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Los demonios de la noche. por Seiken

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Harbinger había avanzado todo lo que podía, a pesar del cansancio, del día o de la noche, sintiendo el llamado de su maestro tratar de alcanzarlo, evitar que llegara al bastión, el que no sabía estaba deshabitado y era un esfuerzo inútil tratar de llegar a él. 
 
Su piel tenía varias quemaduras, se cubría con una gruesa capa de viaje, pero aun así era imposible para el evitar que el sol le hiciera daño, deteniéndose en las puertas, oliendo la muerte y la destrucción, temiendo que hubiera llegado demasiado tarde. 
 
Usado su única carta, para obtener una oportunidad que nunca existió, el lazo invisible con su amo acortándose con forme pasaba el tiempo. 
 
Dio los primeros pasos en esa tumba, respirando hondo, comprendiendo, tal vez, demasiado tarde que la infección había llegado hasta sus cuarteles y que la información que trataba de proteger, probablemente ya no tuviera ninguna clase de valor, si no existía nadie del bastión para recibirla. 
 
Aun así, busco en cada una de las habitaciones, esperando encontrar algo, cualquier clase de señal y lo hizo, Dohko, esperando que algún día regresará a casa le dejó un mapa, en donde estaba marcada una cruz, allí habían ido y ahora tenía que apresurarse. 
 
Habían pasado demasiados días de un viaje constante, estaba cansado, algo desnutrido, esos días había avanzado en la espesura alimentándose de animales.
 
-Gracias maestro. 
 
Dohko era quien se ganó se respetó sin duda alguna, el anciano bajito le llevo comida, cobijo, pero no le juzgo, ni le pregunto nada, únicamente manteniéndolo seguro, mucho menos menciono su estatura, ya que no era muy alto, uno de aquellos gigantes alargados que en ocasiones tienen problemas en los huesos y una apariencia extraña, sino, que era un humano común, de gran tamaño, como Aldebaran, los dos eran de la misma raza, una humana, pero mucho más grande.
 
-Usted siempre pensando en mí...
 
Guardo el mapa en su ropa, alimentándose de algunas ratas, las que apenas eran bocadillos, encontrando desagradable los latidos de su corazón, porque hasta el momento, Kiki le daba sangre en una copa o le hacía beber de su propio cuerpo, después de alimentarse con sus víctimas. 
 
-¡Harbinger! 
 
El gigante, ya que esa era su raza, siguió alimentándose, cambiando su ropa por un uniforme de cuerpo completo que estaba pensado para protegerlo de los vampiros, pero en esta ocasión, lo protegería del sol, al no dejar nada de su piel al descubierto, ni siquiera su rostro u ojos.
 
-¿Kiki?
 
Pregunto al escuchar ese grito, tal vez esperaba que se enfrentará a él, pero no, está vez usaría su prudencia y su sentido común, no podía ser capturado, Aldebaran deseaba salvar a esos niños del horrible destino que les tenían preparados, así como la información que poseía detendría los juegos divinos que terminarían por condenar la tierra y a todas sus razas. 
 
-¡Mi dulce pequeño! 
 
Volvieron a gritar, sus instintos agresivos le pedían enfrentarse a él, su sentido común, huir, debía apresurarse, para esquivar las patrullas de la jauría cuando estuviera cerca de estas, era un vampiro, ellos licántropos, se trataban de enemigos naturales.
 
-¡Si no regresas te haré pagar por ello! 
 
Prefería arriesgarse, porque de todas formas le haría pagar por ello, de eso estaba seguro, pues lo conocía bien y Kiki era en realidad, un hombre muy sádico.
 
-¡Harbinger! 
 
*****
 
En alguna parte del castillo que pertenecía a Camus, su dueño, tratando de recuperar su energía, se ocultaba en las sombras, observando a Defteros, uno de los demonios que habían asesinado a sus hermanos de maldición, pero había salvado su vida.
 
—Mi hermano está obsesionado con ese demonio, piensa que le traerá felicidad, pero únicamente le ha dado dolor. 
 
Pronunció el segundo hermano, acercándose a Camus, ofreciéndole su muñeca, con la nueva sangre que corría por sus venas, la misma que les protegía del fuego, del sol, del frío, de cada elemento, que los hacía poderosos y había curado cualquier herida de sus cuerpos inmortales, mucho más rápido aún, que la dulce sangre de su avecilla. 
 
—Y piensa que puede usarlo a su antojo, cuando ese diablo es quien le ha traicionado más de una vez. 
 
Su hermano no lo sabía, pero su conejito planeaba escapar después de la primera noche compartida con su amo, dejando atrás al mayor, sin preocuparse ni una sola vez por él, ni su felicidad, ni su cordura, cuando era el quien lo mantuvo en pie por los peores años de su esclavitud. 
 
Su hermano que había buscado consuelo en la presencia de esa pequeña aberración, ese niño con cuernos que fue entregado a su amo proveniente de una familia poderosa, o eso decían, que su vida había sido miel sobre hojuelas hasta ese momento. 
 
No era como ellos que habían escapado de un peor lugar, que eran golpeados y odiados, cuya madre murió cuando eran jóvenes, que comprendían todo de la traición humana. 
 
Tal vez por eso su hermano se enamoro de una criatura que a leguas se veía que no era humana, sino, más bien un animal, esos cuernos en su cabeza, esos ojos, ese niño no era un conejito, sino una cosa a punto de atacar a su querido hermano mayor.
 
Cuyo amor estaba equivocado y como ese bastardo que lo hacía ir a sus habitaciones todas las noches, el pequeño diablo le hacía visitarlo en su escondite, alejado de todos, ese traicionero diablo que no se interesaba en verdad por el, que le daría la espalda como todos los demás.
 
Lo había visto todo, como intentaba correr usando su sangre demoníaca, sus cuernos y sus alas, le arrancó la garganta a uno de los eunucos con sus dientes, así que tuvo que detenerlo, evitar que escapara, saltando en su dirección para capturarlo, ganándose de alguna forma, el agradecimiento de su amo, el mismo que lastimaba a su gemelo y lo entrego a su amable emperador.
 
Cuando ya había matado a varios de los eunucos que debían quitarle los cuernos al demonio con apariencia de niño, sin lastimarlo, le ordenaron a el arrebatarle un pedazo, de alguna forma pudo quitarle casi uno completo, haciendo que casi perdiera la razón, así que tuvo que defenderse, al final, un adolescente armado pudo más que un diablo con forma de niño, el que yacía sin vida, en contra de los deseos de su amo.
 
De allí que arbitrariamente para su hermano, su amo decidiera castigarlo con el mejor de los regalos, al presentarle el amor, a su Minos. 
 
El día que por fin liberaron a su hermano de ese demonio, fue el mejor día de su vida, pero como con todas las alimañas este pequeño diablo siempre regresaba, primero como un soldado del ejército de sus enemigos, al que su hermano mayor eligió como su tributo, ahora como ese despreciable noble que lo alejaba de su puro y precioso Minos, su único amor.
 
Pero, aunque no compartía su visión acerca de ese diablo, Defteros le había prometido darle todo lo que deseaba, y eso era ese demonio, al que atacarían, pero no de la forma en que Aspros lo planeaba, porque las personas como el, podían adivinar sus movimientos, dejándolo en desventaja.
 
—Te salve para que convenzas a todos los que sobran de aliarse con nosotros, somos los nuevos vampiros y necesitan de nosotros para sobrevivir, porque si no, los mataremos. 
 
Debían actuar rápido, de forma contundente, el mismo iría en persona, le arrancaría el cuerno y después, su perfecto hermano tendría lo que deseaba. 
 
—Debes sentirte diferente, tu forma original regresa y con ella, el poder para obtener a tu ángel, Camus, pero eso te lo puedo quitar, si nos vuelves a traicionar. 
 
Camus ya no era la piltrafa en que se había convertido, ni se sentía como lo hiciera cuando era un vampiro, lo que había pasado con su cuerpo era diferente, era el poder verdadero. 
 
—Captura a tu ángel para separar a los dioses gemelos, hazlo el mismo día que lleguen los dos Walden a la jauría, tendrás que actuar rápido, porque yo atacare al mismo tiempo. 
 
Golpearían por dos flancos, desatando el caos y la desunión entre los dioses gemelos, al mismo tiempo, el atacaría a Minos, su hermano trataría de defenderlo, bajando la guardia, dándole la oportunidad para tomar un trozo de cuerno, pues, ya sabía bien como quebrar ese extraño material del que estaban hechos. 
 
—Escapa con tu ángel, no pelees, yo me encargaré de mis enemigos, mientras mi hermano, bueno, el ya tiene planeada su ofensiva. 
 
Su hermano gustaba de realizar largos planes, mover cada pieza lentamente, el, los golpes directos y contundentes, aquellos que te destruían, o te dejaban moribundo.
 
—No quiero que lastimes a mi avecilla, porque si lo haces, te mataré. 
 
Le advirtió de pronto, mirándolo fijamente con una expresión que decía claramente, que el castigo impartido por su hermano sería el piadoso. 
 
—Y si Aspros se entera de algo de esto, también lo pagarás muy caro. 
 
Su hermano debía seguir pensando que no era más que un salvaje, que su amo destruyó su mente, así, era más fácil protegerlo. 
 
—Si tengo a mi escorpión, haré lo que me digan. 
 
*****
 
Kanon veía la tristeza de Radamanthys reflejada en cada una de sus acciones, e intentaba pensar en alguna forma de hacerle sentir mejor, de regresarle esa confianza y alegría perdida.
 
Comprendiendo bien que su rival de amores estaba arrebatándole el corazón de su diablillo, de su musa, porque él había sido quien lo acompañó en el campo de batalla, en cambio, su semana era lo único que tenía en sus manos para aferrarse a su cariño. 
 
El debía hacerle ver que aún era hermoso, que sus sentimientos eran sinceros y que su vida estaba consagrada a su existencia, lo mucho que lo amaba, porque el era la razón por la cual su vida había mejorado. 
 
Gracias a él había encontrado el poder oculto en su sangre, en su línea familiar, la riqueza y la fortaleza mental para enfrentarse a sus demonios.
 
La forma de convertirse en quien necesitaba a su lado para que pudiera despertar por completo y la verdad era que no le importaba en lo absoluto la humanidad, o las historias,  el era su soldado leal, su espada, su escudo, lo que fuera que necesitara. 
 
—¿Porque no lo dejas tranquilo? 
 
Era su rival, que le veía fijamente, sosteniendo a su musa entre sus brazos, mintiendo al decir que su afecto era el de un padre o un amigo, y no el de un amante. 
 
—Para que tú obtengas lo que deseas, encerrarlo en una jaula, indefenso, dependiendo de cada una de tus decisiones. 
 
Kanon hablaba con lo que pensaba era la verdad, porque su padre le había dicho que su musa era un demonio oculto en un cuerpo humano, que tarde o temprano despertaría, pero, que mientras estuviera a la mitad del proceso, estaría en grave peligro. 
 
—Dices qué no lo deseas, que únicamente quieres protegerlo, pero al mismo tiempo no buscaste la forma de forzar su despertar, lo dejaste creer que podían pasar huyendo tres años hasta cumplir los veinticinco, mi padre me lo ha dicho, y el nunca se equivoca. 
 
Shura le miraba con una expresión fría, ajena a sus temores, ni siquiera se molestó por lo pronunciado, únicamente recorrió el cabello del ahora demonio. 
 
—Lo dice uno de los pequeños abismos, tú qué compartes la sangre con sus cazadores, piensas que al cumplir su misión te hará su consorte, te dará inmortalidad. 
 
Eso lo dijo casi en un susurro, evitando que Radamanthys lo escuchara, porque bien sabía que esos dos gemelos, los que cazaban a su discípulo, eran Gemini, hijos del abismo, pero ninguno había demostrado su ascendencia hasta estos dos gemelos, porque suponía que su hermano, el que traicionó a los Walden, era igual a Kanon, un Leviatán, un monstruo con forma humana.
 
—Porque no te creo cuando dices haberte enamorado de Radamanthys, que es muy noble, pero ya no es humano y su destino esta plagado de sufrimiento, el de ambos, pero a mí solo me importa él. 
 
Kanon respiraba hondo, a punto de arrebatarle a su musa de sus brazos, pero no se movía, mirándolo fijamente. 
 
—¿Que diablos eres? 
 

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