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B I O T I C por kurokaze

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Notas del capitulo:

KUROKAZE: Hola gente!!!
 Aprovecho para saludarles antes de ir al infierno mejor conocido como "Universidad en tiempos de los exámenes finales." – Música tétrica de fondo– Si sobrevivo espero ver sus comentarios sobre el cap. 
Ya casi acabamos con los "prólogos" y ya que que varios me lo han preguntado, recuerden que son 10 Biotics asi que serán diez prólogos (lo sé, ni soul eater tuvo tantos pero me gusta innovar (?))
Los quiero

 

 

 

El viento azotaba con fuerza aquel día, lo cual en el poco variado clima inglés no era ninguna novedad. De entre todos los países europeos el Reino de Gran Bretaña, que había conservado ese nombre a pesar de ser gobernado en su totalidad por la corona inglesa, era el que se había mantenido con mayor firmeza y la frente en alto. Conquistando la parte sur de Irlanda y sumando a los territorios de la India, Nepal y Bhutan, la corona inglesa gobernaba todo nuevamente bajo el mandato directo de la familia real y ya no mediante la intercesión del parlamento. Las familias nobles y adineradas habían tomado el control y el extenso reino regresó en el tiempo a su "época dorada". Sin embargo las cosas no podían salir dos veces de la misma forma, Leiza lo sabía muy bien.

Gran Bretaña era especialmente odiosa para ella, las familias de la aristocracia habían vuelto a sus costumbres puristas y alienaban a cualquiera que no entrara en su molde. Para una chica como ella, de tez oscura, el pasearse por allí era insufrible. Las personas la miraban como si estuvieran esperando que alguien reportara un esclavo extraviado y así poder devolverla a la jaula de la que seguramente se escapó. Pero a Leiza le tenía sin cuidado, por el contrario, le causaba placer pasearse con sus shorts y top luciendo descaradamente su piel oscura y recibiendo miles de miradas de desaprobación y comentarios cobardes por lo bajo.

No es que buscara pelea con alguien ni intentara probar algo, simplemente le gustaba ser ella misma, sentirse libre. ¿Y qué si tenía la piel oscura, o un cabello de un rosado llamativo?, Así había nacido y estaba orgullosa de ello. Su hermano mayor se lo había dicho varias veces, que no se avergonzara porque esa era su esencia. Al igual que ella Leo también tenía la piel oscura, siendo ellos los únicos en tenerla así, y siempre la exhibía con orgullo y naturalidad, él era su ejemplo a seguir.

Aunque seguramente si todos esos viejos criticones supieran lo que realmente era ella la alabarían sin descanso muy a pesar de su piel. B-003, la tercera Biotic en ser creada, Leiza Sother. Aunque eso era solo su título, una simple etiqueta de especie, nada especial igual que cualquier "humano". Decidió dejar de pensar en esas cosas y centrarse en su tarea asignada.

Odiaba ir al puerto tan temprano, el olor a pescado le despertaba fuertemente el apetito pero no podía darse el lujo de distraerse, toda una tortura. Se suponía que debía encontrarse con el idiota que le vendería los medicamentos, o en su defecto con uno de sus ayudantes. Pero en su lugar apareció un "representante" disculpándose por la ausencia del otro y entregándole el paquete con una sonrisa que le ponía la piel de gallina. Pero no iba a quejarse, si no tenía que verlo a él mejor para ella. Sin perder el tiempo su cuerpo comenzó a cambiar cubriéndose de plumas, donde antes estaba la chica ahora yacía un águila lista para levantar el vuelo con el paquete entre sus garras.

 

Por otra parte, entre los verdes prados de la propiedad privada perteneciente a la familia Crismond se alzaba un imponente castillo de apariencia neo gótica en tonos grises y leves salpicaduras de bordo. Dentro, en una de las habitaciones, la inmensa biblioteca estaba cubierta literalmente del suelo al techo por estantes de libros salvo por la pared donde iba la chimenea que estaba ocupada además por un amplio modular lleno de fotos sobre el cual nacía un espejo que terminaba con un marco de caoba pulida, junto a los mismos había un antiguo reloj de péndulo y luego una ventana de doble vidrio cubría toda la otra pared dándole al lugar una gran iluminación natural. Descansando junto al fuego de la amplia chimenea había una persona en silla de ruedas. Julián tenía 21 años, pero gracias a su demacrado estado la gente lo confundía con un anciano. Su piel era tan pálida que sus venas resaltaban verdes e hinchadas, sus manos eran huesudas y frías como las de un cadáver mientras que su cuerpo era tan delgado que los huesos de sus costillas y clavícula resaltaban dolorosamente a la vista. Su cabello era también de un intenso blanco, normal para un albino, y sus ojos, que en tiempos mejores podrían haber sido celestes, eran de un pálido color lechoso.

Con cierto trabajo Julián acercó su silla de ruedas a uno de los estantes par buscar algo nuevo que leer. Asegurándose de que no hubiera nadie cerca que le regañara se levantó de su silla, paseo por lo largo de la estantería y cuando encontró algo bueno que leer subió la larga escalera para conseguirlo. Sin embargo calculó mal la resistencia de su cuerpo, las palpitaciones de su corazón comenzaron a ir cada vez más rápido y le costaba respirar. Seguramente habría caído de la escalera presa del ataque si Robert, su mayordomo y cuidador, no hubiera entrado. Con unos reflejos envidiables el hombre mayor se apresuró y atrapó a su joven amo antes de que se golpeara, y probablemente se rompiera algo.

Robert frunció el ceño y para sus adentros deseó que su corazón recordara como seguir funcionando. Había servido a los padres de Julián toda su vida y les había ayudado con el cuidado de su hijo enfermo. Cuando un accidente aéreo cobró la vida de ambos, señor y señora, él se hizo cargo del chico como su tutor al no haber más familiares. Y desde entonces cuidaba de él en todo momento, Robert sabía que la salud de su joven amo era tan frágil como el cristal, que a pesar de todas sus buenas intenciones él no podía mantenerlo apartado de todo lo "peligroso". Aun así cada vez que veía al pobre chico sufrir siquiera un poco tenía ganas de envolverlo en plástico de burbujas y cuidar de él.

– ¿Se puede saber qué intentaba hacer? Si quiere algo debe pedirlo. – Le recordó con un tono firme.

– Perdón. – Julián agachó la cabeza apenado, no le gustaba ser cuidado con tantos excesos pero tampoco quería preocupar a Robert, el pobre hombre lo había cuidado tanto y más de la mitad de sus canas se debían a él. Le debía tanto y se sentía fatal al preocuparle, pero aun así no podía evitarlo, iba a enloquecer si seguía así. – Solo quería aquel libro, no quise molestar por algo así, estaba cerca y...

– Y casi se parte la cabeza intentando alcanzarlo. – Le cortó tajante.

– Hubiera sido un cambio interesante. – Carraspeó provocando una mueca al mayor. – No quiero preocuparte pero, ¿En verdad está bien seguir así? No digo que me dejes salir a que participe en los juegos extremos para parapléjicos, pero al menos las pequeñas tareas déjame hacerlas. Déjame sentirme vivo.

– Señor, usted está vivo.

– ¿En serio? ¿Cuenta como vida el imitar a los muebles? Robert dime, ¿Qué diferencia existe entre alguien muerto y la vida que llevo? ¿Qué define a alguien como "muerto" siquiera? Si las personas viven su vida al límite, dejan su huella en otros y al morir, cuando sus cuerpos se apagan por completo, logran dejar una marca en los vivos, entonces jamás mueren. Grandes artistas y escritores siguen vivos a pesar de los años que pasen desde que biológicamente mueren, porque alguna vez vivieron, sintieron e hicieron que eso valiera la pena. Si yo estoy aquí, dejando que todos hagan todo por mí, ¿Qué diferencia hay entre un cadáver y yo? ¿Entre un florero? Si ni siquiera se me permite sentir ¿En qué me convierte eso?

Robert abrió la boca y la volvió a cerrar al acto, le fastidiaba un poco cuando Julián se ponía así, sobretodo porque necesitaba pensar mucho en qué responder o no podría ganar, bueno en realidad de por si ganar contra Julián en filosofía era imposible. Con una coordinación perfecta Leiza llegó ahorrándole el tener que responder.

Leiza podría escuchar el discurso de Julián desde el pasillo, y eso la hizo inmensamente feliz, amaba como su amo usaba las palabras y las transformaba en algo tan hermoso y lleno de sentido. Al abrir la puerta sin embargo su cerebro la golpeo con la sucia jugarreta de siempre. Desde hacía un tiempo se le había hecho costumbre imaginar a Julián, a como habría sido si no estuviera enfermo, y cuando bajaba la guardia la visión la golpeaba con un doloroso recordatorio, lo que pudo haber sido y jamás será. Se imaginaba a Julián con el cabello de un negro azabache, justo como el que lucían sus padres en las fotos, y sus ojos celestes como el cielo mismo, sin un rastro de ese color lechoso y enfermo; su cuerpo también, no pedía músculos, simplemente la carne y grasa suficiente para cubrir sus huesos, incluso no le molestaría imaginarlo con un poco más de peso, y del mismo modo su piel, bronceada y sin el verdor de sus venas a la vista. Se imaginaba a un Julián saludable que disfrutaba de tomar sus propios libros y leerlos fuera, de hacer deportes al aire libre, a un Julián lejos de esa jaula que era su enfermedad. Y al comparar aquella imagen con la realidad su corazón dolía.

Rápidamente escondió ese dolor y abrió el paquete que había traído del puerto, sacó una pequeña caja y le tendió el resto a Robert para que se la llevara. Una vez quedaron solos Leiza se apresuró a manipular las bolsas de suero y a cargar la dosis justa en una jeringa. Ya había hecho eso tantas veces que su cuerpo actuaba de manera automática, podría incluso colocarle la vacuna y la intravenosa a Julián con los ojos cerrados y no fallaría. Mientras ella preparaba todo con la eficiencia de una enfermera veterana Julián la observaba con una dulce sonrisa en lo que sentía como el suero y las drogas entraban en su sistema y ayudaban lentamente a que siguiera respirando otro día más.

– Lo lamento. – Dijo por lo bajo cerrando los ojos una vez todo estuvo en su lugar. – Jamás podré agradecerte todo lo que haces por mí, así como jamás podré expresarte cuanto lamento que debas hacerlo.

– No seas tonto. – Le cortó la pelirrosada acariciándole la mejilla con dulzura. – No hay nada que agradecer o lamentar, estoy aquí porque quiero estarlo. Porque eres mi vida, Julián.

– Pues que vida más fea y complicada tienes. – Bromeó el chico con una débil sonrisa.

– ¡Ey! Que sepas, que yo amo mi vida. – Le respondió con una sonrisa mayor.

Una débil risa brotó de los labios del albino y conmovió el corazón de la chica. Mientras ella ordenaba todo y charlaba con Julián para distraerlo en lo que el suero fluía no pudo evitar recordar aquel día, hacia ya cuatro años, cuando se conocieron.

Había sido la primera vez que el profesor Marvelous salía del país para llevar a alguno de ellos con un posible dueño. El profesor le había explicado que se había comunicado por teléfono con un buen candidato, pero que lamentablemente por problemas de salud esa persona no podía abandonar su país. Leiza sabía que debía ser en verdad importante como para que Marvelous accediera a viajar por él, pero ella no estaba del todo convencida. A diferencia de sus hermanos ella había tenido sus prácticas en el mundo humano hacia poco, un año y medio, y los humanos no le agradaban en lo más mínimo.

Había experimentado de primera mano lo prejuiciosos, arrogantes, interesados, vanidosos e hirientes que podían ser los humanos. Incluso sin saber lo que ella era realmente la habían maltratado y humillado por aquellos detalles que, a sus ojos, la hacían diferente e inferior, su piel oscura, su extraño cabello, su forma "imperfecta y fuera del estándar" de ser. Entendía perfectamente como era que el mundo había terminado así, el humano era un mero ser autodestructivo y sociópata, nada que mereciera la pena. Así y todo el profesor seguía insistiéndole en darles una oportunidad, en buscar a ese alguien que cambiara su forma de ver las cosas. Dudaba que existiera alguien así.

En el aeropuerto los esperó un hombre de nombre Robert, aparentemente el tutor de la persona que tanto interesaba al profesor. En el trayecto les habló de lo agradecido que estaba porque vinieran, y pasó a describir lo que necesitaba. Básicamente, una maldita enfermera. Un tal Julián Crismond, heredero de una gran fortuna, un miembro de la nobleza de Inglaterra, era quien estaba solicitando la aprobación del profesor. Era el único miembro vivo de la familia Crismond, dueño de empresas y una gran fortuna así como también de una deplorable salud; sería muy sencillo para cualquiera matarlo y hacerse cargo de todo, lo cual podría ser peligroso para el gran imperio Británico. Ok, entendía porque era importante protegerlo, pero si lo que el chico necesitaba era una chica linda que le diera de comer, las medicinas y cualquier otra cosa ella no era quien para el trabajo. Más les serviría Tim que ya estaba acostumbrada a ello, aunque claro ella ya tenía dueños.

Para cuando llegaron a la mansión para reunirse con el chico las ganas de salir corriendo de Leiza aumentaron. Sentado en una silla de ruedas y vistiendo una simple camisa blanca y unos vaqueros holgados, aunque considerando lo delgado que era el chico cualquier talle le iría holgado, se encontraba Julián. Si él fuera más pálido Leiza estaba segura que pasaría a catalogarse como dañino para la vista, igual que la nieve al sol.

– Ustedes deben ser el profesor Marvelous Shem y la señorita Leiza Sother, es un verdadero placer, soy Julián Crismond. – Les saludó con una cálida sonrisa.

Marvelous se acercó con una sonrisa curiosa, Leiza ya había visto ese brillo en sus ojos antes. El pelirrojo se sentó a conversar con el chico como solía hacer con cada candidato, charlando de cosas banales, gustos, rutinas. Ella no quería saber nada, aun si el profesor realmente creía que ese chico valía la pena, ¿Cuánto podía quedarle? Los cuerpos humanos eran demasiado frágiles.

Finalmente, tras lo que para ella fue una eternidad, Marvelous dijo que necesitaba hablar a solas con Robert y con una sonrisa picara dejó a Julián y a ella solos en la sala. Leiza quería gritar, quería transformarse y volar a casa. El silencio no tardó en volverse incomodo, hasta que una tos grave lo interrumpió.

La tos se convirtió lentamente en una seca risa. – Perdón, no quería molestar, pero por otro lado me alegra ver que puedes hacer más expresiones faciales. – Comentó con una sonrisa.

Leiza frunció el ceño pero se vio obligada a responder. – Lo lamento, pero no tengo demasiadas ganas de estar aquí.

– Lo sé, y te pido mil disculpas por hacerte venir hasta aquí en vano. Pero mentiría si negara que no estoy feliz por ello. Me siento muy afortunado de poder ver a alguien tan hermosa antes de morir.

– ¿Hermosa? – Cuestionó con una mezcla de asombro y vergüenza, nadie nunca había usado esa palabra con ella.

– Sí, no quiero presumir pero se me da bien la observación. Sentado aquí todo el tiempo uno aprende a prestar atención a los detalles. – Explicó complacido de poder disfrutar de una charla con otra persona distinta a su personal. – Tu modo de caminar, es seguro y fuerte, eso indica que eres orgullosa y acostumbras a llevar una armadura. Tu mirada va por encima de tu línea de visión y tus ojos tienen un brillo de adoración, eso me dice que acostumbras a estar en alturas, extrañas el cielo, sabiendo que eres una Biotic supondré que eres un tipo de ave. Por tu forma de ser y moverte eres grande, estas acostumbrada a pelear, a ser la cazadora y no la presa.

– Soy un aguila. – Respondió intentando que su voz no saliera débil. La forma en que Julián la describía, en la que la miraba, atravesando todo y viéndola como realmente era, era entre fascinante y aterrador.

– Entonces acerté. – Se felicitó con una sonrisa. – Estas incomoda, ¿Verdad? Si lo deseas puedo parar. No era mi intención forzarte a algo como esto, solo buscaba... nada.

– ¿Qué buscabas? – Cuestionó con renovado interés.

– La emoción. Quiero probar el placer efímero que otorga el hablar con alguien, alguien que me ve y ve lo que soy, un cuerpo decrépito que pronto morirá. No me mal entiendas, me gusta la gente de aquí, todos son amables. Pero a veces siento que cuando me ven no es a mí lo que ven, sino al conjunto de lo que soy.

– ¿Y qué eso no es lo mismo? – Por primera vez Leiza se sentó, abandonando su pose defensiva. Se acercó a Julián y se sentó en el suelo expectante de sus palabras.

– No. – Negó rotundamente. – Todos estamos construidos de pequeños elementos, nuestros gustos y disgustos, nuestras memorias y vivencias, nuestros sueños y temores; todo eso y más en conjunto nos forman, pero como son cosas individuales que forman un todo habrá algunas que serán más grandes y llamativas que otras. En mi caso mi enfermedad, en el tuyo tu piel, las personas ven el conjunto que somos y su vista se desvía a lo que más llama la atención de nosotros. Pero hay otra parte, dentro del conjunto, que nos pertenece sólo a nosotros, que sólo nosotros decidimos si mostrar o no al resto, es nuestra alma, nuestra verdadera esencia. Quien busca encuentra, es una buena frase, si las personas se molestaran en buscar y conocernos encontrarían nuestra alma, por que formarían un lazo con nosotros que se tornaría puente y entonces le abriríamos las puertas de nuestra alma. Por eso me siento un poco triste, no importa cuánto abra mi corazón, si solo ven mi enfermedad no me verán jamás a mí.

Leiza desvió la mirada digiriendo las palabras del chico, pensó en ella y sus hermanos. – Tampoco es sencillo. Desnudar el alma digo. Haces sonar que el abrirse y formar puentes es tan sensillo pero, ¿Qué pasa si abres las puertas y ellos solo buscan tirarlas abajo y saquear todo?

– Es cierto, suele ocurrir. – Concordó feliz de poder seguir charlando. – Por eso la gente construye muros, pero al hacer una muralla corres el riesgo de olvidar como hacer puertas. No digo que sea una mala opción, cada camino es bueno o malo dependiendo únicamente de quien haga el viaje. Personalmente prefiero arriesgarme, porque ser herido y provocar heridas es parte de vivir, y créeme, no hay nada más triste que pasar por la vida sin provocar nada en nadie.

Las palabras de Julián retumbaban en su pecho y su conciencia. El chico podía ser débil pero sus palabras tenían el poder de una bomba atómica. Sin mucho esfuerzo había minado la mente de Leiza y ya no estaba segura de nada. El intelecto que rebosaba en aquel demacrado cuerpo la atraía haciéndole pensar miles de cosas que jamás había siquiera cuestionado.

La risa entrecortada y seca de Julián la volvió a sacar de sus pensamientos, sobre todo cuando esta volvió a terminar en una fea tos. – Perdón, no quería hacer que tu cerebro explotara. Encerrado aquí la única actividad "segura" es leer así que entiende que tiendo a divagar mucho.

– No, está bien. Es solo que... es demasiado que procesar.

– Tomate tu tiempo, tienes la vida por delante para pensarlo y reinventarte las veces que quieras. Algo maravilloso que tiene el ser humano entre todo su desastre es su capacidad para reinventarse infinitamente. La libertad de ser quien desees ser, eso es un milagro.

– Suena mal que me lo digas a mí.

– ¿Por qué? ¿No te gustan los consejos?

– No, es solo que me parece insultante obligarte a decir que tengo una vida por delante cuando tú tienes fecha límite.

Julián volvió a sonreír y se abstuvo de reír por precaución a otro ataque. – No me siento insultado, porque no lo veo como algo malo. Desde mi punto de vista lo que nace, nace para morir, lo que muere, muere para nacer. Antes o después no importa, cumpliré lo que deba hacer en este mundo y luego seguiré girando con él.

Leiza quiso responder algo pero en ese momento la puerta se abrió y Marvelous y Robert volvieron a ingresar. Tras volver a saludar a Julián, Marvelous se despidió un momento y se llevó a Leiza aparte para hablar. Los ojos del científico brillaban con mezcla de excitación y alerta.

– Voy a ser claro e ir al grano, lo apruebo. – Dijo el pelirrojo con una sonrisa socarrona como si él hubiera descubierto lo bueno de la humanidad y hubiera que aplaudirle. Pero su rostro cambió, se puso serio. – Sin embargo Leiza, voy a darte algo que nunca le di ni le daré a tus hermanos. Vas a elegir.

– ¿Elegir? – No entendía de que iba todo eso. Pensó que Marvelous simplemente iría a comunicarle que se quedaría allí con Julián como su Biotic. Y para su sorpresa, por primera vez, no le desagradó la idea.

– Sí, elegir. No suelo hacerlo pero el joven Julián es un caso especial. No le queda mucho de vida y siendo sincero no quiero probar ver los efectos que causa en un Biotic la muerte de su amo. Cuando fueron creados se diseñó que el lazo que los unía a sus amos fuera especial, que desarrollaran un verdadero entendimiento con ellos para que los protegieran porque lo sentían y no por imposición. Pero por lo mismo si ese lazo se rompe, las consecuencias para ustedes... bueno los humanos no somos mejor ejemplo, muchos nos derrumbamos por completo al perder a alguien, nos destrozamos y a todo lo que amamos. No quiero imaginar que eso les pase a ustedes. Por eso, quiero darte una elección. Si a pesar de todo quieres quedarte con Julián y afrontar el riesgo lo respetaré, pero si no lo quieres nadie va a juzgarte. Te quiero, como a todos ustedes, son como mis hijos y no quiero verte sufrir.

Elecciones, esa era la mayor ironía que Leiza conocía. Cuando estas atrapado no tienes opción, es si o si lo que te ofrecen, si Marvelous la hubiera obligado no tendría remedio. Pero le dieron libertad, y la libertad, irónicamente, obligaba a elegir. Una vez hecha sólo ella sería responsable de lo que será.

Leiza pensó entonces en los caminos que se abrían frente a ella, y junto a ello pensó en las palabras de Julián y lo que había aprendido. Si elegía renunciar no podría volver a tener voto, el próximo humano "digno" sería su amo, punto final. Si elegía aceptar el reto se arriesgaba, tarde o temprano, a experimentar un dolor profundo, pero entonces podría seguir eligiendo a partir de ahí, tendría libertad. Y eso asustaba. Un nuevo camino podría llevarla a un tesoro o al abismo, y ella debía lanzarse.

Pero cuando pensó más sobre ello dejó de pensar en sí misma, pensó en Julián. Lo imaginó solo en su biblioteca, leyendo mientras la vida escapaba de sus pulmones. Imaginó el no poder volver a verlo, y eso la aterró más que cualquier abismo. Porque en una hora él le había demostrado que había más en el mundo de lo que ella creía. Estaba un dueño seguro, aburrido, y él, que era peligroso y fascinante hasta el infinito. Ya tenía su decisión.

De eso ya hacía cuatro años. Desde entonces Leiza había elegido miles de veces, saliéndose de caminos predeterminados y creando el suyo propio. Estaba feliz con su decisión, esos años con Julián habían valido cada segundo, para ambos, y no permitiría que terminaran. Las palabras de Marvelous habían resonado en su cabeza cada día desde entonces, sabía que cualquier día podría perder a Julián. Primero quiso prepararse para ello, ir haciendo las paces con la idea. Pero hoy sabía que no estaba más lista para dejarlo partir de lo que lo estaba hace cuatro años. Por eso se esforzaba, buscaba medicinas, comerciaba con quien sea, hacia todo por prolongar la vida de Julián, porque lo amaba.

Cuando el suero se terminó Leiza guardó todo y dándole un beso a Julián se estiró y decidió salir a dar una vuelta. Estirando sus músculos cambió nuevamente a un águila y tomó vuelo fundiéndose con el cielo azul. Julián la vio partir con una sonrisa, sobre todo cuando una fuerte ráfaga entró por el ventanal que había dejado abierto. Aunque la sensación de viento en el rostro duró poco, Robert enseguida entró y la cerró refunfuñando por lo bajo.

– No la vayas a regañar. – Le pidió entre risas.

– Ella sabe que su salud es delicada y se descuida. – Argumentó molesto. – Ahora se ríe porque cree que es solo viento, pero mi señor, si usted se resfriara ¿Sabe que tan grave podría ser?

– Mi sistema inmunológico es prácticamente inexistente así que supongo que grave. Pero si llego a morir por un resfriado por favor falsifica los papeles de defunción. No quiero pasar por la vergüenza de que pongan en mi epitafio "Muerto por un estornudo".

– Por favor no bromee con eso. – Le imploró con cierta severidad. – Y si no quiere que eso ocurra recuérdele a su novia que debe ser más cuidadosa. O mínimo, que se preocupe por usted. – Agregó con cierto desagrado.

– Aquí vamos otra vez. – Soltó girando los ojos. – ¿Qué tienes en su contra?

– Nada. – Respondió secamente pero ante la mirada analítica del menor continuó. – Si ella lo amara tanto como dice debería cuidarlo más. Y a la vez, si usted la ama no deje que se vaya.

– ¿Y qué me sugieres? ¿Qué la enjaule? Si hiciera eso no la amaría.

– No que recurra a jaulas. Aunque siendo honesto a veces no le caería mal un bozal. – Carraspeó por lo bajo. – Simplemente quiero que hablen. Veo como la ve mi señor, como si no existiera obra en la creación más majestuosa que ella. Y aun así ella huye a los cielos lejos de usted. No le pido que la enjaule, solo que le diga que usted no puede volar, que debe hacerle compañía.

Otra sonrisa tiró de la comisura de la boca de Julián. – En lugar de explicarte lo que está mal con lo que dices, te dejaré con una simple frase. "Encontré un ave herida, la sané y la amé. Aun así se fue volando. Si la hubiera enjaulado, si le hubiera roto las alas, habría sido mía. Pero entones habría dejado de ser un ave, y yo... yo lo que amaba era un ave". – Citó con sus ojos fijos en el cielo. Jamás sería capaz de retener a Leiza, ella se escapaba de sus manos como el agua, pero él estaba bien con ello. Amar no tenía por qué ser sinónimo de "pertenecer", bastaba con que lo fuera de "acompañar", y sin importar que tan lejos volara, ya fuese con la mirada o con el corazón, Julián siempre la acompañaba.

Volar era el mejor sentimiento, Leiza no tenía palabras para describirlo. Cuando recién había "nacido" como una Biotic sintió mucha desesperación, su mente aun recordaba volar pero su cuerpo era incapaz de hacerlo. Restringida y frustrada había atacado a todos hasta que una mujer la detuvo, ya no recordaba ni su voz ni su rostro pero tampoco recordaba la de nadie en el laboratorio salvo por Marvelous y Sirius. Y como si ese pensamiento lo hubiera invocado, un dolor punzante golpeó su cabeza. Una fuerte y dolorosa alarma sonó en su cabeza repitiendo el mismo mensaje una y otra vez, llenándola de olor, distrayéndola de todo lo demás, dejándola caer.

Robert salió de la biblioteca para buscar el té y preparar algunos aperitivos. Fue entonces cuando mirando por la ventana, y abriéndola un poco como una travesura, Julián escuchó el grito de un águila. Un sonido penetrante que le heló la sangre. Entonces la vio, a gran altura y precipitándose sin control rápidamente hacia el suelo. Haciendo acoplo de toda su fuerza y desesperación abrió la ventana y giró las ruedas de su silla lo más rápido que pudo. Afortunadamente Leiza seguía en su forma animal, al ser pequeña y ligera no caía tan rápido, pero aun así cuando su silla comenzó a trabarse con el césped del patio Julián la abandonó y corrió con sus propias piernas.

Sus pulmones ardían, las piernas amenazaban con separarse de su cuerpo, su corazón latía como loco. Todo su cuerpo gritaba con agonía, pero él no tenía tiempo de escucharlo. Normalmente estaba tan débil que no podía permanecer de pie más de unas horas, mucho menos correr, pero en ese momento su salud no le importaba, Biotic o no esa caída sería mortal.

Julián sintió sus pies sucumbiendo a su peso, dio un último salto apostándolo todo y atrapó a Leiza justo a tiempo. Sin embargo no tuvo la suficiente fuerza para frenarse, abrazándola aun en su forma animal contra su pecho ambos cayeron al lago del patio. Si dios existía, le debía una muy grande. Afortunadamente el jardinero había visto todo y se tiró tras ellos para rescatarlos, el delegado cuerpo de Julián no servía para nadar y menos tras aquel mini maratón, de no haber sido por ese pequeño milagro él y Leiza se hubieran ahogado.

El sermón de Robert podría haberse escuchado tranquilamente hasta Francia. Tras su pequeña "salida a bucear" Julián había terminado resfriado y con un inicio de pulmonía leve. Y como si su sobreprotector mayordomo no fuese suficiente, ni bien recobró la conciencia Leiza también lo regañó.

– ¡Eres un inconsciente! ¡¿Te das cuenta que te pudiste haber matado?! – Le gritó histérica.

Julián reunió fuerza, y aunque sabía que sería nuevamente regañado, se quitó un minuto la mascarilla de oxigeno que le ayudaba regularizar su respiración y le sonrió. – De nada, tú... también pudiste ha... ber muerto... Además técnica... mente la inconsciente... eras tú. – Agregó con un intento fallido de risa y se volvió a colocar la mascarilla.

– ¡No mezcles una cosa con otra!

Leiza no sabía que sentir en ese momento. Estaba horriblemente preocupada por Julián, si no le ponían atención podría agravarse. También estaba aliviada de que no fuera aun más serio, y estaba enojada a más no poder con él por ser tan descuidado. Sin embargo también se sentía culpablemente feliz por todo aquello, que Julián la quisiera tanto como para arriesgarse de esa forma hacia que su corazón estallara de alegría. Pero debía ser firme, la salud del chico era lo primordial.

– Robert, será mejor que le traigas algo caliente de comer, como una sopa. También alguna medicina para la gripe y coloque más mantas en su habitación. Es crucial que al menos en estas veinticuatro horas mantengamos el cuerpo de Julián a una temperatura estable. – Ordenó con la misma firmeza y eficiencia que una enfermera.

El hombre mayor no iba a discutir con ello, sabía que eso sería lo mejor para su amo, además si se trataba de salud, aunque no siempre fuera conveniente, la sola presencia de Leiza ayudaba a mejorar mucho la salud del albino. Decidiendo que ya había recibido demasiados retos por un día, Robert le dedicó una sonrisa a Julián y se fue a preparar todo.

Tras un incomodo y corto silencio Julián esperó a que la pelirrosada le diera permiso de retirar la mascarilla y en un tono preocupado prosiguió. – ¿Qué fue lo que te ocurrió allá arriba?

– ¿Arriba de dónde? – Le siguió el juego intentando de ser posible no darle importancia al tema.

– Caíste en picada, te desmayaste mientras volabas. Si no crees en lo que digo y te parece "normal" entonces a la que tendrá que ver el médico será a ti. – Le replicó preocupado y con un suspiro agregó. – Leiza, no me mal entiendas. Apreció que te preocupación por mí, jamás podré agradecerte todo lo que haces, y sé que yo mismo hago algunas estupideces y luego no digo nada para no preocuparte ni a ti ni a Robert pero... No quiero que tomes esto como una orden, porque justamente no tengo ningún derecho a decirte como debes vivir tu vida. Así que por favor tómalo como una petición, mi deseo, preocúpate por vivir para ti.

Los lechosos ojos del chico brillaban débilmente con una resolución férrea, ella simplemente no podía escapar ni apartar la mirada. – ¿De qué estas hablando? Por supuesto que vivo para mí misma, ¿Para quién lo haría sino? Este cuerpo es mío, vaya tonterías que dices. – Respondió con una risa nerviosa.

La mirada de Julián se tornó un poco más triste. – Esta bien, si no quieres contestarme no te obligaré, sólo... por favor ten más cuidado, si algo llegara a pasarte...

– ¡Nada va a pasarme! Ni tampoco a ti, así que deshecha ya mismo esas ideas sobre ti mismo. Y también, confía en mí. – Le pidió acercándosele y entrelazando sus manos con las de ella. – Julián, yo te amo. Por eso no estoy viviendo para ti, estoy viviendo para "nosotros". Te cuido porque disfruto hacerlo, y porque pase lo que pase necesito que sepas que nada ni nadie me apartará de tu lado jamás.

Una débil sonrisa chueca se formó en los labios del chico. – ¿Y qué pasará cuando ya no pueda caminar? ¿O incluso si me vuelvo incapaz de seguir con el negocio familiar? Si llegó a vivir tanto y debo retirarme por enfermedad, ¿Pasarías el resto de mis días conmigo?

– Todos y cada uno de ellos. – Le prometió acariciándole el rostro y repartiendo besos por doquier.

No podía ni iba a decirle a Julián sobre lo ocurrido en el laboratorio. No es que no estuviera preocupada por sus hermanos o por el profesor, que de hecho si lo estaba. Simplemente sabía que por su forma de ser Julián insistiría en que ella fuera a Japón. Pero no quería dejar a Julián solo. Por ello tomó una decisión, pasara lo que pasara en el laboratorio ahora era problema de ellos. Su única misión en el trabajo y en general era velar por la seguridad y bienestar de Julián, no existía nadie más.

– Fue solo un dolor de cabeza, tuve un día largo. Y tú también, así que vayamos a dormir un poco. Luego podremos tomar un poco de sopa. – Le propuso con una sonrisa entrelazando sus manos. – Nunca me voy a alejar de ti, pase lo que pase siempre buscaré protegerte, te lo prometo.

Julián sonrió y apretó la mano de Leiza con la poca fuerza que le quedaba. – Entonces te tomaré la palabra.

 

 

 

       

"Te veo a lo lejos y a pesar de que solo deseo alcanzarte sé que no puedo,

porque te me escapas entre los dedos igual que la vida misma."

 

 

"Y entonces te conocí, y todo el sufrimiento de alargar mi vida hasta ahora cobró sentido."

 

 

"Desde mi jaula solo puedo añorar el azul del cielo, ese azul que solo tú puedes surcar."

       

 


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