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Linaje por 1827kratSN

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Tsunayoshi, como era su nombre completo, uno muy difícil de pronunciar; agitó el brazo de su hermano para que lo soltase y así pudieran de nuevo empezar a caminar como todos esos largos y eternos días. Esperó a que su hermano dijera algo, pero como eso no pasó, de nuevo intentó despertarlo. Y como eso tampoco funcionó, se liberó de los brazos de su hermano y se sentó frente a él.

 

—¿Por qué no despiertas, hermano?

 

Nunca le respondió. Su hermano no se movió ni siquiera cuando él le apretó las frías mejillas. Incluso le separó los parpados, pero su hermano jamás despertó. Tsuna se quedó sentadito junto a él, le cobijó con el enorme saco de su otro hermano para que así no estuviera tan frío, jugó con sus dedos mientras suspiraba, miraba todo lo que había en ese callejón humedecido por agua que olía raro, y abrazó sus piernas. No sabía qué más hacer.

Pero su hermano jamás despertó.

Su pequeña mente sabía que algo estaba mal, su corazón se estrujaba cada que veía a su hermano dormido sin moverse ni un poco, sus ojos chocolates se llenaron de lágrimas mientras seguía esperando a que algo pasara, y su cuerpo temblaba ante cada sollozo quedito.

Era un niño pequeño que no entendía muchas cosas, pero que dedujo una sola.

 

—Cada vez que pregunto algo… todo se pone peor.

 

Era el segundo día y su hermano no se movió ni un milímetro, cuando una mujer con la piel llena de leves arrugas se acercó a él y le ofreció algo de pan. Tsuna comió desesperado porque estaba muy hambriento, y aun así guardó un pedazo para su hermano porque tenía esperanzas de que en algún momento despertaría y le diría que también tenía hambre.

Era un pequeño niño que en menos de dos meses vio todo su mundo cambiar para mal.

 

—¿No me vas a preguntar qué es lo que pasa?

—Si pregunto algo —se limpió las lágrimas y la boquita antes de mirar a la anciana—, después algo malo pasa. Así que no preguntaré.

—Aunque no preguntes —con tristeza y un nudo en la garganta, la mujer acarició esos rebeldes cabellos marrones—, te lo voy a explicar, pequeño.

 

Fue en ese día donde Tsunayoshi supo qué era la muerte y por qué existía. Supo que su hermano jamás volvería a abrir los ojos. Supo lo que era un entierro. Supo que ya no tenía a nadie más que lo cuidara. Supo que lo único que tendría como recuerdo sería el saco de su hermano mayor y el collar de su segundo hermano. Supo que algunas cosas no tenían solución.

Y lloró.

Lloró todo lo que pudo, gritó todo lo que se aguantó en esos días, llamó a cada miembro de su familia entre sollozos a pesar de que sabía que nadie le iba a responder. Se dejó caer en medio del bosque en donde cavaron un hueco para colocar el cuerpo de su hermano pues no tenían cómo pagar un puesto en el cementerio. Y finalmente se dejó abrazar por aquella mujer de muchos años que lo dejó desahogarse hasta que se quedó dormido.

Ese era el recuerdo que tenía de su infancia, era lo único que en su mente había. No había más. No había nombres, rostros enteros o pistas de su paradero, ni siquiera recordaba su apellido. Sólo tenía ese collar brillante pues con el pasar del tiempo el saco de su hermano mayor se ensució, agujereó y desgastó hasta que tuvo que dejarlo.

 

—¿Qué tanto miras, Tsuna?

—El collar —el castaño sonreía mientras acariciaba la figurita plateada en forma de un escudo en cuyo centro se detallaba una bala—. Es muy bonito.

—Un tanto tétrico diría yo —reía la misma ancianita que lo acogió cuando era niño y lo cuidó como a un nieto.

—Es lo único que me queda —a sus diez años entendió que por alguna razón su familia fue asesinada, sus hermanos murieron y nadie había al que pudiera definir como familia de sangre.

—Lamento que esta pobre anciana jamás haya encontrado alguna información sobre tu familia.

—Abuelita —se acercó a la mujer para ayudarla a llevar el balde de agua hasta la pequeña covacha en donde ambos vivían y le sonrió—, tú eres mi familia.

—Eres muy dulce, Tsuna.

 

La casa era pequeña, hecha de madera, paja y telas, pero como eran sólo ellos dos no importaba. Vivían bien, trabajan para vivir bien. Cada mañana ambos se aseaban con agua recolectada de la lluvia, se limpiaban lo más que podían para poder ir al pueblo e ingresar al mercado.

La abuela siempre dijo que verse bien hacía que la gente correcta se acercara y tenía razón.

 

—Veo tu futuro tan claro como el agua de un riachuelo —Tsuna observaba como la abuela atraía al primer cliente—, veo un hombre… un trabajo… un algo.

 

La abuela leía el futuro cuando usaba el humo de ramitas que encendía o cuando jugaba con unas piedras encima de un tablero adornado por una tela colorida, ella podía ver el destino usando casi cualquier cosa y se ganaba unas monedas por medio de eso. Pero no era suficiente y por eso Tsuna, desde el primer día en que vio a un niño ayudar con el transporte de los productos en ese mercado, aprendió a trabajar porque de esa forma podía ganarse también unas monedas.

Ayudaba a la mujer que le dio la oportunidad de seguir viviendo.

Cuando tenía cinco años fue duro empezar con aquella labor tan pesada puesto que no estaba acostumbrado a algo que requiriera fuerza física y le costó muchos regaños y golpes de los jefes insatisfechos, pero a sus diez años podía cargar cajas sin problemas y correr por entre todos los puestos hasta el correcto. No se quejaba por el cansancio, ni siquiera por la suciedad o por los raros olores, sólo hacía lo que se le pedía y agradecía por las monedas que le daban.

No volvió a preguntar cosas innecesarias, se tragó su curiosidad porque desde que perdió todo en su vida creyó que sus preguntas sólo atraían el mal. Creció con ese miedo y por eso en ese punto ignoraba muchas cosas que en el fondo le gustaría saber.

 

—¿Estás cansada, abuelita? —tomó la mano de la anciana que era su única familia y en su mano libre cargó con las cosas que usaba para adivinar el futuro.

—Un poquito, pero no te preocupes —palmeó la mano que sujetaba la suya.

—Cuando lleguemos a casa, te acostarás y dormirás.

—Claro que no —reía de forma suave antes de enderezarse y quejarse un poco por el dolor en su espalda— sino quién preparará la comida.

—Yo puedo —sonreía con entusiasmo—, tú sólo dime qué hacer y yo lo hago.

—No, mi pequeño —suspiraba—, tú no harás algo como eso.

—¿Por qué?

—Porque mientras yo siga viva, seguiré cocinando para ambos.

—¿Y por qué?

—Porque es lo único que hago y me hace sentir viva.

—Abuelita, no digas eso.

 

Una vez su abuela le platicó sobre su vida, le dijo que perdió a sus hijos y a su marido por una cruel enfermedad, le contó que estar sola le dolió siempre y que por eso era muy feliz por haberlo encontrado. Tsuna amaba a su abuela, le agradecía porque de no ser por ella tal vez no hubiese seguido con vida. Los dos no tenía a nadie más que a ellos, pero estaba bien.

Y, sin embargo, tenían miedo porque bien sabían que la gente perecía.

Cada mañana Tsuna se despertaba temprano y miraba a su abuela dormir para verificar si respiraba o si se movía. Lo hacía en secreto para no preocupar a su única familia, lo hacía porque tenía miedo de quedarse solo otra vez. Tenía miedo a que la muerte lo visitara y se llevase a su única luz.

 

—Tsuna —su abuelita lo miraba con dulzura—, cuando yo me vaya…

—Abuelita, no digas eso —la detenía siempre porque no quería escuchar qué seguía después de esas palabras.

—Sé que no te gusta hablar de esto, pero debes escucharme.

—Podemos hablar de eso otro día.

—No, mi pequeño —con dulzura sostenía las mejillas del pequeño niño que acogió como su nieto— tienes que escuchar ahora.

—¿Por qué?

—Porque los años me pesan y nadie sabe lo que sucederá mañana.

 

No pudo soportar pensar en el día en que aquella ancianita le faltara, se abrazó a ella, se escondió en su pecho y escuchó atentamente lo que le dirían. Suspiró, asintió y al final aceptó que en algún punto “eso” iba a pasar. Pero agradeció que fuera dos años después de aquella platica horrible y que su abuelita se hubiese ido mientras dormía porque de esa forma no sufrió algún dolor.

Esa mañana la halló recostada, con los ojos cerrados, pero su pecho ya no subía ni bajaba y supo que ella había muerto. La tomó de la mano hasta que perdió todo rastro de calor, la miró entre lágrimas hasta que el agotamiento le ganó y ya no tenía agua que se escurriera por sus mejillas. Se quedó en casa hasta que se resignó a la pérdida y pidió ayuda a su vecino para darle entierro en el bosque como a todos los que vivían en esa zona, la más pobre de ese sector.

 

—Te dejaré para que te despidas, Tsuna.

—Gracias.

—Si necesitas algo, pídemelo sin dudar.

—No hace falta, pero gracias.

—Sé que podrás sobrevivir solo, pequeño —era el deseo de un hombre que no podía acogerlo pues tenía ya tres hijos que alimentar.

 

Estaba solo de nuevo. Estaba triste. Estaba algo inquieto porque no estaba seguro de si las palabras de su abuelita podrían ser certeras. Por otro lado, estaba su confianza plena en su abuelita, aquella que cada mañana le decía que podía seguir adelante y crecer para algún día ser un hombre poderoso. Tsuna siempre quiso tener dinero y comprarle una casa a la mujer que desgraciadamente no pudo vivir para verlo convertirse en alguien grande.

Tenía en su pecho las esperanzas de su abuela y las propias, esperanzas que aquella alma noble le forjó a un niño sin sueños intactos.

 

—Espero que mi hermano te haga compañía —les hablaba a las piedrecitas que estaba colocando como señal de la tumba para su abuelita— y que lo trates como a tu nieto… tal y como lo hiciste conmigo.

 

Miró su trabajo terminado para suspirar y limpiarse las lágrimas pues no podía hacer más.

Las flores crecían sobre las piedras que señalaban la tumba de su hermano. El pasto cubría la tierra entera y sólo la zona de tierra recién removía tenía diferente color, por eso Tsuna se levantó y recogió flores para adornar la tumba de su abuela.

Le dio un último vistazo antes de regresar a la covacha que era y seguiría siendo su hogar. Lloró otro poco mientras calentaba el sobrante de su merienda, siendo esta la última cosa que su abuela le había dejado. Arregló todo y se arregló a sí mismo para descansar.

Durmió hasta el siguiente día entre lágrimas de tristeza.

 

 

Continuará…

 

 


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