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Los demonios de la noche. por Seiken

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Kanon al escuchar esos gemidos, no podia mas que recordar su pasado en compañia de su musa, que aparentaba dormir en sus brazos, cómodamente, sintiéndose protegido y por todos los dioses, por lo divino y lo profano, tenía razón, el cuidaría de su diablillo. 
 
Cuya verdadera naturaleza siempre había relucido, en esos ojos que a veces brillaban en la oscuridad, que atemorizaban a muchos, pero el los encontraba sumamente eróticos.
 
Se había prendado de el a primera vista, a última vista, por siempre, cuando lo vio saliendo de su mansión, por pura casualidad, encontrandolo hermoso, más que cualquiera que haya visto jamás.
 
Sintiéndose culpable al principio, pues era muy joven y el ya un hombre hecho, un pintor, un holgazán como dijera su siempre correcto hermano mayor, una vergüenza a su familia, únicamente porque el disfrutaba de la libertad.
 
Un muchacho joven y hermoso, precioso en cada sentido, al menos para el, una criatura que de vez en cuando podía admirar, observándolo crecer, convertirse en el joven en el que se convertiría. 
 
El mismo muchacho que a espaldas de su hermano mayor salía de su mansión ataviado con uno de esos extraños trajes de carnaval, buscando compañía, supuso, observando hacia donde se dirigía. 
 
Un lugar peligroso cuando tenías esa edad, mucho más cuando te tratabas de uno de los Walden, del menor de ellos.
 
Un lugar que su musa no podía pisar, no sabía la clase de perversa criatura que podía encontrar en esa zona, su joven inspiración debía ser tratada con afecto, debía ser glorificada y estaba seguro que nadie más le veía como él.
 
Kanon casi por puro instinto se apresuró a seguir a su musa, sosteniendo su muñeca, evitando que diera otro paso más, ingresando en el matadero, sin siquiera darse cuenta, probablemente no sabía la clase de daño que un ente como el podía recibir en manos de desconocidos, pero sobre todo, no deseaba que nadie más tocará a su musa.
 
No cuando el podía darle lo que necesitaba y tal vez, lograr adueñarse de su corazón, de su afecto sincero, con la fuerza del primer amor de un muchacho.
 
-Radamanthys.
 
Escuchando un jadeo sorprendido, el joven noble pensó que buscaba lo mismo que él, lo supo al ver la forma en que sus ojos resplandecían con algo de sorpresa, repentinamente avergonzado, llenandolo de ternura al verle tan inocente.
 
-Ven conmigo. 
 
Le sugirió y el muchacho lo siguió, caminando a sus espaldas, sosteniendo su mano, con una expresión curiosa, podía ver que no le era indiferente. 
 
-¿A donde me llevas? 
 
Kanon se sabía apuesto y suponía que ese muchacho no creía que fuera a toparse con alguien como él, un hombre hermoso, sin saber que le amaba desde que le vio por primera vez en su mansión. 
 
Con sus pinceles, su pintura y sus amantes, sus modelos haciéndole compañía, quienes perdieron repentinamente toda clase de interés para él, de tan hermoso que encontraba al chico rubio. 
 
Suponía que se trataba de un mirón, un asechador, encantado con la belleza de ese noble rubio, a quien seguia por doquier, le miraba de lejos, seguro de que su hermano mayor ya se había dado cuenta de su deseo, tampoco trataba de ocultarlo. 
 
-Iremos a un lugar seguro, en donde ninguno de esos hombres pueda lastimarte debido a tu apellido. 
 
Radamanthys no entendió aquello que le decían, o que Minos comenzaba a buscarle, desesperado por su repentina ausencia, preguntándose donde se suponía que se ocultaba. 
 
-Yo deseo compañía. 
 
Quiso explicarle, haciendo que Kanon se detuviera, acariciando su mejilla, abriendo la puerta de su estudio, para dejarle entrar, escuchando un jadeo sorprendido, al ver todas las pinturas, los lienzos, sus esculturas, toda su obra, observándose en algunas de las piezas de arte de su hogar.
 
-¿Alguna vez has hecho algo como esto? 
 
Radamanthys negó eso, moviendo su cabeza con un movimiento delicado, alborotando un montón de mariposas en sus entrañas, sintiendo una ternura absoluta por el, sazonada de lujuria sin sentido. 
 
-En ese caso, regálame la pureza de tu cuerpo, yo sabré cuidarla. 
 
Le prometió, besando sus labios, sintiendo una punzada de celos y furia al imaginarse a cualquiera de esos brutos tocando a ese muchacho, un odio aterrador, al pensar en que podrían hacerle daño.
 
-Te enseñaré el paraíso y cuidare de tu cuerpo, de tu alma, mi dulce muchacho, pues, yo me he enamorado de ti. 
 
Le confío, seguro de que no lo escucharía ni le creería, porque su pequeño era inocente, pero desconfiado de los extraños, únicamente deseaba sexo, tal vez algo de libertad, lo que fuera, el podía dárselo. 
 
-¿Me entregaras tu cuerpo? 
 
Porque su alma aún era demasiado apresurado, sin embargo, necesitaba su alma, su corazón y su vida para el, pero se conformaría con su cuerpo.
 
-Sí, puedes hacerme lo que tú desees en estos días, finge que no soy nadie y que somos iguales, quiero sentirme como los demás.
 
Kanon sonrió e intento quitarle su antifaz, pero Radamanthys negó eso, no se lo permitiría, no deseaba que viera su rostro y que le maldijera por culpa de las habladurías de las lenguas acusadoras de ese pueblo.
 
-Solo finge que me amas. 
 
Fingir que lo amaba, no tenía porque fingir que lo quería, porque estaba seguro de que le adoraba con cada parte de su ser, se había prendado de su muchacho rubio, con cejas peculiares y ojos que brillaban en la oscuridad. 
 
-Te enseñaré lo que es el amor y después de sentir mis caricias, nunca volverás a pensar en nadie más, mi belleza de sol, mi pequeño, mi musa. 
 
Radamanthys con cada palabra se sonrojaba un poco más, encontrando a Kanon hermoso, era perfecto en cada uno de sus detalles, como una estatua tallada por los angeles, haciendole sentir aborchonado de pensar que alguien como él, podría sentir las caricias de una belleza como esa. 
 
-Pruébalo. 
 
Le reto su joven musa, gimiendo cuando Kanon beso sus labios con delicadeza, colocando sus manos en su cintura, jadeando al saborear esa exquisita boca, esos labios delgados, acariciar esa piel pálida.
 
-No tienes porque preocuparte, yo se bien, que es lo que necesitas. 
 
Le respondió desabrochando esa ropa tan exótica, descubriendo la piel pálida del joven hermoso, deteniéndose de pronto, cuando al fin le tenía desnudo, en su estudio, como ni en sus más alocados sueños pudo imaginarlo. 
 
—Quieres... 
 
Silencio sus labios colocando las puntas de sus dos dedos en su boca, no necesitaba decirle nada, lo único que deseaba era poder amarlo, al menos esa noche.
 
—No digas nada, no tienes que hacer nada, sólo déjamelo a mi, yo... yo sé cómo complacerte. 
 
Radamanthys simplemente asintió, besándole de nuevo, llevando sus delicadas manos de un joven de dieciocho años a su cabellera, gimiendo en su boca. 
 
Estremeciéndose cuando sus dedos callosos, ásperos por el trabajo de escultor y pintor, comenzaban a recorrer su espalda, en una línea recta, de arriba hacia abajo, deteniéndose en sus caderas. 
 
Su boca sin separarse de sus labios, de su cuello y hombros, encontrando esa piel exquisita, llevando sus manos a sus caderas, amazando sus nalgas, haciéndole retroceder algunos pasos para recostarlo en su cama, que estaba limpia, por alguna clase de milagro, no había pinceles, o acuarelas, únicamente una cobija nueva, que uno de sus múltiples amantes le había regalado dos días atrás, uno de sus patrones, sus benefactores, suponiendo que podrían usarla cuando se dejará seducir por el, pero aquí estaba, utilizando ese fino lienzo de tela con su musa. 
 
Que al sentir la cama volvió a avergonzarse, retrocediendo algunos cuántos centímetros, hasta que Kanon, sosteniendolo de su tobillo, beso la planta de su piel, lamiendola, para chupar uno de sus dedos primero y después todos los demás. 
 
No le preguntaría si deseaba detenerse, no le daría esa oportunidad, sin embargo, de pedírselo, haría acopio de toda su fuerza de voluntad, para no forzarle a dormir con él, no a menos que su musa lo deseara. 
 
—Eres tan bonito... 
 
Susurro, repartiendo más besos en esas piernas largas, con músculos firmes, que con el paso del tiempo únicamente tomarían más tonalidad, aún era joven, todavía le faltaba madurar algunos años, tomar la apariencia que tendría ya como un hombre joven y no, únicamente como un muchacho.
 
Como aquel chico andrógino que vio en su mansión, delgado, con esa inocencia de aquella edad, la suavidad que podía compararse con aquella de una mujer, pero, la verdad era que en ese momento le gustaba mucho más y con el paso de los años, su deseo únicamente aumentaría. 
 
—¿Que te paso aquí? 
 
Preguntó de pronto, al ver la cicatriz de la bala que su padre uso para intentar matarlo, su desdicha, porque era en ese momento que los rumores comenzaron de nuevo, el odio a su familia. 
 
—Ese infeliz aún sigue con vida, porque te prometo que nunca lo perdonaré y si me lo pides, yo te vengare, seré tu espada, tu escudo, sólo tienes que decírmelo. 
 
Radamanthys negó eso, jalandolo en su dirección, utilizando su ropa, haciéndole reír, su musa le deseaba y no era nadie para negarle cualquier cosa a su amado.
 
—No quiero hablar de eso. 
 
No hablarían de ello, no deseaba que perdiera su deseo enfocándose en el pasado, besando sus labios con mayor impetu, llevando sus manos a su entrepierna, acariciándolo con delicadeza. 
 
Escuchando más gemidos de su bello compañero de lecho, dispuesto a jurarle que buscaría fortuna, poder, lo que fuera para tenerlo en sus brazos.
 
—Dime cuando quieras que me detenga. 
 
Radamanthys asintió, mordiendose los nudillos al gemir con mayor fuerza, cuando Kanon comenzó a devorarlo con sus besos y caricias, su cuerpo abriéndose para él, besando su entrepierna, chupándolo, tratando de enseñarle todo lo aprendido en su larga vida.
 
Después de todo, era diez años mayor que él y sabía cómo complacer a un amante, mucho más a un muchacho casto, que le entregaba su virginidad, que abriéndose como una flor se alimentaria de ella como si fuera el mayor de los néctares.
 
Ignorando que no tenía nada que ofrecerle, que su hermano comenzaba a ser temido en ese pueblo, un juez, un hombre cruel y poderoso, que seguramente no estaría contento al saber lo que le hacía a su musa en sus habitaciones. 
 
Esos días fueron la gloria para él, su perfecto muchacho en su cama, visitandolo cada día, enamorándose mucho más al sentir su cuerpo, su suavidad, escuchar sus palabras y comprender que tan solo en realidad se sentía. 
 
Deseaba ser su esposo y su compañía, pero necesitaba una fortuna, poder, ya fuera del cielo o del infierno, de dónde viniera, le necesitaba a su lado.
 
Habían disfrutado de su compañía por varios días, Radamanthys de su amor y él se sentía con suerte, con la clase de suerte que tienen los jugadores antes de perderlo todo, o los marineros antes de encallar, ajenos al infortunio que tocaba a su puerta.
 
Pinto algunos cuadros más de su musa, algunas ocasiones le pintaba como un ente proveniente del infierno, en otras como un incubo de belleza exótica, pinturas que solo el podría presenciar o apreciar, puesto que sus sentidos, cada uno de sus instintos le decían que esa era la verdadera figura de su musa de cabellera rubia y ojos que brillaban en la oscuridad.
 
Kanon se sentía libre, realizado, seguro de que su amante volvería por el, contando los días que se tardaría en eso, sin embargo, no se dió cuenta hasta muy tarde, que su hermano lanzó a su amado del pueblo, que no regresaría porque estaba en el frente, desesperandose como nunca, creyendo que lo mejor era enlistarse también, solo así podría verlo de nuevo.
 
Paso un año más de una soledad que lo destruía poco a poco, a veces salia a beber para olvidarlo, escuchando los reproches de Saga, sus constantes regaños al saber que se había enamorado de ese muchacho.
 
Y cuando estuvo a punto de salir a buscar su suerte, fue que llegaron ellos, él, acompañado de su hermano, un anciano de apariencia desagradable, un aristócrata supuso, una cosa que se les parecía demasiado, sin embargo, parecía tener unos ochenta años, cabello cano, casi desaparecido, encorvado, dientes negros, como si fueran de hierro y una mirada cubierta de cataratas que no podía verlos, pero sabía en donde estaban, tal vez, por su olfato, estaba seguro de que lo estaba oliendo, logrando que buscará algo con que defenderse.
 
—Tengo un negocio para ustedes. 
 
Kanon sintió aversión por ese anciano inmediatamente, Saga por alguna razón, seguramente el poder que le ofrecía esa cosa con apariencia casi humana, parecía ignorar todas las señales de alarma. 
 
—¿Que es lo que desea de nosotros? 
 
Saga se acercó a los cuadros, uno de ellos estaba aún fresco y el anciano lo siguió, posando su mirada en la imagen del joven Walden, tocando su cuadro, manchando sus dedos con esa pintura, arruinando su obra, con una actitud que le hizo sentir enfermo. 
 
—Su familia fue grande alguna vez y nosotros necesitamos soldados, podemos hacerlos poderosos de nuevo, ricos, lo que fueron en el pasado. 
 
Asi que tenía razón, Saga había escuchado las promesas de ese anciano, cegado por las historias de sus nodrizas, aquellas que hablaban de su riqueza, pero no de su maldición, una que él ya presentaba, observando cosas que no podían ser ciertas, tentáculos, garras y dientes retorciéndose en una sola figura, alucinaciones que empeoraron con su feliz semana con su musa en sus brazos. 
 
—¿A cambio de que? 
 
Siempre había que leer las palabras pequeñas, aquellas que no decían los embusteros, el lo sabía bien, porque se jactaba de ser uno de ellos. 
 
—La preciosísima sangre de los Walden, que veo los imaginas cómo demonios y tienes razón, ellos no son más que monstruos. 
 
Kanon negó eso, sintiendo otra presencia al mismo tiempo que usando una pistola que siempre traía consigo, trataba de dispararle a ese demonio de apariencia humana, siendo atacado por el menor, una criatura repugnante, blanca, deforme, como nunca antes había visto una cosa igual, ni en sus peores pesadillas. 
 
—¡No te dejaré tocar a mi musa! 
 
El anciano se rió, a su lado estaba Saga, que intento pedir por su vida, jurándole a esa cosa que podría convencerlo de traicionar a su bello amante.
 
—Tu musa, es mi conejito y no te dejaré tenerlo por mucho tiempo, Kanon Gemini. 
 
Pronunció sosteniendolo de su cabello, repentinamente se veía como un hombre joven, tan parecido a el que pensaba eran hermanos o familiares, seguramente debían serlo, pensó en sus sueños. 
 
—¡Kanon! 
 
Gritaron su nombre y su musa estaba encadenada a una pared, sus cuernos quebrados, una de sus puntas había desaparecido. 
 
—Ese conejito me pertenece a mi, a Aspros Gemini, no a un chiquillo con sentimientos de grandeza, aunque debo agradecertelo, por mantenerlo seguro hasta que yo llegue por el. 
 
El recuerdo se había transformado en una pesadilla y podía ver a su hermano muerto en el suelo, al demonio de piel morena riendo, a sus pies se encontraba Minos, pero el no le interesaba, solo su musa, que encadenada a una pared, en un castillo cubierto de sangre, iluminado por una luna roja, podía verlo con sus ojos amarillos, aún creyendo en su promesa.
 
—Y tu no puedes más que mirar, como mi conejito me obedece, sin poder hacer nada al respecto. 
 
Pronuncio enseñándole su trozo de cuerno, el que traía colgando en su cuello, antes de encajar su mano en su costado, haciéndole despertar agitado, buscando a su musa, que seguía dormido en sus brazos, ajeno a sus delirios y a su padre, al menos, un pedazo de este, flotando en la inmensidad. 
 
—Tu y tú hermano tienen una misión, si la cumplen, todo aquello que deseen se les será entregado, aún, el segundo príncipe del Inframundo. 
 
Le advirtió, aunque no era necesario, haría lo que fuera por mantener a su musa en sus brazos, era un pecador, se había ganado el infierno, así que si de todas formas lo condenarían por su pasado, que más daba lo que tuviera que hacer para conseguir el amor de su diablillo.
 
—Ya te lo dije en ese calabozo, haré lo que sea para mantener a Radamanthys en mis brazos. 
 
Y era cierto, ahora que le volvía a tener consigo no se detendria por nada, ni siquiera que todo el mundo se derrumbara a sus pies. 
 
—Que así sea... 
 

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