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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo veintisiete: De cuando hay problemas (pero también una confesión)

Harry distinguía el ruido de una discusión, aun con los ojos cerrados. Era lejana, pero de cierto modo, familiar; al menos, la voz que hablaba en susurros contenidos y siseaba, era una que conocía bastante bien.

—¡...absolutamente irresponsable, incorregible, estúpido, imprudente! ¡Siempre has sido igual, Tom!

—...te juro, Severus...—contestaba el otro. No elevaba el tono, incluso cuando recibía gritos a cambio—...no era nada grave, tendría que haberlo dejado días para que surtiera efecto, estaba ahí mismo, no se me ocurrió que...

—¡...uno de mis Sly, Tom! ¡Podría ser el chico Potter, o Draco, o incluso los descerebrados de Crabbe y Goyle, siguen siendo mi responsabilidad! ¡No acepté que hicieras tus tonterías aquí para esto, mis chicos no serán parte de tus experimentos! Idiotas o no, ¡están bajo mi cuidado! ¡Y más aún Potter, que no tiene nada más que aire en la cabeza!

—...no era nada de eso, sabes que más de la mitad de lo que puse en la Cámara eran ilusiones, Sev...

—¡...las ilusiones no te envenenan! Digas lo que digas sobre que el veneno era falso y tenías un reactivo para curarlo de una vez, ¡cruzaste una línea, Tom Marvolo Riddle!

Cuando la segunda voz se enojaba y explotaba también, una tercera los hizo callar. Harry, desorientado y con los párpados pesados, encontró más entretenido retorcerse en la suavidad y calidez que lo rodeaba, después mover la cabeza más cerca de las caricias que le removían el cabello. Eran dedos fríos, pequeños, delicados. Lo hacían sentir que nada podía ir mal.

Abrió los ojos a duras penas. No llevaba lentes, así que el mundo era un borrón sumido en la oscuridad, el resplandor verde de las antorchas de las mazmorras iluminaba apenas una porción del lugar.

Reconoció a Draco por el cabello rubio platinado, reluciente incluso en las penumbras. No había estado tan convencido de que brillaba en años.

Tardó un poco más en orientarse. Debía encontrarse de vuelta en su cama, en el cuarto de los varones de segundo año, con unas cobijas extra encima, por la manera en que no sentía ni un ápice del frío usual allí abajo. Draco estaba a un lado del colchón, con la cabeza apoyada sobre su brazo doblado, el otro estaba extendido hacia él. Era el motivo de las caricias que sentía.

Al saberlo, se acercó más. Los ojos grises se movieron en su dirección, era casi imposible que notase el revoloteo de sus pestañas al enfocarlo. Odiaba estar sin lentes, tal vez un poco más de lo usual.

—Hola —su voz sonó rasposa, incluso a sus oídos. Cuando hizo el ademán de sentarse, una mano fue a parar a su hombro y lo hizo bajar. Junto a él, Draco se sentaba. No se molestó en cubrirse la boca al bostezar, y por primera vez, su amigo no le reprendió la falta de modales; eso sólo le advirtió de lo grave de la situación—, ¿me morí?

La risa de Draco fue ahogada y temblorosa, pero dentro de ello, genuina. Lo vio negar, a duras penas.

—No seas estúpido, Potter —tuvo la impresión de que se inclinaba sobre la cama, hacia él, o se movía de alguna manera; no pudo distinguirlo—. Necesitas descansar un poco más, tenemos libre hoy y mañana en Slytherin gracias a ti, ¿sabes?

—¿Por qué? —intentó fruncir el ceño, y se percató de que le dolía un poco la cabeza.

—Dumbledore dijo "festividad de Slytherin a causa de Riddle" —bufó—, pero mi padrino y Pansy dicen cosas más interesantes. No puedes salir de la cama hoy, de todos modos.

Harry lloriqueó por lo bajo, aunque no iba a negar que la comodidad de la cama le daba pocas ganas de levantarse.

—¿Y si me da hambre?

—Le pediré comida a Lía.

—¿Y si quiero ir al baño? —susurró, más bajito.

—Te esperaré aquí.

—Pero...

—Sh —cuando el mundo se hizo más oscuro, sintió un tacto suave contra sus párpados, a lo que reaccionó de inmediato. Draco volvió a acariciarle el cabello después de haberle cerrado los ojos—. No me moveré de aquí, pide lo que quieras cuando lo necesites. Tienes que dormir más.

Harry querría decir que se quejó, que se resistió. Que, al menos, lo intentó.

La facilidad con la que las caricias en la cabeza y la calidez de las cobijas lo durmieron, debió ser tachada de injusta.

Tuvo un sueño agradable que no recordó después.

0—

La siguiente vez que abrió los ojos, las antorchas iluminaban un poco más. Draco había cumplido su promesa a grandes rasgos; continuaba justo donde estaba cuando le cerró los ojos, un brazo extendido, sus dedos cerrados en torno a una muñeca de Harry, para atisbar cualquier movimiento brusco, pero volvía a tener la cabeza apoyada en el colchón, la respiración pausada y profunda de alguien que dormía.

Cerca de ellos, había una silla donde estaba alguien más. Debido a la falta de lentes, no reconoció a Riddle hasta que este le tendió las gafas y se las puso.

El hombre tenía los tobillos cruzados y leía un libro, con aires de aparente despreocupación. Se tomó su tiempo para colocar un marcador en la página que ojeaba, lo cerró, y unió las manos sobre el regazo al contemplarlo.

—Buenas noches, señor Potter. ¿Puedo decirte "Harry"? —él asintió sin pensar, lo que le ganó un amago de sonrisa del otro. Tenía un aspecto exhausto, en medio de su calma superficial, y cuando giró apenas el rostro, divisó una quemadura que le atravesaba la mitad de la mejilla derecha y parte de la nariz, igual que lo haría la línea de una cortadura reciente. Debió ser muy obvio al observarla, porque Riddle la tocó con la yema de sus dedos y musitó un débil "oh"—. Eso, sí, me lo hizo la señorita Parkinson en la Cámara.

—¿Que Pansy qué? —lo miró, boquiabierto, incapaz de imaginarse a su amiga, a la niña dulce que conocía, lastimando al asistente de los profesores, o a cualquier otra persona, de ese modo.

—Bueno, Harry, te has perdido de algunos detalles —señaló, encogiéndose de hombros—. ¿Qué es lo último que recuerdas?

El niño se mordió el labio inferior, arrugando el entrecejo sin darse cuenta, al esforzarse por recordar. Draco. Lo último en su memoria, era Draco llamándolo.

No estaba seguro de que no hubiese sido una alucinación o parte de un sueño.

—El Basilisco —comentó, en cambio—, la Cámara de los Secretos. Un collar, creo.

Riddle asintió.

—Pasaron los obstáculos que dejé en la Cámara para la última prueba —explicó, despacio—. El Basilisco era una réplica del original, una reconstrucción mágica, al que le di el veneno no letal y algunas características de Roswine. Aquí, entre nosotros, me robé la idea de una máquina muggle que vi hace unos meses en un museo; nunca los hubiese dañado.

Harry arqueó las cejas sin notarlo. De reojo, dio un vistazo a su brazo. No había podido comprobar cómo estaba o hacer preguntas sobre su estado cuando despertó junto a Draco, así que la última vez que lo había visto, un colmillo aún sobresalía de su piel y ropa; ahora, por debajo de un pijama blanco, como los que se utilizaban en la enfermería del castillo, no encontró nada merecedor de más atención de lo usual. Se preguntaba si lo habrían llevado con Pomfrey.

Riddle pareció leerle el pensamiento, o al menos, reconocer cuáles podían ser sus dudas.

—Meter el tesoro en su boca, probablemente, no fue una de mis mejores ideas —añadió, tras un rato, aunque su tono tenía cierto deje vacilante, que le hizo pensar que lo decía a causa de las reprimendas y consecuencias que tuvo, no porque le disgustase después de haberlo puesto en marcha—. El falso veneno tenía propiedades adormecedoras nada más, no contaba con que un colmillo fuese a cortarte así. Si algún estudiante lo rozaba, tenía una contramedida en uno de mis bolsillos, que lo despertaría en unos minutos. Tú te lo clavaste —frunció apenas el ceño al recordarlo, como si hubiese algo demasiado extraño en el asunto para dejarlo pasar—. Tampoco preví que un estudiante se fuese meter a su boca, supongo. Eso fue…interesante de ver.

—No predijo unas cuantas cosas —no pensó antes de hablar. Se mordió el labio tan pronto como lo había soltado.

El profesor Riddle arqueó una perfecta ceja, de ese modo que le hacía pensar en Draco cuando lo cuestionaba, en educación, en clase y elegancia.

—Cuando tu amigo —optó por continuar, haciendo caso omiso del comentario, a lo que agradecía en el fondo. Riddle hizo un gesto con la cabeza para señalar a Draco, que seguía dormido— pensó que te había envenenado, me dio la impresión de que quería matarme. Chico listo, no sé por qué, pero se le había ocurrido poner un paquete de tres bezoar en el maletín que llevaba, y te metió uno a la boca; si se hubiese tratado de veneno real, habría salvado tu vida, y nos hubiese dado tiempo de llevarte a la enfermería para que te lo sacasen del torrente sanguíneo. Sólo que no lo era —insistió, con un resoplido débil, que fue casi un atisbo lejano de risa.

Harry volvió a fruncirle el ceño, sin darse cuenta.

—La señorita Parkinson fue un poco menos- delicada —hizo una pausa, como si tuviese que medir bien sus palabras—. Estaba furiosa, que no despertaras por el bezoar fue un efecto del adormecedor, pero tus amigos debieron creer que no funcionaba. Perdió el control de su magia por completo, llegué a creer que destruiría la Cámara con nosotros dentro, pero no tenía la suficiente energía y se desmayó. Después de hacerme esto —aclaró, señalando con un gesto vago la marca que le adornaba el rostro.

—¿Dolió? —preguntó con un hilo de voz, no muy seguro de cómo debía sentirse, ahora que sabía que Pansy atacó a un profesor cuando creyó que lo había lastimado. Una parte de él quería agradecerle con un abrazo, la otra estaba por entrar en pánico.

—Un poco menos que un buen crucio —Riddle se llevó una mano a la barbilla y se encogió de hombros; la aparente despreocupación era casi perturbadora, si consideraba lo que acababa de decirle—. Severus me puso una pomada que hizo él mismo, pero en lugar de quitarlo tan rápido como la magia de Pomfrey, evita que pueda sanarlo, así que tengo que dejar que se cure al estilo muggle y llevar la herida los próximos días; tuvo el descaro de darle a la señorita Parkinson cincuenta puntos por "increíbles habilidades defensivas", luego de haberle dado veinte por lo que hicieron con mi pobre reconstrucción mágica.

—¿Qué cosa?

—Volverla piedra —otra pausa, otro entrecejo apenas arrugado—. Tu amigo replicó sus ojos casi perfectamente, la señorita Parkinson utilizó magia sin varita en un hechizo muy viejo, que combinó lo que hacían los dos, y copió la habilidad de petrificación del Basilisco en los ojos del señor Malfoy. Estaba gratamente impresionado, debo decir.

Harry lo contempló boquiabierto. Ahora, además de abrazar a Pansy, le haría preguntas sobre la magia sin varita.

Un sentimiento de orgullo sin nombre le llenó el pecho y lo hizo sonreír. Estaba contento por su amiga.

—Sí, sí. En fin, Severus gritó, gritó, gritó, dijo que no me volvería a recibir para los TIMO's del próximo año, gritó otra vez, y declaró que hoy tenían día libre —se encogió de hombros—; supongo que el señor Malfoy te lo habrá mencionado. La señorita Parkinson pasó las primeras horas en la enfermería por agotamiento mágico, después se levantó, comió y no hubo quien la detuviera cuando llegó a la Sala Común; si no está aquí también, es porque la atraparon sus compañeros para celebrar el final de los juegos de segundo año, y el señor Malfoy lanzó malas miradas y algunas maldiciones para que lo dejasen a él aquí.

Por reflejo, miró en dirección a Draco. Este acababa de removerse, apretaba de forma leve el agarre que tenía en su muñeca, y por un segundo, tuvo la impresión de que movía los párpados aún cerrados. Habló más bajo cuando contestó, para no despertarlo por accidente.

—¿Nos metimos en problemas, señor Riddle?

—No —después torció la boca, en una breve pausa, antes de asegurar con mayor firmeza—, no, ganaron. Fue justo; la equivocación estuvo en mis previsiones, así que lo hablé con los Guardianes, y como creador del reto, decidí que lo tienen merecido, incluso si el profesor se enteró de lo que hacían.

—¿Se metió usted en problemas?

—Además de los gritos de Severus y la rabia de la señorita Parkinson y el señor Malfoy, me parece que no —descartó la idea con un gesto vago—. Las pruebas de los Slytherin son un secreto total, Severus se encargó de mantenerlo así. Los daños son menores, de cualquier manera —otra pausa, en la que ladeó apenas la cabeza—, pero no podré salvarlos de las posibles reprimendas de Severus cuando salgan del cuarto.

Harry soltó un bufido de risa, negando.

—Ya estoy acostumbrado a esas.

—Entonces nadie estará en problemas por aquí, Harry —con otra de esas sonrisas de labios sellados, dirigió la mirada un instante a Draco, que acababa de abrir los ojos y balbuceaba una pregunta. Cuando se puso de pie, lo hizo sin prisas, recogiendo su libro y devolviéndolo al interior de su oscura túnica—. Muchas felicidades, chico. Los veremos en la Sala Común más tarde, los otros están ansiosos porque salgan.

Murmuró algo a Draco, a modo de despedida, y el niño asintió de forma distraída, con el codo apoyado en la orilla del colchón y la barbilla en una de sus palmas. Desde que logró despabilarse un poco, no volvió a apartar la mirada de Harry. Riddle se marchó y cerró la puerta detrás de él, sin hacer ruido.

—Hola —volvió a decir, a pesar de que ya había despertado una vez y se encontraron en esa misma situación. Draco se talló los ojos y se cubrió la boca con el dorso de la mano libre, al bostezar; el sueño lo hacía lucir más relajado, como el niño de doce años que era en realidad.

—¿Te sientes bien?

Harry parpadeó ante la pregunta. Después de lo que acababa de escuchar, lo dejó algo descolado percibir el tinte vacilante en su voz.

Como si tuviese miedo.

¿De qué?

—¿Riddle no te dijo que el veneno era falso? —preguntó, en su lugar—. Me siento muy bien. Con hambre.

Apenas había terminado de pronunciar la última frase cuando el plop de la Aparición respondía al llamado del niño. Lo observó ordenarle a Lía un menú completo, de esos que sólo podía probar cuando se quedaba en la Mansión Malfoy o era un banquete especial en Hogwarts, luego se estiró y se frotó el cuello. A simple vista, debía ser incómodo quedarse en esa silla, medio recostado en el borde del colchón, pero sin extenderse sobre este del todo. ¿Y cuántas horas llevaría ahí? Siempre le resultaba difícil medir el tiempo transcurrido cuando estaba en las mazmorras.

—Me dijo —contestó, luego de un momento, cuando él creyó que ya no lo haría. Se reclinó en el respaldar del asiento, emitiendo un leve quejido—, pero igual te estoy preguntando cómo te sientes, Potter. No seas maleducado, ¿la tía Lily jamás te ha dicho que no se contesta a una pregunta con otra pregunta?

—No —se encogió de hombros—, ya te dije: me siento bien.

Draco apretó los labios y se dedicó a dirigirle una de sus miradas largas, sólo que no aquella que lo hacía sentir pequeño, ni con la que intentaba sonsacarle algo. Era diferente. No habría sabido decir de qué forma.

Harry resopló, apartó un poco las cobijas que tenía encima, y se hizo a un lado, acomodándose en la otra orilla del colchón. Palmeó el espacio libre junto a él.

—¿Por qué no te fuiste a dormir a tu cama?

—Podrías haber despertado y necesitado algo —si no hubiese visto su boca moverse mientras se subía a la cama a gatas, si no reconociese la voz suave del otro con los ojos cerrados, habría jurado que estaba alucinando.

Draco se deslizó debajo de las mantas, se acomodó a su lado, y utilizó uno de sus brazos flexionados a manera de almohada. Harry, con una vaga sensación de aturdimiento, le entregó la suya, para que no tuviese que hacerlo. Creyó ver una sonrisa pequeña que despareció tan pronto como la esbozó, al ponerla bajo su cabeza.

Podía oír al plop-plop-plop y los tintineos metálicos de Lía, colocando las bandejas con comida a los pies de la cama, donde pudiesen tomarlas cuando se hubiese retirado. No se sintió con ganas de moverse ni un centímetro.

Draco, quizás, estaba demasiado cerca. Lucía cómodo, el propio Harry se sentía cómodo. El aroma de una colonia se mezclaba con la cena recién entregada, inundando el cuarto y a él.

—Los demás te trajeron cosas mientras dormías —explicó, en un susurro—. Riddle decía que su contramedida te despertaría en un instante después de ingerirla, pero Pansy rompió el frasco por error, en un estallido de magia. Tuvo que hacer otro, tardó bastante —hizo una pausa, en la que dio una profunda inhalación—. Por accidente, congelé el marco de la puerta y dejé a los otros afuera unas horas. Severus ya me regañó.

Estaba avergonzado.

La imagen era inaudita, curiosa. Hizo que quisiera sonreír, pero por alguna razón, no sintió ganas de burlarse, ni aunque fuese en broma, del tono rojizo que le cubrió las mejillas pálidas cuando hizo un pequeño puchero.

—¿Por accidente? —cuando encontró su voz, intentó sonar divertido, porque no estaba seguro de qué otra reacción podría haber tenido—. ¿Cómo es eso de que Pansy y tú hacen magia así, y yo no lo sabía?

Draco parpadeó.

—No —musitó con un hilo de voz. Continuó, más claro y firme, después de carraspear—, es- no, quiero decir, Pansy siempre ha tenido esos estallidos, te lo dije, le pasan después de lo que le hizo la tía Bella. Yo sólo sé usar un hechizo sin varita, desde pequeño, y cambiarme el color de ojos —mencionó, como un detalle de último minuto—. No fue algo que estuvo en mi control.

De cierto modo, era agradable saber que se había alterado lo suficiente para perder el control sobre su magia, lo que no había visto que ocurriese nunca. Por otro lado, esperaba no volver a causarle esa angustia.

Medio enterró la cara en un lado de la almohada que le había prestado, todavía mirándolo de reojo. Draco no se movió, aunque elevó una ceja, en ese gesto que lo invitaba a hablar.

—Uhm, ¿qué me trajeron los otros?

—Dulces, más que nada —respondió, sin quitarle la mirada de encima—. Lía y yo los movimos y los dejamos sobre tu escritorio, porque los ibas a tumbar con patadas mientras estabas dormido.

—Oh —susurró, removiéndose y levantándose un poco, apenas lo suficiente para divisar la comida que lo esperaba, servida y resguardada por amuletos de calor, sobre una mesa improvisada construida encima de la tapa de su baúl.

Draco y él comieron en la cama. El primero apoyado en el cabezal de madera, el segundo de lado y algo encorvado, las mantas les cubrían los pantalones de los pijamas y los pies descalzos, las bandejas estaban sobre ellos, los platos se inclinaban de forma precaria. Dos veces, tuvo que sostener su vaso y moverlo, para asegurarse de que el líquido no caería sobre el colchón.

Hablaron de la Cámara después de un rato de silencio tranquilo. Draco lo acusó de imprudente, loco, estúpido, y algunos adjetivos más que no quería conocer. Cuando Harry le contestó, hablándole en tono impresionado, acerca del truco de los ojos de Basilisco, enrojeció y le exigió que no le hiciese cumplidos cuando lo estaba regañando y continuó por unos momentos, antes de dejar el tema en el olvido; se prometió recordar el truco de los halagos para saltarse reprimendas que vendrían a futuro.

Conversaron de Pansy, del 'castigo' de Snape a Riddle en forma de cicatriz, del alboroto de las demás Casas porque ellos tuviesen un día libre. De algún modo, que no hubiese sabido distinguir, terminaron tumbados en el colchón de nuevo, uno junto al otro y boca arriba, con los ojos puestos en el techo del dosel, las cobijas hasta el pecho, rodeados de bandejas vacías, que se desaparecían después de cada plop-plop que escuchaban.

—...tengo uno bueno —elevó un brazo para capturar su atención, y sonrió, porque podría jurar que no sabría cuál era la verdad. Así es, estaban jugando acostados—. Sé manejar la motocicleta de Sirius —se tomó un momento, más que nada para efectos dramáticos, y percibió el movimiento de Draco a su lado, cuando se levantó sobre un codo y se puso de costado, para mirarlo. Tenía que esconder su sonrisa, o la respuesta sería demasiado obvia—, o conocí al Primer Ministro muggle. Y le agradé.

—Conociste al Primer Ministro y le agradaste —no hubo titubeos cuando le respondió. Él sólo pudo resoplar y cruzarse de brazos sobre el pecho y las cobijas.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Sabría si supieses manejar la moto de Sirius, entras al Ministerio de vez en cuando —dejó las palabras en el aire, encogiéndose de hombros—. Además, toda tu cara dice "te estoy contando una mentira". No eres muy bueno en eso, Potter.

Harry quería replicar, porque se había convertido en un experto en el juego; la única persona que conseguía descubrirlo en cada intento, era quien estaba a su lado. Lo peor era que no solía funcionar a la inversa, porque era Pansy la que reconocía los engaños de Draco, no él.

La idea le fastidiaba más de lo que habría admitido por entonces.

Con un escueto asentimiento, que dejaba en claro que se oponía a esa derrota, le cedió el turno. Draco emitió un "hm", que le tomó unos segundos.

—Quiero volver a subirme sobre un Basilisco —comenzó. Harry tuvo que contener un bufido, porque era ridículo. Aún podía escuchar su retahíla de "nononono" cuando estaba sobre la gigantesca serpiente—, o creo que es posible…que me gusten los niños.

Harry frunció el ceño cuando tuvo que repasar la frase dentro de su cabeza. Aquello sonaba aún más absurdo.

—¿Gustar como- ya sabes, gustar-gustar? —arrugó más el entrecejo—. ¿Como se gustan Sirius y Remus?

—Uhm, sí. Tal vez.

—Lo primero, lo del Basilisco.

Giró la cabeza para ver si había acertado. Draco se echó a reír.

La reacción lo tomó desprevenido. Era esa risa vibrante que no solía soltar en público, con tanta libertad que arrugó la nariz y achicó los ojos, probablemente, sin percatarse. Ocultó su rostro en la almohada, estirándose por completo en el colchón de nuevo, pero la vibración de su risa todavía la sintió durante unos instantes.

—¿Qué? —espetó, desorientado.

—Ahora- —se detuvo, levantando la cabeza, y dio una brusca inhalación para recuperar el aliento. Su rostro estaba enrojecido, supuso que por la risa— sé que me irá mal a final de este año. Merlín, qué vergüenza…

Harry frunció el ceño, desorientado.

—¿A qué te refieres?

—Nada importante, Potter. ¿Por qué Sirius y Remus no están casados? —se le ocurrió soltar, en cambio. Lo distrajo por completo.

—Creo que Sirius dijo que los hombres no se casan en el mundo mágico.

—¿Qué? Claro que sí…

Cuando se quiso dar cuenta, escuchaba al niño-que-brillaba darle una explicación larga y compleja, que lo hubiese aburrido de tratarse de alguien más, pero que sonaba de lo más interesante cuando Draco gesticulaba de forma teatral, acerca de traiciones sangrepura. Todavía estuvo rojo hasta las orejas por varios minutos; él no se pudo explicar por qué.

0—

Una vez que se decidieron a salir del cuarto, resultó que, justo como Riddle había dicho, los demás estudiantes de segundo e incluso los Guardianes, los esperaban en la Sala Común. Hubo cientos de preguntas, comentarios sobre las diferentes versiones de explicaciones que les dieron, abrazos de Daphne Greengrass, palmadas en el hombro o espalda de Nott y Zabini. Hellen lo abrazó hasta que le dolió, le besó la frente, y le pidió disculpas por no cuidarlo —por dejarlo al cuidado de Riddle, más bien—, al menos una docena de veces. Tenía la sensación de que la muchacha había llorado ese día, por los ojos y nariz enrojecidos e hinchados.

Snape no se molestó en ser sutil. En medio de la Sala Común y frente a los demás, les soltó la letanía de defectos, indiscreciones y locuras que cometieron, con los respectivos castigos que tendrían por cada una. No les quitó ni un punto, y a la larga, Harry notó que tampoco eran verdaderos castigos. Él no lo mencionó, ni sus amigos, y muy probablemente aquello era lo que el profesor prefería.

El Jefe de la Casa hizo caso omiso al helado que llegó a montones para los niños de segundo, al igual que las cervezas de mantequilla para los Guardianes, coladas desde Hogsmeade por alguien que optó por no darse a conocer públicamente. En el fondo, siempre pensó que se trataba de Riddle o el propio Snape.

Pansy no dejó de colgarse de su cuello y brazos desde que se encontraron en uno de los sillones. La niña había estado alejada del grupo, hablando con Riddle, no del modo en que un estudiante lo haría con un profesor, casi lucían como viejos amigos a la distancia; ella tenía un cuaderno viejo y desgastado entre los brazos cuando se acercó, y un collar largo, de una fina cadena plateada, que llevaba un medallón con una serpiente en forma de "S".

—El guardapelo de Salazar Slytherin —dijo, elevando la barbilla, en cuanto le preguntaron qué era, y sonrió. Nunca la había visto tan complacida—, el señor Riddle me lo regaló.

—Le deja una marca en la cara a un profesor y se lo premian con una reliquia —bufó Draco, aunque sonaba más divertido que irritado, y horas más tarde, se uniría a los que le pidieron tocarlo y lo examinaron despacio—, pero si hubiésemos sido nosotros...

No dijo más. Harry se echó a reír.

—Tendríamos otro castigo hasta fin de año —aseguró, seguido de varios asentimientos.

—Por no haber sido muy castigados este año —Draco levantó la copa en que tenía el helado, a modo de brindis.

—¡Por haber ganado! —Pansy se le unió, haciendo entrechocar ambas piezas. Se notaba que apretaban los labios para no reír cuando miraron hacia él y esperaron que los imitase.

Harry negó, una sonrisa enorme adornándole el rostro, y levantó su copa de helado también.

—Por, uhm, ¿habernos divertido?

Ambos intercambiaron una mirada y asentimientos, las copas sonaron de nuevo. Daphne se dejó caer en un sofá junto a ellos para hacer un brindis de helado también, luego Zabini. De pronto, todos los Slytherin de la Sala estaban intentando inventarse algo mejor que el anterior; Snape los observaba desde un sofá con una cara de tremenda decepción por lo estúpidos que debía considerarlos.

No fue hasta que a Riddle se le escapó, en respuesta a una pregunta de un estudiante, que los ojos del Basilisco que dejó en la Cámara hubiesen surtido el mismo efecto que un petrificus totalus, para aquellos que no estuviesen prevenidos, que el profesor Snape retomó su regañina. Los estudiantes terminaron animando a un duelo entre ambos hombres, que no fue llevado a cabo, porque Snape apagó la chimenea y los mandó a dormir.

La Sala Común se vació despacio. Harry recibió, al menos, otro abrazo de Daphne, unas felicitaciones torpes de Crabbe y Goyle, y palmadas y manos revolviéndole el cabello de parte de Montague y Flint, en especial el último, que le decía que no se salvaría de los entrenamientos por haber ganado. Draco tuvo una suerte parecida. Con Pansy, fueron más discretos.

Cuando sólo quedaron ellos, Hellen encendió una antorcha verde, abrió el pasadizo, le tendió la mano que le quedaba libre a Pansy, y los guio hacia el Salón de la Fama. Hablaba en latín cuando llegaron, tan bajo que no habría sabido lo que decía aun si entendiese el idioma en su totalidad.

Un cuadro nuevo, que sólo mostraba las paredes y el techo del Salón, estaba aguardando al comienzo de la sala, ante todos los demás que pertenecían a sus predecesores. Ella lo tocó con la varita, y luego a cada uno de ellos.

Les pidió que pusiesen una mano en el marco ornamentado de oro. Lo hicieron.

Dentro de la pintura, en los bordes, unas figuras comenzaron a moverse. Una pequeña Pansy, que usaba la túnica del uniforme y dejaba a la vista su nueva adquisición que le pendía del cuello, caminó desde un lateral del cuadro con soltura y se sentó en medio de un sillón que se dibujó para ella. Cruzaba los tobillos y sonreía al hipotético artista del cuadro.

Draco fue el siguiente. Miraba por encima del hombro y parecía llamar a alguien, que resultó ser el Harry de la pintura, que iba detrás de él. Cada uno ocupó un reposabrazos del sillón; el primero con la espalda apoyada en el costado del respaldar y las piernas estiradas, el segundo con una pierna doblada debajo de su cuerpo e inclinado hacia el interior del sillón y la niña. Sus voces eran murmullos.

El Harry de la pintura los saludó con entusiasmo. Era curioso, nunca había tenido una pintura mágica, así que sólo atinó a responder al saludo, y observarlos cuando continuaron hablando entre ellos.

Hellen les explicó que ya había retirado el encantamiento de permanencia de los anillos del resto de los estudiantes de segundo, pero como era usual, ninguno se lo quitó. Hizo lo mismo con los suyos, para después añadirles las piedras que los anunciaban como Valiosos; ese año, era el turno de una gema pequeña, blanca y de textura aperlada, que quedó metida dentro de la boca de la serpiente del medio, como si hubiese capturado una presa con los dientes.

Pansy les pidió una foto, se colgó de un brazo de cada uno, y los hizo pararse junto al cuadro que también los mostraba a los tres. Harry estaba seguro de que salió riéndose cuando Hellen la tomó.

Volvieron a los dormitorios tarde, entre risas y festejos, y a los tres les resultaba difícil apartar la mirada de la piedra por la que hicieron aquellas locuras en las pruebas. Hellen incluso llegó a llamarlos "mis pequeños Gryff-therin" cuando los abrazó, arrancándoles carcajadas.

0—

Cuando las clases para los Slytherin se retomaron, Hogwarts era un caos de preguntas y rumores. Antes de salir de las mazmorras, Hellen, junto a los demás Prefectos, fueron muy claros respecto a no mencionar una palabra a aquellos que no supiesen, y a los de primer año, que eran los más desorientados, sólo se les pidió decir que era un asunto de los otros cursos.

Harry caminó con Pansy hacia el Gran Comedor, a la hora usual. Draco les había dicho que los alcanzaría allí, "algo que hacer" podía tener demasiadas connotaciones para que se pusiese a darle vueltas, y ese día en particular, todavía estaba de ánimos para celebrar y no pensar tanto.

Ron lo atrapó en cuanto pisó el comedor, cuando ellos sólo conversaban, e insistió con las preguntas acerca de lo ocurrido en Slytherin, hasta que, de la nada, se calló y se quedó mirando con la boca abierta las puertas del comedor.

Harry frunció el ceño y se giró despacio. Junto a él, Pansy se cubría la boca, quizás para disimular su risa.

Él habría jurado que la mandíbula se le desencajó.

Una niña estaba entrando al Gran Comedor con pasos lentos, elegantes y gráciles, igual que una de las bailarinas muggles que se vestían de rosa y su madre adoraba ver. El cabello, suelto y apenas adornado por un cintillo fino de verde y plata, le llegaba a media espalda, completamente lacio y brillante bajo la luz de la mañana. Alrededor del cuello y hombros, por encima de una túnica y corbata que no podían ser más que Slytherin, llevaba una serpiente de escamas plateadas, que no dejaba de removerse, sisear y sacar la lengua para probar el aire.

Nadie dijo nada, nadie le impidió pasar, ni se quitaron de su punto de mira cuando unos ojos imposiblemente azules recorrieron el lugar.

Sólo que no era una niña. Era Draco.

—Buen día —saludó de refilón, su voz suave no ayudó a desbaratar la imagen mental de que estaba ante una niña. Tomó asiento en medio de ambos, frente a un Ron que no se animaba a ocupar la mesa de Slytherin durante el desayuno, y continuaba con la boca abierta, las mejillas tan rojas como su cabello, empeorando con cada segundo que transcurría.

Draco —¿Draco?— tomó una tostada y comenzó a untarle mantequilla con calma, como si no ocurriese nada fuera de lo común. Cuando le dio golosinas a una lechuza parda que lo seguía desde los pasillos, y regañó en francés a la serpiente, que intentaba comerse una salchicha, Harry se convenció de que no era que necesitase lentes nuevos, ni alucinaba.

Pansy fue quien rompió el estado de estupefacción en la mesa.

—¡Te ves tan lindo! —chilló, riéndose de forma tonta—. Siempre quise una mejor amiga, no sabía que ya la tenía. Pero los ojos son demasiado, prueba otro color.

Draco, sin dejar de mascar el bocado que mordió, agitó las pestañas varias veces. Su iris pasó de demasiado azul a demasiado verde. Pansy chilló de nuevo y comenzó a jugar con un mechón de su cabello largo, diciéndole lo suave que era y riéndose más, fascinada.

—¿Ma- Malfoy? —cuando Ron reaccionó, lucía más como si hubiese estado a punto de ahogarse que sorprendido. Harry se habría reído, si no hubiese estado seguro de que su expresión no era mucho mejor.

—Weasley —a pesar de la delicadeza en cada gesto, que si lo pensaba bien, era bastante propia de Draco de por sí, el tono desdeñoso con que se dirigía a él no cambió. Ron parpadeó, abrió muchísimo más los ojos y boqueó.

—¡Malfoy! —su grito sobresaltó a todos en la mesa, excepto el aludido. Balbuceó un momento, hasta que se entendió una simple frase—. ¡Por las barbas de Merlín, ¿qué te hiciste?!

—Perdí una apuesta mágica —se encogió de hombros, como si la explicación fuese más que suficiente.

—¿Contra quién? —Pansy frunció el ceño, Draco apuntó a la lechuza que estaba posada en la mesa, frente a él. El corresponsal secreto—. ¿Qué apostaron?

—Tenía que decirle cierta cosa a alguien —otro encogimiento de hombros—, no lo hice. Más bien, lo hice, indirectamente, y no me entendió. Yo no tengo la culpa de su estupidez —dictaminó, tomando una tostada más, y le tendió un bocadillo a la serpiente, que frotó un lado de su cabeza en su mejilla—, pero la apuesta lo contó como inválido, supongo.

—¿Por qué vestirte de niña era lo que ibas a hacer si perdías? —Pansy continuó, ya que ninguno de ellos conseguía articular ni media palabra más.

Draco descartó el asunto con un gesto vago.

—Es una larga historia. Sólo será por hoy, no te emociones.

Pansy no dejó de hacerle preguntas.

—¿De dónde sacaste el uniforme?

—Me consiguió la falda y las medias largas —apuntó hacia la lechuza. El corresponsal, de nuevo—, lo demás es mi uniforme regular.

—¿Cómo hiciste que tu cabello se vea así?

—Estuve practicando mis transformaciones —se encogió de hombros—, no pensé que las fuese a usar para esto. No estoy seguro de que me dure todo el día.

—¿Esa serpiente es Lep?

—Sí, ¿no se ve increíble?

—¿Estás usando falda, Malfoy? —Ron volvió a reaccionar de forma tardía, entrecerrando los ojos y frunciendo el ceño a la vez, en un gesto que era casi doloroso. Cuando recibió una respuesta afirmativa del mismo, hizo el ademán de inclinarse bajo la mesa, y se arrepintió a último minuto, mascullando acerca de "no querer esa imagen mental" y frotándose los ojos.

Cuando Pansy se dio por satisfecha y Draco terminó su desayuno, se levantaron y emprendieron el camino hacia la salida. Ron balbuceó y le golpeó el brazo un par de veces, sin fuerza, sólo para llamar su atención.

—Está usando falda —dijo después, casi sin aliento, y se quedó con la boca abierta por un rato más. Harry consideró hacerle una broma sobre él utilizando las faldas de Ginny, pero aún no conseguía articular nada.

A medio camino de la puerta, los gemelos Weasley, que los vieron desde la mesa de Gryffindor, los interceptaron. No escuchó lo que decían, sólo notó que ambos hermanos hablaban, Draco les contestaba, Pansy daba pequeños saltos.

Luego los gemelos hicieron un alarde de caballerosidad que, de cierto modo, fue aún más increíble que la falda de Draco, al ponerse uno a cada lado de Pansy y él, llevarles los maletines y libros, y dejar que se enganchasen a uno de sus brazos para escoltarlos. Justo así fue cómo llegaron a la primera clase, a la siguiente, y a la otra, porque los gemelos se aparecieron en los pasillos y las puertas de las aulas y comenzaron a hablarles a los dos, de algo que Harry prefería no entender.

Muy probablemente, además de Pansy, fueron Fred y George los que más disfrutaron de lo que después quedó en la memoria de todos como "el día que Draco usó una falda (y resultó que no le quedaba mal)". Le gastaron bromas a medio colegio, utilizando a Draco a modo de distracción, e incluso le dieron paso a la Sala Común de Gryffindor, donde se sentó junto a la chimenea y causó un revuelo entre los estudiantes de la Casa de los leones, mientras los gemelos se inventaban todo tipo de historias y veían a los demás hacer el ridículo.

Quizás el propio Draco no lo hubiese pasado mal; él no lo escuchó quejarse ni una vez en todo el día. Las niñas de Slytherin tuvieron una reacción similar a la de Pansy, los muchachos se quedaron boquiabiertos, balbucearon, se echaron a reír, o las tres cosas. Ante todos los cumplidos que obtuvo, y puede comprobar que fueron bastantes, su respuesta más común fue un bajo "lo sé", y no dio gracias ni una vez.

En los pasillos, hubo susurros por donde pasaba, algo de pánico por la serpiente que luego se convirtió en conejo, imitó a la lechuza parda y volvió a ser una serpiente, miradas extrañas. El mismo Snape, durante una clase, lo observó por demasiado tiempo, con una mezcla de horror, disgusto y estupefacción.

Cuando Pansy lo mencionó, estaban en el patio interno. Draco, que balanceaba los pies y se entretenía sacudiéndose la falda y alisándola, hizo un gesto vago para restarle importancia.

—El pobre Severus debe estarse preguntando para qué gastó tanto tiempo ayudando a criarme, se le pasará.

Más allá de eso, que ni siquiera fue en un tono frustrado, no le pareció que alguna reacción le afectase en lo más mínimo. Draco escribió sus apuntes en clase, respondió a los profesores que le preguntaron, sonrió cuando los Weasley le pidieron que lo hiciera para despistar y hacer de chivo expiatorio, e incluso se dejó tomar fotos y peinar por Pansy, que no dejó de saltar y reír de un lado al otro.

Hablaron poco ese día. No se había dado cuenta de ello, hasta que anocheció y estaban en silencio, en los sofás frente a la chimenea de la Sala Común; no ocuparon el mismo, como de costumbre, porque Draco era más inquieto llevando falda y quiso espacio para balancear sus piernas mientras se encontraba sentado. Lo tomó como la única señal de nerviosismo o incomodidad que mostró con el asunto.

—¿Qué? —le escuchó espetar de pronto, y fue la única vez, a lo largo de ese extraño día, en que las mejillas se le tiñeron de rojo. Se cruzó de brazos—. ¿Por qué me miras así, Potter?

Harry no sabía que lo había estado mirando hasta que se lo dijo. Parpadeó despacio, frunció el ceño, y boqueó, hasta dar con el hecho de que no tenía sentido decir más que la verdad.

—Es que te ves raro —era lo que había rondado su mente todo el día, cuando lo observaba. Él bufó.

—Bueno, Potter, tengo el cabello largo y una falda, yo diría que lo raro sería que me veas igual que siempre.

Harry formó un pequeño puchero, sin notarlo. Draco acarició a Lep, que estaba sobre su regazo, de forma distraída, y luego lo miró de reojo, emitiendo un largo "hm".

—¿Es raro-malo? —preguntó tras un rato, volviendo su atención a las llamas débiles, que hacían poco por el frío de las mazmorras—. ¿Por eso no me hablaste casi hoy?

—No —ni siquiera tuvo que pensarlo. Draco había sido llevado de un lado a otro durante horas, por más de una persona, colmado de preguntas, chillidos y más preguntas; alejarse de ese caos no fue intencional—, pero apenas te vi en clases, antes de que Pansy y el resto de las niñas te arrastrasen a otro asiento.

Draco asintió, apretando los labios.

—¿Te gusta eso?

Su propia pregunta lo sorprendió tanto como a Draco, que levantó la cabeza y parpadeó, como si tuviese que asegurarse de que lo que acababa de escuchar era cierto.

—Fue una apuesta mágica, no me podía escapar —susurró con un hilo de voz, rehuyendo de su mirada.

Pero ya que Harry se le quedó viendo y no dijo nada, tuvo que detenerse y suspiró, deshaciéndose de una tensión que no sabía que había acumulado.

—Es- —hizo una pausa, para sopesar las palabras, y arrugó un poco la nariz al continuar— más cómodo de lo que creía —asintió a la incrédula pregunta no formulada, como diciéndole "sí, en serio lo es"—, pero esto de las faldas y todo eso- es algo que le dejaré a Pansy —se encogió de hombros.

Fue el turno de Harry de asentir.

—Ella estaba muy feliz hoy.

—Lo sé —Draco se rio por lo bajo—, no paraba de hablar y jalarme hacia todas partes. Es verdad que necesita una amiga.

—Te lo dije —señaló, con una media sonrisa. Y a partir de ese punto, la conversación fluyó por sí misma mientras estuvieron solos.

Después del toque de queda, acompañó a Draco al dormitorio y luego hacia afuera. Le había prometido a los gemelos ponerse un vestido blanco de Pansy, muy largo, y aplicarse el hechizo espectral, para asustar al conserje, o al menos, distraerlo lo suficiente para que ambos se colasen a su oficina por algo que querían recuperar. Sabía que formaba parte de un trato, y claro que él obtendría otro algo a cambio, pero no supo qué.

Recordaba haberse doblado por la risa y rodado sobre su cama, cuando regresaron al cuarto. Su amigo caminaba tirando del vestido, tarea dificultada por los espasmos de sus carcajadas. El Draco que conocía volvió a la normalidad esa noche, después de tomar un baño, ponerse uno de sus pijamas de seda, y haber regresado su cabello al largo usual.

0—

Luego de que los Juegos de Slytherin terminaron, y tras haber pasado la semana de aturdimiento por el "día en que Draco usó una falda", el resto del año escolar fue normal. Tan normal como podía ser un internado mágico para unos niños de doce años.

Fueron castigados un par de veces por Snape e Ioannidis, el primero optaba por hacerlos limpiar calderos sin magia y la mujer por emplearlos de ejemplo para las clases de duelos y contra-hechizos. Pansy, de algún modo, se convirtió en una de las primeras del curso después de que su varita dejase de explotar cada vez que la tocaba, y no dejaba de mencionarlo cuando tenía la oportunidad; claro que eso significaba que Harry tenía ayuda extra cuando no comprendía algún punto y Draco estaba de malas.

Cuando pensaba en el final del segundo año, recordaría tardes de bocadillos en la Sala Común de Hufflepuff, mientras veía a Ron y Draco enfrentándose cara a cara, un tablero de ajedrez entre ambos, largas prácticas con el equipo de Quidditch y juegos aún más rudos, en los que Flint les prometía maldecirlos si lo hacían quedar mal durante su último año de estadía en Hogwarts. Paseos por los límites del Bosque Prohibido, charlas con las ninfas, los centauros, Myrtle, escapadas nocturnas y risitas contenidas por el castillo, los dos pegados a la pared, ocultándose bajo la capa de invisibilidad de un amargado conserje, su gata y Peeves, a veces los tres al mismo tiempo. Los juegos con los demás Slytherin frente a la única chimenea con que contaban las mazmorras, abrazos de las hermanas Greengrass y Hellen, a Crabbe, Goyle y Zabini peleándose con un grupo de Gryffindor porque dijeron cosas horribles sobre los padres de Pansy y Draco.

Al pensar en segundo año, también pensaría en la risa sin control de Sirius a través del espejo-comunicador cuando le hablaban una idea nueva o lo que recién hicieron, cajas de bombones de la señora Malfoy, pláticas en la chimenea con Jacint contándoles acerca de su trabajo como rompe-maldiciones y la especialidad en Artes Oscuras que quería hacer. En la voz suave y carente de emociones de Riddle, enseñándoles a los Slytherin de la oclumancia y legeremancia. En Draco.

Siempre en Draco.

Charlas eternas con Draco, tirados en la misma cama o cada uno en la suya, acostados de lado para verse a través del dosel abierto, las regañinas porque no se había bañado, no terminó la tarea, o dejó algo donde no debía y se acababa de tropezar con otra de sus pertenencias o Lep se había metido en uno de los zapatos que dejó caer por ahí, las manos suaves que lo peinaban cuando decía estar harto de verlo parecer un "mendigo", palabra de la que Harry no comprendió el significado por varios meses. Draco recibiendo notas de una lechuza en las horas de la comida, escribiendo largas y elegantes cartas en el escritorio, paseando a solas, o sentado en el colchón, con el libro de Transformaciones que le regaló Nym, practicando para poder cambiar su aspecto. Draco atrapado en medio de los gemelos Weasley, planeando una travesura de la que nadie más tenía conocimiento hasta que algún estudiante gritaba o se doblaba por la risa, perdiéndose por horas dentro del laboratorio de Snape, leyendo con esa expresión de concentración tan suya, que nunca había visto en nadie más.

Draco en su cumpleaños, sonriendo y dejándose abrazar por aquellos que lo felicitaban, y agachado ante la chimenea, rodeado por un encantamiento, para escuchar a su madre cantarle la canción de cada año. Draco rindiéndose a los hechos y arrastrándolos, a él y a Pansy, a una reunión del club de Ravenclaw en la Torre de Astronomía, cuando quiso ver una lluvia de estrellas que no se repetiría en al menos cien años.

—Estaremos vivos para entonces —le había dicho, tendido en una cobija, en el suelo. Sus ojos brillantes no se despegaban del cielo ni un segundo, y si bien, le había molestado verse rodeado de Ravenclaw y que se llevasen a Pansy lejos porque tenían muchas preguntas que hacerle, parecía habérsele olvidado deprisa—, pero no quiero tener que esperar tanto.

Hermione les había dicho lo feliz que estaba de que hubiesen ido al fin, los invitó cada semana a partir de ese día. Draco, al principio reticente, terminó por acostumbrarse a ir. Después no tuvo excusa para oponerse a la amistad que nació entre ella y Pansy, en especial cuando se dieron cuenta de que pasaban casi todo el tiempo juntas en la biblioteca y parecían hablar en un idioma que sólo ellas comprendían; que Pansy fuese feliz, también ayudó a mantenerlo tranquilo.

Harry difícilmente podía no pensar en Draco al rememorar su segundo año. Cuando el día de regreso a casa llegó, el compartimiento en que estaban quedó atestado. Los Weasley al completo, cuatro Slytherin —Nott se unió a ellos tres de camino—, Hermione con un compañero Ravenclaw, y un montón de golosinas resultantes de una combinación de todos los bolsillos.

Porque no quería separarse de sus amigos de inmediato, Lily recogió a todos los niños que bajaron con él, incluso a aquellos que no conocía de nada, y decretó que sería día de helado en familia; de algún modo, convenció a los representantes de todos para que fuesen. Él no podía amarla más por eso.

 

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