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Los demonios de la noche. por Seiken

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Aspros esperaba noticias de su hermano removiendo una copa de sangre, fría y algo repugnante para su paladar, la que no se comparaba en lo absoluto con la cálida de su conejito

Dos de los sirvientes habían tenido un desafortunado accidente, el que sería recompensado con algo de dinero y olvidado, como generalmente ocurría en el pasado.

Los dos jóvenes, algo hermosos, uno de ellos había sido desangrado, el otro era un cadáver momificado, regresándole algo de su fuerza.

Aspros había buscado sirvientes con poca ética, dispuestos a realizar cualquier clase de tarea, dos de ellos se llevaban los cadáveres con demasiado desgano, tal vez, comprendiendo que sería una imagen común en ese castillo hasta recuperar a los hermanos.

Aspros pensaba que se trataba de una época bochornosa, porque en el pasado, no habría tenido que recompensar esas pérdidas, podría tomar la sangre o la energía que deseara, aún de las grandes familias que se creían libres.

Lo que llamaban impuestos de sangre no era más que su derecho de recolectar sus pertenencias, porque a un granjero no se le culpaba por matar unas gallinas, o una vaca, ni por talar un árbol, así con ellos, podían tomar lo que desearan del vulgo, pero de las grandes familias por misericordia del maestro, únicamente tenían que dar uno de sus hijos cada generación.

Los Oros trataban de ocultar sus nacimientos, pero siempre terminaban por entregar al mayor, que sumiso aceptaba su destino, los Gemini les otorgaban la vida del segundo de sus gemelos, que generalmente trataba de pelear por su vida o era transformado en uno de los suyos debido a su intelecto, los Walden le enviaban a uno de sus muchos hijos, generalmente al menor, sin presentar ninguna clase de queja o pelea por su vida.

Eso siempre intrigo a Aspros, que bien recordaba la lucha por la vida, la necesidad de ser libre y el deseo de los padres de proteger a su familia, deseos inexistentes con los Walden.

Habían sido gladiadores, habían sido esclavos, peleando por su vida y visto como las madres a pesar de su situación, trataban de mantener a sus hijos con ellas, pelear por su descendencia, los padres intentando esconder a sus retoños con tal de que no salieran a la arena, cuando no los habían vendido.

Así que en vez de esperar como era su costumbre por la cosecha de los Walden, decidió visitar a esa familia, el en persona elegiría al hijo que deseaba, encontrándose en el patio a unos niños casi de la misma edad jugando en la inmensidad de los jardines de ese arremedo de castillo.

Uno de ellos choco en contra suya de tan rápido que corría, llevaba una espada de madera en su mano, pero lo que llamo su atención fue el color de sus ojos que combinaban con su cabello, ese niño tenía algo diferente en su sangre, pudo sentirlo apenas lo vio.

El niño no lloro y se levantó como pudo, al mismo tiempo que el observaba cada uno de sus movimientos, encantado con él.

Los otros niños corrieron a esconderse, uno de cabello blanco y otro de cabello negro, pero compartían la misma sangre.

Eran hermanos, no le cabía duda alguna de ello y antes de que la nodriza pudiera alejarlo, llevarse a ese pequeño de su lado, decidió cargarlo, llevando su cabeza a su regazo, el niño estaba asustado, lo sabía, lo había reconocido como una criatura de la noche, pero no intento soltarse, ni tampoco lloro.

—¿Como te llamas conejito?

Suponía que el niño ya tenía edad suficiente para responder a su pregunta, tendría unos cinco años, supuso, acercando su nariz a su mollera, aspirando la mata de cabello rubio, sintiendo como sus instintos depredadores deseaban morderlo, pero no lo hizo, él prefería la sangre de un hombre joven, no de un niño, estos apenas podían servirle como un bocadillo.

—Radamanthys...

Aspros sonrió, recordaría ese nombre se dijo, caminando en dirección del castillo con el niño aún entre sus brazos, esperando que sus padres pudieran verlos, era hora de seleccionar su tributo.

—Supongo que te tratas de un Walden, por ese bonito collar en tu cuello.

El niño asintió en silencio, sosteniéndose de su ropa, escuchando un gemido de su madre que intento separarlo de sus brazos, pero su padre la detuvo, tragando un poco de saliva, comprendiendo quien era el que sostenía a su hijo.

—Los últimos tributos me han dejado con hambre, su sangre no era tan exquisita como lo prometieron y aunque no peleó por su vida, no encontré nada de especial con ellos, en realidad, puedo asegurar que en su sangre había trazas de alcohol, algunas enfermedades, hasta opio, algo muy raro en uno de sus herederos, a los que deben mantener puros, como lo harían con un barril de vino.

La mujer lloraba e intento mantenerse en ese cuarto, pero fue forzada a dejarlos solos, su padre sin dejar de mirarlos, sumamente preocupado, no era cualquier cosa, un depredador cargaba a uno de sus hijos.

Sentándose en uno de los sillones individuales, con respaldo ancho, con el pequeño sentado en su regazo, cuyo cabello acariciaba de vez en cuando.

—Tal vez estaría más cómodo si Radamanthys no estuviera sentado en su regazo, es un niño muy inquieto y puede llegar a molestarlo.

Aspros comenzó a reírse, al ver que aún seguían tratando de alejarlo de su conejito, mirando de reojo al pequeño en sus piernas, que apenas se movía, besando su mejilla, alborotando su cabello, como si se tratase de una mascota.

—Mi conejito se ve que se trata de un niño muy bien portado, no ha llorado para nada, y quiero que sea mi tributo, cuando sea mayor.

Su padre negó eso, cuando llegara el momento mandarían a un ladrón o un asesino, con la promesa de ser inmortal y la riqueza para los familiares que tuviera, para que guardaran silencio.

—Tenemos listo quien será su tributo y si se lleva a Radamanthys, mi esposa no lo soportaría, por favor, acepte aquel que hemos seleccionado para usted.

Volvió a reírse, con el niño aún en su regazo, una risa que dejaba ver sus dientes, así como la desesperación de su padre, que esperaba que cambiará de opinión.

—Ya saben cuáles son las condiciones, quiero que sea un muchacho saludable, a diferencia de los otros que han mandado, y, además, agregaré una nueva, espero que mi conejito sea inmaculado, de lo contrario vendré por los otros dos, yo y mi hermano.

El rostro de su padre había sido todo un poema, entre furia, miedo y desesperación, la clase de expresión que esperaba ver en esa familia de aristócratas desde mucho tiempo atrás.

—Vendré en unos quince años por mi conejito, será mejor que estén preparados.

Le informo, por fin dejando ir al pequeño, que se alejó corriendo hacia los brazos de su padre, que le rodeó con fuerza, tal vez tratando de idear una forma de salvar a su retoño.

—Si, señor Aspros, estaremos preparados.

Lo amenazaba, pero le daba igual, esa dulce sangre sería suya, no había nada que pudieran hacer, riendo en voz alta, casi carcajeándose, escuchando de pronto el llanto de la criatura, que apenas reaccionaba al terror de su progenitor.

Ese conejito había sido precioso, bonito, dulce y tan apetecible, que por pura fuerza de voluntad no lo devoró en ese castillo, seguro que, en algunos años, su exquisita sangre sólo tendría un mejor sabor.

Aspros lanzó la sangre al fuego, recordando que fue paciente, durante el paso de los años no fue a buscarle, esperando que cumplieran su promesa.

No obstante, no pudo visitarle en su mansión, justo cuando estaba a punto de caducar el tiempo acordado, las rebeliones estallaron, los humanos, guiados por las grandes familias, los licántropos y algunos vampiros, decidieron darle fin al reinado del maestro.

Las casualidades ocurrían y el compañero de su maestro murió en la guerra, el traicionero gusano decidió defender a la humanidad, encabezando lo que podría ser el ejército de los media sangre, así como los no humanos.

Aunque, de todas formas, ellos no iban a ganar, carecían de la vitalidad o la fuerza para eso y él pudo ver de nuevo a su conejito, en el campo de batalla, vistiendo una armadura, montando a caballo.

Tuvo que capturarlo, a ese hermoso guerrero, a su conejito que había crecido, y lo llevo a sus aposentos, sin importarle el resultado de aquella batalla.

Su conejito lo reconoció, encadenado a una pared, sus brazos detrás de su espalda, completamente inmóvil, a su completa disposición, con un pañuelo en su boca, para que no gritara o lo maldijera, sin embargo, su forma de mirarle era una de odio puro.

—Nunca nos han entregado a uno de sus hijos, y cuando pedimos una única vida, una muestra de su agradecimiento, ustedes se levantan en contra nuestra.

El joven vestido únicamente con unos pantalones oscuros, no respondió a sus palabras, ni le mostró su miedo cuando Aspros recorrió su mejilla, hincándose delante suyo, para aspirar su dulce aroma, seguro que aún seguía allí.

Encontrándolo casi enmascarado con el de la tierra, el metal y la sangre de sus hermanos, alejándose relamiéndose los labios, dejando que sus colmillos fueran visibles.

—Bienvenido a casa, mi dulce mascota, pero antes debo mandar a darte un baño, me gusta mucho más cuando están limpios, no sudorosos y llenos de mugre.

Radamanthys entonces lo maldijo, supuso, quitándole la mordaza para poder escuchar lo que fuera que tenía que decirle.

—¡Si vas a matarme hazlo de una vez, y déjate de tus juegos!

Aspros comenzó a reírse, sus juegos no terminarían nunca, y tal vez hubiera sido mejor que se lo hubiera llevado consigo, para enseñarle a obedecerlo.

—No temas, tú eres mi dulce conejito, estás a salvó conmigo.

Radamanthys le escupió cuando intento acercarse a él, sus dientes apretados, listo para morir, no para vivir como un esclavo.

—Los conejitos son alimento y para eso me has traído aquí.

Aspros negó eso, sosteniéndolo del cabello, como si fuera a hincar sus dientes en su yugular, deteniéndose de pronto, acercando sus labios a su oído.

—Pero también son mascotas, y a mí me gusta mucho jugar con mi comida, retozar con ellos en mi lecho, si son de mi agrado, por mucho, mucho tiempo.

Susurro, complacido al ver su respuesta, para alejarse de nuevo escuchando su sorpresa, esperando que como se los ordenará, su mascota fuera inmaculada, siempre era mucho mejor cuando él era quien les enseñaba sus modales de cama.

—Bañen y vistan a mí conejito de forma adecuada, después, encadénenlo a mi cama, yo regresare al anochecer.

Radamanthys negó eso, estaba listo para morir, no para ser una mascota, pensó, escuchando los pasos de vampiros enmascarados, viéndole partir, pensando que al menos, muchos rumores decían que estas criaturas eran impotentes, solo estaba tratando de asustarlo, sin embargo, cuando bebían sangre o se alimentaban de energía suficientes, eran idénticos a cualquier ser vivo.

Aspros recordaba esos momentos con demasiado placer, los que habían regresado a su memoria después de reconocer al joven Walden como su conejito, un muchacho asustado, pero valiente.

Demasiado inocente al quedarse dormido en el carruaje, en donde pudo morderlo, absorber su energía, y poco después cuando quiso darle su carta, temeroso de Saga, pero confiando en el que pensaba era su abuelo, pudo besarle, probar su sangre y su cuerpo.

Aspros aún seguía viéndose como un anciano, pero cuando era joven era toda una belleza, que su primer conejito pudo disfrutar.

Lo recordaba bien, encadenado a su lecho, sangrando de las muñecas después de horas de intentar soltarse, su miedo y su desesperación, seguro que no podría yacer con él, tal vez, desflorarlo, porque los aldeanos decían que los no muertos, carecían de cualquier clase de libido, pero era una mentira, su semilla no concebía vida en el cuerpo de una mujer, pero igual podían poseer a cualquier pareja que desearan.

—Ese aroma...

Susurro, gimiendo, sus dientes afilados sobresaliendo de su boca, sus ojos inyectados de sangre, ansioso por beberla, logrando que su conejito tirara con más fuerza, tratando de soltarse.

—Es mucho más delicioso aún que el que poseías cuando eras tan solo un niño...

Le informo, avanzando en su dirección, al mismo tiempo que su conejito se alejaba de él, tratando de mantener su distancia comprendiendo que las cadenas no podían romperse, ataviado de una forma que resaltaba su belleza.

—¡Termina con esto de una buena vez!

Volvió a ordenarle, pero él prefería jugar con su comida, y eso haría, durante cada día de lo que restaba de su vida, comiéndoselo de a poco, a veces en la cama, otras bebiendo su sangre, otras más, juntando sus dos placeres.

Aspros le recordaba con cariño, la clase de afecto que uno de los suyos podía sentir por su mascota, la que trataba de escapar a cada oportunidad y aun trataba de enfrentársele, liberarse de sus manos, pero nunca lo permitiría.

Radamanthys era especial, después de varios años bajo su cuidado, aún seguía firme en su búsqueda por libertad, lo supo al ver su expresión cuando mando a pintar su retrato, buscaba la forma de escapar.

—Serás mi compañero.

Le informo, sentado en un sillón, admirando su cuadro, que estaba a punto de ser finalizado, observando una expresión del más puro terror, tal vez creía que tarde o temprano se aburriría de él o lo dejaría marcharse cuando envejeciera.

—Este es un regalo de conmemoración, para que podamos recordar esa época en la cual, pensabas que aún podías escapar de mí.

Su conejito, no dijo nada, su mirada fija en el suelo, esperando el momento preciso en que dejara de mirarle, eso fue cuando por fin su cuadro estaba terminado y se levantó para verle, admirar hasta el último detalle, asegurarse que plasmaba la belleza de su Radamanthys.

Oyendo de pronto sus pasos, escuchándolo correr hacia el balcón, estaban en el último piso, en la torre más alta y debajo de ellos, había una zona de lanzas, con cuerpos empalados.

—¡No!

Grito, al ver que no trataba de escapar, sino de saltar a las lanzas de los empalados, cayendo con una sonrisa en sus labios cuando no pudo alcanzarlo, que no se borró ni siquiera cuando su cuerpo fue ensartado en las lanzas, su sangre derramándose en el suelo, mezclándose con aquellos charcos formados por los de sus enemigos.

—Radamanthys...

Pronunció, acercándose a la chimenea, escuchando los pasos de su hermano, que después de varios días, al fin regresaba a su mansión, sus heridas habían sanado, su mueca una de felicidad.

—Se dirigen al bastión, tratan de mantenerlos alejados hasta que maduren.

Aspros sonrió, eso pasaría en tres años con su conejito, con el de su hermano en dos, si es que ocurría del todo, tenían suficiente tiempo para atraparlos, además, había dos o tres conventos en el trayecto al bastión, podían interceptarlos en cualquiera de aquellos lugares, adelantarse para esperarlos.

—¿Minos te obedece?

Defteros asintió, su hermosa avecilla plateada le obedecía, su vínculo estaba firme y pronto le daría su último beso.

—Si, es tan dócil como debe serlo.

El suyo tarde o temprano lo sería, cuando regresara a su juventud, recuperara su belleza y su virilidad.

—Debemos ponernos en marcha.

 


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