Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Los demonios de la noche. por Seiken

[Reviews - 92]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Shura vio como ese demonio se llevaba a Radamanthys con él, recordando el pasado, como a otro muchacho lo secuestraron del campo de batalla, recordando su dolor y la desesperación que sintió cuando le dijeron que había muerto, que ese vampiro lo destruyó, al ver su cadáver en esas estacas.

—No es el mismo.

Lo sabía bien, no era el mismo, pero si era el que se convirtió en su querido amigo muchos años atrás, de quién se enamoró Shura, cuando vivió a su lado en el campo de batalla.

—Aun así, es nuestro corazón.

Y pensaba que no estaba seguro en el Inframundo, que sería atacado por sus enemigos, que ya sabían dónde golpear, por ese ejército interminable de abominaciones.

—El castillo... debo ir al castillo...

Shura se dio la vuelta y comenzó a caminar de regreso a su castillo, destruyendo a los vampiros muertos que se iban cruzando en su camino, sin detenerse, manchando su cuerpo de sangre negra, que limpiaría después.

—La paz no funciona y la guerra siempre inicia de nuevo, como un círculo interminable.

Su castillo estaba en ruinas, era una efigie de otros tiempos, de otras épocas, que estaba situado en cualquier parte, una fortaleza que iba y venía a su voluntad, un castillo negro en el aire, sobre las nubes, que aún lo esperaba, cambiando con forme las culturas cambiaban, siendo ese un regalo de un dios nocturno, un lugar donde podría gobernar a los humanos, a sus hijos, aun a las bestias, un acto que ahora veía era necesario.

—Por culpa de líderes débiles...

Pero sobretodo salvar a Radamanthys, su pequeño niño y su amigo, aquel que tenía la mala suerte de parecerse al conejito de Aspros, ese monstruo carente de cordura, al que Aioros estaba dispuesto a entregarle sin piedad, para alejarlo de él, para comprar a ese demente.

—La guerra nunca termina.

*****

Radamanthys no estaba tan seguro de que lo que había dicho su hermano de cabello negro, Aiacos, tuviera sentido, tampoco lo que decía Minos, que de nueva cuenta deseaba actuar como si fueran invencibles.

Para el, ya no existía la seguridad, únicamente las sombras y en ellas, enemigos agazapados a punto de saltarte encima, necesitaba pensar con claridad, pero, no encontraba a nadie con quien pudiera compartir su punto de vista, tal vez, el único de ellos fuera Shura, porque el pintor había desaparecido, tal vez, había sido asesinado, solo le quedaba Shura, en él podía confiar.

Radamanthys decidió entonces revisar con sus propios ojos la dimensión que decían era su hogar, descendiendo unas escaleras que parecían interminables, deteniéndose en un balcón desde donde podía ver un mar de lava con cientos de criaturas moviéndose en la tierra negra, volcánica, de la que estaba formada ese dominio.

Decidió bajar de un solo salto, cayendo con sus alas extendidas, para hacerlo con delicadeza, descendiendo lentamente, observando a docenas de formas diferentes, aladas, con cuernos, pezuñas y garras, dientes afilados, escamas, no podía señalar una sola raza, sino varias de ellas, todas juntas, como si fueran varias tribus diferentes.

Avanzo mucho más, ignorando las miradas de los demonios de menor rango, algunos siguiéndole hasta que atravesó el lago de magma, siguiendo una energía familiar, que iba oscureciendo esa tierra de llamas, de piedra negra, escuchando los movimientos de las otras criaturas, de los otros demonios.

En el fondo había un templo, un coliseo de inmensas proporciones a donde bajo, sin pensarlo, en esa área ya no había demonios y podía escuchar una respiración, el sonido de una piel arrastrarse en el suelo, como si de serpientes se trataran.

Radamanthys seguía avanzando, sin prestarle atención a ese sonido, descendiendo cada vez más en ese Zigurat, en esas escaleras de caracol que formaban extrañas formas, el sonido de aquella piel arrastrándose contra las baldosas aumentando, convirtiéndose ahora en un rugido.

Los demonios a ese nivel ya eran escasos, como si otras cosas habitaran ese mundo, haciendo que se preguntara si era cierto que existían las almas en pena, ingresando en una celda con cientos de celdas con barrotes inmensos, con criaturas de ojos muertos en su interior, algunas más grandes, otras tan deformes que no podían moverse.

Radamanthys había leído demasiado respecto a la religión, al cielo y el infierno, había encontrado divertido el libro de la comedia, pero, ahora pensaba, que ese hombre de alguna forma visito el Inframundo, porque lo que veía era parecido a lo descrito en aquellas hojas, sintiendo el viento congelado, observando los arboles retorcidos con formas humanas.

Estaba ingresando en las esferas inferiores, donde pocos demonios se atrevían a ingresar, estos eran los que tenían el verdadero poder, la bendición de su señor, el gran dios Hades, pozos sin fondo de oscuridad y pecadores, almas humanas que con su dolor, algunas veces arrepentimiento, mantenían las sombras, el magma del abismo encendido, que funcionaban como su motor, su combustible.

Radamanthys no volteo, no pensaba que pudiera hacerlo, no hasta llegar a donde pensaba que su padre o algún otro deseaba que viera, observando dos celdas inmensas, una de ellas con una forma humanoide, por llamarla de alguna forma, al menos, la mitad de su cuerpo, uno obeso, lleno de llagas y verrugas, una criatura repugnante, la otra parte, era parecida a un gusano con diez colas, todas encadenadas a pilares dentro de su celda, el rostro babeante de la criatura obesa le observo con miedo, sus ojos rojos, inyectados con sangre reconociéndolo de alguna forma que no podía comprender.

—El conejito…

Radamanthys apretó los dientes, entrecerrando los ojos, no conocía a esa cosa, no entendía porque le llamaba de esa forma, aunque, podía ver que tenía una corona de hojas retorcidas en su cabeza, cubierta con algunos cuantos mechones de cabello blanco, cuya papada caía casi a la mitad de su pecho.

—El senador.

Pronuncio con seguridad, tratando de actuar como si realmente entendiera que clase de ser era este, esperando tener razón, porque de hacerlo, tenía un arma que probablemente enloqueciera por completo a su verdugo.

—De saber que eras un maldito demonio, un príncipe del Inframundo, jamás te habría aceptado en mi serrallo.

Así que eso era, el senador, un alma condenada en el Inframundo, encadenada al último nivel de aquella tierra, por una infinidad de pecados que no podría suponer, pero no le importaba, si podía vengarse de Aspros usándole a su antojo.

—Pero me asesinaste, para que no pudiera robarte a tu propio conejito.

Radamanthys comprendía bien que esta criatura era una abominación, pero también, que sería un fuerte golpe en contra de su enemigo, el que de pronto le liberara, para que destruyera su psique, la suya y la de su hermano, un golpe psíquico, además de físico.

—Yo no te mate… fue ese bastardo, esa bestia, Defteros.

Así que su hermano tenia razón, Defteros le asesino en esa primera vida, como seguramente intentaría hacerlo en esta, tal vez el amor que ese demonio sentía por su querido hermano iba más allá de lo común, tal vez, era algo retorcido.

—Tu conejito… aún sigue con vida y yo le odio, tanto como sé que tú sigues deseándolo, Senador.

La criatura se veía sorprendida, tal vez pensaba que amaba con locura a su conejito, pero debía comprender que su odio sobrepasaba cualquier límite y no estaba en contra de usar a su mayor demonio, para destruir a su verdugo.

—Así que… podemos llegar a un acuerdo, alguna forma de que los dos obtengamos lo que deseamos.

Radamanthys se relamió los labios, acercándose a la deforme criatura en esa celda, que estaba dispuesta a obtener lo que deseaba, aunque, primero debía saber la razón detrás de ese castigo.

— ¿Si está dispuesto a salir de aquí, senador?

*****

Milo no supo qué hacer cuando su madre, o la mujer que decía ser su madre le abrazaba con demasiada fuerza, como si deseara quebrar sus costillas, separándose de él, para acariciar su cabello, besando sus mejillas.

—Eres idéntico a tu padre, eres como Kardia…

Kardia, el nombre de su padre, pero ella no decía su nombre, aunque algo en su interior le decía que en efecto era su madre, una hermosa mujer de apariencia salvaje, que lloraba sin pena, mirándole con orgullo.

—Al fin… al fin puedo verte mi pequeño.

Pronuncio abrazándolo de nuevo, esperando que él también lo hiciera, sintiendo que de pronto empezaba a llorar, temblando en sus brazos, respondiendo a su gesto con demasiada fuerza, su pequeño escorpión.

—Fui capturada… por eso no pude hacer nada por ustedes, pero al fin estas a salvo.

Ella se apartó, escuchando un carraspeo de Violate, que con su embarazo se sentía demasiado magnánima, así que aunque su esposo estuviera en contra, ella los dejaría marcharse, regresar a su casa, a la tierra en donde podrían ser libres.

—Pueden irse, como pago a los servicios que Minos recibió de este hombre.

Calvera estaba a punto de preguntarle si creía que solo así se marcharía, cuando escucho unos pasos detrás de su espalda, era Aiacos, que con su apariencia imponente, le hizo callar.

—Mi esposa les ha dado una oportunidad, pueden irse, con el conocimiento de ser aliados del Inframundo, si así lo desean.

Calvera no lo deseaba, pero Milo asintió, no deseaba pelear con el Inframundo cuando parecía que este cubría la tierra, lo sentía en el núcleo de su cuerpo, además, deseaba ver a su cachorrito, saber si estaba vivo.

—Aceptamos sus condiciones.

Aiacos sonrió, ese muchacho era mucho más inteligente que su madre, que simplemente se negaba a darles la información que necesitaban, cuando nacería el dios Hades, pero que más daba ahora, que su esposa estaba embarazada y sus hermanos a salvo en el Inframundo.

—Hades nacerá de tu esposa, pero la madre de los monstruos intentara alimentarse de tu recién nacido, así que debes tener cuidado, o todo lo que han conseguido se perderá.

Calvera había luchado en contra de decirles la información que necesitaban saber, porque pensaba, que ellos habían destruido a su pequeño, junto a su padre, pues, cuando ella fue capturada, Kardia, con su amante Degel, habían sido asesinados e intentaba vengarse de aquellos que habían lastimado a su familia.

—Ella estará a salvo siempre y cuando no salga del Inframundo, siempre y cuando, esos demonios mueran, los hermanos que han torturado a los tuyos, pues, es su fuerza de voluntad aquello que mantiene a la madre de los monstruos en este mundo.

Aiacos asintió, abrazando a su esposa, planeando la forma en que pudieran proteger a su amada, así como darles muerte a los dos hermanos gemelos, dejando que Calvera con su hijo se marcharan del Inframundo.

— ¿Cómo podremos destruirlos?

*****

Shura elevo sus manos, para que su castillo bajara a la superficie, un castillo que era una obra de ingeniería divina, una maquina con sus entrañas vivas, en donde podrían resistir los embistes de sus enemigos, a donde los vampiros que no desearan obedecer a los gemelos, los licántropos y todos ellos que resistieran asistirían, pues, había dado un mensaje, usando la luna como una forma de hablarle a cada uno de los seres de aquel mundo, necesitaba un ejército, necesitaba poder, este llegaría a su lado.

—Si quieren estar a salvo, vendrán a mí.

Una vez que su ejército se ensanchara, volvería a atacar a los gemelos, pero esta vez, no tendría piedad, esta vez, los destruiría, los incineraría para que ya no pudieran levantarse de nuevo y solo así, su amado Radamanthys estaría a salvo.

—Hijos de la luna, hijos de la noche, de todas las deidades nocturnas, habitantes del bastión, solo yo puedo protegerlos, únicamente a mí me importan.

Volvería a ser un dios y en ese momento, no permitiría que la guerra volviera a iniciar, habría paz, orden, el mundo regresaría a ser lo que en el pasado, en especial, esos pilares de fuego que se elevaban hasta tocar el cielo, desaparecerían, porque el Inframundo, no debía cubrir la tierra.

—Yo les daré cobijo, yo les daré libertad…

El mensaje había sido enviado y esperaba que todos aquellos que no desearan ser unos esclavos de dos demonios salidos de las entrañas de la noche, acudieran a su llamado.

—Yo he regresado…

*****

—Aiacos…

Aiacos estaba en compañía de su esposa, que con los brazos cruzados delante de su pecho, le observaba con una expresión distante, aunque él no sabía que se trataba de su esposa, supuso que era su guardaespaldas y que solo estaba realizando su deber.

—Te presento a Violate, mi esposa, la madre de mi futuro hijo.

Radamanthys jadeo sorprendido, para besar la mano de la hermosa mujer, del demonio que actuaba como el guardaespaldas de su hermano, que además, era su esposa, quien esperaba uno de sus hijos.

—Es un placer.

Violate se sonrojo al ser saludada de aquella forma, desviando la mirada, sintiendo los brazos de su esposo rodearle con delicadeza, besando su mejillas.

— ¿Por qué están encerrados los demonios de la última mazmorra?

Pregunto casi inmediatamente, esperando una respuesta sincera, la que vino como una expresión de sorpresa casi absoluta, porque no sabía, que su hermano hubiera bajado tan profundo, sin que nadie se diera cuenta.

—Uno de sus esclavos fue uno de los hijos de Hades, al morir, fue castigado por sus acciones en su contra, por permitir que fuera asesinado, es un enemigo del Inframundo.

Radamanthys asintió, si ese era su pecado, podían utilizarle para destruir la templanza de los gemelos e intentar asesinarlos, un golpe bajo, pero que con algo de suerte funcionaria, únicamente necesitaban un señuelo, él, seguido de un golpe inmediato.

—Ese senador fue el amo de los gemelos, así que… podemos soltarlo, cuando intenten capturarme, para destruir su psique, tu y yo, podemos destruirlos, yo matare a Aspros, tu a Defteros…


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).