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B I O T I C por kurokaze

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Italia, un país ubicado en Europa junto al mar Mediterráneo, rico en cultura e historia. Al comenzar la tercera guerra mundial sufrió un sinfín de baños de sangre y cambios políticos. Tras tres años de horrible inestabilidad un grupo mafioso se hizo con el poder y estabilizo al país: la familia Fabrizzi. Bajo el mando de la mafia Italia logro estabilizarse rápidamente recuperando el poder que había perdido y ganando más. Tras finalizar la guerra la familia Fabrizzi había logrado conquistar los países de Eslovenia, Croacia, Bosnia y Serbia, volviéndose un imperio poderoso con gran control sobre el comercio marítimo, el Mediterráneo era prácticamente suyo.

Los presidentes y fuerzas gobernantes de los países oprimidos estaban inconformes con la dictadura impuesta, y sobre todo por tener que responder ante una mafia pero no había mucho que pudieran hacer. Los Fabrizzi eran muy fuertes y estrictos, mientras les obedecieran no pasaría nada, pero si se llegaba a molestarlos grabarían con sangre un mensaje para que no se repitiera. Además, haciendo la vista gorda a sus métodos, desde su formación el Imperio Italiano había sido no solo una potencia poderosa sino que cada parte de su territorio gozaba de los beneficios de aquel poder. No había hambre, no había pobreza, podían vivir tranquilamente siempre y cuando obedecieran ciegamente. Sin embargo era justamente ese el problema, la clase alta, los anteriores poseedores del poder se negaban a ello. Sucumbir ante otro, acatar órdenes enterrando su orgullo, eran cosas que no podían tolerar.

 

       

 

Florencia, la cuna del renacimiento y donde la mansión de los Fabrizzi estaba ubicada. Un imponente edificio de cuatro pisos hecho y decorado con el estilo antiguo dándole un aire majestuoso e imponente. Uno podría fácilmente perderse al buscar la entrada de lo grande que era. La servidumbre se paseaba en silencio arreglando todo, ese día los representantes de Croacia llegarían, como siempre, a intentar intimidar al jefe de la familia para recuperar su territorio y no podían permitirse deslucirse frente a ellos.

Un tanto irritado un chico de unos 23 años se paseaba sin hacer ruido por los inmensos pasillos deteniéndose de vez en cuando para ayudar a alguna mucama cuando llevaba algo demasiado pesado. Su musculoso cuerpo iba a penas cubierto con unos pantalones y una camisa sin mangas, ambos blancos contrastando con su piel oscura como el chocolate. Su cabello ondulado llegaba hasta sus hombros como una irregular cascada azul que enmarcaba unos atractivos y salvajes ojos dorados. En resumen, Leo era un sueño y dueño de los suspiros de muchos miembros de la servidumbre y de la familia en sí. Además de atractivo era amable y caballeroso, o al menos lo era con la mayoría.

Tras recorrer los largos pasillos y subir unos cuantos tramos de escaleras que le llevaron a la parte más alta de la casa, el moreno dejo salir un audible suspiro y se preparo para lo que seguía, fuera lo que fuera sabía que no le iba a agradar. Abrió las puertas de una de las habitaciones sorprendiendo a uno de los que allí dormía. En la cama se encontraban dos hombres de la misma edad de Leo, uno dormía sepultado entre sabanas y almohadones, mientras que el otro se asusto por la repentina interrupción y procedió a buscar su ropa con el rostro ardiendo de vergüenza.

Leo se masajeo las sienes y contó hasta diez como cada mañana en la que debía despertar a Kagiri y se encontraba con un amante nuevo de este. – Por favor termina de cambiarte y lárgate. – Le imploro al joven que ni bien pudo subir el cierre de sus pantalones tomo su camisa y salió a toda prisa. El moreno más molesto se acerco a la cama y de un tirón despojo al otro ocupante de esta de las sabanas. – ¡Levántate en este instante!

Viéndose despojado de su comodidad Kagiri empezó a dar vueltas intentando levantarse. Su hermosa cabellera rubio pálido, que normalmente llevaba bien peinada hasta las escápulas, ahora lucia desaliñada y echa un desastre producto de lo ocurrido esa noche. A duras penas logro sentarse en la cama y tras bostezar se estiro intentando recordar que maldita hora era.

Leo desvió la mirada avergonzado, sabía que al rubio le traía sin cuidado pasearse desnudo por donde fuera, y esa no era ni de lejos la primera vez que lo veía, pero aun así no podía evitar sentirse avergonzado, sentir que hacia algo indebido al contemplar la blanca piel de Kagiri al descubierto. – Tienes una reunión en quince minutos, los representantes de Croacia estarán aquí pronto así que hazme el favor de bañarte y alistarte. – Pidió dándole la espalda y cruzándose de brazos para enfatizar la autoridad en sus palabras.

Una sonrisa traviesa se dibujó en el rostro de Kagiri, sus ojos celestes contemplaban la amplia espalda del otro y sin perder el tiempo lo rodeo con sus brazos delineando esos bien marcados abdominales y arrastrándolo consigo a la cama. – Croacia puede esperar, acuéstate conmigo un rato, podemos pasar un buen rato juntos. – Le propuso depositando algunos besos en el cuello del moreno.

Leo se sobresaltó al sentir los labios del rubio en su cuello y su paciencia llegó a su límite cuando sintió las descaradas manos del otro buscando abrirse paso en sus pantalones. – ¡Dije que tienes una reunión! – Le gritó propinándole un buen golpe en el rostro y poniéndose de pie. – Acabas de hacer esas cosas indecentes con aquel hombre.  ¿Qué no tuviste suficiente? ¿Y a todo esto de donde lo sacaste? – Le preguntó molesto.

Kagiri se rascó la cabeza y bostezó con indiferencia. – No lo sé, creo que lo vi caminando por la calle y como tenía un buen culo lo traje, ¿Qué tiene de malo? – Cuestionó mientras se ponía de pie y se encaminaba a la ducha aún bostezando con pereza. – Ah pero no te pongas celoso, si vamos a hablar de culos el tuyo es el mejor que he visto, hasta la mujeres se sentirían celosas de lo firme y redondo que es.

Leo tomó una almohada y se la arrojó con fuerza a la cara muerto de la vergüenza. – ¡Vete a bañar de una maldita vez! – Cuando escuchó el grifo del agua abrirse empezó a ordenar la habitación, sería horrible y una falta de tacto pedirle a las pobres mucamas que vieran, y mucho menos tocaran, aquellas sabanas manchadas así que se aseguró de amontonarlas en un rincón para luego llevarlas a la lavandería. Buscó la ropa que Kagiri debía ponerse y se la dejó junto a la puerta de la ducha antes de llevarse las sabanas sucias.

Kagiri tenía más ganas de dormir hasta caer en coma que de presentarse a esa aburrida reunión pero aun así se vistió y se dirigió a donde ya deberían estarlo esperando los representantes de Croacia. Le parecía injusto que con solo 24 años debiera hacerse cargo de todo el Imperio Italiano pero no había de otra, cuando su padre murió todo había recaído sobre él. Había ocasiones, demasiadas, en las que se aburría de todo aquello y llegaba a pensar en lo relajante que podría ser dejar que uno de esos infelices le dispara y ya, pero no podía. Si él moría la familia Fabrizzi entraría en caos, los políticos reprimidos se alzarían e Italia volvería a caer en el caos total. Con el fin de evitar ese baño de sangre, de asegurarse que su gente pudiera seguir viviendo en paz y feliz debía seguir adelante. Debía convertirse en la peor escoria de este mundo, un ser tan inmundo y aterrador que todos le respetasen y no se atrevieran a desafiar.

En la sala ya lo esperaban los representantes de Croacia, Robert Kovačević un hombre entrado en sus cincuenta y su hija Marian Kovačević, una hermosa joven en la flor de sus veinte de una belleza impresionante, además de los guardaespaldas de los mismos. Kagiri entró solo, sin guardias, y se sentó en el sillón frente a ambos.

– Bueno, nos vemos las caras nuevamente. Aunque estoy complacido de ver que no viniste solo esta vez Robert. ¿La hermosa señorita necesita algo? Puedo conseguirte lo que desees. – Le aseguró Kagiri guiñándole un ojo mientras sus ojos se paseaban por el escote de la chica y por sus piernas.

– Necesito la libertad de mi país, ¿Podrías? – Inquirió divertida siguiéndole el juego.

El rubio chistó actuando como si estuviera incomodo, simple teatro. – Me pides lo más difícil muñeca. Tengo responsabilidades que cumplir además, ¿Qué pasaría si accediera? Con el mundo como esta Croacia no duraría por su cuenta ¿Para qué atormentar así a su pobre gente? Es más sencillo y mejor que continúen siendo nuestra provincia. – Intentó razonar poniendo una sonrisa dulce y confiada, en general las mujeres morían cuando hacia eso.

Marian no cayó en ella. – Agradezco su... "amabilidad", pero podemos cuidarnos por nuestra cuenta. Denos nuestra libertad y nuestro orgullo de regreso. – Exigió la joven un poco más agresiva.

Kagiri la observó, le gustaban las mujeres de carácter, si fuera por él se la hubiera pasado charlando con ella e ideando como lentamente llevarla hasta su cama pero tenia negocios que atender. – Veo que la has educado bien Robert. Es lista, decidida, sabe lo que quiere y se llena la boca hablando de ese "orgullo" barato del que tanto te gusta alardear. Sin duda son familia. – Se mofó con una sonrisa mordaz.

– Joven Fabrizzi. – Le llamó Robert con cierto regaño en su tono. – Le recuerdo que venimos aquí con la intención de negociar y no nos iremos sin nada. – Afirmó y tras una pausa para dejar que sus palabras se acentuasen continuó. – Es cierto que durante la guerra Croacia sufrió un deploramiento sin antecedentes, pero nos hubiéramos recuperado, se lo garantizo. Sin embargo su abuelo no nos dio oportunidad, nos atacó cuando aun estábamos débiles y nos conquistó como el buen tirano que fue. Quiero pensar que usted es más inteligente, no voy a dudar de su capacidad pero gobernar sobre tanto territorio debe ser una tarea extenuante para un joven como usted. Permítame por favor sacarle algo de peso de sus hombros. Su padre era un hombre sin honor que no conocía nada aparte del egoísmo y la autosatisfacción ¿Puedo albergar esperanza de que usted no haya heredado esa estúpida tozudez?

De aquel discurso debía ser demasiado si Kagiri había escuchado las primeras líneas. Desde joven había aprendido como el discurso podía ser una habilidad diplomática de temer y sabía que sus adversarios eran expertos en ese campo. Sin embargo nada ganaban si intentaban atacar su inexistente moral. Podría parecer un tirano sin alma pero así mantenía el poder, haciendo favores y dando permisos no hacia más que permitir a sabandijas como esa trepar alto.

– Lamento decepcionarlo pero me mantendré firme en mi decisión. Los estados que obtuvimos de forma limpia con la guerra seguirán bajo mi mando. Sin embargo si insiste en quedarse me veré obligado a tomar medidas. Usted comprenderá que no puedo permitir que vengan a escupirme en la cara y dejar que salgan inmunes de aquí. Es cuestión de principios.

Robert dejó escapar un suspiro, temía que llegaran a ello. No tenía nada personal contra el joven solo lo había visto un par de veces y los últimos cuatro años en que el Imperio Italiano llevaba bajo su poder la economía había sido estable y la vida pacífica. Aun así no podía volver con las manos vacías, su gente comenzaba a perder respeto por él y por lo que quedaba del gobierno. Agradeció de cierto modo la arrogancia del joven, no venía con ningún escolta ni guardaespaldas mientras que él contaba con tres, seria rápido. Intercambió una rápida mirada con su hija, que comenzó a hablar con el rubio y ligar buscando centrar su atención en ella.

Mientras Kagiri estaba distraído con la chica y su gran escote uno de los guardias se deslizó silenciosamente por la sala y a toda velocidad sacó una pistola preparado para disparar. Sin embargo antes de que su dedo pudiera acomodarse en el gatillo la punta de una pistola se apoyó en su frente.

– Para ser un guardaespaldas eres horriblemente lento. – Comentó Kagiri sin mirarlo apoyando su arma en su frente. ¿En qué momento el rubio había sacado un arma y de dónde? No podían responderlo, había pasado muy rápido. – ¿De verdad creyó que era un ragazzo estúpido que había venido sin guardias porque si? No tengo guardias porque no los necesito así que agradecería que no me tomaran el pelo. – Respondió con la voz gélida y cortante. Sus ojos celestes parecían de hielo, duros y fríos. Sin pestañear aló el gatillo y la sangre de la cabeza del sorprendido guardaespaldas salpicó el sofá mientras su cuerpo sin vida caía al suelo. – Ahora tenemos dos opciones aquí: me evitan el redecorar la sala y vuelven a su casa para que pueda poner a alguien de mi familia a cargo de Croacia, o intentan razonar conmigo y terminan como el caballero de aquí. Elijan.

Viéndose acorralado Robert decidió desistir, la forma en que Kagiri había matado sin pestañear y aquella mirada glacial que le dedicaba le helaba la sangre, ese chico no era normal y no iba a jugarse el cuello por su país. Pero su hija no era así, ella no sería intimidada tan fácilmente.

– ¿Así es como planea arreglarlo todo? – Preguntó escandalizada poniéndose de pie. – Si alguien discrepa con usted, ¿Simplemente lo mata? ¡¿Así es como la mafia arregla todo?! – Cuestionó señalándolo acusatoriamente con el dedo mientras se acercaba cada vez más. – ¡Eso se llama opresión! ¡Tiranía! Si piensa que me voy a quedar de brazos cruzamos esta mu...

Harto de escucharla criticarle Kagiri había tomado la mano de la chica y se la había torcido mientras sus ojos se clavaban en su garganta como puñales helados. – No tengo mucha paciencia así que iré al grano. Tiene usted una hermosa figura y odiaría tener que descuartizarla o llenarla de plomo. Así que cierre esa gran boca o no terminaremos bien.

Marian lo desafió con la mirada. Si iba a correr sangre en esa habitación no sería solamente la suya, hizo una seña con su mano libre y los dos guardias restantes prepararon sus armas. Bastaba un chasquido, solo debía hacer sonar sus dedos y los dos hombres dispararían sin cansancio contra ella y el italiano. Perdería la vida pero al menos llevaría la libertad a su pueblo.

Sin embargo sus dedos no llegaron a producir sonido alguno. En un abrir y cerrar de ojos las puertas se habían abierto y ambos hombres cayeron al suelo con las gargantas abiertas. De pie junto a ambos cadáveres e intimidando con la mirada a su estupefacto padre se encontraba el hombre del que había oído hablar miles de veces, pero que hasta entonces creía un mito. Un Biotic, una bio-arma de aspecto humano, los asesinos más letales jamás vistos. Habían circulado rumores sobre que el jefe de los Fabrizzi debía su invencibilidad a una de esas atroces maquinas pero nunca habría creído aquello si no lo hubiera visto con sus propios ojos. Las manos, no, eran garras, largas y filosas como navajas empapadas en sangre, resplandecían consagrándose con el líquido carmín. Y su rostro, sus ojos salvajes y sus dientes afilados, casi colmillos le helaban la sangre hasta al más despiadado hombre. Su presencia era como la de un gran león asechando a su próxima presa, todo su cuerpo destilaba una sed de sangre horripilante. Él era la mano derecha del gánster italiano, su único protector: Leo Da Silva.

– ¿Por qué? ¡¿Por qué ayudas a alguien tan despreciable?! – La voz de Marian salió con una confusa mezcla de desesperación, rabia y dolor.

Leo desvió la vista incomodo con ello, sus manos estaban manchadas con sangre y la mirada de la joven le quemaba. Quiso responder pero Kagiri se le adelantó. – ¿No es obvio? Me sirve porque me pertenece. Hay muchas formas de esclavizar a un hombre. Su destino es triste si, pero el tuyo lo será más si no te borras de mi vista, maldita puta. Tú y el cobarde de tu padre regresaran a Croacia y empacaran sus cosas, enviaré a mis hombres para que se hagan cargo del lugar. Si vuelvo a saber algo sobre ustedes, si se atreven a desafiarme de nuevo, si vuelvo a ver sus sucias y asquerosas caras otra vez... bueno supongo que será más divertido ver cómo te desvelas pensando en ello. – Comentó con una sonrisa sádica soltando a la joven. – Tienen cinco minutos para largarse de mi propiedad, llévense a los cadáveres o los utilizaré como fertilizante. – Les ordenó con un tono seco y lleno de desdén antes de marcharse.

El moreno observó por encima de su hombro al hombre y a su hija, se disculpó en voz baja y salió de la habitación para seguir a Kagiri lo más rápido que pudo. Pero entonces se paró en seco y revisó su aspecto, la forma en la que esa mujer lo había mirado, con horror, como si estuviera viendo a una bestia salvaje le había afectado. Decidió regresar a su habitación para tomar un baño, y así se deslizó en silencio por la enorme mansión para no matar del susto a alguna pobre sirvienta ni incomodar a alguno de los subordinados del rubio. Fue mientras pasaba por el ala de la servidumbre, donde también se encontraba la cocina principal, que escuchó a una mujer gritar y no pudo evitar acercarse.

– ¡Te digo que fue horrible! – Se lamentaba la mujer. – Me dirigía a hacer la limpieza en el segundo piso y al girar el amo Fabrizzi apareció con la camisa llena de sangre ¡Fue lo más horrible que he visto! Encima en lugar de decir algo por chocarme solo se quitó la camisa y me pidió lavarla.

– ¿Te quejas por eso? – Cuestionó una segunda empleada. – ¿Cuántos años hace ya que trabajas aquí? Ya deberías conocer bien al señor, siempre deja su ropa tirada por ahí, para él nosotras debemos seguirlo a todas partes juntando sus cosas y dejando todo en perfecto estado. Ese hombre solo nos ve como esclavas que puede utilizar para satisfacer sus necesidades, y hablo de todas  sus necesidades. – Agregó con una sonrisa entre molesta y excitada.

– ¡Ese no es el problema! – Respondió la primera mujer. – Ya sé que el señor es un mujeriego, pero es además muy guapo, si lo que quisiera fuera solo jugar conmigo bueno... tiene un rostro hermoso y su cuerpo es increíble ¡Pero el problema es su personalidad! – Elevó el tono volviendo al inicio de la conversación antes de que esta tomara otro rumbo. – Cuando atiende uno de sus "trabajos" sus ojos dan miedo, parece un cuervo.

– ¿Cuervo? He oído muchas comparaciones pero esa es la más extraña.

– ¡Lo digo en serio! Parece tranquilo pero podría sacarte los ojos de un movimiento sin dudarlo, como los cuervos. Además sus propios ojos son fríos y vacíos, cuando esta así tengo el presentimiento de que si respiro de alguna forma que no sea de su agrado me matará.

– Solo sabes exagerar. Cierto, es un desgraciado sin corazón, pero mientras no hagas contacto visual con él y te muestres servicial estarás bien. Además si eres una buena chica podrías tener suerte de que te invite a su cama. He oído que te trata como una reina.

– Por supuesto que lo hace ¿Por qué más alguna mujer se dejaría tocar por alguien como él? Aunque no las culpo, ignorando su personalidad, si fuera algo de solo una noche iría sin dudarlo.

Leo se apartó de la pared y se alejó a paso acelerado hasta que la risa de esas mujeres no fue más que un murmullo, gracias a su gran oído pudo escucharlo todo sin necesidad de acercarse o ver sus rostros. Probablemente lo mejor, si veía sus rostros le sería difícil comportarse amablemente luego. – Se quejan de él pero ¿Quiénes son las que van contentas a abrirse de piernas si necesitan un poco más de dinero? – Replicó arrastrando los dientes.

– Ah, señor Da Silva. – Le saludó uno de los dos subordinados de la familia que se encontraban vigilando el acceso trasero cuando lo vio pasar. – Veo que las negociaciones con Croacia marcharon como era esperado. – Comentó al observar la sangre en las manos del moreno.

– Si, desgraciadamente las personas que vienen aquí no saben definir el término "reunión diplomática". – Concordó relajándose un poco.

El otro hombre se acercó con una sonrisa examinando las manos de Leo. – A eso llamo "ensuciarse las manos", que envidia me das Da Silva. No solo a mí, muchos daríamos lo que fuera para estar junto al jefe y verlo en acción. A su corta edad es uno de los mejores asesinos a nivel mundial, sin duda se debe haber divertido a lo grande masacrando a esos ineptos. Nadie puede con nuestro señor. – Presumió orgulloso.

– Uno de los representantes era una mujer joven, y otro de los guardaespaldas un hombre bien parecido, quizá el jefe los dejó vivos para jugar con ellos más tarde. – Le recordó el otro hombre. – Sin duda el jefe se habrá dejado llevar un poco, es de los que utiliza lo que le sirve y gusta y desecha el resto, nunca se apega a nada y por eso es perfecto.

– Habla por ti, imbécil. A algunos nos pone los nervios de punta servir a un hombre sin apego por nada y con el corazón de hielo. ¿Quién sabe cuando decidirá que ya no le somos necesarios y nos deseche? ¿Verdad, Da Silva?

– ¿Eso creen? Personalmente no creo que eso llegue a suceder. Un rey no es nada sin peones al fin y al cabo. – Contestó de una forma seca y algo cruel, no le gustaba ser grosero pero no tenía deseos de seguir aquella conversación.

Ambos hombres lejos de sentirse insultados comenzaron a reír a carcajadas. – Lo lamento Da Silva, los que son como tú no pueden ver las cosas de la misma forma que nosotros. Sería imposible que el jefe se deshiciera de algo tan valioso como tú.

Leo apretó los dientes pero no perdió la compostura. – No estaría tan seguro, siempre podría romperme o volverme obsoleto. Ahora si me disculpan, la sangre comienza a abrirme el apetito. – Mencionó con una sonrisa que iba de entre una broma a una seria amenaza.

Al entrar en la ducha y observar como el agua lavaba el color carmesí de su piel no pudo evitar pensar en todo aquello. Todas las personas, incluso las que estaban a su servicio parecían tener una fuerte opinión formada sobre Kagiri. Pero a los ojos de Leo ninguna era la correcta, ¿Se podía ser tan ciego? Para ser personas que vivían a disposición del jefe de la familia Fabrizzi sabían tan poco de él como cualquier otro extranjero. Bueno, en realidad si debía ser justo hace un tiempo él era exactamente igual.

Había conocido a Kagiri hacia ya seis años y su primera impresión de él había sido la peor. Por aquel entonces aun vivía en el laboratorio del doctor Marvelous Shem, el único sitio al que pensó que podría llamar hogar jamás. Leo llevaba el cabello corto y su única preocupación era cuidar de sus hermanos. O así había sido hasta que el profesor le había dado la noticia de que posiblemente conocería a su dueño ese día.

Kagiri había llegado al laboratorio acompañado por su padre, Leonardo Fabrizzi. Ya había visto al mayor antes, frío, astuto, calculador, ambicioso, sin escrúpulos y egocéntrico, el profesor se había negado por completo a darle un Biotic. ¿Acaso pensaba que las cosas cambiarían si llevaba a su hijo? Kagiri llevaba el cabello corto con una pequeña coleta amarrada desprolijamente con una banda elástica, no parecía interesado en nada allí.

– Comprendo su propuesta, por favor déjenos a solas con el joven Kagiri y luego le diré mi decisión. – Había pedido Marvelous al mayor y una vez este se hubo marchado se acercó a Kagiri con una sonrisa amable. – Mucho gusto, soy el doctor Marvelous Shem, y este de aquí es uno de mis niños, Leo Da Silva.

– ¿Niño? – Cuestionó el rubio observando al pelirrojo de arriba abajo. – ¿Acaso es uno de esos fracasados que se creen especiales por haber creado "vida"? ¿O tiene complejo de Japetto y se siente muy solo? – Inquirió con una sonrisa burlona y altanera.

A Leo le cayó mal ni bien verlo. Moría de ganas de que Marvelous dijera que no era apto y acabar con ello de una vez para volver a su rutina. En lugar de eso el mayor se la pasó haciendo mil y un preguntas sobre el día a día del italiano y de temas aun más triviales. ¿Qué importancia tenía para decidir si era apto o no el preguntar como sabia la pizza allá o si su rivalidad con Francia se debía a que estos no aceptaban regresarles piezas de arte como La Gioconda?

Después de dos horas de preguntas similares Marvelous había llamado a Leonardo para dar por fin su veredicto. – Luego de analizarlo cuidadosamente Leonardo, voy a tener que admitir que tenías razón, creo que tu hijo es digno. – Aceptó con una sonrisa apacible.

– ¡¿QUÉ?! – La exclamación llena de asombro y molestia provino tanto de Kagiri como de Leo, ninguno podía creerse aquello.

Una enorme sonrisa se dibujó en el rosto del italiano mayor, pero antes de que este pudiera celebrar Marvelous lo detuvo. – Sin embargo, Leo será el Biotic de Kagiri, no tuyo. En otras palabras solo atacará para defender a Kagiri y actuará para mantenerlo lejos del peligro. De ese modo tú no podrás darle ninguna orden y no podrás dejar a tu hijo en un lugar peligroso para que Leo mate a todos como "consecuencia" de proteger a Kagiri. – Explicó con una sonrisa que se ensanchaba más al ver como el rostro del italiano enrojecía de furia. – Como ya he explicado antes mis Biotics son seres vivos no armas. – Remarcó antes de dirigirse al menor con un tono más dulce y amable. – Ahora Kagiri, presenta un objeto que siempre lleves contigo para que Leo y tú hagan el contrato. – Le pidió explicándole como se llevaría a cabo el contrato y que implicaría.

Con cierto recelo el rubio sacó un pincel de su bolsillo entregándoselo al moreno.  – Rómpelo y te desarmaré tuerca por tuerca y te venderé como chatarra.

– Hermosas primeras palabras, créeme que preferiría mil veces eso a esto. – Contestó con la misma acidez al recibir el pincel.

Tras finalizar el contrato Kagiri prácticamente le arrancó el pincel de las manos al moreno y lo volvió a colocar en su caja no sin antes mirar con desagrado las nuevas marcas rojas en el. Pese a que Leo insistió y argumentó fuertemente que el italiano no podía ni remotamente ser una buena opción Marvelous no lo escuchó. Le aconsejó que intentara pasar tiempo con él, conocerlo, como si eso fuese posible.

Italia lo sorprendió totalmente, había bajado imágenes e información sobre el lugar pero verlo en persona era completamente diferente. Leo siempre había tenido debilidad por el arte, la forma en que los colores y texturas se unían de diversas formas para formar algo hermoso, la ciudad de Florencia era la cuna de todo aquello, incluso su arquitectura era arte puro. La mansión de la familia Fabrizzi también entraba en aquella descripción. Con mala cara Leonardo le había mostrado su cuarto y le había indicado que más tarde enviaría a alguien para asesorarle en la decoración, podría pedir lo que quisiera. Así que aprovechando su tiempo libre decidió familiarizarse con su nuevo entorno, averiguar todo de aquel extraño lugar.

La mansión era enorme y ni hablar el jardín, de no haber sido por su olfato y oído seguramente se hubiera perdido, siguió andando hasta toparse con un largo pasillo más familiar. Le sorprendió enormemente encontrar decoración japonesa, con la que estaba familiarizado, en Italia así que se adentró en el hasta llegar a una gran puerta de madera decorada con dibujos de sakuras y otras flores japonesas. Al entrar se encontró en una habitación del tamaño de una sala de conciertos repleta de pinturas, hermosos retratos, paisajes y concepciones abstractas de lo más hermosos.

Leo se maravillo recorriéndolas una por una, muchas parecían realmente antiguas y otras recientes, los estilos eran diferentes lo cual demostraba que las más antiguas habían sido hechas por otra persona. Pero lo que más las diferenciaba eran los sentimientos plasmados en ellas, las primeras rebosaban de amor, una belleza radiante y pura. Por otra parte los otros reflejaban emociones mezcladas, nostalgia, culpa, soledad y una gran y profunda tristeza. Esos últimos captaron su atención, se sentía atraído por ellos.

– ¡¿Se puede saber qué demonios estás haciendo?! –  Kagiri entró en la habitación colérico y lo golpeó bruscamente. – Si vas a vivir aquí computadora andante debes aprender las reglas. Nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia debes entrar aquí. Este lugar es mío y no quiero a nadie aquí fisgoneando.

– Pues no puedes esperar que lo sepa si apenas me diriges la palabra. – Se defendió el moreno. – Y a todo esto ¿Qué es este lugar? ¿Quién pinto esto?

– No te interesa, ahora lárgate, ¡Es una orden! – Gritó amenazándolo con la mirada.

Leo apretó los dientes, quería regresarle el golpe o decir algo pero su sistema le obligaba a obedecer. Abandonó el taller de un portazo y regresó a su habitación para centrarse en la decoración. Durante los siguientes días había estado ocupado con la mudanza y aprendiendo las reglas del lugar y sobre el cómo funcionaba la "familia". Al cuarto día Leo hizo el intento de pasar más tiempo con Kagiri, debía darle al menos la oportunidad, aunque no se esperaba aquello.

Eran ya más de las nueve de la mañana por lo que se encaminó a la habitación del italiano con la intención de invitarle a desayunar cuando escucho unos sonidos raros. Como sus oídos eran muy agudos pudo escuchar perfectamente los gemidos de una mujer en la habitación del rubio. Con el rostro al rojo vivo decidió regresar a la cocina lo más rápido que pudo. Una hora después Kagiri apareció en la cocina únicamente vistiendo bóxers y con la espalda llena de moratones y marcas de uñas.

Normalmente hubiera ignorado al moreno pero su expresión no tenía precio, haciendo un gran esfuerzo por no reír se dirigió a él. – No hace falta ser un genio para suponer que has escuchado algo privado. Eso o te has dado cuenta de lo malditamente sexy que soy, aunque siendo francos creí que ya lo habías notado. – Comentó divertido.

– ¡No seas estúpido! Es solo que... quise hacer las pases contigo y llegue en mal tiempo, mi error. No quería incomodarte a ti o a tu novia. – Se disculpó desviando la mirada completamente avergonzado.

– ¿Novia? – Repitió extrañado arqueando las cejas. – ¡Ah! Te refieres a la chica con la que tenía sexo, no es mi novia, de hecho ni su nombre recuerdo. Me la cruce cuando iba a recibir un pago y tenía unos pechos impresionantes así que me la traje, ya debe haberse marchado. – Contestó como si nada sacando un cartón de leche del refrigerador y bebiendo de este.

– ¡Espera! ¿Acaso haces eso con cualquiera? – Preguntó escandalizado. Leo tenía un sentido de la moral bien establecido y actos como aquel le parecían de lo más repugnante. – ¿Cómo puedes jugar así con las mujeres? No está bien hacer eso.

– Oye para con el sermón. Cada quien vive su vida como le plazca, además soy un miembro de la mafia, es normal. Pero si tanto te molesta te diré que no juego así solo con las mujeres. – Agregó divertido de ver como la expresión del otro cambiaba al no comprender a lo que se refería. – Dios y la virgen ¿Cómo puedes ser tan inocente? Mira seré directo, hombre o mujer me da lo mismo, siempre y cuando sirva para pasar bien un rato no me interesa.

– ¿Co...co-con un hombre? – Repitió sintiendo que su rostro ganaba un nuevo tono de rojo.

– Un agujero es un agujero no importa si es de un caballero. Es una buena frase. – Siguió divertido acercándose al peliazulado tomándolo del mentón. – Y si vamos al caso tú no estás nada mal tampoco. ¿Qué me dices? Prometo hacerte pasar un buen rato.

La voz de Kagiri era rica y seductora, llena de seguridad. Sus ojos, celestes como el cielo despejado y con un magnetismo innegable, estaba claro como era que el rubio conseguía un amante nuevo cada vez que lo deseaba, solo mirar a esos ojos te hacía perderte y quedar completamente prendido de él. Sin embargo a diferencia de los humanos Leo tenía aun sus instintos animales, instintos que estallaban en su cabeza como una alarma avisándole del peligro. Buscando poner distancia entre ambos cerró su puño y golpeó al rubio en el rostro tumbándolo en el suelo.

– ¡Ni se te ocurra! No vuelvas a intentar acercárteme de esa forma, ¡Es repugnante!

Si, definitivamente su primera impresión de Kagiri no podría haber sido peor. Y de haber dejado las cosas así seguramente ahora sería igual que la servidumbre o los subordinados de este, hablando a sus espaldas, creyendo cosas que no son, vivir con él sin conocerlo. Pero había algo que había quedado grabado en el corazón de Leo, aquellas pinturas del taller. El pincel que Kagiri había utilizado para el contrato era sin duda su posesión más valiosa así que aquellas pinturas debían de ser suyas. No fue hasta siete meses después que supo la verdad: la madre de Kagiri era artista, de nacionalidad japonesa, de ahí el nombre del chico y la decoración oriental de aquel taller,  había muerto cuando su hijo tenía ocho años. Desde que aprendió aquello el recuerdo de las emociones dolorosas que había percibido en aquellos cuadros no le dejaba dormir, Kagiri no era lo que aparentaba, había más.

 

Con el paso de los años había llegado a conocer bien al italiano, esas eran más razones para querer matarlo y cuidarlo. Como gobernante no podía quejarse, más allá de sus negocios y trabajos como mafioso era justo, todos los territorios conquistados gozaban de los mismos beneficios y tratos que Italia; comida, salud y la educación nunca faltaban y eran de calidad por lo que el Imperio era estable y no oprimía a nadie. Claro que eso solo con la gente normal, con los políticos y gente de poder jerárquico las cosas eran diferentes, pero el brasilero debía reconocer que Kagiri trataba muy bien a su pueblo y no dejaba que sus conflictos con los gobernadores les perjudicaran. A pesar de eso Kagiri tenía sus malos hábitos, sexuales más que nada, le fascinaba seducir y conquistar, eso sin mencionar que el sexo formaba parte junto al soborno, chantaje y la amenaza de su repertorio para conseguir lo que quería. Podía parecer una basura, lo peor del ser humano, pero Leo conocía otro lado de él, un lado que nadie más conocía y eso de cierta forma lo enorgullecía. Kagiri sentía muchas cosas, pero por sobre todo: dolor, tristeza, culpa y un profundo odio por sí mismo. El rubio estaba convencido de que al haber caído tanto ya no merecía subir, solo le restaba hundirse más hasta finalmente tocar fondo.

Esas emociones que dejaba ocultas las expresaba en sus lienzos, su taller era el único sitio donde podía ser sincero consigo mismo. Ese taller era su corazón y Kagiri no dejaba a nadie entrar en él, a nadie salvo a Leo. El moreno podía decir con seguridad que era la única persona sobre la faz de la tierra que se preocupaba verdaderamente por Kagiri, quería cuidarlo, ayudarlo a hacer que el dolor desapareciera. Le había tomado tiempo pero había logrado que el italiano le abriera su corazón, incluso que le invitara a su taller.

Como se había establecido entre ellos, los días en los que Kagiri estaba libre y no traía ningún amante a la mansión Leo se levantaba temprano, se dirigía a la cocina y pedía que les hicieran el desayuno. Un cappuccino y varios croissant rellenos de crema y algunos begels para el italiano, mientras que el brasilero, fiel a las costumbres de su país, tenia jugo de frutas exprimidas, cereales, jamón, queso, waffles, panes y mermeladas. Cargando con todo aquello se dirigía al taller.

– ¡Traje el desayuno! – Anunció al entrar. Dejó con cuidado todo en el suelo como si se tratase de un picnic y sonrió al ver al otro.

Kagiri se encontraba sentado sobre una escalera, había comenzado un mural la semana pasada mostrando a un enorme ángel y varios más pequeños abajo rodeados de nubes rosadas por los cálidos rayos del sol. En ese momento se encontraba dándole los toques finales a los ojos del ángel mayor. Cuando hubo acabado bajó de un salto de la escalera y se dirigió al moreno. – Aun no sé como demonios haces para comer todo eso. Il vostro stomaco è molto forte ma sei ancora bello.

– Al contrario, tú comes poco. – Se defendió con una sonrisa intentando ignorar el cumplido del otro. – Se te ve de mejor humor, después de lo ocurrido ayer con los representantes de Croacia creí que saldrías por ahí.

– Por el contrario, prefiero recluirme aquí. – Contestó tomando un sorbo de su cappuccino.

– Te está quedando hermoso. – Comentó Leo dirigiendo su mirada al bello ángel en el muro. – Es totalmente increíble.

– ¿Increíble? ¿Acaso olvidaste que yo soy su autor? Ya deberías estar acostumbrado, alguien perfecto solo puede crear más perfección ¿No? – Bromeó dándole una mordida a uno de sus begels.

– Esta bien me retracto, no es increíble, es irónico, que una persona como tu pueda hacer algo tan bello es el colmo de la ironía. – Leo tenía que ponerle un freno, alimentar el ego de Kagiri jamás era bueno, así como tampoco lo era bajar la guardia en su presencia.

– Siempre dices cosas hirientes, pero no importa. – Dio un largo trago y devoró otro begel antes de tomar un croissant. – Quiero darle unos toques más en el ala, espérame. – Pidió poniéndose de pie. – Ah y Leo... ti amo. – Dijo con una dulce sonrisa robándole un beso al moreno para regresar a la escalera con una mirada triunfante.

Cuando se comportaba así no sabía si matarlo o reírse. Hacía ya cuatro años desde que Kagiri le había dicho "ti amo" por primera vez, en aquel entonces se había prácticamente atragantado y enrojecido como nunca, nada muy lejos de la actualidad de hecho. Sin embargo nunca le había respondido, es decir lo alejaba, le pedía que dejara de bromear, lo golpeaba o ignoraba pero en realidad nunca lo había rechazado realmente, así como tampoco lo había aceptado. Su relación con Kagiri era especial.

Terminó su desayuno mientras observaba las hábiles manos del italiano trabajar en las alas de aquel ángel. Seguramente se quedarían allí hasta el almuerzo, entonces el tendría que ir hasta la cocina para dejar la bandeja del desayuno y traer la del almuerzo, o hasta la noche, no era raro. Leo podía observar a Kagiri pintar por horas y jamás cansarse de ello, más de una vez se habían quedado a dormir en aquel taller y solo él salía a buscar las bandejas de comida y luego regresaba. Se sentía tan bien, aquel taller era un refugio del mundo para ambos, allí se aislaban y nada mas importaba, las guerras, los asuntos de la familia, todo desaparecía.

 

Entonces ese mundo exterior volvió a hacerse presente. Un insufrible dolor azotó la cabeza de Leo, era como si todo su cerebro fuera a hacer corto circuito. En algún momento debió caer al suelo por el dolor ya que la voz preocupada de Kagiri le llegaba, aunque algo lejana. Su visión se tiñó de rojo y en su mente el mismo mensaje sonaba una y otra vez: "El laboratorio ha sido destruido". Conocía aquella señal, el profesor Marvelous le había enseñado que si alguna vez algo sucedía con su hogar un dispositivo le alertaría, jamás pensó que dicha alarma fuera tan dolorosa pero ese no era el punto. Algo le había sucedido a su hogar.

Cuando el dolor cesó se reincorporó con cuidado siendo ayudado por Kagiri, sus ojos celestes denotaban una profunda preocupación así que ante todo intentó tranquilizarlo. – Estoy bien, ha sido un mensaje con una forma muy brusca de asegurarse de que no lo ignorase.

– En ese caso la persona que te lo envió debe odiar que la dejen en visto. – Bromeó intentando relajar el ambiente. – ¿Qué decía el mensaje?

– Mi hogar, el laboratorio del doctor Marvelous ha sido destruido. – Informó con tristeza y sintiendo como el corazón le oprimía por la angustia ¿Estaría el profesor bien? ¿Aun había hermanos suyos allí? Y de ser así ¿Qué había sido de ellos? – Necesito volver.

Kagiri lo observó detenidamente, comprendía la angustia del moreno, tenía a su familia y estaba preocupado por ellos. Pero también sabía que esa no era la única opción, lo que en verdad le angustiaba era que su familia podía necesitarlo y él no podría ir con ellos debido a su contrato. Al ser la seguridad de Kagiri su deber principal le sería imposible abandonarlo. – ¿Podrías esperar una semana? – Inquirió acariciando el rostro del brasilero. – Dame una semana y te prometo que dejaré todo en orden aquí y te acompañaré a Japón.

– ¿Harías eso por mi? Pero sería demasiado, es decir, tus enemigos podrían aprovechar tu ausencia para atacar y ¿Qué no tenían reuniones importantes a las que asistir? – Cuestionó nervioso. Por una lado estaba feliz por la propuesta, quería ver a sus hermanos más que a nada, pero por otro no podía permitirse ser tan egoísta y distraer a su amo de sus deberes.

– ¿Aun lo preguntas? Sabes que haría lo que sea por ti, así que no te preocupes por nada. – Le acarició el cabello apartándoselo del rostro. – Nadie es tan idiota como para atacar el Imperio Italiano, y a mis enemigos no les sirve atacar si no estoy aquí, es a mí a quien quieren después de todo. Así que déjamelo a mí, dame una semana y te prometo que volverás a ver a tus hermanos.

– Kagiri... obrigado, muito obrigado. – Dijo acariciando la palma del otro contra su rostro.

– Non ringraziarmi. Tu sei la mia vita, Leo. – Le aseguró con un tono dulce que solamente usaba para él. Quería besarlo pero no iba a aprovecharse de la debilidad del otro, lo que el moreno necesitaba era contención, alguien que lo acompañara. Así que sin decir nada lo envolvió entre sus brazos y lo acurrucó contra su pecho quedando ambos en silencio.

 

 

       

"Hay mucha basura en el mundo, y esa basura somos los seres humanos."

 

 

"Rayado la inhumanidad, pudriéndome cada vez más, estando muerto por dentro.

Ya no tengo derecho de desear algo que provenga de la luz."

       

 

 

 

Notas finales:

KUROKAZE:

 

Hola gente!! 

 

Aquí Kurokaze, gracias por seguir esta novela y el apoyo que nos dan a Orphen y a mi. Esperemos que lo disfruten y podamos seguir con esta emocionante historia. Aquí les dejamos el cap 2 ; )

 

P.D. de Orphen (La otra autora). Kagiri es mio y no lo presto ¬¬.


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