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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo veintiuno: De cuando Pansy descubrió un tesoro (pero no se los dijo)

Harry se apartó por reflejo. Quizás fue el gesto, o la expresión estupefacta y horrorizada que debió poner en ese momento, lo que alertó a su mejor amigo y lo hizo avanzar en su dirección.

—¿Harry? ¿Qué...?

Una mancha gris pasó frente a él de pronto, un remolino de movimiento. Cuando se quiso dar cuenta de lo que ocurría, una figura espectral estaba entre ambos.

Draco se enderezó y apuntó con el índice el pecho de Ron, de forma acusatoria.

Vous! Éloigne-toi de mon frère! —el francés perfecto no llamó más atención de la necesaria, dado que sólo algunos de los fantasmas lo comprendieron. Ron frunció el ceño y dio un manotazo al aire.

—Oye, amigo, cálmate, que no te entiendo nada, ¿hablas inglés?

De reojo, se percató de que Pansy también se acercaba a ellos, con el bolso de mano presionado contra el pecho y la postura de indiferencia abandonada para entonces.

Cuando parecía que Draco iba a volver a reclamarle algo que no entendía, el manotazo de Ron acertó en uno de sus brazos. Lo atravesó al instante, pero la piel y tela que quedó atrás, se hizo sólida y colorida frente a ellos. Su amiga ahogó un jadeo.

En un giro de muñeca, Draco tenía la varita afuera. Pansy se colgaba el bolso en el hombro, y sostenía un brazo de cada uno. Ocurrió muy rápido.

Omnes tenebrae —no fue más que un susurro del niño. De la punta de la varita, brotaron hileras oscuras que los envolvieron a los tres.

Una barrera negra los separó del exterior, lisa, completa, apenas permitía ver hacia afuera. Sus amigos se movieron con brusquedad, Pansy emitió un quejido al atrapar a Draco, que dejó caer la varita al suelo, la pieza rodó entre sus pies, sin dejar de soltar hileras.

—Sujétalo, ¡sujétalo! —le gritó. Harry se estiró y le pasó los brazos alrededor para evitar que se cayese. Le llevó unos segundos darse cuenta de que el niño-que-brillaba no respondía.

—¿Qué...?

—Utilizó un encantamiento del tío Lucius, no se supone- él sabía...oh, no, no...espera, dámelo —se pasó uno de los brazos de Draco por encima de los hombros, soltando un quejido por el repentino peso sobre ella, y dio un vistazo alrededor —. Tú toma la varita, no la sueltes. Tenemos que salir de aquí, por donde entramos.

Harry se agachó para coger la pieza de madera, la aferró entre los dedos, y se puso el otro brazo de su amigo por encima, para ayudarla a cargar con él de regreso al cuadro del pasadizo oculto.

Arrastraron los pies hacia la salida, la varita no dejaba de soltar oscuridad que les nublaba la visión, las manchas plateadas los dejaban para darle paso a sus constituciones normales y tonos reales. Salieron trastabillando al pasillo, pero Hellen dio un paso hacia atrás y miró alrededor, varita en mano; lo que fuese que observase, no podía ser a ellos, dada la manera en que aparentaba estar lista para un duelo.

—Con- Snape, vamos con Snape —Pansy jadeó, acomodándose a un costado del niño para mantener el equilibrio. Los jaló en dirección al final del pasillo.

La barrera no se disolvió a medida que avanzaban, ni la varita dejó de producir el hechizo. En realidad, parecía que no hacía más que empeorar con el transcurso del tiempo, porque los estudiantes que estuvieron en su camino se pegaban a la pared, desesperados por apartarse, o huían, dando vistazos hacia atrás.

Volvieron a trastabillar al alcanzar las escaleras, se tropezaron al ir hacia las mazmorras. Tuvieron que apoyarse de a momentos en las paredes de roca, para no dejar caer al niño inconsciente.

Cuando alcanzaron la puerta del laboratorio de Pociones, se lanzaron sobre ella para empujarla y abrirla hacia adentro con su peso. Se tambalearon, la atención del profesor, que estaba detrás del escritorio, se dirigió hacia ellos de inmediato, con la expresión más perturbada que le había visto alguna vez; ojos más abiertos de lo normal, labios separados, sin el ceño fruncido.

Snape se puso de pie enseguida y rodeó la mesa. Aunque no atravesó la barrera, sí se aproximó, mirando alrededor, como si buscase algo o a alguien.

—Draco —su voz se oía amortiguada, lejana—, Draco, ¡Draco! ¿Qué hiciste ahora? ¿Por qué usaste la oscuridad absoluta? Prometiste- tú- niño insolente, malcriado, prepotente, eres un- un- ¡deshazlo ahora mismo, Draconis!

—El gorro de mi hermano —dijo Pansy de pronto, rebuscó en su bolso de mano, hasta dar con la prenda, que se colocó sobre la cabeza. Al instante, la mirada de Snape fue a parar a ella; su expresión se endureció, el entrecejo se frunció.

—¿Señorita Parkinson? —siseó entre dientes, a la vez que estrechaba los ojos—. Espero una muy buena explicación sobre esto.

—Más tarde, profesor —Harry se quedó boquiabierto al verla ignorarlo por completo. Snape la observaba como si estuviese considerando maldecirla—. Draco se desmayó después de la oscuridad absoluta y su varita no deja de hacer más y más.

El hombre se apretó el puente de la nariz.

—Sólo se puede quitar desde adentro, con la misma varita que lo inició, lo sabes.

—Haría una explosión si tocó su varita...—ella dejó las palabras en el aire cuando miró hacia un lado, a Harry. Sus ojos se abrieron de sobremanera—. Pero  no —musitó.

El niño frunció el ceño, pasando la vista de uno al otro.

—Merlín bendito, no de nuevo —Snape soltó una exhalación larga y pesada—. Es "summa lux", Potter, sin florituras. Sácalos de ahí.

—Pero yo...

—Si su varita no fuese a funcionar, ya lo habrías notado —Pansy lo tranquilizó, en tono suave. Él vio a la niña, luego a su amigo inconsciente, y a la varita en su mano, tan cálida como sentía la suya propia.

Summa Lux.

Apretó los párpados y rogó porque funcionase. Supo que lo hizo cuando, a través de estos, distinguió el cambio de oscuridad a luz cegadora afuera. Aguardó unos segundos y un susurro de túnicas para abrirlos de nuevo.

Pansy se cubría parte del rostro con las manos, Snape acababa de avanzar y les quitaba a Draco de encima, para cargarlo él mismo a la sala oculta que tenía detrás de la pared. Una especie de neblina negra se despejaba, la varita vibraba apenas entre sus dedos. El profesor le dirigió una mirada extraña, antes de perderse en la sala contigua con el niño en los brazos.

Harry suspiró.

—¿Qué acaba de pasar?

—Usó la oscuridad absoluta —murmuró Pansy, cambiándose de posición el bolso al dar algunos pasos en dirección a la otra sala, en la que se asomó. Desde el ángulo en que Harry estaba, divisaba un sillón-cama, recién transfigurado de unos estantes, en los que Snape recostó al niño-que-brillaba, el profesor deambulando entre las pociones, mientras mascullaba lo que sonaba a "niños imprudentes y estúpidos" y "riesgos innecesarios". Ella le dirigió una breve mirada; debió notar la confusión en su rostro, porque le mostró una débil sonrisa y comenzó a juguetear con los volantes de su vestido—, es un hechizo que llena de oscuridad el lugar en donde está quien lo usa, se supone que sólo él ve a través de ella y la puede quitar; tuvimos suerte de que los sujeté a los dos, o nos habríamos perdido.

La niña se balanceó sobre los zapatos de diminuto tacón un par de veces. Después de asomarse otra vez en la sala contigua, exhaló.

—Voy por Hellen, ¿sí? Debe estar pensando que nos pasó algo terrible —Harry asintió, distraído—. Puedes entrar a acompañarlos, ¿sabes?

Se mordió el labio inferior al negar.

—No quiero que Snape me lance una maldición —su amiga se rio, cubriéndose la boca con el dorso de la mano.

—Snape está demasiado ocupado justo ahora para lanzarte una —tras la aclaración, giró, se reacomodó el bolso otra vez, y desapareció de su vista.

Harry vaciló un momento, antes de dirigirse hacia el umbral que se formaba en el agujero de la pared, entre el salón y la siguiente habitación. Observó a su amigo tendido en el largo sillón, el profesor dándole de beber de un frasco sin color y frotándole la garganta con el pulgar, para forzarlo a tragar aun dormido. Justo como Pansy dijo, Snape no lo tomó en cuenta; permaneció junto al niño, lo suficiente para asegurarse de que la poción surtía efecto, luego buscó otra que también le dio, para después invocar una silla y tomar asiento a un lado de él. El silencio sólo era interrumpido por la acompasada respiración de Draco, pálido y cubierto por una ligera capa de sudor, los murmullos irritados de Snape, que presionaba la punta de su varita contra una de las palmas del niño, trazando una figura que no alcanzaba a ver.

De forma vaga, se preguntó qué sería.

Cuando decidió que el hombre no haría nada, sujetó la silla más cercana y la alzó, para evitar producir el ruido de arrastre sobre la roca, y se sentó a un lado de ambos. Observaron a Draco inconsciente sin decirse ni una palabra. Continuaban así cuando Pansy llegó corriendo, seguida de una Hellen que empalideció al toparse con Snape.

—Profesor- yo- le juro que...—el hombre la hizo callar con una simple mirada. La muchacha se puso rígida.

—Espero que no tenga usted algo que ver en esto, señorita Rosier.

Hellen parpadeó.

—No- yo, yo no- no hice nada, señor.

Snape asintió despacio y se puso de pie; sin decir más, abandonó la sala y el laboratorio después. Ninguno de los tres respiró con tranquilidad hasta que la puerta se cerró detrás de él.

Pansy emitió una risita nerviosa cuando lo observó perderse, y tomó asiento en la silla que antes ocupaba el maestro, estirándose para sostener una de las manos de Draco y jugar con sus dedos.

—Merlín —Hellen jadeó, dejándose caer en el suelo, a un lado del sillón largo donde el niño reposaba. Se pasó una mano por la cara, ojos muy abiertos los contemplaron—, ¿qué les pasó? En el pasillo, se puso oscuro de repente, no veía ni oía nada, pensé- oh, por Salazar, pensé que acababan de cubrir todo de plasma.

—Un montón de Gryffindors entraron a la fiesta de los fantasmas —Pansy le explicó en voz baja, sin despegar los ojos de su amigo—, casi nos atrapan. Draco nos sacó con un hechizo y se agotó.

—¿Pero están bien?

Ambos asintieron a la vez.

—Debería despertar en un rato —la niña ladeó la cabeza y la apoyó en una orilla del sillón, soltando una exhalación profunda.

—Eso es lo más importante —Hellen volvió a pasarse una mano por la cara, echándose el cabello hacia atrás en esa ocasión, y resopló—, avisaré a los demás que mi grupo tuvo problemas. Podemos sacarlos de este reto y...

Casi tan pronto como lo dijo, Pansy volvió a enderezarse de golpe, y la observó con un puchero.

—¿Sacarnos? ¿Por qué nos vas a sacar? —lloriqueó igual que una niña pequeña—. No nos atraparon, lo juro, ¿verdad que no lo hicieron, Harry? —el aludido se apresuró a negar, a falta de una mejor idea.

—Pero lo que les pasó, el plasma- Draco- no puedo poner en riesgo-

Su amiga le pasó el bolso a Harry con su mano libre. Él frunció el ceño, la vio asentir, y lo abrió; dentro, el espacio se expandía al mismo nivel en que lo haría un maletín o mochila, en el fondo de la tela blanca, yacía un diminuto frasco, sellado por un corcho, que contenía una sustancia que no era gaseosa ni líquida, plateada, y se removía en una oscilación lenta y continua.

Una sonrisa creció en sus labios al sujetarlo y sacarlo. Se lo mostró a Hellen, que le devolvió el gesto, y los miró con algo muy cercano al orgullo.

—Lo tienen, ¿cómo...?

—No es mucho, pero lo tomé de una mujer fantasma cuando vio a los Gryffindor que entraban —Pansy se irguió y su actitud altiva le arrebató una carcajada a Harry.

—Eso significa que lo tenemos a tiempo, ¿verdad? ¿Seguimos en el juego?

Hellen asintió.

—Mañana los reuniremos para los resultados —avisó, poniéndose de pie para revolverles el cabello a los dos—; lo hicieron muy bien, chicos, en serio. Avísenme cuando Draco despierte, ¿bien? Les voy a llevar comida del banquete a la Sala Común, se lo merecen.

La Guardiana se despidió con un gesto de su mano y caminó de vuelta al aula de Pociones; el profesor aún no regresaba. Pansy volvió a recostar la cabeza a un lado de su amigo, Harry apoyó los codos en el borde del sillón, y se dedicó a verlo dormir y a esperar.

Unos minutos más tarde, cuando Draco balbuceó, se movió y terminó por abrir los ojos, Pansy se abalanzó sobre él para abrazarlo, y el niño se quejó hasta que le enseñaron el frasco con el plasma.

—Les dije que lo haríamos —elevó el mentón, con una sonrisa pequeña y prepotente. Harry, que no encontró forma de enojarse con él por esa vez, se unió al abrazo, derribándolos a ambos sobre el sillón entre risas.

Lo único que pudo sacarlos del cuarto fue el regreso de Snape, que masculló acerca de quitarles puntos, irresponsabilidad de los estudiantes, entre otras amenazas, y volvió a sentarse junto al niño cuando ellos salieron. Al dar un vistazo hacia atrás, Harry se percató de que el profesor se inclinaba para hablarle en voz baja a su amigo, pero desconocía si el ceño fruncido y los labios apretados se debían a molestia, preocupación, o una complicada combinación de ambas.

Esa noche, comieron como reyes, en una mesa redonda y sillas acolchadas que Hellen transfiguró para ellos dentro de la Sala Común. Su Guardiana se sentó con ellos y les habló de lo que era ser la HeadGirl, estar en séptimo, las clases de Alquimia —temas que dejaron a Harry con la sensación de estar desorientado—, y les contó más acerca de su experiencia durante el Juego de Slytherin y los retos por los que pasó sola.

Incluso cuando no le agradaba la idea de que Draco tuvo que desmayarse por agotamiento mágico, y se enteró de que Snape habló muy seriamente con él por más de una hora, no pudo evitar sentir que lo hicieron bien y ganarían los juegos. Que Draco propusiese un falso brindis entre ellos, con copas de jugo de calabaza, por la próxima victoria, sólo sirvió para contagiarles el entusiasmo y que Pansy y él terminasen riendo de los planes alocados que la muchacha y su amigo tenían.

0—

A Pansy le pesaban los párpados; conocía la sensación, era común que la invadiese. Esperaba poder llegar a la noche, a pesar de ella. Sería el día de los resultados del primer reto de los Slytherin, el comienzo de noviembre y una oportunidad para tomarse un pequeño descanso tras el susto de haber visto a Draco caer inconsciente frente a ellos la noche anterior.

Las clases pasaron rápido, entre las notas que tomaba, los susurros de las conversaciones que sus amigos mantenían cuando creían que los profesores no se darían cuenta, Harry y Draco dándose patadas sin fuerza bajo la mesa, hasta que la hacían rodar los ojos y llamarlos "infantiles".

Almorzó con Draco en el patio interior del castillo, Lía se mantuvo parada junto al banco que ocupaban, en caso de que necesitasen algo más, y su mejor amigo le pasaba la comida apropiada al conejo mágico, que descansaba sobre su regazo, a medio camino de transformarse en un trozo de la tela de su túnica de uniforme. Por la tarde, ambos tuvieron práctica de Quidditch, y por pertenecer a la misma Casa, pudo ocupar las gradas para verlos entrenar; en su opinión, pasaban más tiempo hablándose y correteándose entre ellos que siguiendo las instrucciones que les daban, pero quién sabe, Pansy no conocía mucho del juego.

Cuando el equipo dio por finalizado el entrenamiento y los chicos marcharon hacia el vestidor, Pansy se puso de pie y recorrió por su cuenta el camino de vuelta al castillo, entre leves tambaleos y pitidos en los oídos.

Pansy, Pansy, Pansy —voces suaves, distantes, la llamaban. Ya que su campo de visión permanecía claro y despejado, no se molestó en intentar buscar el origen de los sonidos—. Pansy, Pansy. Pansy. Pansy.

Consideró ir a la Lechucería para visitar a Fénix, pero después de un momento, se decantó por deambular por los pasillos casi vacíos a esa hora. En algunos puntos, antes de dar vuelta en las esquinas o cerca de aulas vacías, una oleada de frío le calaba en los huesos y la obligaba a cruzar los brazos e inhalar de forma brusca; en otros puntos del trayecto, los bordes de su campo de visión se oscurecían, aunque no lo suficiente para hacerla volver la cabeza.

Alcanzó la puerta del baño del primer piso y entró. Estaba solo, un charco se formaba alrededor de un lavabo que aparentaba estar en desuso.

Pansy, Pansy, Pansy. ¡Pansy!

Cerró la puerta, para apoyar la espalda contra esta, y tomó una profunda bocanada. Se forzó a relajar los músculos al instante.

Pansy, Pansy.

Apretó los párpados unos segundos. Al abrirlos, se topó con una silueta extraña y traslúcida, por la que podía divisar el resto del baño transformado por un tono plateado. Se presionó contra la superficie detrás de ella ante la mirada fija del fantasma. Le llevó un momento distinguir su forma por completo.

Se trataba de una niña. Vestía una túnica anticuada y tenía dos coletas largas, unos lentes redondos, horribles, empobrecían la visión de sus ojos grandes.

Pansy llevó una mano al bolsillo donde se guardaba la varita, aunque no la tocó; sabía que podría causar una explosión apenas lo hiciese. Casi podía oír la voz de su padre, distante, difusa, igual que en un sueño.

Un mago ordinario no puede hacer nada contra un fantasma. En el mejor de los casos, un fantasma tampoco puede hacerle algo al mago, pero es mejor que no los tientes.

—Hola —balbuceó. El fantasma, que flotaba frente a ella, se balanceó en el aire, trazando un círculo que las dejó de nuevo cara a cara. Pansy no se encogió ante el escrutinio, a pesar de que sintió el impulso de hacerlo.

—Hola —la niña fantasma dio un vistazo alrededor—, ¿eres tú quien me ha estado lanzando libros? Habría jurado que escuché voces de varones hace rato.

—¿Te lanzan libros? —ladeó la cabeza, un poco aturdida. ¿Por qué alguien haría eso?— ¿te lastiman?

El fantasma estrechó los ojos al echarse hacia adelante, Pansy se volvió a presionar contra la puerta.

—¡Claro, lancen libros a Myrtle, que no siente nada! —exclamó, su voz retumbando entre las paredes de cerámica. La niña tembló y tragó en seco—. Cinco puntos si le dan en el estómago, ¡veinte puntos si le dan en la cara! —la mano de plasma le golpeó en ambas zonas; el tacto se sentía helado, le produjo escalofríos, aunque no dolió, ella jadeó y apretó los párpados de todos modos.

—No- no me grites, por favor.

Al abrir los ojos de nuevo, tras un momento, el fantasma había vuelto a distanciarse y la observaba con una expresión que no supo descifrar. Pansy inhaló profundo.

—Es- es horrible que te tiren libros —musitó—, ¿le has dicho a los profesores?

—¿Para qué? Estoy muerta —la tal Myrtle osciló en el aire, de reversa, sin dejar de verla—. No es como que les importara, ¡a nadie le importaba, ni siquiera cuando estaba viva!

Pansy se encogió contra su voluntad. El fantasma se detuvo, la miró unos segundos, y después se deslizó de vuelta hacia ella.

—Te asusto.

—No- no es verdad.

—Te asusto —repitió, descendiendo hasta que quedaron casi a la misma altura—, nunca se asustan. Ellos me molestan, como todos- los niños, esos tontos.

—No me asustas tú, son tus gritos.

El fantasma trazó un semicírculo en torno a ella, a la vez que pronunciaba un largo "hm". Sus coletas se sacudían con el movimiento de forma cómica.

—¿Te han gritado mucho? —Pansy asintió, despacio—. A mí también, siempre, siempre me gritaban. Sobre todo Olive, agh, ella me gritaba cada vez que podía, pero, oh, cómo la hice gritar yo el día de su boda, ese día, fui hasta donde estaba, y entonces, me aparecí, ¡su cara fue algo único! Ojalá hubiese estado viva, le habría roto ese feo vestido que usaba.

Mientras el fantasma se echaba a reír de forma estruendosa, la niña llevó una mano tras la espalda, tanteando la puerta para dar con la perilla. No la hallaba.

—¿Eras una estudiante cuando moriste? —Myrtle trazó otro círculo en el aire, antes de asentir— ¿fue aquí? ¿Qué te pasó?

Estaba segura de que no la había visto en la fiesta de los fantasmas, lo que le resultaba raro. Myrtle emitió otro "hm".

—Tuve un accidente —mencionó, en un tono suave—, debí hacer caso, él me dijo, pero no lo hice. Y morí.

—¿Caso sobre qué?

—Sobre la magia- la magia real. Él sabía de eso —al ver el ceño un poco fruncido de Pansy, la fantasma empezó a soltar una risa aguda y vibrante—, él entendía, él sabría explicarte. Tuve que hacer lo que me dijo. Ah, habrían tardado días en encontrarme, si no hubiese sido por él...hm, era de Slytherin, igual que tú —se deslizó en otro círculo, lento, estirando los brazos a sus costados, como si nadase en lugar de flotar—. ¿Cómo te llamas?

—Pansy Parkinson.

—¡Parkinson! —Myrtle se enderezó de pronto, ojos muy abiertos se fijaron en ella cuando chilló— ¡Parkinson! ¿Conoces a Stephan? Estuvo aquí hace años, no recuerdo cuántos.

La niña le mostró una débil sonrisa, presionó la mano en torno a la perilla.

—Era mi padre.

—¡Oh, Stephan con una hija! Él era tan, tan guapo, tan lindo, siempre que prometía visitarme, venía, y me hablaba, y me escuchaba decir lo horrenda y lamentable que es la muerte y la existencia —soltó un suspiro soñador, seguido de otro chillido, que se mezcló con una risa—. Nunca entendí qué le veía a esa Amelia Loupé, niña horrible, una vez le chapoteé sobre el uniforme y la hice gritar, oh, pero a él le gustaba igual, aunque no dejó de venir a visitarme y oírme por eso, no, no lo hizo, Stephan era el mejor…

Abrió y cerró la boca, optando por guardarse el detalle de que la 'niña horrenda' era su propia madre. Era probable que el fantasma no necesitase esa información, y por la manera en que Myrtle se inclinó hacia ella, estaba claro que era mejor así.

—¿Tú también vas a venir a visitarme? ¡Necesito alguien con quien hablar! —lloriqueó con fuerza, agitando los brazos—. Esos niños que me molestan son idiotas, y por aquí, casi nadie pasa. Si tú vienes a hablarme y me cuentas cosas de vivos, prometo no gritar tanto. ¡Di que sí! ¡Ven, ven a visitarme otra vez!

Pansy asintió.

—Supongo que puedo, ¿no? Pero no sé qué quieres que te cuente de los vivos, puedes verlo tú misma si vas por el castillo.

—Oh, pero yo no salgo —Myrtle negó—. No, no, desde lo de la tonta de Olive, me quedo en los baños, es más fácil, aquí nadie me quiere exorcizar. Pero si tú entras a alguno, yo te puedo encontrar, ¡di que vas a venir a visitarme o te buscaré, Parki-Parki!

¿Parki-Parki?

Se obligó a no reírse y volver a asentir.

—Sí, sí, bien. Voy a venir a visitarte.

Myrtle chilló al levitar hacia atrás.

—¡Consígueme una foto de Stephan! ¡Una donde esté grande! Siempre le dije que sería un hombre tan guapo, ¡debió serlo, lo era ya de joven! Cuando estudiaba aquí, podía verlo por horas sin cansarme, aunque siempre me sacaba del baño de Prefectos...

—También voy a hablar con los profesores, sobre los niños que te lanzan libros. No le hacen eso a los otros fantasmas ni a Peeves.

El fantasma ladeó la cabeza y permaneció un silencio un momento.

—Tú te pareces a él. Espera —Myrtle levitó de reversa, trazando un arco, y se metió de cabeza en un lavabo, desvaneciéndose en la salida de agua hacia las tuberías. Pansy se llevó las manos a la boca para ahogar un grito, los tubos emitieron un ruido leve, y de pronto, el fantasma volvía a estar afuera, más gotas se unían al charco del suelo.

Myrtle soltó un "prr" al sacudirse, a pesar de que era imposible que se hubiese mojado.

—Mira esto, mira, mira —se elevó en dirección al ventanal redondo en lo alto de la pared opuesta a los lavabos, y presionó una mano espectral contra una baldosa fuera de lugar junto al cristal—, aquí está. Deberías recogerlo, antes de que alguien más lo haga; algunos años, se queda ahí, y en otros, lo recogen como en estas fechas. Stephan lo tuvo también, cuando estaba en sexto, le gustaba tanto.

—¿Qué cosa?

—El tesoro de él.

Pansy dio un par de pasos lentos en su dirección. Incluso si quisiera tomar lo que fuese que estaba ahí, la cerámica estaba, al menos, a dos metros por encima del suelo, y no podía contar con su varita para bajarla o subir.

—¿Qué clase de tesoro?

—El mejor de los tesoros —Myrtle presumió, formando círculos alrededor de la baldosa suelta—, el suyo, el de él, todo lo que hizo cuando estaba aquí y después. Me lo dejó a mí, y yo lo cuido, pero me lo han quitado antes. Si eres hija de Stephan, te gustará tanto como a él.

Pansy quería hacerle más preguntas, decirle que no estuviese tan segura, que ella no se consideraba igual a su padre. En cambio, observó la cerámica con cautela, y sacudió la cabeza después.

—No puedo tomarlo.

—Usa la varita, Parki-Parki.

Ella negó y se abrazó a sí misma.

—No sé usar mi magia muy bien todavía.

—Oh —Myrtle musitó, alternando la mirada entre la niña y la pared—, eso- bueno- ¡si tú vienes a visitarme de nuevo, lo vamos a bajar juntas para que lo tengas! Pero cuéntame cosas de vivos, ya sabes, y tráeme a uno de tus amigos- ¿tienes amigos, verdad? —Pansy asintió con una débil sonrisa, el fantasma chilló al descender hasta donde estaba—. Lo bajáremos, te gustará. Stephan no lo soltó en todo un año.

—Está bien.

Diez minutos más tarde, cuando le explicó a Myrtle en qué año estaban con exactitud, la edad que tenía, algunos sucesos que conocía del interior y exterior del mundo mágico, y sintió que los tímpanos le dolían por los constantes chillidos, fue libre de salir, todo bajo múltiples promesas de pasar por allí otra vez.

La sensación de tener la cabeza embotada se había tranquilizado para el momento en que llegó a las mazmorras. Dio la contraseña a la entrada de la Sala Común y pasó, recibida por los murmullos y risas de los jugadores de verdad-o-no-verdad, sentados en un círculo de sillones que movieron para la ocasión; Daphne Greengrass los guiaba, y no pudo evitar rodar los ojos al oír su voz. Detrás de ella, estaba su hermana menor, Astoria. Sobre ambas, pendía una hilera oscura que le envolvía con una banda la cabeza, a la altura de la frente, luego los hombros, igual que lo haría una bufanda de gas.

Pansy apartó la vista de inmediato y parpadeó.

En los sofás frente a la chimenea, los mejores puestos, sus amigos mantenían una conversación en voz baja, de la que sólo distinguió fragmentos a medida que se acercaba. Una vez detrás del mueble, se apoyó en el borde del respaldar, en medio de ambos.

Draco tenía una varita en mano, pero no era la suya, sino la de Harry, y realizaba un sencillo encantamiento de levitación a Lep, que estaba inmóvil como si estuviese acostumbrado a hacer de sujeto de pruebas. El otro niño tenía la boca ligeramente entreabierta al escuchar sus palabras.

—...tiene que ser el núcleo mágico, es lo único que tiene sentido —le explicaba, sin despegar los ojos de la varita—. No es la misma madera, ni tamaño, ni forma, ni siquiera el centro. Si no es la varita, somos nosotros, o no habrías podido usar la mía.

—Yo también creo eso —comentó en un susurro, ganándose la atención de los dos. Harry dio un brinco y se echó a reír al ver que era ella, Draco ni se inmutó, pero la miró de reojo. La niña les sonrió al inclinarse más hacia adelante—. ¿Qué pasa aquí?

—Draco me está hablando sobre compatibilidad mágica entre magos. Más o menos así se llama.

—Siento su varita como si fuese la mía —el aludido agregó, tendiéndosela a ella—. Prueba.

Pansy le dirigió una mirada inquisitiva a ambos; los ojos verdes la animaron a hacerlo, los grises contestaron a una pregunta silenciosa que prefería no llevar a cabo. Estiró la mano, vacilante; en cuanto sus dedos rozaron la madera, ardió y tuvo que apartarse.

Negó con fuerza. De la punta de la varita, brotó una columna delgada de humo gris.

—Eso es 'incompatibilidad mágica' —puntualizó Draco, devolviendo la varita a su dueño y sujetándole la mano a la niña, para comprobar que no se hubiese lastimado.

Una vez que la soltó, Pansy rodeó el sillón para sentarse a un lado de los dos. Escuchó a Harry hacer preguntas vagas sobre el tema, que su mejor amigo respondía con un aparente desinterés, hasta una que debió considerar absurda, que le hizo sonreír y cambiar la explicación a una más entendible.

Cenaron en ese mismo sofá; de nuevo, fue Hellen la que apareció con una canasta de comida y la depositó frente a ellos. Sonreía cuando les dijo:

—Para mis Sly favoritos.

Su Guardiana se perdió después de un rato. Terminaron de comer acompañados por la voz confidente y solemne de Draco, que les contaba a unos estudiantes de primero acerca del incidente con el Calamar Gigante el año pasado; gesticulaba al hablar, cambiaba de tono de pronto, y si exageraba o no, el único que podía saberlo era Harry, que estuvo con él entonces, pero el niño se dedicaba a oírlo con ojos brillantes y el mismo ávido interés de aquellos que no conocían lo sucedido.

Cuando los anillos de tres bobinas comenzaron a calentarse, los de primero ya no estaban. Pansy leía un libro de literatura muggle alemana que su hermano le había enviado días atrás.

Dio un vistazo alrededor, luego se fijó en sus amigos, que compartían un sillón y hablaban en susurros. El grupo de Nott y Zabini estaba en uno de los conjuntos de sofás al otro lado de la Sala, Tracey ocupaba un escritorio y estaba metida en un libro de Astronomía, que leía sin mucho entusiasmo.

Draco le devolvió la mirada. Con los labios y sin emitir un sonido, pronunció "reunión". Ella asintió, se reclinó contra el respaldar, y se dedicó a pasar las páginas para ojear el contenido restante, en lo que los demás estudiantes de segundo llegaban. Harry tiró de su muñeca cuando los últimos entraron, seguidos por Lucian Bole.

Pansy cerró el libro y se puso de pie detrás de sus amigos. Bole recorrió la Sala con la mirada, asintió, y les hizo una seña para pedir que lo siguiesen hacia la pared por la que se accedía al Salón de la Fama.

Ahora que ya tenían una idea clara de a dónde iban y para qué, desfilaron en una hilera irregular y los susurros de las diferentes conversaciones no se detuvieron al avanzar por el tramo de escaleras de piedra, entre la oscuridad. A medio camino, Draco empezó a llevarla del brazo, al igual que hacía con Harry, que se quejó en un murmullo de que le era muy difícil ver algo ahí dentro.

En el Salón de la Fama, los esperaban los otros tres Guardianes, que les pidieron que cada grupo se posicionase junto al que les correspondía. Hellen les guiñó cuando se pararon cerca de ella.

—Hoy es primero de noviembre —comenzó a decir, presionando las yemas de sus dedos unas contra las otras, con una sonrisa ladeada—, la prueba ha terminado. Para que lo sepan, ninguno de los grupos ha resultado descalificado. Muestren sus frascos de plasma.

Pansy miró a sus amigos. Entre ellos, fue Draco el que dio un paso hacia adelante, y sacó de su túnica el vial, que les tendió a los demás. Más allá de ellos, los otros líderes de equipo hicieron lo mismo.

El frasco de Blaise Zabini, notó, no estaba sellado por el corcho, contenía una varilla envuelta en plasma. Los tres miembros del equipo tenían cortes leves y moretones. A su lado, Montague masculló y les dio manotazos en la parte posterior de la cabeza.

Hellen se rio por lo bajo.

—Montague, cuéntanos qué le pasó a tus chicos, ¿quieres?

El muchacho cambió su peso de un pie al otro, se metió las manos en los bolsillos y bufó.

—No supieron recogerlo por su cuenta —dijo con simpleza—, dejaron un pedazo de la varilla sin plasma y lo sujetaron por ahí. Tuvimos que huir de un fantasma muy infeliz que pensó que le estábamos robando su bolso, ¿cómo le vamos a robar a un fantasma? El bolso ni siquiera era sólido —volvió a bufar.

Ella asintió despacio, y cambió su mirada al grupo de Greengrass. Lucian Bole se le adelantó. Las tres niñas lucían en perfectas condiciones, Daphne sostenía un frasco con suficiente plasma para varias muestras, acompañado de una sonrisa imborrable de suficiencia.

—Una de ellas se hizo pasar por la Dama Gris, con un montón de encantamientos de ilusión de las tres —su voz no traslucía nada al hablar, pero le rodeó los hombros a la capitana de su equipo, quien no pudo verse más complacida. Pansy se abstuvo de rodar los ojos, porque era un gesto horrible—, lo conseguimos del Barón Sanguinario. También tuvimos que huir, pero —una pausa, una mirada divertida en dirección al grupo de Zabini—, creo que nos fue mejor que a ellos.

—¡Nosotros tuvimos que correr hasta el lago y saltar! —farfulló Crabbe, cruzándose de brazos—. ¿Saben lo fría que está el agua cuando casi es invierno?

—Nosotros nos metimos a la oficina de McGonagall cuando se pasó la ilusión —Tracey se cubrió la boca con el dorso de la mano al reír—, tuvimos que aguantar media hora de charla e inventarnos preguntas. Ahora cree que Lucian es un maravilloso ejemplo a seguir y tendrá que hacer tutorías para los Hufflepuff y Gryffindor que no entienden las clases —el mencionado asintió con una expresión contrariada, las risas provinieron desde diferentes direcciones.

Hellen sonreía de nuevo al dirigirse a Flint, que como toda respuesta, sujetó la mano de una de las niñas de su grupo y les enseñó una mancha plateada que le cubría la piel en el dorso. Murmullos se elevaron, ella se encogió, intentando cubrir el área.

—¿Qué le pasó?

—Tocó plasma suelto —Flint soltó, exasperado—, casi la cubre por completo. Tuve que aplicarle todos los hechizos que me sabía para no llevarla a la enfermería, pero todavía no se lo puedo quitar. Tenemos que probar con pociones esta semana.

—Y decían que nos iba a ir peor a los que teníamos a Montague —Zabini se burló. Antes de que empezaran a distraerse, Hellen capturó otra vez la atención de todos al dar una palmada que resonó en el Salón.

Lucian Bole hizo un gesto con la cabeza hacia Draco.

—¿Y ellos qué?

—Se convirtieron en fantasmas —Hellen esbozó una sonrisa deslumbrante al replicarle—, se metieron a un sitio lleno de ellos, se ganaron su confianza, y salieron con el plasma sin que supieran que estaban vivos —bueno, al menos los fantasmas no lo supieron, pensó Pansy, pero puede que otra persona sí. Claro que no necesitaban escucharlo, si ella no lo había mencionado a la primera.

—¿Hechizo de succión? —la pregunta de Daphne Greengrass fue para Draco, que asintió. Ella sonrió también—. Hicimos lo mismo.

Hellen palmeó uno de los hombros del niño y les pidió entregar los frascos a sus Guardianes; tres de ellos se los guardaron en la túnica, pero Montague, que lo recibió sin corcho, rodó los ojos y tuvo que conformarse con sostenerlo durante el resto de la reunión.

—Bien, escuchen —volvió a dar una palmada para conseguir que la mirasen y las charlas en murmullos cesasen—. Ya que cumplieron las condiciones en general, es seguro que todos pasen al siguiente reto. Por haber tocado el plasma, aun si ningún profesor se enteró ni recibió atención por eso, el equipo de Flint va a tener una penitencia para el próximo. El equipo de Montague se salva, pero eso no está bien hecho; sin cerrarlo, se puede salir y llenar de plasma algo o a alguien. Mis chicos, y las niñas de Lucian, quedan en igualdad de condiciones por haberse escapado de los problemas; si les va tan bien en la segunda prueba, tendrán una ventaja especial en la tercera.

Daphne dio un pequeño salto e intercambió felicitaciones con sus compañeras. Pansy se abalanzó sobre sus amigos para abrazarlos, rodeando el cuello de cada uno con un brazo.

—Ya, ya, dejen las felicitaciones para más tarde —Hellen hizo un gesto vago con la mano para detenerlos, aunque no surtió gran efecto—. Para no sobrecargarlos, el segundo reto será después del regreso de las vacaciones de invierno, y el tercero en el último lapso del año escolar. Hasta entonces, quedan libres de toda responsabilidad con nosotros —levantó el índice, señalándolos con un movimiento de arco que abarcó a cada uno—. Una pista antes de irse: la segunda prueba tiene relación con una de las materias optativas que pueden ver a partir del tercer año. Probablemente con ver el nombre en el currículum escolar, sepan de qué se tratará el reto.

Cuando se dispersaron para ir de regreso a la Sala Común, después de la despedida y el deseo de buenas noches de Hellen, un coro de murmullos los acompañó al ir detrás de Lucian. Draco volvió a llevarlos del brazo, caminando despacio y tanteando el siguiente escalón antes de dar cada paso, para que ninguno de ellos se fuese a tropezar.

—¿Qué se supone que significa que "tiene relación" a una materia, Blaise? —se escuchaba la voz áspera de Goyle, a través de la oscuridad del pasadizo. El aludido soltó un suspiro pesado, que hablaba de la enorme cantidad de veces que habría tenido que dar respuesta a cuestiones similares, aunque su tono era suave y tranquilo al contestarle.

—Supongo que tendremos que hacer algo que se haga en las clases de esa materia, Gregory.

—¿Creen que sea Adivinación? —interrumpió Tracey, con un deje de entusiasmo que todos percibieron.

—No serán Aritmancia ni Runas Antiguas, ¿verdad? —Daphne protestó, en voz baja—. Esas dos deben ser difíciles si no hemos visto nada.

—¿Tal vez Alquimia? —ofreció Nott, en un susurro— ¿demasiado complicado también?

Llegaron a la Sala con Daphne intentando convencer a Lucian de darles otra pista, en una secuencia de pestañas agitadas, sonrisitas y abrazos, que hicieron al muchacho reírse, negar y arruinarle el perfecto peinado al revolver su cabello con ambas manos. La niña chilló al apartarse.

—Váyanse a dormir —ordenó, seguido de un gesto vago y una sonrisa débil. Pero cuando se dieron la vuelta y caminaron hacia los pasillos que daban a los cuartos, un murmullo capturó su atención—. Parkinson.

Pansy frenó en seco. Se giró despacio, mirando en todo momento por encima del hombro, y se percató de la seña con que le pedía que se aproximara. Dirigió una rápida ojeada a sus amigos; Draco se había detenido en el mismo instante que ella, y tenía los labios ligeramente apretados, mientras que Harry avanzó unos pasos más, sin darse cuenta de lo que pasaba, y los observaba desde adelante.

La niña respiró profundo y regresó por donde venía, hasta quedar frente al muchacho. Los demás estudiantes de segundo vaciaban la Sala Común de a poco; más allá, sólo había una chica que debió estar estudiando por horas, antes de quedarse dormida con la cabeza apoyada en una mesa.

Lo vio desde abajo con lo que, esperaba, no fuese un puchero, porque se sentía como si hiciese uno sin querer.

Lucian estaba en sexto, la diferencia de estatura era más que notable. Si se tomaba un momento, creía reconocer la forma almendrada de los ojos y la barbilla fuerte, de alguno de los socios comerciales de su madre; dada la manera en que se relacionaban los sangrepura, era probable que conociese a sus familiares de lejos.

Él se inclinó para hablarle en tono confidente.

—¿Es verdad que Myrtle te ofreció el libro de Riddle?

Pansy se puso rígida enseguida. Por reflejo, dio un paso hacia atrás. Estaba a punto de negar a lo que fuese que le dijese, cuando Lucian esbozó una media sonrisa.

—Ella le dice "tesoro" —aclaró, aún en un murmullo—, es uno, más o menos.

—¿Cómo...?

—Myrtle tiene la terrible costumbre de meterse a los aseos de los Prefectos, casualmente, cuando decido que quiero un baño de burbujas —el toque de diversión en su voz le advirtió que, quizás, no era una completa coincidencia—. A veces me cuenta cosas, pero no podía creer que te lo hubiese ofrecido.

Ella guardó silencio un momento, sopesando si debía decir algo al respecto o no; el muchacho debió comprender, porque no la presionó a responder. Cuando lo hizo, su voz fue más similar a una exhalación de lo que le habría gustado.

—Me lo ofreció, pero no lo puedo bajar. ¿Qué se supone que es?

Lucian se llevó una mano a la barbilla, de forma distraída, y disimuló el vistazo con que recorrió la Sala Común. Por la manera en que los sonidos se acallaron, supuso que estaban solos, o quedaban ellos y sus amigos, esperándola.

—¿Has oído hablar de Tom Riddle?

Tuvo que cubrirse la boca para ahogar un grito. Él sonrió.

—¿Eso es un sí?

—Claro que sí —respondió, en un susurro contenido—, es el rompe-maldiciones más famoso de Europa, ganó premios al mejor pocionista del año en cinco países, con ingredientes que compró a mi madre o cultivó él mismo, es- es- —gesticuló con la otra mano, sin saber cómo completar la frase. Lucian asintió, despacio.

—Sí, ese es Riddle. Cuando estudiaba en Hogwarts, se le ocurrió dejar algo importante, que ha pasado por las manos de muchos otros estudiantes —dobló las rodillas, de modo que quedaron a alturas similares—. Yo lo tuve durante mi cuarto año. Si hay algo que quieres mejorar respecto a tu magia, deberías buscarlo también; Myrtle me dijo que no parecías convencida.

—Bueno, un fantasma se apareció de repente frente a mí y me ofreció algo que no sé qué era —pestañeó repetidas veces—. ¿Tendría que haber aceptado?

Lucian le dio un punto al asentir.

—Sólo es una recomendación, ¿bien? —él se encogió de hombros—. Haz lo que te parezca mejor, si no lo tienes tú este año, probablemente alguien más lo haga. Y siempre puedes volverlo a intentar el próximo.

Pansy se tomó un instante para asentir.

—Eres una chica lista, seguro lo harás bien si lo tienes, ¿verdad? —le mostró el puño con una sonrisa, y aunque vaciló, terminó por chocarlo con el suyo, apenas un roce, sin fuerza; nunca lo había hecho —Draco lo consideraba un gesto vulgar en un hombre, y para ella, nada femenino— pero había visto a amigos de su hermano que sí. Lucian se rio por lo bajo y le guiñó—. Bien, vete a dormir tú también. Avísame si necesitas ayuda para bajarlo.

La niña asintió, con la vaga sensación de volver a tener la cabeza embotada. Las mejillas le ardían. Balbuceando una despedida, se dio la vuelta y echó a correr de regreso con sus amigos, uno junto al otro al comienzo del pasillo que dirigía a los dormitorios.

Les pasó por un lado, llevándose las manos a las mejillas para cubrir la zona que le quemaba. Ralentizó el paso al oír que la seguían, porque no se suponía que una dama sangrepura huyese de ese modo.

Draco la alcanzó antes de haber doblado en la esquina, hacia la intersección que separaba ambos lados.

—¿Qué te pasa? —se metió en su camino y frunció el ceño nada más verla— ¿por qué tienes la cara roja?

—Yo- no...

—¿Verdad que tiene la cara roja, Potter?

Harry se inclinó desde uno de sus costados, acomodándose los lentes sin cuidado.

—Sí la tiene. ¿Estás bien, Pansy?

—¿Tienes fiebre? —insistió su mejor amigo—. Si te vas a enfermar, deberíamos...

A medida que los escuchaba y sentía sus miradas encima, las mejillas le ardían más. Se cubrió el rostro con ambas manos.

—¿Pansy?

—¿Qué te pasa, Pansy?

—¡No me pasa nada! —chilló, deslizándose entre los dos para meterse a su cuarto.

Apenas entró y cerró la puerta detrás de ella, se arrepintió de haberse escapado de sus amigos. Si no regresó de inmediato, fue porque sabía que sólo se avergonzaría más. Tracey y Millicent la miraban, una desde su cama, la otra inclinada sobre su baúl, en busca del pijama.

—¿Todo en orden, Pansy? —ella asintió de forma vaga a Millicent.

—Voy- voy a usar el baño primero, ¿sí?

—Sí, claro, ve. Nosotras aún no tenemos sueño.

Pansy asintió de nuevo, se acercó a su propio baúl, y se metió al baño tan pronto como tuvo el cambio de ropa entre las manos.

Esa noche, se durmió después de haber añadido una cuartilla a la carta semanal de su hermano, en la que le contaba de lo que le sucedía a medida que ocurría. Antes de haber desayunado al día siguiente, todavía mientras le acomodaba la corbata a un adormilado Harry, les pidió disculpas a sus amigos. Draco le dirigió una mirada larga e inquisitiva, para después hacer como si nada y abrir la marcha hacia el Gran Comedor.

Se concentró en sus clases, hizo las anotaciones correspondientes, se quedó tiempo extra para charlar con McGonagall acerca de los progresos que tenía con los hechizos de Transformaciones y recibir nuevas instrucciones de libros para leer y practicar, e incluso se tomó una hora para pasar por la Lechucería y entrenar más a Fénix, que le mordisqueó el dedo índice a modo de saludo y la distrajo durante el rato que le dio su atención.

Luego de haber llegado al final de las clases del día, aprovechó que Draco intentaba hacer que Harry cumpliese con las tareas, para deambular por el castillo. Se acercó a los jardines, aunque el frío hacía que no tuviese muchas ganas de ir al exterior, y de algún modo, terminó por dirigirse hacia los pisos superiores con pasos pesados.

Pansy, Pansy, Pansy.

Se cubriría los oídos, si creyese que aquello bastaba para hacerlas callar. Nunca funcionaba.

Se detuvo en el pasillo que daba hacia el baño del primer piso. Se balanceó sobre sus pies, a la vez que daba un vistazo alrededor; estaba sola.

Si hay algo que quieres mejorar respecto a tu magia, deberías buscarlo también.

Sacudió la cabeza. Ojalá tuviese razón.

Ojalá.

Abrió la puerta y asomó la cabeza.

—¿Myrtle?

El chillido que le respondió fue claro y reconocible. El fantasma brotó desde la saliente de agua de uno de los lavabos, como le había visto hacer antes, y flotó a unos pies de distancia del suelo.

—¡Viniste a verme! —Pansy no pudo evitar una débil sonrisa al escucharla, a pesar de que los gritos la hacían encogerse sin querer.

—Sí.

Myrtle trazó un arco de reversa en el aire, luego miró en diferentes direcciones.

—¿Me tienes noticias de los vivos? ¿Vamos a buscarte el tesoro?

La niña se forzó a respirar profundo. Asintió.

—Sí —una breve pausa, otra respiración—, y sí.

Myrtle chilló hasta aturdirla.

 
Notas finales:

¡Veloz aparición de nuestro querido patrocinador…! ¡Señor Traductor Google!

Vous! Éloigne-toi de mon frère!

¡Tú! ¡Aléjate de mi hermano!


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