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Canasta de Cuentos de La Doña por MrVanDeKamp2

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La corona de Nefertiti


 


            Peter Quill no era un fanático de la joyería, sin embargo entró a una famosa tienda para perder el tiempo en lo que arreglaban su costoso reloj de oro.


 


Mirando sin mirar, distraído a su modo, y observando las joyas en los aparadores, chocó con un singular personaje.


 


-       Discúlpeme – se excusó el pelirrojo.


-       Queda usted exculpado – le contestó con cierto aire de altivez el entrecano hombre con quien chocó.


-       Bien – Peter le sonrió y alzó las cejas en un gesto irónico – espere – con la misma espontaneidad que siempre lo caracterizó – que singular joya – señaló el pendiente del mayor.


-       Le llaman el ojo de agamotto, una joya de familia – se mostró orgulloso – soy el Doctor Strange, Stephen Strange.


-       Peter – soltó una risillia – Peter Quill.


-       ¿Le parece algo gracioso? – El doctor Strange era demasiado estricto, no aguantaba ninguna broma, conociendo para su fortuna o su desgracia, a quien sería todo lo contrario.


-       Es, es sólo que, es usted ciertamente, singular – rió nervioso el pelirrojo – además de que su joya parece haberme hipnotizado – bromeó.


-       Ya veo – sacó la dirección de su Sanctum Sanctorum – puede venir a mi casa y observar cuantos objetos singulares le plazcan.


 


A Quill no le había desagradado el misterioso personaje, no era atractivo como Chris Evans, pero tenía un je ne sais quoi, un toque magnético que le había electrizado desde los pies a la nuca.


 


Asistió a la cita, y estando conversando en el curioso edificio, Stephen decidió lanzarse:


 


-       Si te han gustado las cosas que tengo en esta casa, deberías ver mi colección privada – se acercó peligrosamente a Peter – Te prometo un tesoro inmenso a cambio de pasar una noche conmigo. ¿Qué te parecería poseer la corona de Nefertiti? Solamente que mis condiciones son – y se acercó sensualmente a la oreja del otro como si hubiera más oídos en su casa.


-       Stephen… - Peter con la sonrisa torcida después de haber escuchado aquellas osadas exigencias.


 


Pero la corona se quedó en el Sanctum Sanctorum, Peter rechazó la indecente e intrépida propuesta, y mucho tiempo después se encontró a Stephen sumido en la pobreza, mendingando una moneda en Central Park.


 


*** 


 


Afición a los diamantes


 


El pedido había tardado dos años, pero finalmente, la pieza única había llegado a su feliz término. Había sido en París donde el castaño juntó todos sus diamantes y entró a Cartier, pidiendo que le dieran una joya excepcional: el resultado fue un collar con dos mil diamantes y esmeraldas como ojos, lo mismo que usaba de cuff como de collar, pero siempre, en la intimidad con su marido.


 


El coronel Rogers volvía de una cena de Estado con el mismísimo presidente de los Estados Unidos, su esposo, el actor Bucky Barnes había salido a París a recoger un “encargo”; Steve no le reprochaba nunca nada porque Bucky siempre había sido una persona “muy liberal” y no le gustaba que le impusieran formas de conducta, su carrera en el cine había sido fructífera y le había permitido tener un nivel socioeconómico bastante envidiable.


 


Sin embargo la sorpresa fue para Steve al llegar a su casa en los Hamptons, los criados le indicaron que Bucky había llegado ya, y lo esperaba en su habitación.


El barbado rubio, feliz de tener de vuelta tan pronto al castaño no dudó en subir corriendo, dejó la gabardina en la sala, y con su uniforme militar luciendo excelsó entro a la habitación.


 


-       Te extrañé mucho – fue la primera oración de los labios de Bucky, quien no se levantó de la cama.


-       Buck… - el rubio enmudeció al ver al castaño.


 


Utilizando únicamente el collar serpiente que habían creado para él, el diamante Ashoka que Steve le había regalado el día de su compromiso y la pulsera en forma de Puma, el castaño se incorporó para caminar sensualmente hacia el militar.


La barba se había ido por el drenaje, el cabello, no tan lago, descansaba sobre sus orejas mientras su esculpido y delgado cuerpo, avanzaba con sensualidad. Steve se sorprendía cada vez más como el castaño lograba seducirlo, siempre de manera inesperada.


 


Estaba loco por él, no podía decirle que no a nada, así fuera un capricho o un rabieta, no podía negarse a nada ante él. Lo amaba más que a su vida.


Conforme seguía avanzando, los diamantes brillaban a la luz de la luna que entraba por las ventanas, abiertas precisamente con ese propósito.


El rubio no soportó la lenta caminata del castaño y enseguida se apresuró a tomarlo en sus brazos y besarlo con pasión, sintiendo su cuerpo desnudo vibrar en sus fuertes brazos.


 


-       Así que este es el “encargo” por el que me abandonaste – Steve hundió su rostro en el cuello de Bucky.


-       ¿Te gusta? – el castaño le sonrió triunfante.


-       Lo que no entiendo es – Steve miró con atención la joya - ¿por qué esta afición con los ofidios?


-       Mi amor – Bucky lo besó con ternura – es más afición por los diamantes.


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