No aceptaba misiones con duración mayor a tres días.
Le importaba poco las miradas, los argumentos e incluso las órdenes, no era no. Punto. Si querían su ayuda esa era su regla. Con los dientes apretados, la mandíbula tensa, aceptaban, así que él llegaba al último o al principio de cada misión extensa para ayudar, ya sea con el inicio o la clausura. Hacia los informes desde casa. Se duchaba en casa. Comía en casa.
Vella era su secreto. Nadie en la base sabía de ella y así quería que continuara. Esto no se lo iban a quitar.
Le han llamado. Natasha se volvió su compañera y amiga. Le ayuda en cuanto ve se pierde entre tanto término, aparato o cosa nueva.
–Oye, estás más gruñón de lo normal. ¿Qué sucede?
–Nada.
Su cachorra está en el veterinario, debe recibir el resto de sus vacunas, le van a bañar para las garrapatas y pulgas, además de un chequeo de rutina.
–¿Frustración sexual? Te digo Steve, necesitas sexo.
–¡Natasha!
Le gruñe, ella ríe y camina con ese contoneo de serpiente. Seductor y suave.
Vella sigue siendo sólo de él.
Por una vez, quiere algo sólo de él. Para él. Suyo.
**
Para su sorpresa, Anthony, el hombre del centro comercial le ha invitado a comer. Dice, se aburre en su trabajo y necesita salir o matara a todos sus empleados. Ríe ante las caritas que le manda junto con los monitos con caras graciosas y movimientos exagerados.
Está en la cocina, no quiere salir, prefiere comer ahí.
–Tú que dices, ¿acepto?
Vella desde el sofá le ve, con la cabeza sobre el reposabrazos, con las patas delanteras por fuera del mueble. Mueve las orejas. Sabe que no le ha prestado atención porque el sofá es más cómodo que sus discrepancias de una posible salida. Humanos.
–Vale, acepto.
Envía el sí. La respuesta no tarda en llegar. Ahora la cuestión es, ¿ir o que venga?
–Vella, ¿voy o viene? –La canina no mueve ni el rostro, sólo le observa. –Vella, necesito ayuda aquí niña. –Gruñe, se levanta y le da la espalda, ella prefiere el sillón que estarlo escuchando.
Niña lista.
–Vale, voy.
El resto del día no puede parar de sonreír. Anthony le espera para comer, el lugar será sorpresa le ha dicho. Se ha cambiado cinco veces, Vella le ve desde la cama, le ha ladrado, gruñido y girado la cabeza. Entre sus patas está un peluche que vio tiempos mejores. Se percata de la hora, corre, se despide de su perra desde la puerta. No se molestó en decirle que se baje porque ya es cosa perdida. Ella se ha adueñado de su cama.
Nervioso, ve a Anthony en un traje a la medida color negro. Le sonríe, el teléfono es guardado en sus bolsillos y le guía calle abajo.
No siente el tiempo pasar.
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Repito, culpa del límite de la página, repito.
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No aceptaba misiones con duración mayor a tres días.
Le importaba poco las miradas, los argumentos e incluso las órdenes, no era no. Punto. Si querían su ayuda esa era su regla. Con los dientes apretados, la mandíbula tensa, aceptaban, así que él llegaba al último o al principio de cada misión extensa para ayudar, ya sea con el inicio o la clausura. Hacia los informes desde casa. Se duchaba en casa. Comía en casa.
Vella era su secreto. Nadie en la base sabía de ella y así quería que continuara. Esto no se lo iban a quitar.
Le han llamado. Natasha se volvió su compañera y amiga. Le ayuda en cuanto ve se pierde entre tanto término, aparato o cosa nueva.
–Oye, estás más gruñón de lo normal. ¿Qué sucede?
–Nada.
Su cachorra está en el veterinario, debe recibir el resto de sus vacunas, le van a bañar para las garrapatas y pulgas, además de un chequeo de rutina.
–¿Frustración sexual? Te digo Steve, necesitas sexo.
–¡Natasha!
Le gruñe, ella ríe y camina con ese contoneo de serpiente. Seductor y suave.
Vella sigue siendo sólo de él.
Por una vez, quiere algo sólo de él. Para él. Suyo.