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LOS OJOS… SON EL REFLEJO DEL ALMA... por KATSUYA

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Notas del fanfic:

 

 

Quiero aclarar que esta historia ya la he subido anteriormente, pero lo hice usando los personajes de Yu – Gi – Oh. Ahora, la he vuelto a subir pero en esta ocasión estoy creando mis propios personajes. Hago esta pequeña aclaración, por si algún lector ya ha leído esta historia pero en la categoría del anime que mencioné anteriormente, y también, le he hecho cambios al capítulo 1. Y a la vez decirles que a los demás capítulos les haré algunos cambios. Espero no enredarlos y que disfruten de esta maravillosa historia.

Notas del capitulo:

 

 

AUTORA: KATSUYA

 

PAREJAS PRINCIPALES: Ricardo/Andrés.

 

OTRAS PAREJAS: Gregorio/Diego, Reynaldo/Dakarai, Teodoro/Edgardo, entre otras.

 

CATEGORÍA: Originales.

 

DECLAIMER: Los personajes de esta historia son de mi propiedad, así como la trama.

 

 

 

Capítulo 1: Discriminación…

 

Un niño se encontraba sentado solo en una de las bancas de la escuela, miraba como otros niños jugaban y se divertían. Estaban en su hora de recreo, y todos reían y gozaban de las travesuras de sus amigos, todos excepto uno. Este niño era el único que no tenía amigos en la escuela, prefería mil veces hacerse a un lado, no quería llamar la atención de nadie, su mirada era triste, observaba como todos sus compañeros compartían su refrigerio con los demás, en cambio él no tenía con quien hacerlo y lo peor de todo es que ni siquiera había traído algo de comer y se moría de hambre, ya que desde ayer este pequeño no había probado alimento. Unas finas lágrimas comenzaron a salir de sus hermosos ojos, deseaba tanto poder tener aunque sea un amigo con quien platicar, divertirse y hasta jugar. Un amigo que le hiciera olvidar sus penas aunque sea por un segundo. Y en vez de eso, lo único que recibía era maltrato y burlas por parte de sus compañeros, siempre buscaban la manera de hacerlo sentir mal, lo ofendían y lo humillaban hasta el cansancio. No entendía porque él tenía que soportar algo así, no entendía porque lo molestaban tanto si él no se metía con nadie. Tan metido estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta cuando un grupo de niños se habían reunido a lo lejos para tramar algo.

 

—Ya lo vieron amigos.

 

—Mírenlo, es patético.

 

—De seguro está deseando poder encajar en esta escuela.

 

—A lo mejor ha de tener hambre.

 

—Pueda que tengas razón, ya que ese fenómeno nunca trae comida. —En cuanto terminó de hablar, se miraron unos a otros con maldad, medio sonrieron y uno de ellos dijo:

 

—Trajiste lo que te pedí.

 

—Por supuesto que sí.

 

—Ja, ja, ja, ja… —Reían todos.

 

—Perfecto, esto será muy divertido.

 

— ¿Qué planean hacer?

 

—Hay Carlos, tú siempre andas en la luna.

 

—Es cierto, nunca pones atención a nuestros planes.

 

—Bueno ya, tampoco es para que se enojen conmigo.

 

—Ya basta, dejemos eso a parte y escúchenme el plan.

 

Una vez que planearon lo que iban a hacer, decidieron ir todos juntos hacia donde se encontraba el niño, en cuanto llegaron hicieron un círculo alrededor de él.

 

—Hola, ¿quieren jugar conmigo? —Preguntó con inocencia al ver que un grupo de compañeros de su salón se le habían acercado.

 

—Claro que si, a eso hemos venido, ¿no es así?

 

—Sí, si, por supuesto. —Contestaron todos al mismo tiempo.

 

— ¡Qué bien! —Exclamó muy contento, mientras se ponía de pie. — ¿A qué jugaremos?

 

—Espera, alto, antes de jugar contigo, mis amigos y yo hemos decidido compartirte algo de nuestra comida. —En lo que terminaba de hablar los demás se abstenían las ganas de reírse, pero no lo hicieron para no arruinar la diversión.

 

— ¿De verdad, harían eso por mí?

 

—Claro, ¿por qué no?

 

—Gracias, les prometo que un día les devolveré el favor. —Estaba a punto de llorar por la emoción que sentía en ese momento, por fin iba a tener algo en su estómago.

 

—No es para tanto, es un simple sándwich. —Se lo enseñaba para que el otro lo viera. —Te lo daremos con una condición.

 

— ¿Qué? Pídanme lo que quieran que yo lo haré con mucho gusto.

 

—De acuerdo, te vamos a tomar la palabra. —La otra persona se limitó en asentir con la cabeza. —La condición es que queremos que te lo comas todo.

 

Al niño se le hizo raro tal petición, pero con el hambre que tenía no pensó con claridad.

 

—Si, por eso no se preocupen, me lo comeré todo.

 

—En ese caso, aquí tienes un delicioso sándwich para ti solito. —En cuanto se lo entregaron, el niño no dudó en darle una buena mordida a ese sándwich, pero en cuanto lo probó, sintió asco y vomitó el pedazo que tenía en su boca.

 

—Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja… —Empezaron a reírse los demás niños cuando vieron la expresión en su rostro.

 

— ¿Qué pasó? ¿Acaso no te gustó?

 

—Yo… —Hacia lo posible por no llorar.

 

—Ahora, tendrás que cumplir tu palabra.

 

—Pero… Sabe horrible y el pollo está descompuesto.

 

—Eso no nos importa, tú aceptaste ahora comételo todo.

 

—Sí, tienes que comértelo todo, incluyendo el pedazo que tiraste en el suelo.

 

—Bien dicho Ernesto. —Apoyaron sus amigos.

 

—No, por favor, no me obliguen a comérmelo.

 

— ¿Quieres que te obliguemos a golpes?

 

—No… Snif, shif, snif, por favor… Snif, shif, snif.

 

—Entonces hártatelo de una vez.

 

—Sí, apúrate antes de que el recreo finalice.

 

—Te irá muy mal si lo vomitas.

 

El niño con lágrimas en sus ojos no tuvo otra opción que cerrar sus ojos y tratar de comerse el sándwich que tenía en sus manos, hacia lo posible por no vomitar. Mientras que los niños que lo molestaban disfrutaban mucho de su sufrimiento, reían a más no poder al ver como ese tonto se comía ese sándwich todo rancio, y de cómo evitaba las arcadas que se le venían, sin mencionar que su cuerpo temblaba y le dolía horriblemente su estómago. Finalmente, cuando logró comérselo, lo empujaron al suelo y lo obligaron a que se comiera el primer bocado que escupió en el suelo y como si se tratara de un perro, no tuvo alternativa más que recogerlo con la boca y tragar el último pedazo de ese pútrido sándwich.

 

—Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja… —Seguían burlándose de él, mientras aún se encontraba de rodillas en el suelo.

 

—Sí que eres un estúpido.

 

—Y tú que creíste que íbamos a jugar contigo, no eres más que un iluso.

 

—Así es, ¿quién querría ser amigo de un fenómeno como tú?

 

—Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja…

 

El niño lloraba a mares, desde el suelo veía como se burlaban de él, decidió levantarse del suelo y salir corriendo lejos de ese lugar.

 

—OIGAN, SE ESTÁ ESCAPANDO. —Gritó uno de ellos.

 

—Déjalo que se vaya, al fin y al cabo ya conseguimos lo que queríamos.

 

—Ja, ja, ja, ja, ja… Fue tan gracioso, nunca olvidaré la cara que ponía en cada mordida que le daba al sándwich.

 

—Sí, es cierto.

 

—De seguro salió corriendo directo al baño.

 

—Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja… —Fuertes carcajadas se escuchaban en el lugar, hasta se sostenían el estómago de tanto reírse.

 

—Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja… Eso sí que fue gracioso Ernesto…

 

Después de un rato, el sonido del timbre de la escuela sonó anunciando que el recreo había terminado. Y las clases siguieron normalmente.

 

Semanas después…  

 

La lluvia caía estrepitosamente, mientras el viento soplaba con fuerza y azotaba las frías y ahora húmedas calles de la ciudad de San Miguel, nadie lo suficientemente sensato caminaría bajo esa terrible tormenta si valoraba su salud, pero ese no era el caso para un pequeño niño de 10 años, que sin tener conciencia alguna y sin importarle la lluvia corría rápidamente entre las solitarias aceras. Era otra mañana como todas las demás para este niño, una rutina que ya se había acostumbrado hacerlo a diario, él era de piel clara, sus cabellos era ondulado de color castaño, sus ojos eran de color avellana, y su rostro era redondo y tierno.

 

—“Tengo que darme prisa, no puedo darme el lujo de volver a llegar tarde”. —Decía el niño conteniendo las ganas de llorar, en lo único que pensaba era en llegar a su destino, corría a todo lo que sus piernas le daban, al fin pudo divisar el edificio a donde tenía que llegar. Justo en ese momento cuando llegó, el sonido de un timbre resonó por todo el lugar, enfrente de la entrada del edificio había una enorme placa que decía: “EPCSM”[1]. Corrió en dirección a su salón de clases, todos los demás compañeros se le quedaban viendo con desprecio, muchos se alejaban de él y otros criticaban fuertemente por la condición en la que venía. Su uniforme aparte de estar todo mojado, estaba sucio de lodo, él sólo se limitó a dirigirse a sentarse a su mismo pupitre, que quedaba al final en un rincón del salón, ya que nadie se sentaba a la par suya.

 

El profesor de clases entró al salón, todos los alumnos se pusieron de pie al verlo llegar diciendo todos al mismo tiempo:

 

— Buenos días profesor.

 

Este era un joven de 15 años, era un poco alto de estatura, su cabello era de color negro, sus ojos eran cafés, él era un joven inteligente, pero sobre todo era muy bueno en los números, así que se dedicaba a dar clases en la Escuela para costearse sus estudios, traía puesta una camisa de vestir manga corta color beige y pantalón negro muy ajustado a su cuerpo. Después de que todos se sentaron, el docente alzó la mirada ya que estaba ordenando unas papeletas de calificaciones que más tarde entregaría, al levantar su mirada notó que nuevamente el niño de cabellos castaños se había sentado en el mismo lugar de siempre y que además estaba empapado.

 

—Andrés… ¿Otra vez ahí?

 

—Pro… Profesor Gregorio, yo…

 

No terminó de decir la frase ya que el docente le hizo señal con su mano de que se acercara hasta su escritorio. Él se levantó del lugar y caminó al frente, siempre recibiendo el desprecio de los demás. Una vez que se acercó al maestro éste le dijo:

 

—Pero mírate nada más, ¡estás todo mojado!… No me digas que otra vez te viniste corriendo bajo esta terrible tormenta.

 

—Yo… Yo, bueno… E… Este.

 

—No digas nada… —Le hablaba cariñosamente, posteriormente miró a sus  alumnos para llamarles la atención:

 

—Niños que sea la última vez que discriminen a su compañero de esta manera… ¿Han entendido?  — Expresó muy enojado.

 

—Siiiiiiiii. —Contestaron todos, pero a la vez con miradas crueles al castaño.

 

La materia que daba el joven era matemáticas, así que escribió un ejercicio en el pizarrón y luego se dirigió nuevamente a los alumnos.

 

—Niños, cuando yo venga quiero este ejercicio resuelto, y que lo hagan en absoluto silencio.

 

—Siiiiiiiii… —Respondieron la mayoría con desgano.

 

Luego salió con Andrés, dirigiéndose al área de docentes…

 

Cuando llegaron al lugar, el joven le había pasado una toalla seca al niño para que pudiera secarse, luego se dirigió a unas de las gavetas de su archivero y sacó un uniforme limpio y seco.

 

—Toma. —Le entregaba el uniforme.

 

—Gracias. —Contestó con la mirada agachada.

 

El otro lo tomó de la barbilla suavemente para que él lo pudiera ver a los ojos.

 

—Oye tranquilo, puedes usarlo así no enfermarás.

 

El niño le sonrió con sinceridad y le agarró el uniforme que su docente le ofrecía. Cuando empezó a cambiarse, el mayor se percató que temblaba de frío, puso a calentar un poco de agua en una cafetera que había en el lugar y le dijo:

 

            —Andrés, tienes suerte de que a mí me guste la leche y no el café. —Trataba de bromear con él.

 

El menor volvió a medio sonreír y unas lágrimas comenzaron a salir de sus hermosos ojitos color avellana. Cuando la otra persona escuchó el sollozo se dio la vuelta viendo como su alumno lloraba, pero en ese momento él se estaba quitando la camisa mojada del uniforme y pudo observar que tenía terribles marcas en sus brazos, torso y en la espalda. El joven frunció el ceño de lo molesto que estaba., pero al ver que no dejaba de llorar se sintió totalmente impotente el no poder ayudarlo… Así que solamente podía consolarlo y lentamente se acercó a él para abrazarlo y luego en un susurro le preguntó:

 

— ¿Fue ese maldito desgraciado verdad?

 

El niño en un intento de justificarlo, le respondió:

 

—No se preocupe, no es nada… Yo tuve la culpa.

 

Acto seguido se puso la camisa del uniforme que su docente le había dado, aún seguía llorando, mientras que el otro lo abrazó nuevamente para luego susurrarle:

 

—Tranquilo no llores más… Mi pequeño.

 

Él, se separó un poquito del abrazo para luego expresar:

 

—Eres la primera persona que me trata bien en esta vida, te preocupas por mí y no entiendo, ¿por qué lo haces? — Toda su carita estaba mojada debido a su llanto.

 

El mayor se conmovió por sus palabras sintiendo al mismo tiempo como su corazón le dolía al ver que ese niño a pesar de su corta edad sufría mucho.

 

—Te prometo que un día lo entenderás. — Le contestó… Y antes de que el otro dijera algo, éste continúo. – Escúchame bien lo que te voy a decir, quiero que a partir de ahora en adelante confíes en mí, puedes llamarme Gregorio si tú quieres y verás que seremos buenos amigos. —Al mismo tiempo que le decía esas palabras, le limpiaba el rostro con un pañuelo que se había sacado de la bolsa de atrás del pantalón.

 

El niño solamente se dejó abrazar mientras asentía con la cabeza a todo lo que escuchaba. Cuando se terminó de cambiar el uniforme y se tomó la leche, volvieron al salón de clases y antes de entrar el docente lo detuvo para decirle lo siguiente:

 

—Andrés, quiero que a partir de ahora te sientes a la par de Diego.

 

— ¿Diego Rivera? —Preguntó incrédulo.

 

—Si. —Manifestó con una sonrisa sincera. —Ustedes tienen muchas cosas en común, él es un niño tímido, alegre, sincero y de buen corazón. Por eso sé que serán buenos amigos.

 

—Muchas gracias, profesor.

 

El mayor lo ve un poco enojado.

 

—Te dije que puedes decirme Gregorio, pero sólo y cuando estemos a solas, ¿comprendes? —Al ver que se quedó callado, dio un fuerte suspiro, y le explicó: —Mira Andrés, si los otros niños oyen que me llamas por mi nombre creerán que tengo preferencias contigo… ¿Entiendes ahora?

 

—Si.

 

—Bien, ahora entremos al salón.

 

Una vez que Andrés entró al salón de clases, se dirigió a su pupitre tomó sus cosas y se sentó a la par de un niño pelirrojo. Sin decir ni una sola palabra se limitó a sentarse, mientras que el docente Gregorio, empezó a mencionar uno a uno de sus alumnos para entregarles el examen ya calificado.

 

El fuerte sonido del timbre se escuchó anunciando el cambio de clases, y el maestro antes de retirarse indicó:

 

—Niños, mañana revisaré el ejercicio que les dejé en el pizarrón y también quiero que hagan los ejercicios que aparecen en su libro de la Pág. 43 a la 45.

 

— ¿QUÉ? —Gritaron todos los estudiantes al mismo tiempo, a excepción de unas cuantas personas.

 

—Bueno… —Habló con una media sonrisita en sus labios. —En ese caso, me harán 100 ejercicios inventados por ustedes mismos para mañana temprano.

 

Todos los niños se disculparon con el profesor y por esta ocasión lo dejó pasar por alto y así se retiró del salón ya que llegaba el nuevo docente para la siguiente asignatura.

 

Él era un hermoso joven, de piel clara, su pelo era castaño claro, lo tenía  largo hasta la cintura, sus ojos eran de color azules, traía una camisa de vestir color verde musgo  y un pantalón muy ajustado de color negro. Pero a pesar de que el docente era muy lindo había algo en él que daba miedo… Su mirada era intimidante, era como si una parte obscura dentro de él se reflejara en su rostro. Pero no sólo eso, él, no era tan compasivo o tan condescendiente como Gregorio, imponía fuertes castigos a cualquier alumno que no cumpliese con su tarea. En definitiva no sería un buen día para cierto niño de cabellos castaños.

 

Cuando Andrés ve entrar a su profesor se puso muy pálido y sin querer su cuerpo empezó a temblar, sus ojitos avellanas cambiaron radicalmente, a punto de querer llorar… Su nuevo compañero que estaba a la par de él notó cómo la otra persona estaba muy nervioso y le preguntó casi en un susurro:

 

—Oye, ¿estás bien?

 

— ¿Eh?... Yo este…

 

No pudo continuar hablando ya que el docente los interrumpió.

 

—Jóvenes, espero que hayan cumplido con la tarea que les dejé.  —Sonrió disfrutando de cada una de sus palabras. —Y no solamente me la entregarán sino que también pasarán a exponer enfrente de los demás.

 

Todos contestaron con un sí, ya que en verdad le tenían miedo al docente.

 

—“Bien, veamos por donde comenzaré”. —Se decía a sí mismo… En eso vio a un niño que tenía la mirada agachada. —Joven García, pase al frente y muéstrenos a todos su tarea.

 

El niño al escucharlo, se sintió a morir, estaba más que nervioso, no sabía que decirle y lo único que se le ocurrió fue:

 

—No traje la tarea profesor Reynaldo. —Tuvo que mentir, ya que en ese momento no quería recordar lo que realmente había pasado el fin de semana y de cómo su tarea fue hecha añicos.

 

El docente le habló a su alumno para que subiera al frente, tuvo que obedecerle para no hacerlo enojar más de lo que ya estaba. Estando enfrente de él, le indicó que pusiera las manos sobre su escritorio, agarró un metro[2] y empezó a azotarle las manos y lo obligaba a que cada reglazo que recibiera dijera que era un holgazán, un alumno mediocre que no cumplía con su tarea.

 

Los gritos se escuchaban muy lastimeros al recibir los azotes en sus manos, mientras que el mayor lo golpeaba más y más fuerte...

 

—Aaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhh… —Gritaba el castaño. —Ya no por favor… Snif, snif, snif, snif, prometo que no le volveré a fallar, pero ya no me pegue… Aaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhh.

 

Todos miraban lo divertido que era cómo su compañero lloraba y sufría por el castigo impuesto por el docente, el niño trataba de ocultar sus lágrimas esperando solamente a que el otro se cansara de golpearle las manos. En eso alguien se paró en medio de todo el salón y gritó:

 

—¡¡¡¡BAAAAAAAAASSSSSSSTAAAAAAAAAAAA!!!! Profesor Reynaldo, entre Andrés y yo hicimos la tarea juntos. —Trataba de explicar un niño, para proteger a su compañero.

 

Éste se detuvo, vio a su alumno y le preguntó:

 

— ¿Es eso cierto? Respóndeme y mírame a los ojos.

 

Al levantar la vista, pudo reconocer quién se había parado a defenderlo, ya que su vista estaba borrosa de tanto llorar… Pero la pregunta era… ¿Por qué? Finalmente contestó:

 

—Sí, profesor Reynaldo, es cierto.

 

El docente dejó de azotarle las manos para luego decirle:

 

—Agradece que tu compañerito te salvó de esta pero que no se vuelva a repetir, te quedarás afuera del salón y te quedarás sin recreo.

 

Salió cabizbajo del salón sobándose sus manos, pero antes de salir miró a su compañero y le dio las gracias sin que nadie se diera cuenta.

 

—Ahora quiero que todos me presten atención, cuando les deje tarea individual es para que la hagan solos sin buscar la ayuda de sus compañeros… ¿Han entendido?

 

—Sí, profesor Reynaldo. —Manifestaron todos los niños del salón.

 

El niño de ojos color avellana, estaba parado recostándose en la pared a un lado de la puerta del salón, seguía llorando y a la vez se sobaba las manos, recordó lo que había sucedido el fin de semana.

 

FLASH BACK

 

Él estaba en su habitación realizando todas sus tareas, únicamente le faltaba por terminar la tarea del profesor Reynaldo, la asignatura que él les daba era Ciencias Sociales, y la tarea era hacer un Mapa Mundi y pintar los Ríos de cada País. En eso escuchó cuando su padre llegaba a la casa y entró a su cuarto:

 

—Pero… ¿Qué demonios estás haciendo? Maldito bastardo de mierda.

 

—Papá... —Dijo el castaño. —Es la tarea escolar que debo entregar para el lunes.

 

Su padre se acercó a él y lo abofeteó al mismo tiempo que lo regañaba.

 

—Cállate Maldito, no sé cómo sigues con esta estupidez de ir a la escuela, no es más que una pérdida de tiempo, no ves que no me sirves para nada, sólo me das más problemas y más gastos a la casa, no eres más que un inútil.

 

El niño solamente agachaba la mirada y se quedaba callado… Ante tal acción el hombre se puso furioso, se quitó el cincho de cuero que traía en su pantalón y agarró a su hijo por el brazo para después pegarle fuertemente.

 

—Aaaaaaahhhhhhhhhhhhhh… No papá, snif, snif, snif, snif, por favor, porque me castigas si solamente es la tarea escolar la que estoy haciendo… Snif, snif, snif, snif, snif,  aaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhh…

 

—Cállate maldito engendro, si metes las manos ten por seguro que te las quiebro. —Le decía mientras lo golpeaba más y más.

 

Una vez que se cansó de castigarlo, agarró su libreta de apuntes, la rompió en mil pedazos enfrente de su hijo, quien aún se encontraba tirado en el suelo, mientras que no paraba de llorar y veía lo que hacía su padre con su trabajo que se había esmerado en hacerlo.

 

Su padre antes de salir le dio unas cuantas patadas en el estómago haciendo que su hijo sangrara por la boca. Y sin decir nada más salió de su habitación.

 

FIN DEL FLASHBACK

 

Lloraba, le dolían sus manos, pero al mismo tiempo pensaba en lo ocurrido con su profesor Reynaldo y se repetía una y otra vez “YO NO SOY UN MEDIOCRE, NI UN HOLGAZÁN”. Alguien lo sacó de sus pensamientos cuando escuchó su nombre.

 

Continuará….

 



[1] “Escuela Pública de Ciudad de San Miguel”

 

[2] Metro: Es una regla grande de madera que utilizan algunos maestros para realizar diferentes tipos de líneas en la pizarra.

 

 

Notas finales:

 

 

N/A: Espero que este capítulo les haya gustado, agradezco de antemano por tomarse su tiempo para leerlo.

 

Me despido de ustedes con un fuerte abrazo virtual.

 

 

Atte.:

 

           KAT.


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