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Los Clásicos de Gazette por urumelii

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Uruha en el país de las maravillas

 

 

 

 

 

Había una vez un chico al que no le gustaba ir a la escuela, estudiaba meramente para satisfacer a su hermana quien estaba convencida que estudiar le abriría mas puertas que tocar la guitarra, un pasatiempo que tomaba muy en serio junto con algunos de sus amigos. Sin embargo, últimamente se sentía dividido, pues las tareas de la universidad no le dejaban casi tiempo para tocar o practicar hacía que sus notas bajaran en alguna materia. 

 

 

 

—Estoy harto de estudiar —le dijo por fin a su hermana mientras arrojaba el libro a la cama. 

 

—Lo sé, pero si pasas este examen, no tendrás que preocuparte hasta el nuevo semestre —le dijo entusiasmada. 

 

—Y empezar todo de nuevo. En serio, no sé si quiero seguir haciendo esto —trató de volver a hablar con su hermana al respecto, pero la cara de alarma de la otra le dejaron saber que no iban a tener esa conversación. Y no la culpaba, ella se había esforzado mucho para sacarlos adelante después de que sus padres habían muerto, ella misma había dejado la universidad para trabajar y mantenerlo, no tenía el corazón para decirle que ya no quería estudiar, que quería seguir haciendo música. Se había convencido de que terminaría la carrera y después seguiría su sueño de ser músico, pero entre más pasaba el tiempo peor se sentía en la escuela y más quería estar en la guitarra—. Quiero ser músico, Mayumi. No quiero… 

 

La chica se levantó—. Ya casi, todos en este mundo hacemos lo que nos toca —lo interrumpió.

 

Uruha suspiró—. Si fuera mi mundo, todo sería un disparate —cerró los ojos.

 

—Descansa, hablaremos de esto después —le dijo apagando la luz, eran cerca de las dos de la mañana. 

 

Uruha no supo en qué momento se quedó dormido, pero el sonido incesante de su celular lo despertó a las tres y media de la mañana. Se sorprendió al ver que el nombre de su mejor amigo se desplegaba en la pantalla; no habían quedado de verse aquella noche, le había dicho que tenía que trabajar y usualmente Ruki respetaba mucho aquello. 

 

—Uru, tienes que venir a este bar. Sé que deberías estar estudiando, pero ya es muy tarde, se me hizo tarde y deberías de venir —le dijo el chico sin dejarlo hablar. 

 

—¿Se te hizo tarde? —Uruha no entendió de lo que el otro hablaba—. ¿De qué hablas? ¿Dónde estás?

 

—En el bar, Rabbithole, es tardísimo —repitió. 

 

—De acuerdo, iré para allá. Sólo dime que estás bien —se levantó preocupado, su amigo sonaba histérico. 

 

—Se me hizo tarde —volvió a decir y colgó. 

 

Uruha se vistió con un simple pantalón y una camisa azul, salió directo al bar mencionado por su amigo, preocupado de que le hubiera pasado algo. Era la primera vez que iba a aquel lugar pero había escuchado hablar de él, así que supo a dónde dirigirse. Se fue despidiéndose con la mano de su pequeña gata y asegurándose que su hermana no lo escuchara. 

 

No tardó mucho en llegar al Rabbithole, para su sorpresa lo encontró vacío. Lo dejaron pasar, sin embargo no había nadie, ni en la barra, ni en las mesas. Se sorprendió que siquiera lo hubieran dejado pasar. Trató de regresar, pero encontró la puerta cerrada. 

 

—¿Ruki? —Llamó a la nada—. Si esto es una broma, no es gracioso —advirtió, caminando hacia lo que parecía ser la oficina del lugar, seguro ahí encontraría a su amigo o al menos la puerta de servicio. Abrió la puerta y encontró el lugar también vacío, sólo había un escritorio con una silla. Afortunadamente encontró otra puerta, que seguro conducía a la calle de atrás, sin pensarlo mucho se dirigió a esta y la abrió sin vergüenza. 

 

Dejó salir un ruido ahogado cuando vio un enorme túnel detrás de esta. Seguro aquello no llevaría a nada bueno, quiso cerrar la puerta pero una extraña corriente lo empujó hacia adentro, la puerta se cerró detrás de él. 

 

—Estoy en un sueño —se dijo—. Mejor seguir la corriente hasta que despierte —resolvió caminando por el extraño túnel—. Eso o Ruki está metido en drogas. 

 

El túnel terminó después de unos minutos, llegó a una enorme habitación con una sola mesa y una pequeñísima puerta del otro lado, imposible que una persona pudiera pasar por ahí. 

 

—Oficialmente ya me volví loco —dijo Uruha mirando a la puerta con escepticismo—. Debería regresar. 

 

—Es tarde, muy tarde —escuchó la voz grave de Ruki, parecía provenir detrás de la puerta. Uruha tuvo que tirarse al piso para poder pegar la oreja a la puerta y escuchar mejor—. ¿Ya vieron la hora? —Preguntó Ruki alarmado. 

 

—¿Qué demonios? —Dijo Uruha tomando el pequeño picaporte y dándole vuelta, pero este no abrió—. ¿Ahora qué?

 

—Eres muy grande para pasar, de todas formas —le contestó el picaporte. Uruha se echó para atrás aterrorizado, el picaporte tenía ojos y la cerradura era su boca.

 

—Este cuento ya me lo sé —dijo el castaño tratando de reír—. Ahora me dirás que tomé del frasco para hacerme pequeño y pueda cruzar —se giró a la mesa, solo que no había un frasco, había una botella de cerveza. Se rió ante la ocurrencia—. Bueno, soy un adulto no una niña y me llamo Uruha no Alicia. 

 

El picaporte lo miró—. Si ya sabes que va a pasar, entonces no sigas al conejo —le dijo tranquilamente. 

 

—¿Ruki es el conejo? Esto es absurdo, me voy —trató de regresar por el túnel pero al caminar se dio cuenta que la puerta por la que había entrado había desaparecido, regresó a la habitación y miró al picaporte con desdén—. No voy a entrar ahí, no quiero que me terminen cortando la cabeza o algo así. 

 

—No pasará nada si eres valiente —contestó el picaporte—. Además, no tienes otra cosa que hacer, ¿o sí? Puedes regresar y seguir estudiando. 

 

Uruha alzó la ceja—. Touché —levantó la botella de cerveza y la miró dudando un poco si debía hacerlo, el picaporte por su lado hizo un amago de estar roncando. El castaño giró los ojos—. Bueno, ya. Kampai —dijo y le dio un sorbo a la botella. Sintió un cosquilleo en el estomago, y su tamaño comenzó a reducirse, no se sentía diferente, solo que las cosas parecían crecer a su alrededor a un ritmo muy rápido. 

 

Cuando por fin alcanzó el tamaño apropiado vio al picaporte directo a los ojos—. Si recuerdas quien eres, podrás ganarle —dijo el picaporte y la puerta abrió. 

 

—Porque esto no podía ser el país de las maravillas sin acertijos raros —dijo Uruha sin prestarle atención y cruzando el portal. 

 

Recordaba haber visto la película cuando era un niño, recordaba haber leído el libro en secundaria, pero no recordaba exactamente cómo pasaban las cosas, sólo de las más relevantes, el conejo, el sombrerero y entonces lo vio. Ruki caminaba frente a él con un enorme reloj en la mano, no sabía muy bien qué esperaba, pero eso no era, su amigo estaba vestido de vinilo de color nego, y una camisa blanca, por encima de esta lucí aun corset y las orejas negras que bien podia sr de una marca para adultos. Se veía espectacular, sí pero absurdo en medio del extraño bosque en el que se encontraban. Contrario a lo que recordaba, Ruki no iba corriendo, traía una bolsa de mano colgada en su hombro y veía el reloj con desdén. 

 

—Ruki, ¿qué demonios? —Uruha trató de acercarse a su amigo, pero el otro pareció no escucharlo y siguió caminando sin despegar su vista del reloj—. Ruki —volvió a llamarlo, el otro le llevaba la delantera por varios metros y se perdió de vista en una curva. 

 

Iba a correr detrás de él, cuando fue interceptado por dos personas que lo tomaron cada uno por los brazos e impidieron que avanzara. No recordaba que el cuento fuera de esa forma y por primera vez en su extraño sueño se asustó, qué tal que no era un sueño si no una alucinación y ahora se había encontrado con dos matones reales. Lo arrastraron hasta un claro que tenía un tronco caído, donde lo sentaron y por fin pudo ver sus caras con claridad. 

 

—¿Hiroto? ¿Tora? —Dijo sin poder creerlo, se había encontrado con dos chicos de su clase de economía.

 

—¿Quién? —Dijeron los dos al mismo tiempo. Ambos estaban vestidos completamente de rojo, aunque vestían las mismas prendas de pantalón, camisa y abrigo, tenían sutiles diferencias entre ellos—. Tweedle Dim —dijo Hiroto.

 

—Tweedle Dum —terminó Tora.  

 

Uruha los vio como si estuvieran locos, ambos se balanceaban de atrás para adelante mientras sonreían, parecía que estaban esperando algo, pero el castaño no estaba muy seguro de que. Hablaba con ellos muy poco en realidad, habían hecho algunos trabajos en equipo juntos, pero no eran grandes amigos, se sorprendía que su mente los hubiera transformado en personajes del país de las maravillas. 

 

—Escuchen, la fábula de las ostras, ya me la sé y me asustó terriblemente cuando era niño, se la pueden ahorrar —dijo Uruha recordando el cuento donde la morsa engaña a unas pequeñas ostras para comérselas. 

 

—¿Ostras? —Dijo Hiroto—. Si estás aquí es porque te convocaron, ¿no? Te llamó el rey. 

 

—No, estoy aquí porque mi amigo s un conejo —trató de no reírse ante su afirmación—. Ahora, déjenme pasar —trató de levantarse pero ambos chicos lo volvieron a sentar empujando por los hombros—. ¿Qué quieren? No voy a escuchar historias. 

 

—Acertijo —interrumpió Tora—. Si no lo resuelves, no te puedes ir, te quedaras con nosotros para siempre —sonrió como si la idea le encantara. 

 

Uruha iba a argumentar pero les siguió la corriente, si no era capaz de resolver lo que fuera que fueran a hacer, simplemente se echaría a correr. Después de todo, él no era como Alicia, tenía más de diez años más que la pequeña niña del cuento y mucho mas fuerza y velocidad. Se cruzó de hombros y esperó a que los otros dos le dijeran el dichoso acertijo. 

 

—¿Cómo se le llama a un economista indeciso? —Preguntó Tora con seriedad. 

 

Hiroto aplaudió fuertemente y levantó la mano parecía que él quería contestar, pero Tora lo ignoró mirando fijamente a Uruha. 

 

—Eso no tiene ningún sentido, ¿qué clase de acertijo es ese? —Reclamó el castaño, sabía que no era coincidencia que dijeran economista, la especialidad que Uruha estudiaba en la universidad.  

 

—Yo sé, yo sé —interrumpió Hiroto dando saltitos.

 

Uruha trató de pensar una respuesta a la pregunta pero por más que le daba vueltas, nada lo convencía. No quería tener que pelear con esos dos para poder seguir a Ruki, solo no tenía cabeza para estar resolviendo acertijos que tal vez, ni respuesta tenían. El país de las maravillas no se caracterizaba por tener sentido. 

 

—¿Cómo se le llama a un economista indeciso? —Uruha repitió la pregunta. 

 

—Decapitado —soltó Hiroto de pronto, se tapó la boca con ambas manos simulando terror de haber contestado él y no el castaño.

 

Uruha se levantó alarmado, actuando más de lo que de verdad se sentía—. Si él contesta por mi, significa que no vale —chasqueó la lengua—. Qué lástima, el juego no cuenta —comenzó a caminar. 

 

Tora frunció el ceño, como si lo que había escuchado tuviera sentido—. Tienes razón, pero, ¿entiendes el punto, verdad? —Preguntó con seriedad. 

 

Uruha asintió enérgicamente, caminando hacia atrás, alejándose por donde había visto a Ruki marcharse—. Claro una gran moraleja, si fuera economista. Aún estoy estudiando —contestó. 

 

Los otros dos se quedaron pensando si lo que había dicho Uruha tenía sentido, momento en el cual el otro aprovechó para alejarse, casi salió corriendo de ahí aliviado. 

 

—De verdad necesito despertar —dijo mientras se acercaba a una pequeña casa con grandes orejas de conejo—. De acuerdo, aquí debe estar el enano ese —miró la casa desde el jardín. 

 

Alguien lo empujó hacia un lado—. ¿Enano? ¿Yo? —Ruki alzó una ceja—. Vamos no te quedes ahí parado, ¿sabes cuánto me tomó traerte hasta aquí? Ya es bien tarde —el chico vestido de conejo entró a la casa seguido de Uruha. Era una casa como cualquier otra, solo que todos los muebles parecían tener orejas, quitando eso, todo parecía ser exactamente como Ruki lo hubiera decorado, con adornos carísimos y telas de importación seguramente hiladas a mano o alguna estupidez así. 

 

Uruha examinó todo el lugar mientras su amigo daba vueltas buscando unos guantes en todos sus cajones—. Tarde para ver a la reina, ¿no? —Dijo tranquilamente. 

 

Ruki paró en seco y miró a Uruha con desdén—. ¿Reina? Querrás decir Rey, y sí. Ya es muy tarde, aquí están —sacó un par de guantes de piel de color negro—. Listo, vámonos. 

 

—¿Vámonos? Creo que entre más distancia haya entre este rey y yo, mejor —dijo recordando el cuento. 

 

—¿De qué hablas? —Ruki lo miró como si estuviera loco—. ¿Sabes el trabajo que me costó traerte aquí? Llevan buscándote por años y ahorita es el momento perfecto. Así que vamos. 

 

El castaño no se sentía realmente asustado, pero sí notó que su amigo hablaba bastante en serio y claro, no le costaba nada acompañarlo, solo era un sueño. Tarde o temprano despertaría, sin embargo, no se sentía cómodo haciéndolo. Ruki era su mejor amigo de la infancia, tocaban en la misma banda, nunca había desconfiado de él, hasta ese momento que su mirada era diferente, siniestra incluso. Analizó todo su entorno para encontrar la mejor manera de escapar, aunque no estaba muy seguro a donde, su mejor opción era vagar por ahí hasta despertar y seguir huyendo del rey. Encontró una pequeña caja de chocolates sobre la mesa del comedor a unos cuantos pasos de donde se estaban, sabía que comer cualquier cosa ahí podía alterar su tamaño, ya fuera haciéndose muy grande o muy pequeño tendría una pequeña posibilidad de escapar. Sin previo aviso se echó a correr hacia la mesa. 

 

—¡No! —Gritó Ruki al darse cuenta de su plan, trató de detenerlo pero Uruha era más rápido—. ¿Por qué tienes que hacerlo tan complicado? —Preguntó tratando de impedir que abriera la caja de chocolates. 

 

Ambos forcejeaban—. Me sé la historia Ruki, la reina de corazones o rey o lo que sea. No es una buena persona, me va a querer decapitar o algo así —dijo empujando con los codos, logrando tomar uno de los chocolates. 

 

—Tal vez —dijo Ruki a duras penas—. Pero te prometo que no te dolerá, será rápido. 

 

Uruha se horrorizó ante la aceptación de su amigo, sueño o no, le gustaba estar vivo. Se echó el chocolate a la boca sin pensarlo y sin casi masticar se lo pasó. El mismo cosquilleo en su estomago apareció, sólo que esta vez las cosas no aumentaron de tamaño, parecían estar disminuyendo rápidamente. Uruha estaba creciendo a gran velocidad, pronto su cabeza chocó contra el techo y tuvo que sacar los brazos por las ventanas, sus largas piernas apenas lograron encontrar camino por la puerta y la otra haciendo un tremendo hoyo en la pared. 

 

Ruki tuvo que hacerse hacia atrás para no ser aplastado, lucía furioso, no sólo porque Uruha había logrado comer el chocolate, también porque toda su casa había sido destruida en el proceso. Suspiró calmándose, de alguna forma u otra había atrapado al castaño dentro de su propia casa. 

 

—De acuerdo —dijo el conejo—. Si no quiere ir, la corte vendrá a ti. Dudo que te puedas mover —sonrió satisfecho tomando su reloj y caminó sobre la gran pierna de Uruha, saliendo de la casa. 

 

El castaño supo que estaba en problemas, sus extremidades y el cuello le dolían por la posición tan incomoda en la que se encontraba, de cierta forma Ruki tenía razón se había quedado atrapado dentro de la casa y si no encontraba la forma de salir, llevaría al rey frente a él, quien seguro lo devolvería a su tamaño normal solo para decapitarlo. Trató de repasar lo que sucedía en el libro pero nada hablaba de amigos que parecen muy entusiastas por llevarte a tu muerte. Recordaba que también Alicia se había visto atrapada en la casa del conejo y había logrado hacerse pequeña comiendo algo. Repasó la vista hasta donde sus ojos le permitían, no parecía haber nada, estaba perdido. 

 

Agitó las manos tratando de tomar lo que fuera del jardín, si era afortunado y tomaba una planta, podría comerla, sus dedos acariciaron lo que parecía ser una flor. La arrancó sin pensar y con mucho cuidado metió el brazo por la ventana, la flor era diminuta en sus grandes manos, tampoco estaba seguro que no fuera venenosa, pero era su única esperanza. Le dio una mordida y tragó, era tan pequeña que ni siquiera pudo masticar. El cosquilleo familiar apareció de pronto y su cuerpo pareció liberarse la posición incomoda a medida que su tamaño disminuía, sintió que estaba del tamaño adecuado, pero su cuerpo siguió haciéndose más pequeño. Tan pequeño que terminó midiendo apenas diez centímetros. 

 

—Creo que esto es mejor que 20 metros —dijo sacudiéndose—. Solo tengo que comer otra cosa y ya —resolvió mirando hacia el frente, el pasillo de la casa lucía kilométrico, le tomaría años llegar a la entrada—. Si logró salir, antes de que llegue el rey. Esto se está volviendo ridículo — comenzó a caminar hacia la salida, apenas avanzando centímetros—. Necesito encontrar la manera de llegar al bosque. El sonido del viento lo desconcentró, parecía entrar de todas partes dado que la casa estaba destrozada, sintió como este lo levantaba debido a la fuerza y su tamaño. No pasó mucho cuando se levantó por completo entre la ráfaga y salió volando como una hoja de árbol directo al bosque. Trató de levantarse pero el viento seguía arrastrandolo por más que trataba de recuperarse, hasta que terminó en medio de lo que parecía un montón de pasto tan tupido que el viento no alcanzaba a levantarlo—. De acuerdo, eso fue aterrador —dijo entrecortadamente. 

 

Buscó a su alrededor algo que pudiera comer, pero se sintió inseguro, no sabía si podía disminuir más de tamaño y después de la experiencia del viento, no quería comprobarlo. Decidió caminar un poco, según recordaba en el cuento original había una oruga que fumaba. Y no supo si sorprenderse o no cuando pasados diez minutos de caminata, encontró a un chico con un cigarro en la boca sentado sobre un hongo, todo a su alrededor era de colores, como si en lugar de estar fumando cigarro estuviera consumiendo drogas diferentes. El chico rubio tenía alrededor de a nariz un banda de tela y su mirada estaba concentrada en un libro. 

 

—Disculpa —dijo Uruha—. Supongo eres la oruga —no quiso sonar fastidiado pero toda la situación lo tenía harto, quería irse de ahí. 

 

El chico levantó la mirada—. ¿Oruga? —Le preguntó como si estuviera loco—. ¿Parezco una oruga? Soy solo un tipo con un tamaño estúpidamente pequeño, no tengo muchos pies —dijo ofendido—. Lo que me faltaba que un tipo desconocido viniera a insultarme, incluso si es  de mi… Espera —dejó el libro a un lado y se acercó a él sin dejar el hongo sobre el que se posaba—. ¿Quién eres?

 

—Uruha —contestó tranquilamente—. ¿Tú?

 

—Reita —dijo el chico sonriendo ligeramente—. ¿También te castigaron? 

 

—¿Castigar? ¿A qué te refieres?

 

El chico se recostó sobre el hongo—. Ya sabes, desafía al rey, se enoja, te castiga a vivir con el tamaño de un insecto para siempre. Lo normal —chasqueo la lengua. 

 

Uruha se horrorizó—. No, yo solo me comí una flor. Medía veinte metros y quería regresar a mi tamaño normal pero calculé mal y ahora mido diez centímetros —explicó amargamente. 

 

Reita se sorprendió ante la declaración del castaño—. Imposible, la única persona que tiene la habilidad de controlar el tamaño de las personas es el rey. A menos que… —pareció darse cuenta de algo, volvió a acercarse a Uruha sin dejar el hongo—. ¿Quién eres? —volvió a preguntar. 

 

—Uruha —volvió a contestar un poco molesto. 

 

—¿Qué haces? —preguntó más emocionado. 

 

Para aquel momento al castaño se le estaba acabando la paciencia—. ¿Cómo que, qué hago? Trato de regresar a mi casa, estúpido. El maldito conejo me quiere llevar con el rey, pero conozco el cuento. Sólo dime qué carajo me como para regresar a mi tamaño y largarme de aquí —reclamó. 

 

Reita negó—. Es imposible, no puedes estar aquí —parecía asustado—. ¿Músico o economista? Claro, no debes saber, por eso estás aquí —se regresó al hongo hablando para si mismo—. La única manera de que estés aquí es que la pregunta te esté volviendo loco. 

 

—¿Disculpa? —Se indignó aún más—. No sé de qué hablas o por qué sabes tanto de mi. Bueno, es mi sueño, claro que sabes, pero podrías ser más educado. Nada me está volviendo loco, ustedes tal vez, este estupido sueño. 

 

—Uruha —Reita dijo su nombre casi cantando—. No es un sueño, regresaste al país de las maravillas. Dijeron que lo harías, pero el rey aseguró que había matado todos los descendientes de Alicia —le dio una bocanada al cigarro. 

 

—Basta, esto se está saliendo de control —Uruha no quiso saber más, se acercó al hongo y tomó dos pedazos sin preguntar—. Esto, —tomó el primer pedazo— me sacará de aquí. 

 

—No, espera. Déjame contarte —Reita trató de decir pero el chico le dio un mordisco al pedazo. 

 

Uruha creció varios materos, mirando los pedazos. Resolvió que podía mediar entre los dos pedazos para encontrar el tamaño adecuado, así que al otro pedazo apenas le pasó la lengua. Para su sorpresa, su tamaño volvió a la normalidad. Pudo apreciar de lejos la casa del conejo, pero desistió de acercarse ahí, al contrario y sin prestar mucha atención a las palabras de Reita se adentró al bosque. 

 

—Sólo voy a encontrar un maldito lugar donde quedarme y no me voy a mover de ahí hasta que despierte —dijo harto caminando entre los arboles. No quería pensar en lo que el chico había dicho, no había manera posible en que aquello fuera real, por más que el sueño hubiera durado una eternidad. Ël conocía el cuento, era famoso en todo el mundo, era solo su mente jugando con sus temores, mezclando con un cuento de cuando era niño.

 

—Aún así sería interesante —dijo una voz en su oído. 

 

Uruha se desconcertó tanto que saltó hacia atrás. Ahí, a su lado había un chico riendo sin parar del susto que le había ocasionado, parecía un chico común y corriente, a excepción de las orejas de color morado que adornaban su cabeza. Tenía el cabello oscuro y vestía una camisa a rayas de los mismos colores morados de las orejas. Tenía una enorme sonrisa plasmada en el rostro mientras miraba fijamente al castaño. 

 

—Lo que me faltaba, el maldito gato Chesire —dijo Uruha con pesar. 

 

—Kai —dijo el gato sin borrar la sonrisa, danzando ligeramente alrededor de Uruha—. Pero, eso ya lo sabías, ¿no? Te acuerdas de mi. 

 

Claro que se acordaba de Kai, cuando tenía siete años tenía un amigo imaginario al que había llamado Kai. De hecho, en su imaginación lucía bastante parecido al chico parado frente a él, excepto unos años mas grandes y las orejas de gato, en su imaginación no tenía orejas de gato. 

 

—Ahora comienzo a pensar que me drogué y ni me di cuenta —era la única explicación posible para todo lo que le estaba pasando. 

 

—¿Recuerdas que solíamos jugar en el jardín? —Kai trepó uno de los árboles con la agilidad de un gato—. Hasta que la abuela dijo que no era buena idea que niños vivieran en tu cabeza. ¿Cómo se llamaba la abuela? 

 

Uruha abrió la boca, pero la cerró de inmediato, no quería contestar. Su abuela, la madre de su madre, había fallecido poco antes que sus padres, de causas naturales habían dicho. Mas grande supo que había sido un paro cardíaco mientras dormía, era un señora muy grande. 

 

Kai rió sonoramente—. Tu abuela era más elocuente que tu, siempre curiosa de a dónde quería ir en este bosque. Ella no quería tener nada que ver con los locos del país de las maravillas, ¿sabes? Era una chiquilla sabia, impertinente, pero sabia. Tú, en cambio pareces más loco que ella —se burló. 

 

—No estoy loco —aseguró Uruha—. Bueno, después d esto quién sabe. 

 

Kai estalló en carcajadas, tantas que incluso se volteó boca arriba apretando su estomago para seguir riendo. Cuando por fin pudo calmarse, se limpió las lagrimas de los ojos—. Todos estamos locos, aquí. Y si no recuerdas quién eres, ni te decides, el rey te va a matar —advirtió con ojos siniestros—. Pero el sombrerero cuenta mejor la historia que yo —sonrió y comenzó a desaparecer. 

 

—Espera, ¿el sombrerero loco? —Preguntó Uruha temiendo lo peor. 

 

—Loco… —fue todo lo que dijo antes de desaparecer por completo. 

 

Uruha se quedó ahi frente a los enormes letreros que parecían haber salido de la nada, ahí estaba el letrero que señalaba el camino para llegar con el sombrerero. Aunque no estaba muy seguro de querer verlo, quitando la horrible coincidencia de su abuela, seguir la corriente del sueño iba a terminar por hacer estragos en su cabeza, se sentía al borde de la desesperación, solo quería despertar y contarle a su hermana la horrible pesadilla que había tenido. Tal vez darle un golpe o dos a Ruki por asustarlo así y seguir con sus problemas reales, del mundo real. 

 

Suspiró debatiéndose si realmente debía ir. Mas asustado de lo que estaba dispuesto a admitir, aunque seguía aferrándose a la idea de que todo era un sueño, entre más avanzaba más asustado se sentía, por mas que fuera una pesadilla quería despertar y no seguir encontrándose con criaturas extrañas que lo hacían dudar de su cordura. 

 

Resolvió que la única manera de acabar con esto, era seguir avanzando, como un extraño videojuego , el cual tenía que completar todos los niveles para poder despertar. Caminó siguiendo la flecha, mentalizándose para cantar una canción estúpida de cumpleaños en una fiesta de té, casi esperando ver a Johnny Depp vestido de forma estrafalaria o algo parecido. Y pues, lo que encontró lo descolocó por completo. 

 

Sí, había un jardín. Sí había una enorme mesa de té, con muchas sillas, pero no había nadie cantando, tampoco una liebre o un lirón. Tampoco era Johnny Depp. Había un chico de cabello negro sentado en una de las sillas desiguales, tenía los pies subidos en la mesa, en el regazo tenía una guitarra acústica de color negro, la cual tocaba ligeramente con notas que no parecían tener sentido. Y sí, había sombreros, pero no en su cabeza, estaban regados por la mesa como adornos tétricos; pues si bien Uruha había llegado a una casa colorida, la escena parecía salida de la película de Tim Burton. Todo era tan lúgubre, silencio a excepción de esas notas de la guitarra, la casa parecía estar rodeada de niebla y un aire de nostalgia de alguna fiesta que en su momento parecía haber sido sensacional pero las cosas habían terminado muy mal. 

 

Se acercó poco a poco, tratando de no romper la escena o interrumpir la melodía que se formaba en los dedos de aquel chico. No supo por qué, pero su corazón se paró por instante al ver de cerca al pelinegro, nunca lo había visto, pero lucía tan perfecto, tan guapo a su mirada que sintió un sonrojo en sus mejillas. 

 

—No deberías de entrar a fiestas a las que no estás invitado —dijo el chico cuando Uruha entró finalmente al jardín. 

 

El castaño paró en seco, mínimo debía haber tocado a la pequeña reja, no pasarse como si nada. Ahora, estaba doblemente avergonzado. 

 

—Lo siento —trató de decir pero la frase salió entrecortada—. Buscaba al sombrerero loc… —se detuvo a tiempo. 

 

El chico sonrió de lado, dejó la guitarra en la silla a su derecha y dirigió su vista a Uruha, era mucho más guapo de cerca, con grandes ojos de color negro—. Ese sería yo, al menos lo que queda del negocio familiar —señaló la mesa—. Yo no hago sombreros, mi padre los hacía, yo solo vendo lo que queda —dijo con una voz melodiosa—. Dime, ¿qué clase de sombrero buscas?

 

—No estoy buscando un sombrero —Uruha se mordió el labio—. El gato dijo que tú o tu padre podrían contarme una historia. Si me preguntas es una tontería, solo quiero irme a casa. 

 

El otro abrió los ojos con sorpresa, pero pronto regresó a su semblante melancólico—. ¿El gato de Chesire te envío? —Preguntó incrédulo. Uruha asintió avergonzado—. ¿Quién eres? —Preguntó tomando de nuevo la guitarra e invitándolo con la mano a que se sentara frente a él. 

 

—Uruha —contestó frunciendo el ceño y sentándose en la cabecera de la mesa, en una enorme silla de madera de color rojo. 

 

—Uruha —repitió el chico rasgando las cuerdas de la guitarra—. El nieto de Alicia —sonrió, no fue pregunta. 

 

El castaño giró los ojos—. Sí, mi abuela se llamaba Alicia y era inglesa, pero no creo que sea la Alicia del cuento, es decir, es un cuento —argumentó pero el chico peligro negó—. ¿Sabes cómo puedo regresar a mi casa, hijo del sombrerero? —Preguntó ignorando el gesto del otro. 

 

El chico bufó entretenido, siguió con la guitarra sin mirarlo—. Me llamo Aoi —dijo tranquilamente—. Y, ¿por qué querrías regresar a casa? ¿No es este lugar es más interesante?

 

Uruha torció la boca—. Sinceramente, no. Es obvio que quiero regresar porque allá esta mi casa, mis amigos, mi familia, mi universidad —dijo como si fuera obvio. 

 

—¿Familia? —Aoi lo miró como si hubiera dicho una locura—. El rey dijo que no quedaba nadie de la familia de Alicia, hasta que los rumores se esparcieron de tu existencia. Que digas que hay más abre un mundo de posibilidades. 

 

—Mis padres fallecieron hace muchos años y mejor dejar a mi hermana fuera de esto —dijo Uruha abriendo mucho los ojos. 

 

Aoi ignoró su comentario—. La última vez que vi a Alicia, yo era un niño. ¿Sabías que aquí el tiempo transcurre diferente? Ella era una chica que acababa de tener una hija y quería quitar la posibilidad de que viajara aquí, le dijo a mi padre que tenía que ayudarla a cerrar los espejos y los portales. Alicia podía viajar entre mundos, era su don, lo había descubierto desde niña, la primera vez que viajó aquí siguiendo a un conejo blanco —sonrió—. Al menos eso me contó mi padre, yo aún no había nacido; causó mucho revuelo aquí, interrumpió la fiesta de té de mi padre, se enfrentó al rey y ganó, se volvió la heredera verdadera del País de las Maravillas, pero rechazó la oferta, quería vivir en su mundo. Regresó muchas veces más, para asegurarse que el rey de corazones no tratara de tomar el trono, pero un país que no tiene dirigente no puede durar mucho, ¿o sí? Cuando Alicia se convirtió en madre, mi padre trató de convencerla de que se quedara aquí y tomara el lugar de reina que le correspondía, en lugar de eso, quiso cerrar todas las puertas que nos unían. El rey aprovechó para regresar al trono, esta vez como un usurpador, pues la heredera legítima era tu madre. Si ella ya no está, significa que eres tu o tu hermana, dependiendo quien sea mayor. Claro está —terminó sonriendo.  

 

Uruha abrió la boca, era una historia inverosímil, su cabeza se había esforzado en crear toda una historia bastante convincente. 

 

—Si sabes que eso no tiene sentido, ¿verdad? —Dijo—. En todo caso sería mi hermana, pero Ruki me arrastró a mi aquí, no a ella. Además, yo no tengo interés de ser rey ni nada, si el rey estaba preocupado, simplemente pudo haber dejado que siguiera en mi mundo; lo único que quiero hacer es regresar. 

 

—Para estar aquí, debes de estar un poco loco. Indeciso, dirán muchos. Existe la posibilidad de que tu hermana haya nacido sin el don de tu abuela y tu madre —explicó Aoi como si fuera obvio—. Si no recuerdas quien eres, estás en peligro. 

 

—¿Por qué todos siguen diciendo esto? 

 

—Porque ya has estado aquí antes, Uruha. Cuando eras niño —esta vez habló fuerte para hacerse entender. Parecía incluso desesperado por que el castaño lo escuchara—. Todos te dábamos por muerto, mi padre murió pensando que habían logrado matarte, le rompió el corazón no haber podido defender al nieto de su querida Alicia. No aprendiste a tocar la guitarra de la nada. 

 

Fue como si un rayo le hubiera caído de pronto, Uruha recordó a un chico de cabello negro a su lado, ambos con una guitarra en la mano, recordó a un hombre grande con un enorme sombrero en la cabeza. A Kai danzando a su alrededor e incluso a Reita con un cigarro en la mano vigilándolos para que no se metieran en problemas. Recordó a su abuela abrazándolo, pidiéndole que no volviera al País de las Maravillas a través del espejo. Pero todo parecía tan difuso, tan extraño, que bien podían ser invensiones de su propio cerebro.

 

—Imposible —dijo en un suspiro. 

 

—Impasible, nunca imposible —contestó Aoi.  

 

—¿Por qué los papeleros venden papel? —Una voz ajena habló desde la puerta, ambos chicos voltearon. Ruki se acomodaba los guantes negros en la mano—. Nunca he sabido la respuesta a eso, tu padre solía preguntarlo mucho —se dirigió a Aoi y después a Uruha—. Debí suponer desde un principio que vendrías aquí, el odioso gato no tardaría en encontrarte. ¿Podemos irnos? Es tarde, tardísimo —dijo con voz tétrica. 

 

Uruha se levantó violentamente de la silla—. No pienso ir contigo, ¿en verdad mi abuela te siguió a ti? —Preguntó horrorizado. 

 

Ruki rió—. Por supuesto que no, aquel conejo ha sido castigado por ser el guía de Alicia. Yo viajé al mundo real con ayuda del rey, creyó que sería una bonita alegoría. Tuve que hacerme tu amigo, claro. Que confiaras en mi, para que cuando por fin pudiéramos abrir el portal, me siguieras sin preguntar nada y lo hiciste. Claro que de tal palo tal astilla, tenías que ser tan curioso, como las ostras —dijo enfadado—. ¿Crees que tu conocimiento en el cuento te va a ayudar? ¿Cómo le llaman a un economista indeciso? —Repitió la pregunta. 

 

—Decapitado —contestó Aoi, quien también se había levantado con la guitarra en la mano—. ¿Es eso? —Se giró a Uruha—. Tu eres músico, no economista —parecía dolido. 

 

Uruha se mordió el labio—. No, estudio economía. Bueno, también toco la guitarra pero... —todas las dudas de su futuro regresaron de golpe. 

 

La risa de Ruki rompió el ambiente—. Y la duda lo volverá loco, ¿entiendes? Entre más loco, más tendrá el poder de quedarse —dijo con obviedad. 

 

Detrás de Ruki salieron unas cuantas decenas de soldados, vestidos como cartas de la baraja inglesa, todos con corazones en el pecho y un numero que representaba el número de corazones en el uniforme. Tal como en la película, solo que eran personas, no cartas. Algunas se dirigieron a Aoi, tomándolo de los brazos para evitar que se moviera, la guitarra cayó con un estruendo al piso. Varios más se acercaron a Uruha, quien no tuvo posibilidad de pelear, colocaron sus manos detrás de su espalda como si estuviera arrestado. Aoi trató de pelear pero los soldados lo mantuvieron firme. 

 

—No te metas, Aoi —dijo Ruki con triunfo en la voz. Aún acomodando sus guantes—. Sé que tu familia siente una estúpida cercanía con los Liddell e incluso recuerdo como trataste de salvarlo cuando eran unos mocosos. Lo capturamos antes y lo volvimos a hacer, esta vez no escapara. 

 

Uruha tuvo otro recuerdo entonces, de estar atrapado en una jaula de pájaros gigante en la espalda de una extraña criatura, mientras el mismo niño pelinegro de antes estaba subido por afuera tratando de abrir la cerradura. Miró a Aoi con intensidad, tratando de recordar si ese niño y el hermoso chico eran la misma persona, pero no hubo tiempo, los soldados lo llevaron, irónicamente a la misma jaula de pájaros, esta vez montada sobre una enorme tortuga. 

 

Aoi alcanzó a correr detrás de la tortuga, pero no podía ir tan rápido como la criatura parecía moverse—. ¡Uruha! —Le gritó—. Si sabes quién eres le ganarás al rey, es la forma de salir de aquí. 

 

Quería que esas palabras tuvieran sentido, pero no lo tenían. Él sabía quién era, ¿o no? Pensó que sabía todas esas veces que estaba tocando la guitarra, pero también pensó saberlo cuando estudiaba, por mucho que le pesara, le gustaba su carrera, ya le faltaba tan poco para terminar. Ser de la familia Liddell, bueno, sabía que su abuela se apellidaba así,  todo parecía tan imposible, no podía saber quien era, cuando todo había cambiado tan rápido. 

 

Nuevamente se vio recordando el cuento, pensando en qué hacer para vencer al rey, pero recordó que simplemente Alicia había jugado al Crockett contra la reina, había sido juzgada y ella había logrado escapar. Sin embargo, Aoi había dicho que su abuela lo había vencido, ¿cómo? ¿Sabiendo quién era? Tal vez si lo decapitaban despertaría, sonaba como lo más lógico, sin mencionar el hecho de que su cabeza lo estaba volviendo loco, esos recuerdos que ya no sabía si eran recuerdos o parte del sueño. Si se arriesgaba y se aferraba a que era un sueño y no lo era, lo matarían. Estar muerto no estaba en sus planes, se estaba volviendo loco. 

 

—Entre más loco te vuelvas, más te quedaras aquí —la voz de Kai interrumpió sus pensamientos—. Tú perteneces aquí, solo acéptalo y le ganarás al rey.

 

—No puedo quedarme aquí —dijo en voz baja para no llamar la atención de la tortuga, ni de Ruki que viajaba en otra adelante de ellos—. Tengo que regresar a mi casa, no pertenezco aquí. 

 

El gato rió—. Entonces, tienes que hacer lo contrario a lo que es lógico, ¿no? Aceptas que eres lo contrario a la lógica y le ganas al rey —explicó. 

 

—Eso no tiene sentido. 

 

—Nada lo tiene —dijo desapareciendo. 

 

—Carajo —se desesperó dejándose caer en el piso de la jaula. 

 

Pensó que el trayecto sería muy largo, tomando en cuenta que las tortugas no se caracterizaban por ser muy rápidas, claro en el País de las Maravillas eran bastante veloces y llegaron a los jardines que ahora no sabía si se le hacían familiares porque ya había estado ahí o simplemente el cuento se mezclaba con su sueños. Recorrieron el enorme laberinto de pasto sin ningún percance, mientras su estomago le dolía de los nervios, el sueño había comenzado muy mal e iba a terminar peor. 

 

Llegaron a un claro dentro del mismo jardín donde un enorme podio se alzaba, a los lados no sólo había arboles con rosas rojas, había más soldados vestidos como cartas y finalmente la tortuga paró. La jaula se movió como si una fuerza invisible tirara de ella, Uruha no se movió y simplemente esperó a que la jaula dejara de moverse, lo cual sucedió hasta que estuvo sobre una plataforma frente al enorme podía que tenía un trono de color rojo sobre este. Pensó que ese sería el lugar donde se sentiría el rey una vez que empezara el circo que le tenían preparado. 

 

Una vez que estuvo en la plataforma, soldados comenzaron a tocar trompetas de forma sonora y Ruki apareció en la vista, colocándose junto al podio. 

 

—Damas y caballeros, el consejero del Rey —presentó uno de los soldados a Ruki y varios aplaudieron. 

 

Uruha notó que su alrededor había decenas de personas que parecían haber aparecido de pronto, no solo eran soldados, eran personas con algún rasgo de animal o personas que lucían bastante normales, todas con alguna prenda roja. 

 

Ruki saludó con la mano y se aclaró la garganta. Sacó un papel de su bolsillo, y lo desenrolló como si se tratara de un pergamino—. Uruha Takashima, descendiente directo de la infame Alicia Liddell —dijo sonaramente. A la mención de su abuela, varios murmuraron—. Se te acusa de conspiración contra el Rey de corazones e intento de asesinato. Dado que tu juicio se llevó a cabo varios años atrás, la sentencia será dictada de inmediato. Damas y caballeros, de pie para recibir al Rey de corazones. 

 

Como si la misma fuerza invisible que conducía la jaula, hubiera surtido efecto en los presentes, todos se levantaron como resortes de sus asientos en completo silencio. Uruha se giró hacia el enorme podio, donde un hombre por fin apareció, con un gran cetro en la mano, era rubio, por supuesto que estaba vestido completamente de rojo, con una bufanda negra alrededor de su cuello, no hacía frío pero era probable que la vistiera por moda. Una gran corona adornaba su cabeza, la cual estaba adornada de grandes rubíes alrededor. 

 

—Yoshiki… —dijo Uruha sin quererlo realmente como si un pensamiento se hubiera desbloqueado de su cabeza. Ya había visto a ese hombre antes, tantas veces antes en sus pesadillas. Era un mero invento de su cabeza, ¿no? 

 

—Hola Uruha, que bueno que me recuerdas, ¿listo para cumplir tu sentencia? —sonrió mirando su cetro. 

 

—Tu eras mi peor pesadilla, el monstruo que no me dejaba dormir en las noches, es imposible.

 

Yoshiki sonrió como un maniático—. Estoy muy contento que por fin toda esta estupidez de los Liddell termine —dijo con verdadera emoción—. Solo hay que cortarte la cabeza y todo este trauma llegará a su fin. Dime Uruha, ¿quién eres? 

 

El chico no supo qué contestar, no sabía cómo debía ganarle, no sabía cuál era la respuesta correcta, sabía que había perdido en el momento en que lo habían capturado y ahora solo tenía que esperar que todo eso fuera una pesadilla y despertar. Yoshiki soltó una carcajada ante el silencio del castaño, caminando de un lado a otro del trono. 

 

—Y pensar que había gente que deseaba realmente ver a un Liddell en el trono. Ahí lo tienen pueblo, su esperanza se ha esfumado con el viento. Que le corten la cabeza —se rió. 

 

—Vamos Uruha, despierta —se dijo a si mismo asustado de la emoción que muchos en el público mostraban ante la sentencia del rey—. Despierta —pero su cerebro no parecía querer responderle. 

 

“Soy nieto de Alicia, la única que te ha vencido en el crokett y apuesto que te puedo vencer.”  La voz de si mismo cuando era chico resonó en su cabeza, recordó decir eso en uno de sus sueños.

 

—Espera, —dijo Uruha por fin en voz alta— no puedes cortarme la cabeza. Yo te vencí —dijo más inseguro que seguro, si entregarse a toda esa locura lo iba a mantener vivo, mejor entregarse—. Te vencí y me sacaste del País de las Maravillas —la expresión de Yoshiki se iba transformando a una de odio e ira—. Dijiste que ningún niño podía ser rey, que tenía que demostrar que estaba loco, cuando yo ya te había ganado —trató de recordar a su hermana antes del accidente de sus padres pero no lo logró—. Mayumi, no es real —dijo con todo el dolor de su corazón—. Querías que me mantuviera cuerdo en mi mundo —armó rápidamente el rompecabezas—. Pero la guitarra me seguía atando a… Aoi —dijo sin poder creerlo. Lo recordaba perfectamente, con un pequeño sombrero verde sobre su cabeza y una guitarra negra, la música los había unido. Recordaba como Aoi se había subido a la jaula a tratar de sacarlo, junto a Kai, pero no lo habían logrado. Uruha había vencido a Yoshiki tocando la guitarra y nunca se lo pudo contar a Aoi. 

 

—Tonterías, el economista indeciso merece que le corten la cabeza —dijo el rey. 

 

—¡NO! —gritó Uruha—. Te reto, te vencí y puedo hacerlo de nuevo —dijo con coraje—. Yo soy mejor guitarrista que tú —hubo un grito de asombro entre el público, nadie podía sera más que el rey, todos sabían eso. 

 

—Retira lo que has dicho —vociferó Yoshiki—. Nadie es mas que yo. 

 

—Soy un Liddell y reclamo mi derecho al trono —dijo Uruha como último recurso. 

 

—Sigues sin estar seguro —la voz de Kai lo alertó—. Lo estás haciendo para salvarte el pellejo. 

 

—No quiero el trono, pero sé que quiero tocar la guitarra con Aoi —dijo Uruha sinceramente, por primera vez en mucho tiempo. Sintió que ese era su verdadero deseo y entonces, la jaula desapareció—. Lo contrario de lo lógico, es que quiera ver a Aoi. Debería querer regresar o algo, pero solo quiero tocar con él —dijo encontrando sentido a sus palabras. 

 

La sonrisa de Kai se dibujó en el aire y apareció de nuevo, sentado sobre el podio, frente al rey quien seguía gritando con furia que le cortaran la cabeza, pero nadie se había movido. 

 

—Tienes que cumplir el reto —desafió Uruha.

 

—Muy bien —dijo Yoshiki chasqueando los dedos—. Traigan las guitarras, entonces. 

 

Uno de los soldados le tendió una guitarra caoba sin ningún cuidado a Uruha, parecía como si las hubieran sacado de la nada, pero era obvio que solo tenías que llamarlas, se dijo Uruha. Sus pensamientos no tenían sentido y al mismo tiempo, lo tenían todo. 

 

Yoshiki tocó una melodía lúgubre, pero sencilla, haciendo que el publico le aplaudiera con entusiasmo, pero sin realmente reflejarlo, como una ovación llena de terror. 

 

—Trata de mejorar eso, chiquillo insolente —le dijo el rey. 

 

Uruha suspiró sin estar muy seguro, pero sintiéndose con más confianza. Era mejor guitarrista que el rey, no había duda, lo que no sabía es si la gente lo apoyaría o seguirían bajo el mandato del rey. 

 

—Solo hazlo —un chico de sombrero verde dijo desde el público sonriendo. 

 

Uruha se tranquilizó al ver a Aoi, aunque no tuviera idea de como había llegado ahí, nada en el País de las Maravillas tenía sentido y eso era lo maravilloso de ese lugar. Sonrió y tomó la guitarra, tocando una melodía que siempre había creído había compuesto por si solo, pero ahora sabía que había sido Aoi quien lo había ayudado. 

 

—Suena a que necesitas ayuda —dijo Aoi sacando su propia guitarra y comenzado a tocar.

 

Por un momento solo estaban ellos dos, un par de locos tocando la guitarra en medio de una multitud de gente gritando. Ni siquiera se dio cuenta cuando el rey comenzó a gritar, ni cuando los soldados se rebelaron en contra de Yoshiki, lo único en su vida que tenía sentido era la guitarra y Aoi, no pudo importarle menos cuando se llevaron preso al rey, por usurpar el lugar legitimo de un Liddell. Fue hasta que terminó la canción que se dio tiempo para ver a su alrededor, pero no le sorprendió ver que todo era un caos, había soldados peleándose con otros soldados, no había ningún rastro de Ruki, el público gritaba y corría en pánico. Otros más solo gritaban y animaban a los soldados. 

 

Aoi bajó hasta la plataforma donde Uruha se encontraba, sonreía ligeramente—. Recordaste quien eres —dijo tranquilamente. 

 

—¿Cómo llaman a un guitarrista decidido? —Preguntó el castaño riendo. 

 

—Rey —dijo Aoi dandole un beso ligero en los labios—. Bienvenido a casa. 

 

 

 

 

 

Uruha abrió los ojos, estaba recostado sobre su cama. Afuera ya era de día, todo estaba en el mismo lugar que recordaba, había dejado la noche anterior. Nunca había salido de su casa a buscar a Ruki, la luz del sol lo deslumbró un poco, no había cerrado la cortina. No estaba seguro si había sido un buen sueño o uno pésimo, pero algo le había quedado claro, quería ser guitarrista y no podía seguir en la carrera solo porque se sintiera en deuda con su hermana. 

 

Se levantó con pesar, tenía que ir a la universidad. A pesar de que se metió a bañar y tomó su tiempo para arreglarse, no vio a Mayumi esa mañana, probablemente se había ido temprano a trabajar, no era la primera ni la ultima vez que ocurría. Vio su celular y vio que ni siquiera tenía llamadas perdidas de Ruki, todo había sido un sueño. 

 

Sintiéndose aliviado, se colocó los audífonos y se dispuso a ir a estudiar, probablemente se daría de baja ese mismo día. Lamentaba que su inconsciente hubiera encontrado una forma tan terrible para demostrarle lo que realmente quería, sin embargo no todo había sido horrible. Se tocó los labios casi deseando que ese beso hubiera sido real, que ese chico hubiera sido real, recordaba al chiquillo que había inventado cuando era un niño, su abuela solía contarle la historia del País de las Maravillas una y otra vez, por eso se le había hecho fácil pensar que el hijo del sombrerero loco era el amor de su vida y el gato de Chesire un amigo espectacular.

 

Que ocurrencias. 

 

Pensó mientras caminaba al edificio principal de la universidad. Aunque debía de admitir, era algo increíble. 

 

—Imposible —dijo para si mismo mientras caminaba. 

 

—Impasible —dijo alguien a su lado mientras rodeaba sus hombros con su brazo. 

 

Uruha creyó por un momento que sería Ruki y una terrible coincidencia de palabras, pero un chico pelinegro usando un pequeño sombrero verde estaba mirando el gran edificio. 

 

—Aoi —dijo sin poder creerlo. 

 

—¿Cómo dijiste? Necesito poner en orden las cosas en mi mundo para regresar y ser el rey que esperan. Nadie dijo que no podía acompañarte, que tal si te pierdes en una madriguera. 

 

—Estás loco —rió. 

 

—Todos, ¿no?


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