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Los demonios de la noche. por Seiken

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Defteros esperaba verlo retroceder, escucharle pedir piedad o perdón, pero no lo haría, nunca más volvería a mostrarse débil frente a sus enemigos, frente a ese demonio que buscaba destruirlo.

-¿Tan agradecido estás del emperador Minos que tienes que violarlo sin descanso para pagarle sus favores?

Defteros se detuvo, riendo un poco, esa llama debía extinguirse y lo haría con demasiado placer, únicamente, para escuchar los gemidos, los gritos, de esos labios agonizantes.

-Tú no tienes una idea de cuánto ame a ese hombre, de cuánto lo quise conmigo y lo feliz que hubiera sido de poder vivir a su lado.

La respuesta del juez vino en forma de una risa violenta, Minos estaba riéndose de él, aún tendido en la cama, como si pudiera defenderse, mirándole con burla, negando eso, así que su sueño habría sido ser el esclavo del emperador de Creta, y solo por eso, le tenía en sus manos.

-¿Cuántas veces tendrás que repetirte eso para que te lo creas?

Le pregunto, alejándose de él, gateando en dirección de la pared para levantarse en la cama, bajando de ella, seguro de lo que pronunciaba, necesitaba que Defteros le hiciera daño, mucho, para que su hermano se diera cuenta que nunca cumplirían sus promesas, que estaba en peligro en ese castillo, su amo no podía controlar a su hermano menor, tenían que escapar.

-Tú haces todo esto porque odias a ese Minos que los salvo, que de alguna manera protegió a tu hermano y lo libero de las manos del senador que le violaba, tu vida se fue al caño, todo porque tuvo que matarlo, buen hermano menor.

Podía ver el rostro de su amo transformarse en una mueca casi inhumana de furia y desagrado, negando eso, nunca le haría daño a su hermano, él no tuvo la culpa de lo que paso, Minos mentía, ese Minos que era hermoso, pero comenzaba a dudar de que hubiera bondad en su corazón.

-Y me pregunto porque mataste a su conejito…

Eso lo dijo por puro reflejo, al pensar en la forma en que odiaba a su hermano, en como podría matarlo si no supiera que eso terminaría de romper el espíritu de Aspros, así que se imaginaba que algo así ocurrió con el antiguo conejito, comprendiendo que tenía toda la razón, Defteros tuvo que ver con ese asesinato.

-¿Tanto le odiabas por ser el receptor del amor de tu hermano?

Defteros le ataco entonces, sosteniéndolo del cuello, apretando con fuerza, para lanzarlo al suelo, escuchando un quejido que le pareció sumamente placentero, esperando que dejara de abrir su boca, de mentir con esa saña, él amaba a su hermano, era su sol y siempre le protegería.

-¿Acaso lo quieres para ti?

Defteros respondió propinándole varias patadas en el costado, sosteniéndolo del cabello, para azotarlo de nuevo contra la cama, en donde cayó la mitad de su cuerpo, sus rodillas estaban en el suelo, se había mordido el labio inferior, y sentía varias costillas rotas.

-¿Ta brindaba placer el ver como torturaban a tu hermano mayor?

Le pregunto tratando de levantarse, pero Defteros le sostuvo del cuello, manteniéndolo quieto contra la cama, sabía lo que vendría, lo violaría sin preparación ni caricias, porque lo estaba castigando y sentía su cuerpo temblar, estaba aterrado, porque si bien sabía que no lo mataría, no sabía que tanto daño le haría, un daño, que tenía que soportar para convencer a Radamanthys de huir de aquella prisión, de lo contrario, no lo haría.

-¿Te acariciabas a ti mismo al escuchar sus gritos o sus quejidos, al ver sus lágrimas, buen hermano?

Defteros sentía su sangre hervir al escuchar esas mentiras, las que cambiaría por unos gritos de dolor, para silenciarlo, descubriendo su hombría que comenzó a acariciar con movimientos lentos, notando el miedo del hermano mayor, sus temblores, estaba asustado, así que únicamente trataba de hacerle enojar tanto que quisiera matarlo, pero no lo haría, pero si, silenciaria esa lengua mentirosa, aunque tuviera que cortarla.

-Por eso le tenías tantos celos a su conejito, por eso odias a mi hermano, porque él desea su cuerpo, el habría escapado con ese esclavo, no es verdad, te habría abandonado y tú no deseabas estar solo, siempre has deseado ser el sol de Aspros, como él es el tuyo.

Minos se obligaba a seguir hablando, con la mano de Defteros sobre su cuello, manteniéndolo quieto en esa cama, podía escuchar la manera en la cual frotaba su erección, como se movía, pensando que tal vez, lo que había dicho por puro reflejo, para herir al que se llamaba su amo, era cierto, pero por el momento no deseaba comprender hasta qué punto y hasta qué punto haría lo que estuviera en sus manos, para fingir que eso no era cierto, que no sentía celos de ese conejito, por ende, de su hermano menor.

-¡Guarda silencio esclavo!

Le grito entonces, empalándose de un solo movimiento, su cuerpo le recibía, llevaba un año sintiéndolo y Minos no pudo silenciar un gemido, que no era de dolor, sino de placer, aferrándose a la cama, odiándose por ello, por encontrar placentero el sexo de su verdugo ingresando en su cuerpo, pero allí estaba, gimiendo, jadeando, porque le reconocía, escuchando una risa de su amo, que al verle retorcerse, lamio su cuello, soltándolo, para colocar ambas manos en sus caderas.

-Puedo golpearte, puedo hacerte todo el daño que yo quiera, y tu seguirás gimiendo como una ramera ante mis caricias, tú me reconoces como tu amo y sin mí, nunca más podrás sentir placer, así que grita, miente todo lo que desees, pero a fin de cuentas, eres mío.

Minos se mordió el labio, cerrando los ojos, preguntándose qué tan depravado podía ser, porque después de aquellos golpes, con el dolor indescriptible en su pecho, seguía gimiendo, él estaba consciente, él estaba despierto, no le habían hecho lo que le hicieron a su hermano para controlarlo como una muñeca, pero aun así, gemía en las manos de Defteros, que se regodeaba en ello.

-No… no, no, no…

Pronuncio varias veces, tratando de soltarse, alejarse de Defteros, pidiéndole al fuego del Infierno, a la oscuridad del Averno, a cada criatura condenada, que le diera fuerza para liberarse, su hermano dependía de sus esfuerzos.

-¡No! ¡Mi hermano me necesita!

Grito sintiendo que algo cambiaba en su cuerpo, tal vez la fuerza del Inframundo acudía a él, lo que fuera, comenzó a causarle dolor a Defteros, que tuvo que salir de su cuerpo, alejándose con demasiada rapidez, observando como las alas de ave crecían mucho más, de una forma descarnada, abriéndose paso entre su carne y piel, causándole un dolor inimaginable.

Defteros le miraba con una expresión asombrada, que rozaba la estupidez, al notar también como su cabello se volvía mucho más blanco, junto a su piel, sus ojos brillando del color del abismo, si es que este poseía alguna cualidad, sus pantorrillas cambiaron, la piel que les cubría se hacía escamosa, de un tono plateado, sus uñas crecían hasta abrir los zapatos que le cubrían, convirtiéndose en garras, y una más, un espolón también cortaba la piel de Minos, un espolón plateado, parecido a una navaja.

Sus manos cambiaron, transformándose en garras y en su frente, un ojo dorado se abrió, dándole una apariencia inhumana, como si fuera un ave del Averno, una criatura fantástica que estaba furiosa, que volteo a verle como si deseara matarle.

-Aspros tenía razón, eres mucho más hermoso ahora que en el pasado, cuando únicamente te tratabas de un ser humano.

Minos, aun no terminaba de transformarse, pero a diferencia de su hermano, mantenía sus pensamientos en orden, aunque su ropa se destruyera con el calor del Inframundo rodeándolo durante su evolución, por llamarla de alguna manera burda, porque en realidad, se trataba de un renacimiento.

-Lástima que no han crecido tus cuernos, de hacerlo, tendría el control que tengo sobre tu hermano, pero pronto… muy pronto serán míos y comerás de mi mano avecilla, mi precioso pajarillo.

Minos comprendió entonces porque le arrancaron una parte de su cuerpo a Radamanthys, la punta de uno de sus cuernos, pero que habían hecho con ellos, eso era una pregunta que no sabría cómo responder.

-Radamanthys tiene razón, nosotros somos príncipes… ustedes no son nada en comparación nuestra y deben ser destruidos…

Defteros negó eso, no le dejaría escapar de su jaula, mucho menos llevarse al conejito de su hermano, porque eso lo destruiría como lo había dicho y él quería que su hermano fuera feliz, que tuviera todo lo que deseaba a su lado.

Porque Minos tenia razón en una cosa, si deseaba ser su sol, su pilar, pero no por las razones perversas y retorcidas que mencionaba, sino porque eso había sido su perfecto Aspros todo ese tiempo, desde que eran niños, el había cuidado de su hermano menor, ahora mismo, era imposible para el negarle cualquier deseo de su corazón, por absurdo que lo pensara.

-¿Quieres destruirme avecilla? ¿Por qué no lo intentas?

Le pregunto, el mismo dejando que el poder otorgado por la madre de los monstruos le envolviera, cubriéndolo de algo parecido a lava incandescente, que incineraba los objetos a su alrededor, sus facciones manteniéndose en su rostro casi humano, pero su cuerpo retorciéndose, volviéndose mucho más aterrador, logrando que Minos retrocediera algunos pasos, para correr en su contra, deseoso de matarlo, o de que le hiriera tan gravemente que Radamanthys comprendiera que debían escapar de aquel sitio.

-¡Lo hare! ¡Yo liberare a Radamanthys!

Grito, usando sus manos como si fueran zarpas, corriendo en su contra, cortando su pecho y cuello, del cual comenzó a brotar sangre, pero sus heridas se cerraron con demasiada rapidez, la madre de los monstruos le protegía.

-¡Te arrancare esas alas de tu espalda!

No lo haría, pero le lastimaría lo suficiente como para que no intentara desafiarlo de nuevo, usando el don que la madre noche le había concedido, uno que era mayor al de los hermanos, puesto que ellos podían todo, las semillas de Hades, nada en contra suya.

-¡No escaparan de nuestro afecto!

Aquel grito le hizo ver que no se detendría en esta ocasión, que estaba pisando hielo quebradizo, pero aun así, ataco, usando sus garras, sus alas, todo cuanto estaba en sus manos para pelear con quien se llamaba su amo, hiriéndole de gravedad en varias ocasiones, heridas que manchaban el suelo con sangre negra, pero después se cerraban de nuevo.

-¡No son más que hormigas, insectos, gusanos, no son nada!

*****

Al mismo tiempo, Radamanthys, que complacía a su amo con su boca, quien le veía con detenimiento acariciando su cabeza, de pronto se detuvo, al sentir esa energía y escuchar un grito de dolor, ese era Minos, era su hermano, estaban haciéndole daño.

-¡Minos!

Reacciono antes de que Aspros pudiera ordenarle que se detuviera, sosteniendo su collar, una reacción que no pudo pasar desapercibida, porque Milo seguía vagando en el castillo y Aspros había decidido que le complaciera a la mitad de la nada, acción que Radamanthys realizo, sus ojos brillando del mismo color de sus cuernos y de las piedras en las joyas que portaba ese vampiro tan demente.

-¡No temas, Minos!

Aspros maldijo en voz baja, corriendo detrás de su conejito, después de cubrir su cuerpo, todo frente a la mirada sorprendida de Milo, que comenzaba a comprender que ese tipo raro tenía razón, algo le habían hecho a su hermano, por eso se comportaba de esa forma tan obediente.

-¡Sus cuernos!

Milo al escuchar los pasos de su amo vampiro, simplemente sonrió, era hora de ver a Camus, a ver que tanto le gustaba su nueva uña, esperaba que demasiado, porque deseaba cortar algunas parte de su cuerpo con ella.

*****

Las alas de Radamanthys eran poderosas, más ligeras que las de Minos, así que era más rápido si se lo proponía, pero no resistirían demasiados golpes o daños, puesto que se trataban de una membrana, aun así, le sirvieron para llegar a las habitaciones de Minos, para verlo en el suelo, cubierto de sangre, con una de sus alas quebradas, desnudo, con tantas marcas que no podía distinguir una sobre la otra, pero aun respiraba.

-¿Minos?

Pregunto con miedo de que ya no pudiera responderle nunca jamás, levantándolo en sus brazos, para ver como sonreía, como si hubiera ocurrido justo lo que deseaba y Defteros apenas comenzaba a comprenderlo, quería que su hermano le viera herido, enseñarle que las promesas de Aspros no valían nada, quien ingreso para observar aquella escena en silencio, completamente horrorizado.

-¿Qué has hecho Defteros?

Aquella pregunta la realizaba su hermano, no el niño quebrado, sino aquel que estaba a su lado en la mansión, el anciano furioso, que odiaba al mundo y ansiaba encontrar a su conejito, un conejito que abrazaba a su hermano acunándolo, prometiéndole que todo estaría bien, sin notar que su hermano sonreía, Minos algo ganaba de su momentánea locura.

-Le di una lección, no puede insultarnos y no pagar las consecuencias de sus actos.

Radamanthys volteo, sus ojos amarillos fijos en Aspros, no en él, su furia creciendo, porque había hecho todo lo que le habían dicho, era amable con su amo, así que tendrían que ser amables con Minos, no podían herirlo y apenas le dejaba solo unos instantes, apenas unos minutos, y Defteros, ese animal, casi lo mataba de nuevo.

-¡Eres un maldito mentiroso!

Le grito a Aspros, lanzándose en su contra con sus garras listas para matarlo, cortarle la cabeza o encajarlas en su corazón, pero Defteros, con la daga con su pedazo de cuerno en esta, no podía permitir que el visible afecto que sentía por su conejito, le permitiera dañarlo, así que lo detuvo.

-¡Detente! ¡No dañes a mi hermano!

Aquellas palabras fueron pronunciadas con tanta fuerza que Radamanthys tuvo que detenerse, sosteniendo su cabeza, sus cuernos brillando con el mismo fuego que las tres piedras, haciendo que Aspros se diera cuenta, que su hermano también tenía dominio sobre su conejito.

-¡Arrodíllate ante él y pídele perdón!

Radamanthys negó eso, no lo haría, pero el dolor era tan insoportable, su voluntad deseaba obedecer a Defteros, ignorando sus pensamientos, su sed por vengarse de su amo, cayendo de rodillas, la quebradura de su cuerno avanzando, haciéndole gritar de dolor, para de pronto, después de un grito agonizante, perder el sentido, todo ante la mirada de Minos, que comprendía que ellos poseían los cuernos de su hermano, aunque por su posición no podía ver donde, solo que eso le hacía daño y le hacía obedecer.

-¡Conejito!

Aspros corrió para sostener a Radamanthys en sus brazos, acariciando sus cuernos, observando a Minos en el suelo, gravemente herido, para después fijar la vista en Defteros, que no parecía comprender las acciones de su hermano.

-¿Qué le has hecho?


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