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I find peace in your violence. por Ulala

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Si tuviera que describir el dolor de cadera, sería principalmente con la palabra molesto. Al levantarme, me tambaleé. Apoyé las puntas de los dedos en la pared, sintiendo mis piernas temblar, el semen frío, casi seco, resbalaba por mis muslos. Él no estaba. No lo busqué, no era necesario. Eché una rápida mirada a la mesa cerca de la puerta, antes de dirigirme al baño. Había una nota.

 

 

Lo siento, tuve una llamada de trabajo.

Aquí te dejo dinero, puedes pedir lo que quieras.

 

 

Solté una risa sarcástica. Como si luego de acabarme dentro, con todos los intestinos revueltos, tendría algunas míseras ganas de ingerir algo, como si necesitara su maldito dinero. Entré a la ducha e intenté con todas mis fuerzas quitar la sensación de suciedad. Fue en vano. Cada vez que recordaba su rostro, mirándome con aquella expresión de satisfacción, aquella satisfacción que le daba someterme, quería arrancar cada centímetro de mi piel.

 

Una parte simbólica de mí, quizá; sentía como que aún parte de él seguía dentro mío. Me revolvió el estómago. ¿Desde cuándo era así? ¿desde hace cuánto ignoro lo mucho que desprecio que toque mi piel? O también, lo mucho que me aterra. El ambiente a su lado siempre es denso, terrorífico. ¿Qué decir, para no molestarlo? ¿qué no hacer para evitar desatar la furia que lleva dentro? 

 

Salí de la ducha y me vestí rápidamente, tenía que volver. No le avisé nada a Annie y por supuesto, tampoco tenía mi celular. Las circunstancias fueron así. Suspiré con frustración, mientras me apoyaba en la esquina del ascensor. Observé el reloj en mi muñeca: siete y media. Si me apresuraba, podría llegar antes de que cerrara. Cuando me bajé del taxi al llegar, intenté, como todos los días, preparar el rostro para mentir.





—Annie —saludé con una sonrisa, ella se giró—, lo siento por hoy. Tampoco pude avisarte, ya que olvidé mi celular aquí y...

 

—No hay problema, de todas formas no hubo mucha gente hoy —sonreí, pasé por su lado rápidamente y tomó mi muñeca—. Oye, no te ves bien.

 

—No es nada. Creo que me habré agarrado alguna peste —solté unas risas y rasqué mi cabeza despreocupadamente. Cada vez mi garganta picaba más, por esforzarme en hablar.

 

—Noah, ¿ha vuelto a hacer algo? —me miró seria.

 

—No, no… en serio, no es nada —me zafé del agarre y caminé hacia la oficina.

 

—¿Vas a tomarte algunos días? —preguntó apoyada en la puerta, como si supiera que era justamente de lo que quería hablar.

 

—Sí —intenté disimular el dolor al andar y las ganas de toser, pero sé perfectamente que lo notó—. Sólo es por éste fin de semana —lo suficiente para descansar del rostro de Nathan.

 

—Cuídate. Si necesitas algo… ya sabes.

 

Respiré en cuanto salí de su vista. Mi forma de caminar, mi voz, mi expresión. Siempre cuidada, siempre sonriendo. Miré de reojo mi reflejo en la vidriera situada a mi izquierda: efectivamente, luzco deplorable. Maldición. El celular vibró en mi bolsillo.



Hey. Esa fue una situación incómoda, creo. 15:30

¿Todo está bien? 16:14

Maldición. Olvidé que no tienes tu celular. 18:26

Avísame cuando llegues a tu casa. Seriamente tengo que dejar de spamear. 19:50



Cuatro mensajes de él. Escondí mi rostro entre la bufanda. Todo está bien, por supuesto. Sólo soy un cobarde. ¿Acaso soy una princesa atrapada en una maldita torre? No, sé que no. ¿Que le avise cuando llegue a mi casa? Sonreí de manera estúpida. ¿Qué diablos se supone que debo responder? ¿quiero verte? ¿que siento que su sonrisa podría arreglar todo? No. Por supuesto que no.

 

Podría haberme esforzado más en huir, quizá. 

Desaparecer, cambiar mi nombre, mi cabello, no lo sé. 

Supongo que pensé, que usaría todos los medios a su alcance para encontrarme.

Nunca lo sabré y ahora en mi mente, parece ser demasiado tarde. 



“Todo está bien. Y estoy en casa, si eso es relevante” 

Lo envié.



Pasé a comprar algo para comer de camino y llegué a las nueve. La casa estaba a oscuras y me dirigí directamente a la habitación. Ahí estaba su espalda entre la penumbra. Aguanté el suspiro, frustrado, agotado; que luchaba por salir de mi garganta. Quité mi ropa y me coloqué el pijama. 

 

Deslicé mi cuerpo con terror sobre las sábanas. Sabía que no estaba dormido, es temprano. Le di la espalda y colocándome lo más cerca posible del borde, rogué que su piel no tocara la mía. No hagas ruido al respirar. Mordí mis labios y sentí ganas de llorar. 

 

¿Cuándo llegó a ser así? 

 

Recuerdo aquellas noches frías, donde apenas al acostarme, me cubría con sus brazos para calentar mi cuerpo helado. Las risas, al hacerme cosquillas. Las veces que besaba mi nuca al desearme buenas noches. 



¿Cuánto llevamos así?

 

 

¿Quedará algo, Jason? Algo mísero, por pequeño que sea; algo por lo cual luchar. No lo sé. Podría girarme, abrazarlo y decirle que todo estará bien. Pero no es así. Aguantando las lágrimas, con un nudo en la garganta, me dormí.



Cuando me desperté, casi a regañadientes, oí su respiración tranquila, suave, a mi lado. Lo observé por algunos segundos. Justo así, tal y como ahora, con su ceño sin fruncir, aquella expresión relajada, casi infantil, era Jason. Ese que alguna vez conocí en una clase de estadística. El mismo que me hechizó con su sonrisa. Estiré mi brazo, hasta que las puntas de mis dedos casi tocaron su piel. Frené en seco. Me levanté sin hacer ruido. Ya en la cocina, suspiré con frustración al notar que no había nada. 



En completo silencio, con cuidado de no despertarlo, cogí la primera ropa del armario que encontré y salí a comprar. Diez de la mañana y ahí estaba yo, en una cola interminable de un supermercado, con sólo cuatro cosas en el carro. Unos malditos huevos, café, leche y jamón ¿y todos los demás delante mío? Pues planeaban comprar media franquicia, teniendo en cuenta la cantidad de cosas que llevaban. 

 

 

—¿No has escuchado rumores sobre su hija? Pobrecita. Dicen que es una drogadicta.

 

 

Entorné los ojos al escuchar a las damas delante mío hablar, sólo porque el aire es gratis. Suspiré sonoramente al escuchar la expresión sorprendida de la otra. ¿Por qué diablos hay una sola fila en éste maldito lugar? Todos, absolutamente todos delante mío decidieron pagar con tarjeta de crédito. Y ahí, de nuevo, estaba yo, intentando no matar a todos los presentes del establecimiento. Finalmente, treinta y cinco minutos después, salí. 

 

Subí por el ascensor, coloqué la llave dentro de la cerradura. Esperé que no estuviera despierto. Una parte de mí, quería quizá creer que era posible tener un desayuno normal, como en los viejos tiempos.  Cuando caminé por el pasillo, observé su espalda, sentado en el desayunador. Dejé las bolsas en la mesa del comedor. Algo estaba mal.



—¿Jason? —no hubo respuesta. Tragué saliva, caminé despacio hacia donde estaba—. Hey —coloqué suavemente una mano en su hombro. Eché una mirada rápida al mármol delante de él: alcohol.

 

—No me toques —apartó mi mano con brusquedad. 

 

—¿Qué sucede? 



—Tú nunca vas a perdonarme ¿verdad? 

 

—¿De qué estás hablando? —mi corazón latía agitadamente. Me costaba hablar—. No deberías estar tomando…

 

—¡Cállate! —se levantó. Retrocedí un paso. Observé su espalda, sus puños apretados—, no importa qué haga, no importa qué diga… las cosas no volverán a ser iguales. Te lastimo… Noah. Siempre lo hago.

 

—No… no es así… yo…

 

—¡No me mientas! —tiró la copa hacia la pared con furia. Los vidrios quedaron en el suelo, el líquido, impregnado en la pared. Intenté no demostrar el terror que sentía en ese momento.

 

—Todo está bien, cálmate —habla tranquilo, no demuestres nada. Estiré mi mano hacia él, como alguien se acerca a un cocodrilo hambriento, temiendo que muerda tu brazo entero. Calma. Despacio. Tomé su muñeca. Me abrazó. 

 

Ya está. Todo está bien. 

Dolía. Me apretaba con fuerza, como si fuera a quebrarse en dos.

No podía respirar. 

Apretó mis brazos.



—Nada está bien, Noah —su voz se quebraba. Mi espalda terminó contra la pared y sus dedos en mi cuello—. Tú no sabes nada —no, no otra vez—, tú no sabes lo difícil que es ver lo que te he hecho todos los días. No lo sabes. Quiero olvidarlo todo. Quiero drogarme hasta que desaparezca —intenté alejarlo con mis brazos, mis piernas se separaban del suelo—. Esos temblores, esos sudores fríos, no los aguanto. No los soporto más. Es una tortura. Siento que vas a irte en cualquier momento. Que vas a dejarme, que vas a desaparecer —besó mis labios entreabiertos, que luchaban por poder respirar—, y sabes que no puedo permitir eso. 

 

—N-no… no m-me iré —musité. Las lágrimas salían de mis ojos. Su aliento desprendía fragancia a alcohol.

 

—Tu rostro… es tan hermoso incluso ahora —lamió las lágrimas que bajaban por los pómulos. 

 

Sólo mátame.

Si eso es lo que quieres, sólo hazlo.

Déjame en paz. 

Nathan… 

 

—T-te a-amo —susurré. 

 

Su agarre cedió y caí al suelo. Dolía. Tosí una y otra vez, con mi nariz pegada al suelo, sosteniéndome con la palma de mi mano. Un hilo de saliva descendió por mi boca, las arcadas atacaron mi garganta, haciendo que lágrimas brotaran de mis ojos. 

 

¿Por qué?

¿Por qué a mí?

¿Por qué me quedé aquí?

Quiero irme.

Quiero salir.

No puedo quedarme aquí. 

No quiero verlo. 

Al fin y al cabo, no importa qué; nada va a cambiar.

 

¿Qué si en realidad, Jason no es lo peor? ¿qué si cualquier persona puede ser un monstruo como él? ¿qué si todos cambian, se transforman? Quizá lo merezco, quizá merezco cada parte de todo



—Lo siento.

 

Está bien. Es mi culpa. Te hice enojar, ¿verdad?

 

Levanté la mirada y me encontré con sus ojos negros. No lo sientes, lo sé. Tienes esa mirada excitada, llena de emoción, sí, porque al fin y al cabo, eres feliz viéndome miserable. Lo sé. Estás enfermo, en muchas formas. Quizá yo también por permitirte llegar tan lejos.

 

Una parte de mí ruega que todo termine. Pero cuando el momento llega, cuando veo aquellos ojos siniestros, esperando estallar en cualquier momento, tengo terror. Terror, a que algún día simplemente me mate, como alguien mata una mosca o a una hormiga insignificante. La ley del más fuerte. 




Creo que estamos enfermos. ¿La locura será contagiosa? Sin saber por qué, sonreí. ¿Qué diría mi padre ahora? “Te lo mereces” Sí. Y mi madre estaría asintiendo detrás de él.  Una parte de mí murió cuando notó que aquel hombre que estaba frente a mí en ese momento, no era el mismo del que me enamoré. Corrió su cabello hacia atrás. Nos miramos en silencio, como si ya no hubiera nada qué decir. 



Terminemos.

Eso es lo que mi boca quería gritar. 

Sin embargo, se quedó en silencio.

El timbre sonó. Los dos nos miramos. 

Me levanté rápidamente. 

 

—Vete a la habitación —susurró, delante de la puerta. 

 

Y obedecí. ¿Quién querría ver semejante escena? Los ojos hinchados, el cuello rojo, con las marcas de sus dedos, apenas pudiendo pronunciar una palabra. Apoyé mi espalda sobre la puerta y me dejé deslizar. 



—¿Qué te trae por aquí? 

 

—¿No puedo venir a ver a mi hijo?

 

—Por supuesto. 

 

—¿Dónde está Noah?

 

—Salió. 

 

—Ya veo. Mejor aún —hizo una pausa—. Espero que no estés volviendo a tomar, Jason. Sabes que eso sería un problema —sentí su voz más cerca. Me estremecí—. Necesito que me acompañes a un viaje de negocios. Es más que nada, una visita social —escuché el vidrio, como si alguien lo pisara—, será poco tiempo, de todas formas. 

 

—¿Cuándo?

 

—Hoy en la noche. ¿Tienes algún compromiso?

 

—No, estoy libre.

 

—Bueno, haz tu maleta. También hay algo que debemos hablar respecto a tu futuro. Ya deberías saberlo.

 

—Sí, sí. Te llamaré cuando termine. 




La puerta se cerró. Sentí que pude volver a respirar nuevamente. Golpeó la puerta suavemente. Me levanté y él entró. 

 

—Noah —susurró. Estiró su brazo, cerré los ojos mientras temblaba. Sus dedos estaban en mi barbilla—. Lo siento por eso. Es que… me desperté, no estabas y realmente me aterré.

 

—Está bien —levanté la vista. La garganta me dolía al hablar.

 

—¿Estarás bien sin mí un par de días?

 

¿En serio tienes las agallas de preguntar eso? Qué hijo de puta. Sonreí falsamente. Le ayudé a empacar. Cada segundo que pasaba hasta que la hora llegara, se hacía más largo. Vete. Sólo vete, maldición. La puerta se cerró. Respiré. Me sentí aturdido, como si finalmente la realidad cayera ante mis ojos. Me obligué a comer y nuevamente sentí arcadas. La garganta aún me dolía. Podía sentir sus dedos, aprisionando. Observé de reojo mi celular sobre la mesa. ¿Estará preocupado? Sonreí con sarcasmo. Eso no importa. 

 

Podría irme. Justo ahora, podría levantarme e intentar desaparecer. Quizá, ir a casa de mis padres. ¿Cómo estarán? ¿dónde, siquiera? ¿Ir a hablar con Nathan? ¿contarle lo cobarde que soy? Que vea mis cicatrices, las marcas en mi cuerpo. Quise llorar nuevamente. Impotencia. Fracasas, te deprimes y sigues fracasando. Es un círculo vicioso, del cual no puedo salir. 



Trabajar. Eso es lo mejor cuando quieres despejar tu cabeza. Ahí estaba yo, a las ocho de la noche caminando hacia mi trabajo. Las estúpidas carpetas quedaron ahí y las necesito para los bocetos. A unos metros de distancia, lo vi. Parado frente a la tienda, apoyado contra la baranda que separaba la calle de la acera, iluminado por un foco. La gente pasaba y yo sólo lo miraba a él. Mágico. Tenía un cigarrillo en sus labios y la mirada perdida. Podría haberlo observado por horas, pero de repente, su rostro se giró. Me quedé paralizado, intentando pensar qué hacer. Y mis piernas se movieron solas hacia adelante.

 

—Hey. 

 

—Te preguntaría qué haces aquí parado como un acosador, pero es ciertamente preocupante —sonreí, me apoyé en la baranda a su lado. Pensé en lo mucho que me gustaría un cigarrillo. Mi garganta picó.

 

—Sólo estuve pensando —hizo una breve pausa—, que éste es el único sitio que nos conecta. No sé dónde vives, no conozco a nadie de tu entorno y tu celular estaba apagado. Tenía… ¿cómo decirlo? —pitó del cigarrillo y dejó caer la ceniza—, una sensación extraña. Y me preocupé. Así que simplemente pensé en venir.

 

Una parte de mí lo escuchó. La otra, simplemente lo observaba, cómo sus labios se movían lentamente; cómo su cuerpo tiritaba, no sé si de frío, no sé si de nervios. ¿Qué diablos hacemos aquí, teniendo una conversación a ésta hora en pleno invierno? Mi garganta ardió. Todavía falta para que se noten los moretones. Lo sé, sólo por experiencia. 

 

—¿Preocupado? —fue lo único que alcancé a decir. Era la palabra que más me llamaba la atención. 

 

—No te veías bien y ahora te ves peor —me dirigió una mirada rápida—. ¿Qué sucede con tu voz?

 

Si alguno de éstos días muero,

me gustaría un ramo de tulipanes.

Eso es lo que pensé en decirle. 

Tragué saliva con dificultad.

 

—Gracias por el halago —sonreí de lado, mientras me enderezaba. ¿A qué había venido yo? Intenté recordar.

 

—¿Ya te vas?

 

—Sí. 

 

—Es una linda noche —suspiró y tiró el humo por su boca.

 

¿Quién diablos te dijo que podías ser tan perfecto? Escondí mis manos en los bolsillos y le di la espalda.

 

—Iba a tomar algo, ¿quieres venir? 

 

Apenas entramos, la nostalgia me golpeó en el abdomen. El olor a alcohol, la música y luces tenues. La cerveza brillaba como el oro, al igual que los ojos de Nathan. Una extraña sensación de nerviosismo me cubrió todo el cuerpo. No era la primera vez que estábamos solos, no era la primera vez que estábamos sentados mirándonos a los ojos, pero así lo parecía. Sus pecas, parecían ubicadas perfectamente en su nariz, los cabellos caían sobre su frente, su boca, la forma de sus comisuras… maldición. Tomé rápidamente el vaso de cerveza bajo su mirada sorprendida. Mi cuello dolía y mi garganta ardió. Pude sentir la sangre acumularse en mi nuca, ahora cubierta. 

 

Una parte de mí sintió que él supo que algo pasaba. Por cómo me miraba, esperando el momento para decir algo. Me preguntó si quería comer y me negué. En mi cabeza, las ideas rondaban, creando neblinas, tormentas. ¿Por qué cada vez que me miras, tienes esa expresión? Levanté la mirada de mi vaso vacío. Pedí otra cerveza.

 

¿Cuánto tiempo hace que no tomo ni una gota de alcohol? No lo recuerdo. Había dejado todo, cada sustancia estúpidamente nociva, cada anestesia a los golpes. Aún recuerdo el olor al Jack Daniels en mi aliento al despertar; otras veces, era el sabor ácido del vómito. Los shots mezclados con el café, porque así se empezaba mucho mejor la mañana. 

 

Sí, curiosas épocas.

¿Qué hubieras dicho de mí, Nathan?



—Qué cosas estarás pensando —la sonrisa en su rostro era irónica. 

 

—No quieres saberlo —devolví la sonrisa y volví a tomar. El alcohol comenzaba a hacer efecto, pude sentirlo, cuando mis pensamientos comenzaron a transformarse. 

 

—Noah —su voz grave, profunda, perforó cada centímetro de mi cuerpo. Me miró a los ojos—. Si hay algo que necesites… hablar o lo que sea, sabes que puedes…

 

—No, no entremos en éstos temas —intenté sonreír—. Realmente no es necesario.

 

—No es mi intención incomodarte, sólo…

 

—¿Quién eres, Nathan? Me preguntas sobre mí, pero jamás dices nada. 

 

—¿Qué?

 

—Nunca hablas de ti. Cada vez que un tema se pone muy personal, bromeas y escapas con una sonrisa. 

 

—Oh, sobre eso —me dirigió una última mirada antes de tomar del vaso—. No tengo mucho que decir sobre mí —pocas veces había visto su rostro serio, mirándome directo a los ojos. 

 

—Nunca hablas del pasado. No hablas de… lo que pasó —agradecí al alcohol—. Ni qué hiciste cuando te fuiste, ni de tu prometida. No mencionas nada. Como si no estuviera ahí —sus ojos brillaban entre la tenue luz. Me miraba atento, observando cada detalle de mi rostro, cada expresión. 

 

—¿Del pasado? —sonrió—. ¿De aquella tarde en mi habitación, dices? —agarró mi barbilla entre sus dedos y temblé—, ¿quieres saber, si me arrepiento de no haber dicho nada más en ese momento? ¿si maldigo cada instante de mi existencia por no haber echado tu puerta abajo de ser necesario para ver tu rostro? Me hubiera gustado no haber sido un mocoso. Tener el control de algo en ese momento y decirte que ibas a estar conmigo. Quizá nada de esto hubiera pasado, ¿sabes? —me soltó y tomó un sorbo de cerveza—. Quizá esas marcas que tienes en el cuello, no estarían ahí. 

 

No reaccioné. Sentí que mi corazón dejó de latir por algunos segundos. Mi pecho se oprimió. Me cubrí rápidamente y me levanté. Vergüenza. Quise morirme. ¿Desde hace cuánto lo sabía? Fui descuidado. Me dirigí a la puerta, ignorando su voz llamándome. Respiré agitadamente, algo se estaba rompiendo en pedazos. Eran demasiadas cosas para procesar. ¿Estar conmigo? Cubrí mi boca para tapar el sollozo que amenazaba con escapar. Creí escuchar pasos detrás mío, pero era tarde. Cuando lo noté, ahí estaba yo, siendo aprisionado contra una pared. 



—Noah —su frente estaba pegada a la mía—. Deja a ese tipo —susurró en mi oído. Mis piernas temblaron—. Déjalo. Es un hijo de puta —tomó mi mano y la entrelazó con la suya—. Responderé lo que quieras, haré lo que quieras —me miró directo a los ojos, su aliento estaba en mi rostro y cada palabra, fue susurrada a centímetros de mis labios, rozándolos. 

 

Era sólo un centímetro. 

Casi, una parte de mí se deja llevar. 

Cuando sus labios tocaron mis pómulos.

Cálidos, suaves. 

Su barba a medio crecer me raspaba levemente.

 

 

—Cállate —mi voz temblaba, casi tanto como todo mi cuerpo. 

 

—No voy a callarme. Puedes decirme, confiar en mí y buscaremos…

 

Sus labios seguían rozando los míos en cada palabra. 

Pero aún así, Nathan, no tienes el valor ¿verdad?

Yo tampoco.



—No buscaremos nada. No te metas en mi vida —lo aparté bruscamente.



¿Confiar en ti? 

¿Cómo podría meterte en ésta mierda?

No sabes.

No sabes nada.

¿Y tu prometida?

¿Y tu futuro?



—¿Cómo diablos puedes decir eso? —su expresión parecía dolida. 



—Hace años no nos vemos. No me conoces. Sólo estás intentando revivir una imagen pasada, de mi yo pasado; que ya no existe. El Noah de hace cinco años está muerto, Nathan. Quizá es hora de que te enteres de eso. No soy el mismo, jamás lo seré. Lo siento. Sólo no te metas en mis malditos asuntos. 

 

Tomé el primer taxi que vi. Lo observé por el rabillo del ojo, parado, en el mismo lugar. No le di indicaciones, sólo que manejara. Y suerte para mí, no pasó mucho antes de pasar por otro bar. Justo como antes, el alcohol cumplió su función de anestesia: mágico, divino, celestial.

 

Sabes que te haces viejo, cuando los oídos te zumban al oír música demasiado fuerte. Y sabes que estás borracho, cuando eso ni siquiera te molesta. Quise golpearme en el rostro para olvidarme del hecho que había sido un idiota. Maldición. Apreté los puños y corrí mi cabello hacia atrás con frustración. ¿Quién diablos diría que no a semejante proposición? Sólo yo. Por ser un cobarde. 

 

¿Qué si se decepciona? ¿qué si piensa que soy una mierda por todas las cosas que he hecho? ¿qué dirá si le digo que hace años no hablo con mis padres porque me da terror que vuelvan a rechazarme? ¿qué pensará? Clavé las uñas en mi cuero cabelludo. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral al recordar su aliento sobre mi rostro. Dios sabrá cómo me contuve para no besarlo, porque yo no lo sé. 

 

Salí afuera, tomé un taxi nuevamente. El tiempo pasaba lento. Observé en el reloj: 2 a.m. El taxi que estaba destinado a mi casa, jamás llegó. Cambié el destino.

 

Subí las escaleras, agarrándome fuertemente de la baranda. Golpeé la primera puerta. En aquel momento imaginé qué pasaría si no era. Esperé, parado, mientras mis piernas temblaban, parte de frío, parte de nervios. Se abrió y para mi fortuna, era la correcta de tres. Me miró sorprendido. Se corrió a un lado para que pasara.



—¿Tu prometida? —lo miré directo a los ojos.

 

—No vivo con ella y tampoco vendrá.

 

—¿Es así? —sonreí de lado. Di un paso hacia adelante, escuché la puerta cerrarse a mis espaldas. 

 

Me di la vuelta, estiré mi brazo hacia su cuello, jalándolo levemente hacia abajo, nuestros labios volvieron a rozarse y ésta vez fue él, quien colocando sus manos en mi cintura y pegándome a su cuerpo, me besó. Sus dedos se deslizaron a mi rostro y terminaron en mi cabello. Delicado, despacio. No era como imaginé, ni como recordaba, no. Era mucho mejor. 

 

Notas finales:

AAAAAAAAA LO SÉ DESAPARECÍ DE NUEVO. Podría decir alguna excusa pero me colgué (? So, nada, espero que lo disfruten y perdón <3


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