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Los demonios de la noche. por Seiken

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El encapuchado llevo a Shura a través de una serie de túneles hasta un lugar que pensaba era seguro, en donde había más personas que habían logrado proteger de los vampiros.

Uno de ellos tenía cabello verde, era un anciano de Lemuria, el otro un oriental de cabello café y el último, un joven hindú que decían cumpliría sesenta años en unos meses, pero se veía como un joven de veintiséis.

Estos tres fueron quienes pudieron proteger a más de una docena de civiles, cuando el golpe de los vampiros gemelos inicio en el mismo centro de la ciudad.

Ellos sabían lo que hacían, de eso estaban seguros y cuando se dieron cuenta de lo que ocurría, apenas pudieron salvar a sus muchachos, todos ellos especiales.

—Señor Shion...

No le gustaba que le dijeran señor, le hacía sentir viejo y sabía que lo estaba, pero no tenían porque recordárselo.

—Encontré a este muchacho afuera, los vampiros lo atacaron...

Le informo, ese joven apenas había llegado a la ciudad cuando atacaron los vampiros, era un muchacho fuerte, cabello café rizado y una actitud amable, siempre buscando ayudar a los demás.

—¡Shura!

Fue el grito de Shion, que corrió a su encuentro, tenían que atender sus heridas, debían recostarlo, ponerlo tan cómodo como pudieran.

Aioros era el nombre del encapuchado, que llevo a Shura a una de las camas improvisadas, recostandolo en ella con el mayor de los cuidados.

—¿Que te han hecho muchacho?

Pregunto, buscando la forma de curar sus heridas, escuchando los pasos rápidos de Dohko, quien le llevo algunos materiales de curación.

—Lo agarraron de carnaza, creo.

Shion se molestó al escuchar esa respuesta, pero era cierto, tenía al menos una docena de mordidas y sabía que debería estar muerto, sin embargo, aún respiraba, el vampirismo no parecía afectarle.

—¿Se pondrá bien?

Quiso saber Aioros, que había visto ese golpe, el secuestro de esos dos muchachos, pero no sabía quienes eran, porque estaban con Shura, con ese lemuriano y ese tipo gigantesco.

—¿Que ocurrió?

Shaka era el único que parecía mantener una mente fría, conocía a Shura, de muchos años atrás, era uno de los alumnos favoritos de Shion, cuando él, Shura y Mu estudiaban juntos.

—Dos gemelos, dos vampiros ancestrales por su apariencia, atacaron el carruaje, en este había cinco personas.

Aioros esperaba que ese muchacho se salvará, sino, tendrían que matarlo antes de que le informará a los vampiros gemelos donde se encontraban.

—Ese chico, un lemuriano de cabello morado, un gigante y dos muchachos más, parecía que trataban de transportarlos aquí, uno de ellos tenía cabello rubio, el otro blanco, no se quienes pueden ser.

Shaka supo inmediatamente que se trataba de Mu, sabía que él estaba desesperado, no quería perder a su toro y estaba dispuesto a realizar cualquier sacrificio para salvarlo de los brazos de la muerte.

—El lemuriano y el gigante los traicionaron, a los muchachos se los llevaron los vampiros y a este de aquí, lo atacaron, creo que intentaron matarlo.

Mu había caído mucho más bajo de lo que pensaba, supuso Shaka, su amor por Aldebaran lo había arrastrado a las tinieblas, porque no soportaba la idea de perderlo, que envejeciera y simplemente dejará de existir.

—Viste algo más, porque atacaron a Shura.

Aioros negó eso, no sabía nada más, sólo que el lemuriano se había llevado el carruaje, su expresión era demasiado difícil se describir, pero el gigante parecía sentirse culpable, no estaba a gusto consigo mismo.

—Creo que le interesaban mucho más esos muchachos.

Esos muchachos, no sabrían nada respecto a lo que había pasado hasta que despertara Shura, lo único que esperaba el joven hindú, era que Mu no hubiera condenado a Aldebaran a la vida eterna.

—No sabremos nada hasta que esos muchachos despierten...

Pronunció Shaka con una expresión sería, sombría, porque por el estado de las heridas de Shura, no creía que pudiera sobrevivir.

—Habia un carruaje, creo que podríamos buscar que hay en su interior, encontraríamos más información, de eso estoy seguro.

Shaka negó eso, no lo creía, si estaba en lo correcto y quiénes viajaban en ese carruaje eran Mu con su alumno, entonces, cualquier clase de información estaría en sus manos.

—Si son quienes creo que son, Mu ya se habrá hecho con la información que pudiera haber en ese carruaje.

*****

Una mujer hermosa como ninguna otra observaba el pueblo donde se encontraba la mansión de los Walden.

Una mujer de curvas pronunciadas y musculosas proporciones, piel clara con algunas cuántas cicatrices, resultado de sus cuantiosas batallas.

Su largo y oscuro cabello le llegaba hasta la cintura, era tan poderosa como hermosa, un rostro de facciones delicadas, con una expresión astuta y orgullosa.

Orgullo que estaba muy bien justificado, a pesar de ser un Behemot, ella era la favorita del príncipe del Abismo, su amante y su segunda al mando.

Una mujer vestida con una armadura morada, tres cuernos pequeños y afilados en la cabeza, así como una cola de jabalí que movía de un lado a otro, por reflejo, al ver la destrucción.

Su nombre era Violate, era un Behemot, un demonio cuya fuerza descomunal era reconocida en el Inframundo, pero mucho más aún su belleza y su cercanía con el príncipe Aiacos, uno de los tres herederos del señor del Inframundo, Hades, engendrados con una muchacha llamada Pandora.

Ella ingreso en la mansión que apenas estaba custodiada, el hedor de los vampiros era fuerte, un aroma viejo y asqueroso, a muerte, a tiempo, una presencia que no le gustaba a los demonios, pero esperaba que de alguna forma hubieran respetado el collar del Abismo, porque de lo contrario tendrían un Infierno que pagar.

Las habitaciones estaban vacías, no había una sola señal de los otros dos príncipes y eso era muy malo, porque significaba que habían escapado o los habían mordido.

Lune no estaba en ninguna parte y eso le molestaba, porque su única tarea era la de mantener seguros a los herederos, a su madre.

Ya había fallado con la primera tarea, parecía que con la segunda también, ellos no estaban presentes en ese castillo, únicamente un cuadro antiguo, una mancha sin forma, a la que no le prestó atención, pero si, a la sangre que había en una de las camas, que si bien estaba limpia, aún podía sentirla, era sangre de demonio, de alguno de los dos hermanos.

Eso no le gustaría a su amado y Lune tendría que pagar muy caro su incompetencia, sin embargo, debía encontrar al traidor primero, el sabría que había ocurrido con los príncipes.

Su padre los deseaba en el Abismo, ya era hora de que regresarán a casa y cumplieran con su papel, como su señor venía haciendo desde que lo conocía, cuando ella comenzó a servirle de todas las formas posibles.

Violate convocó entonces perros del Abismo, canes negros de tres cabezas que comenzaron a seguir un rastro, el del traidor e incompetente Lune.

Ella no lo mataría, pero si le haría pagar su traición, ese Balrog, un demonio de fuego, comprendería porque la familia Walden era intocable, su señor los protegía de cualquier daño.

Violate en su búsqueda por el traidor se encontró a varios vampiros que pensaron podían atacarla.

Sin embargo, se abrió paso con la fuerza de sus puños, destruyendo a los vampiros muertos con demasiada facilidad, dejando un rastro sangriento que sería borrado con los primeros rayos de luz solar.

Deteniéndose cerca de unas grutas, que ignoro de momento, al ver un látigo negro en el suelo, el que era sostenido por una mano, o lo que fuera una mano humana cuando aún estaba vivo, pero ahora solo se trataba de un esqueleto, los gusanos y otros insectos le habían devorado hasta solo dejar ese esqueleto.

—Asi que no los traicionaste...

Susurro, sosteniendo el látigo, algo había matado a Lune, le había regado por todo el lugar, ese algo seguramente se trataba de un vampiro, por el aroma decadente de aquella gruta, el que había atacado a Minos, el Balrog siempre estaba a su lado.

—¿Que pudo haberte hecho esto?

Le pregunto a sus restos, antes de marcharse, regresando al Abismo para que su señor le dijera que hacer, después de informarle sus hallazgos.

*****

Defteros regreso a lado de su avecilla, que aún seguía inconsciente, había tenido que castigarle, como lo habían hecho con él, pero tal vez, usando la fuerza no conseguiría nada.

Su hermano, ya había conseguido la obediencia de su conejito, sin tener que forzarle, convirtiendo a ese escurridizo muchacho en un amante dócil, únicamente por la promesa de no lastimar a Minos, y él no deseaba hacerlo.

Su ave era una de exótico plumaje, un tesoro como ningún otro, junto al cual se recostó, rodeando su cintura con sus brazos, deseaba dormir a su lado.

Recordando el pasado, no todo, porque su niñez ya no existía, solo sabía que Aspros había hecho todo por salvarle, había tomado su lugar y dejaría que lo matara, cuando su amo decidió que era momento de dejarlos ir, en un último espectaculo que divirtiera a su visitante.

Minos era un hombre viejo, piel pálida y cabello blanco, con un semblante triste, demasiado cansado, al que le invitaron a los jardines interiores, esperando que encontrará algún efebo de su agrado.

El emperador Minos era conocido por ser un buen emperador, un hombre justo, o por ser un hombre perverso, cuya esposa dió a luz a un demonio, al tener relaciones sexuales con un toro blanco.

Muchas cosas se decían de ese anciano, cuyo hermano desterró para ser el emperador, un hermano que ya había muerto muchos años atrás, algunas décadas, ablandando su corazón o eso decían.

Defteros pensaba que ese anciano siempre fue bueno, solo que nadie lo creía así, como su hermano, al que acusaban de cometer actos perversos, pero lo protegía del daño.

Al que después de tres años, cuando cumplía los diesiete, aún le atormentaba la muerte de su conejito, el niño con cuernos en su cabeza.

El segundo gemelo podía ver el desagrado absoluto que sintió Minos al ver la edad de algunos de los efebos, alejándose de su amo, cuando le presento a los nuevos favoritos, chocando con el, que a pesar de ser mayor, aún estaba en ese sitio porque se trataba de la única condición que puso su hermano para servirle a su amo, el tenía que estar a salvó.

—¡Fíjate bien estúpido! ¡No estorbes el paso del emperador Minos de Creta!

Esa provincia era pequeña y dependia directamente de Creta, que era gobernada por Minos, el que nunca los había visitado porque les encontraba insignificantes, pero cómo los rumores respecto a los excesos de su amo cada vez eran mayores, decidió verlo por si mismo, verificar que tanto era verdad y que era mentira.

—No ha sido su intención, el muchacho solo estaba sentado aquí, yo fui quién choco contra él.

Fue la respuesta del anciano, cuya apariencia le pareció extraña, piel blanca, ojos grises que casi podía jurar eran plateados y cabello blanco, tan largo que le llegaba a la cintura, cubriendo parte de su rostro, encontrandolo gracioso de cierta forma.

—¡Tonterías emperador Minos, Defteros sabe que no me gusta verlo por aquí, ya no es de mi agrado, él ha dejado de ser hermoso!

Minos volteo algo sorprendido, llevando una mano al hombro del esclavo, para poder levantarse, puesto que prácticamente había caído sobre el silencioso Defteros.

—Defteros apenas es un niño, no creo que tanga más de diesiete y estoy seguro que crecerá para convertirse en un hombre apuesto, aunque algo callado.

Fue la respuesta de Minos, que parecía molesto por esa actitud, por la edad de los esclavos, encontrandolo monstruoso, de eso estaba seguro Defteros, que simplemente le vio alejarse, viendo de pronto como el anciano se detenía, para observarle fijamente.

—Dijiste que podía solicitar la compañía de cualquiera de tus efebos...

Su amo asintió, estaba orgulloso de su selección, de la belleza de sus mascotas, sus conejitos, entre los cuales podía presumir tuvo a un media sangre, el que había muerto, trágicamente el pequeño no había soportado su afecto, no era tan fuerte como decían, ni tan bonito, aunque hizo que le quitarán esas cosas de la frente, una ceja unida no era agradable, no era tan dulce como lo fue su siempre obediente Aspros.

—Pues bien, manda a Defteros a mis habitaciones, no lo vistas ni lo arregles, me gusta su apariencia salvaje, además, si tiene tan siquiera una marca como resultado del castigo que le impondras por chocar contra mi, lo tomaré como un insulto, está claro.

Defteros jadeo, no quería ir con ese anciano, aunque pareciera un hombre amable, ya era mayor, ya no tenía porque pasar por eso, ni el ni su hermano, esas eran las reglas no escritas de ese infierno.

—Como usted lo ordene emperador Minos.

Fue la respuesta de su amo, que volteo a verle furioso, planeando un castigo seguramente, una forma de hacerle pagar esa humillación imaginaria.

—Pero continuamos con nuestro tour, hay muchas cosas que aún deseo mostrarle, además, ese salvaje tiene un hermano, un gemelo, es mucho más hermoso que Defteros, su piel es blanca y tan suave como la de un durazno, es simplemente exquisito.

Minos se detuvo, silenciando a su amo con un movimiento de su mano, creía que ya había visto suficiente, supuso Defteros, por la expresión de ese hombre mayor, que se le figuraba como una estatua de mármol, algo más divino que terrenal, como un ángel o una extraña ave.

—Prefiero que me guíes a mis habitaciones, ya he visto suficiente y ya no soy tan joven, deseo descansar un poco antes de regresar a Creta.

Esa voz no aceptaba un no como respuesta, y le parecía agradable a Defteros, que seguía al emperador Minos con la mirada, riéndose entre dientes al ver la molestia de su amo, quien al escucharle, supuso que le prometió un castigo sin igual, pero ya estaba acostumbrado, nada de lo que le hicieran sería peor que todo lo demás, que ver a su hermano sufrir en sus manos.

—Como usted lo ordene, emperador Minos.

 


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