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I find peace in your violence. por Ulala

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Tracé una línea tras otra. Eran garabatos, una de esas cosas que esbozas sin ganas, sin paciencia. Suspiré, escondí el rostro entre mis brazos. No quiero dibujar, ni siquiera existir. Sólo deseo dormir hasta que todas las dudas sean mágicamente disipadas. Los malditos problemas que planten los sentimientos me frustran.



“¿Me amas?”

No me preguntes cosas que no sé.



Durante un segundo, aquel instante de inconsciencia de la mente humana, pensé en la palabra deber, responsabilidad. Inercia. Alguna parte de mi cabeza, aquella zona cruel; llena de todas las cosas que me rehúso a escuchar, grita que sólo fue eso. ¿Es obligación quererlo, después de todo?




¿Qué quiero? Apreté mis cabellos con rudeza. Es una pregunta importante que debo responder. Quizá irme: empezar de cero sin nadie; fingir que todo éste pasado jamás fue mío. Sí, una vida tranquila. Un gato, no pido un jardín, sólo una terraza, sólo quiero paz. Borrar a Jason, borrar a Nathan; a mis padres, a cada persona que ha hecho de mí lo que soy ahora. Para bien o para mal, sólo desaparezcan.



Miré el reloj y me levanté. La palma de mi mano se posó sobre el frío pomo de la puerta. Sé que estará ahí detrás. Lo sé porque lo ansío todos los días. Su sonrisa, la sensación de calidez, de falsa seguridad. Él me inunda de aquella necesidad de transportarme a otra realidad, donde todo es diferente por algunas horas, donde no estoy tan inmensamente vacío. ¿Qué quiero? Volver en el tiempo. Apoyé la frente sobre la madera. El cansancio inunda cada parte de mi cuerpo: fingir, sonreír, decirme que todo está bien. Patético. Soy patético por encerrar todas éstas cosas, por tantos años.

 

 

¿Por qué tuviste que volver a mostrarme tu rostro, Nathan? Aquel beso, insignificante; ese final abierto, quizá siempre significó todo. Mi primer amigo, mi primer amor, el primer hombre que me miró con simple amabilidad y no con esa pizca de envidia. El anhelo que sentí por su mirada, la devoción por su sonrisa. Desconfío de lo que siento, después de todo, ¿no sucedió lo mismo con Jason? Aquellas mariposas en el estómago, ¿no eran exactamente iguales? Esa felicidad temporal.




Temblé.

No pienses más. Sólo gira el pomo.

Archiva ésto junto todo lo demás.




—¿Y? ¿has buscado un buen lugar, Nathan? —cerré la puerta. Coloqué el abrigo sobre mis hombros despreocupadamente.




Sólo habla como siempre.

Relaja tu rostro. Finge normalidad.

Estoy tan cansado.




—Así es. El mejor lugar del mundo, para los mejores del mundo —sonríe, sonríe, por favor.



—Eso espero —pasé por su lado sin mirarlo.




No quiero comer, no quiero nada. ¿Qué diablos es esto? ¿qué estamos haciendo? Almorzando juntos, dándole un significado especial a algo tan estúpido. Tú te irás, todo ésto tiene fecha de caducidad. Me gustaría tener el valor de decir lo que pasa por mi mente, justo como hace años atrás, hablarte desde la sinceridad. Quizá debería decirte, que deseo ser salvado por ti.



—¿Estás bien? —me tomó por la muñeca e interrumpió mis pensamientos. Alejé los dedos del pomo de la puerta.



—Quién sabe.



Ya no importa.

¿Amar? ¿sé lo que es?

Creí hacerlo, hace mucho tiempo.

Me agarró del brazo.

Estrechó su cuerpo contra el mío.



—Hey —susurró en mi oído. No, por favor, no.



El recuerdo de mi espalda contra la pared de su cuarto.

El recuerdo de sus labios.




—¿Qué diablos haces? —mantén tu voz firme. Apreté su brazo con la punta de los dedos. Suéltame. No puedo ser débil. Traté de apartarlo.



—¿Sucedió algo? —su tono suave, estremeció cada parte de mi cuerpo. No te dejes llevar, Noah.



—No… —mi rostro estaba escondido en su hombro. Las fuerzas en intentar zafarme de sus brazos disminuyeron.



—Podemos ir a mi casa y hablar más tranquilos allí —se separó un poco de mí. Sus ojos miel… ¿siempre fueron tan hermosos? ¿cómo pude dejarte ir, Nathan? Apreté mis puños para contener las lágrimas.



—No es necesario —corrí la mirada. Acarició mi rostro, obligándome a mirarlo nuevamente. En su rostro, demostraba preocupación ¿Por qué me tratas como si fuera algo preciado? Maldición. Mi garganta se cerró. No llores, estúpido; no llores.



—Vamos. Vivo cerca de todos modos —cuando se alejó, sentí frío.




Caminamos en silencio durante algunas manzanas. Lo seguí, observando su espalda unos pasos detrás. ¿Qué haría allí? ¿me prepararía un café muy dulce, junto con una manta? ¿nos sentaríamos cara a cara con su prometida, mientras ambos se toman de la mano cariñosamente? Intenté no llorar. El frío me golpeó directo en el rostro.




—Es ahí en la esquina, es algo pequeña pero los dueños conocen a mi madre y gracias a eso pude conseguir un lugar rápido, ya que —dejé de escucharlo, bajé la mirada y la clavé en el suelo.



Siempre sonriendo, siempre alegrando mi día. En los peores momentos, aquellos en que el dolor superaba cualquier otra cosa, ahí estaba él, en mis recuerdos. Un príncipe. Que quizá, algún día, vendría a rescatarme. El único hombre cercano a mi vida, que no me había golpeado. Qué curioso suena eso. Si no te hubieras ido, si no estarías a punto de casarte, ¿qué sería de nosotros? Si no estaría tan roto, tan vacío, tan patético, con tantas cicatrices…



—Nathan… ¿no crees que deberíamos…? —hablar.



—¿Noah?




Me paré bruscamente. Estaba seguro que era su voz. Elevé la vista. Temblé, en una mezcla de frío y terror. Sus ojos negros se clavaron en Nathan y luego en mí. ¿Por qué? ¿por qué diablos estás aquí?




—Jason —todas mis fuerzas, las pocas que quedaban, fueron puestas en sonreír en aquel momento—. ¿Qué haces por aquí?




Sonríe. Quítale importancia. Si luces preocupado, pensará que es por algo.

Sólo esfuérzate una vez más. Sólo un poco más.

Mierda.




—Tenía tiempo libre en el trabajo e iba de camino a almorzar contigo —estaba molesto, podía verlo en su expresión. Parado, unos pasos a distancia, imponente—. Te llamé pero no contestaste.



—¿En serio? —palpé mis bolsillos—. Lo olvidé en la tienda, al parecer —sentí que mi corazón iba a salirse de su cavidad torácica—. Lo siento, él es Nathan. Un viejo amigo del instituto —lo presenté. Lo miró con el ceño fruncido. Caminé unos pasos hacia adelante.



—Ya veo.



Está enojado, lo sé.

 

—Un gusto conocerte, Jason —habló Nathan, extendió su mano para estrecharla. Lo observé de reojo y en su rostro pude ver una expresión que jamás había visto. Por otro lado, el otro lo observaba altanero, con desprecio. Incomodidad.



Sonríe. No dejes de sonreír despreocupadamente.

No tiembles.

Sólo ibas a almorzar con alguien.

Podría jurar, por un segundo, que Nathan a mi lado, notó cómo mi cuerpo tiritaba.




—Igualmente —le sonrió con sarcasmo—. Ven aquí, Noah —clavó sus ojos azabaches en mí. Tragué saliva y obedecí—. Espero que sepas disculparnos, Nathan —prendió un cigarrillo—. Imagino que comprendes que todos tenemos prioridades —colocó la palma de su mano libre en mi nuca. Propiedad.




Todos tenemos prioridades, ¿verdad, Nathan? Y lo entiendo, debemos hacer otras cosas. Está bien. Nadie anhela a una persona por tantos años, eso sólo pasa en las películas. Lo miré por última vez y sentí frío. Quizá supo entender por mi mirada que me estaba disculpando por la situación. ¿Vas a estirar tu brazo y jalarme hacia ti? ¿vas a ser el salvador que siempre estuvo en mi imaginación?



—Seguro. Nos vemos —sonrió.



Supongo que no.

Esa es la primera vez que veo esa clase de sonrisa.

¿Estás enojado? ¿indignado? Ahora sabes con la clase de persona que estoy.

Quise mirar atrás, pero la palma de su mano estaba en mi nuca impidiendo girarme.




—Jason, estás apretando muy fuerte mi cuello—susurré.



No dijo nada.

Pero disminuyó la fuerza de su agarre.



Fueron las cuatro manzanas más largas de mi vida. No sabía dónde íbamos, tampoco pregunté; después de todo, tampoco importaba. Mis pensamientos me inundaban por completo: si estaba enojado, celoso; si quizá finalmente iba a matarme. Cada paso que escuché, rogué que fueran de él. Está bien, después de todo, debe ser así. Cuando entramos a la habitación, sentí el miedo.




—¿Quién diablos era ese tipo? —aflojó su corbata con molestia.



—Ya te lo he dicho en el ascensor—suspiré. Miente bien. Asegúrate de mentir bien, Noah—. Es un viejo conocido del instituto y fue a la tienda con su prometida, para encargar los ramos y centros de mesa. Nada más. Íbamos a almorzar para hablar de los típicos recuerdos de mierda del instituto —quité mi abrigo. Lo dejé sobre el sillón al costado de la puerta—. ¿Estás celoso acaso? —cambia de tema. Me miró con sus ojos negros. ¿Hay alguna posibilidad que sepas que estoy mintiendo, Jason?



—¿Celoso? ¿de alguien como él? —tomó mi barbilla, sonrió con sarcasmo—. Sé que nunca podrá traerte a un lugar como éste, Noah.



—Sí, tienes razón.




Eso es todo, después de tantos años.

Una suite, sábanas de seda, sillones de terciopelo.

Eso es todo lo que necesito, ¿verdad? Lujos. Si hay suficiente oro, puedo soportar que me golpees, ¿verdad?

Quizá siempre fuiste así. Quizá debería haberlo sabido.




Me empujó a la cama. Lo observé desabotonar su camisa. Rápido, que ésta mierda termine rápido. Colocó su cuerpo sobre el mío. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral.

No quiero.

Realmente no quiero.



Besó mis labios y cerré los ojos. Su lengua se adentró en mi boca y chocó con la mía. El tacto de sus manos acariciándome el abdomen se sentía helado. Rápido, sólo termina rápido. Giré el rostro hacia un costado al mismo tiempo que me besaba el cuello. Apreté los puños en su espalda. No llores, maldición, Noah.



—Estoy aquí —susurró en mi oído.



¿Me notas ausente?

Quizá lo estoy.



Abrí los ojos y me encontré con los tuyos. No quiero ver tu rostro y sé que tú tampoco quieres ver las cicatrices que dejaste en mi espalda. Quizá por eso es que aún no estoy en la misma posición que solía gustarte tanto.



¿Debería parecer que lo estoy disfrutando? Después de todo, somos una pareja que se amaba, haciendo el amor. Quitó por completo las ropas que cubrían mi torso. Hace meses que no me toca así, quizá por culpabilidad; quizá por miedo. ¿Y ahora? Por un mero sentido de la pertenencia, una especie de celos sin razón. Sólo para recordarme a quién pertenezco. Piensa en otra cosa.



—Sí, lo sé. Estás aquí.



Lamentablemente, lo sé.

Desearía estar en cualquier otro lugar.

Parpadeé.



Sus cabellos rojos me rozaron la mejilla, causándome cosquillas. Tragué saliva, mordí mis labios al observar aquel lunar en su clavícula, sentí cómo mi entrepierna palpitó. Maldición. ¿Alguna vez te he dicho que amo tu rostro? Acaricié con la yema de mis dedos desde la frente, hasta su barbilla. Cada poro de su piel, me enloquece. Clavé mis uñas en su espalda cuando besó mi cuello y solté un gemido al sentir sus dientes clavarse levemente en mi piel, su cálida lengua subía despacio hacia mi oreja, su barba a punto de crecer me raspaba.



—Noah.



Shh. No hables, Nathan.

Esa no es tu voz, es la de Jason.

Te besé, para sellar tus labios.



A diferencia de hace años, era un beso agresivo, brusco. Enredé mis dedos en su cabello y lo tironeé suavemente. Justo como la primera vez. Gemí en su oído al sentir sus manos en mi entrepierna. Si hubiéramos hecho esto antes, ¿qué hubiese pasado?



—Sólo ponlo dentro —susurré, escondiendo mi rostro en su cuello.



—Pero…



—No digas nada. Está bien.



Sólo cállate.

Sentí el frío lubricante sobre mi piel.



Su rostro levemente sonrojado, su boca entreabierta, aquellos jadeos suaves en mi oído. Eran como mi imaginación, quizá; porque no era más que un producto de ella. Inundó mi cuerpo por completo. Apreté su espalda, mordí su hombro y me aferré con mis piernas a sus caderas. La calidez de su cuerpo, su transpiración mezclándose con la mía entre cada embestida. Apoyó su frente sobre la mía y me miró. Sus ojos miel, su respiración contra mi rostro, aquella sonrisa que tanto adoro. Cuánto te he extraño. Cuán diferente sería mi vida si esto fuera aunque sea meramente real.



Porque tú no me lastimarías, ¿cierto?



—Te amo —susurré rozando la punta de su nariz con la mía.



Lo besé, mordí sus labios levemente al sentir la corriente eléctrica recorrer mi cuerpo por completo. La calidez inundó mi cuerpo y cuando abrí los ojos nuevamente, ahí estaba él.



Después de todo, ¿quién más estaría?



Me sonrió con altanería. Tomo mis muñecas fuertemente y las colocó sobre mi cabeza. Sí, sabía que esto sólo acababa de comenzar. Me embistió con fuerza, profundo y mordí mis labios para contener el grito. El sexo suave no es tu estilo ¿verdad, Jason? Mordió mi cuello con furia, sentí la sangre deslizándose sobre mi piel. Todo dolía mucho más después de un orgasmo. Me colocó de costado, el peso de su cuerpo estaba sobre el mío, impidiéndome cualquier movimiento. Después de todo, ese es tu fetiche. Clavó sus dedos en mis caderas que a éste punto estaban entumecidas. Tragué saliva en cuanto colocó una de sus manos en mi cuello.




Fuerte, violento, brusco.

No puedes evitar ser una maldita bestia, ¿no es así?

Puede que por eso no me toques.

Porque sabes que es tu naturaleza lastimarme.

Cerré los ojos.

Quizá, funcionaría una vez más. Lógicamente, estaba equivocado.








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