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Extravagante amor por 1827kratSN

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¿Cuántas vidas se necesita vivir para sentir que has completado la razón de tu existencia?

¿Cómo averiguar cuál es la razón de esa existencia?

¿Por qué existes en primer lugar?

No recuerda mucho de su primera vida, aquella sin chiste y sin razón, tampoco recuerda bien cómo se desvió del sendero humano y pasó a ser una existencia basada en el egoísmo, la avaricia, el deseo incansable de sentirse completo y la crueldad. Pero sí recuerda las cosas importantes como son: los hechizos más poderosos, los concomimientos más impresionantes, los senderos que lo llevan a dónde quiere ir y… las personas que amó.

A pesar de ser un ente negro que fue condenado a vagar eternamente por las tierras regidas por entes tan nefastos como el ser humano, él también tenía vestigios de esa humanidad, y por ende ha experimentado sentimientos como el amor. Un amor malsano, pero un amor de todas formas.

Al principio de su condena no le importó mucho el ver como todos a su alrededor se marchitaban mientras él conservaba su figura intacta. Sus manos jamás se arrugaron, su rostro siempre permaneció impecable, sus ojos negros brillaban con juventud, sus heridas sanaban con el tiempo e incluso su vitalidad era la misma que la de un humano en su segunda década de vida.

Pero después conoció a su primera agonía. Una mujer de cabellos color dorado como el sol, a la que le cedió una segunda oportunidad de vivir y a quien conquistó hasta el punto en que la alejó de todo lo que amaba —incluyendo a su esposo e hijos—, y se la llevó a conocer parajes desconocidos durante los años que pudieron aprovechar. A la que abandonó cuando no quedaba rastro de la mujer que capturó su atención y sólo se apreciaba un cuerpo marchito lleno de hendiduras y cicatrices. La dejó morir sola porque así lo quiso ella, y se llevó sólo un mechón de cabello como recuerdo.

 

—¿De qué sirve ser inmortal si tienes que soportar el ver a todos los que amas morir sin remedio?

—Yo no pedí ser inmortal, es mi castigo serlo.

 

Con el paso de los años experimentó por algo similar con las personas que amó o se obsesionó. Les salvó, se los llevó, los disfrutó y los perdió. Llegó a un punto en que esas personas que veía convertirse en polvo se llevaban consigo una parte de su supuesta alma y le dejaban un vacío que no podía rellenar. Las memorias no eran suficientes, los recuerdos de los momentos buenos y amargos eran desechables. No. Necesitaba algo más que eso.

 

—¿Qué me dirías tú?

 

La respuesta la halló en aquel mechón de cabello que en una noche cualquiera se dedicó a olfatear mientras rememoraba la dulce sonrisa de su primera pérdida. Se llenó de deseos por volver a tocarla, rememoró el sabor de esa piel y la fragancia de ese cuerpo al que poseyó innumerables veces. Se hundió en el deseo por la dueña de aquel mechón conservado por décadas superpuestas. Y esa fue la primera vez que usó la posesión de su amor perdido como incentivo para sus sentidos más vanos, como era la complacencia sexual en solitario.

Sucedió progresivamente, sin que lo percibiera o fuera el culpable de ese mal hábito. Se obsesionó por poseer alguna pertenencia de la persona que elegía, la usaba para reavivar vivencias, memorias o sensaciones. Se complació mientras olfateaba el artilugio y lo convirtió en su parafilia. Halló un pecado más que acunar a su lista infinita y se rio de lo simple que fue llenar ese vacío existencial acumulado. Lo mejor fue cuando logró combinarlas con el arte negro que lo llevó a ese castigo divino.

 

—¿Para qué quieres la piel marchita de esta herida?

—Sólo dámela.

—Está bien, Reborn, pero por favor vete antes de que mi esposa regrese.

 

Había veces que su amante no abandonaba todo para irse con él. Había quienes priorizaban el hogar formado o la familia a la que mantenía, por sobre él; y en un inicio admitió que antes le hubiese afectado hasta el punto en que buscaría algún tipo de venganza…, pero ahora sabía que con sólo poseer algo con la esencia ajena le bastaría. Porque sólo con eso podía armar un pequeño muñeco que asemejara a las características más simples de esa persona.

Fabricaba títeres usando magia negra e introducía la posesión de su amor para darle algo de vida. El perfume natural, la calidez, las memorias y un poquito del alma se atrapaba en aquel pequeño títere con el que podía rellenar sus malos hábitos y gozar del éxtasis supremo causado por la eyaculación. Se complacía con cosas banales e íntimas cuando no lograba arrastrar a su obsesión a su lado. Lo hizo hasta el punto en que prefirió poseer un abrigo, ropa interior, cabello o siquiera una costra para complacerse; eso antes que poseer el cuerpo físico de esa persona.

Enloqueció.

Y de cierta forma fue mejor porque había cosas materiales que perduraban por décadas, siglos y a veces eran eternos. Así no sufría por la pérdida, así no tenía que preocuparse por el rechazo y la desazón de ser considerado como el perdedor. Se sentía pleno incluso al oler el rastro de sangre dejado por sus varios amantes —hombres y mujeres—, perecidos en medio de guerras y asesinatos masivos. Se sentía supremo por ser inmune al dolor de la pérdida.

Le bastó con una sola posesión ajena, lo hizo hasta antes de conocer a esa alma pura.

 

—No entiendo quién o qué cosa eres, Reborn.  

 

Poseía los ojos más hermosos de un marrón parecido al chocolate, la sonrisa más pulcra y sincera, los cabellos más brillantes y suaves, la piel más tersa y el alma más blanca…, que fue inevitable no encapricharse con él.

Reborn quedó cautivado con un adolescente de quince años a quien trató de seducir tantas veces que ya ni podía contarlas, y al que por fin poseyó diez años después de verlo por primera vez.

 

—No envejeces, no te hieres, sabes de todo y… jamás me hablas de tu pasado.

—No importa, ninguna de esas cosas importa.

—Me importa a mí —cada beso suyo era una gloriosa caricia gentil—, porque quiero saber hasta cuándo podré estar a tu lado.

—Estarás por siempre a mi lado.

—Yo soy humano —a veces parecía adivinar su verdadera identidad—, moriré en algún momento… Por eso quiero saber cuánto tiempo me queda para disfrutar a tu lado.

—Confía en mí —lo culpaba por sus nuevos pecados, de los que cometió en su nombre y de los que cometería—. No te separaras de mí… jamás, Tsunayoshi.

 

Amaba tanto a esa alma, que se deshizo y destruyó cada vestigio de sus amantes pasados. Devastó cada títere y posesión que ocultó en su guarida por siglos. Amaba tanto a ese niño que ya no le bastaba con extasiarse usando el aroma de los cabellos o satisfacerse sexualmente mientras olfateaba los vestigios sucios de su pequeño. Lo necesitaba a él enteramente, sólo a él. Quería conservarlo por siempre y, aun así, no se podía, no era posible y Reborn lo sabía.

Por eso armó su treta definitiva, con la que esperaba satisfacer sus ansias.

Se auto convenció de que estaba bien, que tendría las suficientes vidas para amarlo hasta que se cansara y perdiera interés, que cuando ese juego terminara podría dejar esa alma en paz. Y aunque el ser que lo maldijo le advirtió que eso no era posible, se negó a escuchar e hizo aquello tan aberrante. Pero se negaba a separarse de esa alma, se negaba a ser un inmortal si es que Tsunayoshi no estaba a su lado. Se negó a todo juicio y no previó las consecuencias.

 

—Tu alma estará atada a la mía hasta el punto en que yo pueda hallar la forma en que perdures por siempre a mi lado. Así se hará. Así lo decido. Así lo pacto con el que se comerá mi alma cuando logre mi objetivo.

 

Ató el alma de aquel ser con la suya y la obligó a reencarnar cíclicamente hasta que “eso” se completara. Hasta que su obra maestra finalizara. Una obra tan específica y exacta que tardaría siglos en cumplirse a totalidad. Una obra que le daría tiempo suficiente para extasiarse y cansarse de aquel muchacho angelical, casi inmaculado.

Sin embargo, trecientas vidas después, entendió que no podía cansarse de amar y ser amado por aquella existencia sublime. Y también odió el pacto que hizo porque sabía que en algún punto iba a completar las condiciones y el alma del castaño se convertiría algo etéreo para que formara parte del mundo entero. Pero no podía detener su labor o el ente con el que pactó tan horrible acto, se tragaría no sólo su alma sino la de su amado castaño.

Y entonces se resignó.

Se odió a sí mismo.

Y también odió a la vida última de su amado Tsunayoshi.

Esa pequeña alma tomó forma femenina y masculina alternada en cada vida. Reborn amó a cada reencarnación con la misma intensidad, los cuidó y ofreció una vida colmada de dicha a pesar de las múltiples dificultades por las que atravesaron; pero de igual forma se condenó a que en algunas vidas el castaño no fuera suyo, sino que se viera atado a alguien más por amor o por obligación. Y a pesar de eso no se cansó de buscar a cada reencarnación para verla completar su ciclo de vida y empezar otra por innumerables veces.

 

—Quédate con nosotros, Reborn.

—Lo haré porque quiero, dame-Tsuna.

—Nos honrará tener al mejor asesino del mundo en Vongola.

 

Reborn ya había visto a su pequeño en esa posición décadas atrás, cuando sólo era un rubio ingenuo de ojos vivaces deseando darle paz a las personas que lo rodeaban, y a quien apoyó desde las sombras o con la figura más adecuada para la época. Le enorgullecía ver que reencarnó para seguir con el legado que dejó a medias en su vida pasada.

Amaba todo de él, incluso esos deseos idiotas que ayudó a concretar.

Pero también odiaba algunas cosas, como que el castaño jamás lo recordara y tuviera que conquistarlo de nuevo; lo que conllevaba que a veces alguien se atara al castaño antes que él. Y en esa vida, la última que Tsuna cursaría, fue el caso. Fue donde Reborn vio al décimo cielo de la mafia más poderosa, formar un hogar con esa niña castaña de nombre Kyoko. Y se vio a sí mismo como un guardián cualquiera, nada más importante que eso.

Y aun así lo iba a aprovechar.

 

—Déjame limpiarte —repasó con su pañuelo la herida en la frente del castaño—. Fuiste muy tonto al dejar que te dañaran de esa forma.

—Lo sé, Reborn —sonreía como en antaño, como en cada vida, con tanta luz que podría ser cegador—. Pero me distraje.

—Yo hubiese salido sin un rasguño. No tenías porqué interponerte en ese ataque.

—No quiero que te pase algo malo, Reborn.

—Aquí, el niño al que debemos cuidar, eres tú, dame-Tsuna.

—¡Reborn!

 

Llevó al décimo cielo a la enfermería, lo dejó en manos de los médicos, estuvo al pendiente de que todos cumplieran con su trabajo de exterminio y reagrupación para después tomarse un respiro y retirarse para tener privacidad. Sonreía en medio de sus meditaciones, se sentía estúpido por seguir haciendo aquello y, aun así…, lo hacía.

Admiró aquel pañuelo manchado de rojo sangre por un momento antes de acercarlo a su nariz para así poder olfatearlo hasta el cansancio. Se guardaba las ansias por desahogar su frustrado estado sexual hasta que la noche los cobijara y así se resguardara en su habitación personal. Se drogaba con el aroma agridulce de la sangre de su niño por un instante para poder sentirse vivo de nuevo, para tener algo con lo que soportar la visión que tendría al regresar a casa.

Para mitigar la frustración carnal que se reflejaba en la esposa del décimo Vongola.

 

—Tsu-kun, ¿estás bien?

—No te preocupes, Kyoko-chan. Te prometí regresar y aquí estoy.

 

Todos eran espectadores del reencuentro de esa pareja, todos parecían satisfechos por la felicidad de su cielo. Y luego estaba Reborn, quien notaba que esa sonrisa expresada por el castaño no era ni siquiera la mitad de hermosa que las sonrisas dadas en vidas pasadas, mismas que fueron esbozadas por Tsunayoshi cuando lo veía a él. Le parecía una burla que esa mujer hubiese ganado en esa vida, pero también reconocía que eran sus celos los que le nublaban la visión y el juicio en esas ocasiones.

Reborn odió que en esa última vida que le quedaba al alma maldita de su amado, Tsuna hubiese elegido a esa mujer como compañera y no a él. Pero incluso después de expresarle sus intenciones, de tratar de conquistarlo, el castaño lo rechazó para priorizar a la que consideraba su primer y único amor. Muchas veces quiso matar a Kyoko o maldecirla, pero no quería ver sufrir a su pequeño, así que se censuró a sí mismo y a sus deseos.

Quería darle un poco de paz a esa alma, de la cual se despediría en esa vida física.

 

—No entiendo por qué quieres esto.

—Sólo dámelo y cállate, vaca estúpida.

—Eres muy raro, Reborn —el muchachito de ojos verdes le cedió la cajita—. Pero pagas bien.

—Ni una palabra o lo negaré todo.

—Sí, sí.

 

Reborn tomaba su encargo, se encerraba con él, lo admiraba con devoción, lo acunaba en sus manos y lo olfateaba por todo el tiempo suficiente hasta que una de sus manos lo hiciera alcanzar el éxtasis que necesitaba. Se liberaba gloriosamente y calmaba el dolor punzante de ese cuerpo próximo a hacerse cenizas. Disfrutaba de su práctica obscena y silenciaba sus celos. Alcanzaba los orgasmos que necesitaba para calmar las ganas de detener ese ciclo. Y volvía a ocultar todo para seguir con ese camino que llegaba a su fin.

Usó a Lambo para conseguir la sangre de su cielo que había sido limpiaba con innumerables algodones, vendas o lo que fuera. Adquiría prendas usadas por su amor eterno, consiguió pequeñas porciones de piel muerta, costras, uñas, cabello, vellos de todo tipo, fluidos, incluso adquirió muchas cucharas usadas por su cielo y se complació con las mismas. Lo hizo por años y lo gozó incansablemente. Lo hizo hasta que pidió una de sus últimas piezas, algo que necesitaba y que despertó la exagerada exaltación y miedo de su siervo.

Pidió una pinta de sangre del castaño.

 

—Lambo, espera. No te entiendo si hablas demasiado rápido.

—Esto es urgente, Tsuna-nii, ¡y no me vas a creer si no lo revisamos nosotros mismos!

—¿A qué te refieres?

—¡Reborn oculta algo en su cuarto! ¡Algo grande! Algo que puede ser perturbador.

—¿Cómo lo sabes?

—¡Porque yo le he estado facilitando muchas cosas tuyas para que lo haga!

—¿Qué? ¿Qué cosas? ¿Hacer qué?

—No sé, pero si pidió tu sangre ¡debe ser algo muy oscuro! Tenemos que verlo.

 

Reborn ya se esperó esa acusación, fue predecible porque su ciervo no soportaría la presión y lo delataría. Pero sus decenas de siglos en vidas innumerables lo volvieron sabio y obviamente precavido. De esa forma, cuando ese par entró a su cuarto, Reborn los dejó examinar todo con cuidado para que al final nada fuese hallado. No había nada raro en su habitación.

Se rio de Lambo por días y semanas.

Siguió con su vida normal, presenciando cómo su amado castaño se volvía padre de familia, un líder indiscutible, cumplía con sus sueños, adquiría madurez y soltura. Lo vio evolucionar hasta el punto en que se convirtió en la estrella más hermosa de ese mundo, y finalmente lo vio marchitarse poco a poco tras la muerte de la esposa y el nacimiento de los nietos.

Lo vio convertirse en un anciano, lo hizo sin revelar por qué él jamás envejeció. Se mantuvo como un secreto en las sombras de ese cielo y lo acompañó en el lecho final de ese cuerpo enfermo.

 

—¿Qué eres?

—Por ser la última vez, te lo diré.

 

Sostuvo esa mano cansada entre las suyas tan juveniles como siempre. Admiró ese lecho iluminado por la lámpara de noche, se sentó a su lado y le miró por largo rato. Recordó el haber pasado por eso infinidad de veces, pero quiso hacer de ese día especial pues sería su despedida. Se quiso sincerar por primera vez porque esa sería su última oportunidad.

 

—Yo soy algo que está más allá de tu entendimiento. Soy un condenado por sus pecados.

—Te quitamos la maldición.

—Yo ya tenía otra maldición encima antes de esa —sonrió ante esa mirada curiosa—. Una más poderosa que esa tontería de los chupetes de colores.

—¿Cuál?

—La inmortalidad. Para que enloqueciera viendo a todos perecer hasta el final de los tiempos.

—¿Por qué?

—Porque cuando fui humano hice muchas cosas malas… y seguí haciéndolas incluso después de ser maldito —sonrió—. Tus llamas de la última voluntad son uno de los incontables resultados de mis fechorías, Tsunayoshi.

—¿Qué eres? —insistió.

—Ya no recuerdo, pero muchos me consideran como un demonio o un hechicero —lo vio dudar en medio de un largo silencio.

—Lamento dejarte, Reborn.

—Siempre me sorprenden tus respuestas —rio antes de apretar aquella mano entre las suyas—. Se supone deberías asustarte y decime que me aleje.

—Debe ser muy duro vivir así —Tsuna suspiró roncamente—, viendo a los que te rodean perecer… Amar a alguien y resignarte a perderlo.

—Al único que he amado verdaderamente y al único que me ha dolido perder… es a ti, mi siempre amado Tsunayoshi —sonrió ante la sorpresa de esa mirada marchita y besó la mano que sostenía con ternura—. En todas tus vidas pasadas, en cada dura existencia, en una vida corta o larga…, al único que he amado es a ti.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Porque te amo tanto que respeté tu elección, te dejé vivir una vida tranquila y feliz junto a la mujer que amabas.

—Pero tú…

—Ya te tuve en muchas otras vidas —rio con dulzura ante el leve rubor en ese rostro adornado por arruguitas, pues Tsuna entendió el tono sugerente—. De muchas formas si quieres saber —le acarició la mejilla—. Y lo disfrutaste hasta desfallecer.

—¡Reborn! —reprochó por la vergüenza, entendiendo a lo que se refería aquel antiguo sol.

—Nunca dejas de avergonzarte —fue su frase antes de acercarse a ese rostro y besarle la frente—. Eso es lindo.

—Yo… tal vez…

—Ey, ya no hables —se separó para besarle la mano de nuevo—. Despídete en silencio porque así es mejor.

—¿Te volveré a ver en otra vida?

—Ya no —Reborn lo miró con ternura—. Porque tu alma retornará a ser parte del mundo… y yo completaré mi obra de arte.

—¿Qué obra?

—Lo último que necesito… —no iba a dar detalles—, es tu ojo derecho.

—Puedes tomarlo.

—¿Ni siquiera preguntas para qué o por qué?

—Estoy a punto de morir, Reborn… Ya no lo necesito… y creo que tú sí.

—Nunca dejas de sorprenderme, Tsunayoshi.

 

Reborn le dio un beso más —esta vez en esos labios suaves—, a la vez que aquel cuerpo exhalaba su último aliento. Lo acompañó en la soledad de la noche y se quedó hasta que el frío ocupó esa piel. Le dio un beso más y adquirió su última pieza dejando un reemplazo falso para no alterar a los herederos de aquel castaño. Se alejó en silencio y se perdió entre tinieblas para dirigirse a su escondite de siglos.

Se adentró en esa oscuridad para completar su sendero.

Lamió aquel órgano con pasividad, memorizando el sabor extraño y la textura algo viscosa, se extasió con la posesión ajena y se relamió los labios con paciencia antes de encender las velas que rodeaban a su obra. Poco a poco se dispuso a completar aquello. Se sintió nostálgico mientras colocaba todo en su lugar y sentía como el peso de esa magia negra usada, se disipaba. Claramente notó también al dueño de su inmortal alma quien se acercaba.

Se dio un largo momento para admirar su obra maestra.

Ante sí estaba el cuerpo inicial de esa alma, un modelo a tamaño real de aquel chiquillo de quince años del que se encandiló. Lo fabricó pieza a pieza, parte por parte, trozo por trozo, cabello por cabello, hueso por hueso. Adquirió cada cosa en cada una de las vidas de Tsunayoshi, una por una. Las unió con su esencia, le dio forma y la gozó de todas las maneras posibles hasta ese punto. Lo terminó por completo con el ojo faltante y liberó al alma real de su más grande perdición.

Era hermoso.

 

—¿Quieres tocarlo y lamerlo una vez más?

—No.

—¿Quieres llevártelo?

—No.

—Entonces, ¿para qué lo hiciste?

—Para cumplir con la condición —Reborn sonrió antes de aspirar el agrio aroma de la carne momificada que usó para esa creación, su hermosa y a la vez grotesca creación—. Para que no consumieras su alma a la par de la mía.

—Eres uno de los más grandes parafílicos que conocí, Reborn.

—Lo sé —con orgullo le dio una última mirada a su obra condenatoria y reprimió las ganas de conservarla para cumplir con su apetito sexual. Negó, era innecesario—. Lo sé muy bien —suspiró—. Ahora vamos. Tu esclavo se pone a tus ordenes, mi señor.

—Tienes muchos trabajos que hacer —miró la escultura—. Nos la llevaremos porque formaba parte del trato… —sonrió maliciosamente—. Conservarás el vestigio de tu obsesión.

 

 

 

Notas finales:

 

Debo confesar que esto no quedó como lo imaginé, pero al menos lo intenté XDDD

Las filias no son lo mío, pero ya qué, fue divertido.

Espero les haya gustado, aunque sea un poquito~

Krat los ama~

Besitos~


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