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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo once: De cuando su curiosidad (y un perro gigante de tres cabezas) mete en problemas a Draco (y a Harry con él)

Sobrevivir a las vacaciones de invierno fue un verdadero desafío para Harry.

Con una temporada mundial de Quidditch recién acabada, Remus y Peter, como corresponsales, tenían unas semanas libres a modo de "compensación por el trabajo pesado", decía su madre —él no estaba seguro de a qué se refería, pero sonaba a que era complicado—, lo que significaba visitas recurrentes a casa de los Potter. Debido a que Harry también estaría por las vacaciones, Sirius no perdía la oportunidad de aparecer con una broma, por la que se ganaba una secuencia de regaños de Lily y Remus. James, a sabiendas que lo tendría en casa, también se organizó para tener una considerable cantidad de tiempo libre, al menos para el Auror Jefe; aunque aquello lo obligaba a realizar montañas de papeleo en casa, él no escuchó que se quejase ni una sola vez.

Por supuesto que, nada más el segundo día, se despertó siendo aplastado por tres marañas de cabello rojo, que luego reconoció como Ron y los gemelos, que pasaban con permiso de Molly, para desayunar y quedarse un rato.

Más tarde, cuando los hermanos Parkinson cruzaron la calle para llevarle algo a Lily, descubrió que combinar a los gemelos y a esos dos no podía ser un buen plan. De una manera inexplicable, Fred y George terminaron jugando con el Puffskein, como si fuese una Quaffle, y persiguieron a Pansy por la casa, hasta que encontraron la canasta a medio terminar de bombones Malfoy. Después los tres se unieron para averiguar por qué les mandaron aquello, cuándo lo hicieron. Además de que la niña se aprendió la canción que los gemelos le cantaban para molestarlo a causa de Draco.

En resumen, cuando James se preparó para llevar a los chicos de regreso a La Madriguera, Harry tenía las mejillas enrojecidas e intentaba ignorar las risas disimuladas de Pansy y Jacint.

Draco no se mostró por la casa hasta una semana luego de haber empezado las vacaciones. En cambio, le envió trozos de papel en forma de pequeñas notas, con la perfecta caligrafía cursiva de la vuelapluma Malfoy, que hacían a Hedwig ir y venir en la mañana o por la noche.

"En casa de la tía Andrómeda.

Mi prima, Nymphadora, está medio loca. Creo que te agradaría.

-Draco L. Malfoy, obligado a visitas familiares"

"Nymphadora quiere enseñarme algunos trucos de metamorfomago, le dije que yo no soy uno, pero no hace caso. Es tan necia.

Madre pregunta si te gustaron los bombones, aunque no sé cómo se enteró de que los envié.

-Draco L. Malfoy, desde una casa en medio de la nada"

"Nym me acaba de enseñar unas cosas geniales, te las voy a mostrar cuando llegue. Mi tía Andrómeda habló con madre para que me quede un par de días más.

No estoy seguro de querer.

-Draco L. Malfoy, al que le hace falta su cama enorme"

"Hoy, Nym me llevó a escondidas al Londres muggle, al sitio donde trabaja su padre. Él es nacido de muggles. No es tan malo.

El lugar en que trabaja sí, es aburrido.

-Draco L. Malfoy, encubierto entre muggles"

"Escuché a la tía Andrómeda discutir sobre padre con mi madre. No me gustó lo que dijeron.

Ojalá estuvieras aquí para que pudiéramos hablar de otra cosa y olvidar lo que oí.

-Draco L. Malfoy, enfurruñado.

(Búscate un diccionario, Potty, casi puedo imaginar tu cabeza quemándose por intentar entender lo último)"

"Nym me sigue enseñando cosas. Me mostró la Academia de Aurores a la que va, aunque se supone que es un lugar secreto, sh.

No es muy lindo, no creo que quiera ser Auror alguna vez. Tampoco me dejarían.

-Draco L. Malfoy, el que se acaba de dar cuenta de que necesita pensar en una profesión digna de él"

"Nym me va a llevar a un parque de agua muggle, me prometió que no va a dejar que me ahogue.

Si no escribo más, dile a madre que fue la mejor. Y a Pansy que no se quede con mis cosas. Te dejo mi colección de snitches, si no dejas que Weasley la toque.

-Draco L. Malfoy, de camino a una muerte muy poco digna y sin magia"

La última llegó casi en la noche, cuando Harry era perseguido por la versión animaga de Sirius. Hedwig tuvo que picotearle la cabeza para detenerlos y llamarles la atención. Era un trozo de pergamino roto, la caligrafía estaba apenas torcida, había una mancha de tinta mínima en el borde.

"Abre la puerta" sin firma. Aquello le pareció tan extraño que, cuando se dio la vuelta, su padrino ya corría hacia allí. Empujó con el hocico y se ayudó con una pata, para mostrar al niño que estaba al otro lado, acompañado de una adolescente de cabello rosa chicle y desaliñada ropa muggle; si no hubiese tenido una mano sobre el hombro de Draco, habría creído que ni siquiera se conocían.

Harry corrió hacia su amigo y se le lanzó encima.

El resto del día, Sirius correteó por todas partes entre risas, festejando que hubiese tres Black reunidos en una misma casa, y que fuesen de los "buenos". Él, que estaba más pendiente de la manera en que Nymphadora cambiaba el color de cabello y ojos, no entendió a qué se refería.

Luego empezó a complicarse.

Los Malfoy entraban y salían de la casa, en intervalos que concordaban de forma casi exacta con las idas y venidas o las horas de encierro por papeleo de James; Harry no se daría cuenta hasta mucho después. Los Parkinson lo recibieron en la casa de al frente y en el Vivero. Amelia los llevó una vez al Callejón Diagón, por helados y algunos libros que Pansy quería comprar.

Pero Ron aparecía en la chimenea, acompañado por Arthur, en los peores momentos, a decir verdad.

La primera vez que su mejor amigo llegó, Harry estaba tendido en la sala con Draco, que le leía un libro. Aquello terminó en un Ron histérico, con el rostro enrojecido, que intentaba darle manotazos y patadas, debido a una frase que el otro le susurró y él no pudo escuchar. Arthur se llevó a su hijo y lo tuvo castigado por tres días, limpiando los desastres de los gemelos en el cuarto.

Harry pensó que no podía ser tan malo. A veces, Ron exageraba, ¿cierto?

La segunda ocasión, Draco los guiaba en los movimientos de varita de algunos de los encantamientos más básicos, sin realizarlos, para que Pansy practicase sin generar una explosión. Ron llegó corriendo a su cuarto, frenó en seco en la puerta, y comenzó a entrar en pánico pensando que Harry estaba en peligro de ser maldecido. Ese día, fue Lily quien separó a Malfoy y Weasley, y envió a Ron a su casa, con un ceño fruncido.

La tercera vez que ocurrió, Sirius y Remus eran los únicos adultos presentes; su padrino tenía distraído al otro hombre en el piso de arriba, así que fue trabajo del propio Harry meterse entre sus dos amigos y gritarles que se quedasen tranquilos, o se fuesen.

Para su sorpresa, Draco tomó asiento con las piernas cruzadas, y se dedicó a organizar el tablero de ajedrez, en el que pretendió enseñarle a jugar. Ron, aún cruzado de brazos, se fijó en el juego de mesa.

Si alguien le hubiese dicho a Harry, que todo lo que tenía que hacer para que pudiesen estar en la misma habitación sin insultarse o pegarse, era ponerles un tablero de ajedrez al frente, lo hubiese hecho desde que tenían siete años. Ahí estaban, Ron Weasley y Draco Malfoy, sumidos en una partida que duró más de lo que lo haría cualquiera que jugasen contra Harry, con expresiones casi idénticas de concentración, inclinados sobre la mesa, e intercambiando comentarios poco maliciosos, en medio de las órdenes que les dictaban a las piezas.

—...lo he intentado —declaró Draco, seguido de un suspiro dramático que acompañó al avance de su reina. Harry reconoció la estrategia como la misma con que siempre le hacía el jaque mate—, pero cada vez que lo hago, parece que a Potter se le quema la cabeza de tanto pensar.

—Sí, ¿verdad? Le he dicho que casi siento el olor del humo que le sale de las orejas —se burló Ron, tan centrado en el tablero, que ni siquiera le dirigió una mirada a su oponente. Él se preguntó si se le habría olvidado con quién jugaba—. Ya sabes, algunos simplemente no sirven para esto.

—¿Para pensar? Lo sé.

—Pobre Harry —los dos se rieron.

Harry pasó un par de horas preguntándose si acababa de tener una ilusión, o sus dos amigos se rieron de él, en su cara. Descubrió que no fue un sueño, cuando se encontraron la siguiente vez; aunque tuvieron algunas miradas desagradables y frases aún peores, terminaron la tarde sentados frente al tablero.

A partir de ese punto, resuelta la mayor de las complicaciones, la casa de los Potter se convirtió en una plataforma para recibir invitados, hasta el día de navidad, que se trasladaron a La Madriguera y pasaron la noche arrimados en una de las mejores habitaciones, según la perspectiva de Molly.

Vestidos con los suéteres de iniciales, marca Weasley, Harry y su madre marcharon hacia la casa de los Parkinson después del mediodía. Desde el momento en que entraron y fue recibido por los brazos de Pansy, la tarde se transformó en un desastre de abrazos, regalos y más abrazosÉl no tenía quejas sobre la parte de los abrazos.

Harry regresó a casa el día de navidad con los brazos cargados de obsequios y en una charla sin sentido con Draco, que se quedaría esa noche porque su madre tenía una cena importante y no podía llevarlo. No construyeron el fuerte de almohadas en la sala, porque James estaba presente; en su lugar, Lily transfiguró el suelo de su cuarto en un colchón. Los dejó comer ahí, entre cojines, mantas, los paquetes y el telescopio de su amigo.

Cuando sentía los párpados pesados, se fijó en el niño-que-brillaba-mientras-veía-las-estrellas. Encontró divertido que, por las noches, el cabello de Draco se tornaba más blanco-plateado que dorado; él no daba señales de notarlo.

—¿Qué regalos recibiste? —preguntó en un susurro, a la vez que gateaba sobre el suelo-colchón para acercarse. Se dejó caer a su lado, con la cabeza apoyada en una de sus piernas. Draco le pasó una mano por el cabello y le dio un débil tirón a un mechón enredado, de una forma que pareció ser inconsciente.

—Nuevo libro de Pociones Inusuales de mi padrino, dragones mágicos de madera de Jacint —lo notó rodar los ojos, aunque una leve sonrisa apareció en su rostro—, la tía Amelia me dio otra snitch para la colección, Pansy tejió un gorrito-orejero para Lep. Madre me llevó a un sitio al que quería ir.

—¿Qué sitio?

—Un laboratorio de mi abuelo Abraxas.

—¿El que creó la vuelapluma Malfoy? —su amigo asintió, luego levantó la barbilla, en un gesto tan vanidoso que le arrancó una carcajada. Removiéndose para buscar una posición más cómoda, Harry se quedó mirándolo, durante los segundos que demoró en enfocar el lente del telescopio en otro punto de la proyección mágica—. ¿Y tu...tu padre pidió algo nuevo a la tía Narcissa?

Se percató del momento exacto en que sus palabras lo alcanzaron. Draco se puso rígido, sus ojos dejaron de centrarse en el instrumento que le mostraba las estrellas.

Le tomó un instante bajar la cabeza para verlo a los ojos. Harry temió haberlo hecho sentir mal, hasta que notó que su expresión se suavizaba.

—Padre le pidió a madre que me comprase la cera de escobas de alta gama que él usaba cuando era joven —el niño esbozó una pequeña sonrisa, que sin embargo, era genuina y le iluminaba aún más el rostro, si es que era posible—. Le dijo que estaba contento, por lo de entrar tan joven. Somos los jugadores más jóvenes del último siglo, ¿te enteraste? Tiene que estar orgulloso, ¿verdad? Cualquier padre estaría feliz por eso, ¿no?

Draco lo observó un segundo, como si esperase algún tipo de confirmación de su parte. Como si la necesitase. Él lo habría pensado, si no creyese que la seguridad inundaba a su amigo de pies a cabeza.

Aun así, el pecho se le llenó de una emoción cálida, que lo hizo corresponder a su sonrisa.

—Tiene que estar muy feliz —asintió, invadido por una certeza de origen desconocido.

Supo que fue la elección correcta por la manera en que la sonrisa de Draco se ensanchó, hasta que sus ojos se achicaron. Después siguió pasándole las manos por el desordenado cabello, mientras volvía a enfocarse en el telescopio.

Harry se dijo a sí mismo que le gustaba cuando sonreía así.

0—


No fue hasta el día del regreso a Hogwarts, que se percató de que las recurrentes visitas, el dormir casi todas las noches sobre el vientre de la forma animaga de su padrino, y la tensión de estar pendiente en cada encuentro de Ron con Draco, lo dejaron más agotado de lo que estaría en época de clases.

Realizó las promesas que debía a su madre en el andén, se dejó jalar las mejillas, abrazar, llenar de besos, le aseguró a su padre que les escribiría más seguido de lo que lo hizo durante el primer trimestre. También tuvo una secuencia de despedidas de la señora Parkinson y la señora Malfoy, antes de que Jacint dejase de molestar a su hermana y abrazar a Draco, para revolverle el cabello.

Lía les hizo el favor de trasladar los baúles y la jaula de Hedwig directamente a Hogwarts, pero cuando estaba por pedir a Lep para llevarlo también, Malfoy se abrazó a su conejo mágico, que adquirió el mismo tono oscuro de su túnica y se convirtió en un bulto apenas distinguible entre sus brazos.

Pero nada lo preparó para pasar varias horas en un compartimiento con Pansy, Draco y los Weasley.

La razón de que terminasen en semejante situación era la misma por la que se formaban tan extraños grupos en los viajes del tren: la mayoría de los puestos estaban ocupados cuando sus madres dejaron de consentirlos, advertirles y sacarles promesas. Tenían la ventaja de que Draco podía encontrar uno vacío con el Apuntador; sin embargo, cuando sus amigos se acomodaban en uno de los puestos, los pelirrojos entraron.

Ron hizo una mueca de hastío al ver que los gemelos se ponían a dar saltos y apartaban a Pansy con sonrisas idénticas, para sentarse a cada lado del heredero Malfoy, que se puso rígido y pidió auxilio con una mirada dura.

—Entonces, Draco...—comenzó a decir uno de ellos, Fred o George, no estaba seguro.

Malfoy —corrigió el aludido, en voz tensa—. No te tengo tanta confianza, Weasley.

Draco —continuó el otro, sacándole un bufido al niño—, ¿cómo te trata Harry?

—Porque si te hace algo...

—...podemos pegarle. A cambio de...

—...un cuento.

—Un buen cuento.

A Harry le dio un escalofrío la manera en que su amigo lo observó de reojo y mostró una muy, muy leve sonrisa de lado.

—¿Le pegarían? Creí que lo veían como un hermano.

—Le pegamos a Ron...—uno se encogió de hombros, el gemelo lo imitó.

—...y él  es nuestro hermano.

—No nos importa.

Ron, junto a él, se cruzó de brazos y emitió un sonido frustrado. Pansy, que estaba más allá, del extremo de la ventana, se cubrió la boca al reír.

—¿Y por qué quieren tanto un cuento? —prosiguió Draco, llevándose una mano a la barbilla, en un gesto que pretendía ser pensativo. Harry sabía que intentaba copiarlo de Remus, después de que vio la expresión del hombre cuando se interesaba por un tema.

—Porque son geniales —respondieron al unísono, con asentimientos sincronizados.

—Claro que son geniales, si los invento yo.

No hubo tiempo para replicarle, confirmarlo o negarlo, porque el tren dio un ligero vuelco y comenzó a moverse. La puerta del compartimiento se abrió, para mostrar a un grupo de tres niños, que se detuvieron en seco al fijarse en quiénes estaban ahí; Harry consideró que debieron haber colocado mejor las cortinas, para evitar que entrasen.

Ahora que la novedad de los nuevos ingresos había —tendría que haber— pasado, lo último que se esperaba era que el que llevaba la delantera, pasease la mirada por Pansy y Draco, y formase un rictus de desprecio.

—Merlín, vámonos lejos de aquí, antes de que nos hechicen —le palmeó la espalda a uno de sus compañeros, que retrocedió en dirección al pasillo, sin dirigirles otra mirada. El tercero se echó a reír mientras los seguía.

—Uh, sí, no vaya a ser que levante un muerto o algo así para nosotros, ¿no? Como la loca de Ioannidis.

—Aunque no creo que quiera ir a Azkaban como el papá, si sabe lo...—el murmullo se distorsionó a medida que se alejaban, hasta callarse por completo.

Harry, por reflejo, llevó la mirada hacia su amigo. Draco sostenía a Lep con ambas manos, contra su pecho. Tenía los ojos puestos en la puerta que quedó abierta; el conejo intentaba zafarse para olisquearle y lamerle la barbilla.

Notó que Pansy se estiraba para sostener uno de los pliegues de su túnica y le daba un leve tirón.

—No les prestes atención —siseó en un susurro contenido, sólo entonces Draco parpadeó y pareció recordar en dónde estaba.

—No lo hago —sentenció él, acomodándose entre los gemelos Weasley, que no dejaban de fruncir el ceño y ver hacia el pasillo.

Harry se puso de pie para cerrar la puerta y las cortinas, de manera que nadie más entrase a molestarlos.

Cuando volvió a sentarse, Fred y George intentaban negociar con Draco por un cuento, Pansy estaba sumergida en la lectura de uno de sus libros de Encantamientos, y Ron lo codeó, con la suficiente fuerza para arrancarle un quejido. Simuló que nada había pasado cuando Malfoy le dedicó un vistazo, e hizo un gesto vago, que consiguió que volviese a dirigirse a los hermanos Weasley.

—¿Qué? —le devolvió el codazo, en las costillas, a Ron, que saltó en su asiento y le atinó un manotazo. Logró atraparlo antes de que le diese otro, sujetándole la muñeca, por lo que Harry no tuvo más opción que sacudirse y resentirlo.

—¿Eso siempre pasa?

Frunció el ceño.

—¿Qué cosa?

Eso —repitió, desviando la mirada hacia el asiento frente a ellos, como si tuviese que asegurarse de que no eran escuchados, para después hacer un gesto en dirección a la puerta—, lo que le dijeron a ya-sabes-quién.

Harry emitió un "oh" y no se percató del momento en que su mejor amigo lo soltó. Tan poco disimulado como era, no se molestó en ocultar que observaba a Draco, mientras uno de los gemelos lo zarandeaba del brazo y el otro le pedía con una expresión suplicante, que hubiese convencido a quienes no lo conociesen.

—Sí —en un arranque de rabia tardío, le dio un empujón que no tenía intenciones de ser suave, y espetó:—. Tú mismo lo has hecho antes, idiota.

—No así.

—No, tú sólo dices esas cosas frente a mí, y después te pones a pelear con él.

—¡Él habla mal de mi familia...! —por suerte, los gemelos eligieron ese instante para soltar gritos idénticos, por lo que no lo escucharon. Harry le dio una mirada larga y poco agradable. Habría jurado que más allá de la irritación y la negación con que el niño se cruzó de brazos, había entendimiento en sus ojos.

Ron se reclinó en el asiento, se fijó en el lado opuesto del compartimiento, y su expresión se relajó tras un rato. Veía a Draco como si fuese la primera vez que lo hacía en verdad.

—Bien —dictó el heredero Malfoy, enderezándose y apartando a los gemelos a base de manotazos vagos—. Un cuento, a cambio de seis dulces de Honeydukes, de cada uno, y una cerveza de mantequilla grande.

—¿Cerveza? —Pansy levantó la vista del libro, con los labios apretados. Su amigo se encogió de hombros.

—Quiero probarla, madre no me dejaría.

—Por buenas razones.

Draco se limitó a rodar los ojos y estrechar las manos de los gemelos, que irradiaban satisfacción por el acuerdo.

—Entonces —recitó en un principio, aclarándose la garganta de forma sutil. Unió las manos en el regazo por un instante, luego tamborileó con los dedos sobre su pantalón, creando un sonido rítmico que llenó el compartimiento—, esto no pasó hace mucho tiempo. Pero si le preguntan a alguien, les dirá que no sabe; así son todos los adultos.

—Todos los adultos —corroboraron los gemelos al mismo tiempo, asintiendo. Él no pareció molesto por la interrupción.

—Era un día lluvioso, de esos en los que todo se ve medio gris. Pero hacía calor. Si alguien le hubiese preguntado por qué hacía calor, el niño que estaba en el castillo, no hubiese sabido qué decir; pero si alguien se hubiese preguntado por qué era así, esto no habría pasado, en primer lugar.

El calor era tanto que sentía que se iba a derretir, pero no se derretía. Sentía que el cerebro se le engominaba, pero no lo hacía. Sentía que la piel le ardía, pero cuando la veía, estaba bien dentro de la túnica. Así que puede que sólo fuese exageración suya, porque muchas veces le habían dicho que exageraba.

La lluvia golpeaba las ventanas. Pum, pum, pum. El agua hacía —ralentizó el ritmo de los tamborileos, y con la otra mano, creó un ruido sordo, al chocarla contra la ventana—¡splash, splash! Allí donde los demás pisaban los charcos y salpicaban, ¡splash, splash!

Al niño no le gustaba salir, aún menos si estaba lloviendo, "¿por qué alguien saldría cuando llueve?" se preguntaba mientras oía los pum, pum, pum, de la lluvia. El calor era pesado en el aire, asfixiaba; podría morir si no hacía algo. No creía que exagerase con eso.

Si adentro hacía calor, pensó, lo lógico sería ir afuera. Pero si adentro hacía calor, y afuera llovía, ¿qué se hacía? —Draco volvió a ponerse una mano bajo la barbilla y se inclinó hacia adelante. Los gemelos lo imitaron, sin despegar la mirada de cada gesto que hacía al contarles la historia. Harry tenía la vaga sensación de que era imposible que alguien quisiese dejar de verlo cuando lo hacía—. Fácil: se buscaba un lugar fresco, afuera, donde no estuviese lloviendo.

Así que este niño, que era muy listo, por si no lo notan, tomó una capa impermeable y se cambió los zapatos, y salió del castillo. Afuera, había una larga, larga extensión de césped, pero a él no le gustaba ir por ahí, porque no le gustaba ensuciarse.

Mientras caminaba hacia algún sitio seco y fresco, algunos de los que también vivían en el castillo, le pasaban por un lado y lo salpicaban. Sus pisadas hacían pam, pam, pam —replicó el sonido al dar pisotones al suelo del compartimiento, sin ponerse de pie—, la lluvia caía sobre su capa y resbalaba, pum, pum, pum. Los charcos, cuando los pisaban, todavía hacían ¡splash, splash!

A nadie le importaba si lo mojaban, o si lo ensuciaban. El niño creía que eran tontos, pero ninguno se le acercaba. No tenía amigos, y por eso, tampoco hubo alguien que se diera cuenta cuando se alejó demasiado del castillo. Podía desaparecer para siempre y nadie se enteraría.

Caminó por senderos de tierra y barro, y se ensució aún más, y sólo cuando llegó a un parte seca en el bosque, donde sus pisadas hacían tap, tap, tap, se quedó quieto. Allí también hacía calor, y no entendía por qué, cuando su lógica había sido perfecta.

Preguntándose qué andaba mal con ese bosque, que no era fresco y ya no era húmedo, se dio la vuelta para caminar de regreso. Pero antes de que se fuese, le pareció ver una persona que se metía entre los árboles.

Como ya iba tarde, si quería llegar antes del toque de queda, decidió que no le importaba y volvió al castillo, a donde todavía en la noche hizo mucho calor. Fue la primera vez que la vio, aunque sólo hubiese sido de reojo.

Comenzó a encontrársela por todas partes después de eso. Era una figura alta, extraña. Parecía brillar, y eso le gustaba, atraía su atención, incluso si desaparecía de una vez.

La veía en las esquinas del castillo, y entre los árboles del patio. En los cuartos, detrás de las puertas y a un lado de los armarios. En el comedor, en los salones, en el invernadero. A donde fuese que iba, podía verla, y después de un tiempo, también la oía reír.

Día a día, el calor en el castillo se hacía insoportable, pero el niño se daba cuenta de que la figura brillaba más cada vez que se la encontraba. Y se preguntaba por qué.

No fue hasta unos meses después, cuando se suponía que el frío tendría que haber llegado, que caminando por un pasillo solo y muriéndose del calor que hacía, vio a la figura completa, quieta, al fin.

Resulta que no era una mujer, ni siquiera era una figura. Se movía tan rápido y aparecía en cualquier parte, porque eran dos. Brillaban así porque estaban hechas de una llama que se movía por encima de su piel, con un débil crepitar, y hacía cru-cru-cru-cru.

Las figuras estaban tan cerca que podían verse como una, pero levantaban las manos en diferentes direcciones, y cuando las sacudían, soltaban destellos y algo que no entendió qué era, hasta que sintió un golpe de calor y se le secó la boca, y la sensación de que se iba a derretir ahí mismo regresó.

Así, pues, entendió que había dos criaturas idénticas que creaban el calor insoportable del castillo. Porqué, no estaba seguro, y por eso siguió buscándolas y siguió viéndolas, hasta que, en algún momento, creyó que sólo era su forma de jugar con los niños del castillo, porque no eran humanos, y quemaban lo que tocaban.

Pero el tiempo pasaba, y el calor seguía siendo terrible, aunque se suponía que iba a nevar. Preocupados, lo adultos comenzaron a buscar la razón de que eso pasara, y los encontraron. A los gemelos fuego.

Los obligaron a salir del castillo y los persiguieron cuando estuvieron afuera. ¡Tap, tap, tap! Se escuchaba; eran los que querían sacar a los gemelos fuego para que ya no hubiese más calor ahí. De ellos, sólo se oían sus risas.

Los gemelos quemaron árboles y pasto, y asustaron a los caballos con los que corrían detrás de ellos, haciendo paredes de fuego. Ellos nunca lastimaron a nadie, aun así. Y después de dos días de búsqueda, los gemelos ya no estaban.

Ellos creen que los sacaron del castillo; aún si se lo preguntasen ahora, los adultos dirían que sí lo hicieron. No saben que, a veces, cuando hace un calor insoportable, de esos que no te dejan ni pensar, y prestas atención al bosque, escuchas las risas de esos dos.

Harry nunca había visto a Fred y George tan felices. Saltaron del asiento para aplaudir de pie, con gestos dramáticos, se rieron, se inventaron una nueva canción, acerca de lo buen narrador que era Draco y como ellos eran los "gemelos fuego que provocan el calor insoportable", e intentaron más de una vez abrazarlo, hasta que se percataron de que no se dejaba.

El resto del viaje pasó en una relativa calma. Ron, más relajado, dejó de observar a Malfoy como si se tratase de un espécimen de otro universo. Draco, que recibía la atención de los Weasley con una sonrisa de suficiencia, mantuvo los comentarios venenosos al mínimo. Él diría que fue un buen comienzo de trimestre.

Para su desgracia, la primera clase que tendrían al día siguiente sería de Snape; el "buen comienzo" se arruinaría cuando hubiese recibido una asignación que necesitaría casi un metro de pergamino.

Draco le insistió en que su padrino se suavizaría, si le decía que su madre le mandaba saludos otra vez, porque —según entendió— fueron mejores amigos cuando estudiaban. Él no lo hizo, aunque las ganas no le faltaron.

0—


Los primeros días del retorno a clases constituyeron ese término de caos al regresar a las costumbres. Draco con sus quejas sobre el que dejaba los zapatos en cualquier parte —que era él—, el que gastaba su acondicionador o le cambiaba de lugar la pasta de dientes —que, de nuevo, era él—, el que dejaba mojado el piso del baño después de la ducha —¿hacía falta repetir que era él?—. Qué bueno que a Nott le diese igual, y no hubiese dejado en claro que el responsable era Harry, o la amistad entre él y el niño-que-brillaba podría haber estado en un grave peligro.

Luego estaba Draco arrastrándolo fuera del cuarto, Pansy recibiéndolo con un beso en la frente y la pregunta de cómo durmió. Draco que los hacía ir al Gran Comedor a primera hora de la mañana, Draco que sabía en qué aula tenían las clases y qué materia seguía, Draco que elegía dónde se sentaban cuando les tocaba compartir con los Gryffindor.

Si Draco aparecía en la mayor parte de las actividades que llevaba a cabo en su día a día, la verdad es que a Harry no le importaba. Comprendía mejor las clases cuando estaba con ellos, tenía tiempo para ver a Ron y evitarse sus protestas por 'abandono'. Además, le ahorraba una considerable cantidad de preocupaciones que eran innecesarias, como qué libros de la biblioteca usaría para el próximo ensayo o cuándo retomaría las prácticas de Quidditch.

No fue hasta los finales de la segunda semana del regreso a clases, que su cortina fue descorrida poco después del toque de queda, y un peso nuevo hundió uno de los lados del colchón.

Harry se acomodó boca arriba y parpadeó, sin saber si tenía la vista desenfocada por el sueño o sólo por la falta de los lentes. Vio a Draco inclinarse sobre él, varita en mano, para usar un hechizo que cerrase el dosel, los mantuviese en silencio, y otro que los iluminase ahí dentro.

Se sentó despacio, frotándose los ojos y sin disimular por completo el bostezo que le siguió. Lo observó cruzar las piernas, dejando una pila de papeles entre ambos, sobre las mantas.

—Dime que no es la tarea de Pociones —lloriqueó, estirándose para sujetar una almohada y apretarla, tanto para asegurarse de permanecer despierto como para hacerse de soporte.

—No es la tarea de Pociones —cumplió, tendiéndole los lentes con la otra mano. Harry no tuvo prisas al ponérselos y volver a parpadear para ajustarse al cambio. Draco estaba desplegando los pergaminos para ese momento—, es algo mucho, mucho mejor que eso.

Trazos que formaban una estructura redonda quedaron a la vista, tres viñetas con nombres y una línea debajo, las acompañaban. Le llevó un momento identificarlo como una versión simple del cuarto de los niños de primer año de Slytherin; incluso ellos estaban, ambos como puntos encima de un dibujo de una cama, con un "conversando", y Nott más allá, en el otro lado de la habitación, con un "leyendo".

Las viñetas casi no se movían, eran intermitentes sobre el papel, igual que luces que están por fallar. Harry frunció un poco el ceño.

—Esto se llama prototipo —indicó Draco, con un gesto que abarcó al pergamino entre ellos. Gracias a la luz de la varita, se percató de que tenía esa sonrisa que lo hacía verse más como Sirius, como un Black—, quiere decir que todavía lo estoy trabajando. Sirve, pero se van borrando las líneas, y tiene problemas para seguir el movimiento de las personas.

 lo que es un prototipo —aclaró, a pesar de que no estaba seguro de que así fuese antes de oírlo, pero que tuviese que explicarle varias de las palabras que usaba, comenzaba a desesperarlo—. ¿Cuándo hiciste todo esto?

—El dibujo lo empecé a hacer antes de las vacaciones, lo terminé en casa de mi tía, y lo probé estos días que llevamos aquí. Te sorprendería la cantidad de tiempo que Nott pasa leyendo.

—¿Y cómo...cómo hiciste eso? ¿Le dijiste a Sirius? Porque el Mapa del Merodeador no dice qué hacen las personas.

Draco tuvo la decencia de aparentar sentirse cohibido. Le habría creído, sino fuese por el brillo en sus ojos, aumentado gracias a los reflejos del lumos, y la forma en que las comisuras de los labios todavía le tiraban en una sonrisa sin completar.

—Mi prima Nym me ayudó un poco. Me enseñó —corrigió tras unos segundos, asintiendo más para sí mismo. Harry se cruzó de brazos.

—En tus notas, me dijiste que te quería enseñar sobre metamo-no-fo —emitió un sonido extraño al trabarse con la palabra y sintió las mejillas enrojecer.

Metamor- fomagia —los dos se rieron por lo bajo—, eso, bueno, lo hizo también, pero fue sólo el primer día, los demás...

—¿No que no se podía?

Draco soltó un suspiro exagerado y rodó los ojos.

—No soy uno de esos magos, Potter; me enseñó un poco sobre glamours y me dejó uno de los libros con los que aprendió a cambiarse de apariencia y controlar su don. Se supone que los Black son buenos para esas cosas —hizo un gesto vago con la mano y presionó el índice sobre el centro del mapa-prototipo—. ¿Me vas a dejar que te explique ya o qué?

Harry apretó los labios y asintió.

—Bien. Esto no es sencillo, escucha con atención: se necesitan encantamientos sensoriales y de distancia, pero no se pueden usar sobre Hogwarts, porque el colegio rechaza la magia que le quieran poner encima. En vez de eso, se usan sobre un Hogwarts imaginario —cuando abrió la boca para hacer una pregunta, Draco le siseó. Acomodó los pergaminos, para dejar encima uno que mostrase un dibujo idéntico, en el que las viñetas estaban en una esquina, mostrando los tres nombres de los ocupantes igual que lo haría la leyenda de un mapa corriente—. Un Hogwarts imaginario es esto mismo, en otro papel; como que encaja las medidas, aún no estoy seguro de qué hace. El problema es que tuve que ponernos a un lado para que funcionara, y no creo que los Merodeadores pusiesen los nombres de cada estudiante y profesor uno por uno, porque es demasiado tiempo y tendría que hacerse cada año, o hacer un hechizo que lo actualice en los ingresos y salidas, pero eso es con tiempo, hechizos de tiempo, y alguna forma de identificación, que no sé, uhm...

El niño observó el mapa-prototipo un momento, para después encogerse de hombros.

—Aún hay mucho que averiguar para que funcione, esto es sin ayuda de Sirius. Él podrá decirnos más.

Harry admiró los pergaminos unos instantes más, luego se inclinó hacia adelante para captar la atención de su amigo, e hizo la única pregunta que le molestaba.

—¿Por qué no me esperaste para hacerlo? O al menos, me hubieses avisado cuando llegamos de las vacaciones, o los días que te quedaste en mi casa, o cuando fuese.

—Te estoy avisando ahora —Draco parpadeó, con una expresión de genuina confusión que resultó casi cómica, y se borró tras un segundo—. Ah, sí, sí. No pensaba hacer más que esto sin ti, en serio, pero tuve la idea y quería probar, y Nym sabe muchísimas cosas sobre magia que normalmente uno no aprende en ninguna parte, por su don.

—Aun así...

—Sobre todo —interrumpió su amigo, enderezándose y con esa sonrisa feroz apoderándose de su rostro de nuevo. Harry, muy a su pesar, no pudo hacer más que corresponderla—, quería probar algo más, y no quería contártelo sin estar seguro de que servía, ni decirte y que después me saliese mal.

—¿Qué más? Incluso lo hiciste mostrar lo que estamos haciendo, no creo que haya "algo más".

—Pero lo hay.

Si el entusiasmo de Draco no bastó para convencerlo de que vería una novedad espectacular, lo hizo la complicada floritura en espiral que dibujó con la varita en el aire.

Mutatio —ejerció un énfasis en la última vocal y tocó el borde del mapa-prototipo, que comenzó a doblarse sobre sí mismo, hasta adquirir un tamaño diminuto que no debería ser posible.

Una vez que alcanzó a ser más pequeño que una de sus uñas, se ensanchó un par de centímetros; de los lados, le brotaron dos hileras que se juntaron más abajo, en una circunferencia perfecta. Harry abrió y cerró la boca, sin saber qué decir. Al levantar la mirada, descubrió que Draco tenía los ojos puestos en él, expectante.

—¿Lo convertiste...en un anillo?

Su amigo asintió con ganas, aun mirándolo de esa forma que era tan extraña en él. Como si en verdad necesitase sus comentarios.

—No tendré el anillo Malfoy hasta dentro de unos años, pensé que quedaría bien. Es pequeño, nadie tiene que saber qué es; lo llevas bajo los guantes, dentro de la túnica, en clases, y no tenemos que venir hasta aquí para buscar el mapa, porque el hechizo se puede revertir en un seg- ¡no lo toques!

En cuanto Harry estiró la mano para tomarlo, los dedos del otro niño se cerraron en torno a su muñeca, pero ya era demasiado tarde. Rozó el círculo del anillo, y este se desdobló a una velocidad mayor que la anterior, con un sonido de crujido de papel, que dejó sólo un pergamino arrugado en su lugar.

Al observar a Draco, notó que este se encogía un poco al soltarlo. Las pálidas mejillas se le tiñeron de un leve rosa.

—Sí, bueno, aún tengo que mejorarlo —admitió con un hilo de voz, sin mirarlo—. Estuve practicando toda la semana y apenas ayer me salió, por eso te lo quise mostrar hoy, pero no consigo que se quede así cuando se mueve o lo toco, y obviamente no me lo puedo poner tampoco...

—Pero lo hiciste un anillo de papel, con un hechizo.

—Sí, algo así —golpeteó su muslo con la varita y levantó la mirada en un revoloteo de pestañas—. ¿Qué te parece? ¿Te gusta la idea? Porque luego pensé que el anillo está mejor para mí que para ti, por...

—No, está bien. Nunca he usado un anillo —apretó los labios un segundo, después decidió que no le importaba—, mi mamá dice que hay una primera vez para todo.

—¿Entonces  te gusta?

—Claro —Harry no pudo evitar sonreír cuando se percató de que parecía que le acabase de quitar un peso de encima a su amigo, y no se enteraría, hasta años más tarde, que fue el primero de muchos intentos del otro por impresionarlo—. ¿Te diste cuenta de lo que hiciste, Draco?

—Hice un mapa y un anillo de papel —replicó en un tono que proclamaba la gran obviedad que era. Frunció el ceño al verlo negar.

—Hiciste algo que le tomó años a los Merodeadores y hasta lo mejoraste, en unas vacaciones, con un poquito de ayuda de tu prima, que ni siquiera ha terminado la Academia.

—Pero...no está listo —Draco sacudió la cabeza y bajó la vista, para contemplar los pergaminos, como si fuese la primera vez que los notaba—. Y se deshace. No puedo creer que se deshaga, ¡practiqué días! No es justo.

—¡Aun así! Eres increíble, tienes que enseñarme a hacer todo eso de los dibujos, y la distancia, y el mutio-

Mutatio —corrigió por inercia, sin despegar los ojos de los papeles entre ambos.

En verdad no se dio cuenta. El pensamiento lo llenó de ternura, en una oleada cálida y agradable, que le hizo reír. El sonido debió devolver a su amigo a la realidad, porque rodó los ojos y se cruzó de brazos, la sonrisa de suficiencia de nuevo en su rostro.

—Bueno, te dije que estaba destinado a la grandeza, Potter. Era obvio que algo como esto me iba a pasar.

Harry se limitó a asentir y sonreírle más. Draco lo observó un momento, se removió, después suavizó su expresión, en una sonrisa que era más dulce, no tan egocéntrica.

—Además de eso —se aclaró la garganta—, tengo algunas ideas sobre por qué no sale Ioannidis y su pájaro sí.

—¿En serio? ¿Cuáles? —se inclinó más hacia adelante, apoyando los codos en los muslos y la barbilla en las palmas de las manos.

—Los nigromantes están, pero no están, por lo de tener contacto con los muertos y eso. Sabía que eran casi un espíritu, no qué tanto les afectaba, hasta que Nym me contó que tienen una sección especial de ellos como Aurores en entrenamiento, porque la mayoría de los hechizos de rastreo no los muestran; es más difícil que revelar un fantasma.

—¿Los fantasmas no salen?

Su amigo rodó los ojos.

—Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas —Draco presionó la punta de la varita en el pergamino doblado, apartado del resto, y se lo tendió cuando las líneas comenzaron a formarse—. También deberíamos pensar en cómo borrarlo, o en si borrarlo, y hacerlo aparecer otra vez, y si...

—Draco —lo silenció con un susurro. Se quitó los últimos vestigios del sueño al tallarse los párpados, y recibió el mapa, para darle un vistazo y comprobar si no salía alguno de los fantasmas conocidos de Hogwarts; no lo hacían—, cálmate, una cosa a la vez. La cabeza me va a explotar.

El niño se cruzó de brazos y bufó.

—Lo imaginé, Weasley me dijo que siempre tienes problemas con estrategias en ajedrez por eso, es como si no pudieses ver el panorama com-

—¿Ron? ¿Cuándo hablaste con Ron de ?

Draco parpadeó un par de veces, en un aparente estado de aturdimiento.

—¿Hace dos días? ¿O tres? Estaba estresado porque el hechizo no me salía y el ajedrez me ayuda a mantener la calma.

—Y jugaron.

—Sí.

—Sin matarse.

—Pues sí.

—¿Y eso fue...?

—Potter, estábamos hablando del mapa.

—Pero ahora yo quiero saber cuándo mis mejores amigos se reunieron sin mí y no me enteré.

Para su sorpresa, el otro niño se rio, cubriéndose la boca con el dorso de una mano.

—Los gemelos me dieron los dulces que me prometieron, y acordamos que la cerveza es para dentro de unas semanas, cuando vayan a Hogsmeade. El Weasley pequeño estaba con ellos —se encogió de hombros.

—¿Y llevabas un tablero contigo, y se pusieron a jugar?

—No, eso sería ridículo —frunció un poco el ceño, enderezándose—. Weasley llevaba uno, algo sobre que quería jugar pero no tenía oponentes dignos en Hufflepuff, además de un tal Smith que estaba ocupado ese día.

Harry se frotó los párpados, por debajo de los lentes, de nuevo, sólo para comprobar que no se había dormido y estaba en un sueño. Pareció ser real.

—Así que se llevan bien ahora.

—No seas tonto —replicó, con un gesto vago. Apuntó al Mapa del Merodeador original—. Volvamos a lo importante.

Contuvo otra sonrisa con un esfuerzo y asintió.

—Nos queda toda esta parte por explorar —recorrió con un dedo los pasillos más cercanos al exterior, de cada piso, y las plantas más altas—, y aún tenemos unos problemas con las escaleras móviles, porque no hemos visto por aquí —pasó a señalar a un área que no mostraba nada más que salones vacíos—. No creo que sean sólo unas aulas sin nada, recuerda que hemos encontraron pasadizos en lugares muy raros ya.

Él tuvo que aceptarlo. Arrugó el entrecejo un momento, luego se deshizo de las mantas y se acercó a las cortinas del dosel, aunque no las abrió enseguida.

—¿Vamos a explorar hoy?

Draco no disimuló por completo su sonrisa.

—Esa era la idea de venir a decirte todo esto, Potter.

—Pudiste empezar por ahí —calló las futuras réplicas al correr la cortina, lo que eliminó el encantamiento silenciador, y a su vez, los expuso a Nott, si es que el niño prestaba atención al mundo más allá de sus libros cuando se ponía a leer. Lo dudaba.

Harry se acomodó los lentes y se dirigió al baúl, en busca de la capa de invisibilidad que yacía en el fondo, y quizás, un suéter. Tuvo que obligarse a no lloriquear por el frío suelo de las mazmorras hasta dar con los zapatos y encajarlos en sus pies; un suspiro de alivio se le escapó al conseguirlo.

Se metió en uno de los suéteres tejidos, marca Molly, más viejos entre los que aún le quedaban bien, y se pasó la capa por los hombros, para que sólo le cubriese la espalda.

—¿Otra vez esa cosa fea? —Draco, que se puso de pie y alisaba su pijama con las manos, arrugó la nariz al notar lo que se ponía. Era un comentario similar al que le hizo en navidad, por lo que no hubo sorpresa al oírlo.

—Este es otro.

—¿Tienes más de uno?

—Te dije que cada año...

—Sí, sí. Pensé que los dejarías en el fondo del armario —tiró de una hebra deshilachada al acercarse, y torció la boca unos segundos.

Él rodó los ojos, lo imitó con una voz aguda, que le ganó una mirada poco agradable, y les acomodó la capa por encima a los dos. Comprobó que los cubriese por completo, al mismo tiempo que Draco apoyaba el Mapa original en su antebrazo, y las copias de la estructura en una pila ordenada en el otro, pluma en mano.

—Leporis —llamó con voz queda. Del enredo de cobijas que había sobre su cama, brotó una figura pequeña, que voló hacia ellos gracias a sus orejas y los erráticos movimientos que hacía—. Aquí —A la segunda palabra, el conejo descendió al suelo, se deslizó por debajo de la capa, y alcanzó a su dueño, para acurrucarse en uno de sus hombros.

Harry lo observaba boquiabierto.

—¿Qué? —arqueó una ceja, como si supiese que lo que estaba a punto de decir, era una estupidez.

—¿Tu conejo puede vernos a través de la capa?

—No creo —se tomó un segundo para girar la cabeza, permitiéndole a la criatura olfatear y lamerle una mejilla—, pero le estuve enseñando a reconocer y seguir mi voz.

—Eso es genial.

El niño le contestó con un vago sonido afirmativo, a la vez que le daba un vistazo al cuarto para asegurarse de que su compañero siguiese ajeno a ellos, se acomodaba los papeles, y le hacía un gesto para avanzar.

Con la práctica que tuvieron durante el primer trimestre, abrió la puerta sin hacer ni un sonido, la cerró del mismo modo, y los guio por las escaleras, a la Sala Común y los pasillos de las mazmorras.

Draco iba justo un paso por delante, alternando la vista entre el mapa y el camino por el que andaban, mientras Harry tenía un brazo en alto para conservar el lumos de su varita, y recorría los alrededores con la mirada. Frenaron dos veces antes de subir al primer piso, en especial cuando les pareció ver a Snape demasiado cerca, y tuvieron que esperar a que entrase al cuarto que le correspondía, para proseguir sin riesgos.

A lo lejos, creyó oír un cántico melancólico y escalofriante, mas no hubo sensación de ser observado esa vez, e incluso cuando se lo avisó y se detuvieron cerca de las escaleras, para ver alrededor, no se percataron de nada inusual en el ambiente.

El niño-que-brillaba decidió que no le darían importancia, a menos que el pájaro Augurey se presentase de nuevo. Pero sólo por precaución, Draco se sacó la cadena que sostenía el Apuntador, y lo dejó sobre el lado interno de su codo, señalando la dirección en que estaba Ioannidis.

Deambularon por las escaleras móviles por lo que pudo ser una eternidad. Encontraron un pasadizo detrás de un cuadro, que daba hacia un piso superior a través de un pasillo basto y oscuro —ambos niños se vieron un poco confundidos por la lógica de Hogwarts, a decir verdad—, y una armadura que cobraba vida cuando sentía la presencia de un estudiante, en horario inapropiado, demasiado cerca, para formar un escándalo.

A Harry le tocó cambiar de lugares entonces, para sostenerle la mano y sacarlo corriendo lejos de Filch y su gata. Los gritos amenazadores se escucharon a la distancia cuando Peeves se añadió a la escapada y comenzó a molestarlo.

Frenaron un piso más arriba, para apoyar la espalda en una pared y recuperar el aliento. Draco, aún jadeante, comprobó las viñetas del mapa y la flecha del Apuntador, luego se permitió un escueto suspiro.

—A salvo —murmuró, con un asentimiento.

Harry dio un vistazo a ambos lados del corredor y el tramo de escaleras más próximo. Repitió el gesto.

Definitivamente a salvo.

Giraron las cabezas para intercambiar una mirada y tuvieron que contener la risa, Harry mordiéndose el labio, Draco apretándolos.

—Ponle una nota a donde está la armadura, para que no pasemos por ahí otra vez...

—Ya lo hice —le contestó, en el mismo tono bajo con que él le habló, pero tenía el ceño fruncido, y la curiosidad lo hizo removerse bajo la capa e inclinarse por encima del hombro que Lep no ocupaba.

—¿Qué pasa?

Por reflejo, los dos se encogieron un poco ante el ruido estridente de armaduras cayéndose, provocado por Peeves a lo lejos, que se ganó más gritos del conserje.

—Por aquí hay algo raro —Draco se cambió de brazo los pergaminos, para acercarse más a él y que pudiesen revisarlos al mismo tiempo. Se soltó de su agarre anterior y señaló un área que se mostraba intermitente y difusa—. Esto no estaba ahí antes.

—¿Seguro?

Lo vio asentir y apretar los labios otra vez.

—¿Tal vez...?

—Vamos a averiguar —Harry asintió, sujetándole los hombros para volver a la improvisada hilera con que se movían bajo la capa. A último momento, se asomó de nuevo sobre su hombro—. ¿Qué hora tienes en el Apuntador?

—Casi la una.

Moriría de sueño al día siguiente, ya se lo podía imaginar, pero Draco aparentaba estar en perfectas condiciones; por la manera en que le daba vueltas a la pluma en su mano, se notaba que esperaba tener al menos otro descubrimiento por esa noche, para irse exhaustos a la cama.

Hay que tener cuidado con la curiosidad que puede sentir Draco, añadió al registro imaginario, a pesar de estar seguro que, desde que comenzaron las expediciones nocturnas, debía haber agregado comentarios similares un millar de veces.

Sin embargo, era uno de esos detalles por los que se sentía incapaz de enojarse. Quizás tendría que hacer otra lista de estos un día.

El niño le hizo un gesto para indicarle que lo siguiese, ese movimiento flojo de muñeca que le hacía saber que tenía una idea de por dónde ir.

Caminaron despacio y en silencio hacia las escaleras más próximas, alcanzaron una plataforma pequeña, cuadrada, antes de que estas se moviesen para completar una vuelta. Draco los llevó por la única puerta que había, de un armario de escobas, tanteó una de las paredes, hasta que dio con una piedra suelta y la presionó para cambiarla de posición.

Un sonido de arrastre fue la advertencia que tuvieron cuando la pared se dividió en dos segmentos y se separó, revelando una abertura hacia una cueva y un suelo en forma de pendiente, que iba hacia abajo.

Draco levantó el mapa para que pudiese darle una ojeada sin inclinarse. El área recién descubierta, comenzaba a hacerse más clara, aunque todavía era intermitente.

Intercambiaron otra mirada, más determinada ahora que sabían que iban por buen camino, y avanzaron por la cueva.

Al principio, el suelo húmedo creaba chapoteos y les empapaba los zapatos a ambos, escuchó un débil quejido de su amigo. No fue hasta que el niño se resbaló y Harry tuvo que sostenerlo con ambos brazos, para que no saliese cuesta abajo, que supo que algo no andaba bien.

La varita se zafó del agarre entre sus dedos, cayó con un tintineo y rodó por la pendiente, hasta perderse de vista. Draco se sostenía de forma precaria, mitad aferrado a él, mitad ocupado con los pergaminos.

Luego la sensación de ser observados volvió.

En un descuido, suavizó el agarre. Draco emitió un grito ahogado al irse hacia adelante. Harry se lanzó tras él, intentando sostenerlo, e impactaron contra un suelo rocoso, en un torbellino de extremidades, pijamas y una capa, hasta una superficie más seca y regular.

—Merlín, ¿qué...? Potter, estás matándome —gimoteó desde alguna parte de la oscuridad, que provenía debajo de él. Harry se apresuró a buscar un punto de apoyo para los brazos e impulsarse hacia arriba, de modo que no lo aplastase.

—Lo siento, lo siento, ¿dónde...

Lumos.

El hechizo fue una exhalación, pero incluso antes de que la varita de Draco les brindase una luz blanquecina, ambos se tensaron al caer en cuenta de que sus voces no eran el único ruido presente. Una respiración lenta y profunda envolvía el lugar al que llegaron.

—...estamos? —completó con voz ahogada, quedándose sin aliento al ver a la criatura que los acompañaba.

Era la bestia más aterradora que Harry había visto en su vida, y a sus once años, habría jurado que tenía el tamaño de su casa en Godric's Hollow. De pelaje oscuro, tres cabezas que estaban amontonadas, con los ojos cerrados, sobre un par de patas que eran más grandes que los dos juntos.

Tragó en seco. Tuvo la impresión de que Draco hacía lo mismo al llevarse una mano a la boca y apretar con fuerza.

—No grites, no grites, no grites...—rogó en un susurro. El otro le dirigió una mirada desagradable y se echó un poco hacia atrás, aún atrapado en el desastre en que se convirtieron al caer.

Cuando lograron sacarse la capa, un resoplido de la cabeza más próxima, los azotó igual que una oleada de aire caliente. Malfoy se tensó tanto que Harry se distrajo, de nuevo, por el temor de que fuese a gritar; la mano con que sostenía la varita le temblaba al mantenerla en alto, para que pudiesen distinguir la sala circular en que estaban.

Con cuidado, forzándose a no dar más que respiraciones superficiales y desobedecer el impulso de echar a correr, palpó el suelo en busca de su propia varita. Los dedos se le cerraron sobre un trozo de madera circular, y al balbucear el encantamiento, una luz idéntica a la que Draco generaba, se unió a esta.

Su amigo estaba haciendo un esfuerzo por no temblar más al recoger los pergaminos. En el momento en que otra ola caliente los alcanzó, Harry también se encogió.

Sólo tenían que volver por donde llegaron, ¿cierto?

Gateaba, medio arrastrándose, hacia Draco, cuando un débil ruido de roce los alertó a ambos. Ojos de un gris brillante lo buscaron, enormes y en pánico. Quiso decirle que no tenía de que preocuparse.

Lo hubiese hecho, si Lep no acabase de echar a volar hacia el gigantesco perro de tres cabezas, para sentarse sobre la nariz de uno.

Harry sintió que la mandíbula se le desencajaba en un grito mudo. Vio al conejo olfatear el aire y mover las orejas, el perro resopló de nuevo; cuando debió notar que el peso extra no se quitaba de encima, entreabrió los ojos con un gruñido que hizo temblar las paredes y el suelo.

Deseó soltar la sarta de palabras groseras que Sirius decía y Lily le prohibía oír, pero no se las sabía, así que sólo pudo hacer un sonido lastimero al apurarse para reunirse con su amigo. Draco se acomodaba los pergaminos y el Apuntador dentro del pijama con prisas, sin despegar los ojos ni la varita del perro que comenzaba a levantarse. Fue él quien lo vio.

La criatura alcanzó el techo al erguirse, Lep se puso a revolotear alrededor de sus tres cabezas. La de la derecha, al percatarse de los niños, lanzó una mordida al aire, que llegó lo bastante cerca de ellos como para que percibiesen el aliento fétido rozarlos.

El perro gruñó otra vez. Draco gritó con la suficiente fuerza para que sintiese que los tímpanos se le rompían; más tarde, se preguntaría si fue un hechizo lo que produjo tal sonido.

Después hubo un par de manos que lo empujaban, un jalón. Fue su turno de gritar cuando recibieron un golpe, se deslizaron a través de otro agujero y cayeron más.

Harry recordaría que la visión se le oscureció un momento. Tras parpadear varias veces, lograría enfocar una cabellera rubia platinada, que le hacía cosquillas en la nariz. Se movió con dificultad, lamentándose por los latigazos de dolor de los músculos y la espalda, sobre una superficie cubierta de algo más blando, por la forma en que se sentía.

—¿Draco? —no se dio cuenta de lo seca que tenía la garganta hasta que intentó hablarle y el sonido apenas brotó de sus labios. Estiró una mano, hasta dar con el hombro de su amigo, y lo zarandeó; le pareció oír una débil protesta—. Draco, ¿estás bien? ¿Te lastimaste? ¿Me oyes?

El cuerpo sobre él se removió con pesadez.

—Estoy...vivo —la cabeza rubia se alzó lo necesario para que se encontrase con los ojos entrecerrados, la expresión de dolor teatral—, pero duele.

Harry llevó los dedos hacia la mejilla de Draco, el lugar donde tenía unas líneas rojizas de cortes; al tocarlas, este se encogió y sacudió la cabeza, lanzando una mordida fingida al aire, que le recordó a la bestia de tres cabezas de un modo bastante irónico.

—¿Qué te duele?

Existir.

Intentó poner una mueca de hastío, pero muy a su pesar, terminó por soltar un resoplido de risa y negar. Lo abrazó con fuerza, lo sintió removerse, tensarse un segundo, luego relajarse bajo su contacto.

—Potter.

—¿Hm? —enterró la cara en una parte del cabello del otro, y suplicó en su mente porque, al girarse, no hubiese otra criatura de tres cabezas, o algo peor.

—Creo que estamos en problemas.

—Me imagino que sí.

—Potter —repitió. Ante la suave sacudida en uno de sus hombros, se apartó y le prestó más atención—, tienes que ver esto.

Draco, que se sostenía con los brazos doblados por encima de él, tenía los ojos puestos en una zona más allá de ambos. Harry arqueó la espalda y echó la cabeza hacia atrás, tanto como el cuello se lo permitía, para encontrar lo que tenía a su amigo tan intrigado.

Acababan de llegar a una sala bien iluminada por focos dorados, con filas de mesas de exposiciones, selladas por cajas de cristal. Al fondo, en un elevado de tres escalones por encima del nivel del suelo, estaba el espejo de Oesed.


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