Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La Joya de la Corona (Riren/Ereri) por Tesschan

[Reviews - 6]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Descargo: Shingeki no Kyojin y sus personajes le pertenecen a Hajime Isayama, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

CAPÍTULO 6:

FUEGO

 

Del montón de cenizas que soy, tú me conviertes en fuego.

(Cassandra Clare, Princesa Mecánica)

 

 

 

A pesar de que ya era pasada la medianoche, Armin no podía dejar de pasearse frenéticamente de un extremo a otro de la habitación, recorriendo una y otra vez los pocos metros que habían entre el balcón que daba al jardín interior y la puerta, mientras notaba como sus pasos eran engullidos, hasta hacerse insonoros, por la suave alfombra azul y plateada que cubría el suelo. Su cama ubicada al centro de la estancia lucía intacta aún, con la gris colcha pulcramente extendida, delatando así que nadie la había utilizado en horas; pero, ¿cómo podría pensar siquiera en dormir con todo lo acontecido ese día?

Dios, estaba físicamente agotado ya que había sido un día demasiado estresante y largo, pero su mente no lo dejaba en paz. Sus ideas, sus pensamientos, se aglomeraban dentro de su cabeza de manera ruidosa y caótica, impidiéndole concentrarse lo suficiente en solo uno de ellos para poder catalogarlos y separarlos como hacía habitualmente, y eso lo tenía intranquilo.

Bien sabía él que en vez de estar perdiendo el tiempo de aquella manera debería estarse concentrando en la elaboración de su plan para escapar del palacio junto a sus amigos, ya que ciertamente era el problema más acuciante que tenían en ese momento y su fecha límite parecía cada vez más cerca, pero lo sucedido con Eren esa tarde lo tenía descolocado. O quizá no con Eren, se corrigió pensativo; porque fuera quien fuese el que estuvo allí en ese instante de terror, no era su amigo. Era una presencia salvaje e indomable que parecía deseosa por causar devastación a su paso.

El leve golpeteo en la puerta fue seguido de inmediato por la sigilosa entrada de Mikasa al cuarto. Esta, a diferencia de otras veces no había esperado su invitación, tal vez porque estaba segura de que al igual que ella, él sería incapaz de conciliar el sueño esa noche.

La muchacha seguía llevando la misma ropa de horas antes en vez de su camisón de dormir. Su larga túnica blanca lucía un poco arrugada, a causa de pasar tantas horas sentada velando al otro chico, cayendo ahora suelta y sin forma por debajo de sus caderas y sobre los negros pantalones de montar tras haberse quitado el cinto de cuero de la espada para su mayor comodidad. Estaba alarmantemente mucho más pálida que de costumbre y todo en ella hablaba a gritos de un agotamiento supremo y miedo, mucho miedo. Mikasa Ackerman, la mujer más valiente que él había conocido en sus dieciséis años de vida, estaba aterrada. Entonces, se preguntó Armin angustiado, ¿qué quedaba para él que siempre había sido un cobarde de lo peor?

—¿Se encuentra bien Eren? —inquirió, preocupado—. ¿Ha mostrado algún cambio en las últimas horas?

Mikasa negó con un gesto y se apoyó de espaldas contra la jamba de la puerta, abrazándose a sí misma y sin dar un paso más dentro de la habitación. Armin sabía que su cauto comportamiento no era un asunto de falta de confianza o incomodidad por parte de su amiga, sino que ella seguramente deseaba estar atenta por si Eren, que dormía en la habitación enfrentada a la suya, despertaba en cualquier momento y la necesitaba.

—¿Crees que el poder de la Joya esté despertando, Armin? —le preguntó de pronto esta sin rodeo alguno. A pesar de lo asustada que evidentemente estaba tras todo lo acontecido, la firmeza presente en sus oscuros ojos grises dejaba clara su determinación a encontrar una solución lógica a lo que estaba pasando con su amigo y al hecho de que necesitaban hablar de ello con urgencia.

Guardando un pensativo silencio que pareció cargar el ambiente, él, con total parsimonia y bajo la atenta mirada de Mikasa, recogió un par de libros que estaban desparramados sobre el pesado escritorio de roble que tenía en su austera habitación, y comenzó a acomodarlos en una ordenada pila que dejó a un lado del mismo.

Después de que Eren se desmayara tras esa desconcertante escena que ambos acabaron presenciando y los dejó aterrados, ninguno de ellos había vuelto a tocar el tema, quizá porque así podían fingir con mayor facilidad que nada de aquello era real; no obstante, Armin sabía que ignorar los problemas jamás era la solución correcta, por lo que era necesario enfrentarse a ellos aunque doliera. Lo que fuera que le estuviese ocurriendo a su amigo, también los implicaba a ellos, por lo cual debían tomar medidas en el asunto como el grupo que siempre habían sido.

Con algo de desgana, él apartó la silla del escritorio, mucho más ligera y de una madera cómoda y flexible, y la acomodó en dirección a Mikasa. Aquella bonita pieza de ebanistería había pertenecido a su abuelo cuando este cumplía sus funciones de consejero real, ya que fue el último obsequio de su esposa, la abuela de Armin. Cuando unos años atrás él fue confinado a esa ala del palacio junto a Eren como castigo por su pequeña escapada, esa silla fue una de las pocas posesiones personales que le permitieron conservar, así como los libros y trabajos que su abuelo había realizado en vida.

Sentándose lentamente, Armin observó en silencio a su amiga que a su vez lo miraba también. Mikasa lucía como siempre en apariencia, estoica, imperturbable y valiente; una muchacha ataviada con ropa de chico y deseosa por demostrar que, a pesar de su género, era una guerrera que valía por más de mil hombres. En muchas ocasiones él se había preguntado si la tenacidad de esta por demostrar su valía nacía del ferviente deseo de proteger a Eren, como le fue encomendado desde pequeña, o del orgullo que sentía por el extinto clan al que representaba y que acabaría con ella.

Armin, siendo tan solo un chico normal, nacido en una familia normal y al que esperaba un futuro igual de normal, sin nada extraordinario que lo destacase, tuvo que contemplar desde muy niño como sus dos mejores amigos en el mundo debieron cargar desde el momento de su nacimiento con los designios y las responsabilidades que sus importantes papeles a representar en la vida les imponían, sin posibilidad alguna de rebelarse ante ellos por más que lo desearan. Aquel, sin duda, era un destino que él jamás habría deseado para sí mismo. Nadie merecía nacer bajo el peso de una condena así, atados con cadenas invisibles antes de saber siquiera lo que era la libertad.

—Creo que sí hay algo que ha despertado en Eren —contestó pasados unos largos minutos. Mikasa, con los oscuros ojos indescifrables y atentos, asintió solo una vez para demostrar que lo había oído—; pero no estoy seguro de que sea la Joya —admitió con cuidado, humedeciéndose los labios—. Aquel ser parecía… demasiado violento; descontrolado. No se asemeja para nada a lo que yo tenía entendido sería esta o a lo que recuerdo era la madre de Eren. Sea lo que fuese esa cosa, es peligrosa.

Su amiga torció el gesto con preocupación y sus pálidas manos se aferraron con tanta fuerza al bajo de la túnica que estas casi adoptaron el mismo tono blanco de la prenda.

—Estuve a punto de atacarlo, Armin —reconoció con una desesperación profunda que era por completo ajena a ella—. Cuando él me miró… la forma en que pareció ver dentro de mí, me aterró. ¡Estuve a punto de apuñalarlo! A Eren. ¡A Eren, por quien juré dar mi vida!

Armin no podía culparla, para nada. Él mismo había sentido como el frío miedo lo recorría por entero, paralizándolo totalmente, cuando el otro chico le sonrió de aquel modo horroroso, como si fuera una fiera muerta de hambre frente a su indefensa presa. Eren, quien siempre había sido alguien de mucho temperamento que luchaba sin descanso por lo que ansiaba, que a pesar de la vida tan difícil que se le obligó a llevar era la persona más viva que Armin había conocido jamás, durante aquellos minutos de tormento se convirtió en alguien completamente irreconocible, más criatura sobrenatural que ser humano.

Por eso, al verlo actuar de ese modo, con aquellas ansias de caos y locura en la verde mirada, él no pudo más que temer por lo que podría venir. Solo la gran preocupación que sentía por su amigo lo obligó a mantenerse firme en su lugar y no salir corriendo. Fuera la Joya, fuera otra cosa lo que estuviera dentro del otro chico en esos momentos, solo era sinónimo de peligro. Armin estaba seguro de ello.

—He estado pensando mucho en eso —le dijo con calma a Mikasa, jugueteando con el borde de su túnica beige—. Creo que lo primero que debemos hacer es hablar con Eren sobre lo ocurrido; explicarle lo que nosotros vivimos y averiguar a su vez qué fue lo que él sintió en ese momento. No podemos sacar conclusiones y elaborar teorías hasta tener todas las piezas, esto es lo más importante ahora mismo —añadió con seguridad—. Luego de eso, tendremos que obtener la mayor cantidad de información que podamos sobre las Joyas. Siempre ha sido un tema privado que solo concierne al círculo más cercano al rey, y lo único que sé de ellas fue lo poco que me contó mi abuelo, pero debe haber registros más completos en los archivos reales; seguramente de cada una de ellas. Recuerdo que él me contó en una ocasión que ninguna Joya es similar a otra, como dos piedras preciosas no lo serán a pesar de provenir de la misma veta. Pueden asemejarse en apariencia y constitución, pero existirán diferencias en esencia que las convierten en únicas —explicó—. Eren ya se ha salido completamente de los cánones: es varón, no puede cargar un hijo, ha llegado casi a los diecisiete años sin despertar su poder. Es la excepción de las excepciones, así que he pensado que quizá su comportamiento tan extraño se deba a eso, a que él es diferente al resto. Si en verdad es el poder de la Joya el que desea manifestarse, tal vez se encuentre más inestable debido a que él no es una mujer. Quizá —comenzó él con un poco de temerosa inseguridad, sabedor de cómo reaccionaría su amiga ante sus palabras—, Eren no logre controlarlo jamás, Mikasa.

De inmediato los labios de esta ahogaron un pequeño grito mudo, al tiempo que sus ojos se abrieron enormes, con el pánico pintado en ellos. Su amiga era lista, por lo que comprendía perfectamente el verdadero riesgo que significaba que el poder de la Joya se descontrolara. Lo peligroso que eso podría llegar a resultar, tanto para Eren, como para ellos mismos.

—No voy a matarlo —anunció Mikasa con rotundidad luego de asumir la noticia. Parecía decidida y furiosa, aquella clase de determinación que siempre adoptaba cuando Zeke se hallaba cerca—. No vamos a sacrificar a Eren por culpa de una maldita Joya, Armin. Si hay algo que podamos hacer…

—Claro que no lo mataremos —le dijo él, con paciencia. Llevó una mano hasta sus ojos azules, cerrándolos para pinzarlos un momento con sus dedos y así liberar parte de la tensión que lo embargaba. Estaba tan agotado…—. Y es por eso que necesitaremos obtener la mayor cantidad de información que podamos sobre la naturaleza de la Joya. No podemos enfrentarnos a algo que no conocemos, no sin poner a Eren en riesgo, y creo que eso es algo que ninguno de nosotros desea, ¿verdad?

Mikasa asintió, a pesar de parecer un poco dudosa, antes de añadir:

—Pero nos estamos quedando sin tiempo, Armin. Debemos escapar de aquí en dos semanas, es nuestro tiempo límite —señaló ella, poniendo en palabras aquel miedo que igualmente llevaba horas rondando por su cabeza—; pero ahora se supone que además tenemos que averiguar lo que le ocurre a Eren. Si algo sale mal, si Zeke descubre que él está despertando su poder, se lo dirá al rey y este lo apartará de nuestro lado, lo sé.

Tragándose su temor a duras penas, intentando ser valiente por ambos cuando no se sentía así en absoluto, miró a su amiga con una determinación que empleaba muy pocas veces. Aquella que siempre veía en sus amigos y que a él le resultaba por completo ajena. Era tan extraño que los papeles se hubiesen invertido de aquel modo…

—Yo me encargaré de ello, descuida. Tengo autorización para ingresar al Archivo Real y revisar algunos documentos, por lo que no se extrañarán de verme allí, aunque dudo mucho que encontremos algo realmente útil en la sección general, ya que probablemente será información confidencial y clasificada; pero, si es así, los robaré. —La muchacha, sorprendida, lo miró como si acabara de perder la cabeza, pero no protestó en absoluto—. Sin embargo, lo más importante de momento es seguir planificando el escape. Tengo algunas ideas que estoy casi seguro podrían funcionar, solo debemos apresurarnos a ponerlas en marcha; pero —comenzó él, observando muy serio a esta—, necesito que Zeke esté lo suficientemente distraído con Eren y las posibilidades de conseguirle una mujer para que no sospeche de nada. —La mueca de desagrado de su amiga no le pasó desapercibida, por lo que frunció el ceño—. Por favor, Mikasa, no comiences también tú con ello. Necesito de tu ayuda, no que me causes más problemas.

—Es que no has visto a esas muchachas —respondió ella, ofendida—. No son para Eren.

Armin cerró los ojos e inspiró profundamente para armarse de paciencia.

—¿Existe alguna chica en el mundo que te parezca adecuada para Eren? —le preguntó con amabilidad. Al ver que esta negaba avergonzada y desanimada, bajando la mirada, no pudo evitar un leve sentimiento de tristeza por aquel anhelo que ambos sabían no podría enraizar nunca, por mucho que lo desearan—. Te comprendo, sin embargo, por favor, ayúdame esta vez, ¿quieres? —Su amiga asintió en silencio—. Hablaré con Eren por la mañana y le explicaré la situación. Solo necesito que finja unos cuantos días más y se comporte lo suficientemente bien para dejar tranquilo a Zeke. Si todo sale según lo previsto, podremos estar escapando de aquí en un par de semanas. Luego ya nos ocuparemos de la Joya.

Los oscuros ojos de Mikasa lo buscaron nuevamente, entrecerrándose un poco al mirarle y haciendo que sus largas y espesas pestañas negras crearan sombras sobre sus pómulos.

—Y si el plan no sale bien, si las cosas fallan, ¿vas a ayudarle a suicidarse como él te pidió? —le preguntó ella con una calma letal y fría.

Armin inspiró profundo y sintió correr el miedo por sus venas. Aquella era la parte del plan que ni Eren ni él habían comentado nuevamente con su amiga, porque ambos estaban seguros de cuál sería su reacción al descubrirlo; sin embargo, y a pesar de lo asustado que se sentía, no apartó la vista y asintió con solemnidad.

—Lo haré. Se lo he prometido.

Tal como esperaba, el rostro de Mikasa se volvió una máscara de frialdad.

—Entonces, yo acabaré con tu vida, Armin —le dijo ella con aquel tono monótono y plano que hablaba de certezas y no de posibilidades.

—No será necesario —respondió del mismo modo—. Si Eren debe dejar este mundo a causa de mi mano, yo lo seguiré por voluntad propia —confesó. Aquello no era algo que le hubiese contado a su amigo, porque sabía que este iba a negarse con rotundidad a que él también muriera, pero Armin ya había tomado su decisión. Todo o nada—. Pero, ¿qué es lo que harás tú si llegamos a esa situación, Mikasa? ¿Vendrás con nosotros o permanecerás aquí?

Tras vivir tantos años encerrados en ese palacio, cargando unas cadenas muy similares a las que mantenían prisionero a Eren, ambos eran conscientes de lo que les ocurriría si el muchacho llegaba a morir sin dejar descendencia alguna y estando bajo su vigilancia, el destino que les depararía si la Joya llegaba a desaparecer: el rey Willy los condenaría a morir sin el menor remordimiento. Les daría la muerte más dolorosa que pudiese encontrar solo para apagar la rabia que de seguro le produciría el haber perdido su más valiosa pieza.

—Me marcharé con ustedes —respondió ella con su valentía habitual, sin mostrar miedo, sin derramar lágrimas; casi como si la muerte fuera una batalla más que enfrentar en su camino, un obstáculo más que salvar para proteger al chico a quien había entregado por completo su vida.

—Entonces —dijo él, intentando romper la atmosfera tan pesada que se había formado entre ellos—, mayor razón para esforzarnos y que todo resulte bien, ¿no crees? No debemos permitir que el terco de Eren estropee las cosas. Solo nosotros podemos sacarlo de este lío y llevarlo a ver el mundo fuera de estos muros que tanto ansía conocer.

La sonrisa que le dedicó Mikasa en ese instante fue radiante y sincera, aquella que utilizaba poco y solo con ellos. Esa que parecía iluminar el mundo y les recordaba, que en el fondo, ella era una chica como cualquier otra, aunque tanto él como su amigo lo olvidaran casi siempre.

Esta, más animada, fue a abrir la boca para responderle cuando el estrépito de cristales al romperse los puso inmediatamente en alerta. Armin la miró boquiabierto, pero antes de que pudiera decir algo siquiera, el horrible ruido de cosas entrechocándose y rompiéndose, así como él grito desgarrador de Eren rasgando el silencio de la noche, les puso los pelos de punta. Mikasa, sin perder un minuto más, echó a correr a toda prisa hacia el cuarto del otro chico, mientras él se levantaba de la silla de un salto para seguirla.

Nada más llegar a la puerta de la habitación de su amigo, los recibió el desastre absoluto. La amplia estancia se hallaba en penumbras, a excepción del crepitante fuego de la chimenea que parecía descontrolado a causa de la terrible ventisca que se colaba por el ventanal abierto de par en par. La corriente de aire que esta producía era tan fuerte que revolvía todo a su paso como un pequeño huracán, haciendo que algunos objetos de los estantes cayesen al alfombrado suelo o se estrellasen contra las paredes y las hojas arrancadas de algunos libros volaran libres como pájaros de papel, haciéndoles difícil ver.

Aquello, se dijo él lleno de espanto, era sin duda alguna obra de la Joya o lo que esa presencia fuera.

De inmediato sus ojos azules recorrieron el cuarto buscando a su amigo, pero no lo hallaron en ninguna parte; sin embargo, sintió como la sangre se le congelaba en las venas cuando Mikasa, ahogando un grito, entró a trompicones dentro de la estancia y se dejó caer de rodillas en el suelo, frente a la chimenea encendida, alzando entre sus brazos el bulto que allí se encontraba tendido.

El gutural gemido de dolor que dejó escapar su amiga se perdió entre el rugido del viento y el crepitar del fuego. Armin, corriendo hacia donde ambos se encontraban, tuvo que apretar la mandíbula y armarse de valor para no ponerse a gritar allí mismo a causa de lo que vio.

Eren, pálido y exangüe, descansaba inerte entre los brazos de Mikasa. Tenía los ojos cerrados y sus labios lucían rojos a causa de la sangre que los manchaba, escapando por ellos hasta resbalar por su barbilla. No obstante, su atención se centró de inmediato en la herida que este tenía sobre el pecho, donde un trozo de cristal estaba clavado tan profundo sobre su corazón que él dudaba pudiesen quitarlo siquiera, no sin producir más daño del ya causado.

—¡Armin, tienes que hacer algo! —le imploró Mikasa entre ruegos desesperados y rotos sollozos de angustia. Ella acunaba a Eren contra su pecho, sin importarle lo más mínimo que la sangre del chico la estuviese manchando completamente mientras esta goteaba poco a poco sobre la alfombra—. Por favor, por favor —clamó nuevamente—. ¡No puede dejarnos así! ¡No puede abandonarnos de esta forma! Por favor, no.

Conteniendo sus propias ganas de llorar, se arrodilló junto a ellos y llevó una de sus manos al cuello de su amigo. Con cuidado, le apartó el largo cabello castaño, ahora apelmazado y pegajoso a causa de la sangre, y posó sus dedos sobre donde debería estar el pulso, pero no lo halló.

Él tenía doce años cuando su abuelo falleció. Había permanecido a su lado por horas, viendo cómo este se apagaba poco a poco hasta que finalmente exhaló su último hálito de vida. Lo había velado toda la noche, a pesar de saber que ya estaba muerto, y le arregló para el funeral como le correspondía al ser su único familiar vivo. Armin por aquel entonces tenía apenas doce años, y fue la primera vez que la muerte lo miró a los ojos y comprendió que esta era ineludible; pero ahora tenía dieciséis y llevaba mucho tiempo trabajando con los médicos del pueblo, aportando medicinas a enfermos y cuidando a convalecientes y moribundos dentro del palacio cuando se necesitaba. Ya no temía a la muerte, y sabía distinguirla nada más verla; fue por eso que solo le bastó con contemplar a Eren en brazos de su amiga para saber que ya no había nada más que pudiese hacer por él.

Tal vez, se dijo, era lo mejor. Eren mismo había encontrado el modo de escapar de la cárcel que le fue impuesta desde su nacimiento, y eso era bueno; finalmente era libre, como siempre deseó ser. Lo que dolía era que los hubiese dejado atrás.

Negó con un suave gesto, sintiéndose por completo entumecido por dentro, y las lágrimas de Mikasa parecieron incrementarse hasta lo imposible. Ella intentaba ahogar los gemidos, pero estos escapaban, más que de sus labios, de su alma. Sin poder evitarlo, sus ojos igualmente se llenaron de lágrimas y estas comenzaron a caer por sus mejillas sin que pudiese detenerlas. Se sentía tan impotente, tan culpable. Tal vez si hubiese encontrado antes una forma de sacar de allí a su amigo…

El viento, que seguía arreciando con fuerza dentro del cuarto, cesó de pronto, sumiéndolo todo en un silencio ensordecedor. Fue una sensación antinatural y extraña, como si el aire se cargara de energía y el tiempo se hubiese detenido en un suspiro, y quizá lo hizo, se dijo; porque aquella atmosfera irreal y el crepitar del fuego, creciendo, aumentando, hasta que su sonido pareció envolverlos y ser lo único que llenaba el espacio, era todo lo que Armin lograba percibir en ese instante. Y luego… un latido.

—¡Eren!

El grito de Mikasa, cargado de horror, se perdió en medio de la violenta llamarada de fuego que pareció explotar desde la chimenea. Él, alcanzando a reaccionar a penas, tiró de ella justo a tiempo antes de que fuese alcanzada por las enormes llamas, echándola al piso para cubrirla momentos antes de que se formase un voraz incendio a su alrededor, dejándolos encerrados dentro de un ardiente círculo de fuego, completamente indefensos. De inmediato Armin, obligándose a no perder la calma, se apresuró a buscar un punto débil entre aquellos crepitantes muros para poder escapar, pero antes de que pudiera hallar nada, una figura pareció alzarse ante ellos y observarlos sin verlos en realidad.

Eren, con el rostro inexpresivo y los ojos cerrados, ardía en llamas de pies a cabeza, casi como si estas le brotaran desde dentro y él mismo fuera la fuente del incendio. Sin embargo, cuando sus ojos comenzaron a abrirse poco a poco, no fue el brillante verde de las esmeraldas el que los contempló, sino el ámbar dorado que él incontables veces de niño admiró en los amables ojos de Carla, aunque en esa ocasión eran la furia y la violencia quienes primaban en aquellos impresionantes iris.

—Dios mío —masculló con voz ahogada al tiempo que ayudaba a Mikasa a sentarse a su lado, pasando un brazo en torno a su cintura para mantenerla junto a él. La sintió temblar como un animalillo asustado, pero al mirar su rostro solo encontró impavidez y certeza dibujadas en este.

Soy el fénix, que nace entre llamas y sangre. Soy el primero y el último, porque a mí me fue otorgado el don y yo cerraré el ciclo que se nos ha impuesto. Soy el mayor regalo de mi madre para los hombres, y soy también su mayor castigo, e impondré justicia. Bajo mi mano perecerá todo en sangre y fuego, hasta erradicar la maldad del mundo. Porque soy el primero, y seré el último. Porque he nacido en sangre y me he forjado en fuego. Porque soy el mayor regalo y el mayor castigo. Porque porto la muerte, y ella se doblega a mis pies.

Del mismo modo que la habitación había estallado en llamas hasta convertirse en un incendio de proporciones, estas se extinguieron de golpe hasta dejarlos a oscuras, en una negrura tan total como la boca de un lobo y sin el menor sonido a su alrededor, como si este hubiese sido succionado también junto con estas. El ruido seco de un cuerpo al caer y estrellarse contra el piso los alertó de que todo había acabado. Mikasa, soltándose de su agarre, de inmediato se apartó de su lado para avanzar a gatas y buscar a tientas al otro chico.

Con algo de dificultad a causa de la tensión y los nervios, Armin se puso de pie como pudo, sintiendo que las piernas no lo sostendrían a causa de lo temblorosas que estaban. Tanteando con las manos extendidas, llegó hasta la chimenea, toqueteando en la encimera de esta hasta dar con la lámpara de aceite que siempre se hallaba allí y la pesada caja de bronce con cerillas. Con manos trémulas logró encender una y volvió a llevar luz al cuarto, volteándose para ver a Mikasa. Su amiga nuevamente acunaba a Eren contra su pecho y lloraba desconsolada, pero cuando los ojos de ambos se encontraron, ya no era aquel terrible dolor desnudo el que los embargaba, sino un alivio profundo teñido de milagro.

—Está vivo, Armin. Respira. Está vivo —le dijo ella, sin ocultar su inmensa alegría, y, aunque una parte de él se debatía en lo que verdaderamente significaba todo aquello, otra, mucho más sentimental, no pudo negar que aquel pequeño milagro era más de lo que podía esperar en la vida. Y lo agradecía, al precio que fuera.

Acercándose hasta ellos, se arrodilló en el piso ensangrentado con movimientos torpes y dejó la lámpara a un lado. La ropa y el cabello de Eren seguían apelmazados de sangre, pero cuando acercó su mano hacia el cuello de este para tomar su pulso nuevamente, en aquella oportunidad sí lo halló allí, constante y fuerte como siempre, lo que lo hizo soltar con alivio el aire que retenía en sus pulmones.

Con cuidado, levantó con ayuda de Mikasa la túnica gris que su amigo llevaba, examinando minuciosamente la piel que estaba sobre su corazón. Las oscuras manchas de sangre habían comenzado a secarse, pero no había ni siquiera un pequeño rastro de la herida, como si esta jamás hubiera existido. Ni una cicatriz ni un rasguño, nada. Esta había desaparecido del mismo modo que lo hicieron las llamas, sin causar ningún aparente daño a su paso.

¿Sería acaso ese el poder de la Joya que Eren portaba?, se preguntó Armin. La abuela de su amigo había sido una Sanadora, una extraordinaria según su abuelo, por lo que esa posibilidad existía; aun así, todo lo que este había dicho, sus palabras, la violencia con la que se comportaba…

—Armin —le dijo su amiga de pronto, sacándolo de sus cavilaciones. Mikasa, ya repuesta de la impresión, parecía en verdad preocupada—, ¿qué ha sido todo eso? Eren estaba muerto, ¡muerto de verdad! Y luego…

—Creo que la Joya ha despertado finalmente —respondió, rotando un poco el tenso cuello y notando como este le crujía—. Y al parecer, Eren es tan o más poderoso de lo que fue su madre. Incluso me atrevería a decir que es el más poderoso de todas las Joyas que existieron antes de él —le dijo a la chica. Posó una mano en la ensangrentada mejilla de su amigo y lo acarició con cariño; esta, sorprendentemente, tampoco estaba amoratada como horas antes. Sin detenerse a pensarlo demasiado, se inclinó hacia él y lo besó en la frente, alegrándose como nunca antes al notar el suave calor de su respiración al golpear su rostro—. Demonios, Eren, jamás puedes hacer nada a medias, ¿verdad? Nunca te conformas con ser un chico normal.

Oyó a Mikasa reír por su comentario y eso le resultó curiosamente reconfortante en medio de toda esa anormalidad en la que estaban envueltos. Sintiéndose ya más calmado, Armin notó como los sucesos ocurridos comenzaban a amontonarse en su cabeza con el descontrol de una vorágine, así que mientras observaba el caos reinante a su alrededor y aferraba la mano de su amigo, procedió a irlos clasificando uno por uno en orden de prioridad antes de comenzar a resolverlos.

—Debemos llevarlo a la cama y asearlo un poco, al igual que nosotros —le dijo a Mikasa pasados unos minutos. Ella, con la mirada baja y las palabras perdidas, seguía acunando sobre su regazo la cabeza de Eren con un cariño y devoción que no mostraba a nadie más—. Y tendremos que intentar arreglar este desastre —añadió, señalando con un gesto de la barbilla el cuarto completamente desordenado—. Zeke no puede enterarse de lo ocurrido, él menos que nadie, o correrá a decírselo al rey Willy para jactarse de su logro; así que Eren tendrá que poner de su parte y seguir fingiendo unas cuantas semanas más que aún no ha logrado despertar el poder de la Joya. No podemos permitir que se arruinen nuestros planes.

Mikasa asintió sin decir palabra alguna, pasándose uno de los brazos del otro chico sobre los hombros para ponerse de pie junto a él y así poder cargarlo hacia la cama. A pesar de que era algo que había sabido desde siempre, Armin no lograba acostumbrarse del todo al hecho de que su amiga era extraordinariamente fuerte, por lo que aquello seguía resultándole un poco aterrador.

Sin perder más tiempo, se dirigió hacia el pequeño tocador y llenó una bonita palangana enlosada con agua fresca, no obstante, cuando fue a coger uno de los paños que allí se apilaban ordenadamente, él notó crujir bajo la suela de sus botas negras los trozos de vidrio de la jarra del agua que seguían desparramados a sus pies. A pesar de que llevaba un rato pensando en ello, seguía sin lograr comprender qué demonios había pasado por la cabeza de Eren para hacer algo así.

Dios, semejante locura…

Cuando regresó al lado de este para asearlo, su amigo ya se encontraba tendido en la desecha cama. Mikasa había dejado sobre esta una amplia camisola blanca para que le cambiara, por lo que Armin se apresuró a quitarle la túnica ensangrentada antes de comenzar a limpiar lo mejor posible los rastros de sangre seca que Eren tenía en el torso, el rostro y las manos. Al pasar el húmedo paño sobre el palpitante corazón del chico, donde no existía herida alguna, un estremecimiento lo embargó al pensar en ese extraño suceso del que habían sido parte.

¿Qué era realmente la Joya? ¿Por qué quien la albergaba tenía aquellas habilidades? ¿De dónde venía todo ese poder? Eran tantas y tantas preguntas las que asaltaban su mente en ese momento, tantas las interrogantes que lo inquietaban, y sin embargo, se dijo, no tenía respuesta para ninguna de ellas.

Durante las dos horas siguientes, luego de quitarse la sangre y cambiarse de ropa, Mikasa y él se afanaron en volver aquella habitación a la normalidad. De manera curiosa el fuego, a pesar de su violencia, parecía no haber quemado nada; no obstante, fue la ventisca que los había azotado al entrar por el ventanal del balcón la que causó más daños de los que creyeron a primera vista, destrozando cosas a su paso como si fuese un pequeño desastre natural. Pero, sin duda alguna, la peor parte resultó ser el intentar quitar la sangre que manchaba la alfombra y que no lograron limpiar del todo a pesar de su arduo trabajo. Mikasa, comprendiendo la inutilidad de su esfuerzo y los riesgos que corrían de delatar el despertar de Eren si no hacían algo, decidió sacrificarse haciéndose un pequeño corte en el antebrazo izquierdo para fingir que esta era suya. Desgraciadamente para ellos, Zeke era un hombre muy observador y astuto.

La luna ya estaba alta en el cielo nocturno cuando por fin acabaron, pero antes de que pudiesen descansar un poco y decidir quién de ellos pasaría la noche junto al chico dormido, los párpados de este comenzaron a agitarse levemente y su respiración se volvió más superficial, como si estuviese saliendo del sueño.

Mikasa, que al parecer también lo oyó mientras cerraba el ventanal y corría las cortinas, se aproximó de inmediato junto a la cama a ver lo que ocurría.

El primer indicio de que el muchacho estaba a punto de abrir los ojos hizo a Armin tensarse. No estaba seguro de si el tinte dorado que habían visto antes en ellos permanecería aun allí o si estos habrían regresado a la normalidad. Desde que el fuego se extinguió y comprobaron que Eren estaba vivo, ambos asumieron sin ninguna duda que su amigo seguía siendo el mismo de siempre, pero, ¿y si no era así? ¿Si quien había revivido era la Joya y no Eren? Dios, de solo pensarlo sentía que su cabeza explotaría.

El verdeazulado que los contempló, adormilado y levemente velado por las tupidas pestañas oscuras, les devolvió a Mikasa y a él el alma al cuerpo. Este lucía ojeroso y un poco pálido, pero no había duda de que seguía siendo el mismo chico testarudo que siempre habían conocido

El ceño de su amigo se frunció un poco cuando Mikasa, llena de ansiedad nerviosa, hizo amago de echársele encima para abrazarlo; pero, al notarlo, esta acabó conteniéndose, lanzándole una mirada de disculpa por su arrebato. Eren, agradecido por su comprensión, le dedicó una leve sonrisa de consuelo al ver su enorme preocupación.

Armin no pudo dejar de percibir como una expresión más calmada y serena bañaba el moreno rostro del otro chico en ese momento, haciéndolo lucir distinto, mayor. Obviamente seguía siendo el mismo Eren que ellos conocían, pero al mismo tiempo podía ver en él una sabiduría que antes no estaba allí, como si hubiera recorrido mil vidas y aprendido de ellas. Como si su alma fuese mucho más vieja de los dieciséis años que solo había vivido.

—Lo siento —les dijo con la voz enronquecida, ya fuera por el cansancio, el dolor o el fuego en el que lo habían visto envuelto. Su amigo estiró sus manos hacia ellos y tanto él como Mikasa se apresuraron a sujetar una cada uno—. No deseaba asustarlos de esa forma, pero era la única manera. Necesitaba… morir, para nacer —les explicó Eren tranquilamente—. Hoy por fin lo comprendí.

—¿Qué? ¿Qué eres un loco suicida? —le preguntó él a modo de broma.

Los verdes ojos de este lo observaron, brillantes, y una leve sonrisa asomó a sus labios, volviendo a convertirlo en el mismo chico de siempre.

—No, que soy como la primera Joya; la que fue devuelta a la vida —les dijo él con una seguridad absoluta—. Lo vi en las llamas, ¡pude leerlas, chicos! En estas estaba escrito que debía entregarme a la muerte sin miedo, permitiendo así que esta me forjase en sangre y fuego para poder despertar completamente como la Joya que soy —exclamó con una emoción que rosaba un poco lo infantil y contrastaba con la seriedad que estaban hablando—, y entonces…

—… te comportaste como un maldito egoísta y decidiste acabar con tu vida —le espetó Mikasa apretando los dientes y contemplándolo furiosa. Eren parpadeó un par de veces, confuso, y luego lo miró a él, implorando por su ayuda, pero Armin por una vez se fingió ignorante. Su amigo se merecía aquel regaño por idiota—. ¿Te das cuenta de lo que nos has hecho pasar? ¿Pensaste por un minuto siquiera en cómo nos sentiríamos Armin y yo si todo hubiese resultado mal y te hubieras muerto de verdad, Eren?

—Lo sé, lo sé, y me he disculpado, ¿no? —respondió este molesto frunciendo sus pobladas cejas con disgusto y sentándose en la cama—. Pero lo hice porque creí que sería mejor así. No podía simplemente llamarlos y explicarles lo que iba a hacer, porque no me lo hubiesen permitido. no me lo hubieras permitido, Mikasa. Pero tenía confianza en que resultaría bien. Ya les dije que lo había visto.

Armin, previendo que las cosas se podían descontrolar un poco si ambos chicos rompían a discutir sobre lo descuidado que había sido Eren consigo mismo, se apresuró a intervenir:

—Ya está bien. Hablaremos de esto mañana cuando todos estemos más calmados. Tenemos asuntos más urgentes que tratar ahora mismo —les dijo con determinación. Molestos como estaban, sus amigos lo miraron con idéntica expresión combativa, dispuestos a rebatirle, pero él no se amilanó—. Eren, ¿recuerdas algo de lo ocurrido después de que… moriste? —lo interrogó—. ¿Lo que hiciste o nos dijiste en ese momento?

El chico se encogió de hombros y se dejó caer agotado contra las almohadas, frunciendo los labios con disgusto.

—No mucho, realmente. Después de que el viento cantó para mí, pude leer en el fuego el designio de lo que debía hacer para despertar a la Joya, como les dije; así que decidí arriesgarme y me dejé morir —reconoció quedamente—. Sé que durante un tiempo vagué en una especie de limbo, un lugar muy extraño, con muchas voces que me hablaban al mismo tiempo en diferentes lenguas y no lograba entenderlas. Me sentía agobiado y terriblemente mal, casi como si mi cabeza fuese a explotar de un momento a otro, hasta que de repente todo pareció aclararse ante mí y me vi llamado, envuelto por el fuego. Luego nada más, desperté aquí —les explicó a toda prisa, aunque luego bajó la mirada a sus manos unidas sobre su regazo y su pálido rostro se sonrojó un poco, así como también sus orejas. Armin no tenía que ser un genio para saber que este les estaba ocultando algo—. ¿Qué ocurrió? ¿Hice algo muy raro?

Él ignorando deliberadamente ese hecho y la punzada de inquieta curiosidad que le causó, negó con un gesto.

—Después de que te encontramos, tendido y herido en el suelo, intentamos ver si podíamos hacer algo por ayudarte, pero no fue así; era tarde y estabas muerto, por lo que nos desesperamos. Luego, repentinamente, se produjo una especie de incendio de la nada y fuiste consumido por él; pero al poco tiempo saliste de entre las llamas, envuelto en ellas como si estuvieras ardiendo por dentro —le explicó Armin, sintiendo como la ansiedad lo recorría al recordar lo ocurrido, la impresión y miedo que experimentó en ese instante—. En cuanto abriste los ojos nos dimos cuenta de que algo había pasado, que estabas cambiando, porque estos eran dorados, como los de tu madre, Eren, y fue entonces que comenzaste a hablarnos, diciéndonos que eras la Joya y confirmando así que ella siempre tuvo razón con su vaticinio: no habrá más Joyas después de ti. Cerrarás el ciclo —le dijo a este, callándose todo lo demás.

Mikasa, que se había sentado junto a su amigo en la cama, bajó la mirada y guardó también silencio, aceptando por omisión su decisión. Si había cosas que Eren no quería revelarles de momento, por el motivo que fuese, bien podían ellos hacer lo mismo durante unos cuantos días más, por lo menos hasta que obtuvieran mayor información sobre las Joyas y su comportamiento. No valía la pena preocupar al otro chico antes de tiempo, este ya tenía muchas cosas de las que ocuparse antes de que lograran finalmente escapar de allí.

Durante unos cuantos minutos los tres se quedaron sumidos en un completo y pensativo silencio, cada cual perdido en sus propios pensamientos. Armin levantó la mirada para contemplar a su amigo, temeroso de que aquella revelación sobre su despertar fuera más de lo que este podía soportar; sin embargo, cuando los ojos de ambos se encontraron, la sonrisa de Eren se ensanchó y su verde mirada se llenó de un brillo lleno de felicidad que no había estado allí minutos antes. Nuevamente era él, se dijo aliviado; no la Joya, no el chico desanimado y desesperado que había estado junto a ellos los últimos días, sino el Eren que siempre bromeaba y hablaba de sus ganas de hacer cosas y conocer lugares, aquel que compartía con él sus sueños de lo que verían una vez lograran salir por fin fuera de esos restrictivos muros que los aprisionaban.

—Seis semanas, chicos —les dijo lleno de una euforia difícil de pasar por alto. Sus ojos eran puro fuego verde, como si parte de las llamas que habían visto en la Joya se hubiesen quedado prendadas en ellos—. En seis semanas debemos tener todo listo para largarnos de aquí —les informó con una convicción poco común en él.

—Pero, ¿por qué lo estás retrasando? —inquirió Mikasa, dudosa, volteando rápidamente el rostro en su dirección para mirarlo y que él mismo confirmara o rechazara las palabras de Eren—. Es cierto que Armin ha dicho que aún no tiene todo listo, pero está seguro de poder conseguirlo dentro de dos semanas, ¿verdad, Armin?

Él no alcanzó a responder nada, porque Eren los interrumpió con un gesto de la mano para que le prestaran atención.

—El retraso no tiene nada que ver con el plan de Armin, sino porque vendrán para llevarme —les dijo Eren, ufano y contento. Una corta carcajada escapó de sus labios y les sonrió entusiasmado, aquella sonrisa que solía abarcar todo su rostro e iluminar el mundo—. Ya se han puesto en camino y vienen en mi búsqueda, así que aprovecharemos la oportunidad y huiremos de aquí. Por fin saldremos de este maldito palacio, ¡y cruzaremos el mar!

Ante aquella revelación, tan precisa e imposible, él se quedó sorprendido.

—¿Y eso lo sabes porque…? —inquirió, intrigado.

La sonrisa de Eren se ensanchó aún más, llegando hasta sus ojos. Bajo la tenue iluminación de la lámpara de aceite estos brillaron en dorado y azul, como si fuesen gemas.

—Soy un Caminante de Sueños. Y acabo de reunirme con quien viene a rescatarme.

 

——o——

 

Había sido culpa de la canción, estaba seguro. O por lo menos eso se dijo Levi mientras sus piernas lo llevaban casi por voluntad propia y sin rumbo alguno hacia la fuente de aquel melodioso sonido.

Era un canto suave y bajo, pronunciado en alguna lengua extraña y melódica que él era incapaz de entender, pero que, de cierta forma extraña, igualmente comprendía, como si cada una de aquellas desconocidas palabras llegasen directamente a su corazón en vez de a su cerebro. La canción hablaba de vida, muerte y nuevamente vida después de esta. De amores perdidos y hallados una vez más, y búsqueda, larga y eterna, interminable a través del tiempo, por aquello que se ansiaba y necesitaba: la otra parte de un alma.

Su involuntaria marcha lo llevó hasta aquel extraño paraje que solo conocía a través de sus libros. Una vasta extensión de arena pálida y suave, la cual resultó extrañamente reconfortante y cálida cuando sus pies desnudos se hundieron en ella, y, a lo lejos, aquella inmensa e inabarcable masa de agua tranquila y batiente que brillaba como si tuviese joyas incrustadas a causa de los sutiles rayos del sol sobre su cabeza. A la distancia que estaba, él podía oír como el oleaje del mar resonaba pausado y armonioso arrastrado por la brisa, mezclándose a la perfección con aquella canción indescifrable que parecía llamarlo como un canto de sirena, tan tentador como peligroso.

Cuando su gris mirada encontró la fuente del sonido, una emoción extraña pareció brotar dentro de su pecho: dolor y alegría sinfín entremezclados con el reconocimiento, el anhelo y mucho miedo. Había esperado tanto… y había fallado tanto…

La canción se detuvo tras una suave inspiración, como quedando suspendida en un etéreo suspiro. Nuevamente sus pasos lo guiaron hasta la orilla de la playa, donde aquel otro se hallaba sentado con las piernas extendidas ante él, permitiendo que el suave oleaje le lamiera los desnudos pies de tanto en tanto. Cuando Levi llegó a su lado, aquella castaña cabeza, de largo cabello volando a causa de la salobre brisa, se inclinó y elevó un poco para poder verle.

El desconocido, tan joven como lo era Isabel, le miró curioso y sonrió alegremente, haciendo que su moreno rostro de pómulos altos y marcados pareciera iluminarse. Este vestía de forma sencilla, con una holgada camisola blanca arremangada hasta los codos, que dejaba sus antebrazos expuestos, y un par de negros y desgastados pantalones de montar subidos hasta las rodillas. A pesar de su expresión amable, todo en ese extraño muchacho parecía intenso, desde el gesto obstinado de sus llenos labios hasta la inclinación dramática de sus pobladas cejas oscuras; pero lo más impresionante, lo que era imposible de pasar por alto, eran sus ojos. Estos, enormes y expresivos, bordeados por tupidas pestañas oscuras, eran un reflejo perfecto del verdeazulado del mar frente a ellos. Cuando el muchacho pestañeaba, el reflejo del sol arrancaba delicados destellos dorados a sus iris, haciendo que parecieran realmente un par de joyas.

—Finalmente has venido —le dijo este con voz baja y suave, confirmando así sus sospechas de que, a pesar de sus rasgos demasiado femeninos, era un chico—. En verdad me has hecho esperar demasiado tiempo. Temí que te hubieses perdido. Temí haberte perdido.

Levi, sintiéndose tan irreal y poco dueño de sí mismo como hacía minutos atrás, se dejó caer sentado al lado del muchacho sobre la cálida arena, permitiendo que los hombros de ambos se rosaran. Al voltear el rostro para observar al otro y quedar enfrentados, su plateada mirada se perdió en aquellas verdes profundidades que estaba a escasos centímetros de él; tan cerca que podía contemplar con facilidad la amplia gama de tonos azules, grises y verdes que parecían arremolinarse en aquellos iris.

La brisa marina, suave y templada, revolvió los cabellos de ambos, como si esta también estuviese contenta y le diese la bienvenida. Podía sentir el calor del sol calentando su rostro, su cuerpo, pero a pesar de ir vestido con los gruesos pantalones verdes del uniforme y la negra camisa de este, no se sentía sofocado; por el contrario, era extrañamente agradable. Como el reconfortante recuerdo de un sitio especial y conocido. Como estar de regreso en casa.

—Ha sido un viaje largo —respondió él sin pensar, apoyando su pálida frente contra la de aquel otro, notando como el latir de su corazón se acompasaba poco a poco a esa suave respiración—. Te busqué en el tiempo, te busqué en mis sueños, pero no pude hallarte, y acabé convertido en un esclavo. Pero ya no hay más cadenas, finalmente vuelvo a ser libre. Y regresaré a ti, cumpliré mi promesa.

Aquellas manos de largos y delgados dedos se aferraron a su rostro, acariciándolo con fervor, mientras que aquellos ojos de fábula se anegaron de lágrimas que surcaron las tersas mejillas como si fuesen un río. Y Levi quiso besarlas, bebérselas; ahogar aquella desconsolada tristeza con suaves caricias y palabras dulces que ambos necesitaban. Porque habían estado tan solos… habían sufrido tanto… Jamás completos, jamás un todo. Obligados a soñarse y anhelarse por tanto tiempo, pero ya no, no más. Su viaje había dado inicio y cumpliría su promesa. Recuperaría aquello que siempre le había pertenecido y le fue arrebatado, y él regresaría a formar parte de aquel que siempre había sido su todo.

—¿Cuándo? —susurraron aquellos otros labios, desesperados, anhelantes por su respuesta.

—Seis semanas —le dijo al fin—. Mi viaje ha comenzado, ya voy en tu búsqueda. Seis semanas, y nuevamente estaremos juntos. Finalmente cumpliré mi promesa. Por favor, solo espera un poco más.

—Lo has jurado —le dijo el muchacho con voz melodiosa y una suave sonrisa dibujada en los labios—. Mi sangre corre por tus venas, tu alma insufla de vida a la mía. Somos uno, y lo que a ti te hiere, me lastima a mí. Lo que a mí me encadena, corta tus alas. Somos uno, y lo has jurado, recuerda. Siempre juntos, siempre. El único que puede encender la hoguera y apagar la llama, eres tú. Mi vida te pertenece. Nací para pertenecerte, no lo olvides.

Levi, enardecido por sus palabras, por el dolor de la larga separación, acortó la distancia que los separaba y unió sus labios en un delicado beso, un roce ligero que le supo a agua en el desierto y fue insuficiente, siempre lo era, porque lo anhelaba, lo necesitaba. Aquel muchacho de ojos dorados y fuego en el alma era su complemento, su contraparte. No podían ser el uno sin el otro, eternamente destinados a estar juntos en un final sin fin y un fin sin final.

Oyó el quedo gemido de protesta del chico contra su boca cuando se separaron un momento para recuperar el aliento, pero lo acalló de inmediato volviendo a unir sus labios, tragándose sus palabras, su dolor, la ausencia de siglos sumidos en angustia, necesidad y sufrimiento al no poder tenerse. Volvieron a besarse una y otra vez, ya no con la emocionada felicidad del reencuentro, sino con la necesidad y el deseo de volver a tenerse, de pertenecerse.

Cuando la mano derecha de este se adentró entre los pliegues de su camisa para posarse sobre la piel desnuda sobre su corazón, Levi sintió a su sangre avivarse como ríos de lava. Podía oír los desenfrenados latidos bajo aquella suave palma, bajo aquellos dedos. Era como si con cada sutil caricia, con cada leve toque, la sangre de aquel chico cantase para él, atrayendo la suya, haciendo que se reconocieran porque eran solo una.

Sin dejar de besarlo, apegándolo más a su cuerpo si eso era posible, posó su propia mano sobre la de este y fue entonces que lo sintió encenderse: el fuego. Una pequeña flama dentro de su pecho que poco a poco se convirtió en hoguera, envolviéndolos a ambos hasta consumirlos por completo.

Lo último que oyó antes de desintegrarse en cenizas, fue aquel juramento que reverberó en su cabeza como un grito: «Te buscaré, que te encontraré, y volveremos a estar juntos. Siempre juntos».

Lo último que sus ojos vieron antes de que el mundo se desintegrara, fueron aquellos iris verdeazulados, tortuosos, dolidos y desesperados; ojos verdes que relucían como las esmeraldas y le decían a gritos que debía darse prisa o sería demasiado tarde para ambos.

 

——o——

 

Dejando escapar un jadeo lleno de dolor, Levi abrió los ojos de golpe y se sentó con sobresaltada violencia sobre el nido de mantas que era su improvisada cama. Inhalando profundo y despacio para intentar regular el acelerado ritmo de su respiración, permitió que su vista se acostumbrase poco a poco a la oscuridad reinante a su alrededor, dejando escapar un suspiro de alivio cuando comprobó que eran las desgastadas paredes de loneta de la tienda de campaña lo que lo rodeaba.

Un sueño, joder. Todo había sido un condenado sueño.

Farlan, que estaba tumbado a su lado, apenas y se removió un poco debido a su sobresalto, arrebujándose más en las mantas y dándole la espalda mientras roncaba suavemente. Las últimas noches su amigo dormía prácticamente como un jodido muerto a causa del agotamiento que le producían las largas jornadas de cabalgata y caminata que habían debido hacer desde su partida de Mitras, dos semanas atrás. De seguro el muy cabrón no se despertaría ni aunque les pasase una caballería encima.

Él, junto a Farlan y el reducido grupo de hombres de la Guardia que los acompañaban por orden de Erwin, habían tenido que cumplir muy rigurosamente los tiempos establecidos por el joven comandante para poder llegar al puerto de Shiganshina el día acordado. A pesar de que el invierno les habían jugado en contra un par de veces, dificultándoles la marcha, lograron atravesar el distrito de Ehrmich y un buen puñado de aldeas aledañas, en los plazos dispuestos; sin embargo esa tarde, debido a la lluvia torrencial que los caló hasta los huesos y les hizo casi imposible avanzar con los caballos a causa del terreno reblandecido, decidieron detenerse para armar su pequeño campamento a las afueras de Trost y pernoctar allí esa noche, descansando un poco para recobrar fuerzas y así poder emprender al día siguiente el último tramo de la primera parte de su viaje antes de zarpar rumbo a Marley.

Una semana más y finalmente conocería el mar, se dijo Levi lleno de nerviosa ansiedad. Una semana más y su destino comenzaría a sellarse finalmente, alejándolo cada vez más de Isabel.

Pensar en su protegida y el viaje que estaban a punto de emprender, hizo que su mente de inmediato regresara a aquel extraño sueño y a ese paraje completamente desconocido para él, y que, no obstante, había sentido increíblemente real.

Dejándose caer una vez más de espaldas sobre el montón de mantas, Levi apoyó su antebrazo derecho contra su frente y observó el sucio y raído techo de la tienda.

¿Qué demonios con aquel sueño?, se preguntó contrariado. Había sido raro de los cojones, no solo por haber estado en un sitio que jamás había visto con sus propios ojos, uno que ni lúcido hubiera sido capaz de imaginar, sino que también por a quien había encontrado allí.

La imagen del chico desconocido, los ojos del chico desconocido, volvieron a invadir su mente como si estuviese contemplándolos. Casi podía verse reflejado en aquellos iris verdeazulados que le hablaban de un pasado juntos, de aquel extraño lazo que compartían; una conexión que Levi solo podía achacar al cansancio acumulado por jornadas de viaje demasiado largas y los nervios que le producía el haber dejado a Isabel sola y a su suerte. Sí, debía ser eso. Incluso, si lo pensaba bien, aquel ser extraño se parecía un poco a su protegida, una versión distorsionada y diferente, por supuesto, pero, ¿acaso no eran los sueños siempre algo confusos? El maldito cerebro jugando malas pasadas.

«Sin embargo no era Isabel, sino un muchacho. Era un muchacho y aun así tú lo besaste», le señaló maliciosamente una voz dentro de su cabeza, desconcertándolo.

El solo recordar aquello hizo que su pecho se contrajese a causa de la vergüenza y la culpa, ¿qué demonios estaba mal con su cerebro, joder? ¿Por qué se había comportado de ese modo con aquel extraño? En el sueño no solo había besado y abrazado a ese chico con la necesidad de un alma hambrienta y necesitada, sino que también había deseado poseerlo hasta que ya nada pudiese separarlos. Quería marcarlo como suyo.

Demonios, desde que aquel viaje había dado comienzo su cabeza era un puto caos. Isabel y el miedo a perderla se arremolinaban constantemente en sus pensamientos, y la necesidad de encontrar esa maldita joya parecía verterse dentro de él como un veneno, por lo que no podía dejar de pensar en ella, en imaginar cómo sería y si existiría realmente algo de la magia de la que Erwin hablaba con tanto fervor. Y ahora, se dijo Levi, tenía ese maldito sueño que pareció despertar dentro de él la angustiante urgencia de estar olvidando algo importante, algo que debía recordar. E, inexplicablemente, se sentía triste y afligido, desesperado porque aquel viaje acabara de una buena vez y así poder recuperar su vida normal junto a sus amigos.

Cansado de darle vueltas a todo aquello, volvió a cerrar los ojos para intentar dormir un poco más, sabedor de que al día siguiente tendrían que recuperar el tiempo perdido; pero nada más hacerlo, todas esas emociones, aún demasiado vivas dentro suyo, parecieron despertar violentamente, recordándole el sabor de aquella boca bajo la suya y el calor de aquellas manos sobre su cuerpo, así como la sensación de completa alegría y gratitud que experimentó al volver a tener a ese extraño muchacho entre sus brazos.

¡Maldito fuese su subconsciente por jugársela de aquella manera!, se dijo furioso consigo mismo al notar como la sangre parecía atronarle en las venas a causa de aquellos recuerdos. Era como si ahora, aparte de todos sus malditos problemas, no pudiera quitarse de la cabeza la imagen de aquel chico, de aquellos ojos. Y era absurdo, joder. ¡Ni siquiera lo conocía!

Decidido a aclararse la cabeza como fuese, Levi se dispuso a salir a tomar un poco de aire, aunque acabase chorreando agua a causa de la lluvia que aún arreciaba con fuerza en el exterior. Cualquier cosa era mejor que seguir encerrado allí pensando en tonterías.

Volvió a sentarse y apartó de golpe las mantas que lo cubrían, pero nada más hacerlo, otra oleada de dolor le sobrevino y lo obligó a inclinarse hacia adelante, ahogando un gemido que de seguro hubiese despertado no solo a Farlan, sino que también a Gunther, Auruo y Erd que compartían la tienda con ellos.

Soltando entre dientes un siseo a causa del dolor que sentía, Levi inspiró profundo e intentó convencerse de que eran solo tonterías suyas, que no podía ser real. No obstante, cuando con cuidado abrió la negra camisa que llevaba puesta, apartando la tela lo suficiente para poder observar su pecho, una oleada de incrédulo pánico lo embargó. Dios, aquello no podía ser verdad.

Durante unos minutos el aire pareció incapaz de ingresar a sus pulmones y, cuando finalmente lo hizo, él sintió como si estos le quemaran por el sobreesfuerzo.

A pesar de que la noche era bastante oscura y de que la tienda se encontraba en penumbras, Levi pudo distinguir sin dificultad alguna el grabado sobre su pecho: una quemadura que había dejado la piel en carne viva y resplandecía ahora en un rojo brillante y ardiente; la sutil huella de una mano sobre su corazón, una mano de dedos largos y delgados que no se asemejaba para nada a la suya, y que, sin embargo, podía recordar perfectamente recorriendo su rostro con la gentileza de un amante al reconocerlo… y posarse sobre su corazón como si deseara permanecer allí para siempre.

Ojos dorados, ojos verdes, y el rostro de un chico que parecía difuminarse en su mente a cada segundo que pasaba incrementando su dolor, porque no podía volver a perderlo; no obstante, el recuerdo de aquel último juramento resonó en sus oídos como si acabasen de susurrárselo, grabándosele en fuego y sangre para que jamás pudiera olvidarlo.

Levi inspiró profundo una vez más y abrió los ojos a la realidad, apoyando su propia mano derecha contra la huella de aquella otra que descansaba sobre su corazón, sintiéndolo palpitar bajo su toque, así como lo había sentido inflamarse y arder ante la cercanía del misterioso chico.

Joder, joder, ¡joder! Entonces… ¿aquello no había sido un sueño?, se preguntó lleno de espanto. ¿Qué mierda era lo que realmente estaba ocurriendo allí?

Lo único que tenía claro en ese momento era que, si ese maldito mocoso realmente existía, era fuego, y él probablemente iba a quemarse.

Notas finales:

Lo primero, como siempre, es agradecer a todos quienes han llegado hasta aquí. Espero que la lectura fuese de su agrado y valiera la pena el tiempo invertido en ella.

Por lo demás, tal como había prometido aquí está ya el nuevo capítulo, uno que me ha encantado escribir y que espero igualmente hayan disfrutado. En esta ocasión, y por primera vez en este fandom, me arriesgo a escribir desde la perspectiva de un personaje que no sea Eren ni Levi, así que ha sido una aventura, un poco arriesgada, pero que me tiene satisfecha y contenta porque llevaba un tiempo planteándome la idea de hacerlo. Espero que no les pareciera demasiado raro este cambio de narrador ni les incomodara, que ojalá disfrutaran ver todo desde los ojos de Armin, pero al ser este un fanfiction que cuenta con muchos escenarios, muchos personajes, y muchas situaciones a resolver, iré utilizando a algunos para relatar parte de los hechos. Por supuesto, Levi y Eren seguirían siendo los protagonistas absolutos, pero de tanto en tanto podrán ver la perspectiva de algún que otro personajes más, por lo menos Armin, nuevamente, Mikasa, Erwin, Farlan, Isabel, Hange (que aparecerá ya en la siguiente actualización), Zeke y Willy Tybur. Si alguien más se añadirá a esa lista no lo sé, ya que mis escritos suelen avanzar un 50% planificados y un 50% al azar, pero de momento todos estos personajes tienes partes de la historia bosquejadas para ellos por algún motivo que involucra a nuestros queridos protagonistas.

También, espero que les gustara el primer encuentro de Eren y Levi (hoy todos llegan al mar). No sé si alguien esperaba que fuera de ese modo, un tanto inusual, pero con ello podría decirse que de alguna manera comenzarán a conocerse (o reconocerse) antes de que se vean directamente por primera vez, ¿ven? La espera no fue tan larga. Confío igualmente en que esa parte no resultara muy confusa, debido a las cosas que ambos se dicen y de las que hablan, las cuales tienes una relación directa con el prólogo de la historia y que luego tendrán una explicación más profunda.

Igualmente, por si a alguien le interesa, tanto este capítulo como el anterior, fueron inspirados en su mayor parte por los siguientes temas: The song of the caged bird, Elements, The Phoenix y Transcendence, todos de Lindsey Stirling. Ella suele ser mi artista favorita a oír cuando escribo esta historia, así que podría decirse que sus temas han ido dando forma a lo que es esta historia. Si se sienten intrigados y no la conocen, los invito a oírla. Es una maravillosa muestra de lo que es el violín eléctrico al unirse a géneros como el pop, rock y la música electrónica. Además de que su misma performance es algo interesante de ver, saliendo un poco fuera de lo que se espera de un violinista.

Para quienes siguen el resto de mis historias, lo primero es disculparme ya que esta semana no hubo capítulos para Ese algo llamado Amor, pero lo cierto es que solo ayer acabé con mis exámenes (presentación de piezas y por lo mismo estrés sinfín) y quedé agotada mentalmente, así que no tuve ganas de ponerme a corregir las viñetas; por lo cual estas ya quedan para la próxima semana, sábado y domingo como siempre. Con el resto, igualmente aviso que aparte de esa historia, no habrá actualización para el fandom de SnK la semana que viene, ya que subiré Hilo Rojo de KnB que he tenido muy rezagada. Sin embargo, aprovechando que estoy de vacaciones y me siento positiva, apuntaré las actualizaciones del mes de julio. Al igual que hasta ahora, solo actualizaré los días domingo, y el orden será el siguiente: In Focus 18, Amar en Tres Tiempos epílogo e In Focus 19. De todas formas en el calendario que tengo en mi biografía quedarán las fechas exactas. Para quienes esperan Cantarella, pido disculpas; prometo que esta ya regresará la primera semana de agosto, tanto porque siempre me cuesta un poquito más escribirla como porque con mi beta estamos corrigiendo todo el desastre de horrores que han tenido los capítulos anteriores. Esta semana ya comenzaré a subir los capítulos arreglados, por lo que si alguien los relee en algún momento, espero los halle mejor.

Y con esto ya solo me queda agradecer nuevamente a todos quienes se dan el tiempo leer, comentar, enviar mp’s, votar y añadir a sus listas, favoritos, marcadores y alertas. Son siempre mi mayor incentivo para darme ánimos los días que la pereza se vuelve una mala consejera.

Un abrazo a la distancia y mis mejores deseos para ustedes. Hasta la siguiente.

Tessa


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).