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I find peace in your violence. por Ulala

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Corrí, como si mi vida dependiera de ello. Quizá en parte era así. Cuando lo vi resaltando entre toda la gente, como siempre; mi corazón se aceleró aún más. Su traje negro, hacía que su espalda luciera aún más amplia.

 

Corre.

El viento se sentía frío en mi transpiración.

Más rápido.

Aparté a toda la gente que estaba ahí.

Parecía que nunca lo alcanzaría.

Pero lo logré.

 

Estiré mi brazo, tomé su muñeca. Se giró con una sonrisa, amable, radiante. Brillas, como el sol, como el oro; donde quiera que vayas, no puedo ver otra cosa que no seas tú.

 

Si estás ahí, creo que todo estará bien.

Me das calidez.

 

—Aún si tienes que irte, te esperaré. Me gustas. Y aún si no te importa, está bien. Seguiré esperándote. Siglos, milenios. Estaré aquí.

 

Sonríes aún más. Acaricias mi rostro delicadamente, con lentitud. Me miras como si quisieras guardarme en tu memoria.



 

 

Un estruendo.

 

 

 

Me reincorporé bruscamente en la cama y me dejé caer al segundo. Maldije internamente. Algo muy parecido a dolor se alojó en mi abdomen. Un nudo. Coloqué el brazo encima de mi rostro, apreté los párpados. No, esa mierda no es lo que hubiera querido decirle. No. Suspiré, intentando calmar mi respiración agitada.

 

 

El ruido hizo su aparición nuevamente. Otra prueba más de que el día iba a ser una porquería, porque esa estúpida pesadilla no había sido lo suficientemente contundente. Quité las sábanas rápido, caminé fuera de la habitación hasta la sala.



—¡Maldición!

 

 

Jason estaba con sus puños apretados sobre la mesa, sus ojos estaban cerrados fuertemente, asumo que intentando contener el dolor.



 

—¿Qué sucedió?

 

 

—¡Me golpeé con esta mesa de mierda! —me sobresalté cuando volvió a golpearla con su puño.

 

 

—Hey —apoyé la palma de mi mano en su espalda—. Está bien. Es un golpe —hablé despacio. Él abrió los ojos. Observé su mano lastimada a causa de los golpes que había proporcionado, estaba roja. La madera se astilló levemente—. Siéntate. Iré a buscar hielo. Aunque no creo que se inflame —suspiré—. Supongo que debemos comprar otra —comenté, echándole una mirada.

 

 

Sólo un golpe estúpido, era capaz de desatar su furia.

Sí, eso era furia.

Y era lo que más temía de él.



¿No te parece que tengo suficientes con mis problemas, que además; tengo que arreglar los tuyos, Jason? “Te esperaré” De tan sólo pensarlo me hace querer vomitar. Esa mierda jamás iba a pasar. No hay suficientes líneas temporales en ninguna galaxia que permita tal atrocidad. Cursi. Demasiado cursi. Demasiado feliz.

 

 

—Noah, ¿me estás escuchando? —corté al ras de mi dedo. Me sobresalté.



—Lo siento. Estaba pensando en trabajo —sonreí falsamente.



—Ten cuidado de no cortarte.



—Sí —apoyó su mano en mi hombro.



 

Sentí un escalofrío en mi columna vertebral.

Está bien, Noah. Ésta vez no va a golpearte.



 

—Llegaré tarde hoy, así que no me esperes despierto. Adiós.

 

 

 

Desayuné solo y en silencio. Lo prefería así, por lo general, pero no ésta vez. A medida que me fui haciendo adulto, comencé a apreciar esos momentos de soledad. Sin embargo, son perfectos para pensar y es justamente lo que no quiero hacer ahora. De vez en cuando su rostro aparecía en mi mente, de vez en cuando soñaba, que nos encontrábamos por unas circunstancias casi hollywoodenses. Él no hablaba, porque había olvidado su voz; su rostro era difuso. Eso pasó hace muchos años. Ahora, todo era nítido.




Estaré aquí.

Y mi estómago se cerró.



 

Me bañé y fui al trabajo. Las mañana transcurrió normal, quitando la falta de sueño; las pesadillas, el hambre y lo mucho que me revuelve las tripas levantarme temprano todos los días de mi existencia: todo estuvo bien.



 

—¿Y entonces? —le pregunté cargando una caja de plantines.

 

 

—Pues nada, le dije “se supone que vienes a cenar conmigo, no con tu maldito celular” —venía detrás mío y aunque no estaba viéndola, podía jurar que Annie estaba haciendo ademanes con las manos—. Y el muy idiota me responde que es por trabajo, que era un mensaje importante, no sé. Así que empezamos a discutir por eso.

 

 

—Ya veo. ¿Y siguen peleados?

 

 

—¡Lógicamente! —la observé de reojo cruzarse de brazos—. Y dime… ¿qué con ese tipo que vino ayer? —frené bruscamente. Perdí todo intento de disimular la situación en ese instante.

 

 

—¿Quién? —seguí caminando.

 

 

—El pelirrojo.

 

 

—Oh. Nadie, es sólo un viejo amigo —me encogí de hombros.

 

 

—Apenas lo viste te pusiste todo nervioso —sonrió divertida.

 

 

—No es nada, cállate —comenzó a reír. Suspiré.

 

 

Mi estómago comenzó a gruñir horas después. Ordené con cuidado las flores y las observé. Muertas. Estaban muertas. Cada flor que colocaba en los arreglos, en los ramos; lo estaban. Y aún así, se veían hermosas.



 

—Noah, ¿vas a ir a almorzar? —Annie apareció a mi costado.

 

 

—Sí, estoy muriéndome de hambre. Hoy casi no comí nada en el desayuno —suspiré—. Iré a buscar mi abrigo.

 

 

Caminé a la habitación de atrás, donde estaban los casilleros. Tomé mi billetera, mi celular y las coloqué en mi bolsillo. La campana de la puerta sonó. Seguí en mi tarea, ignorándola completamente.




—¡Hola!

 

 

¿Pollo frito? Comí eso ayer.

Pasta. Demasiado complicado de que sea de mi agrado.



 

—Hola —paré en seco. Esa voz.

 

 

—Dime, ¿qué necesitas?

 

 

—Estoy buscando a Noah —y ahí, yo todo estúpido, me asomé por el pasillo sin siquiera pensar lo que estaba haciendo —. Tanto tiempo —me sonrió.



Vienes aquí años después, sueño contigo; y cuando creo que ya no queda nada más, vuelves a aparecer nuevamente. ¿Qué diablos quieres ahora, maldición? Mi estómago se contrajo. Mi garganta pareció cerrarse. Tragué saliva. Cálmate. Todo está bien. Actúa como siempre.



—Milenios. Ni que hubiese vuelvo a ver tu rostro ayer —le sonreí sarcásticamente—. ¿Me buscabas? —apoyé mi cabeza sobre la palma de mi mano frente al mostrador. Intenté no fundirme en sus ojos miel y fracasé.



No me había tomado el tiempo para mirarlo. Su cabello rojo estaba más corto, podría jurar que estaba más alto e incluso; aquella aura de rebeldía que desprendía años atrás, se esfumó por completo. Un adulto. Nathan era todo un adulto.



—Ayer no pudimos hablar mucho —caminó hacia mí—. Así que me preguntaba si querrías ir a almorzar —me reincorporé bruscamente. Annie me observaba sonriendo. Abrí mis ojos con sorpresa, de mi boca entreabierta sólo salió silencio.



—Uhm —mala idea. Mala idea. No. Dile que no. No puedo. No tengo hambre. No quiero. No me interesa hablar contigo. No.



—Ya que ibas a almorzar, Noah, ve con él. Yo me encargo de todo aquí —apoyó la palma de su mano en mi hombro. La miré de reojo. Tragué saliva.



—Seguro —devolví mi mirada hacia Nathan.



—Maldición. Estás rodeado de hombres hermosos. Préstame alguno —me susurró en mi oído. Solté unas carcajadas—. ¡Diviértanse!



—¿Vamos? —me estiró su brazo como a una damisela.

 

 

—¿Qué quieres comer? —sonreí de lado.




Ahí estaba Nathan, sentado frente a mí, leyendo la carta del menú con una concentración digna de admirar. Su boca, su nariz, sus pestañas… todo se había vuelto más masculino. Sus manos son grandes, pero están cuidadas. Evidentemente no trabaja con ellas. Su barba estaba levemente crecida, esa mañana no se había afeitado. Levantó su mirada, yo bajé la mía rápidamente. Intenté distraerme de los recuerdos que me atosigaban. Una y otra vez. Sus labios. El roce de sus dedos. ¿Los recuerdo? No lo sé. Quizá es sólo mi imaginación.



—¿En qué piensas tanto? —su rostro lucía divertido. Me sobresalté, sentí mis mejillas arder hasta el punto de quemar.

 

 

—¡¿Qué?! En nada —tuve que contener mi arrebato de ponerme de pié. Él comenzó a reír.



—Estás muy diferente, Noah —me sonrió de lado.



A veces deseo no haber cambiado.



—¿Eso es algo malo?




—No, no digo eso —soltó unas carcajadas haciendo ademanes con las manos—, sólo que antes eras tan… ¿recto? Por así decirlo. Y ahora tienes piercings, tatuajes… y tu cabello, finalmente lo dejaste largo  —ladeó su cabeza apoyada en la palma de su mano. Bajé la mirada por un segundo porque creí perderme en la suya.

 

 

—Sí… han pasado muchos años y con ellos, muchas cosas.



—¿Recuerdas cuando las chicas de la clase jugaron con tu cabello? Fue una vez que olvidaste cortarlo —estiró su brazo. Abrí los ojos con sorpresa—. Sigue siendo muy suave —tomó un mechón entre sus dedos e intenté con todas mis fuerzas mantener la tranquilidad—. Lo siento —deja de sonreír. Sólo para. Maldición—. ¿Y qué es de tu vida? ¿hace mucho trabajas en esa tienda?



—Un año, aproximadamente —tomé un sorbo de limonada. Sentía un nudo en la garganta—. Estudié arte, es bastante curioso que terminé dedicándome a esto. ¿Y tú, a qué te dedicas? ¿qué hiciste luego de que te fuiste de aquí?



Tranquilízate. Sólo sé casual. Como siempre. Su tacto… suave, delicado.



—Creo que es un muy bonito trabajo —sonrió. Quiero golpearlo. Quiero que deje de ser tan amable—. Soy escritor, aunque actualmente sólo escribo artículos para diarios y revistas. Es bastante aburrido. Y nada interesante. Estudié, me gradué y volví.

 

 

¿Aburrido? No creo que sea el caso.

Me gustaría saber qué escribes fuera aquellos artículos.

Me gustaría saber, por qué parece que no quieres hablar de ti.

Tengo tantas cosas que preguntarte y tan poco coraje para hacerlo.



—Quién diría que serías escritor.



Normal. Sé normal.

¿Puedes hacer eso una vez más, Noah? Esfuérzate.

¿Cómo solíamos hablar? ¿era de ésta forma?

Te detesto, Nathan. Por ese calor que siento cuando estás.

Lo había olvidado. Y aquí estamos, una vez más.

 

 

Mi teléfono comenzó a vibrar en mi bolsillo. Tragué saliva al ver quién era: Jason. Me levanté de la mesa, disculpándome con la mirada y me alejé algunos pasos.



 

—Hola.

 

Hey, quería preguntarte si sabes dónde está mi traje gris, lo necesito para una reunión —qué molestia.

 

—¿Traje gris? ¿cuál de todos? —observé distraídamente a la mesa.

 

El que tiene rayas, o algo así.

 

—Es el que pusimos debajo de la cama, en las bolsas para almacenar. Así que probablemente esté arrugado… —levanté la mirada al sentir la suya.



Me estás analizando mientras hablo, ¿verdad, Nathan?

 

—No me jodas. ¿En serio?

 

—Si.

 

—¿Pero por qué?

 

—No teníamos lugar en el armario, Jason. Te pregunté si estaba bien guardarlo y dijiste que sí —suspiré.

 

Bueno… ya veré qué hago. Adiós.




—Lo siento —volví a sentarme.

 

—No hay problema —tomó un sorbo del vaso—. ¿Era tu pareja?

 

 

No preguntes. ¿Por qué tuviste que hacerlo?

¿Por qué me lo recordaste?

Maldición. ¿Qué diablos estoy haciendo aquí?

 

 

Corrí mi cabello hacia atrás con frustración. Probablemente debes pensar que acabo de discutir con él. Mírame, leéme, analízame todo lo que quieras; como siempre has hecho. ¿Mi pareja? Lo éramos, años atrás. Pero hace tanto tiempo que no actuamos como si lo fuésemos. No lo sé. Mi pareja. Ese hombre que vive conmigo, que a veces duerme a mi lado; que de tanto en tanto, desayuna en mi misma mesa.

 

El hombre al que amo.



—Sí. Desde hace cinco años —lo miré directo a los ojos.



Deseé con todas mis fuerzas que no lo mencionaras.

¿Qué es esa expresión en tu rostro, Nathan?

¿Por qué siento que no comprendo nada de ti?



—Me alegra que hayas encontrado a alguien.



¿Te alegra? No me hagas reír.

Si tan sólo supieras.



—Gracias por el almuerzo —me puse de pie bruscamente. Tomé mi billetera y dejé dinero suficiente sobre la mesa—. Fue agradable volver a hablar contigo —coloqué mi chaqueta debajo de mi brazo—. Saluda a tu prometida por mí y si no te veo, que sean muy felices juntos —vomité esas palabras obligándome a mirarlo a los ojos—. Adiós.

 

 

¿Qué hago aquí, simulando que podemos volver a ser amigos como antes?

¿Qué hago aquí, actuando como si todo fuera igual?

 

 

—¡Noah! —dolor. ¿Por qué me duele? Cerré los ojos. Seguí caminando. Ni siquiera soy capaz de saber, cuándo se levantó de su silla. Tomó mi muñeca, de una manera amable, pero firme—. ¿Podrías darme tu celular?

 

 

¿Por qué tiembla tu voz?

No. No puedo. Sólo aléjate.

Mantente alejado. No sabes con quién estoy, ni en quién me he convertido.

Es mejor que no lo sepas.

Pero mentiría si te dijera, que no quiero sentir esa calidez de tu sonrisa nuevamente.

Mentiría si te dijera, que no soy egoísta; que puedo dejarte ir una vez más.



—¿Tu prometida no se molestaría si salieras más seguido con un mal ejemplo como yo?

 

 

Agradecí que estaba a mi espalda y no podía ver mi rostro. Mordí mis labios. Sus dedos aún estaban en mis muñecas. Soltó unas risas distraídas.

 

 

—No… ella no es esa clase de persona. Y aunque lo fuera, le caíste muy bien.

 

 

¿Qué clase de persona es la que te enamoró, Nathan? Soy curioso respecto a eso.

¿Podría yo haber sido capaz de lograr tal mérito?

Dime, si no estaría tan sucio como ahora, ¿me hubieras aceptado?

 

 


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