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Los demonios de la noche. por Seiken

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Harbinger seguía avanzando sin descanso, seguro que Kiki estaba pisando sus talones, era más rápido, más fuerte y más ágil que él, siempre había sido así, desde que comenzó a entrenar bajo su cuidado. 
 
Y ahora no podía ser diferente, estaba cansado, hambriento, porque su amo no le alimentaba lo suficiente, apenas una copa de sangre, que el le daba de boca en boca, para mantenerlo dócil, hasta que pudiera dominarlo por completo. 
 
Dohko le había dicho que de ser destruido el bastión, de llegar a perder el control de aquel sitio santo, se verían en una cabaña, perdida en el bosque, que allí lo esperaría. 
 
La información que tenía probablemente ya no era de utilidad, los gemelos demonio, la oscuridad, eran impredecibles, lo único que deseaban era a esos príncipes, su única meta mantenerlos a su lado. 
 
Kiki pensaba que no se podía llegar a un acuerdo con ellos, que eran tan poderosos como dementes, pocos vampiros eran leales al maestro y este, estaba tan enfermo como los demás, únicamente pensando en recuperar a quien inició esa enfermedad. 
 
Habían pasado algunos días, lo que significaba que para ese momento muchos más sucesos habían ocurrido, de los que no podía tener conocimiento alguno. 
 
El había prometido llevar esa información, para poder liberar a los muchachos que Aldebaran traiciono, creyendo en la bondad de Mu, otro vampiro enfermo de amor, de deseo y de lujuria, que no lo dejaría marcharse, nunca. 
 
Harbinger temía el momento en que eso pasara con el, que también se obsesionara con alguien, que se enfermara como Kiki, o Mu, o todos ellos.
 
Ingreso en la cabaña con un paso lento, tratando de recuperarse del cansancio que sentía, del hambre y de la sed.
 
Cayendo de rodillas al ver que no había nadie en ese lugar, su esfuerzo había sido inútil, pero al menos había escapado de su amo, o eso pensaba.
 
—¿Qué esperabas lograr al llegar a este sitio Harbinger? 
 
Harbinger al escuchar es voz y ver su silueta en las sombras, intento levantarse, usando una de las espadas que poseían los guerreros de su orden como un báculo, como un bastón. 
 
—Esperabas encontrar a algún aliado, tal vez, al maestro Dohko o al maestro Shion. 
 
Kiki se movió tan rápido que no pudo responder con la fuerza que hubiera deseado, siendo sostenido por el hombro, obligándolo a hincarse de nuevo, manteniéndolo en aquella incómoda postura, al tiempo que le arrancaba su casco. 
 
—Tuvieron que huir, y la orden que piensa que ustedes cometen un error al permitir que los no humanos vivan, han tomado una decisión, destruirlos, después de la espantosa derrota sufrida por esa horda de vampiros muertos. 
 
Le explicó, lo sabía porque Youma le compartía información, también sabía de la futura fiesta de cumpleaños de los gemelos, a la que no sería invitado, la captura de los principes, la destrucción de la jauría, el caos que solo dos personas estaban generando en su locura y deseo por dos seres insignificantes. 
 
—¿Por fin lograste lo que deseabas? 
 
Le pregunto, haciendo que riera, colocando una mano en el hombro de su gigante, que viajó a su barbilla. 
 
—No, por el contrario, soy de los pocos inmortales que piensan que destruir el bastión es un error, que esclavizar a la humanidad, también lo es, porque tarde o temprano, nos quedaremos sin comida, así que... 
 
Kiki beso su mejilla, lamiendo su cuello, llevando una mano a su corazón, riendo al pensar que su toro, era dócil, que aceptaba su dominio sin luchar. 
 
—Me considero un enemigo de los gemelos, por lo que soy amigo de los príncipes, tal vez de la jauría, pero sobretodo, quiero ser el aliado del bastión, para destruir a la sagrada orden dorada, que quiere exterminar a los míos. 
 
Sus dedos comenzaron a desabrochar cada uno de los seguros, liberando su piel morena, relamiéndo sus labios al verle tan apetecible, tan hermoso ante sus ojos que le devoraban lentamente. 
 
—Podemos destruir a la sagrada orden dorada, con ayuda del bastión y la jauría, después, unir a los clanes de vampiros o cualquier criatura que no desee ser dominada por esos dementes, para, finalmente atacarlos, destruirlos de una buena vez, vampiros, licántropos, angeles, demonios, aún los antiguos, todos nosotros unidos podemos derrotar a dos insignificantes gemelos y su ejército de traidores, pero, para eso tengo una condición... 
 
Kiki abrió el uniforme de Harbinger, que aún se mantenía de rodillas, desviando la mirada, comprendiendo la diferencia de poder entre ambos, su amo siempre sería el más fuerte de los dos. 
 
—¿No vas a preguntarme cuál es esa condición? 
 
Parecía divertido, como un gato con un canario, Harbinger comprendía que no había nada que pudiera hacer para detenerlo, que al dejarle llegar tan lejos lo único que deseaba era enseñarle que tan fuerte era a comparación suya. 
 
—Te gustaría que lo hiciera, así podrás decir que tú y yo llegamos a un acuerdo, pero no es así, yo nunca te aceptaré conmigo, como mi amo. 
 
Kiki asintió, molestándose con su amado toro, que se negaba a aceptar la realidad, era débil a comparación suya y desde que se vieron ese primer día, fue suyo. 
 
—Pero yo no soy tu amo, querido Harbinger, soy tu compañero, somos esposos, unidos en cuerpo y alma de la forma más pura que puede haber, por medio de la sangre. 
 
Harbinger soltó su barbilla, observando los rayos de sol colarse a través de la ventana, estaba amaneciendo y sin su uniforme, estaba indefenso de salir de aquel sitio, al bosque, donde no había ningún otro escondite, nada que pudiera evitar que se calcinara hasta los huesos.
 
—Por medio de la sangre dices... 
 
Susurro, levantándose del suelo, tomando las otras partes de su uniforme para arrancarlas de su cuerpo, respirando hondo, comprendiendo que había fallado, pero que aún podía huir de aquella criatura. 
 
—Por medio de nuestra maldición, querrás decir, Kiki. 
 
Kiki no comprendía a que se refería con eso, así que asintió, creyendo que se rendía, y en realidad lo había hecho, se había rendido, dejado de pensar en la libertad perdida, para buscar una cura a su enfermedad. 
 
—Pero me niego a ser un animal por más tiempo, a seguir siendo un monstruo, una bestia que se alimenta de las vidas de los otros. 
 
Aquello lo dijo retrocediendo un solo paso, para inmediatamente después, correr hacia la ventana, saltando a través de esta, sintiendo como el sol abrazaba su cuerpo, incinerandolo en el acto al estar tan débil, gritando a causa del dolor y la furia, escuchando los gritos de Kiki, que intento salir para regresarle al interior de la cabaña.
 
—¡Harbinger! 
 
Grito al salir al sol, recibiendo el daño que la luz le provocaba a los de su especie, sintiendo como su piel se llenaba de ampollas, observando el fuego que con largas lenguas envolvía a su toro, y repentinamente, un sonido aterrador, como de una campanada pudo escucharse en todo el bosque, destruyendo los sentidos del vampiro que caía de rodillas, con una sonrisa en su rostro. 
 
—¡No! 
 
Grito Kiki, pero, antes de que pudiera hacer algo, la misma persona que le quitó los sentidos a su amado, usando su rosario, hizo que una luz brillante lo cubriera, como un rayo de sol inmenso, que con pocos segundos destruyó el cuerpo de su toro, un acto que supuso era piadoso a los ojos cerrados de ese monje guerrero.
 
—¡Harbinger! 
 
La ceniza se disolvió entonces en el bosque, dejándolo sin nada, cubierto de fuego, pequeñas llamas que iban en aumento, sus ojos fijos en Shaka y en otro más, un joven de ojos verdes, el sirviente de Youma. 
 
—¡Los maldigo! 
 
Grito, a punto de atacar, pero una sombra con una chistera en una posición imposible lo evitó, sonriéndole a Aioria, antes de marcharse con el vampiro bajo su cuidado. 
 
Sumiendolo en las sombras de su energía demoníaca, al ser un poderoso demonio libre de las reglas que sometían al Inframundo y a sus habitantes. 
 
*****
 
En algún momento y en algún lugar de los interminables eones, en una dimensión ajena a la mente humana, Kanon retrocedió horrorizado al escuchar esa condición de su padre, que les rodeaba casi por completo, sus tentáculos obstruyendo su visión y su pasó. 
 
—¿Veinte años?
 
Pregunto, sintiendo la mano de su hermano mayor en su hombro, quien tampoco estaba dispuesto a esperar tanto tiempo, pero sabía que eran la única esperanza de esos pobres muchachos. 
 
—¿Veinte días? 
 
Repitió Saga, para ellos serían veinte años, pero para esos pobres muchachos, serían veinte días, cuatrocientas ochenta horas en las manos de aquellas horribles criaturas. 
 
—¡Ellos no sobrevivirán veinte días en las manos de aquellas bestias! 
 
La criatura no parecía sentir piedad, aunque si llevo sus tentáculos a sus mejillas, como si se tratasen de manos. 
 
—Tendrán que arriesgarse, porque de aquí no saldrán en ese lapso de tiempo, no dejaré que los bendecidos por la madre de los monstruos devoren a mis hijos. 
 
Saga asintió, estaba seguro que podrían aprender en ese tiempo y que no olvidarían a sus amores, lo que no sabía era si habría algo que rescatar después de ese tiempo y si ellos envejecerian fuera de su dimensión. 
 
—Como sabemos que no pasará lo mismo que ocurrió con Penélope, que no seremos unos ancianos con poco que ofrecerle a nuestros amores, una vez que salgamos de aquí, que nos aceptarán. 
 
Ese temor era interesante, eran humanos, eran atractivos, y serían inmortales, ya no envejecerian, como sus musas, los príncipes del abismo, ya no seguirían sufriendo el paso del tiempo, marchitandose. 
 
—Al ser mis hijos la muerte no los corrompe, más, sin embargo, aún pueden morir, y morirán, si pelean con ellos en este momento, sin el conocimiento suficiente de sus capacidades. 
 
Saga intercambio una mirada dolida con Kanon, desesperandose como nunca, porque sabía que el había sido el culpable del dolor de esos niños, al permitir que aquella tortura empezará, y debían hacer todo lo posible por salvarlos, Kanon porque amaba a su príncipe demonio, el, porque esperaba alcanzar su perdón, a como diera lugar. 
 
—No tenemos otra opción, padre, así que aprenderemos, pero no nos quedaremos más tiempo que esos veinte días... 
 
Kanon asintió, cayendo al suelo, con lágrimas en sus ojos, al sentirse el peor de los traidores y el mayor de los inútiles.
 
—¡Mi amor, aguanta un poco más, yo iré por ti!
 
*****
 
Radamanthys desperto con una lágrima en su mejilla, sintiendo como su corazón se estrujaba, estaba dormido a los pies de su amo, que al verle moverse, se acercó a él, limpiando la lágrima de su rostro, con demasiada ternura para haberle robado su libertad. 
 
—¿Porque lloras? 
 
Veía que sujetaba su pecho, como si le doliera demasiado, tal vez había tenido una pesadilla, recordaba que el en su niñez las tenía demasiado después de llegar con el senador, pero no recordaba la índole de sus malos sueños.
 
—Tal vez tuviste una pesadilla... 
 
Radamanthys asintió, tenía una pesadilla, que no se terminaba, y en ella su verdugo actuaba con demasiada delicadeza, como si le amara, sin comprender su dolor ni su miedo. 
 
—Debe ser eso, pero ya estoy aquí... contigo. 
 
Radamanthys asintió, aceptando los besos de su amo, que acariciaba su cabello, sus cuernos, con tanta delicadeza que le hacía sentirse enfermo. 
 
—Nada malo te pasará... 
 
Lo único malo que le pasaría era estar en las manos de su amo, que besando sus labios con delicadeza, decidió cargarlo en sus brazos, para llevarlo a la cama que compartían. 
 
—Ven conmigo, te haré olvidar tus malos sueños. 
 
Radamanthys no peleó por ser liberado de las manos de su amo, que le llevo a su cama, en donde recostandolo con demasiada delicadeza, le observo, fijamente, recorriendo cada parte de su cuerpo, acariciando sus cuernos, indicándole que se diera la vuelta. 
 
—Esta parte de aquí me gusta mucho... 
 
Radamanthys abrazo la almohada, cerrando los ojos, dejando que Aspros recorriera las escamas de su espalda, una zona especialmente sensible de su cuerpo, que parecían placas moradas, suaves, como las de una serpiente que acaba de cambiar de piel. 
 
—Son tan bonitas, como joyas... 
 
Aspros primero recorrió con sus dedos las escamas, que terminaban en punta sobre sus nalgas, justo donde iniciaba su cola, una morada, cubierta del mismo material, la que Radamanthys movía de un lado a otro, como un gato, cuando estaba demasiado nervioso, tenso y en ocasiones, cuando estaba tranquilo, pero eso no pasaría de nuevo en compañía de su amo. 
 
—Tu hermosa cola que termina en punta... 
 
Aspros lamió la espalda de su conejito, recorriendo las escamas poco a poco, escuchando los gemidos de su pequeño, que abrazaba la almohada con fuerza, deseando estar en otro lugar.
 
—Tus cuernos, tus garras... 
 
Aspros lamió entonces el rabo delgado de Radamanthys, como si fuera un bocadillo delicioso, lamiendo la punta que ingreso en su boca, para recorrerla con su lengua, cada pequeña hendidura, recibiendo algunos gemidos de su conejito, que se veía demasiado tenso. 
 
—Tus alas... 
 
Eso lo dijo separándose un poco, pero sin soltar la punta de su cola, que seguía acariciando entre sus dedos, besando sus alas, donde nacían a la mitad de su espalda, escuchando más gemidos de su conejito, que seguía abrazando la almohada de su lecho. 
 
—Tu bello cuerpo que es todo mío... 
 
Radamanthys se encogió de hombros, sintiendo las manos de Aspros recorrer su costado, separándose apenas lo suficiente para quitarse la ropa, el estaba desnudo, a su lado no tenía porque vestirse, a menos que tuvieran que salir de sus habitaciones. 
 
—Tu eres todo mío... 
 
Le dijo a su oido, lamiendo sus cuernos, con los que parecía estaba obsesionado, porque siempre los sujetaba cuando le poseía. 
 
—Date la vuelta conejito, quiero ver tu rostro cuando te haga mío... 
 
Radamanthys comenzaba a odiar esa postura, que era la favorita de su amo, aún así, dejo ir su almohada, para acostarse viendo sus ojos, su deseo, su obsesión por él reflejado en su rostro  transformado en algo indescriptible por el deseo. 
 
—Cuando sientas mi sexo hacerse paso en tu cuerpo... 
 
Aspros al verle recostado frente a él, temblando ligeramente, esforzándose por ver sus ojos, se relamio sus labios, comprendiendo porque esa era la postura favorita de su amo, podía ver su cuerpo y su sumisión, sus temblores, al comprender que le pertenecía sin más remedio. 
 
—Eres mío conejito y jamás te dejare ir, porque te amo.
 
Radamanthys cerró los ojos cuando su amo comenzó a empujar en su cuerpo, haciéndose paso al abrir las paredes de su intimidad, con una expresión que rayaba en la locura.
 
—Yo te amo... 
 

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