Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Los demonios de la noche. por Seiken

[Reviews - 92]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Kanon entrego la carta en la posada del pueblo que servía como una oficina postal improvisada, como se lo indicara el joven Walden, era un trabajo sencillo que no le tomo más de quince o veinte minutos.

Saga visitaba a otros enfermos, tratando de atender aquel mal que arrasaba ese pequeño pueblo, cuyos habitantes acusaban a la familia Walden por las muertes o los enfermos que hasta el momento había cobrado esa peste.

Saga escuchaba como hablaban de la llegada del otro demonio a la mansión, el de ojos amarillos que brillaban en la oscuridad, el que decían una ocasión recibió un disparo de su propio padre, resultando ileso.

Quien según decían las malas lenguas conspiradoras, poco después de aquel día, murió en condiciones por demás extrañas, como su madre o cualquiera de sus miembros.

Los pobladores también decían que ya era hora de que alguien hiciera algo con esos demonios, con el juez Minos y con el otro, Radamanthys, cuyos nombres debían tener un oscuro significado.

Así que, en el supuesto caso de pedirles ayuda, le cerrarían puertas, ventanas, en el mejor de los casos, en el peor de los casos, los quemarían como a la mujer que le dio a luz.

Estaban solos y Radamanthys tenía razón, lo mejor que podían hacer era escapar de ese pueblo, buscar la seguridad de las grandes ciudades, después de todo, la mayor parte de su riqueza la poseían en lugares especializados en guardar dinero.

Lo que tenían en esa mansión era nada, comparado con lo que había fuera de ese pueblo, del que podían disponer a su conveniencia, puesto que el mundo moderno así era, un mundo que Saga tenía mucho trabajo para comprender, por lo que amaba esos pequeños lugares, que de vez en cuando tenían enfermos como Minos, ese pobre loco.

Que haría que su hermano menor pagará sus errores con su vida, supuso, un hombre despreciable, como lo fue él, que le había causado gran infortunio a su propio gemelo.

*****

Al mismo tiempo un hombre de cabello negro, con ojos lilas, observaba a Kanon realizar su tarea, levantándose antes de llamar su atención, saliendo a las poco concurridas calles de ese pueblo que se iba transformando en una ciudad.

Subiendo a una carreta con dos caballos negros, era un mercenario, que realizaba trabajos por una buena suma de dinero, un hombre muy joven, con una educación especial.

El que inició su camino, seguro que la cacería le tomaría algunas horas, suficiente tiempo para llegar a su destino y estar de regreso cuando los hermanos volvieran a la vieja mansión Walden.

Con el viajaban otros dos individuos, un hombre de cabello largo, de color morado, que decía ser de la oculta Lemuria y un gigante de apariencia amable, proveniente de América, cuyos puños podían abrirse paso a través de un pequeño ejército.

—¿Están listos?

Pregunto sentándose en la parte de adelante de la carreta, a un lado de Mu, que vestía una capa gruesa, la que le protegía de la luz del sol y jamás se la quitaba.

—Mientras más rápido mejor.

Fue la respuesta del gigante, su nombre era Aldebaran, que sabía lo que tenían que hacer y había visto algunas cuántas criaturas por su propia cuenta.

—Debemos estar alertas, seguramente tienen varios soldados en esa mansión, será muy complicado el trabajo.

Supuso Mu, que como Shura, poseía una mejor educación respecto a los demonios que acechaban a los humanos, una mejor educación que Aldebaran o los jóvenes Walden.

*****

Radamanthys espero a que los dos hermanos salieran al pueblo, ya era de noche y estaba seguro de que no regresarían hasta la mañana siguiente, cuando los primeros rayos de sol alumbrarán su vieja mansión.

Minos dormía en su cama, vestido con un camisa larga que le servía de pijama, escuchando los pasos de su hermano, el que regreso con una maleta de cuero, su único equipaje, abriéndolo con cuidado de no llamar la atención de los sirvientes, que supuestamente a esa hora dormían en sus cuartos, muy alejados de sus habitaciones.

—Minos, sé que apenas puedes moverte, pero necesito que me ayudes a vestirte, vendrán por nosotros en unas horas.

Radamanthys era un hombre práctico que siempre actuaba pensando en lo peor, así que, cuando leyó la carta en donde su hermano le decía que su vida estaba en peligro, que lo necesitaba, decidió actuar de aquella forma, creyendo que, de hecho, algo atentaba contra su vida.

Al llegar vio que tenía razón, ya fuera por los extraños métodos de curación de ese médico incompetente, o porque un demonio atacara a su hermano por la noche.

La carta que había enviado era una señal, que bien podía hacerle ver como un demente, la que le enseñaría a su amigo de las trincheras, su hermano de armas, que era tiempo de ir por ellos.

—¿De qué estás hablando?

Le pregunto el mayor, sintiendo como Radamanthys tiraba de sus cobijas, deteniéndose un instante para ver la magnitud del daño recibido por su hermano hasta ese momento, para después, sacar una muda de ropa, prendas sencillas, fáciles de vestir.

—Tengo un amigo en el ejército, su nombre es Shura, le pedí que me acompañará, pero se quedó en el pueblo, el trajo consigo hombres que saben lo que hacen, mercenarios.

Radamanthys le quitó la camisa a Minos para ponerle una de las suyas, cerrándola con prisa, después de ayudarle con su ropa interior y pantalones, terminando con unas botas de montar, preparándolo para el viaje que realizarían.

—Le dije que debíamos pensar en lo peor, en lo más extraño que podría suceder, y eso era, que tú carta tuviera razón.

Le coloco entonces una capa, para cubrirlo del frío y él se puso un cinturón, con el arma de fuego que había traído consigo, guardando el libro en el maletín, sin notar que la fotografía en la que posaba con Shura y Aioria, ya no estaba.

—Nunca me has pedido nada, ni siquiera cuando éramos niños, así que, si me mandaste esa carta, no podía ignorarlo.

Minos sonrió, parecía que la suerte por fin le sonreía, aunque dudaba que pudiera salir caminando de su mansión, pero su hermano era un hombre muy fuerte, el que se veía demasiado pálido, mucho más que esa misma mañana.

—¿Como sabes que ellos vendrán?

Le pregunto, sintiendo como su hermano lo cargaba entre sus brazos, como si fuera un niño pequeño, aunque era delgado, al menos pesaba unos setenta kilos.

—Les pague la mitad de una suma considerable, si quieren el resto, tendrán que venir.

Le informo, saliendo al pasillo, esperando encontrar alguno de los sirvientes, pero no había nadie, no los estaban vigilando, no todavía, por lo que debía apresurarse, bajar las escaleras tan rápido como pudiera, para tomar uno de sus caballos y partir cuánto antes, esperando encontrar a sus mercenarios en el camino.

—¿En verdad crees en lo que te he dicho?

Radamanthys no sabía que pensar, no había visto a ningún demonio, solo a dos personas muy avariciosas, ansiosas por despojarlos de su riqueza.

—Minos, espero que hayas perdido la razón después de lo que me has relatado, pero... no creo que estés loco.

Radamanthys depósito a Minos en la entrada de uno de los establos, en donde podía escuchar un caballo relinchando e ingreso, era una criatura amigable, un percherón poderoso, de manto negro, un espécimen precioso que no llamo su atención tanto, como el cadáver regado en el suelo, vestido como un mayordomo, con uno de los múltiples trajes que usaba Kanon, ese anciano embustero, un cadáver que parecía momificado.

Radamanthys no tenía tiempo para revisar de quien se trataba, si es que existía alguna pista de quien fue alguna vez, montando al caballo, debían apresurarse.

Minos observaba la oscuridad, preocupado, ansioso, como sintiendo que le observaban y era cierto, de pronto una figura agazapada en la oscuridad salto de uno de los tejados, sus ojos azules petrificando a Minos, mostrando una sonrisa con dientes que reconoció inmediatamente como aquello que le atacaba usando la oscuridad a su favor.

Radamanthys bajo del caballo de un salto, para dispararle dos veces a la criatura, que grito a causa del dolor que sintió, humo desprendiéndose de sus heridas, pero no lo derribo.

—Te dije que no estaba loco.

Ni siquiera Minos sabía si eso le hacía sentir mejor, pero no sé preocuparía por eso, sintiendo como Radamanthys lo subía al caballo e iniciaba su carrera.

—Parece que nuestros conejitos quieren escaparse.

Radamanthys volvió a dispararle, empezando la carrera de su percherón, que no era un caballo rápido, pero sí muy resistente.

—No temas Minos, ellos vienen en camino.

La criatura apretó los dientes afilados que tenía y comenzó a seguirlos, le había dicho a su hermano que Saga no era de fiar, que esos muchachos encontrarían la forma de huir, ese tipo rubio escondía algo en su actitud tranquila.

—Perdóname Radamanthys, esto es mi culpa.

Radamanthys negó eso, salvaría a su hermano, tenía que hacerlo, por lo que, golpeando los costados de su montura, para avanzar mucho más rápido, aceleró su carrera.

*****

En medio de la noche se escuchó un grito desesperado, aquel de una persona cuya vida se escapa de sus manos.

Un grito desgarrador, que no provocó que todo el pueblo fuera a buscar a la pobre alma, sino que las puertas, ventanas y cada posible entrada a las casas fuera sellada, para que eso no ingresará a sus moradas, esperando que la mañana les trajera un poco de paz y noticias de quien fue la víctima de los Walden está vez.

Pero de haber salido habrían visto al mayordomo de los Walden salir del callejón que dejaba una carcasa de lo que fuera una persona, una momia decrépita, con una expresión del mayor de los horrores.

Kanon supuso que ya era el momento de regresar a su mansión, llegaría justo al amanecer para servirle un delicioso desayuno a su conejito, el que seguramente se mantuvo despierto velando al hermano mayor, debilitándose en el proceso, era un buen hermano, como el suyo, su mellizo, que estaba de guardia, por si acaso los herederos Walden planeaban alguna locura.

Un buen hermano, que obedecía sus órdenes, que le amaba a pesar de todo, de sus errores y traiciones, porque Minos quiso matar al hermano menor, lo desterró de su propia casa, como él que cuando renacieron, tuvo que mantener encerrado a su mellizo, que era demasiado salvaje para su propio bien.

Pero ahora ya podía controlarse, aunque, el aroma de Minos lo perdió en el instante en que se cruzó con él, pero su mellizo estaba hambriento, tanto como él, ansioso por un poco de sangre y algo de esa energía tan especial.

Tan poderosa que aún el, con una pequeña probada, ya se sentía casi como su viejo yo, aún le faltaba reparar el daño del tiempo y la hambruna, pero su conejito lograría mantenerlo en pie, cuando su maestro decidió condenarlos al exilio, no matarlos él mismo en persona, pero provocar que los humanos lo hicieran al cazarlos.

Una traición que jamás podría perdonar pensó, subiendo al cómodo carruaje, regresaría sin Saga, al médico ya lo había liberado de su deuda con él, como había liberado a su hermano, aunque usaba su nombre para no llamar la atención de nadie.

Habrían sido ricos, poderosos, a cambio lo único que tendrían que hacer era ayudarles a capturar a los herederos de aquella familia acusada de brujería y pactos con el demonio.

Pero el hermano que conocían como un embustero no quiso ayudarle, así que tuvo que eliminarlo, no quería ningún estorbo en su renacimiento.

Saga no lo perdonaría supuso, pero tampoco podía hacer nada, sólo regresar de dónde vino, esperando que su gemelo estuviera a salvó y cuando descubriera la verdad, sería demasiado tarde.

Ya era hora de que Minos recibiera su último beso y el iniciará su ritual de cortejo con el menor.

*****

La criatura corría de rama en rama, saltando como si de un mono se tratara.

Radamanthys disparaba de vez en cuando, tratando de alejar a esa criatura, obligando a su montura a moverse más aprisa, esperando que pronto, de alguna forma viera a los mercenarios y a su amigo en el camino.

Minos estaba seguro de que los alcanzarían, puesto que Lune, también trato de esquivarlo, pero no lo logro.

Y observando a la criatura a lo lejos, sé dio cuenta que ya no era un costal de huesos cubierto de piel arrugada, ahora se veía como una persona común, una muy fuerte, al menos eso pensó al verlo.

—Radamanthys... esa cosa cambio su apariencia... ya no se ve igual, se ve más humana.

Le informo, rezándole a todos los dioses porque pudieran alcanzar a sus refuerzos, o llegar al pueblo, a uno de los templos del dios cristiano, necesitaban ayuda, estaba desesperado.

—¡Nos está alcanzando!

Le gritó, al mismo tiempo que su cabello relinchaba y caía al suelo, sus patas cercenadas por algo, tal vez, las garras de aquella criatura, que ya se veía como un hombre, uno muy fuerte, cabello largo, con ojos azules que brillaban en la oscuridad.

Parecidos a los suyos, pero mucho más salvajes aún, lastimándolos en el proceso, pero Radamanthys, apuntando su pistola contra la criatura, se apresuró a defender a Minos.

—Mi hermano no quiere que te mate, tú serás su conejito, pero a mí me toca, Minos.

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).