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Minis tú y yo por 1827kratSN

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Hallar una de “esas” cosas sería una maravilla. No sólo traería fama y dinero, sino fortuna hasta la muerte. Le facilitaría la vida al desgraciado que la poseyera. Sería una bendición… o una maldición.

 

—Su canto es dulce y hermoso, pero es una condena de muerte.

 

Los rumores se esparcían por entre los pescadores de navíos colosales o de las más humildes embarcaciones que se dedicaban a la pesca artesanal para mantener una pequeña familia. Las leyendas, las historias, todo apuntaba a que esas cosas eran simplemente una dulce condena de muerte.

 

—Porque sólo te atraen para después hundirte junto con ellas.

 

Eran las historias que escuchó desde que llegó a ese pequeño poblado para escapar de su pasado, de la sangre en sus manos, sus memorias vacías y sus pesadillas infinitas. Pero para él sólo eran leyendas, nada más. Por eso se centraba en su labor de desenredar las redes de pesca, revisar el barco, limpiar lo que se necesitase, seguir las órdenes de su capitán y todo lo que conllevaba a ser un obrero sobre agua salada.

Al menos así fue hasta ese día.

Un par de ojos brillaron por entre las olas suaves que destellaban en brillo por el sol de media mañana. Ojos negros como un abismo, pero tan brillantes como para destacar incluso por sobre la espuma formada por el rompimiento de la marea contra el casco del bote. Un par de ojos que inicialmente pensó fueron un espejismo, pero que después se movieron a la par que sus pasos por la proa y dieron muestra de un rostro pulcro que se elevó por sobre el agua de mar.

 

—¡Natsu!

 

Se sobresaltó por aquel nombre lanzado a viva voz. Despabiló y separó su mirada de aquella piel lechosa, esos cabellos negros, esos ojos abismales, para dirigirse a su capitán. Hasta olvidó que ese no era su verdadero nombre y que lo escogió simplemente porque así solía llamarse su amado gatito, al que tuvo que dejar en manos de su madre antes de huir de su ciudad natal.

 

—¡Muchacho! —su jefe era un hombre robusto y grande— Ve a ayudar en las bodegas, necesito brazos y fuerza.

—Sí, señor.

 

Dio un leve vistazo más a las aguas que ahora eran calmas y que hasta hace poco acunaron a aquel rostro, pero no vio nada. Quiso creer que fue una ilusión, así que no le dio mayor importancia y corrió a prisa para ayudar en la tarea que se le encomendó.

El trabajo era pesado, no lo negaba, pero con el pasar de los meses se acostumbró al dolor de sus hombros y manos dados por la manipulación de los congelados ejemplares que guardaban en las bodegas del barco. Sonreía en automático para ser amigable con sus compañeros, escondía su miseria detrás de todo ese ajetreo que mantenía su mente centrada en trabajos repetitivos y manuales.

Casi olvidó aquel incidente del rostro en el agua —del cual apenas vio la mitad porque los labios de aquella figura se mantuvieron por debajo del agua—, cuando en una noche donde muchos se disponían a dormir y otros a beber, la historia se volvió a repetir.

 

—¡Te digo que la vi! Era hermosa, de grandes ojos color cielo y de labios rojos.

—Mientes, hombre. Porque si hubiese sido una sirena, te hubiese llevado al mar.

—No avanzó a cantar —reía con potencia—, porque antes de que abriera la boca yo le toqué una teta y huyó.

—Como si fuese posible, ¡hombre!

—Te digo que lo fue. Aun siento esa piel toda calientita y mojada entre mis dedos.

—Las sirenas no existen —fue el susurro del castaño mirando a sus compañeros.

—Existen —el capitán se les unió— y son peligrosas, así que son nuestra principal amenaza.

—Qué miedo —rieron algunos—. ¿A quién le toca ser vigía esta noche?

—A mí —suspiró “Natsu” antes de levantarse.

—Suerte, muchacho —sonrieron antes de cuchichear y bromear en susurros—. Y recuerda; si escuchas a alguien cantar, mejor tápate los oídos y ven a avisarnos pronto.

 

Las botas le pesaban, los guantes le estorbaban mientras manipulaba la linterna, su cuerpo cansado pedía dormir, pero eso no pasaría hasta por lo menos las dos de la mañana cuando llegara su reemplazo. Escuchaba las olas golpear su embarcación, sus pasos humedecidos, el lejano silbar del viento y nada más.

Ante tanta calma su mente podía viajar a donde quisiera. Y odiaba eso. Porque de esa forma recordaba aquel suceso que marcó su calmada vida y lo tachó como asesino cuando nada de eso fue su culpa. Él sólo entró a una habitación en el momento equivocado.

 

—Maldición.

 

Fue en el hotel de su familia. Él ayudaba a limpiar los cuartos, llevaba sábanas limpias, tocó la puerta y cuando no le respondieron entró con la llave maestra. Aún recuerda la picazón en su nariz por ese aroma raro y agridulce, después su terror invadir cada poro de su piel, el cómo dejó caer las sábanas y su jadeo que expresó su asombro.

Halló a una mujer asesinada, con unas tijeras incrustadas en el vientre, con muchas manchas rojas y el vestido hecho girones en evidencia de que la apuñalaron muchas veces. Entró en pánico, se atrevió a tocar el cuello de la mujer para verificar que estuviera muerta, se manchó un poco de sangre porque trastabilló y cayó junto al cuerpo.

Todo fue un caos desde ahí.

Pero ya no importaba.

Llegó a ese pueblito pesquero donde nadie sabía de él y pocos veían las noticias o el periódico, se presentó con un nombre falso, ganó la estima de una señora en un restaurante que le dio su primer trabajo. Después, ni siquiera recuerda muy bien cómo, pero se convirtió en un peón en ese barco. No ganaba una fortuna, pero sus gastos no se daban más allá que para mantenerse a sí mismo.

Le daba pena su madre quien se quedó junto a Natsu y a Fuuta, su hermanito menor adoptivo, pero no podía comunicarse con ellos o daría pistas de su paradero. Era mejor que fuese un sospechoso fugitivo dado por muerto que un condenado vivo que llevó desgracia a su pequeña familia.

 

—Tú no la asesinaste.

 

El castaño se giró tan rápido que se resbaló y por poco cae, pero se logró sostener de una pared y enfocó su lámpara hacia esa voz. Su cuerpo se crispó, sus manos temblaron, sus dientes castañearon porque por más que enfocaba no podía ver algo claro. Eran sólo el barco, el suelo, las paredes de la cabina del capitán, las cuerdas y él. No había alguien más, pero estaba seguro de que escuchó una voz varonil, gruesa pero muy aterciopelada, que no pertenecía a ninguno de sus compañeros o capitán.

 

—Eres inocente.

 

Casi grita, pero se contuvo para esta vez ser más rápido y enfocar su lámpara hacia la dirección correcta, su derecha, buscando con ello al dueño de esa voz que le generaba escalofríos. Jadeó. Apresuró sus pasos porque estaba seguro de que el sonido salió de uno de los bordes. Al estar cerca del barandal se detuvo y con cuidado enfocó la luz para que captase algo.

 

—Tu alma es pura.

 

Unos delgados dedos se asomaron por entre las cuerdas que sujetaban las balsas de emergencia y, si mal no recordaba, daban a una escalera lateral que usaban para descender y limpiar el casco. El castaño abrió más sus ojos, se quedó paralizado y apreció claramente como esos dedos se levantaron un poco más, luego la otra mano apareció y después aquel rostro se asomó lo suficiente para darse a ver.

 

—Porque esa sangre… no fue esparcida por tu culpa.

—¿Quién?

—Eres inocente, Tsunayoshi Sawada.

 

Sus rodillas temblaron, entró en pánico, sus dedos soltaron la lámpara, se cubrió la boca para no gritar y cerró sus ojos debido al pánico. Nadie en ese pueblo o ciudades cercanas sabían su nombre real, estaba seguro de eso. Entonces, ¿por qué ese espejismo, ente, fantasma o lo que fuera, lo sabía? ¿Cómo era eso posible?

 

—No me temas.

 

Esa voz causaba que su cuerpo se pusiera alerta, no podía controlar sus manos, y cuando por fin abrió los ojos pudo apreciar que esa “cosa” reposaba en el borde del barco de tal forma que sólo podía ver esos brazos entrecruzados sobre la barandilla, parte del torso, esa clavícula bien definida, el rostro esbelto de un jovencito en la flor de su edad, esos ojos negros y cabellos mojados que caían, la rareza de esas patillas rizadas en perfecta forma y esa sonrisa ladeada y burlona.

Le apuntó con la lámpara cuando pudo.

Certificó que no estaba teniendo una visión o un sueño, escuchaba esa voz, veía esos ojos que parpadeaban, lo escuchaba respirar, y diferenció un leve brillo en la línea que delimitaba los pómulos y la quijada. Era un jovencito de no más de diecisiete que movía su cabeza de un lado al otro con tal suavidad que asemejaba a la marea de ese océano infinito.

 

—Có… ¿cómo sabes? —se atrevió a preguntar cuando ya pudo sentarse y respirar.

—Los de mi especie saben muchos trucos.

—Pero…

—Tu alma es pura, Tsunayoshi —sonrió con sorna—, eres un libro abierto ante mis ojos.

—¿Quién eres?

—Mi nombre es impronunciable en tu lengua —rio suavemente con esa voz grave.

—¿Qué eres? —rectificó su pregunta.

—Creo que lo sabes —se relamió los labios— ¿Quieres acercarte para verificar?

 

Fue estúpido, lo sabía, pero aun así se acercó. Temeroso, se detuvo a una distancia un poco prudente para asomar su cabeza por fuera del límite de ese barco y así mirar. Apuntó su lámpara, siempre fijándose en que ese chico lo mantuviera en la mira, y después tragó duro antes de descender su vista hacia más abajo que esos hombros desnudos.

Vio las costillas definidas sutilmente, la cintura levemente estrecha, una cadera esbelta adornada por pequeñas piedrecitas —o algo parecido— que brillaban ante la luz, y después se quedó boquiabierto cuando la luz de su luminaria le reveló las decenas de escamas azuladas y negras que formaban una esbelta cola que se ondeaba para hacer relucir las aletas finales.

Era una aleta hermosa, de larga longitud —como si fuera piel extendida y casi transparente—, adornada por dos espirales de la misma forma que aquellas patillas y que se ondeaba al aire pues ese ser estaba sujeto de la baranda y a nada más. Ante sus ojos estaba la versión masculina de lo que todos denominaban como “sirenas”.

 

—Soy un tritón —el azabache sonrió—. No una sirena.

—Yo… no recordaba… cómo se decía.

—¿No me vas a invitar a subir al bote?

—No.

—Me tienes miedo —murmuró.

—Sí.

—Lo que has escuchado son sólo historias —ondeó una de sus manos—. Mi especie no es el monstruo que te han querido hacer creer.

—Pero…

—Mis brazos se están cansando, Tsunayoshi —canturreó mientras meneaba suavemente su cola.

 

Tsuna vio a la altura a la que estaban, pues si bien el barco no era tan grande, sí era alto y tal vez unos veinte metros separaban al tritón del mar. Tragó duro. No sabía qué hacer, ni siquiera se creía que estuviera en esa situación y ¡por dios! … ni siquiera sabía si estaba despierto todavía.

 

—¡Natsu! Hora del relevo, ¿dónde estás?

 

Tsuna quiso responder, hasta apuntó su lámpara hacia su compañero, pero en cuanto lo hizo sintió una mano helada y húmeda que se aferró a su cuello. No supo cómo fue que aquel tritón se movió tan rápido. Jadeó e intentó quejarse, pero una de esas manos cubrió sus labios. Ese rostro se juntó con el suyo tan de cerca que casi rozaban sus narices, y todo el peso de aquel ser se contrapuso con el suyo.

Esa cosa se aferraba a su cuello e intentaba hacerlo caer por la borda.

Miró a esos ojos negros, reprochando ese accionar, pero sólo notó un leve atisbo de pena y duda en ese tritón que negó repetidamente. No entendió qué pasaba hasta que sintió las manos de alguien sujetarlo por la cintura en un intento por alejarlo de la baranda y subir la mitad de su cuerpo que estaba siendo jalada por el peso de esa criatura. Su compañero intentaba salvarlo y ese azabache estaba tratando de hacerlo caer del barco.

 

—¡Necesito ayuda!

 

Cuando más pasos se escucharon, Tsuna sintió alivio…, pero también sintió pena porque esa criatura que le sujetó de los hombros lo miró con tristeza. Aquel tritón juntó sus frentes y susurró algo inentendible antes de soltarse. Tsuna vio como ese cuerpo cayó con gracia, dio un leve giro, agitó su cola y se clavó entre las aguas con majestuosidad para luego desaparecer entre las penumbras oceánicas.

 

—¡Era una sirena!

 

Fue la conversación diaria desde ese día, todas dadas cuando tenían un descanso. Tsuna estaba ya un poco cansado de eso, pero aun así lo soportaba. Se burlaban de su suerte, le preguntaban si al menos besó a la hermosa sirena o si la escuchó cantar. Recibió también un regaño de su capitán y jefe porque casi se deja matar así de fácil. Todos dieron por hecho que intentaron asesinarlo esa noche.

Pero él sabía que no era así.

Ese azabache tritón no intentó matarlo. Tal vez intentó sólo platicar o pedir algo de comida, pero mala intención no tuvo o lo hubiese asesinado con facilidad en el tiempo en el que tuvieron su encuentro. Además, esa mirada no era la de un asesino, sino de una persona curiosa que quería, tal vez, hacer miles de preguntas y ya. Tsuna estaba seguro que aquella criatura no intentó hacerle daño.

 

—Reborn —susurró al viento en la noche de su guardia—. He decidido llamarte Reborn.

 

Porque Reborn significaba renacido en otro idioma, lengua de la que poco aprendió por los turistas que visitaban el hotel de su madre. Eligió ese denominativo porque le parecía bonito pensar que ese tritón renacería de entre las aguas para visitarlo y contarle cuáles fueron sus verdaderas intenciones en aquel su primer encuentro. Pero esa noche no le respondieron.

Tuvieron que pasar cinco lunas para que aquel ser se volviese a presentar ante él.

El encuentro fue parecido al primero en muchos aspectos. Hablaron más que la última vez, siendo Reborn quien dijo el desear simplemente preguntarle algunas cosas de la vida humana y siendo Tsuna quien preguntó muchas otras cosas cuando ya le perdió el miedo al azabache. Terminó riéndose por el ego claro que mostraba esa criatura, dejándose llevar por esa voz envolvente y grave…, para al final, y asemejando a su primer encuentro, ser jalado del cuello por el tritón que intentaba sacarlo del barco y con sus compañeros evitando que cayera al agua.

Eso se repitió por dos años en encuentros dados entre largos periodos de tiempo. Fue tanto el revuelo que la gente lo denominó el “maldecido” porque parecía que “esa sirena” sólo lo buscaba a él, lo cazaba a él, intentaba llevárselo a él. Sus compañeros ya no lo dejaban mucho tiempo solo, lo acompañaban a las guardias, pero siempre…, siempre, había un instante en el que Reborn y el castaño podían platicar. Esos incidentes se siguieron dando a pesar de todas las precauciones.

 

—No es mala —sonreía al platicar con sus compañeros—, me cuenta cosas del mar.

—Estamos perdidos —negaban con cansancio—. La sirena te ha embrujado.

—Te dije que no la escuchases cantar.

—No es mala —repetía el castaño con convicción.

—Uno de estos días no podremos sostenerte… y el agua te tragará.

 

Todos creían que lo visitaba una sirena y no lo negó, prefería no hacerlo para darle algo de misterio a Reborn. Pero como fue previsible, su jefe lo despidió. Tsuna no le guardó rencor pues entendía que aquel hombre se preocupaba por su vida y quiso alejarlo del peligroso mar, así que se resignó a vivir en tierra. Regresó a su trabajo atendiendo mesas, lejos de las aguas que eran cuna del tritón, extrañando esas pláticas y los intentos por seducirlo con las historias del fondo oceánico a donde Reborn quiso llevarlo por lo menos una vez.

 

—Algo que atrae a las sirenas es la lujuria en las mentes de los pescadores.

—¿A ti te atrajo lo mismo?

Algo así —la mirada de Reborn siempre fue penetrante.

—¿A quién querías… ahogar? —aun le temía un poquito, era normal.

—No lo sé —rio suavemente, casi como en un susurro—, pero hallé algo mejor.

—¿Qué?

—A una de las almas más puras —suspiró antes de mirar al castaño—. Te hallé a ti… y es la primera vez que me siento tan excitado por eso.

 

Sus mejillas se encendieron nuevamente, porque esa pequeña plática fue una de las más incómodas que había tenido, pero a la vez, la más honesta y abierta. De cierta forma se sintió halagado porque esa criatura enigmática y hermosa se vio atraída por alguien como él. Alguien condenado a la persecución, anonimato y desdicha. Se sintió de cierta forma especial y único pues fue capaz de atraer al primer tritón que surgió de las aguas para buscar a un humano con tales intenciones.

 

¿Es cierto que se comen a los hombres?

—Nosotros comemos peces…, pero devoramos algunas almas también.

—Eso asusta.

—No es como piensas —rio suavemente—, porque lo que nos comemos es la impureza de tu gente. Nos llevamos a los malos, purificamos sus mentes y almas, honramos sus cuerpos sin vida y los transformamos en espuma.

—No entiendo por qué me elegiste entonces.

—Porque son pocas las almas sin mancha que se arriesgan a vivir en los mares. Porque el mar es tan fiero que sólo pocos, que no tienen nada que perder y muchos pecados en sus hombros, son los que soportan rondar entre estos dominios.

—Yo… no tengo qué perder.

—Lo tienes —Reborn sonrió— tu madre y tu hermano…, pero aun así estas aquí… y eso te hace demasiado atractivo.

—No lo creo —Tsuna negó—. De ser así… una sirena pudo…

—No —negó antes de acercarse a ese rostro—. Los alejé a todos… porque yo fui el que te halló primero.

—Creería que estás enamorado de mí, Reborn —rio—, pero eso no puede ser posible.

—Es algo más grande que eso… Es algo mucho más hermoso que eso.

 

Jamás entendió las intenciones de aquel tritón, tampoco recibió las respuestas que deseaba, sólo se dejó llevar por las pláticas y sonrisas. Pero eso fue el pasado, algo que quedaría como un recuerdo al igual que las memorias del mar que lo acunó mientras trabajaba.

Suspiró.

Y a pesar de que el trabajo de mesero era menos pesado, que podía interactuar con alguien más que con sus compañeros de pesca y recibía propinas por su calidez al atender a los clientes, no era lo mismo. Extrañaba al mar, esos ojos, y esa voz que era dulce a su oído.

Visitó la playa muchas veces, recogió conchas o cualquier cosa que le pareciera bonito, dejó que sus pies se mojaran con esas aguas, se deslizó por las rocas que daban al rompeolas, miró las aguas y la espuma durante sus días libres. Intentó mentalizarse que Reborn se olvidaría de él…, pero no pudo.

 

—Me costó hallarte. Lo admito.

 

Fue un día cualquiera, en el atardecer, cuando ya todos se iban a cenar, cuando sólo él se quedó más tiempo en el sector de rocas altas con las piernas metidas en las aguas que aumentaban según el sol se ocultaba. Vio esa aleta hermosa brillando por el sol, la cola ondeando entre la marea y después aquel rostro pulcro que se deslizó elegantemente hasta que estuvieron de frente.

Las manos de Reborn se posaron en sus rodillas, el torso del tritón se elevó saliendo del agua, esos cabellos se deslizaron en conjunto con el agua, las suaves escamas que adornaban ese rostro y formaban una especie de tatuaje muy sutil brillaron, y Tsuna se embelesó por esa sonrisa llena de orgullo y satisfacción. Aquel tritón desquiciado se había aventurado a aguas poco profundas sólo por él.

 

—Ven conmigo.

—¿A dónde?

—Al mar.

—¿Por qué?

—¿O prefieres que me quede en tierra contigo?

 

Y fue entonces que vio a esa criatura elevarse por sobre el agua, mostrándose hasta la cintura, con la luz del día iluminando toda la piel posible, cuando Tsuna pudo fijarse en la formada musculatura en esos brazos y abdomen, en esa clavícula pulcra y en toda la piel descubierta hasta donde empezaban las escamas de colores llamativos. Era hermoso, hasta el punto en que era inhumano. Ja. La ironía.

No entendió a qué se refería Reborn con su último ofrecimiento, en realidad no estaba poniendo mucha atención porque se embelesó con el cuerpo esbelto que de cierta forma envidiaba porque incluso con esa cola de pez se notaba que era más alto que él. Complejo de “enano” que tenía desde niño. Tal vez por eso no hizo mucho cuando aquel tritón se acercó a él hasta tal punto en que podía sentirlo respirar contra sus labios y el peso de todo ese cuerpo encima del suyo.

No le importó la rara sensación que daba esa cola que se abrió paso entre sus piernas, sólo se recostó sobre aquella piedra inmensa y dejó que el tritón se colocara encima suyo. Se dejó manipular a voluntad.

 

—¿Puedes vivir en tierra?

—Pídemelo… y lo haré.

—Pero…

—Y si ellos te encuentran…, yo te llevaré conmigo al mar.

 

No entendía bien el significado de ser una sirena o tritón. No entendía si eran seres mágicos o malignos. No sabía si podía confiarle tanto a ese ser…, pero accedió.

Tuvo curiosidad y dejó que Reborn le mostrase que aquella cola podía volverse su equivalente en tierra. Vio a un hombre esbelto frente a sí, uno sin una escama siquiera, con la piel pulcra y que le superaba por una cabeza en estatura… Vio a ese hombre completamente desnudo que no mostraba ni un poco de vergüenza o pudor.

¿Podría ser cierto que el canto de las sirenas era una condena de muerte y un lavado de cerebro?

¿En el caso de los tritones sería igual?

Si fuese cierto, eso explicaría el por qué adoró escuchar el susurro cerca de su oído que daba una melodía muy suave y relajante mientras repetía su nombre completo. Esa voz fue su condena. Porque cada vez que lo escuchó canturrear algún pedido egoísta, cedió importándole poco su propia voluntad. Se sintió cada vez más perdido por ese ser que despedía poderío y belleza.

Lo llevó a su casa, lo acunó en su pequeño hogar. Ese hombre de negros cabellos se apoderó de todo su ser en todos los sentidos posibles y no le importó. No pudo negarle cada caricia, cada pensamiento o deseo.

No pudo hacer más que dejarse llevar por esa melodiosa voz que lo enloquecía, por los toques de esos dedos que hacían a su piel temblar, o del extraño aroma a caramelo que Reborn despedía cuando estaban muy cerca. Lo que más le gustó fue el ser besado por tal criatura y sentirse la posesión más valiosa del dragón acuático, porque de esa forma rara se sintió vivo.

 

—Ellos te encontraron, ¿verdad?

—Sí —jadeaba porque apenas pudo llegar a su casa y mirar a su compañero—. Estaban de viaje… Uno de ellos me reconoció.

—¿Quién?

—El padre de esa mujer —tembló—. Él gritó mi nombre… y me llamó asesino.

—Es hora, Tsunayoshi.

—¿De qué hablas Reborn?

—Nos vamos al mar.

 

Tenía miedo, pero no sabía exactamente a qué. Sus miedos eran muchos, unos dados por las personas que lo creían un asesino y querían hacerle daño…, miedo a que el verdadero asesino le chantara todo el peso del crimen o que lo matara…, miedo a que Reborn se comiera su alma…, miedo a ahogarse cuando cruzara la barrera impuesta entre tierra y mar.

 

—Te llevaré a los confines del océano.

 

¿Pero qué más le quedaba? Era ceder ante la única posibilidad de “vivir”, porque estaba seguro de que los familiares de esa mujer lo matarían apenas lo capturaran, o que si lograba llegar a la cárcel le esperaría una tortura que no quería imaginar.

Tenía miedo.

Sujetó la mano del azabache quien sería su guía, tembló cuando su piel fue golpeada por el agua salada, jadeó en medio del pánico porque el oleaje era fuerte, escuchó los gritos lejanos de esas personas que querían darle caza porque querían un culpable para su dolor.

Era un desastre.

Se quedó mirando a ese par de pozos negros que le transmitían dulzura, sujetó fuertemente esa mano cuando el agua ya le alcanzaba el cuello, dio respiraciones agitadas porque sus pies ya no tocaban muy bien la arena del fondo y entró en pánico por la locura que iba a cometer.

Cuando dio su último respiro y metió la cabeza dentro del agua, también dejó de escuchar los gritos acusadores.

Manoteó un par de veces mientras soportaba la respiración, se calmó cuando los brazos de Reborn lo rodearon y sus labios fueron tomado con suavidad por esa criatura que ahora volvía a ser tritón con esa hermosa cola ondeante entre el agua. Soltó las burbujas de aire y sintió el ardor en su garganta y pulmones cuando intentó respirar por inercia. Su cuerpo se agitó en símbolo de ahogamiento y se sujetó fuertemente de los hombros de su guía.

Se quedó mirando esos ojos.

Eso brazos no lo soltaron y esa cola les dio impulso. Sintió el agua deslizarse en evidencia de que se movían, percibió que la luz desaparecía de poco a poco, sus ojos se fueron cerrando, sintió un beso más y una caricia en sus cabellos antes de que lo abrazaran. Cedió al cansancio y la desesperación. Sintió su corazón dejar de latir y se perdió en una paz inmensurable mientras todas sus memorias desaparecían.

Se volvió un alma libre.

Le cedió su existencia… a Reborn.

 

—Aún recuerdo al chico —reía en medio de su tercera cerveza compartida con los del bar—, risueño y alegre. No se quejaba por nada y sólo seguía trabajando.

—¿Qué pasó con él?

—Se volvió la obsesión de una sirena —sonrió el barbudo—. Pobrecito.

—¿Lo asesinaron?

—La última vez que lo vimos, se hundió en el agua huyendo de un hombre que lo acusaba de asesino —negó—, cosa que no era verdad, lo probaron poco después. La cosa es que… cuando ya no lo vimos, una larga cola ondeó entre las aguas, una cola diferente porque parecía que estaba tatuada con un sol negro.

—¿Era la sirena?

—Lo suponemos.

—O sea que murió ahogado y después devorado.

—Seguramente.

—Qué pena.

—Pero sabes —el pescador sonrió—, hace tiempo uno de mis trabajadores juró haber visto el rostro de Tsuna por entre las olas.

—Eso es imposible.

—No sé —elevó sus hombros—. Todos creemos que su alma descansa en el mar y cuida nuestros barcos de las sirenas que quieren hundirnos. Fue un buen chico, es seguro que su alma sigue siendo buena.

 

 

 

 

 

Notas finales:

Notas finales:

Pequeño OS que participa en la actividad llamada “mermaid” del grupo de Facebook R27 fan club (the chaos club).

Espero les haya gustado porque lo hice al apuro~

Krat los ama~

Besitos~


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