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Los lazos que nos unen. por Seiken

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Afrodita acariciaba lentamente el cuerpo de Minos, recorriendo su cuerpo con su lengua y sus manos, escuchando más gemidos de placer, sintiendo como el juez de las almas se sostenía de su cabello, con delicadeza, moviéndose cadencioso, sintiendo como su cuerpo se rendía ante la planta carnívora. 

 

Tres dedos se habían hecho espacio en el cuerpo de Minos, que respiraba hondo, gimiendo un poco más fuerte, cuando ingreso un cuarto dedo, pues, Afrodita deseaba acostumbrar a su alfa a esa sensación, a su cuerpo siendo invadido. 

 

-Eres… cruel… 

 

Minos se quejo, sintiendo que ya llevaba demasiado tiempo acariciando su cuerpo, deseaba un poco más, algo mas grande, mas grueso y más profundo, esperando que Afrodita le obedeciera, pero no lo hizo, riendose quedito, un sonido que le hizo estremecer, para ingresar otro dedo, chupando con un poco más de fuerza. 

 

-Un sádico… 

 

Minos se quejó de nuevo, llevando una de sus manos a su pecho, recorriendole con calma, sintiendo que estaba muy cerca a su orgasmo, pero, deseaba ser poseído, quería que Afrodita tuviera lo que deseaba. 

 

-Maldita sea… 

 

Afrodita se detuvo, apartándose del cuerpo de Minos, que volteo a verle, sonrojado, sudoroso, esperando que su planta carnivora hiciera lo que le dijo que haría, que cumpliera su palabra. 

 

-Ahora, veremos que tan fuerte eres mi dulce grifo, mi dulce juez de las almas. 

 

El no era dulce, pero no pudo quejarse cuando Afrodita se acomodo sobre su cuerpo, empezando a acomodarse entre sus piernas, recargandose a los lados de Minos, que le veía fijamente, relamiendo sus labios. 

 

-Hazlo de una vez… Afrodita.. 

 

Afrodita negó eso, besando sus labios, silenciando sus palabras, para empezar a empujar entre sus piernas, un poco a la vez, apartándose para escuchar un quejido del alfa debajo de su cuerpo, que trataba de acostumbrarse a su sexo entre sus piernas, ingresando en el, sosteniéndose de las almohadas, pero sin perderse un solo cambio en su rostro, en sus ojos, gimiendo cada vez más fuerte. 

 

-Afrodita… 

 

Afrodita llevó sus manos a su pecho, empezando a recorrer su cuerpo lentamente, pellizcando sus pezones, su cuerpo, para hacerle gemir lentamente, acostumbrándose a su cuerpo, su sexo en su interior, pensando que si se sentía de esa forma, los omegas eran muy afortunados. 

 

-Dioses… 

 

Afrodita al ver que su cuerpo ya se había acostumbrado a él, empezó a empujar con un poco más de fuerza, sosteniéndose de la cama, viendo como Minos llevaba una mano a su entrepierna, para empezar a acariciarse con ella, su cuello desnudo, su cuerpo cubierto de sudor, sus ojos entornados. 

 

-Eres tan dulce… 

 

Minos negó eso, quejándose, no era dulce, pero Afrodita lo silencio empujando mucho más fuerte, callando sus quejas, haciendo que casi gritara del placer, al sentir como era golpeada su próstata, su sexo empezando a formar un nudo, que su omega podía ver claramente. 

 

-Esta parte de aquí es tan bonita… 

 

Le dijo, acariciándola con las puntas de sus dedos, escuchando un gemido mucho más sonoro, dándose cuenta que esa parte era especialmente sensible en su amado juez, que no dejaba de gemir, permitiéndole hacerse con su cuerpo, entregándose como nadie nunca lo había hecho. 

 

-Me gustaría poder embarazarte… pero es imposible… 

 

Lo era, porque el cuerpo de Minos carecía de los órganos necesarios para eso, si deseaban tener un hijo, Afrodita tendría que ser quien lo produjera, quien le diera vida y tal vez, en algún futuro no muy lejano, le dejaría al juez de las almas poseerlo hasta embarazarlo. 

 

-Pero aun asi me gustaria hacerlo… 

 

Minos sentía que estaba a punto de alcanzar el orgasmo, sintiendo como Afrodita se vaciaba en su cuerpo, llenándolo con su semilla, que no era demasiado al ser un omega y generalmente no era muy fértil, en cambio el juez se derramó abundante sobre su cuerpo, su sexo firme, el nudo hinchado, y duraría así algunos minutos más, por lo que Afrodita, después de apartarse del juez, volvió a lamer toda la extensión, acariciándolo con delicadeza, para después acostarse a su lado. 

 

-Esta parte de aquí me gusta mucho, pero esta me gusta mucho más… 

 

Pronunció, tocando su sexo, para después llevar su mano a la altura de su corazón, cansado, dispuesto a dormir algunas horas en compañía de Minos, que rodeo su cuerpo con sus brazos. 

 

-Tu corazón, que es tan bueno… 

 

Minos cuando su sexo ya se había desinflado, cuando su cuerpo ya le respondía, se acostó de lado, acariciando la mejilla de Afrodita, suspirando. 

 

-Solo con quien se lo merece y tú lo haces mi planta carnivora… 

 

Afrodita sostuvo la mano de Minos, para besarla, sintiéndose pleno, feliz, como nunca antes se había sentido. 

 

-Te amo… 

 

Minos al escuchar esas palabras, beso los labios de Afrodita, cubriendo su cuerpo con una sábana, para besar la frente de la rosa. 

 

-Yo tambien te amo.

 

*****

 

Aldebaran no pudo rechazar a su alfa, después de todo, era al unico que amaria en toda su vida, quien recorría su espalda con lentitud, admirando cada uno de sus músculos, acariciando su cadera con sus muslos, pues, prácticamente estaba sentado sobre su cuerpo. 

 

-Me gusta tanto que seas tan alto… tus músculos y tu piel morena… 

 

Susurro, escuchando un gemido del toro que intentaba silenciar su voz pero el se encargaria de que pronunciara su placer, fuerte y claro, que se limitaba a sostenerse de las almohadas, unas de colores vivos, naranjas y verdes, era una cama grande, matrimonial, que había solicitado esperando que fuera más cómoda para su omega y poder utilizarla cuando su omega le perdonará. 

 

-Sabes que me gusta escuchar tu voz, no la silencies, no me arrebates este placer. 

 

Aldebarán se estremeció cuando Mu siguio bajando por su espalda, admirando su cuerpo desnudo, el poder que tenía sobre semejante criatura, que era dócil a su lado, que le permitia complacerle, comprendiendo lo que él siempre supo, era suyo, desde que llegó al santuario y puso su mirada en él, el caballero de tauro era suyo. 

 

Muchos alfas deseaban un omega delicado, él no, él deseaba un omega poderoso, alto, fuerte, cuyos músculos y pectorales eran su delirio, su cabello castaño, la forma en que se dejaba seducir, dominar, cuando podría rechazarlo en cualquier momento, apartarlo de su cuerpo, sin embargo, allí estaba, permitiéndole poseer su cuerpo. 

 

-¿Has pensado en esto mi toro? 

 

Mu le acostó de espaldas, utilizando su sorpresa y su cosmos, relamiendo sus labios cuando Aldebarán le miro sonrojado, aun sosteniendo las almohadas, como si quisiera esconder su rostro de su mirada, riéndose de su timidez. 

 

-¿En tu alfa sobre tu cuerpo, apoderándose de ti, lentamente?

 

Mu le quito las almohadas, esperando que Aldebarán se sonrojara mucho más, quien lo hizo, llevando sus manos a sus hombros, haciéndole sonreír, pensando que había hecho todo lo posible por hacerlo suyo, fue toda una lucha, toda una cacería, un acoso sin límite que le dio a su amado en sus brazos, durante su celo. 

 

-Recuerdas nuestro primer celo, como intentaste esconderte pero yo te segui sin tregua, te capture en tu templo y te hice mio… 

 

Mu siempre lo decía con un dejo siniestro, cuando Aldebarán no lo recordaba de esa forma, él tenía un recuerdo dulce de ese momento, porque, aunque deseaba a su amigo, creía que nunca le haría caso, además, recordaba bien que siempre estaba en compañía de una belleza esbelta de cabello rubio, el más cercano a los dioses, con el que no podría competir. 

 

-Pensé que no me correspondias… 

 

Mu encontraba esa noción absurda, por supuesto que lo deseaba y siempre lo haría, su cuerpo, su mente, su sensualidad, su bondad, su toro le parecía hermoso en todos los sentidos, lo deseaba demasiado, lo quería solo para él. 

 

-Tonterías… 

 

Mu empezó a recorrer los pectorales de su toro, que eran grandes, duros y suaves al mismo tiempo, dejando sus dedos marcados en ellos, recorriendo su pezón, para después tirar de él, relamiendo sus labios cuando Aldebarán se estremeció, con un sonido dulce, que lo excitaba. 

 

-Intente ahuyentar a Milo, antes de que supiera que era el omega de Camus… y como detesto a ese dios guerrero de Hasgard, ese de la armadura verde. 

 

Aldebaran lo recordaba, le había derrotado en su guerra con el dios Loki, pero no había vuelto a cruzar palabra con él, aunque sí había tratado de sugerirle que entrenaran juntos, que sería muy divertido enfrentarse, sin que desearan destruirse mutuamente, recordaba que esa ocasión Mu tiró de su brazo, no recordaba la excusa, pero no se apartó de su lado durante su viaje a esas tierras congeladas. 

 

-Comprendo el deseo cuando lo veo y no estoy dispuesto a dejarte ir, Aldebaran, nadie más que yo tiene permitido amarte, mi advertencia aquella ocasión aun sigue firme, matare a quien intente tocar tu cuerpo. 

 

Aldebaran siempre encontraba absurdas esas amenazas, siempre había pensado que no eran verdaderas, que Mu no le haría daño a cualquiera, mucho menos por intentar apartarlo de su lado, así que simplemente las ignoraba, sin embargo, en ese momento sabía lo reales que eran y de alguna forma, esa oscuridad le pareció seductora, al pensar que esos sentimientos despertaba en su gentil alfa que amasaba sus pectorales, moviéndose en círculos, para, de pronto, apretar su propio sexo entre ellos. 

 

-Míralos… mira mi sexo ser rodeado por ellos… 

 

El toro no podía dejar de ver esa imagen e intento lamer la punta, lográndolo con algo de esfuerzo, apretando sus pectorales contra el sexo de su alfa, gimiendo fuerte, cuando Mu utilizo su cosmos para que sintiera más manos tocando su cuerpo, al ser telequinético, logrando que su omega arqueara la espalda, aun sosteniendo sus pectorales. 

 

-No… así no…

 

Se quejó, sintiendo como su cuerpo era recorrido por Mu, quien se apartó de su pecho, acomodándose entre las piernas del toro, aun acariciando su cuerpo con su telequinesis, respirando hondo, antes de ingresar en él, de un solo movimiento, escuchando un gemido alto, su voz libre. 

 

-Así es mejor… 

 

Preguntó con cierta malicia, acomodando las piernas del toro sobre sus hombros, empujando sin tregua, movimientos bruscos, que le brindaban placer, pues sus cuerpos estaban perfectamente bien adaptados al del otro. 

 

-Esto… esto nadie lo verá, solamente yo tengo el derecho de hacerlo… 

 

Le dijo, acariciando el sexo de Aldebarán con una de sus manos, recibiendo como recompensa mas gemidos, su toro amaba hacer el amor con él y él amaba esas sensaciones, el tener a su omega en su cama, hacerle suyo, saber que solamente él tenía derecho a eso. 

 

-Eres mio, solamente mio… 

 

Aldebaran acercó su rostro al suyo, para besarlo, permitiéndole guiar el ritmo de aquel beso, que era tan violento como sus embestidas, como sus caricias, pero así les gustaba a ellos. 

 

-Soy tuyo… desde que llegué al santuario, supe que era tuyo… 

 

Y era cierto, se enamoró del chico de cabello lila, que era tan dulce y amable, tan lindo, que siempre quiso ser suyo, suponiendo que fueron alfa y omega, o aunque no lo fueran, se enamoró perdidamente de él. 

 

-Te amo Mu, te amo… 

 

No había un placer mucho mayor que ser correspondido por su omega, se dijo en silencio, derramandose tiempo después en el cuerpo de su toro, que le recibió con un último beso, sintiendo que su lazo forjado desde la niñez aún los unía en cuerpo y en alma, haciéndolos uno. 

 

-Te amo mi toro. 

 

Fin. 

 

*****

 

Epílogo. 

 

Algunos años después, Milo se había embarazado por segunda vez consecutiva, sus dos paletas de limón, como les decían aterrorizaban el santuario en compañía de los dos monstruos de Kanon, Leviatán, una niña extrovertida y Behemot, un niño algo callado. 

 

No habían vuelto a ver a Hyoga, el dios del Inframundo aun no confiaba lo suficiente en el santuario, pero, sabían que estaba seguro, porque dejaba que los padres de su omega lo visitaran seis meses al año cuando iniciaba el invierno para ver a sus nietos, unos gemelos que eran idénticos a su omega con el poderoso cosmos de su padre. 

 

Un chico de cabello castaño visitaba el santuario en compañía de sus padres, el arquero y el dios de la guerra, que veía a los cuatro niños correr por doquier, sin medir su cosmos. 

 

Dohko nombró al fruto de su amor, como Genbu, era un niño necio, que no le gustaba entrenar, pero aun así, era amado por sus padres, especialmente Shion, que le gustaba criar niños, con este, ya eran tres veces las ocasiones en que había cuidado de ellos, los primeros los gemelos de géminis, el segundo Mu, el tercero Genbu. 

 

Mu había regresado seis meses después de sus vacaciones en brasil con un omega feliz y embarazado, nació una niña de cabello castaño, su nombre era Raki, la hermana pequeña de Kiki, quien estaba encargado de entrenarla. 

 

La rosa, Afrodita, en ocasiones visitaba por largo tiempo el Inframundo, y en otras ocasiones, el juez de las almas era quien se paseaba en su templo, en esta ocasión se veía sumamente orgulloso de sí mismo, porque su omega, el hombre más hermoso del mundo, estaba embarazado, con cinco meses, después de varios años de relación, una basada en su afecto y respeto mutuo, con los cuales construyeron su nido. 

 

Había paz, había seguridad, los lazos seguían fuertes, uniendo a los enamorados, dando frutos, que no fueron cosechados, sino que crecían libres, bajo el cuidado de sus padres. 

 

Y uno de ellos, el que deseaban que fuera el primer vino creado para darle fuerza al dios del Vino, Kiki, se encontraba meditabundo, recargado en su mano izquierda, suspirando demasiado seguido, tanto, que llamó la atención de su hermana, que le vio fijamente. 

 

-¿Qué ocurre? 

 

No le respondió, pero su mirada no abandonaba a un muchacho alto, de piel morena y cabello morado, que entrenaba junto a su omega, decían, que el seria el que heredaria sus técnicas, Kiki heredaria la armadura de su alfa, que también le veía con detenimiento, para después ver al chico en el campo de batalla, el que su toro le comento era un omega. 

 

-Tu hermano mayor está enamorado. 

 

Respondió Mu, sentándose a su lado, cruzando sus brazos, para escuchar una queja de Kiki, que cubrió su rostro cuando Raki comenzó a reírse llevando sus brazos detrás de su cabeza. 

 

-Si quieres mi consejo… 

 

Kiki inmediatamente negó eso, no deseaba su consejo, además, su omega le dijo que no lo aceptara, su padre venía de una tribu con costumbres demasiado extrañas, que la mayor parte de los omegas no encontrarian agradables. 

 

-¡Kiki, ven a entrenar con Harbinger! 

 

Ya había hablado con Aldebarán para pedirle ayuda y estaba seguro, que acercarse lentamente, ganándose la confianza del chico que se había ganado su corazón, era mucho mejor que cualquier idea descabellada que su padre pudiera idear. 

 

-Será divertido patear tu trasero, otra vez, niño de mama. 

 

*****

 

Con esto termina Los Lazos Que Nos Unen, espero que les haya gustado y espero saber su opinión respecto a la historia, perdon por tardarme tanto en finalizarla, pero siempre me es muy difícil escribir el capítulo final, porque me termino encariñando con la historia. Querría saber de las parejas, cual disfrutaron más y cuál es la razón de esto. Sin más me despido deseandoles lo mejor y esperando volver a verles en otras historias. Muchas gracias por sus comentarios, estrellas y lecturas, estos hicieron posible que esta historia llegara a su fin. 

 

SeikenNJ. 


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