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Los demonios de la noche. por Seiken

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La poca luz que entraba por la ventana le hacía ver qué era de madrugada, había pasado mucho tiempo inconsciente supuso, llevando su mano a su cuello cubierto de verdugones

-He estado pensando en que hacer contigo, pensé por un momento en encadenarte a mi cama, pero serías capaz de arrancarte la mano o el pie, con tal de huir de mí, conejito.

Aspros estaba de pie, sus manos detrás de su espalda, con una expresión sería, casi distante, si no fuera por el frío enojo que podía ver reflejado en sus ojos, que brillaban en la oscuridad sin necesidad de alguna lámpara de aceite o vela.

-Y tu bien sabes que esto es culpa tuya, por desobedecer a tu amo, lo que no sabes es que Minos también pagará por tu culpa, el será reprendido por mi hermano, cuando podría tener una vida fácil a su lado.

Aspros comenzó a desvestirse, lentamente, esperando que Radamanthys comprendiera que seguiría a continuación.

—Tú lo arrastras a esto, pequeño cuerno, tú hiciste que le hicieran daño, que mi hermano lo castigue.

Su camisa cayó al suelo, al mismo tiempo que Radamanthys comenzaba a desesperarse, levantándose de la cama, deteniéndose junto a él.

—¿Donde esta? ¿Que más le han hecho?

Aspros recorrió su mejilla, comprendiendo cuanto le dolía a Radamanthys el sufrimiento de su hermano mayo, era un buen hermano, lo sabía, esa sería su cadena.

—A las aves cuando no quieres encerrarlas en jaulas, tienes que cortar sus alas, solo así dejan de volar.

Radamanthys negó eso, imaginándose lo peor, a ese demonio dañando de tal forma a su hermano mayor que no podría levantarse, ni moverse de nuevo, sin poder creerlo, la crueldad de estos demonios.

—¡No es verdad!

Pronunció retrocediendo varios pasos, para inmediatamente después correr en dirección del cuarto donde tenían a Minos, apenas con la camisa medio abierta cubriendo su cuerpo.

—¡Sólo estás mintiendo!

Aspros lo dejo ir, que viera el castigo de su hermano, que comprendiera que eso lo provocó él, al llevárselo consigo.

—¡Minos!

Hasta ese momento su conejito se comportaba como una criatura imperturbable, ajena al dolor o el miedo, pero allí estaba, corriendo medio desnudo para verificar que le mintiera, pero no lo hacía, Minos recibiría su castigo, y vería el de su hermano.

—¡Minos!

Grito de nuevo, deteniéndose de pronto, al verle colgando de los postes de la cama, amarrado de las muñecas, con una cadena más en su tobillo.

—¿Que le han hecho?

Estaba inconsciente, cubierto de líneas largas, latigazos, estaba tan cansado, tan débil, apenas podía moverse y lo habían castigado con saña.

—¿Que le has hecho tú?

Le respondió Aspros, observando como lo desataba con cuidado, para rodearle con sus brazos, preguntándose porque le hacían tanto daño, porque herirlo así.

—Tú le provocaste todo esto.

Radamanthys estaba de rodillas con Minos en sus brazos, su espalda ensangrentada llenándolo de culpa, creyendo que era verdad, él había provocado todo eso, al escapar, al huir y contratar a esos mercenarios.

—Defteros no soporta que me lastimen, aunque deseaba mimar a su ave, le había preparado una ducha y un banquete, tú llegaste para arrastrarlo contigo en tu estúpido plan de escape.

Radamanthys no volteo a verle, pero sabía que le estaba afectando, al escuchar un ligero sollozó, ver un temblor casi imperceptible.

—Te imaginarás lo que le hará si tú llegarás a matarte, eso no lo perdonara y Minos será quien lo pague, mientras tú serás libre, como en esta ocasión que le has provocado este daño.

Aspros esperaba que comprendiera que hablaba en serio, si su hermano se quedaba solo no lo soportaría, el dolor sería demasiado y Defteros no estaría contento, no le gustaba verle triste, después de todo comprendía todo lo que había sufrido por mantenerle a salvó.

—Eres el mayor... debes poder hacer algo para evitar que Defteros siga lastimando a mi hermano, yo... yo te lo agradeceré por mucho tiempo... sabré pagar tu bondad... tú piedad.

Aquello último se lo dijo mirándole de reojo, con lo más cercano que había a la sumisión que había visto en su conejito hasta entonces.

—Puedo hacerlo conejito, pero solamente si yo pudiera estar realmente feliz contigo, tan contento que mi hermano sepa que ya te comportas como es debido, así volvería a mimar a su avecilla, lo comprendes.

Radamanthys asintió, no podía irse, no podía quejarse, tendría que actuar como si realmente amara estar al lado de Aspros, tal vez así, su hermano mayor estaría seguro, al menos, no perdería la razón después de todos esos castigos.

—Además, a donde creías que ibas a llegar con eso, el pueblo está habitado por más de mi clase, de todas formas, los habrían detenido.

Le aseguró con una mirada divertida, esperando escuchar que tenía que decirle, pero guardo silencio, su vista fija en Defteros, que sonreía, recargado en la pared, esperando el momento en que se rindieran a su hermano, como debió hacerlo mucho tiempo atrás.

—Si tú eres amable con mi hermano, yo lo seré con el tuyo, conejito.

Defteros apartó a Minos de sus brazos, cargándolo con demasiada gentileza después de hacerle todo ese daño y Radamanthys tuvo que frenarse de ordenarle que lo dejará libre.

—Todo depende de ti, ahora.

Aspros entonces le ofreció su mano, la cual acepto sin decir nada, siguiéndolo en silencio, escuchando las puertas cerrarse como clavos de un ataúd, avanzando todo el trayecto en silencio, la camisa colgando alrededor de su hombro, apenas cubriendo sus piernas largas.

Ingresando en su habitación, sobresaltándose un poco al escuchar las últimas puertas cerrándose, recordándole el sonido de la lápida de una tumba.

Viéndose en un espejo, semidesnudo, con una camisa cubriendo parte de su piel, sin ninguna marca hasta el momento, escuchando los pasos del vampiro, al que no podía ver, sin embargo, sentía rodear su cintura con una imitación del afecto que, en algunos años, tal vez creería que era genuino.

—Ahora... conejito, tomaré tu pureza.

No era virgen, pero si Aspros se daba cuenta de eso, su hermano lo pagaría, por su deseo de buscar compañía y permitirle a ese extraño poseerle, pero no había forma en que no se diera cuenta de eso, ese vampiro lo sabría de una forma u otra, y eso le haría enfurecer, mucho más que saber que no se guardó para él, aunque no era justo, no sabía que tenía que esperarlo, lo que podía hacerle enojar era el hecho de que le mintiera supuso, que pensara que podía lograrlo sin recibir un castigo por ello.

—Pero seré gentil, te prometo que verás estrellas.

Habían hecho tanto en esos pocos días, que, si era descubierto, si comprendía que intento engañarlo, su castigo sería ejemplar y no podía dejar que Minos sufriera de nuevo por culpa de sus errores, por permitirle a ese extraño tenerlo, cuyo nombre ni siquiera recordaba.

—No.... no soy puro, hace años que he dejado de ser virgen...

Le explicó en el momento en que Aspros abrió su camisa, descubriendo su cuerpo desnudo, su pecho, con una cicatriz en el centro de sus pectorales, donde su padre le había disparado, escuchando su temor.

—Eres un muchacho saludable, estoy seguro de que una linda jovencita debió llamar tu atención...

Radamanthys negó eso, no era una jovencita, era un hombre maduro, mayor que él por muchos años, al que le había permitido poseerle de todas las formas posibles y estaba seguro de que no podría fingir ser un inocente, porque no lo era.

—No era una muchacha...fue alguien, un... un pintor en mi viejo pueblo...

Susurro, sintiendo las manos de Aspros en sus caderas, recordando quien era el único pintor en ese pueblo, Kanon Gemini, el bastardo que había dejado a morir en ese calabozo, otro de los descendientes de los traidores, cuyo nombre utilizo mucho tiempo, pero si lo que decía su conejito era cierto, porque no parecía recordar su nombre.

—¿Un hombre dices?

Pregunto enojado, seguro de que su conejito solo le estaba mintiendo, tal vez creía que dejaría de tocarle si le decía que ya no era virgen, que no era inocente ni puro, pero lo era, los dos lo eran, porque pensaban que podían escapar de su amor, huir de su afecto.

—¡No sabía que existías!

Al voltear para ver su expresión, Radamanthys retrocedió unos cuantos pasos, asustado, temeroso del vampiro, pero mucho mas de lo que podían hacerle a su hermano, cuya espalda estaba marcada de latigazos, que apenas podía moverse, porque les había prometido a esas criaturas, que sería amable con Aspros, le complacería, no ser virgen podía ser suficiente para que Minos volviera a ser castigado.

—¡No sabía que tenía que mantenerme puro para ti!

Pronuncio de pronto, enfureciendo al vampiro con aquella actitud, por temerle cuando hasta el momento había sido mucho mas amable que cualquier otro, su padre había intentado asesinarlo, sus mercenarios los traicionaron, todo ese pueblo deseaba asesinarlo, quemarlo en una hoguera, y, aun así, a quien le temía era a él, que solo trataba de protegerle.

—¡No castiguen a Minos por algo que yo hice a sus espaldas, él no lo sabe, no es su culpa!

Lo que el había hecho a sus espaldas, oculto en la oscuridad, con un Gemini, traicionándolo dos veces, al temerle y al tener relaciones sexuales con uno de sus enemigos, que estaba seguro había muerto, pero su conejito no entendía que no podía escapar, sin importar lo que dijera no podría marcharse, que importaba que ya no fuera virgen, porque pudo no ser su primer amante, pero sería su único dueño.

—¡No eres más que una zorra!

Pero si su conejito deseaba que le castigara a él, eso haría, pero no por las razones que el pensaba, sino por tratar de alejarlo de su cuerpo con una excusa tan inútil, por intentar rechazarlo, cuando era su mascota, era su futuro compañero eterno, que actuaba como si se tratase del peor de los monstruos y si eso pensaba de él, entonces, eso sería.

—¡Una ramera!

Pronuncio entonces, golpeando su mejilla con el dorso de su mano, de nuevo, marcando mas verdugones en su rostro, tirándolo al suelo, sintiendo algo de placer al verle de rodillas, suplicante y sumiso, temeroso de su furia, de hacerle enojar.

—¡Minos no tiene la culpa!

Respondió Radamanthys, en el mismo sitio, podía soportar los golpes o los castigos, pero Minos ya no, de seguir así lo matarían mucho antes de intentar su resurrección en las sombras, era mejor que Aspros se desquitara con el que con su hermano.

—¡Ya no le hagan daño!

Le suplico, esperando un nuevo castigo, que no vino, en vez de eso lo sostuvo del cuello, levantándolo sin esfuerzo alguno, para lanzarlo a su cama, en donde cayo con una postura algo incomoda, perdiendo de momento su aliento.

—Pero conejito, no puedo castigar a Minos por esto, cómo tampoco tengo que ser paciente contigo, ya que no eres virgen y comprendes bien como satisfacer a un hombre.

Le informo, acercándose a su cama, deteniéndose a unos cuantos centímetros de ella, esperando su respuesta, la que vino con una mirada sorprendida, su conejito comprendía como complacer a un hombre, seguramente podría complacerlo a él, sin que tuviera que enseñarle.

—Pero, si no me complaces como sé que lo hiciste con ese bastardo, Minos lo pagara muy caro y empezarás por decirme el nombre de ese pintor.

Radamanthys apretó los dientes, desviando su mirada, no sabía quien era, no le pregunto su nombre porque el querría saber el suyo y lo que estaba haciendo era demasiado arriesgado, un acto que Minos hubiera condenado, de saberlo, pero lo oculto bien hasta ese momento.

—No lo sé, no sé cómo se llama.

Fue su respuesta, mucho más tranquilo al saber que Minos no estaba en peligro, gateando en dirección de Aspros, diciéndose que podía hacerlo, ese vampiro deseaba que le diera placer, podía dárselo, lo único que tenía que hacer era imaginarse en otro sitio y a su amante con otra apariencia, tal vez, con cabello rubio.

—Era un don nadie, era el único pintor de ese pueblo, no le pregunté su nombré, nunca me importo hacerlo.

Era verdad, no le pregunto su nombre y cuando regreso a verle, esperando disfrutar de otra noche en sus brazos, el ya no estaba presente, su casa estaba abandonada, las puertas cerradas, las ventanas tapiadas, ni una luz, ni un sonido proveniente de aquella casa derruida, descuidada, el pintor se había marchado.

—De todas formas, no importa, ya no queda nadie vivo en ese pueblo inmundo.

Fue la respuesta de Aspros, al verle bajar de la cama, hincándose frente a el con una actitud decidida, llevando sus manos a sus caderas, como si quisiera sostenerse de ellas, pero en vez de eso, abrió su cinturón, no era un muchacho asustadizo, el único que le preocupaba era Minos, por el único que parecía sentir afecto.

—Recuerda tu promesa, seré tan bueno contigo, como Defteros lo sea con mi hermano, y si el esta a salvo, aceptare tu protección, beberé tu sangre cuando llegue el momento y te daré la mía, sin quejarme, pero...

Su conejito se atrevía a realizar tratos con él, a probar su buena fe, ponerle condiciones para sus placeres y en vez de molestarse, tenía que admitir, que le agradaba mucho más que aquel asustado de su persona, porque si Radamanthys era un hombre de palabra, se entregaría a él de formas que no pensó posibles hasta ese momento, a cambio de la seguridad del hermano mayor.

—Si no lo veo mejorado, a la hora en que comamos juntos, porque deseo comer con mi hermano el tiempo que aun nos mantengamos con vida, nuestro trato se termino y hare que nuestros encuentros sean lo menos placenteros posibles para ti, no beberé tu sangre, y si llegas a convertirme en uno de los tuyos, me daré un baño de sol, que tal vez me convierta en cenizas.

Radamanthys estaba dispuesto a convertirse en la zorra de Aspros, en su ramera, si a cambio su hermano estaba a salvo, comprendía bien que no podía pedirle que no lo tocaran, de la forma en que este vampiro haría con él, pero si exigir que no lo lastimaran, que le dejaran descansar y lo alimentaran, lo trataran como un ave, pero una valiosa, de plumaje precioso, única en su tipo.

—Hablas demasiado conejito, cuando deberías usar esa boca tuya, para otras tareas mucho más placenteras todavía.

 


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