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Los demonios de la noche. por Seiken

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Saga intento alejarse siguiendo un camino que lo llevó a una ciénaga, un lugar imposible de existir en ese bosque, haciendo que se detuviera de pronto, cuestionando su cordura y lo que le decían sus ojos, sus sentidos.

El agua olía mal, a sal y muerte, el sonido del agua no era tranquilizador, le recordaba los susurros de los muertos, como si figuras extrañas se movieran en el fondo, tentáculos cubiertos de toda clase de garras.

Ojos indescriptibles, demasiados para ser una sola entidad, como sus tentáculos, tal vez, eran mas de uno, entes que no le dieron miedo, ni le hicieron retroceder, sino por el contrario, ingresar su mano en el agua, para sentir su piel resbaladiza, recordando una ocasión que pudo ver un pulpo vivo, así se imaginaba que se sentía su piel.

Saga pudo ver que ese tentáculo rodeaba su mano y al otro lado, una imagen borrosa, que reconoció inmediatamente, su hermano, estaba vivo, en un cuarto, abrazando a una criatura con cuernos, que reconoció casi inmediatamente.

Era uno de ellos, de los Walden, uno de los demonios del pueblo, aquel que no pudo ayudar, pero al que peor trato fue a Minos, a ese pobre hombre, que si bien no era una persona que pudiera respetar, no se merecía lo que ayudo a que le hicieran.

—Kanon.

Saga sonreía, su hermano menor estaba vivo, era dichoso al saberlo, su pequeño hermano, su responsabilidad, a quien siempre había despreciado, por pensar en lo imposible, pero su hermano tenía razón, ellos habían nacido para la grandeza y hasta ese momento lo comprendía, supuso, tratando de darse la vuelta, sintiendo más tentáculos, pero esta vez proviniendo de su espalda.

Los que le sostuvieron de los brazos, de las piernas, pero no como grilletes, sino manos amigas, que le enseñaban que hacer, que debía esperar a escuchar o ver algo, un ente que iba elevándose del lago.

Una masa incorpórea, amorfa, tentáculos retorciéndose en una nube de oscuridad, con ojos y garras, un ser que supuso debía causarle terror, pero lo reconocía, su pisque estaba preparada para verle, su sangre, aun tenía rasgos de su benefactor.

Cuyo cuerpo se detuvo sobre el agua fangosa donde moraba, en un plano alejado del que caminaba en ese momento, por fin, encontraba al primer hermano, en un momento precario, cuando su vida estaba en juego, en las manos de un demente.

Saga vio que otras partes de la misma criatura comenzaron a elevarse, era tan inmensa que podía oscurecer el cielo, un solo ente, uno de los antiguos olvidados, que ni siquiera su propia familia mencionaba, el otro lado de la moneda, sus benefactores.

—Tu hermano vino a mi hace poco, yo lo protegí y yo sigo cuidándolo, abriendo mis portales cuando el necesita de mi ayuda.

Pronuncio con una voz acuosa, como aquella de un anciano, imponente, pero una voz que cambiaba su tonalidad con cada palabra, como si le costara trabajo comunicarse con su lengua, o hablara en otro idioma, que su mente acomodaba para sonar como algo que pudiera comprender.

Su mente, blindada para poder verle y escucharle, puesto que alguien más, no podría lograrlo, porque si los Walden eran hijos de Hades, ellos eran los hijos de esta entidad, que era mucho mas antigua que el tiempo mismo, cuyo nombre impronunciable era ajeno a la débil psique humana.

—Y tu que me has negado, aun estas a tiempo de aceptar mis bendiciones, ser mi heraldo, sólo así tendrás verdadero poder, solo así, podrás comprender lo que te rodea, usar a los otros, que no son como ustedes, que son diferentes, pero igual son mis hijos.

Saga asintió, escuchando de pronto unos pasos, sintiendo las manos de Aioria sostenerlo de los brazos, llevando una daga a su cuello, aspirando su aroma, puesto que se había prendado de la belleza inusitada del médico, le gustaban los hombres, pero mucho más, romperlos, como Youma le había roto a él, cuando inicio su esclavitud.

—¿Por qué te quedaste parado en este lugar? ¿Cambiaste de opinión y ahora quieres regresar a mi ejército?

Saga no respondió, notando que Aioria no veía el paramo ni a la criatura de tentáculos retorciéndose flotando sobre la ciénaga, comprendiendo que eso estaba pasando en su mente, pero no estaba loco, o tal vez, se trataba de otro plano, uno diferente que le enseñaba en donde se encontraba su hermano, porque esta entidad, le veía, protegiéndolo del peligro, por un motivo que no alcanzaba a comprender.

—Te diré algo Saguita, te perdonare si me pides clemencia, si no, puedes darte por muerto.

La criatura guardaba silencio, pero cuando Aioria no recibió una respuesta únicamente apretó los dientes, cortando el cuello de saga, haciendo que su sangre se derramara en ese bosque, sin saberlo, abriendo momentáneamente un portal, como la sangre de Kanon lo hizo en ese calabozo, cuando estuvo a punto de perder su vida.

—Eso te lo has buscado tú.

Aioria apreciaba el sabor de la sangre tanto como un vampiro, arrebatar las vidas de los traidores a la humanidad, pero, sobre todo, domesticar la belleza de sus trofeos, ver un hombre como Saga, orgulloso, destruido, convertido únicamente en un esclavo.

—Por un momento pensé que me gustabas.

Aioria esperaba que Saga se desvaneciera con algunos desesperados borbotones sangrientos, pero en vez de eso, al caer su sangre en el suelo, una figura que nunca había visto, una runa, se dibujo a sus pies, la entidad olvidada los transportaba a su dimensión, una ciénaga demencial, en donde a lo lejos, podía ver mas tentáculos, torres inmensas, zigurats, arcos y escaleras que no llevaban a ningún lugar.

Al mismo tiempo que la sangre de Saga, regresaba a su cuerpo, pero con un poco de la esencia de su dimensión, despertando su sangre no humana, como ocurriera con Kanon, sus ojos azules como el mar, o como los de la criatura de múltiples ojos, tomaron repentinamente una forma similar, parecida a la  de su creador cubierta de tentáculos, que hizo que Aioria retrocediera presa del pánico, llevando sus manos a su cabeza, para correr, alejándose de ella, perdiendo la razón, al no estar preparado para ver ese mundo, mucho menos, pisarlo.

—Has comprendido tu lugar en mi tablero, peón mío, o seguirás luchando en mi contra, buscando la manera de ignorarme, porque no puedes huir de mí, yo soy tiempo, yo soy eternidad, yo soy tu dueño, tu creador, tu padre verdadero.

Ellos siempre habían estado solos, su madre había muerto al darlos a luz y donde habían crecido no los apreciaban, era una aldea de pescadores, que decían eran monstruos, como lo decían de los hermanos Walden, tal vez por eso su hermano se enamoro del menor, del que era perseguido por las miradas acusatorias, el que poseía ojos que brillaban en la oscuridad, su musa.

Saga siempre intento luchar contra esas mentiras, negarlas, por eso se convirtió en un médico, por eso trataba de ignorar las acciones de Kanon, su resignación, a lo que según creía, era cierto, pintando en algunas ocasiones cosas que no tenían forma, figuras extrañas que podían ser parte de alguna pesadilla, después, a los Walden, algunos retratos encargados por el mismo Juez Minos, para adornar su casa, la que construía fuera de su pueblo, buscando el momento de huir a lo que llamaba la civilización.

Otros cuadros, los pinto también usando a los hermanos como una referencia, pero estos eran extraños, estos los quemo cuando apenas pudo verlos, cuando Kanon se alejo para buscar fortuna, en esos cuadros, los hermanos no eran humanos.

Minos parecía un ángel con alas blancas, un ángel temible, con garras afiladas y cuernos, su musa, un demonio, agazapado en una paramo, aunque insistía que no eran demonios, que eran seres perfectos, que era su musa, su hermosa musa que sabía lo que significaba no ser un humano, que no lo juzgaría, a la que seguiría hasta el fin del mundo.

Su hermoso demonio que yacía en sus brazos, en una cama, seguro en su compañía, menos aterrador de lo que le había pintado, pero de alguna forma estaba seguro de que Kanon, lo encontraría perfecto, su pequeño, su amante, su todo.

Y esta vez, no intentaría forzarle a aceptar su forma de pensar, lo único que deseaba era ir a su encuentro, abrazarlo, protegerlo, ayudarle a obtener el amor de Radamanthys, porque tenía razón, no eran humanos, eran peores que demonios, así que, podría tener a su musa, acompañarle eternamente.

—No, no lo he comprendido, pero hare lo que sea tu voluntad, padre, como Kanon te acepta, yo también lo hago.

La criatura no dijo más, y lo dejo regresar al mundo que conocía, escuchando de nuevo pasos a su alrededor, todos los cazadores habían muerto, estaban despedazados, aparentemente, el ente que le dio vida, los destruyo al mismo tiempo que hablaba con él, todo el tiempo transcurrido.

El que Hypnos pudo usar para mandar a dos soldados, a Io y a Kasa, para probar la lealtad de Kasa, castigando a Io, de equivocarse con ese vampiro tan extraño, no solo de apariencia, pero de comportamiento.

—Tendrás que acompañarnos, ya que eres el único que sigue en pie después de lo que sea que haya pasado aquí.

Saga volteo, asintiendo, si su padre no deseaba que fuera con ellos lo evitaría, pero no lo hacía, así, sin más, los siguió en silencio, prometiéndose que pronto volvería a ver a su hermano, el que, a pesar de ser menor, mucho mas impulsivo, era por mucho, más sabio.

—Solo enséñenme el camino.

*****

Minos comenzaba a desesperarse, habían pasado demasiados días desde su rescate, aun estaban encerrados en el bastión, porque su hermano necesitaba recuperarse, quien decía Kanon, aun dormía plácidamente en su cama, con una expresión que reconocía como aquella de un mentiroso.

Tal vez su hermano estaba débil, pero no entendía porque razón no deseaba verlo, era el mayor, era quien debía protegerlo y quien nunca pudo hacerlo, por quien su hermano se entrego al gemelo de su supuesto amo.

En quien trataba de no pensar, borrar de su memoria, pero cada vez que cerraba los ojos le veía, sobre su cuerpo, su sonrisa, sus ojos brillando, podía escuchar sus susurros, había algo más en él y no sabía que.

No entendía porque le necesitaba como muchos decían añorar la nube de placer provocada por el Opio, por el alcohol, no era un demente, no podía extrañarle, y esa sed, esa hambre, no se borraba, sin importar cuanto bebiera, cuanto intentara comer, no soportaba ni un solo bocado, la comida le daba nauseas, la bebida, no lo saciaba.

Minos deseaba gritar, maldecir, pero ese hermoso enfermero no decía nada, únicamente le ayudaba a mantenerse en pie, a caminar o vestirse, encontrando que no era suficiente su presencia para estar tranquilo, necesitaba algo, añoraba una sensación que no podía señalar.

Y el Inframundo le ayudara, que los demonios del averno fueran a su encuentro, si acaso extrañaba a ese monstruo de piel oscura, que dijo encontrar bondad en el, que dijo intentar protegerlo, pero al mismo tiempo ansiaba lastimarlo, lo sabía, porque podía ver la misma sed de sangre, de dolor que el mismo sentía cuando veía a uno de los perpetradores del asesinato de su madre.

—¿No has comido nada de lo que te he traído? ¿El vino ha dejado de quitarte la sed? ¿Es por eso por lo que te ves tan desesperado?

Minos volteo a verle, preguntándose como lo sabía, porque se decidía a verle, a conversar con el cuándo la desesperación comenzaba a enloquecerlo, sintiendo como si días hubieran pasado desde su despertar, cuando vio a su hermano, cuando apenas podía caminar.

Porque si bien ya podía moverse a su antojo, no comprendía que pasaba con su cuerpo, porque razón existía esa sed, esa hambre insoportable, tal vez, ese hombre lo comprendiera mejor que él.

—No se que me pasa, necesito algo, es como si le extrañara, sus dientes, sus manos... es el infierno, la sed, el hambre, nada los detiene, yo... yo me he perdido a mí mismo y así, como podre ser de utilidad a cualquiera.

Albafica asintió, arremangando su camisa, cortando su piel con una de sus uñas, de la cual sangre roja broto, la que bebía Minos desesperado en cuestión de segundos, gimiendo al sentir que su cuerpo iba recuperándose.

—¿Cuánto tiempo llevaba ese vampiro alimentándose de ti?

Pregunto Albafica, dejándole beber a su antojo, acariciando su cabeza, esperando ver cuanta fuerza de voluntad poseía Minos, que tan probable era que, en un momento de debilidad, cuando escuchara la voz de ese vampiro, decidiera ir en su encuentro, puesto que su cuerpo así se lo solicitaba.

Minos se alejó, jadeando, sentándose en la cama, para después recostarse en ella, sintiendo como su cuerpo iba recuperando su fuerza, su vitalidad, la sed desapareciendo, al igual, que el hambre, notando también, que las heridas de Albafica, se cerraban como lo hacían con esos vampiros.

—¿Qué eres?

No había miedo en su voz, solo genuina curiosidad, haciendo que Albafica sonriera, transformándose frente a Minos, que se levanto de un salto, al ver un lobo de pelaje celeste, una criatura hermosa, que le trajo dulces recuerdos, lagrimas a sus ojos, cuya razón no recordaba, pero suponía, que tenían que ver con sus sueños, con esa sensación de añoranza, la imagen que poblaba su mente cuando ese vampiro le atacaba, cuando no pensaba en Lune, lo hacia en un lobo, pero nunca en Defteros.

—Albafica de Creta, fiel amigo del emperador Minos, su amante, su maestro y quien le dejo solo, creyendo que la inmortalidad nos permitiría estar juntos, pero eso no paso, los dioses se burlaron de mi empeño, porque mientras yo buscaba la vida eterna, mi corazón envejeció en su ciudad, un buen hombre, el mejor de todos, uno que se parece a ti, en tu afecto por tu hermano, en tu honor y en tu fuerza de voluntad, a quien juro proteger, como no pude hacerlo con mi niño.

El lobo hablo sin pronunciar sonido alguno, confundiendo a Minos, que se acercó para tocarlo, cerrando los ojos, tratando de comprender porque razón parecía que recordaba el pasado y a ese hermoso hombre.

—Lo que tienes es una forma de vampirismo, aun sigues con vida, únicamente por la sangre especial que corre por tus venas y esa necesidad que sientes, es el veneno del vampiro pidiéndote buscar aquel que te mordió, el placer que su veneno te brinda, pero puede curarse, el tiempo desintoxicara tu cuerpo.

Minos abrió los ojos, recordando esa ocasión en la taberna, cuando camino directo a Defteros, horrorizándose al pensar que podría ocurrir de nuevo, el ir a las garras de ese monstruo, sintiendo una caricia de Albafica, que se acerco para besarle, un movimiento lento, que no lo asusto.

—Has resistido como ningún otro, pero ya no temas, yo te protegeré.

Minos asintió, eso era lo que mas deseaba, ser libre, poder madurar, como su hermano ya lo estaba haciendo, para ser libre, tal vez, morar en el Inframundo, lejos de esa criatura que lastimaba su piel, que trataba de robarle la cordura, que planeaba la forma de lastimarle.

—Nunca he sido un hombre débil, me jactaba de no mostrar mi miedo, pero estoy aterrado, estoy asustado de perderme, de ser un esclavo sin mente, de ser la avecilla de esa cosa, dios santo, por todos los avernos, haría cualquier cosa por ser libre, me entregaría a cualquiera que pudiera defenderme, a quien fuera.

Albafica no acepto ese ofrecimiento, simplemente le abrazo, escuchando un llanto, la desesperación que guardaba Minos en su ser, el miedo, el terror de saberse cazado por un demonio, un vampiro que no se detendría hasta ser destruido o destruirlo, jurándole en silencio, que en sus brazos estaba a salvo.

—Ya estoy aquí, ya regresé...

*****

Thanatos comenzaba a desesperarse, ya había pasado demasiado tiempo lejos de la jauría y debían regresar, aunque esos demonios, que su fuego fatuo decía les serviría para pactar con el Inframundo, no estuvieran listos para marcharse, tenían que hacerlo.

 


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