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Extravagante amor por 1827kratSN

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Tenía un problema. En un inicio le preocupó mucho, demasiado, pero después dejó de ser importante y sólo se acostumbró.

No importaba.

De todas formas, era un don nadie que jamás sería notado.

Alguna ventaja tenía que sacarle al hecho de que fuese invisible para casi todo el mundo.

Mientras tomaba las cosas que necesitaría y las guardaba en su mochila, miraba los detalles de su cuarto. Nada en especial, nada fuera de lo común. Se sintió pésimo porque era claro que ni siquiera tenía una identidad propia o algo destacable de lo que presumir. Suspiró. Daba igual, no lo necesitaba.

Miró los binoculares, su pequeña cámara digital —que usaría por si encontraba algo que fuera digno de fotografiar o grabar—, sus guantes y su gorro de lana negro con el que pretendía ocultar los cabellos castaños desordenados que tanto odiaba.

¿Sus genes no pudieron cederle los cabellos lacios y domables de su madre? ¡El ADN lo odiaba!

 

—Parezco un delincuente.

 

Suspiró por quinta o sexta vez en esas tres horas que llevaba preparando su jornada de exploración. ¿Cuántas veces se había dicho lo mismo? Demasiadas, desde los catorce aproximadamente hasta ahora que casi tenía los dieciséis… ¿Cómo llegó a eso?

Si mal no recordaba fue un chico normal —patético pero normal—, que una vez, sin querer, empezó a mirar por su ventana constantemente para ver si pasaba algo interesante cerca de su casa. Ocasionalmente también se trepaba al techo para… ¡Cierto! Fue en una de sus aburridas escaladas en donde casi cayó cuando —mientras trataba de no matarse porque sentía sus dedos perder fuerza en el agarre que tenía en la canaleta—, sus ojos se toparon con la cortina mal cerrada de su vecina y la vio cuando se cambiaba.

Fue su perdición.

Lo consideró como curiosidad inicialmente, y luego se volvió en una pequeña obsesión que le generó la adrenalina carente a su vida. Sí, espiar a su vecina fue el inicio de todo. Aquella mujer debió tener unos veinte, un cuerpo hermoso con las curvas en los lugares correctos pero que no se exageraban en los pechos. Lindo recuerdo. Por eso se deprimió cuando se mudó. Aunque después tuvo a un vecino llegado a los treinta que hacía ejercicio todas las mañanas en el patio, y muy seguido lo hacía sin camiseta.

Puta madre.

Debía respirar y calmarse.

No. El género de la persona a la que miraba entre las sombras le era despreciable; lo que le llamaba la atención era lo atractivo que fuera su objetivo, el riesgo a ser descubierto y la adrenalina de treparse en cuanto lugar le fuese posible para que sus ojos disfrutaran al mismo grado que su pene lo hacía. Porque sí, en algún maldito punto empezó a masturbarse mientras miraba y hasta llegó a generarse erecciones sólo con las memorias de sus ignorantes víctimas.

Ellos jamás sabrían que las usaba como aperitivo afrodisiaco.

Pero sólo le gustaba mirar de incógnito.

Nada más.

No había nada más excitante que masturbarse mientras espiaba a una persona hermosa que no tenía idea de lo que un desconocido hacía a su alrededor. Se alimentaba de la ignorancia ajena, de los actos sin malas intenciones que hacían sin darse cuenta. Gozaba de ver los movimientos rítmicos de los músculos bien definidos, de las caderas que se balanceaban a compás, de la piel sin tela, de cómo se relamían los labios o se limpiaban el sudor de la piel, de los bailes en ropa interior o del agua que resbalaba cuando recién salían de la ducha.

Joder.

 

—Pero nadie se compara con ella.

 

No señor, nadie se comparaba con su reciente hallazgo, su diosa, descubierta hace casi un mes. Nadie como esa mujer. ¿Sería mayor? Tal vez no porque su figura y su rostro lucía tan fresco y sereno, sin rastro del estrés de alguna universitaria o de una trabajadora. Aunque mientras la espiaba se fijó en que vivía sola, era independiente. Y estaba un detalle extra: era extranjera.

No había podido espiar a una extranjera hasta ese punto y por eso su libido era más fácil de encender que antes. Sí, ahora sus erecciones también se daban en medio de la noche y no sólo mientras la miraba de lejos.

Escuchó algunas conversaciones de las cuales sacó un par de datos. Era italiana y poco hablaba o convivía con los demás pues al parecer no salía demasiado. Que probablemente su estadía fuera temporal porque no trajo muchas cosas. ¡Agradecía a los chismosos del barrio que se fijaban incluso en esos pequeños detalles!

Y por eso estaba en esas andanzas.

Ni siquiera le importaba caminar por casi media hora hasta el perímetro externo de su ciudad para llegar a las últimas casas dadas antes de una zona boscosa. No, el sudor lo valía, además, la zona era perfecta para que pudiera subirse a un árbol y usar sus binoculares para deleitarse con la vista dada sin impedimentos de cortina alguna.

Sí, su diosa jamás cerraba las putas cortinas y sinceramente no tenía por qué hacerlo ya que las dos casas que la rodeaban estaban deshabitadas.

 

—Bendito proyecto de ciencias.

 

Sí, bendito fuese el estúpido proyecto que lo obligó a investigar los insectos en los alrededores. Fue así que llegó hasta esa zona y la vio de lejos.

La vio mientras bailaba suavemente al compás de una melodía clásica y pudo detallar como característica más destacable aquellas patillas rizadas. La vio moverse cual ángel mientras esos cabellos negros y largos revoloteaban mágicamente por el aire y se volvían como un velo que cubría parcialmente ese rostro de piel blanca y delicada. Rememoraba también que hermosamente usaba un vestido entallado que no le sobrepasaba de las rodillas y que era descotado en la parte de los hombros y clavícula, de esa forma, con cada movimiento, se podía vislumbrar un poco de su bien torneado cuerpo.

 

—Ahora no lo arruines, dame-Tsuna.

 

Era hora. Debía trepar un árbol hasta la mitad si es que quería tener una línea de visión perfecta de la mayoría de esa casa y tener por objetivo principal la ventana del cuarto de aquella azabache. Ni siquiera sabía su nombre y eso lo hacía mejor porque su anonimato le generaba mayor placer.

Rogaba por tener otra oportunidad de oro.

Una semejante a la dada el día treinta y uno de enero, una que jamás olvidará.

Fue algo similar a lo que estaba haciendo, espiando y tentando a su suerte para hallar a su tesoro desnuda o haciendo algo que poder interpretar como su detonante placentero. Pero se decepcionó al ver todas las luces apagadas…, o al menos lo hizo hasta que notó una luz débil, suave, dada en la habitación de la chica quien se hallaba recostada en la cama sin moverse mucho. Pero no dormía. No. Hacía algo muy diferente.

Se masturbaba.

Tardó un poco en darse cuenta, pero fue ella quien le dio la señal. Fue un movimiento rápido donde separaba las piernas y se levantaba el vestido que usaba para dormir. La vio acariciarse suavemente, sostenerse uno de sus senos mientras sus dedos se deslizaban a aquella zona prohibida. La vio tocarse poco a poco hasta que finalmente abrió completamente las piernas y se contrajo levemente para que una de sus manos desapareciera en la zona “gloriosa”. No pudo dejar de verla. No lo hizo. No hasta que la vio lanzar un gemido audible, echando la cabeza hacia atrás y temblando evidentemente.

Fue la primera y única vez que se corrió sin siquiera tocarse. Lo hizo sólo por mirarla dándose placer.

 

—¿Dónde estás?

 

Maldijo en susurros mientras usaba los binoculares para detectar la presencia de ella. Pero no la hallaba y todo estaba a oscuras. No podía ser pues la vio comprar algunas cosas como para hacer la cena, también se fijó en que tomaba la ruta hacia la casa, además no había mucho que hacer en ese catorce de febrero reservado para las parejas enamoradas.

A no ser que… ella tuviera una cita.

¿Podría?

Sí, era una posibilidad pues era hermosa, podría conseguirse un ligue donde fuera y hasta podría tener sexo en ese día…

Joder, si tan sólo la viera teniendo sexo…, sería la gloria.

Sintió su saliva acumularse debajo de su lengua con sólo la posibilidad.

 

—Al demonio.

 

Se iba a arriesgar. Le importaba un comino todo. Por primera vez rompería el perímetro de seguridad y se acercaría para verificar si ella estaba en casa, ya fuese sola o con un acompañante.

Su obsesión ganó a su sentido común e instinto de supervivencia.

Uno de los fallos que iba a recordar durante toda su vida.  

Se bajó del árbol con cuidado, sin caerse —de milagro—, y se armó de valor para acercarse con sigilo. Tenía que salir de la zona de árboles y atravesar el limitante del jardín para poder llegar a una ventana al menos. Gracias al cielo la chica no tenía mascotas pues para nadie era desconocida su fobia por los perros y sus malos entendidos con los gatos.

¡Por dios! Era cierto que sí lo conocían por algo llamativo: su fobia a los animales de cuatro patas. ¡Genial! ¿Qué podría ser más patético que eso?

Intentó inicialmente trepar la pared limitante de patio, pero para su suerte halló un par de cajas que usó como escaleras provisionales. Cayó del otro lado, pero se cubrió la boca para no generar ni un ruido evidente, nada más evidente que el golpe seco dado por su trasero y el pasto del jardín. Pero de esa forma al fin llegó a su objetivo: las ventanas.

Miró por un par sin reconocer algo más que oscuridad y que sus latidos se incrementaban con cada paso, cosa que le gustaba mucho. Siguió con su escrutinio hasta que observó un movimiento dentro de la cocina, una persona para ser exactos, y diferenció el moño alto que recogía esos cabellos azabaches. ¡Ahí estaba!

Pero su felicidad no le duró mucho.

 

—Si eres inteligente, te quedarás quieto.

 

Sintió el metal frío tocar la piel de su sien, el terror invadió su cuerpo y su corazón se aceleró tanto que pudo haber tenido un fallo cardiaco. Sudó frío casi al instante mientras delicadamente levantaba sus manos hasta la altura de sus hombros y abría sus palmas para mostrar que no tenía algo en ellas. Jadeó. Quiso suplicar, pero no pudo siquiera tragar su propia saliva.

 

—Muy bien —esa voz ronca, gruesa y varonil le causó un escalofrío—. Ahora da un paso hacia atrás —siguió las instrucciones —. Voltea suavemente hacia mí.

 

Tuvo miedo de mirar a quien le hablaba, pero olvidó eso cuando vio la punta del cañón de un arma. Ese agujerito en medio del metal le pertenecía a un instrumento que podía acabar con su vida y su voyerismo incontrolable en un solo instante.

Joder. Casi se orina en los pantalones por el miedo.

Y después, cuando escuchó un leve sonido salido de la garganta de ese desconocido, al fin se centró en el portador de esa glock. Era un hombre. Pero no cualquier hombre, no. Ese sujeto era la viva imagen de su ángel de azabaches cabellos. Era idéntico hasta el punto en que coincidían en el par de patillas hermosamente espiradlas que adornaban su muy perfilado rostro.

Puta madre.

Re mil putas.

Fue como sumar uno más uno y decir que eran dos. Entendió al instante que su ángel tenía un hermano gemelo tan hermoso como ella y tan letal hasta el punto en que le golpeó —con dos toquecitos—, la frente usando esa arma fría y endurecida.

Se le fue el aire.  

Si hubiese descubierto a ese adonis mientras estaba de fisgón hubiese sido su paraíso pues tendría a dos ángeles a los que espiar, pero en ese punto era solo el infierno. Un infierno sublime, pero infierno de todas formas.

Y se puso peor.

 

—Vaya, vaya —era su ángel, el ángel que encendió la luz y sacó su torso semidesnudo por la ventana—. Reborn nii-sama atrapó a mi pequeño y adorado fisgón.

 

¡Momento! ¿Lo que ella dijo fue porque simplemente se dio cuenta de que alguien estaba en su propiedad o por algo más? ¿Podría ser? No, no podía, estaba seguro de que tomó todas las preocupaciones posibles para no ser descubierto y su distancia de espionaje era factible para que nadie se diera cuenta de que…

 

—Le quitas el chiste a todo, Reborn —bufó antes de mirar de nuevo al castaño—. Me estaba gustando el empeño que le pone por espiarme.

—Exhibicionista de mierda —mantuvo el arma en su posición, pero desvió su mirada hacia su copia femenina—. Te he dicho que dejes esas malas mañas tuyas, Renata.

—Soy una diosa que ama ser devorada por los ojos lujuriosos de desconocidos —rio suavemente.

—Niño —Tsuna se tensó al escuchar al adonis—, di tu nombre y tu razón de estar aquí.

—Yo… —no supo qué decir y por eso sólo boqueó.

—Es obvio que me estaba espiando, Reborn… —Renata hizo que sus dedos danzaran y sonrió—, y su nombre es Tsunayoshi Sawada, te hablé de él antes.

—¿Tú sabes mi nombre?

—Obvio —le guiñó un ojo—. Tenía que informarme sobre mi pequeño conejo espía —estiró su mano para acariciarle la mejilla al castaño—. ¿Te gustó lo de hace quince días?

 

¡Por dios! Ella lo había hecho a propósito.

Lástima que no tuvo tiempo para procesarlo porque sintió el golpe de la culata de aquella arma, su visión se volvió negra y las voces hicieron un eco lejano para luego desaparecer.

Bien.

Estaba muerto. Bien, bien muerto.

Su poca reputación se iría al carajo cuando esos dos hablaran o lo denunciaran en la estación de policía. Aunque había la posibilidad de que Renata —bendito nombre tan lindo—, le perdonara porque al parecer era lo que se denominaba como exhibicionista parafílica —cosa que le quitó el encanto porque era mejor si ella no hubiese sabido que la espiaba—. Pero estaba aquel chico, aquel que le amenazó con el arma y que pareció molesto.

Estaba jodido.

 

—¿Y qué hacemos con él?

 

Despertó por la voz cantarina de su ángel, parpadeó muchas veces hasta que reconoció una luz brillante que lo iluminaba a él y a esos dos hermanos. Quiso decirles que lo sentía, incluso rogarles por su perdón, pero algo le impedía juntar los labios.

Lo habían amordazado, y peor que eso…, sus manos y pies estaban atados a una silla.

¡Mierda!

Tardó un poco en enfocar bien el espacio y reconoció que no era una habitación, era como una bodega llena de cajas. El aire se sentía húmedo, apenas había un par de ventanas pequeñas en la parte alta de unas paredes y la puerta de metal. ¿Dónde carajos estaba?

 

—Mercado negro.

 

Reaccionó cuando escuchó esas palabras y se enderezó sintiendo el pánico recorrer su piel. Jadeó, las miradas se posaron en él y tembló porque no notó un atisbo de duda. ¡Ellos estaban hablando en serio! ¿Con qué gente se fue a meter?

 

—No, no —Renata negaba cruzada de brazos—. Este chico no. Para eso tienes a los otros dos.

—Nadie lo extrañará mucho —el mayor lo miraba con esos negros ojos maléficos—. Su madre está de visita a una pariente, su padre viaja demasiado y se nota que no le ponen la atención suficiente —Ese bastardo tenía razón.

—Pero sólo míralo.

—Delgado, sin músculos, frágil… —Reborn lo miró penetrantemente.

—De rostro delicado, grandes ojos marrones y brillantes, labios rosaditos, un ombligo delicado con el que jugar —Renata suspiró—. Es demasiado bonito para que lo vendas en el mercado negro.

—Por esas razones pagarán bien por él —al fin lo vio sonreír, pero fue aterrador.

—Es de tu tipo~ —canturreó la diosa con una sonrisa ladina.

—Y del tuyo… —miró mal a su hermana—, pero no lo vamos a conservar.

—Sabes que me gustan lindos y sumisos —rio antes de apoyarse en el hombro del azabache mayor—. Lo cuidaré bien, le daré de comer y le pondré sus vacunas.

—No.

—Dejare que lo uses también~ —picó la mejilla del más alto.

—No.

—Reborn, por favor —se abrazó al cuello del gemelo que le superaba por unos cinco centímetros—. Sera nuestro lindo…

—¡No! —la empujó con brusquedad— Y ya cállate.

—Te dejaré quitarle la virginidad~

 

No, no, no. ¿Era en serio? Ella conocía de su… Bueno, dijo que lo investigó, ¿pero tenía que revelar ese detalle en voz alta? Era cierto que era voyerista, pero sí quiso perder la virginidad antes de morir al menos.

Lo peor fue que el azabache mayor pareció pensárselo. Hasta hizo una mueca donde levantó un poco su labio superior. Renata no desaprovechó el gesto, siguió insistiendo, siendo sutil, pegajosa, sonando infantil y hasta amorosa. Intentó de todo.

¡Tenía que irse de ahí! Pero obviamente estaba atado y no se podía.

Ah. Tenía un mal presentimiento.

 

—Mercado negro.

—Reborn, ¡por favor!

—Pero tienes razón, es de mi tipo.

—Yey~ —dio un par de saltitos y una vuelta en símbolo de victoria.

—Lo conservaremos un mes y después lo venderemos en el mercado negro.

—Te voy a convencer, hermanote hermoso y galante~ —le apretó las mejillas antes de alejarse—. Nos lo vamos a quedar~.

—No lograrás hacer que cambie de opinión.

 

¿Era en serio? Es decir, ¿su opinión no contaba? Claro que no lo hacía, lo supo cuando ese par se colocó frente a él y sonrieron con malicia.

Tenía miedo.

No sólo porque el hermano mayor portaba un arma y parecía verlo como a una pequeña yegua a la que amansar, tampoco porque la hermana menor se relamió los labios antes sujetar su pene y estrujarlo con fuerza. Tuvo miedo porque ellos hablaban en serio.

No lo iban a dejar ir.

Si bien se quedaba como esclavo de esos dos o si lo vendían en el mercado negro, jamás lo iban a dejar ir.

 

—Los pasaportes están hechos. Drógalo y hazlo pasar por tu enfermo novio, Renata.

—¡Lo haré!

—Yo me encargo de que este niño sea reportado como muerto.

—Siempre haces lo divertido —hizo un leve puchero.

—Son negocios, Renata, no juegos. Así que muévete.

 

Tsuna jamás olvidaría su primer y único error mientras espiaba a alguien.

Su muerta libertad se lo recordaría de por vida.

La jodió de verdad.

 

 

 

Notas finales:

 

¡No tienen idea de lo difícil que es para mí tratar sobre voyerismo!

Me pasé días pensando en cómo aplicarlo, pedí ayuda por ahí, recomendaciones, leí artículos, pero al final seguí la recomendación de Sarah quien ya se cansó de mi estrés y se apiadó de mí XDDD.

Sorry admi.

Lo forcé, así que espero haya salido, aunque sea un poco decente.

Los ama: Krat~

Besitos~


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