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Tu la guerra, yo la muerte. por MichaelJ2099

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Las monturas fantásticas pudieron abrirse paso entre el abrasador paisaje de la tierra de los gigantes de fuego. Aún con el sudor corriendo por sus sienes no les importó la incomodidad de la temperatura. Su expresión pronto cambió, pasando una árida ladera, pudieron ver la espeluznante vista. Una pequeña mina de clachdearg  (palabra escocesa que literalmente significa rojo duro). Un extraño elemento líquido que solo era posible de encontrarse en ese reino candente. 


Ahora el carmesí de la sangre se unía con el negro del suelo. Solo la soledad y el abandono de las herramientas era lo que quedaba. La pequeña entrada de la cueva, solo respiraba aire caliente, esta vez vacía y silenciosa. Los escuderos de Freyr se adelantaron, sus blanquecinas ropas destellaban en el seco mundo. 


Odín llamó al hersir. (Comandante militar) Un hombre robusto se acercó a su caballo.


-Despliega troperos que inicien una exploración en un radio de 10 km. 


-Si mi señor.-Y se dirigió enseguida a movilizar algunos exploradores. En cambio Vanir permanecía a la entrada de la mina. 


-Aquí no hallarás nada más que piedra caliza, magma y el ya conocido clachdearg.-Dijo Surt con un dejo de molestia. No podía sentirse tranquilo de que unos salvajes hubiesen tomado su tierra por sorpresa. Aun si se trataba de un simple atraco a una mina. 


-Puede ser, pero no dejan de ser extrañas las circunstancias en las que este suceso se ha llevado a cabo.


Dijo Vanir quien pronto deshizo la nube que lo mantenía levitando. Se adentró un poco.


-No te recomiendo que entres, a no ser que soportes temperaturas atroces, morirás incinerado a los primeros diez metros.-Le advirtieron. Sin embargo, el rey de los magos pronto detuvo su paso. Hizo un par de movimientos en su mano derecha y de está emergió una pequeña voluta de luz.


-Ve.-Susurró y como si vida propia tuviese, la luz comenzó a adentrarse iluminando todo aquello que perecía en la oscuridad. 


-Parece que tu vigía desaparece.-Se apresuró a decir Freyr.


-No es necesario que la acompañe, puedo ver lo que su luz ilumina.-Habló con serenidad.


Los Ulfsark de Odín y los elfos arqueros pronto comenzaron un rondín, aunque había sido acordonada por los gigantes de fuego, no podían mantener la guardia baja. El ruido del acero rechinando a momentos, lleno el ambiente.


-Rey Surt, ¿qué uso le dan ustedes a la  clachdearg?-Sabía la respuesta, pero necesitaba hacer evidente la pregunta, para dar a conocer lo siguiente.


-Claro está, para municiones, los cristales que se forman en la superficie acuosa del clachdearg es una excelente hacedora de proyectiles en armas de asedio. 


-Es decir que no lo usan enteramente en estado sólido.


-No es posible aquí, fácilmente se derrite.-Terminó de explicar.


-¿A qué vienen esas preguntas?-Añadió.


Odín comentaba algunas observaciones del terreno. Había sido hurgado ligeramente, tal vez habían intentado romper la primera capa de suelo volcánico. Al no lograrlo, tuvieron que tomar por asalto la mina. ¿A dónde pensaban ir estos gigantes de hielo? 


El terreno era el peor para ellos. No se trata de que se derritan (como se podría pensar) sino que su fuerza se debilita a tal grado que prácticamente son indefensos en cuanto ponen un pie en la tierra de Muspul.


¿Qué clase de intenciones tenían? ¿En verdad habían sido los gigantes de Jotunheim los que habían hecho esto? No tenía sentido alguno. 


-¡¿Cómo dices?!-Escuchó Odín del otro lado, pronto su único ojo observó como Surt se introducía velozmente dentro de la cueva. El aesir se aproximó espada desenvainada.


No preguntó, solo notó el temblor bajo el suelo. Las monturas se precipitaron y dieron brincos mientras eran presas del nerviosismo. Los militares intentaron calmar a las bestias, pero parecía inútil.


-Estos animales han estado incluso en combate ¿qué diablos les pasa ahora?-Preguntó Freyr quien veía a su ciervo ser presa del pánico.


-Algo no anda bien.-Dijo Vanir quien pronto formó nuevamente una nube bajo sus pies y emprendió el vuelo de vuelta por donde habían llegado.


-¿Qué pasa?-Preguntó el rey asgardiano


-Vanir ha dado aviso de que la mina entera ha sido vaciada. A pesar de que en el momento en que Surt y sus tropas llegaron, la mina tenía todos sus recursos intactos.-Explicó el elfo quien tomaba el ronzal de su montura.


Odín apenas se sorprendió por un instante pero enseguida tomó las riendas de su corcel. Antes de partir habló con su infantería:


-Tomen guardia aquí, que una escolta de lanzadores de hacha se quede por si ocurre algo.-Sentenció y el golpe en los escudos de los guerreros fue lo único que escuchó antes de salir a todo galope.


Con la respiración un poco agitada solo pudo pensar en algo.


Thor...


El niño estaba lejos de su padre.


.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.


Dentro de la cueva, los vanir se habían colocado en círculo mientras con la mirada clavada en el suelo murmuraban oraciones antiquísimas, ignorando lo que sucedía a su exterior. La mujer que había compartido comunicación con Thor finalmente le invitó a sentarse en medio del círculo que habían formado, junto a ella. El asgardiano no pudo  negarse, pero no se sentía realmente cómodo. Guardó silencio esperando que ella hablase. Así fue:


-Nosotros oramos, vemos más allá de lo que los ojos no pueden ver fácilmente. Es de gran ayuda cuando necesitamos comunicarnos con nuestro rey inclusive si es a distancia.-Sentenció la Vanir.


-Increíble.- Murmuró el muchacho con asombro sincero.


Nuevamente la mujer le miró con un poco de severidad y habló:


-Príncipe, no debe subestimar nuestros ojos internos. En usted yace una inquietud. Algo que no es propio de un niño. Que a su vez está intentando ocultar de su padre, pero tiene todas las ganas del mundo de contárselo.


El ojiazul agachó la mirada como pillado.


-Si es así, no quisiera romper el voto de confidencialidad que tengo a mi padre. No son temas sencillos.


Intentaba escapar de la incomoda situación.


-Es cierto, no voy a obligarle. No es una orden la que le estoy dando. Sin embargo, le oferto mi clarividencia y mis dotes para poder ayudarlo a descifrar ese peso que hay en sus hombros. Porque aunque no lo quiera decir enteramente, algo de ello se asoma en sus expresiones.


Nuevamente el niño se removió en el sitio donde estaba sentado.


-No puedo decírselo, no quiero que se preocupe mi rey. Creo que es un poco supersticioso, no deseo ser el heraldo de las desgracias.-Susurró el niño. 


Esta vez notó que los magos que escondían su rostro le miraron con cierta curiosidad.


-Lo vemos, príncipe. Por favor, no tema de nosotros. Usted será el próximo rey de Asgard es ahora cuando debe aprender a confiar en sus aliados.-Le convenció la fémina. 


Sin poder tener la confianza que deseaba, finalmente suspiró hondamente.


-¿No se lo dirán?-Inocentemente su voz salió.


-No lo haremos, lo que le ofrecemos es una exégesis mágica, no una sarta de chismes.-Sentenció con un dejo de burla. Tratando de mitigar el nerviosismo del muchacho. Este guardó silencio por un momento, buscando las palabras que pronto habrían de salir de sus labios.


Abrió su boca.


-Yo... He tenido un sueño recurrente desde hace años, no sé desde hace cuanto. 


Como lo haría un joven, se puso a divagar un poco rascando el suelo árido de la cueva.


-Siempre es lo mismo...


Sus ojos parecían expandirse, el suelo desaparecía y se volcaba su estómago. Cómo si hubiese invocado una extraña magia.


-Siempre es lo mismo...


Dijo de nuevo.


El paraje desolado de una nación que caía en las ruinas, donde los cadáveres se amontonaban, el hedor inundaba el aire y la sangre alcanzaba a teñir el cielo. Un atardecer digno de una terrible desgracia épica. Por encima de una colina, Thor, el príncipe de Asgard contemplaba a sus seres queridos que se despedazaban ante sus ojos. 


Los recuerdos de sus padres mancillados, sus ojos cristalinos por las lágrimas. Intentó recobrar un poco de fuerza y volver a hablar:


-De pronto, de la terrible imagen, emergen dos lunas.-Decía con la voz quebrada.


Ahí estaban de nuevo, esas dos orbes carmesí que parecían contemplar con diversión la desgracia.


-Esos terribles ojos inyectados en sangre que parecen mofarse de la desgracia de mi nación, de la destrucción de la paz en los nueve reinos. Lo veo reírse de mi y alejarse con las almas inocentes entre sus asquerosas garras.


Se dejó de caer sobre la tierra sucia de su sueño.


-Siempre que los veo, pierdo la fuerza en mis piernas, terminó sintiéndome cansado, como si no hubiese dormido en años. Tanto así, que pienso que ya estoy sucumbiendo al plácido frío de la muerte. Pero de pronto--


Salió del trance. Regresó en sí. Y pudo ver el rostro pálido de los magos.


-¿Qué pasa?-Preguntó y enseguida fue tomado en brazos por la mujer que hacía un momento lo estaba escuchando.


-¡Den aviso a los reyes!-gritó ella.


Un estruendo descomunal se hizo presente. Thor no entendía que pasaba, pero solo podía escuchar que tras él, una nube de polvo crecía mientras algunas piedrecillas llegaban hasta él. 


Estaban siendo atacados.


La vanir, dejó al príncipe.


-¿Puedes correr?-Decía revisándolo de arriba a abajo.


-Si, sí.


-Corre, escóndete, en un momento estaré contigo.-le susurró y se apresuró a darle un empujón en la espalda. 


¿Cómo? ¿Esconderse? Pero, ¡él era el príncipe de Asgard! ¿Qué noble podría huir?


Cual muchacho inconsciente, sacó la pequeña espada de su cintura.


-Nunca habré de huir, aunque la llegue muerte, prefiero hacerle frente en el campo de batalla y no en la cobardía de una trinchera.-Sentenció y se echó a correr dentro de la gran nube de polvo.


-¡No lo haga, príncipe!-Le gritó la Vanir, pero pronto su voz se disipó, como si hubiese sido engullida por la tierra. Thor giró sobre sus talones.


-Oye ¿dónde estás?-preguntó preocupado. 


Giraba su vista al frente y a los lados. Sin embargo, ¿cuáles lados? No se veía nada más que el vapor sofocante de magma. Cubrió su boca con el antebrazo y se echó al suelo intentando no ser cegado por el humo.


Pudo ver dos pares de pies.


De pronto pudo escuchar el golpe seco de un hombre. Se apresuró a llegar. Sin embargo, no pudo con lo siguiente, una mancha de sangre que recorrió el suelo. Thor, se retiró un poco antes de que sus dedos se llenaran del viscoso líquido. Trató de guardar silencio. Esta vez estaba asustado, algo dentro de esa escena no le generaba la confianza de ganar. 


No se trataba del temor a la sangre, a morir, no, algo dentro de él se removió. Como si hubiese encontrado algo que no sabía si quería conocer. Respiró con rapidez. Pero pronto cubrió sus labios intentando mantenerse callado.


¿Qué debía hacer? ¿Huir? No, no podía permitírselo. No debía. Cerró los ojos y apretó los puños con fuerza.


Debes usarlo, aunque te cueste trabajo, aunque aún no lo controles. Inténtalo. Pensó


En la misma posición boca abajo contra el suelo, cerró los ojos y rezó a todos los dioses por que su deseo fuese concedido.


Tormentas del valle, tomen mis miedos y vuélvanlos cenizas. Brote de mi, alas para naufragar sin temor. Toma mi poder dios Odín y devuélveme aquello que me diste al momento de nacer.


Lo logró, de su cuerpo, brotó un poder mítico digno de los dioses. Aquella azarosa escena se desvaneció. Un viento violento brotó de su cuerpo mismo e hizo que todo vapor y polvo se disipara. Claro está que Thor no solo es dios del trueno.


Se obligó a abrir los ojos. 


Ahí estaba, una figura lánguida. Poseía ojos, extremidades, cabellos.


Dos orbes verdes que le miraron como si del mismo ragnarok se tratase. Frente a él, estaba una imagen que ni siquiera pudo creer.


Un niño, un niño de cabellos azabaches. En el momento que se vio descubierto, soltó el pesado cuerpo del mago entre sus manos, sangraba pero parecía seguir vivo. 


El contacto visual continuó. ¿Qué estaba pasando? ¿Un niño era el detonador de semejante desastre?


Pronto rompió el puente visual cuando escuchó a los demás magos removerse de sus lugares. Debía apresurarse, sería descubierto. Echó una última mirada confundida a Thor y se echó a correr por una pequeña hendidura entre las rocas.


-¡Espera! ¡Alto!-Gritó Thor y con la confianza recobrada se puso en pie para después echarse a la persecución del infante. No pudo ser detenido por los magos de Vanir, la gruta en la que se introdujo era demasiado estrecha para un adulto.


Con esfuerzo y raspones pudo seguir el rastro de huellas del niño que huía sin dar explicación alguna. 


-¡Detente!-Le gritaba cada vez más fuerte, pero obviamente el perseguido no detenía ni un momento su paso. 


En un segundo logró escapar de la estrechez de la roca, liberado finalmente se encontró olvidado y solo en una cueva totalmente oscura. 


-Oh no.-Se dijo.


No podía ver nada, ni siquiera sus extremidades. No sabía si había un final de camino, si se encontraba cerca o lejos de la entrada. Había sido presa de sus impulsos. Sin embargo, desenvainó de nuevo su espada.


-Sal. No es momento de huir.-Decía con la voz más firme que le salía de los labios.


Pero no recibió respuesta. Thor apenas y se removía de su lugar. Temía dar un paso en falso y en ello perder la espada o su vida.


-Será mejor que te muestres o sino...


-O sino ¿qué?-Escuchó enseguida.


Los músculos del rubio se tensaron, finalmente tuvo un contacto, se giró en la dirección en la que creyó que provenía la voz. 


-Muéstrate.-Volvió a decir el asgardiano.


-¿Qué crees que soy? ¿Un mechero? 


Esta vez la voz había cambiado de ubicación. Thor no sabía si debía girar derecha o izquierda. Sonaba a la voz de un niño tal vez menor que incluso Thor. ¿Cómo era posible? ¿Se trataba de un disfraz?


-¿Por qué haces esto?-Interrogó de nuevo. 


No recibió respuesta, en cambio escuchó una risilla. Esta vez la situación estaba resultando demasiado tétrica, así que tragó saliva ruidosamente.


-El príncipe de Asgard, temeroso. Que buen espectáculo.-Susurró.


-¡NO ESTOY ASUSTADO! ¡ESTOY CANSADO DE TU COBARDÍA!-Le gritó y algo a lo lejos se resquebrajó. Thor dio un salto pero pronto tropezó sus pies y cayó al suelo. Su espada azotó el suelo y el acero hizo un eco. 


Sin poder hacer algo, solo sintió de nuevo la hoja de la espada moverse. No pudo prever lo siguiente. El frío del filo ahora se posaba debajo de su garganta.


Lo tenía acorralado. El acero se removió un poco en su mentón como obligandolo a mirar hacia arriba.


-Si tanto deseas ver, aquí tienes.


De pronto Thor fue herido por la luz proveniente de una antorcha ante él, poco a poco sus ojos se acostumbraron, tras visiones borrosas pudo volver a ver el rostro del autor de los últimos hechos. 


Tenía ojos verdes, cabello negro y parecía ser de menor estatura. Con sorpresa lo contempló con un rostro serio.


-¿Qué clase de truco es este?-Habló seriamente Thor.


-Uno muy sencillo en realidad. Ahora puedes ver, y darte cuenta de que la cobardía de la que me acusas solo se trata de tu miedo a la oscuridad.-Le espetó.


Thor frunció el ceño y arrojó un feroz puño que fue fácilmente esquivado pues una nube de polvo se abrió a sus ojos.


-Ojalá pudiera volver a jugar contigo, pero al parecer ya tienes a otros esperando a jugar.-Recitó y tras un chasquido desapareció como una cortina de humo. El rubio contempló por última vez el sitio donde estaba antes el agresor.


En eso un nuevo susto acudió a él, un inusual cosquilleo a sus pies. Con antorcha en mano pudo ver con horror el suelo plagado de reptiles de vivos colores. Reptaban por sus zapatos, por todo lugar que pudiese ser bueno.


El joven asgardiano se quedó inmóvil, sabía que un movimiento en falso debía ser fulminante desazón de ser comido por serpientes.


Cerró los ojos. Intentó invocar nuevamente aquél poder legendario, pero en sus sienes llegó un terrible punzón, estaba demasiado fatigado para volver a intentarlo. Ese no podía ser su fin. Debía salir de ahí y darle los detalles a su padre.


-Padre Odín... Escucha mis súplicas.


Y en ese instante un rayo de luz esperanzador se abrió paso. 


-¡Aquí está!-Exclamó alguien y nuevamente cegado, solo pudo ver como las serpientes se desvanecían con la misma magia en la que el extraño muchacho lo había hecho.


-¡Thor!-Escuchó a su padre, pero sus ojos aún no se acostumbraban a la luz que ahora recibía. No fue necesario, pronto sintió el fuerte abrazo de su padre que lo sacó en un pestañeo.


Por última vez, se giró a la gruta donde había estado atrapado instantes antes. Estaba vacía. El chico había desaparecido por completo. ¿Cómo?


-¿¡En qué estabas pensando cuando fuiste tras el intruso!?-Los brazos de Odín se alzaban por encima de su cabeza con las recriminaciones.


-Lo mismo que tu habrías hecho.-Secamente respondió.


-Si carajo, pero yo soy un guerrero hecho y derecho, tu aún eres un niño, uno muy tonto por cierto.-Sentenció el padre de todo mientras dejaba que su hijo fuese levemente curado, algunos cortes en el rostro solamente. Freyr había ordenado que pronto se le diesen algunos auxilios al heredero de Odín. Una vez acabado, fue puesto sobre su caballo. Castigado sobre la bestia debía esperar a que su padre terminara las últimas palabras con los demás lores.


El padre de todo dio una última mirada a su vástago y negó con la cabeza.


-Parece que vendrán nuevas canas.-Dijo divertido el rey elfo. Al aludido no le hizo gracia.


Enseguida se revistieron de seriedad.


-¿Y bien?-Preguntó Surt.


Vanir, gobernante de Vanaheim habló: 


-No es de extrañar lo que vimos, la mina completa ha sido saqueada. Me atrevo a decir que casi frente a nuestras narices, desconozco el método todavía. No es algo fácil de decir.


-Esto tampoco es fácil de digerir, será mejor que lo escupas.-Le exigió el gigante de fuego.


Apenas hizo un respingo el rey mago. Suspiró por lo bajo mientras parecía murmurar.


-Por eones se ha sabido que ustedes guardan celosamente el preciado  clachdearg. Como bien dijiste, se usa como municiones, pero no como recurso de creación de armas. Fuera de este entorno, se vuelve sólido y no pasa de ser una simple joya bonita.-Habló y calló.


-Sin embargo, es de mi conocimiento y mi obligación decirles, que hace muchos años, no era el único uso. 


-Deja de dar tantas vueltas Vanir.-Habló desesperadamente el elfo.


-Magia. Mi gente y yo, tenemos algunas reservas de este elemento, es de gran poder canalizador. Sin embargo, el uso de este es de conocimientos casi arcaicos. Pocos somos los que lo saben controlar.


-¿Alguien vino a robarlo?


-Así me temo. No veo otra razón. No creo que se trate de un joyero muy audaz.-Jugueteó un momento con sus manos. 


Freyr habló esta vez con la rudeza en su ojos.


-¿Habremos de sospechar de ti, Vanir?


-Un momento Freyr, eso es demasiado osado. No podemos probar nada aún.-Se apresuró a decir Odín quien se valía de las relaciones diplomáticas mejor que nadie. Se hizo un silencio incómodo.


-Todo en su momento, habremos de hablar por nuestro pueblo en caso de que así sea. Sin embargo rey Freyr agradecería que guardase sus acusaciones cuando haya más que solo suposiciones.-Sentenció el mago.


Ambos reyes se miraron con algo tal vez furia. Freyr no era un hombre que se dejase llevar por los impulsos, sin embargo era demasiado directo. Cuando una idea se incrustaba en su mente, no terminaba fácilmente en el olvido. 


-Tu hijo habló de que un niño había sido el autor de todo este colapso, ¿pudo ser un disfraz?-Preguntó Surt.


Nuevamente el silencio incómodo. Odín habló para intentar deshacer los posibles roces peligrosos.


-Surt, sugiero que tengas a la mano un cuerpo de mineros que pueda decir qué se hizo con el material extraído, de qué manera pudo haber sido. Y debemos de vigilar los comercios. Si se trata de algo más ligero que magia, alguien tal vez esté traficando con el material. Algún secuaz que está haciendo el trabajo sucio. No es un secreto el hecho de que los Jotun no llevan grandes armas, solo su gran tamaño y fuerza sobrenatural. 


-Deben estar preparándose para un ataque mayor.-Dijo Vanir quien finalmente dejó de mirar al rey elfo. 


Internamente Odín agradeció que la situación no se haya desviado por rumbos peligrosos. Los lores se miraron.


-Volvamos a casa, es necesario seguir armando un contraataque y resguardo de nuestros recursos.-Freyr se adelantó en el comentario pero enseguida subió a su ciervo.


Sin demasiado ánimos, las casas de nobles se separaron. La cascada de colores inundo a los dos asgardianos que sumidos en silencio volvieron a sus tierras.


A Thor le esperaba un castigo.


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El chico cayó de lleno al gélido suelo.


-¿Cómo has podido dejar que te vean? ¿Eres estúpido o qué?


No respondió. Solo contempló el hilo de sangre que salía la comisura de sus labios. La descomunal figura le miró con todo el repudio del universo.


-Si tu descuido nos cuesta la victoria, pagaras con tu vida.-Masculló guturalmente el terrible mayor.


-Ojalá lo cumplieras siempre que lo dices.-Murmuró el chico que yacía en el suelo con una mueca de indiferencia. 


Cerró los ojos cuando vio el antebrazo de su progenitor alzado. 


-Ya basta, padre. El no tiene la culpa de ser tan insolente y presuntuoso.-Habló una voz más fina.


Esta vez el chico en el suelo giró la vista visiblemente molesto por la presencia del segundo gigante.


Aunque era menor que él, le superaba en estatura.


-Necesita descansar, mañana tendrá un día difícil.-Habló con la mentira resbalándose por sus dientes. Nadie se preocupaba por él. 


-No te quejes.-Le dijo su padre. Y junto con su hermano menor, salieron de la habitación.


Las puertas se cerraron con un fragor terrible. Una vez que escuchó que los pasos de sus familiares se alejaban se puso de pie. Se limpió la sangre con el antebrazo. 


Con los ojos tornados, movió sus brazos como un ave que intenta emprender el vuelo. No necesitó más cuando de su cuerpo salió un brillo verde, una especie de chalina de cetrino color que levitaba y rondaba por sus extremidades.


-No soy un mechero.-Se repitió.


Movió sus dedos de manera grácil y por donde pasaba la ola de magia, fue encendiendo las lámparas de aceite que colgaban por toda la habitación.


Una inmensa habitación llena de lujos, comida, joyas, ropas, un ancho lecho de piel blanquecina. Una jaula de oro. Hermosa, pero a final de cuentas, un claustro.


Con desganas se movió por la pieza, tomando a momentos las frutas que rebosaban los platos dorados. La pesadez se veía en su andar. Hasta encontrarse frente a una columna del más puro hielo, tan pálido y macizo que podía ver su reflejo en él.


Suspiró.


-Nunca había visto un azul así.-Se dijo.


Y contempló el garzo de su tez. Los tatuajes que recorrían su rostro, sus brazos y piernas desnudas, como canales de agua seca. Como una represa que hace mucho que ya no tenía vida.


Se miró las orbes rojas de sus cuencas. Sus ojos tan apagados e inundados de una sangre que repudiaba.


-Habré de matarlo, pase lo que pase. Debo hacerlo.-Susurró mientras encajaba sus uñas en su piel y de esta brotaba la sangre que tanto odiaba. Las joyas titilearon en sus muñecas.


Aunque le costase años y la vida misma. Él había hecho un juramento de sangre. Volvió de nuevo a mirar su ojos.


Parpadeó un par de veces y tergiversó su color rojo a uno azul. Los mismos que había visto, hacía unas horas atrás.


-El hijo del dios asgardiano, tiene unos ojos muy peculiares.-Se dijo.


Las lagunas que miraba en ellos, que le hicieron titubear en su obraje anterior. Pudo haber matado al vanir en sus manos, pero no pudo. Sintió la pesadez del mar mismo en esos ojos. ¿Qué había en ellos? ¿Qué poder tenía el príncipe de Asgard? 


Negó con la cabeza, intentando olvidar lo que su cabeza comenzaba desenmarañar.


-No, no tiene nada que ver.-Se dijo, y se mintió.


Efectivamente, algo en su interior, le dijo que las cascadas que tenía ese niño en sus ojos, no era la primera vez que los veía. Había algo familiar. 


Odió sentirse así y pronto se echó en el lecho intentando conciliar un sueño que prometía no ser reparador. 


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