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Los lazos que nos unen. por Seiken

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—Eres muy hermoso en verdad...

Afrodita se levantó con un paso lento, caminando en dirección de Minos, para recargar sus manos a ambos lados de su cabeza, acorralando al juez contra una pared, al mismo tiempo que dicho juez cruzaba sus brazos delante de su pecho, mirándole fijamente.

—Pero, me temo que si dejaras tu rostro al descubierto tendrías docenas de admiradores.

Minos tenía que admitir que admiraba la facultad de Afrodita para poder hablar con esa rosa en su boca, la que era roja, así que pensaba era una rosa piraña o algo parecido, no recordaba bien cuál era la diferencia entre esas rosas, pero que no le gustaba esa familiaridad que tenía con él.

— ¿No te gusta tener competencia?

Minos pregunto con una voz que esperaba resultará agradable a la rosa, que despreciaría poco después.

—Yo jamás tendría competencia, después de todo soy el santo dorado más hermoso al servicio de Athena, soy Afrodita de Piscis.

Minos arqueo una ceja, mirándole fijamente, pero no negó eso, dándole de momento por su lado.

—Toma, esta rosa es para ti.

Acarició su rostro con los pétalos de la rosa, acomodándola en su cabello, para acercarse un poco más a él, respirando hondo, admirando su perfume natural.

—Ya me regalaron una rosa, uno de los tuyos, no fue agradable, así que, gracias pero no gracias.

Se quitó la rosa del cabello, dejándola caer al suelo, acariciando el cuello de Afrodita con las puntas de sus dedos, para acercarse a su cuerpo, como si quisiera besarle.

—Y encuentro mucho más hermoso a Saga que a ti…

Susurro al final en su oído, soltando su cabello, para ocultar su rostro, con una sonrisa de medio lado, esperando que con eso fuera suficiente y desistiera de sus coqueteos sin sentido.

—Nunca me han rechazado…

Minos borró su sonrisa, cuando notó que Afrodita aún estaba pegado a él, y que llevaba una de sus manos a su cadera, recorriendo su piel con lentitud.

—Déjame adivinar, eso te gusta…

Minos dijo fastidiado, esta vez, golpeando la mano que le tocaba con tanta familiaridad, aunque, debía admitir, que la insistencia de ese santo era diferente, era el primer ser humano, que no le tenía miedo.

—Mucho.

Afrodita aún actuaba seguro, como si supiera exactamente qué hacer con un alfa como él, regresando una de sus manos a su cadera, que trataba de acariciar con insistencia.

—Apártate, ahora que todavía puedes.

Minos sostuvo la mano de Afrodita con fuerza, apartándolo esta vez de su cuerpo, relamiendo sus labios, mirándole fijamente, esperando una respuesta del santo dorado, que solamente vino en la forma de una sonrisa.  

—Y aprovecha que todavía no estoy enojado.

Respondió Minos, empujando a Afrodita contra la cama, pensando en una forma de zafarse de él, una forma que siempre funcionaba y estaba dispuesto a utilizar, para tranquilizarse un poco.

—O toma una sola noche conmigo, arrullado por el batir de mis alas…

Minos se sentó sobre Afrodita, llevando sus manos a su pecho, acariciando su torso con delicadeza, lentamente, riéndose al ver su expresión de completo deseo.

—Pero, con la condición de no volver a molestarme nunca más, porque solo te daré una noche… no más.

Minos llevo su nariz a su cuello, admirando su aroma, que era dulce, parecido al de las rosas, pero mezclado con el veneno, con un dejo de cobre.

—O tal vez deseas que te someta, por eso has venido a mí, un alfa, para que te haga mío y te dominé.

Afrodita negó eso, no deseaba ser sometido, él deseaba un igual, un alfa que le considerará su igual, así que aventó a Minos, quien empezó a reírse en voz alta, mirándole con una expresión de satisfacción, burlándose de él en silencio.

—Ya te dije que soy seme… yo soy dominante…

Minos en el suelo comenzó a reírse, mirándole sonrojado, pero no por deseo, sino por furia, por el enojo que sentía en ese momento, al haber sido lanzado, cuando la rosa era quien ingreso en su cuarto sin respeto alguno.

—Con esa apariencia tan femenina, a pesar de que eres un omega, te dices ser dominante… no lo creo.

Afrodita se levantó de la cama e intentó marcharse, siendo sostenido por Minos, que lo empujó en contra de la pared, para mantenerlo quieto, apartando el cabello azul de su cuello, que lamió a lo largo.

—Y si no quieres que te muerda, que te dominé, solo márchate santo del santuario, porque sigo siendo un alfa, tu un omega.

No pensaba eso cuando su hermano era uno de ellos y no conocía a nadie más fiero que él, pero sabía bien, que la mejor manera de rechazar a cualquiera, era usar las supuestas desventajas que aquellas personas pensaban tener, en su contra.

—Tú terminarás obedeciendo mis órdenes, no al revés.

Afrodita deseaba tener lo que poseía Angeló con Shura, quienes eran iguales en todos los sentidos, lo que Milo tenía con Camus y de alguna manera, se prendó de Minos, cuando fueron recibidos en el Inframundo, cuando esté juzgaba sus almas, el espectro era uno de los hombres más hermosos que había visto, y él era un amante de la belleza.

—Nadie va a dominarme…

Afrodita era siempre aquel que era perseguido, idolatrado por los demás, quien había escapado en busca de algo mejor cuando nació en uno de los peores lugares, cuando veía lo que pasaba con los omegas, siempre dominados, siempre sometidos y el, con su belleza inhumana, tendría uno de los peores destinos, sería vendido a un tipo adinerado, para que tuviera un joven hermoso a su disposición, el que resultaba ser un omega y nunca había aceptado ser el pasivo en una relación, pero eso le traía soledad, porque todos siempre deseaban que les permitiera usarle a su antojo.

—Pues sigues siendo un omega, nada más que eso…

Afrodita apretó los dientes, furioso, tanto que unas ramas monumentales ingresaron en esa habitación, cortando el rostro de Minos, quien aun sonreía, viendo cómo el santo dorado se marchaba en silencio, esperando no verle de nuevo.

Tenía cosas más importantes que hacer, cómo proteger a su familia y evitar que su hermano cometiera alguna otra estupidez, por ejemplo, quisiera negar el peligro en el que se encontraba, como negó que Valentine podía intentar marcarlo cuando estuviera demasiado débil para evitarlo, pero al menos Kanon tenía sentido común, de la clase de sentido que su hermano carecía.

—Espero que con eso tengas suficiente.

Afrodita se encerró en su templo, furioso, tratando de ignorar la humillación recibida por el juez de las almas, diciéndose que de alguna forma, le demostraría que los omegas nos eran basura, que no tenían porque dominarlos, que podían ser los iguales de los alfas.

— ¡Maldito alfa!

Que él podría dominarle sin problema alguno, que sería suyo como lo deseaba, y después, él sería quien se riera de Minos.

—Te enseñaré quién es débil y quién terminará arrastrándose ante un omega.

*****

Aldebarán estaba sentado en la entrada de su templo, sus brazos cruzados delante de su pecho, recordando promesas de antaño, preguntándose porque pensó que cumpliría su palabra, la de un alfa embrujado por el celo de un omega.

Sabía que no era nada atractivo, no era tan hermoso como los otros omegas del santuario, media más de dos metros y tampoco era el más fuerte de ellos.

No era como Afrodita, ni como Milo, ni siquiera como el espectro rubio, que casi era tan alto como él, igualmente era muy fuerte, pero no llegaba a compararse con él.

Se preguntaba si como alfa hubiera sido más atractivo, tal vez tendría un omega que presumiera que se trataba de su alfa, pero su suerte no fue esa y era el menos atractivo de todos los omegas.

Aunque le creyó a Mu, que era muy bueno, que era muy honesto y honrado, pero ni siquiera él estaba dispuesto a decir que se trataba de su omega.

Ni siquiera Kiki sabía que se trataba de su omega, que era mucho más que el amigo especial de su maestro, que le había dado a luz.

Aldebarán escuchaba las quejas de Milo, acerca de cómo Camus deseaba tener un niño, que cada vez era más insistente, pero que él no era maternal, que no deseaba formalizar su unión, como su alfa decía a cada instante.

La verdad era que sentía celos de su relación, él, que se trataba de un hombre sencillo, de un guerrero pacífico, estaba cansado, sintiéndose engañado por su alfa, por su compañero de vida que durante diez años había ocultado su relación al mundo.

Aunque parecía que tenía razón cuando Mu dijo, que era peligroso para un niño de sangre lemuriana crecer en el santuario, que si Arles sabía que había más de ellos, o que desconfiaban de él, atacaría a sus seres queridos, a su hijo y a su omega, en ese momento de paz, se preguntaba, porque aún nadie sabía que estaban juntos.

— ¿Estás molesto con Mu?

Aldebarán intento levantarse para ponerse de rodillas, pero Shion se sentó a un lado suyo, mirándole de reojo, no sabía porque, pero parecía que los dos estaban distanciados, como si su amistad estuviera a punto de terminarse.

—No trates de mentirme, se les nota, pero no sé porque podrías estar tan enojado con un viejo amigo, cuando tú estás ayudando en parte en el entrenamiento de su alumno.

Aldebarán asintió, cruzando sus brazos delante de su pecho, porque ni siquiera Shion sabía que los dos estaban juntos, que se amaban o eso quería creer.

—Quiero mucho a Mu, yo lo amo, pero no sé bien qué es lo que siente por mí, si me ama o no, si… supongo que ya no importa.

Shion negó eso, dándole una palmada en el brazo a Aldebarán, mirándole de reojo, con una sonrisa paternal.

— ¿Ustedes dos están juntos? ¿Son una pareja de alfa y omega?

Aldebarán pensó en asentir en un principio, porque eso eran, pero nadie lo sabía y eso le dolía, le hacía sentir inferior, rechazado, como si Mu no sintiera nada por él y no lo culpaba por ello, como podría hacerlo si él no se elegiría como un omega si fuera un alfa, en cambio Mu, era perfecto en todos los sentidos, pero después se encogió de hombros, porque en realidad, ya no lo sabía.

—Ya no lo sé.

*****

Pan comenzaba a cansarse de no hacer nada, de solo perseguir ninfas, cuando él tenía cierto apetito por un omega, uno joven y musculoso, uno tan inocente que pensaba estaba a salvo en compañía de su alfa, el hermano mayor de los géminis, aunque, tampoco sabía que le estaba buscando, que haría lo que fuera por poseerle.

—Sabes cuál es tu maldito problema Dionisio, te sientes como un anciano, por eso te comportas como uno y has dejado de ser divertido.

Pan encontraba demasiado fácil ingresar en el santuario, tomar a los omegas y llevárselos con ellos, pero, el ya no era tan fuerte como antes, su amigo de parranda tampoco, quien mordió una manzana, imaginándose los gemidos, las suplicas del arquero, cuando por fin pudiera poseerle.

—Sería tan fácil ingresar en el santuario en medio de la noche o del día, probablemente del día, porque en la noche están cogiendo como unos estúpidos conejos, y tomar a esos omegas dulces del cabello, para llevarlos a tu templo para fornicar con ellos hasta que no puedan moverse, de todas las formas posibles.

Entonces, poseerlos hasta que pensaran que habían hecho el amor con el ejercito de Creta, con un centenar de soldados, pero solo fueron ellos, sus dioses, aquellos que no les dejaban caminar, ni siquiera moverse, después de tomar el placer de sus cuerpos.

—Los embarazamos y quemamos a uno de esos niños en tu toro de oro, para que vuelvas a tener poder, seas inmortal, y yo reciba de nuevo las mieles de tu fantástico poder.

El niño tenía que ser quemado vivo, para que sus llantos se convirtieran en mugidos y con sus restos, pudieran crear un vino, que le traería a Dionisio de nuevo la inmortalidad, la juventud, porque, uno de los dos omegas sería quien sacrificaría a su propio hijo, claro que, primero debían convencerlo de obedecer, muchos dirían lavar su mente, para hacerlos mucho más dóciles, como unos pequeños y lindos esclavos.

—O, probablemente podemos ignorar el nacimiento de ese niño imaginario y tomar uno que ya exista, por ejemplo, un pequeño huevo de un nido de dragones, su madre vendría con nosotros, aun su padre, pero podemos hacernos cargo del huevito antes de que puedan detenernos.

Había visto a ese bulto en los brazos de su padre, había escuchado su nombre, Leviatán, una niña nacida del omega que Dionisio deseaba romper, convertir en su esclavo, para que viera que los dioses siempre obtenían lo que deseaban, en especial, cuando eso que deseaban era compañía mortal.

— ¿De qué estás hablando?

Pan lanzo su manzana al suelo, la que devoraron varios seres reptantes, que se agazaparon sobre ella, cosas que pensaba alguna vez fueron bellas criaturas, mujeres, omegas, betas, acompañantes de sus fiestas, que estaban encerrados en ese templo, convertidos en ratas o insectos rastreros, pero con el nuevo poder de su buen amigo, cuando sacrificaran a esa inocente alma en el fuego purificador, en el sufrimiento que le brindarían, regresarían a ellos tan hermosos como fueran en el pasado.

—Pensé que ya lo sabías, el hermoso omega que elegiste desde que estábamos en Creta tuvo un hijo del alfa de cabello azul, ese con el que no quisiste enfrentarte, ese bastardo sin estomago que se comporta como el maldito padre del año, es patético.

Pan encontraba ridículo que un soldado como él quisiera cuidar a esa niña, que tenía toda la pinta de ser un omega, o un beta, con unas feas cejas en una cara redonda, ojos azules, una pequeña vida que no hacía más que humillar al juerguista, que al escuchar esa noticia comenzó a molestarse con ellos.

—No es posible, yo le enseñe a temer a los alfa, le hice pensar que todos ellos no eran más que animales, que debía defenderse…

Pan comenzó a reírse, tal vez le había enseñado a temer a los alfa, pero un omega en celo nunca ignoraba a un buen prospecto y eso había pasado con su muchacho rubio, quien al final, actuó seguramente como una bestia en celo, gimiendo para el tipo de cabello azul, que lo termino embarazando, también, mordiendo.

—Pero dio a luz a un bebe, una niña de cabello dorado como el suyo, con sangre de galaxias recorriendo sus venas, una niña, que ama por sobre cualquier cosa, una niña, a la que seguirá, con tal de no perderla…

Una vez que tuvieran a la mocosa en sus manos, su madre le buscaría, para escuchar sus alaridos cuando la estuvieran incinerando en ese toro, porque conocía a alguien que podría ser lo suficientemente estúpido, como para sacrificar a una niña, a cambio de lo que más deseaba en ese mundo.

—Ese maldito infiel, ese omega me ha humillado demasiadas veces.

Igual que el arquero a él, ese mocoso que pudo escapar en el pasado, pero ahora no podría, porque no le dejaría abandonar su lecho, cuando por fin pudiera poseerle, hasta que su mente estuviera rota y pensara que amaba ser su esclavo.

—Yo le enseñaría a la vieja usanza porque deben obedecernos y de paso, secuestraria al arquero, para que me haga compañía, ese soldado de Athena incendia las venas de mi viejo cuerpo y solamente sumiéndome entre sus piernas, será que pueda apagar este deseo.


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