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Minis tú y yo por 1827kratSN

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Para él no fue sorpresa el tener a su señora parada frente a toda la flota de esclavos que en esa mañana estaban tomando sus herramientas para trabajar la tierra, mucho menos fue sorpresa el sentir en su propio rostro el fuerte golpe de esa mano fina que enrojeció a la par que su mejilla, tampoco fue sorpresa que muchos de los esclavos fueran azotados un par de veces por órdenes de su dueña.

 

—Tus golpes son débiles. ¡Estás haciendo que me arrepienta de haberte contratado!

—No me ofenda señora, pero si gusta puedo demostrarle qué tan apto soy para el puesto.

 

El nuevo capataz era un infeliz de los que no había con facilidad; déspota, ignorante, orgulloso, capaz de azotar a un pobre niño de diez años hasta que este se desmayó. Esa fue la muestra de su infierno recién iniciado, de su condena por algo que ni siquiera hicieron.

 

—Reduce sus comidas a una diaria y que extiendan cuatro horas su horario de trabajo.

—Como ordene.

 

Iban a morir, lo sabían, pero no protestaron pues a todos les quedó claro que la dueña estaba desquitándose con ellos y nada podían hacer. Eran esclavos nada más, sus vidas valían menos que la de las mulas y caballos que reposaban en los establos. Eran sólo cosas a disposición de seres con un título y dinero suficiente.

 

—Levántate… por favor, aguanta un poco más.

—Ya no puedo, cariño.

—El sol casi se oculta, falta poco.

 

Tsuna sufría al ver a los ancianos casi desfallecer y él intentaba suplirlos en su trabajo para que el capataz no los azotara, pero su cuerpo tampoco estaba del todo bien. Si bien trabajó en los cultivos cuando era niño, en su adolescencia fue trasladado a la casa grande y su cuerpo se debilitó lo suficiente como para que en ese instante apenas y pudiera recolectar un saco de manzanas en el tiempo justo. Su espalda marcada aun ardía a veces debido a que las heridas puestas al sol no sanaban con rapidez. No sabía qué más hacer.

 

—No has cumplido con tu cuota.

—Lo he hecho.

—¡No me respondas!

 

La marca de esclavitud estaba impregnada en su piel, decenas de largas rayas que a veces se abultaban formando cicatrices repulsivas, numerosas llagas que no cerraban en largo tiempo, su cabello enredado, su cuerpo mugriento y sudoroso. Su vida extinguida a base de días interminables en las que el hambre le apuñalaba. Su voluntad se desvanecía con cada azote. Su mirada perdía brillo porque las esperanzas se iban de su cuerpo.

 

—Saca de aquí esos cadáveres y compra esclavos jóvenes que sustituyan a esos viejos.

 

Así fueron los siguientes meses, donde se despedían de los que no soportaron aquel maltrato y compadecían a los que llegaban hasta esas tierras. Lo único bueno que tuvieron fue la noticia del embarazo de la señora pues de esa forma la mujer desapareció de sus vidas por un tiempo y respiraron en paz, al menos lo suficiente.

 

—Él… me hizo daño.

 

Lágrimas nada comunes en esa hacienda desde épocas de su antigua señora. Abusos de poder que se reflejaban en la inocencia arrebatada con violencia de las más jóvenes esclavas. Un capataz capaz de mancillar a una niña y embarazar a otra. Hijos esclavos con tez blanca nacidos de un acto innombrable. Era horrible y Tsuna recuerda que su tía le confesó que él también fue engendrado en un acto similar. Pobre de su madre, de la que poco recuerda pues fue vendida cuando él tenía apenas dos años de edad.

 

—¿Sabías que alguien te quiere comprar?

—No, mi señora.

—Pero no sé por qué… Tal vez tú me lo puedas decir.

—Desconozco el motivo y la persona que quiere comprarme.

—Tu ignorancia me complace.

 

Desde ese punto su encuentro con esa mujer significaría la laceración de su marchito cuerpo y espíritu. Su voluntad quebrada a base del dolor físico y trabajos en doble jornada con raciones limitadas de agua y alimento. Estaba siendo usado como medio de desquite para quién sabe qué cosa… Y sólo ahí, después de cinco años en ese calvario, por primera vez odió estar vivo y su cuerpo cayó agotado.

 

—Véndelo junto con los otros. Ya no lo quiero aquí.

 

Alivio que no le duró mucho pues su nuevo dueño podría ser comparado con su antigua señora. Lo peor era el destino que podía ver cada día cuando sus cadenas resonaban a la par de la de sus compañeros que se encaminaban a las minas de carbón. Ningún anciano había ahí, porque los esclavos morían antes de la edad media siquiera.

 

—Escapemos. Antes de morir… escapemos.

 

Dos años después, cuando sus manos ya eran negras por el carbón que no podía quitar, cuando su piel parecía ser de tono gris y cuando la tos se volvió su compañera… esa frase sonó tan dulce que aceptó sin dudar. Entonces él junto con otros diez esclavos armaron un plan, ejecutaron un accidente provocado y, junto con los que pudieron, escaparon a los bosques cercanos a la mina.

 

—Ahí vienes… ¡corran! ¡Corran!

—No dejen que los atrapen.

 

Tsuna poco disfrutó de su libertad. A la par de su huida se enteró de la existencia de los “cazadores de esclavos”, mismos que después de un mes los acorralaron y devolvieron al mercado de esclavos para ser negociados una vez más. A veces olvidaba que personas como él no tenían que tener esperanzas, fe o ambiciones.

 

—¿Tienes algún sueño, Tsunayoshi?

—He olvidado si los tenía.

—Haz memoria… Debe haber uno al menos.

—Hubo uno… pero se desvaneció cuando me sacaron de la hacienda donde fui tratado como un humano por mi primera señora.

—¿Y cuál era?

—Era creer que una promesa podría ser cumplida… Era un “espérame” que jamás pudo darse.

 

Tal vez irse de aquella hacienda fue lo que más le dolió, pues en el fondo quiso creer que Reborn volvería por él. Pero qué más daba en ese punto en donde su nuevo periodo como esclavo se daba en medio de una hacienda dedicada a la comercialización de frutas, una ubicada a más de una semana de camino de su último refugio. Era una hoja que fue trasladada por el viento y colocada en medio de un bosque, sería imposible encontrarlo pues su nombre no significaba nada en ningún lugar.

 

—¡Es él!

—¡Yo no hice nada!

—Cien azotes serán.

 

Nada más injusto que ser castigado por algo que no hizo, pero ¿quién le iba a creer si su palabra no tenía peso alguno? Aun así, luchó desesperadamente contra las cadenas que lo sujetarían al tronco donde recibiría su castigo. Tsuna sabía que no iba a sobrevivir a eso, su cuerpo maltratado por los años en las minas no estaba en condiciones aun… y por eso lloró en súplica cuando el primer latigazo rasgó su piel.

No quería irse porque aun esperaba que él lo encontrara.

Aún tenía una pequeña llamita de esperanza que se iba apagando con cada azote y grito del capataz que aplicaba su castigo.

Quería al menos mirarlo por última vez antes de que su existencia se desvaneciera.

 

—¡Alto!

—Quiero a ese.

—Escoge a otro esclavo, ese está siendo castigado.

—Te pagaré el doble de lo que vale.

—¿Por qué?

—Tengo el dinero… tú solo has lo que te digo.

—Hum… es muy poco, aumenta el precio.

—Está bien.

 

La sonrisa que se posó en aquel ser fue siniestra. Con una sola señal dada por su mano, los cinco esclavos que lo escoltaban apuntaron sus escopetas hacia el capataz, y el señor que vestía de un elegante traje también mostró su pequeña pistola.

 

—El precio actual es… éstas monedas y tu vida.

—No sobrevivirá. Este esclavo morirá.

—Eso a ti no te importa.

—Llévatelo entonces.

—Como que ya no me gustó el trato.

—¿A qué te refieres?

—Me llevo a todos estos esclavos y la paga será la misma.

 

Poco supo Tsuna después de escuchar aquellas voces lejanas porque cayó inconsciente. Poco supieron los esclavos que fueron encadenados y escoltados por los desconocidos. Poco fue hablado cuando se alejaban de esas tierras por los caminos escabrosos y maltrechos.

Nadie se quejó porque así era la vida de un esclavo, cambiando de dueño y rumbo cuando fuera necesario. Cuidándose entre sí porque al menos estaban vivos.

Se ordenó curar al herido, dar de comer a los esclavos, darles agua y demás mientras duraba el traslado. Los custodios sonreían y platicaban, pero jamás soltaban sus armas. Con el pasar de los días se dieron cuenta que su nuevo dueño no era tan malo como parecía. Y cuando el castaño despertó entendieron que… iban a ser libres.

 

—Volviste.

—No fue fácil… Pero lo conseguí.

—Reborn.

 

A pesar de que su cuerpo apenas había despertado del letargo causado por la fiebre, debilidad y dolor; se dio forma de aferrarse al cuello de aquel imponente azabache quien no dudó en suspirar y corresponder al gesto rodeando esa delgada cintura con delicadeza. Las lágrimas que fluyeron del castaño después de eso no pararon hasta que de nuevo se quedó dormido por la debilidad acumulada. Pero en esa ocasión la calidez no se fue y Reborn no soltó el cuerpo maltrecho, hasta incluso trasportarlo en su propio corcel.

Pero ahí no terminaron las sorpresas.

 

—¡Son libres! A todos se les dará la libertad y ustedes elegirán si quedarse a trabajar con una paga o irse.

—¿Qué?

—Aquí no hay esclavos.

 

Muchos se quedaron, otros se fueron apenas les fue dado un papel con la firma de un notario. Tsunayoshi fue colocado en una amplia cama en la casa principal de aquella hacienda productora de café, atendido por los mejores médicos y cuidado personalmente por Reborn. El calvario había acabado, la paz tenía aroma a frutas y su libertad estaba reflejada en esos pozos negros que lo detallaban con dulzura.

 

—Tardé años…, lo siento.

—¿Cómo me encontraste?

—Preguntando en cada pueblo, ciudad, hacienda, comprando gente… amenazando a otros… y múltiples cosas que no vale la pena mencionar.

—¿Quién eres ahora?

—Eso no importa.

—¿Qué importa entonces?

—Que yo te amo y te amaré por siempre, Tsunayoshi.

 

Un beso fue dado, uno simple y cálido. Tsuna acarició el rostro ajeno que tanto añoró ver incluso en el que supuso sería su lecho de muerte. Reborn se deleitó con aquella mirada opacada por el sufrimiento mientras besaba cada porción de piel disponible en ese rostro. Se expresaron en silencio mientras todo el resto del mundo ignoraba su espera casi eterna.

 

—Necesito presentarte a alguien.

—¿A quién?

—A mi hija.

 

Ambos tenían un pasado, Tsuna lo sabía y por eso no preguntó el cómo fue o cuándo, sólo le sonrió a la pequeña niña de negros rizos que lo miraba con curiosidad. No quiso saber por qué Reborn era dueño de esas tierras o por qué la mujer del retrato en medio de la sala no estaba en la casa, tampoco quiso saber del motivo porque un bebé de ojos negros era amamantado por una antigua esclava siendo este el segundo retoño de Reborn.

No quiso saber qué ocurrió porque él tampoco quería hablar de lo que tuvo que sufrir hasta su reencuentro.

Sólo supo que ahora estaba con el que fue su único amor y futuro, que era amado, y que hasta el día de su muerte trabajaría duro en pro de las personas como él.

Jamás estuvo solo de nuevo, jamás volvió a alejarse de aquel hombre, jamás dejó de sentirse amado y bendecido, jamás amó tanto su vida y destino.

 


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