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Los lazos que nos unen. por Seiken

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Kanon a su corta edad no se había dado cuenta que había soñado con ese momento casi toda su vida, creyendo en los cuentos de dioses y espíritus, como le llamaba su hermano con burla, que le hacían creer que volverían a verse, al menos de reojo, pero aquí estaba él, su rubio, debajo de su cuerpo, mirándole con una intensidad que le hacía pensar en una criatura salvaje, en un cazador, no en una presa, que era como muchos describían a los omegas, pero el suyo era diferente a todos ellos. 
 
-¿Estás seguro? 
 
Tuvo que preguntarle, nunca querría hacer nada en su contra, porque ya pensaba que fue capaz de traicionarlo en algún momento de sus vidas, cuando le deseaba con locura, tal vez, podía decirse que le amaba, al menos a quien era debajo de todas esas reglas, a quien deseaba libre de cualquier atadura. 
 
-¿Tu no lo estas? 
 
Esa pregunta, esos ojos dolidos, esa expresión acongojada eran demasiado para él, así que empezó a descubrir lentamente la piel lechosa de su cuerpo, que era suave, tan tersa como un durazno, mucho más suave todavía. 
 
-Claro que lo estoy, yo te deseo, desde el primer momento en que te vi lo hice. 
 
Radamanthys trago un poco de saliva cuando su cuerpo estaba siendo despojado de esas prendas, perdiéndose en la mirada de ese chico de cabello azul, que le enseñó la libertad por primera vez en toda su vida, a la que se había vuelto adicto, así como la presencia del otro, que eclipsaba a cualquier alfa que hubiera conocido. 
 
-Si la vida fuera justa, tu serias senador, tu estarías vestido de oro, lo se, porque tu eres mucho mejor que cualquiera de esos alfas estúpidos que han tratado de ganarse mi atención. 
 
Kanon empezó a despojarse él también de su ropa, seguro que si alguien lo veía desflorando al príncipe lo matarían, pero no le importaba en lo absoluto, él quería estar con él, sentir su piel contra la suya, tomarse su tiempo, creyendo que tendrían que atesorar cada segundo a lado de su amante. 
 
-Cuando sepan lo que estoy haciendo me matarán, pero es una muerte que acepto con gusto, porque tu lo vales, tú que eres más hermoso que cualquiera y que te mereces todo cuanto desees. 
 
Radamanthys lo silencio con sus labios sobre los suyos, llevando sus manos a su espalda, que recorrió lentamente, abriendo las piernas, para hacerle un espacio entre estas, frotándose contra él, sin importarle nada más. 
 
-No morirás, tú y yo tendremos hijos, seremos ancianos, envejeceremos en alguna playa no muy lejos de una casa, donde criaremos a nuestros descendientes, donde podremos perdernos en la historia, pero, no me importa la inmortalidad, si no estoy a tu lado. 
 
Cuando le contó que se había enamorado como lo hizo, Minos le castigo, le regaño por eso, acusándolo de ser un muchacho tonto y confiado, pero no importaban sus palabras, sus decisiones, el amo la forma en que fue tratado, como Kanon le veía, como una persona, como su igual, no como una cosa que adornarias alguna parte de su casa o estudio. 
 
-¿Acaso no quieres eso? 
 
Kanon lamió el cuello de Radamanthys, deteniéndose en su yugular, donde dejó una pequeña mordida, acariciando sus caderas, sintiendo sus dedos recorriendo sus hombros, su lengua lamiendo su oreja, pidiendole un poco más de contacto. 
 
-Por favor… 
 
Susurro, sintiendo como Kanon empezaba a ingresar en su cuerpo, lentamente, usando su lubricación natural, arrebatandole fuertes gemidos, pues era su primera vez con un varón, con un alfa, era esa la primera ocasión que sentía el sexo de otro ingresar en su cuerpo, lentamente, para no causarle dolor, sin embargo, no era dolor aquello que sentía, sino un placer casi infinito. 
 
-Kanon… 
 
Beso sus labios, sin detener sus movimientos, ingresando en su cuerpo hasta que llego tan profundo como podía, jadeando cuando ese calor, esa humedad lo envolvió, acariciando la mejilla del menor, que le veía con una expresión de placer extremo, de lujuria. 
 
-Se siente tan bien… 
 
Lo hacía, se sentía bien, pero porque se trataba de su amado, del chico rubio, pues con los demás no sintió ese placer absoluto que embargaba su cuerpo, perdiéndose en la mirada amarilla, antes de empezar a danzar la más vieja de las danzas, moviéndose sobre él, escuchando más gemidos de sus labios. 
 
-Si… asi es… 
 
Radamanthys beso sus labios, cuando después de algunos minutos, se derramó en su interior, mordiendo su hombro, para no marcar su cuello, no quería que los descubrieran tan rápido. 
 
-Te quiero Radamanthys, aunque suena como una mentira, yo te quiero. 
 
Radamanthys despejo su largo cabello de su rostro, para besarle otra vez, gimiendo cuando salió de su cuerpo, acostándose a su lado, respirando hondo, apenas recuperándose de aquel placer tan exquisito. 
 
-Yo te amo Kanon, tambien te quiero. 
 
No tuvieron suficiente con esa única vez, así que habían hecho el amor en ese pequeño cuarto durante horas, tratando de ignorar los peligros y los abismos que les separaban, despidiéndose al amanecer, cuando Radamanthys tuvo que regresar a su hogar, en compañía de un muchacho de cabello blanco, que le observó fijamente antes de marcharse, rodeando los hombros de su omega, aunque no tuviera su mordida, apartandolo de él. 
 
Kanon se esforzó demasiado para convertirse en un hombre de bien, en un soldado capaz, aprendiendo de los más ancianos, a cambio de oro, además, era muy inteligente, un genio adelantado a su tiempo, igual que su hermano, pero él era un poco más astuto, un poco más ambicioso, pues él quería desposarse con el hijo del gran Asterión que no veía el sufrimiento de su hijo menor en las horribles manos de ese anciano que deseaba desposar a su amado. 
 
Pero el anciano se adelantó, lo atacaron entre todoterreno los guardias leales a Radamanthys, quienes fueron sus colegas, el oro pesaba mucho más que el honor aparentemente, después, fue lanzado al mar, para que los animales que allí habitaban dispusieran de él, creyendo que había muerto. 
 
Solo que su desesperación le mantuvo con vida, trataba de regresar con su omega, de mantenerse vivo por el, sólo por él, comprendiendo bien lo que ese senador deseaba de su compañero, de su valiente príncipe. 
 
Fue entonces que lo vio, unos ojos amarillos a lo lejos, una cosa se acercaba nadando hacia donde él se encontraba, una cosa que llegó demasiado rápido, cuyo ojo era del tamaño de un elefante, aunque tenía varios de ellos, el principal, de un color azul que nunca había visto, estaba enfocado en su cuerpo, tal vez su alma, porque sintió como sus tentáculos le elevaban en el agua que era tan oscura como el vacío del espacio. 
 
-Siento tu desesperación… 
 
Esa voz no podía ser otra cosa más que acuosa, lenta y al mismo tiempo profunda, un sonido que apenas podía entender, que rebotaba en su mente, como si se tratase de un eco, sintiendo como con sus tentáculos le sacaba del agua, tentáculos húmedos y fríos, como la piel de un pulpo, que iba recorriendo cada una de sus heridas, contandolas, tal vez. 
 
-En este momento estás atrapado entre la vida y la muerte, en un lugar en el que solamente yo puedo habitar, en donde algunas almas humanas logran adentrarse, únicamente debido a su desesperación. 
 
Kanon apenas podía mantenerse despierto y sabía que perdería la vida, pero, no quería irse dejando solo a su príncipe en las manos de ese senador, haciendo que la criatura sonriera con pesar, si eso era posible, mezclar esas emociones y verlas en una cabeza de algo que no podía siquiera empezar a imaginar. 
 
-Tu amado tendrá una vida larga, eso puedo verlo, una vida fuera del plano mortal, lejos de los hombres, condenado a vagar eternamente, solo… juzgando las vidas de los muertos.
 
Para Kanon aquello era un castigo de los dioses, permanecer vivo, atrapado entre los dos mundos, en soledad perpetua, tenía que ser un castigo que su chico no se merecía, la criatura le veía atenta, esperando cualquier señal de que comprendiera lo que le estaba diciendo. 
 
-Necesito un heraldo, una persona que me ayude a moverme en la tierra, pues yo estoy condenado a vagar en lo más profundo de los abismos, pero tu, si aceptas ser mi guia, tendras mi poder, mi cobijo, mi bendiciones, con eso podras recuperar a tu amado de las mismas garras de la muerte y protegerlo de este dios que le ha seleccionado como su esclavo. 
 
La criatura le hizo ver lo que ocurría en ese momento con su omega, con Radamanthys, que estaba siendo sometido por el senador, el mismo hombre de cabello negro que vio en el callejón la primera vez que huyó con él, el que bebía de la botella sin preocupaciones, notando lo mismo que él, ese hermoso muchacho era un omega, deseandolo en ese momento, solamente porque podía, solamente porque se trataba de un dios. 
 
-Que beberá de su vida como si se tratase de una botella de vino, para que al final, cuando haya tomado la última gota, lo descarte. 
 
Kanon hizo acopio de su fuerza, intentando ponerse de pie, pero no pudo, estaba demasiado débil, aún se ahogaba, su vida se estaba terminando, al mismo tiempo que su omega sufría en las manos de ese dios, que lo violaba, después de morder su cuello. 
 
-¡Basta! ¡Dejame ayudarlo! 
 
Esas horribles imagenes de pronto terminaron de presentarse ante sus ojos, pero le había visto, le había sentido, como necesitaba ayuda, como clamaba por él, lo necesitaba, lo amaba y no lo abandonaría. 
 
Todo eso lo sabía la criatura que le sostenía entre sus tentáculos como si fueran los dedos de un gigante, una criatura infernal, que le otorgaria aquello que necesitaba, todo por ese omega, diría su hermano, pero el que dejara que su amado sufriera, el era diferente, a el no le importaba que tendría que hacer para estar con él, aunque le vendiera su alma a un demonio, o a una criatura como esta, recuperaría a Radamanthys. 
 
-Te otorgare el poder que tanto buscas, lo que siempre has anhelado lo tendrás, de allí nacerán riquezas como nunca las has visto, de tu cosmos nacerán dioses de poder infinito y con tus propias manos, arrebataras a tu amado, al Wyvern de Hades, o al futuro consorte del dios del vino, para que sea tu compañero.
 
No deseaba que nadie más que él pudieran poseerle, o en realidad, acompañarle, no se lo merecían, porque sabía que nadie lo trataría como él, nadie le daría la libertad que tanto añoraba, que tendría a su lado y no podía dejar que su amado estuviera encerrado en el plano de la muerte, o encadenado a los pies del dios del vino. 
 
Necesitaba poder, necesitaba oro, necesitaba todo lo que esa criatura le ofrecía, sin importar el precio, él necesitaba a su omega a su lado y solamente esa cosa de tentáculos ondulantes, de voz acuosa y de múltiples ojos, se lo entregaría. 
 
-No, no, el es mío, es mío. 
 
La criatura pudo reírse de su desesperación, aunque no estaba seguro, únicamente que conforme iba perdiendo la vida, cuando transcurrían sus últimos respiros, sintió como era transportado a su dimensión, escuchando el latido del corazón de la criatura que lo arrullaba entre sus brazos. 
 
-Y no solo eso, tendrás conocimientos que te otorgarán la fuerza, la astucia, las armas para doblar la voluntad de los dioses a tu disposición, únicamente, si me sirves con lealtad, si te entregas a mi, si formas parte de mi. 
 
Esa voz empezó a arrullarlo, como si se tratase del sonido del mar a lo lejos, dándole algo de paz, un sentimiento ajeno a cómo se sentía, al saber que su amado estaba en peligro. 
 
-Lo haré, haré lo que me pidas. 
 
Fueron sus últimas palabras, tratando de imaginarse el destino que su amado le contó, envejecer a su lado, o ser inmortal en su compañía, pero al final, cuando fuera lo que necesitaba ser, estar a su lado. 
 
-Me complaces Kanon, tu decisión por sabia que sea, será grandemente recompensada. 
 
Kanon abrió los ojos, sintiéndose flotar en esa misma sustancia, aturdido por esas imágenes, ese dolor que volvía a sentir, preguntándose si acaso Radamanthys recordaba todo eso, perdiéndose en la mirada de cinco ojos de la criatura. 
 
-Tus logros me complacen grandemente Kanon, has sido un excelente heraldo y ha llegado el momento de que recibas tu recompensa. 
 
Se preguntaba cuáles logros, no había triunfado en ninguna de sus empresas, al menos, las que el mismo se había propuesto, ni siquiera podía proteger a su familia, ni en el pasado, ni ahora, en el presente. 
 
-¿De que estas hablando? 
 
La criatura le enseñó una imagen por demás extraña, que apenas podía entender, pero de alguna forma, le lleno de placer, sintiendo la criatura moverse a su lado, observando como los sellos que le mantenían atrapado en esa dimensión iban desapareciendo poco a poco, solo quedaba uno, en el mismo cabo donde casi muere. 
 
-¿Lo entiendes ahora? 
 
Creía hacerlo, pero lo que más deseaba era saber cuando cumpliría con su promesa, darle poder, riquezas y conocimientos, pero la criatura de nuevo le mostró navíos hundidos llenos de joyas, un arma de color negro parecida a una guadaña y a su omega, sosteniendo su mano, sentado a su lado con una expresión de tristeza infinita. 
 
-Déjame regresar con él. 
 
La criatura seguía moviéndose en la nada con el último sello a punto de romperse, pero firme, atrapandolo en esa dimensión de sombras absolutas, esperando a que Kanon cumpliera su promesa. 
 
-Sabes lo que tienes que hacer. 
 
¿Lo que tenía que hacer? ¿Liberarlo? ¿Acaso debía romper el último sello que le mantenía en ese sitio? 
 
La criatura únicamente esperaba por lo que Kanon pensaba era su deber, nadando en la oscuridad, observándolo con sus ojos, haciendo que por un momento dudara de sus acciones. 
 
-¿Porque dudas? 
 

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