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Porque te amo - ZoSan por Legalxinsanity

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Los reyes comenzaron a llegar, uno tras otro, al castillo. Sanji apenas los saludaba, pues estaba más concentrado en buscar con la mirada al idiota de Zoro que se supone que ya debería haber llegado, pero había tantas personas en el lugar, que ya se le habían complicado las cosas. Regresó su mirada hacia el interior y tampoco lo halló.

 

Su padre e Ichiji se encontraban ya dentro de la sala en la que se reunirían todos y sus hermanos Niji y Yonji componían la seguridad, al ser los mejores guerreros del reino; estos resguardarían los alrededores. A Sanji y a Reiju les tocaba la seguridad interna.

 

-Decías que tenía cabello verde y era fornido, ¿verdad? -dijo Reiju. Sanji enfocó su mirada en ella y asintió en el acto-. Ahí viene alguien que responde a esas características -añadió ella señalando hacia el frente.

 

Sanji miró hacia tal dirección y sonrió al ver a Zoro, quien al parecer ya lo había visto porque se encontraba caminando hacia su dirección. Vestía traje y venía bien peinado. Lucia atractivo, aunque Sanji aún así lo seguía prefiriendo con el pecho descubierto, con gotas de sudor deslizándose por su torso y con su cabello levemente despeinado.

 

Volvió a pisar tierra antes de que le diera un orgasmo mental por pensar en esas cosas.

 

-No llegaste a la hora -dijo Sanji en reproche una vez lo tuvo enfrente.

 

-Las calles se cambiaron de lugar -dijo Zoro encogiéndose de hombros con completo relajo.

 

-¿Es eso o tu pésimo sentido de la orientación salió a relucir como siempre? -dijo Sanji.

 

-Jódete, cocinerucho. Lo importante es que estoy aquí -dijo Zoro.

 

Sanji rió un poco y ya sin ánimos de seguir sosteniendo esa "discusión", se acercó a Zoro y le palmeó la espalda un par de veces a manera de saludo. Le iba a indicar dónde quedaba la sala de reunión, pero justo vio cómo la mirada de Zoro se enfocó en Reiju.

 

Recién en ese momento cayó en cuanto lo maleducado que había sido en no presentársela.

 

-Ah, ella es Reiju, mi hermana mayor -dijo Sanji señalándola.

 

-Gusto en conocerte. Sanji me ha hablado hasta el cansancio de ti -dijo Zoro extendiéndole la mano, a lo que ella le correspondió de inmediato-. Al parecer eres su hermana favorita.

 

-Y él me ha hablado bastante de ti. Debes ser un gran oponente -dijo Reiju con una sonrisa.

 

-He sido piadoso con él, aunque me sorprendió que en realidad supiera hacer algo más que cocinar -dijo Zoro-. Algo me dice que tú peleas mucho mejor que él.

 

-Por supuesto. Debo mantener mi título de hermana mayor bien en alto -dijo Reiju.

 

-Me gustaría ver cómo le pateas el trasero alguna vez.

 

-Suficiente -dijo Sanji frunciendo levemente el ceño. Ambos rompieron el contacto visual para enfocar sus miradas en él y reír-. Deberían estar alabándome, idiotas...

 

Sin dejar espacio para que siguieran hablando de él, tomó el brazo de Zoro y lo guió hacia el interior del castillo con dirección a la sala de reunión. Este, antes de entrar dicha sala, se quiso echar para atrás apenas vieron a Judge, padre del rubio, mirarlos con su típica expresión de estreñido. Pero a Sanji solo le bastó hacerle recordar el trato que habían hecho.

 

Una vez Zoro tomó asiento al lado de Ichiji, Sanji le sonrió y se dio media vuelta para regresar a su puesto junto a Reiju a las puertas del castillo.

 

Miraba atentamente a los hombres de negro que se desplazaban a su antojo. Según él sabía, se trataba de la seguridad personal de cada uno de los asistentes a la Reverie. Sus rostros le eran familiares, ya que había crecido asistiendo a dichas reuniones de Reverie en donde solía verlos. A como ahora él formaba parte de la seguridad de su familia, se había tomado la molestia de memorizar los nombres y rostros de la guardia de seguridad de cada reino.

 

Solo por eso fue que pudo ser capaz de notarlo: un rostro desconocido y no anunciado que formaba parte de la guardia del reino vecino Sabaody. Lo que más le llamó la atención es que lo vio moviendo los labios como si estuviera hablando solo. Ante ello, no dudó en acercarse a dicho hombre, quien se encontraba posicionado a unos cuantos metros.

 

-Buenas tardes -dijo Sanji deteniéndose justo enfrente del hombre. Este lo miró e hizo una pequeña reverencia con la cabeza a manera de saludo-. No recuerdo haberte visto antes como guardia ni tampoco recuerdo haber visto tu fotografía en la base de datos.

 

-Me integré a la guardia hace un día debido a un suceso inesperado -dijo el hombre-. No hubo tiempo de registrarme.

 

-Pensé que Sabaody se tomaba la seguridad más en serio -dijo Sanji con una sonrisa impregnada de superioridad mientras lo escaneaba de pies a cabeza, lo cual generó que el hombre desviara la mirada-. Evades la mirada, hablas solo, y no te has presentado antes ante mi padre... Creo que hablaré con tus superiores.

 

El hombre bufó y regresó su mirada a él con un tembloroso ceño fruncido.

 

-Ustedes los Vinsmoke sí que son sangre fría con las personas que no son clase alta -dijo el hombre-. Estaba rezando por mi padre que enfermó de gravedad hace un par de días. Y estoy aquí de improviso porque me tocó suplantarlo.

 

La sonrisa del rostro de Sanji desapareció en ese momento y sus facciones se relajaron. No se había esperado aquella respuesta.

 

-Oh... me disculpo -dijo Sanji con un tono de voz más amigable-. ¿Quién es tu padre?

 

-El viejo Shirohige -dijo el hombre.

 

-Así que hijo de Shirohige, ¿eh? -dijo Sanji con un semblante abatido. Aquella noticia de que el viejo Shirohige habría sido internado en el hospital le había golpeado en el corazón a todos los integrantes de su familia-. Lo lamento. Qué triste, ¿no? Que el viejo esté en el hospital... y tú aquí, pretendiendo ser su hijo.

 

-No jodas, Vinsmoke. ¿Crees que estoy...?

 

-¿Mintiendo? Claro que sí -le interrumpió Sanji-. En principio, el viejo Shirohige no es religioso. Si él te hubiera escuchado decir las palabras "rezar por él", te hubiera pegado una paliza. Te faltó estudiar más al viejo, mocoso.

 

El hombre abrió los ojos como platos ante lo último. Ante tal reacción, Sanji frunció el ceño al descubrir que había atinado a lo que sucedía. Sin darle tiempo de contestar con una excusa, lo agarró de las solapas del traje y lo encaró.

 

-Será mejor que me digas quién te mandó a infiltrarte -advirtió Sanji. Entonces vio cómo el hombre llevaba su mano a su bolsillo como si pretendiera sacar algo, pero él previó aquello y le dio un rodillazo justo en sus bolas, acción que ocasionó que el hombre gimiera de dolor-. No pretendas nada, que no seré un oponente tan fácil como crees.

 

Le iba a asestar otro rodillazo, pero el hombre alzó sus dos manos en señal de paz.

 

-Espera, espera... -dijo el hombre. Este pronto llevó una mano suya a su oído se lo apretó.

 

Sanji entendió. Aquel idiota se estaba comunicando por medio de un audífono en su oído con quien quiera que fuera su jefe. Ante ello, no dudó en golpear la cabeza contraria contra la pared y le quitó rápidamente el audífono. Le indicó a Reiju que se encargara del hombre y así ella lo hizo. Por su parte, aprovechó para irse a una esquina y se colocó el audífono en el oído.

 

Entonces escuchó en dónde se escondían.

 

Con la excusa de que iría a ver cómo le iba a Niji y Yonji resguardando los alrededores, salió del castillo. Solo que en vez de ir a ver a sus hermanos, se dirigió al lugar que había escuchado ser mencionado por el audífono.

 

Y vaya que conocía a dicho lugar, pues ahí se había conocido con Zoro.

 

Una vez estuvo enfrente del local de pelea, derribó la puerta con una sola patada. Unos diez hombres a los que alcanzó a contar lo apuntaron con sus armas.

 

-¿En dónde está su jefe? -preguntó Sanji.

 

No respondieron, o al menos no de manera verbal. Estos le comenzaron a disparar, por lo que Sanji tuvo que impulsarse de un salto para posicionarse en la plataforma de lucha en donde comenzó a girar rápidamente, produciendo una ráfaga que mandó a volar las armas de los hombres. Cuando su cuerpo ya estuvo lo suficientemente caliente, se detuvo.

 

Hubiera preferido mil veces quedarse quieto para seguir viendo la cara de idiotas que traían todos en aquel salón, pero tenía trabajo qué hacer, por lo que aprovechó tal estupefacción para invocar su preciada diable jambe.

 

Pateó la cara de cada uno de los que se encontraban ahí y justo cuando ya le había asestado una patada al último que había quedado de pie, sintió una bala rozarle el hombro; otra, la mejilla; y otra, su pierna izquierda. Frunció el ceño.

 

Ahora lucía como si Zoro le hubiera hecho cortes en su cuerpo.

 

Dio un salto y giró en círculos en el aire hacia la dirección de esas personas. Solo le bastó asestar una patada potente a uno de ellos, para que estos comenzaran a caer en cadena.

 

Sanji volvió a poner los pies en la tierra y sacó un cigarro de su pantalón para comenzar a fumarlo. Le dio una mirada a todos los cuerpos que yacían en el suelo y bufó; dudaba que ahí se encontrara el jefe, por lo que decidió adentrarse al pasillo que lo conduciría al segundo piso.

 

Una vez estuvo ahí, tuvo que hacerle frente a una docena más de hombres con pistolas. Los venció sin problema, aunque no se salvó de recibir un disparo en el hombro. Aún no era más veloz que una bala, pero al ver la calidad de aquellos subordinados, Sanji supuso que no sería tan difícil vencer al jefe.

 

Y así llegó al segundo piso, en donde frunció el ceño a más no poder.

 

Esta vez se topó con, por lo menos, unos treinta hombres armados. Eso no le preocupó. Lo que le preocupó fue un rostro conocido en el fondo, rostro que identificó al acto como el jefe.

 

-¿Qué haces aquí? -dijo Sanji alzando la voz para que se dejara escuchar.

 

Se trataba de Lucci. El hombre que habría trabajado como parte de la guardia regular bajo mando de Mihawk Roronoa. Sin embargo, gracias a Zoro, se evidenció que en realidad Lucci había estado infiltrado para sacar información en beneficio de otro reino. ¿Cuál? Eso no se sabía. 

 

Claro que pese a los esfuerzos de Zoro, aquella vez no hubo final feliz: Lucci escapó y desapareció.

 

-Te subestimé, Vinsmoke -dijo Lucci.

 

-Tienes unos subordinados bastante idiotas -dijo Sanji cortando la distancia para cerrarle el paso-. Pero el más idiota has sido tú en intentar hacer un atentado contra mi reino. Pagarás, pedazo de mierda.

 

-Acaba con ellos y luego ven a hablar conmigo -dijo Lucci antes de meterse a una de las habitaciones.

 

Sanji dio un respiro hondo, se sacó el cigarro de la boca y estiró su cuerpo en una preparación a lo que tenía que afrontar, pues esta vez no se trataba de armas de fuego; ahora también podía percibir espadas y hasta un hacha.

 

Le bastó dar un pequeño salto para que comenzaran a abalazársele uno tras otro. Él solo atinó a girar rápidamente en el aire con el fin de impactarlos como si fuera un tornado. Así pudo llegar al final de la habitación solo para darse cuenta que solo había derribado a la mitad. Esta vez tuvo que valerse de sus patadas dando a puntos vitales del cuerpo.

 

Y así pudo terminar.

 

Con una ligera cojera, se dirigió hacia la habitación en la que había ingresado Lucci. No estaba intacto, es decir, había recibido una ligera cortada en su mejilla izquierda y le habían rasgado los pantalones, pudiendo hacerle cortes en las piernas también, pero al menos aún tenía un poco de energía reservada para luchar contra Lucci.

 

Frunció el ceño al ver el interior de la habitación. Sí, estaba Lucci, y una docena más de hombres. Malditos subordinados que nunca se acababan.

 

-¿Piensas pelear contra mí? -dijo Lucci. Este se encontraba con la espalda recargada en una pared mientras sus subordinados iban de aquí para allá por la habitación con planos en mano.

 

-Vamos, Lucci. Hasta yo sé que no soy oponente para ti -dijo Sanji-. Pero puedo retenerte el tiempo suficiente hasta que los demás se den cuenta de tremendo alboroto y vengan hacia aquí. 

 

Lucci, como nunca, sonrió de manera tan tétrica, que Sanji sintió un pinchazo de inquietud en su pecho. Algo no andaba bien.

 

-Puedes intentarlo... -dijo Lucci-, ...aunque eso no beneficiaría en lo absoluto a Roronoa, claro.

 

Sanji tensó sus puños y sus piernas en un intento de retener sus ganas de saltarle encima a ese sujeto.

 

-Escuché su nombre ser mencionado en tus planes, ¿qué pretendes? -dijo Sanji.

 

Lucci se separó de la pared para caminar hacia su dirección, deteniéndose una vez estuvo en frente de él. Sanji le mantuvo la mirada sin temor alguno.

 

-Tengo más hombres infiltrados en tu querido castillo. Me basta con dar una mísera señal por mi audífono y comenzarán un tiroteo con arsenal exclusivo de los Roronoa -dijo Lucci-. Claro que mis hombres tienen prohibido dispararle a Zoro. Planeo darle todo el crédito de este atentado a ese imbécil.

 

-¿Por qué diablos harías algo como esto? -dijo Sanji.

 

-Por venganza. Zoro se interpuso en mis planes -dijo Lucci-. Planeaba matarlo con mis propias manos, pero al final me pareció más satisfactorio que el apellido de su familia quedara manchado de manera permanente.

 

Sanji estuvo a punto de tirársele encima, pero en su lugar, haciendo uso de cada gramo de su fuerza de voluntad, tomó un respiro hondo y se quedó quieto. Debía pensar bien las cosas. Hacer algo imprudente solo provocaría que el tal Lucci enviara la señal a sus hombres.

 

Ante algo así, Zoro no saldría bien parado, ya que debido al anterior escape de Lucci, los reyes habían comenzado a referirse a él como alguien "inepto" e "incapaz de desarrollar su función como debería". Fue por esa razón que Sanji lo había animado a participar en la Reverie, para que Zoro les cerrara la boca a esos estúpidos reyes.

 

-Estoy seguro que eres un hombre razonable -dijo Sanji-. Déjalo en paz y te daré lo que quieras.

 

Entonces volvió a ver una sonrisa en el rostro de Lucci.

 

-¿Darme algo a cambio de mi tan ansiada venganza? Tendría que ser algo grande...

 

-Lo que quieras -dijo Sanji sin dudar. No pensaba permitir que perjudicaran a Zoro en ningún sentido si estaba en sus manos hacer algo.

 

-¿Seguro?

 

-Habla.

 

-En tal caso... -Lucci caminó rodeándolo mientras lo inspeccionaba de pies a cabeza y se detuvo cuando volvió a estar en frente-. Serás mi rehén hasta que pueda escapar de aquí. Y cada mes irás a reunirte conmigo para darme información de tu reino y una porción de la fortuna de tu familia.

 

-Trato hecho.

 

Sanji interiormente suspiró de alivio. Sí, básicamente le estaba pidiendo que traicionara a su familia, pero valía la pena con tal de salvar a Zoro. Además, más adelante, con una estrategia adecuada y con un ejército potenciado del Germa 66, podría tenderle una trampa a Lucci y atraparlo de manera definitiva.

 

-No pienses que podrás traicionar nuestro trato -susurró Lucci en su oído mientras le rodeaba la cintura en un abrazo para atraerlo hacia sí. Iba a asestarle un golpe, pero lo siguiente que dijo lo dejó helado-: Sé de tu condición.

 

"Joder. Que no sea lo que pienso, por favor", se dijo Sanji.

 

-Planeo embarazarte -agregó Lucci. Sanji sintió un vuelco de pánico en su pecho y sus piernas le comenzaron a temblar. ¿Cómo era posible que Lucci sabía que él era capaz de concebir? Solo su familia y Zoro sabían eso-. Cuando des a luz, dejarás de ser mi rehén y seré yo quien se lleve al bebé. Así que tendrás que pensarlo dos veces antes de traicionarme, porque de lo contrario, le volaré los sesos.

 

Maldición.

 

La mente de Sanji se había quedado en blanco ante tales palabras. ¿Qué debía hacer? ¿Proteger a Zoro? Si lo protegía y accedía al trato de Lucci, una criatura inocente sufriría.

 

-¿Y si me niego? -dijo Sanji.

 

Lucci deshizo el abrazo sin previo aviso y lo miró con una expresión de diversión. Sanji quiso golpearlo, pero por enésima vez tuvo que reprimirse las ganas.

 

-Daré la señal de que disparen y no podrás evitarlo -dijo el pelinegro.

 

Sanji tragó saliva. ¿Por qué Zoro tendría que ser condenado solo por haber tenido la mala suerte de cruzar camino con ese despreciable sujeto? Porque si de algo estaba seguro, era que Zoro era una persona honorable, no por nada se había ganado el respeto de todo el pueblo, algo que ningún miembro de la familia Vinsmoke habría conseguido.

 

-Si acepto lo que dices, ¿dejarás a Zoro en paz? -dijo Sanji.

 

-Solo si cumples con tu parte del trato -dijo Lucci.

 

-Acepto -dijo Sanji.

 

Lucci asintió con una expresión de superioridad y volteó en dirección a sus subordinados para indicarles que salieran de la habitación, cosa que estos hicieron sin dudar.

 

Una vez ambos se quedaron solos, Lucci comenzó a desabrocharse la camisa que traía puesta y la tiró al suelo una vez terminó. Sanji arqueó la ceja y le preguntó qué pretendía, pero no recibió una respuesta verbal: Lucci solo se desabrochó los pantalones y bajó su bragueta.

 

Sanji, de manera inconsciente, comenzó a retroceder con pasos pequeños sin quitarle la mirada de encima al otro. Al verlo ya en solo bóxers, fue que entró en pánico y estuvo a punto de correr hasta la puerta para abrirla, pero Lucci fue superiormente más rápido y capturó su mano. Acto seguido, Sanji fue impactado contra la pared y aplastado por el cuerpo contrario.

 

Su camisa voló por los aires y su pantalón fue bajado sin que él pudiera detenerlo.

 

En ese momento cayó en cuenta de la velocidad de aquel hombre. ¡Era superior a la suya! Felizmente había aceptado su trato; de lo contrario, Zoro ya se habría metido en problemas por su culpa.

 

-Comenzaremos la procreación en este momento -susurró Lucci sobre sus labios. Sus manos se habían deslizado hasta su trasero y se lo había estrujado. Sanji se tragó sus gemidos; jamás gemiría por otra persona que no fuera Zoro. Felizmente ambos aún traían ropa interior-. No tienes porqué pasarla mal. ¿No recuerdas que la noche en la que peleaste contra Zoro, en realidad fui yo quien atrajo tu atención? Si no hubiera sido descubierto, en este momento serías mi zorra y no la de Zoro -agregó Lucci con una sonrisa.

 

Sanji ya no aguantó más el ver tan asquerosa expresión e impactó sus labios contra los contrarios, mordiéndolos en el proceso. Mientras más rápido terminara aquello, mejor para él.

 

-Oh, por fin comienzas a colaborar -dijo Lucci apenas sus labios se despegaron.

 

-Cállate y hazlo de una vez -dijo Sanji antes de volver a juntar sus labios.

 

Entonces las manos de Lucci comenzaron a bajarle los bóxers y a él solo le quedó imaginarse que aquellas ásperas manos eran de Zoro y no de ese desagradable sujeto. Luego de ello, el pelinegro se bajó sus propios bóxers para obligar a Sanji a dar un pequeño saltito para que lo pudiera cargar en brazos.

 

Sanji colaboró y rodeó sus piernas por la cintura ajena. Intentó ignorar el pedazo de carne que se rozaba contra su trasero, pero le fue imposible. Para su suerte, Lucci había desacelerado un poco con sus movimientos y ahora solo se dedicaba a apretarle los glúteos como si estuviera maravillado con su trasero. Bueno, Lucci podía ser un espía y estratega de lujo, pero a Sanji ya le había quedado claro que el hombre apenas habría tenido sexo en su vida.

 

Dirigió sus labios al cuello del pelinegro y enterró sus dientes ahí en un intento de reprimir sus ganas de golpearlo en las bolas. Lejos de lo que pensaba lograr, Lucci se estaba excitando por eso, así que Sanji decidió continuar.

 

Dejó mordidas y prácticamente le babeó el cuello, y luego fue en un camino ascendente hasta la oreja de Lucci. Ese solía ser el punto débil de Zoro, así que Sanji decidió intentar algo: dio una pequeña mordida en dicho lóbulo y luego comenzó a chuparlo.

 

Listo. Tenía controlado a Lucci.

 

No lo dudó más y llevó su boca hasta el interior de la oreja. Dio una lamida ahí y luego, con sus dientes, mordió el audífono que se encontraba ahí, sacándolo en un solo movimiento, generando que Lucci gruñera ante tanta tosquedad.

 

Sani solo tuvo que darle un empujón para apartarlo de sí.

 

-Pensándolo bien, renuncio al trato -dijo Sanji mostrándole con una sonrisa que ahora él tenía en su poder el audífono. Sin quitarle la vista de encima al otro, se agachó para tomar sus bóxers y se los comenzó a colocar como podía con su mano libre. Terminó por colocarse los bóxers y sin dudarlo, tiró el audífono en el piso y lo destrozó de una sola pisada-. Ya no podrás avisarles.

 

Lucci suspiró y negó con la cabeza.

 

-Eres el peor dolor de cabeza con el que me he cruzado.

 

-Es un honor escuchar eso -dijo Sanji.

 

-Bueno, déjame decirte que eres un idiota si piensas que esto ha acabado -dijo Lucci mientras también se agachaba para tomar sus prendas y comenzar a vestirse-. Se me han ocurrido cientos de maneras de cómo darle la señal a mis hombres de que disparen, y ninguna involucra un audífono.

 

Sanji frunció el ceño comenzando a adoptar una posición de defensa. Sabía muy bien que la cosa aún no había acabado, pero al menos se había ganado algo de tiempo. Ya no había audífono, así que Lucci tendría que salir de esa habitación si pretendía hacer algo. Bien. Era su deber mantenerlo dentro lo máximo de tiempo que pudiera.

 

-Te venceré aquí y ahora entonces -dijo Sanji.

 

Lucci volvió a instalar aquella despreciable sonrisa. Este terminó de abrocharse la camisa y emprendió el paso hacia él. Sanji estaba dispuesto a atacar, pero lo próximo que supo es que se encontraba en el suelo con los brazos torcidos hacia atrás y con Lucci a un lado suyo.

 

-Creo que matarte también será una especie de venganza contra Zoro -dijo Lucci moviendo la rodilla que tenía puesta en su espalda y torciéndole más los brazos hacia atrás. Sanji gimió de dolor-. ¿Qué opinas? ¿Eres lo suficientemente importante para él?

 

Sanji sintió cómo el pelinegro, con su mano libre, le jaló del cabello para impactar su cabeza contra el suelo una y otra vez. Internamente se suplicaba ni pensar en dejarse caer inconsciente, ya que tenía que proteger a Zoro a toda costa.

 

Lucci se detuvo y fue ahí que, sin importarle a Sanji que sangre comenzaba a resbalar por su frente, se removió con toda su fuerza pudiendo liberarse del agarre. Aún en el suelo, intentó asestarle una patada a Lucci, pero este con movimientos rápidos retrocedió a tiempo.

 

"Joder, es muy rápido", pensó Sanji mientras se levantaba de un salto y con su antebrazo se limpiaba la sangre.

 

-Al menos no me dejes con las ganas de una buena pelea -dijo Lucci.

 

-Jódete -dijo Sanji antes de impulsarse nuevamente con la pierna levantada en dirección al rostro de Lucci, pero este le agarró el tobillo y le dobló la pierna.

 

Sanji dio un pequeño saltito para intentar patearle con su pierna libre. Para su mala suerte, Lucci desapareció de su vista y él terminó dando una patada al aire.

 

-Deja de moverte, maldito -dijo Sanji comenzando a frustrarse.

 

Intentó tres veces más asestarle al menos una patada en algún punto vital; sin embargo, no tuvo suerte. Lucci había comenzado a moverse demasiado rápido que ya ni siquiera lo veía; solo sentía la brisa emanar por donde él pasaba. Sí, eso y golpes repentinos que le caían de la nada.

 

-AGHHHH ¡MHG! -gimió Sanji al sentir cómo el maldito con su dedo le había atravesado el hombro. Apretó su mano para no dejarlo ir, aunque aquello le doliera como los mil demonios. No iba a dejar que escape. Ejerciendo mucha fuerza, fue capaz de doblarle la muñeca, pero el pelinegro apenas y gruñó, como si no le hubiera dolido en lo absoluto-. ¡Jódete, pedazo de mierda!

 

Invocó su diable jambe y le propinó una patada, que Lucci bloqueó y desvió con un manotazo sin siquiera quemarse en el proceso.

 

-¿De verdad le ganaste a Zoro? Eres patético, Sanji -dijo Lucci para luego sacar su dedo del hombro de Sanji de un solo movimiento.

 

Sanji llevó su mano para apretar el sangrado de esa zona. Iba a atacar, pero Lucci volvió a desaparecer.

 

Ya frustrado, tuvo unas inmensas ganas de ponerse a llorar. ¡¿Por qué diablos no era capaz de hacer algo bueno por Zoro?! ¡¿Por qué?! Gracias a Zoro, las personas que vivían en el pueblo tenían una vida tranquila; y gracias a Zoro, él había mejorado bastante en sus técnicas de lucha. Aún recordaba cómo este se había pasado horas enseñándole cómo usar los oídos más que los ojos para combatir a un enemigo.

 

"Imagínate si te toca luchar contra alguien en la oscuridad o contra alguien más veloz que tú. Si tienes el oído desarrollado, podrás preveer sus movimientos lo suficiente como para bloquearlos", le había dicho Zoro cuando él se había comenzado a quejar de que era una tontería.

 

Y...

 

¡Eso es!

 

Sanji se apuró en cojear hasta el centro de la habitación y cerró los ojos. Centró toda su concentración en su oído y la canalizó solo para enfocarla en los movimientos contrarios.

 

-¿Ya te rendiste, Sanji? -escuchó que dijo Lucci.

 

Sanji no respondió. Entonces fue que escuchó cómo este se acercaba. Activó su diable jambe en el acto y le pudo asestar un buen golpe en el abdomen a Lucci que lo hizo impactarse contra la pared. No gimió de dolor, pero escupió sangre, lo cual fue suficiente para Sanji.

 

Lucci se le abalanzó en su intento de hacerle otra perforación con su dedo a la altura del pecho, pero Sanji desvió su mano con una gran patada y, de paso, aprovechó para girar sobre su propio cuerpo para darle una patada de lleno en la cara con su otra pierna.

 

Ante ello, Lucci retrocedió y tras bufar, comenzó a moverse con tal velocidad que parecía como si se estuviera teletransportando. Este intentó tomarlo de sorpresa, pero Sanji fue capaz de bloquear todos sus movimientos.

 

-Acabaré con esto de una vez por todas -dijo Lucci.

 

Lucci potenció su velocidad y se dirigió hacia Sanji con sus dedos tensados, creando la figura de una agarra. Parecía querer arrancarle el corazón con sus propias manos. Y casi lo logra; había alcanzo a rozarle el pecho haciéndole un pequeñísimo orificio.

 

Sin embargo, gracias a los pocos segundos de anticipación de los que Zoro le había hablado, a Sanji le fue suficiente como para asestarle una patada al nivel de la frente, acción que hizo que Lucci cayera de espaldas al suelo, inconsciente. Sí, le había dado en un punto vital.

 

Sonrió ampliamente al verlo en ese estado.

 

-Tus consejos... sirvieron de algo, marimo -dijo Sanji un poco agitado-. Más te vale haber impresionado... a los reyes y... haberle ganado a mi padre.

 

Sus piernas le fallaron y cayó al suelo de sentón, gruñiendo de dolor en al acto. Aquello había sacudido todo su cuerpo y ya había vuelto a sentir el dolor proveniente de la perforación que le había hecho en el hombre, pero aún así, no dejó de sonreír. Escupió un poco de sangre, se puso de pie y como pudo, comenzó a vestirse. Finalmente aproximó a la puerta decidido a acabar con los últimos hombres que habían quedado en ese lugar.

 

Ya se le ocurriría una forma de avisarle a su hermana sobre los hombres infiltrados y de pedir que enviaran guardias a ese lugar para arrestar a Lucci.


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