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Notas del fanfic:

Axis Powers Hetalia (c) Hidekaz Himaruya

 


No se suponía que estuviera en casa. Se lo había dicho él mismo, que esa mañana regresaría a Inglaterra para ver a su madre. Llevaba enferma varios meses, pero solo hacía unos días que el pronóstico se había tornado en verdad desalentador. Alfred se había ofrecido a acompañarlo y Arthur se había mostrado agradecido, pero con el trabajo juntándose y las condiciones tan precarias de su puesto en la compañía, ambos habían decidido que lo mejor era que se quedara.


—Le enviaré tus bendiciones —había dicho Arthur la noche anterior, sus ojos aguados como siempre se habían visto las últimas veces, y Alfred había tomado su mano y apretado.


Lo menos que podía hacer era apoyarlo. Honestamente se sentía mal por lo que hacía a sus espaldas. Las salidas, los excesos. Las aventuras. Debía ser lo más vil que había hecho en su vida, llegar a casa con Lovino cuando su esposo ni bien había partido a ver a su madre en el lecho de muerte, pero la oportunidad había estado ahí y ni él ni su compañero lo habían dudado.


Irrumpieron en la casa, apasionados, besándose y presionándose el uno contra el otro, y entonces Lovino hipó y lo apartó de sí con un empujón. Alfred se sintió confundido al principio, pero luego giró el rostro en la dirección a la que apuntaban los ojos de Lovino y se quedó helado.


Arthur les miraba desde la puerta de la recámara. Tenía los ojos rojos, y lágrimas nuevas y viejas descendían por sus mejillas.


Los miró por un momento, indescifrable, dijo,


—Mamá murió.


Y entonces simplemente regresó a la recámara.


Alfred se quedó paralizado, mirando a Lovino y al pasillo vacío alternativamente, y luego echó a correr detrás de Arthur.


—Cariño–


—Voy al funeral —dijo Arthur. Estaba reempacando lo que recién había terminado de desempacar.


Alfred lo miró desde la puerta, alarmado.


—Iré contigo, yo–


—No, tú quédate aquí —todavía no le miraba—. Te enviaré los papeles del divorcio.


—Arthur–


—Y no te preocupes por Lovino, no diré nada. Si preguntan, simplemente te aburriste de mí.


—Eso no es verdad. Arthur–


—Tampoco pienso meter a Antonio en esto. Puedes decirle a Lovino que esté tranquilo.


Alfred se acercó y negó la cabeza, desesperado.


—Arthur, escúchame–


—No me toques —la voz de Arthur lo paró en seco. Todavía no le miraba, pero su cuerpo entero se había puesto tenso—. Si sabes lo que te conviene, no te atrevas a tocarme.


Por fin lo miró, y sus ojos verdes estaban llenos de tanta furia ácida que Alfred temió que lo quemaría vivo donde estaba.


—Me voy —repitió Arthur en tono terminante y se giró para cerrar la maleta con un clic—. Debí haberme ido hace mucho tiempo. ¿Crees que no me daba cuenta? Que siempre que llegabas tarde, lo hacías oliendo a mi mejor amigo —se dio la vuelta, maleta en mano, y Alfred tuvo que contenerse para no tratar de arrebatársela en su desesperación—. Qué triste que lo siga llamando así, ¿verdad? ‘Mi mejor amigo’. Lo más patético es que después de todo sigue siéndolo, creo, porque es el único que tengo. ¿Que tuve...? —divagó.


Alfred pudo ver que había empezado a llorar otra vez, y sintió cómo sus propios ojos ardían.


—Arthur–


—Te enviaré todo el papeleo, así que por favor haz tu parte y te prometo que no recibirás una visita de mis hermanos —dijo, y rodeó la forma de Alfred para salir al pasillo, su esposo pronto pisándole los talones.


Lovino se había ido hace tiempo, probablemente desde que los vio perderse en la alcoba. Alfred no podía culparlo, no podía culpar a nadie más que a sí mismo mientras veía la espalda de Arthur alejarse cruzando el recibidor y saliendo por la puerta. Él se quedó de pie a mitad del pasillo, sintiéndose totalmente perdido y llorando, aunque de eso tardó en darse cuenta.


—Mierda —jadeó.


Recargó su peso contra la pared, de pronto exhausto, y escuchó el motor del auto encendiéndose y en un instante alejándose calle abajo, seguro camino al aeropuerto.


—Carajo —sollozó.


Se lo merecía. Sabía que se lo merecía, pero eso no aliviaba su dolor en absoluto. Si acaso, lo hacía más amargo.

Notas finales:

Mejor suerte para la próxima.


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