hypnos regresaba de su pequeña escapatoria, vistiendo su piel de lobo, ignorando que Thanatos vestía la humana, sin prestarle atención siquiera, leyendo una carta de sus espías en el sur, que un lobo muy joven había traído unas cuantas horas antes.

Manigoldo por su parte sonrió, soltando una larga bocanada de humo, del cigarrillo que tenía en sus labios, observándole con diversión, como si el condenado fuego demoniaco comprendiera que había hecho esos últimos días.

—¿Te gustaron tus vacaciones?

Le pregunto con algo de burla, logrando que gruñera por lo bajo, su hermano y su compañero podían reconocer un aroma que señalaba en donde había estado, uno que asociaban con los humanos, mas otro más, uno dulce, muy agradable para una criatura de la noche.

—No te conviene molestarme, cangrejo.

Respondió, llamándolo por un apodo que ya poseía mucho antes de ser uno de ellos, cuyo significado no conocían, ni tampoco quiso explicárselos, Manigoldo aun guardaba sus secretos.

—Ese muchacho es un tipo agradable, muy guapo y algo rudo, yo creo que le vendría bien a la jauría y a ti, a ver si se te quita ese humor tan feo que tienes.


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