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La mirada del extraño por Augusto2414

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Notas del capitulo:

Hola a todos. Dejo con ustedes el siguiente capítulo de la historia.
Espero sea de su agrado.

*Esta historia está siendo publicada de forma simultánea en mi perfil de Wattpad. Usuario. Augusto_2414

LXXIX
 
La panadería estaba llena, como era lo usual durante la hora del almuerzo. La gente hacía fila para comprar los alimentos que ofrecían, no solamente el pan en todas las variedades posibles, sino también pasteles, bebidas frías y calientes, incluso porciones de pizza, tan populares entre los estudiantes. 
 
Eran alrededor de las 13:00 y todo el personal estaba trabajando detrás del mesón, atendiendo a los clientes que no paraban de llegar. Fue en ese momento que el teléfono sonó.
 
—Por favor, que alguien responda esa llamada —habló una mujer mayor desde el área de mesas, pues la panadería contaba con un pequeño salón de té.
 
—Voy, jefa —respondió uno de los dependientes, un muchacho con gafas redondas y cabello recogido. Se sacudió las manos y cogió el aparato que sonaba insistentemente—. Panadería Hiperión, buenos días, Rafael al habla.
 
—Hola, ¿cómo estás?, qué suerte que seas tú, llamaba para…
 
—Ya sé, Tomás, ni me digas —se adelantó a responder.
 
—Alguien no ha tenido una buena mañana, ¿eh?, creí que te daría gusto escuchar…
 
—En otras circunstancias, sí, pero ahora estoy trabajando y antes de que continúes, tu orden está lista, mañana saldrá para despacho y estará en tu casa antes de la fiesta —explicó.
 
—¡Genial!, ¡eres increíble!, has conseguido todo tan rápido, estaba preocupado de que…
 
—Ten un poco más de confianza en tu amigo, ¿quieres?, me comprometí contigo y cumplí, sin mencionar que el pastel va como regalo de mi parte.
 
—Lo sé, Rafi, sabes que sólo es mi ansiedad, quiero que la fiesta resulte perfecta, tanto para ustedes como para mí.
 
—Más para ti, eres el festejado, ¿se te olvidó? —dijo en un tono diferente—. Permanece tranquilo, todo saldrá a las mil maravillas, estoy seguro.
 
—Gracias.
 
—Tomi, debo irme ahora, nos vemos mañana por la noche, te mando un beso. Adiós.
 
—Y yo dos, Rafi, amor de amigo, hasta mañana.
 
El chico colgó el teléfono y regresó al mesón, donde su jefa aguardaba.
 
—¿Quién llamaba? —preguntó.
 
—El hijo de don Octavio, quería saber acerca del pedido para la fiesta.
 
—¿Le has dicho que está listo?
 
—Sí, yo mismo me he encargado de que así sea.
 
—Muy bien, no podemos defraudar la confianza de nuestros clientes, tenemos un nombre que defender —dijo la mujer con orgullo, tan elevado como el peinado que llevaba—. Bueno, regresa a tu puesto, Rafael, las personas seguirán viniendo por al menos dos horas más. 
 
—Como diga —dijo, mirando la fila que se extendía incluso fuera de la panadería. “Suerte que mañana saldré temprano”, pensó, apresurándose a atender al siguiente cliente que miraba los pasteles con entusiasmo.
 
... ... ... ... ...
 
En los días previos, Martín creó un grupo de WhatsApp para coordinar los detalles de la fiesta. Por motivos de conveniencia, se propuso la casa de Erika como el punto de encuentro de los invitados, ya que todos habían estado en ella al menos una vez, y Gabriel sería el encargado de recogerlos en su vehículo para llevarlos a la casa por la tarde-noche. El pelirrojo menor se adelantaría después del almuerzo con los padres, mientras que el moreno distraería al festejado hasta la hora acordada, pues entonces la casa ya estaría lista para recibir a los amigos de Tomás.
 
Habría querido comer a solas con él —había dicho Gabriel.
 
Descuida, tendrás toda la tarde para estar con él y después, durante la fiesta, tendrás tu oportunidad —fue la respuesta de Martín, dándole ánimos.
 
Con la llegada del viernes, la casa se agitó desde temprano como pocas veces ocurría. Gabriel y Martín prepararon absolutamente todo, comenzando por el desayuno, luego despertando al cumpleañero, quien a regañadientes fue sacado de la cama para conducirlo al comedor, en donde aguardaban los padres y una mesa servida. La comida era sencilla, en comparación a lo que habían organizado para el resto del día, incluyendo el almuerzo y paseos por la tarde.
 
Ágata lo recibió con más alegría de lo habitual, estrechando entre sus brazos al primogénito.
 
—¡Feliz cumpleaños, mi niño!, muchas felicidades.
 
—Gracias, mamá —respondió.
 
—Te quiero mucho, hijo, aunque no lo parezca la mayor parte del tiempo —continuó hablando, sin pasar desapercibida la distancia que hacía años se había instalado entre ellos—. Tú eres toda nuestra vida, siempre lo has sido, ¿no es así, querido?
 
La mujer le hablaba a Octavio, que permanecía en silencio y con las manos en la espalda. 
 
—Por supuesto, todo lo que hemos hecho ha sido por ti, porque te amamos, tu bienestar ha sido nuestra única preocupación —dijo, acercándose y extendiendo la diestra. Tomás se separó de su madre tras besarla y veía ahora a su progenitor. Su expresión era todo menos cariñosa, a lo que el pianista, resignado, fingió una sonrisa.
 
—Gracias, papá —respondió, estrechándole la mano, pero antes de soltarla, se abrazó al hombre en un rápido movimiento—, ¿podrías pretender que lo que dices es cierto?, ¿podrías abrazarme al menos?
 
Octavio, rígido como estaba, abrió los ojos ante las palabras que acababa de oír. Miró a su mujer y esta asintió con la cabeza, como diciendo “abrázalo, ¿a qué esperas?”, obedeciendo en el acto. Lo cierto es que, pese a su machismo, lo retuvo contra su pecho con más ganas de las que él estaba dispuesto a reconocer y Tomás, notándolo, apoyó la cabeza sobre el hombro de su padre.
 
—Pese a todo lo que has hecho, seguirás siendo mi padre, ¿verdad? —dijo en un susurro.
 
—Y tú seguirás siendo mi hijo, sin importar qué —le respondió—. Aunque lo dudes, aunque me desprecies, yo te quiero, hijo. Nunca lo olvides.
 
—Sí, papá.
 
—Feliz cumpleaños.
 
Tomás se aferró al traje del hombre, siempre los había usado lo mismo que el perfume tan característico y así lo recordaba porque de pequeño hacía lo mismo. Intentó decirle que también lo quería, pero estas palabras no pudo pronunciarlas.
 
—Ven, vamos a sentarnos y desayunar —dijo Ágata, indicando a las criadas que sirvieran las tazas.
 
Padre e hijo se separaron y ocuparon sus puestos en la mesa, con Tomás a la cabecera, Octavio en el extremo opuesto, Ágata y Martín a los costados, mientras que Gabriel, conociendo su lugar en la casa, sólo tomó asiento cuando fue invitado a hacerlo por el jefe de familia.
 
—En vista de que hoy es un día especial, haremos algo diferente —comenzó a hablar el hombre, mirando al joven criado que parecía incómodo—. Gabriel ha tenido la gentileza de sugerirme una idea brillante, iremos todos juntos a almorzar al puerto, en tanto comienzan aquí los preparativos para la fiesta que han organizado. Así que, en cuanto terminemos de comer, irán a vestirse para salir.
 
—Gracias, papá —dijo Tomás con una expresión animada.
 
—Dáselas a Gabriel, como he dicho, él fue quien me sugirió la idea, más aún, se ha tomado la molestia, o el atrevimiento, de hacer la reserva en el restaurante donde iremos —dijo, bebiendo el café de su taza.
 
El pelirrojo mayor miró al moreno, quien pese a ser el centro de atención de forma repentina, se mantuvo estoico en su sitio.
 
—Gracias, Gabriel —dijo, colocando su mano sobre el brazo del chico.
 
—Por nada —respondió con una inclinación de cabeza. Aunque quería cogerle de la mano, no podía hacerlo en frente de los patrones. Eso habría sido demasiado.
 
… … … … …
 
El almuerzo transcurrió con más normalidad de la que Tomás esperaba, porque su padre no solía comportarse de forma tan cercana, mucho menos aceptar la presencia de Gabriel, que solo era el hijo de uno de sus trabajadores, es decir, otro empleado en su casa; aunque le hacía feliz ver a Octavio en esa faceta menos severa, se mantuvo alerta al no creer del todo en la honestidad tras el cambio de actitud.
 
Cuando terminaron la comida, la familia abandonó el restaurante ubicado en uno de los muelles del puerto. El padre del moreno aguardaba a la salida para recoger al matrimonio y a Martín, a los primeros para llevarlos de regreso a la casa, al segundo para llevarlo a la ciudad conforme el plan. Gabriel, entonces, se quedó a solas con el pianista y, si bien no era la primera vez que salían juntos, se sintió más cohibido que nunca.
 
—¿Qué te gustaría hacer? —preguntó Tomás.
 
—Eso… eso es algo que debería preguntar yo, ¿qué te gustaría hacer?, ¿o a dónde te gustaría ir?
 
—Ya que el postre me dejó con gusto a poco, ¿qué te parece si vamos por un helado?
 
—Será lo que tú quieras.
 
—Pues, andando, nuestro tiempo es limitado —dijo, y cogió de la mano a Gabriel.
 
—Pero… esto es…
 
—Olvídate del viejo por un par de horas, ¿quieres?, incluso del tuyo, yo haré lo mismo, disfrutemos de este momento que tenemos libre de su vigilancia.
 
—Si es lo que quieres…
 
—¡No es solo lo que yo quiera! —exclamó irritado, parándose frente al otro—. Tú no estás por debajo de mí, que trabajes para el viejo no te convierte en mi sirviente, eres un chico igual que yo, sin diferencia de clases o alguna de esas mierdas del pasado.
 
Gabriel asintió en silencio. Por extraño que pudiera parecer, ver a Tomás hablarle de esa forma le excitaba.
 
—Si hay algo que me gusta de un hombre o una mujer es que sean decididos, que tengan claras sus intenciones, de lo contrario pierden interés. ¿Entiendes lo que trato de decir? —dijo, acercando su rostro peligrosamente al del moreno.
 
—Perfectamente —respondió.
 
La mano que sostenía con ligereza, la misma mano que tocaba piezas maravillosas en el piano, se aferró con fuerza a la suya y de ese modo él le respondió, apretando y jalándole consigo. No quería decepcionar a Tomás, el chico que le gustaba.
 
—Así está mejor —dijo con una sonrisa satisfecha.
 
… … … … …
 
Las nubes se deslizaban sin prisas por el cielo, ocultando de tanto en tanto el sol sobre sus cabezas. Tendidos sobre la hierba del jardín, Lucas dormía con el rostro cubierto por su gorra y Adolfo leía en silencio tendido a su lado. Como acordaron por WhatsApp, se reunieron en la casa de Erika desde donde saldrían todos juntos a la fiesta, y como no pasarían a recogerlos hasta dentro de un par de horas, el pelinegro optó por distraerse con un libro que su anfitriona tuvo la gentileza de prestarle.
 
Eran las 16:00 aproximadamente.
 
Adolfo apartó la vista del texto y miró al cielo, preguntándose si realmente el sol sería llevado en un carro tirado por caballos como acababa de leer y que, de pasar muy cerca de lo que hay debajo como de lo que hay en lo alto, abrasaría con todo a su paso. En ese momento, el rubio se revolvió entre murmullos y con una respiración profunda, se incorporó refregándose los ojos.
 
—¿Has despertado?
 
—No me digas —respondió irónico—. ¿Qué ha pasado?, ¿estuviste aquí todo este tiempo?
 
—Sí, pero no te emociones, solo estaba leyendo —dijo, colocándose sus gafas de sol.
 
—¿De verdad quieres que me crea eso? —preguntó, apegándose al pelinegro que se hizo el desentendido—. ¿Por qué tan serio?, ¿es por lo que estabas leyendo?
 
—¿Crees que el sol es conducido por el cielo a bordo de un carro?
 
—¿Eh?, ¡oh!, ya sé a qué te refieres, bueno, eso es lo que creían en la Antigüedad, lo mismo se decía de la luna, que era conducida en un carro de plata. Hoy en día nadie cree en eso, tampoco yo.
 
—Así que algo sabes de mitología, imagino que hay algo de eso entre tus pilas de libros.
 
—Si los tengo ahí es precisamente para leerlos, no para usarlos de adorno, y te diré algo más, los atributos de Helios y Selene, que son los nombres que les dieron, pasaron a otro par de hermanos, ¿sabes quiénes son?
 
—Ni idea.
 
—Apolo y Artemisa, fascinante, ¿no crees?, Apolo era el dios del sol para los griegos.
 
—En parte, no estoy ansioso por saber la historia de los dioses, sea cual sea, sus relatos están llenos de cosas incomprensibles para el hombre —dijo, haciendo a un lado las “Metamorfosis” de Ovidio—. No me gusta eso, intento siempre comprender el porqué de las cosas.
 
—¿Qué te pasa hoy que estás tan filosófico?, ¿qué más quieres saber?
 
—¿Por qué estoy aquí, Lucas?, ¿por qué Tomás me invitó?
 
—¿Sigues cuestionándote eso? —dijo, acostándose otra vez con ambas manos detrás de la cabeza—. Ni yo podría darte una respuesta, Tomás siempre actuó de esa forma, impredecible. ¿Quién sabe lo que vio en ti que le interesó?, quizá solo quiera conocerte mejor, así como yo, aún no conozco todo de ti.
 
—Ni yo de ti, ¿qué somos después de todo? —dijo, girándose en dirección al rubio.
 
—Si te soy sincero, me daba igual si nuestra relación tenía nombre o no, con tal de estar cerca de ti podría haber seguido adelante de esa manera, sin embargo, las cosas ya no son así, lo que siento por ti no es un juego y sé que tampoco lo es para ti, ¿verdad?
 
Adolfo negó con la cabeza.
 
—Siendo así y para la tranquilidad de ambos, podríamos llamar a esto noviazgo, ¿te gustaría?
 
—Sí, me gustaría mucho.
 
—¿Incluso con alguien como yo?, ¿incluso si hay cosas que todavía no sabes de mí?
 
—Claro que sí —confesó Adolfo, cuyo rostro expresaba su convicción—. Estoy consciente de que guardas secretos y no sería raro que alguien dijera que estoy loco, que con todo lo que sé debería ser suficiente para alejarme de ti, pero ya es tarde para eso, no puedo dejarte sin más y no sabes el tiempo que he estado dándole vueltas al asunto antes de tomar la decisión.
 
Lucas se quedó mudo con la honestidad de las palabras que acaba de oír.
 
—Quiero iniciar algo serio entre nosotros, sin olvidarnos de lo que hiciste y de lo que hice. Eso es imposible, no podemos borrar el pasado, pero sí cambiar nuestro presente, ¿qué dices?, y no te calles, que es un asunto importante.
 
—Lo sé, lo sé, así que escúchame bien, incluso con el pasado que cargo y mi orgullo, yo estoy dispuesto a tomarme lo nuestro con seriedad, a comenzar, ¡no!, continuar contigo y…
 
—¿Y?
 
—Y decirte que… que… yo quiero…
 
El sonido de un teléfono interrumpió el momento y cortó toda la inspiración que había invadido a Lucas, el cual se levantó para responder la llamada y dejar a Adolfo con la incertidumbre, ocultando su rostro entre las manos.
 
… … … … …
 
—Señorita Erika, ¿cree usted que ellos tengan futuro como pareja? —preguntó Martín, observando desde la ventana del segundo piso.
 
—No lo sé, y deja de llamarme “señorita”, no hay diferencia entre nosotros que justifique tanto respeto —dijo, poniendo énfasis en lo último.
 
—Perdona, Erika, lo hacía porque, no sé, me pareces alguien digna de admiración, todavía me estremezco cuando recuerdo esa escena reteniendo a Lucas en el suelo, nunca pensé que serías capaz de hacer algo así —dijo, entrecruzando los dedos de sus manos y moviéndose de un lado a otro. 
 
La chica rodó los ojos, cansada de aquel comportamiento infantil.
 
—En todo caso, creo que Lucas sí tiene un interés real en Adolfo, al punto de que se comporta de una forma diferente cuando está con él, sin mencionar lo de pintarse las uñas, esa conducta es nueva y lo hizo por Adolfo, que también se pinta las uñas. Dime, ¿cómo se verían las mías si…?
 
—A mí solo me parece un intento ridículo de Lucas por llamar su atención —interrumpió Erika.
 
—¿Tú crees?, una persona que hace cambios tan notorios no quiere simplemente llamar la atención, lo hace porque está enamorado.
 
—Hablas con mucha seguridad.
 
—Cuando Lucas estuvo con Tomás, él no se comportaba así y aunque yo era pequeño en ese entonces, no recuerdo que tuviera esa clase de gestos.
 
—Tal vez tu hermano y él tenían muchas cosas en común, sin embargo, no creo que entendieran realmente lo que significaba una relación amorosa, eran sólo unos niños —dijo, levantándose de su silla para dirigirse hacia la ventana—. Ahora Lucas ha conocido a una persona nueva y diferente de lo que es Tomás, si quiere algo con él tendrá que hacer algo más que pintarse las uñas.
 
—Eso es cierto y creo que mi hermano lo advirtió el mismo día del café literario. Me dijo después en una conversación que sostuvimos, que le gustaría que ellos acabaran juntos —dijo el pelirrojo, viendo como Lucas regresaba al lado de Adolfo.
 
—Entiendo —dijo, tomándose un momento para observarles. “¿Habrá siquiera posibilidad de que estén juntos?, sólo Dios sabe”—. En cualquier caso, no tengo prisa por saber lo que sucederá con esos dos, las cosas avanzan a su propio ritmo y ellos no serán la excepción.
 
—En el fondo te importan, ¿verdad?
 
—¿Qué?, claro que no, a diferencia de Tomás, que sí lo considero un verdadero amigo.
 
—¿Y qué hay de mí?, ¿somos amigos? —preguntó preocupado.
 
—Lo somos, al menos por ahora, ¿no querrás estropearlo? —dijo, enarcando una ceja.
 
—¡No!, ¡claro que no!
 
—Entonces sé cuidadoso con lo que dices y haces, ¿entendido?, no quisiera tener que cortar lazos con todos. ¿Sabes?, no me da miedo quedarme sola.
 
El chico, sin saber la razón, bajó la mirada como si Erika de verdad tuviera alguna clase de autoridad sobre él. En su voz había tanta o más fuerza que en la de su padre, era dueña de un poder cruel que podría destruirlo a él, a su hermano, a Lucas y a Adolfo. De entre todos, ella era la única en control de la situación.
 
—Eh… mi… mi hermano no tardará en llegar, debemos prepararnos —dijo el menor.
 
—Lo sé, unos retoques a mi maquillaje y ya está. Si voy a una fiesta, debo lucir presentable, ¿no te parece?
 
—Absolutamente.
 
—Con esto bastará —dijo, viéndose por última vez al espejo—. Todo listo, ¿vamos?, aún queda tiempo para una taza de té. 
 
… … … … …
 
El turno de la tarde había terminado. Francisco se marchó inmediatamente del local, alegando que quería visitar a su novia; incluso llegó a rechazar una invitación para salir con otros compañeros de trabajo. Por su parte, Sebastián decidió acompañarlo, después de todo, ambos iban en la misma dirección.
 
—Tenías prisa por salir, ¿no?
 
—Sí, quiero darme prisa y alcanzar a Erika en su casa antes de que pasen a recogerla.
 
—Es cierto, estaba invitada a un cumpleaños, ¿sabes a qué hora es?
 
—No, por eso esperaba verla, aunque fuera un momento antes de irse. Me habría gustado ir con ella, pero según me dijo, este amigo suyo invitó a un puñado de personas, algo muy privado.
 
—Suena como a esos eventos de gente rica, donde sólo puedes entrar con una invitación —dijo Sebastián, encogiéndose de hombros—. Si es así, no te perderás de mucho, tal vez sea más aburrido de lo que crees. Y Erika, ¿estaba interesada en ir o le daba igual?
 
—Creo que este amigo, Tomás, es muy cercano a ella y esa es la única razón por la que asistía, porque si se hubiera tratado de otro, simplemente habría rechazado. Bien sabes cuanto le fastidia salir de casa.
 
—Ya veo, me lo preguntaba justamente por eso, de hecho, parecía más interesada en ir con nosotros a lo de las películas.
 
—También me lo pareció, deberíamos intentar invitarla en otra ocasión, quizá organizar un paseo a la playa, tengo unas ganas enormes de ir.
 
—Y que lo digas, sentí una envidia cuando Alejandro y Nicolás se fueron que me habría colado en sus maletas si hubiese podido.
 
—Habría sido una buena idea —dijo, secundando a su amigo—. Espero que disfruten al máximo este fin de semana, la próxima semana deberían regresar, ¿no?
 
—Sí, Alejandro quiere retomar el trabajo cuanto antes, pese al permiso especial que le dio el jefe, le habría dado el mes completo si lo hubiera pedido, pero no, es un chico de lo más responsable.
 
—Habrá que esperar hasta las vacaciones para que podamos salir todos juntos a la playa, la idea gustará a todos, especialmente a Cristina.
 
—Estoy seguro, será la primera en decir que sí.
 
Los dos rieron ante la imagen de la chica en sus mentes.
 
Cuando estuvieron a un par de casas de la de Erika, Sebastián y Francisco observaron la situación que tenía lugar frente a la residencia, no sin antes ocultarse tras unos setos para pasar desapercibidos. Un vehículo permanecía detenido con su motor encendido, junto al cual había dos personas conversando, sin que pudieran reconocer a ninguno.
 
—¿Qué será todo esto?, ¿los conoces, Fran?
 
—Para nada, aunque ese de la trenza se me hace conocido —dijo, refiriéndose al muchacho pelirrojo que charlaba con el otro de tez morena.
 
—Deberíamos ir y averiguar de qué se trata, ¿no crees?
 
—Por supuesto que sí, vamos.
 
Sin embargo, su intento se vio interrumpido cuando del interior de la casa salieron varias personas a la vez: un chico rubio con gorra y ropas holgadas, otro pelirrojo de cabello rizado al que Francisco no tardó en reconocer como Martín, y por último a Erika, vestida con una falda azulada y blusa, acompañada de Adolfo, que llevaba un ancho sombrero sobre sus lacios cabellos oscuros. Fue la presencia de este último lo que más sacó de onda a la pareja de amigos.
 
—No sabía que el hermano de Nicolás fuera amigo de Erika.
 
—Ni yo, ni siquiera sabía que ella tuviera tantos amigos —comentó Francisco—. Ese chico de la trenza debe ser Tomás, ahora estoy seguro.
 
—¿El que cumple años?
 
—Sí, recuerdas que Erika mencionó que lo estaba confundiendo con su hermano, bueno, ese de ahí es el hermano —dijo, señalando a Martín—. Por lo tanto, el de la trenza tiene que ser necesariamente Tomás, el que los invitó a todos.
 
—Vale, ya te sigo —dijo Sebastián, viendo como todo el grupo se había reunido junto al vehículo y sostenían una conversación que, a todas luces, indicaban una cercanía—. Bueno, ¿qué hacemos?, ¿aún quieres ir y…?
 
No pudo concluir ni Francisco responder.
 
Los seis integrantes abordaron el auto y este arrancó para desaparecer en cuestión de instantes al final de la calle.
 
—¿Qué…?, ¿qué fue todo eso?, ¿Fran?
 
—Es lo que yo quisiera saber, ahora tengo más preguntas que antes —dijo, saliendo de entre los arbustos—. ¿Qué está pasando aquí?
 
—Creo que lo estás exagerando, solo es Erika saliendo con sus amigos, digo, nada le impide salir con quien ella quiera, ¿verdad?, por lo demás, siendo sinceros, tú no te interesas demasiado por los eventos que organiza. Tal vez es la líder de un culto y tú ni enterado de sus reuniones.
 
—Puede que tengas razón, Seba —dijo, rascándose la cabeza—. Debería estar más presente en las actividades que realiza, si para ella son importantes, es lo que corresponde.
 
—Habla con ella cuando regrese, Fran, puede que los dos necesiten hacerlo —dijo, rodeándolo con el brazo—. Se han acostumbrado a llevar la relación de este modo que ya no parecen novios. Piénsalo que ahora ella estará fuera de la ciudad.
 
—Lo haré, pero no hoy, no tengo cabeza para eso, lo que necesito es una cerveza.
 
—Siendo así, te propongo algo.
 
Francisco elevó la vista, listo para escuchar a su amigo que, de seguro, tendría una idea que lo animaría. Así era Sebastián.
 
… … … … …
 
El viaje por la autopista fue silencioso, hecho que no pasó desapercibido a Gabriel, pero asumió que tendrían mucho tiempo para hablar durante la fiesta.
 
—¿Te sucede algo? —preguntó Tomás, que iba sentado a su lado.
 
—Tus amigos, me provocan curiosidad —respondió.
 
—¿Sí?, ¿quieres saber algo de ellos?
 
—Después, cuando sea el momento oportuno.
 
—De acuerdo.
 
Una vez hubo estacionado el vehículo al interior de la propiedad, todos descendieron y fueron directo a la casa, en donde la decoración festiva animaba el ambiente más formal que era el habitual. Las doncellas iban y venían cargando bandejas con alimentos, vajillas y cubiertos desde el salón principal, en donde el grupo encontró a Rafael dando instrucciones.
 
—¿Quién es este joven tan estrafalario? —preguntó Tomás, saludando a su amigo con un abrazo. Lo cierto es que su apariencia llamaba la atención: vestía pantalones anchos y desgastados, camisa, chaleco corto con botones y de diseño vegetal, llevaba sandalias y su cabello claro suelto hasta los hombros. En general, daba la impresión de ser una de esas personas que se visten con lo primero que encuentran.
 
—Tu decorador de interiores, ni más ni menos —respondió, estrechándolo entre sus brazos con afecto—. Feliz cumpleaños, querido, veinticinco años, ¿verdad?
 
—Así es, ¿puedes creerlo, Rafi?
 
—Claro que sí, aunque eso no quita que seguiré siendo mayor que tú, mi talentoso pianista, ¿tocarás esta noche para nosotros?
 
—Por supuesto que lo haré, y hablando de nosotros, ven, te voy a presentar —dijo, cogiéndolo de la mano.
 
—¿Con quién?, ya conozco a todos, ¿o es que has invitado a alguien más?
 
—Sí, quiero presentarte a Lucas y a Adolfo —dijo el de la trenza, acercándose a la pareja que aguardaba expectante.
 
—¡Oh!, a ustedes los recuerdo del café literario, pero no llegamos a cruzar palabra —dijo Rafael, haciendo memoria.
 
—También te recuerdo, ocupabas un lugar en la mesa de los organizadores —comentó el rubio, estrechándole la mano—. Mucho gusto, soy Lucas.
 
—Yo soy Rafael, gusto de verte otra vez, y tú debes ser Adolfo, ¿no?
 
—Sí, gusto de conocerte —respondió el pelinegro, también con un apretón de manos, aunque él no recordaba para nada haberle visto durante las lecturas, pues estaba demasiado distraído con la presencia de Lucas.
 
—Espero que no pase mucho tiempo antes del próximo evento —dijo Rafael para después saludar a Erika y Martín.
 
—Pronto comenzaré con los preparativos, tengo varias ideas que podríamos discutir más tarde —respondió la chica, cogiendo una taza de ponche que una de las doncellas ofreció a los recién llegados.
 
—¿Los viejos ya se fueron? —preguntó Tomás.
 
—No, tu mamá está en el dormitorio y a tu papá no lo he visto —respondió Rafael.
 
—Entonces tendremos que esperar, la casa no será nuestra hasta que se vayan —dijo con resignación, para luego mirar su teléfono—. Los dejo un momento, iré a recibir a los demás invitados.
 
El de la trenza abandonó el salón para dirigirse al recibidor, al tiempo que enviaba un mensaje a Gaspar, quien le confirmó que estaba en camino y llegaría en unos minutos. Dicho y hecho: el artesano llegó a bordo de una pequeña motocicleta, vestido de chaqueta y pantalones oscuros, gafas de sol y abundantes anillos en las manos.
 
—Esa sí que es una entrada, te ves muy bien —dijo, dándole la bienvenida.
 
—Sólo en apariencia —respondió Gaspar, acomodando su cabello tras haberse quitado el casco—. Pero que eso no te desanime, vine para verte y que podamos festejar en grande, en fin, para que te sientas feliz.
 
Tomás asintió. No quería entrometerse en los problemas de su amigo, pero no dejaba de sentir preocupación por él.
 
—Ven aquí, ¡muchas felicidades! —se acercó para abrazarlo y entregarle una cajita forrada en papel de regalo—. Esto es para ti, espero que te guste.
 
—Te lo agradezco —dijo, besándole la mejilla y, mirando el presente, agregó—. Estoy seguro de que me gustará, tus creaciones no decepcionan.
 
Gaspar se ruborizó un poco ante el comentario.
 
—Ven, te llevaré con los demás.
 
—Él… ¿ya está aquí? —preguntó con timidez.
 
—Sí, fue el primero en llegar, ¿ves todo esto? —dijo, señalando los decorados—. Ha sido obra de él, sin mencionar que se encargó del servicio de banquetería.
 
—Ya veo, tiene tan buen gusto para estas cosas, es un artista después de todo —dijo, soltando un suspiro.
 
—Tu tranquilo, las cosas irán a mejor entre ustedes, te lo digo yo.
 
Gaspar, no convencido, asintió levemente con la cabeza.
 
Mientras iban de regreso al salón, por otra de las puertas llegaba Ágata para saludar al grupo que se había reunido, sin embargo, la mujer se quedó de piedra cuando reconoció a Lucas.
 
—¿Qué haces tú aquí? —inquirió sin poder ocultar la sorpresa en su rostro.
 
—Buenas noches, tía, qué gusto verte, ¿cómo has estado?, por tu expresión parece que no muy bien —respondió con una sonrisa cínica—. Tomás me invitó, ¿algún problema con eso?
 
Ella no respondió inmediatamente.
 
—Ya entiendo, tú no sabías que Tomás y yo seguíamos en contacto, ¿o me equivoco, Ágata?
 
—No seas insolente conmigo, mocoso —replicó la aludida—. No me importa si fue mi hijo el que te invito, vete ahora mismo, no quiero que mi marido te vea aquí.
 
—Él no se irá a ninguna parte, mamá, ¡es mi invitado! —intervino Tomás.
 
Adolfo, sintiéndose realmente incómodo, observaba toda la escena en silencio, consciente de que se estaba perdiendo algo importante, pero era incapaz de preguntar.
 
—¿Te volviste loco, hijo?, si tu padre ve a Lucas aquí, no sé cómo vaya a reaccionar —dijo evidentemente alterada.
 
—Tendrá que comportarse como el hombre razonable que dice ser, de lo contrario yo…
 
—¿De lo contrario qué, Tomás?, ¿harás un berrinche como los que hacías de niño? —dijo don Octavio, instalando un silencio absoluto entre los presentes—. Cuánto tiempo sin vernos, Lucas.
 
—Lo mismo digo, tío —dijo, acercándose para estrecharle la mano. El hombre aceptó, pero en su rostro estaba plasmado el repudio que le provocaba.
 
—¿Te importaría acompañarme al despacho un momento?, quisiera tener una pequeña plática contigo antes de la fiesta.
 
Sin decir nada, el rubio siguió a don Octavio, quien antes le hizo una señal a Tomás para que se quedara con sus invitados. Adolfo, por su parte, se sintió ignorado por todos.
 
… … … … …
 
Una vez estuvieron a solas en la oficina, Octavio cerró la puerta y antes de poder ofrecerle asiento, el rubio ya estaba ocupando una de las butacas delante del amplio escritorio, con una expresión altanera y aguardando a lo que el hombre tuviera que decir.
 
—Pensé que jamás volvería a verte —dijo, permaneciendo de pie junto al enorme ventanal—. Recuerdo que la última vez eras solo un muchacho, mírate ahora, como has crecido.
 
—El tiempo no ha pasado en vano, han sido casi diez años desde entonces. ¿De verdad pensaste que iba a desaparecer de vuestras vidas así nada más?
 
Octavio le dedicó una mirada escrutadora. Lucas hizo igual, viéndolo de arriba abajo: su porte autoritario no había cambiado en lo absoluto, ni siquiera por las canas que ahora abundaban en su cabello.
 
—Debí imaginar que no —dijo con resignación.
 
—A diferencia de Tomás, quien siempre estuvo para mí —dijo casi en una reflexión—. Y hablando de él, está hecho una maravilla, yo mismo pude comprobarlo recientemente.
 
—Ah, ¿sí?, supongo que tuvieron su momento para recordar el pasado, porque esa visita a la ciudad no fue casual, ¿o me equivoco?
 
—Pues te equivocas, fue completamente casual y por lo mismo sorpresivo, todo gracias a nuestras amistades en común.
 
—¿Sorpresivo?, yo diría conveniente. Tomás se quedó contigo la noche antes de regresar, ¿cierto?
 
—Sí, y fue una noche increíble, no pensé que tuviera tantas energías en su actual condición, sin mencionar que su estado físico es envidiable.
 
—Por más que me esforcé en mantenerlo apartado, Tomás encontró la manera de sobreponerse a su enfermedad y a mi voluntad —dijo con una mueca de disgusto—. Ahora que tú has vuelto a aparecer en su vida, él se rebela con mayor fuerza que antes, hace parecer que su salud es perfecta.
 
—¿Y qué esperabas?, ya no somos los niños que un día separaste, es natural que Tomás se diera cuenta de lo que estabas haciendo y dejara de llevarte el amén en todo, pese a lo severo que puedes ser, bien lo recuerdo —dijo, cerrando los ojos un instante—. Con todo, hay una cosa que no lograste, tío, y es que yo nunca me olvidé de él, aún le quiero y eso no lo vas a cambiar ni tú ni nadie.
 
—¿A dónde quieres llegar con todo esto?, Lucas, ¡él es tu primo!, jamás podrá existir algo más entre ustedes, ni en ese entonces ni mucho menos ahora —dijo, dando un golpe con el puño en el escritorio—. Yo no iba a permitir algo así y tampoco tus padres, bueno, no hace falta mencionar cómo reaccionó mi hermano cuando se enteró.
 
—No hace falta.
 
—¿Has tenido comunicación con ellos?
 
—Desde que me echaron de la casa, no he vuelto a saber de mis padres, ¿y tú?
 
—Con bastante frecuencia, aunque nunca hemos hablado de ti, perdona que te lo diga de esta manera tan directa, es como si ya no existieras para esta familia.
 
—No te preocupes por esas tonterías, ellos no me importan, salvo para no perdonarlos, lo mismo que contigo —dijo, dedicándole otra sonrisa socarrona—. Y vuelves a equivocarte, Tomás nunca se olvidó de mí y tampoco te perdona lo que hiciste, incluso si usabas su enfermedad como excusa. Martín sí pareció olvidarse de todo, pero afortunadamente lo recordó en cuanto nos vimos, sigue siendo el mismo chiquillo cauteloso y escurridizo de siempre, respetuoso de la vida privada de su hermano mayor, aunque no tanto con la de su primo —dijo, sabiendo que el pelirrojo había visto aquella escena en el callejón. Al fin, se puso de pie y caminó por la oficina con las manos en los bolsillos—. Sabes una cosa, tío, tal vez ustedes nos separaron, pero eso no borró los sentimientos, incluso si esa era la intención que tenían, hacer como si nada hubiese ocurrido, y bueno, lo hecho está hecho y no se puede revertir, no podemos ser la pareja que siempre quisimos, pero como tú mismo has dicho, seguimos siendo primos y eso basta.
 
Octavio no tuvo más remedio que darle la razón, cosa que detestaba en absoluto, perder contra un mocoso como Lucas lo tenía al borde de la ira. En ese sentido, su hijo y el rubio compartían el mismo carácter.
 
—Relájate, ¿quieres?, por lo que a mí respecta, las cosas con Tomás están resueltas y mis ojos están puestos sobre alguien más.
 
—¿Te refieres a ese muchacho que vino contigo?
 
—Así es, Adolfo.
 
—Por la forma en que te has expresado, todavía no es tu novio.
 
—No, pero lo será pronto, estoy seguro.
 
—No has cambiado en nada, ¿verdad?, sigues hablando de la misma manera confiada que en ese entonces, tal vez tengas éxito esta vez.
 
—Claro, mientras personas como tú no vuelvan a interferir en las vidas ajenas como si no tuvieran una propia de la cual ocuparse. Ahora, si has terminado, quisiera regresar con Tomás, a eso es a lo que vine, a divertirme con él y con mis amigos —dijo, dirigiéndose hacia la puerta.
 
—Ve con cuidado, sobrino, no sé cómo te las has arreglado para vivir todos estos años, pero no está de más decirlo.
 
—Descuida, tío, he aprendido lo suficiente para saber como cuidarme, ya no me hacen falta padres para eso, aunque gracias por el consejo.
 
Abandonó la estancia dejando al hombre a solas, pensando en cada una de las palabras que acababa de oír. Era cierto, Lucas ya no era un niño, era un adolescente que había crecido de una forma impensada, conservando esa actitud que tantos disgustos le trajo cuando descubría alguna de sus travesuras. No se arrepentía de sus actos, así como él mismo no lo hacía con los propios, incluso se habría llevado a Tomás más lejos si hubiese sido necesario, sin embargo, tras la decisión de su hermano de expulsar a Lucas de la casa, estaba seguro de que no volvería a intentar nada, al menos por un tiempo, dejándole espacio para ocuparse únicamente de la salud del pianista. “Y ahora estás aquí otra vez, bajo mi propio techo, ¿cómo debo interpretar esto?, ¿acaso se trata de otro desafío?”, pensó Octavio, mirando la costa a través del ventanal. “Sigues siendo mi sobrino, eso tampoco cambiará”.
 
… … … … …
 
Martín llevó a Adolfo escaleras arriba, a su propio dormitorio para que no tuviera que observar el inesperado espectáculo que se desarrollaba en el salón. Gabriel quiso ir con ellos, pero el pelirrojo le indicó que se quedara con Tomás, que él lo necesitaría más.
 
—¿Puedo saber qué está pasando?, ¿quién era ese hombre? —preguntó el pelinegro cuando estuvieron a solas.
 
—Ese era mi padre, siento que lo conocieras de esa forma tan abrupta —se excusó el chico.
 
—¿Por qué reaccionó así cuando vio a Lucas?, él lo llamó tío, ¿acaso son familia?
 
—Sí, lo son —confirmó y se sentó en la pequeña butaca en el rincón del cuarto—. Me cansas con tantas preguntas, no las hagas más, ¿sí?
 
—Entonces, ¿qué?, ¿debo quedarme aquí, sentado y esperando una explicación?
 
—Pues, sí.
 
Adolfo se sentó sobre la cama, frustrado.
 
—Oye, no reacciones así, estoy seguro de que Lucas te dará las respuestas que buscas, eso sí, lo hará cuando mi padre acabe con el interrogatorio, hace años que no lo veía, así que es lógico que se tome su tiempo para hablar con él.
 
—¿Cuánto exactamente?
 
—Mmm…, algo así como diez años, puede ser un poco más o un poco menos, no lo recuerdo bien.
 
El pelinegro asintió, pero seguía sin entender la historia que había de trasfondo. Recordó la fotografía que descubriera en la casa de Lucas y la fecha apuntada en ella coincidía con la época que Martín mencionó. “Al menos tengo un pedazo de información”, pensó.
 
—¿Juegas consola? —preguntó el pelirrojo de repente.
 
—¿Qué?
 
—¿Que si juegas consola? —repitió, extendiéndole uno de los mandos de su PlayStation.
 
—Eh, sí, pero soy malísimo.
 
—No importa, es mejor que quedarse mirando el suelo o el techo.
 
—Tienes razón —dijo, aceptando la propuesta—. ¿Qué jugamos?
 
—Lo que tú quieras, eres el invitado.
 
Adolfo, un poco más animado, escogió un videojuego de lucha, cuyo título recordaba vagamente. 
 
… … … … …
 
Gabriel regresó para ver como el pianista continuaba discutiendo con su madre, mientras que Erika, Gaspar y Rafael intentaban ignorarlos. Como era una situación incómoda, el moreno les pidió a los tres que se retiraran un momento para dejarlos a solas, disculpándose con ellos y prometiendo avisarles cuando las cosas se calmaran; Rafael se fue a la cocina para continuar con los preparativos, en tanto que la chica y el artesano salieron a la terraza. Con la atención puesta otra vez en sus patrones, la discusión parecía no acabar: Ágata, cuyo aspecto revelaba su cansancio, se llevaba una mano a la sien, mientras que movía la otra en dirección a su hijo, como si no quisiera escuchar más del asunto; Tomás, que intentaba seguir hablando, bajaba los brazos como rendido.
 
—En cuanto tu padre termine de hablar con Lucas, esta fiesta se acabó, ¿oíste?, porque nada de esto estaba en los planes.
 
—Fue por eso que no los quería aquí para cuando regresara con los invitados, si se hubiesen ido, nada de esto habría pasado —replicó Tomás cruzado de brazos.
 
—Claro, para ocultarnos que Lucas venía contigo, no podía ser de otra manera, ¿verdad?, sabrá Dios desde cuando están comunicándose. ¿Hasta cuándo, hijo?, ¿hasta cuando con esa actitud?
 
—Hasta que dejen de controlar todo lo que hago, ¡hasta que me dejen vivir mi vida!
 
—Es por tu propio bien, entiéndelo, por favor.
 
—Lo que entiendo es que jamás podré vivir con una persona normal —dijo, soltando un suspiro—. Parece que la muerte será lo único que me dé la libertad que quiero.
 
—¡Qué locura estás diciendo!, por lo visto te ha hecho pésimo verte con Lucas, ese mocoso impertinente.
 
—¡No te atrevas a llamarlo así! —gritó a su madre. Gabriel se acercó de inmediato, inquieto por el tono que estaba tomando la discusión—. Por lo demás, estar con Lucas otra vez me ha dado fuerzas, de lo contrario, esta enfermedad me habría llevado hace mucho. Bueno, eventualmente lo hará de todas formas.
 
—Tomás, estás yendo demasiado lejos con tus palabras —dijo Gabriel a sus espaldas, para luego susurrarle al oído—: No sigas con esto, por favor, te lo pido.
 
El pianista se volvió hacia el moreno, suavizando su mirada y cogiéndole la mano.
 
—Lo siento, me excedí.
 
—No te disculpes conmigo, hazlo con tu madre.
 
Miró a la mujer, que se había sentado en uno de los divanes, al tiempo que una doncella le ofrecía un vaso de agua.
 
… … … … …
 
Desde el exterior, Erika miraba de tanto en tanto lo que ocurría.
 
—Ya se calmarán, no te impacientes —dijo Gaspar, soltando una bocanada de humo.
 
—No me impaciento, es solo que no esperaba esta exhibición de amor familiar —dijo con ironía—. ¿Sabes cuál es el problema que tienen?
 
—No, pero es evidente que ese tal Lucas está involucrado, ¿lo conoces?
 
—Solo un poco, no conozco los detalles de su vida —dijo, sentándose junto al artesano—. Para cuando todo esto acabe, quiero una buena explicación de parte de ellos.
 
—Y una disculpa por semejante descortesía —agregó con un tono ofendido, dándole la última calada a su cigarrillo.
Notas finales:

Como siempre, pueden dejar sus opiniones y comentarios sobre el capítulo, me gusta mucho leerlos.
Muchas gracias a todos los que siguen fielmente esta historia. Volveré tan pronto como pueda con la siguiente actualización. Hasta pronto.

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El autor.


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