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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo treinta: De cuando Harry tuvo un par de logros importantes

Harry lo vio descender en picada desde unos diez metros de altura. Estaba sentado en la parte más baja de las gradas, la práctica del equipo de Slytherin había terminado hace rato. Pansy le explicaba cómo iniciar el último ensayo que mandaron en Transformaciones, porque había quedado en blanco después de leerse el título del tema. Cuando el borrón de movimiento y cabello rubio les pasó por al frente, su atención se desvió sin que se diese cuenta.

Draco se niveló a último momento, los pies casi rozando el césped cuando estiró las piernas para frenar, y trazó un arco en el aire para ascender la poca distancia que quedó entre ellos. Tenía las mejillas arreboladas cuando estuvo frente a ambos, los ojos brillantes, la Quaffle en una mano, encerrada bajo el firme agarre de los guantes blancos.

—¿Terminaste? —Pansy sonrió cuando lo vio asentir. El niño-que-brillaba-más-después-de-jugar le devolvió el gesto.

—Entrego la Quaffle a Montague, me cambio y nos vamos —comentó, dirigiéndole una breve mirada a Harry, que asintió y le hizo un gesto vago con la mano; no tenía prisas por irse, ya la curiosidad lo había carcomido durante gran parte del día. Luego se volvió hacia ella, de nuevo—. ¿Vas a estar ocupada hoy, Pans?

La niña ladeó la cabeza y pareció considerarlo un instante.

—Tal vez vaya a la biblioteca con Mione un rato —se encogió de hombros después.

Fue el turno de Draco de asentir, le dijo que tuviese cuidado, y se marchó sobre la escoba, dándole una última vuelta al campo antes de perderse en el edificio de los vestidores; aquello siempre le hacía sonreír. Una vez que volvieron a quedarse solos, Pansy lo observó de reojo con una expresión extraña, y Harry elevó las cejas.

—¿Qué?

—Me ha parecido...—hizo ademán de señalar algo, para luego sacudir la cabeza y emitir una risa suave—. No, estoy loca, olvídalo —estaba a punto de preguntar a qué se refería, cuando ella volvió a adelantársele—. ¿No te parece que Draco se está comportando mejor con los otros?

—¿Mejor? —repitió, frunciendo el ceño al intentar hacerse una idea de lo que decía.

—Sí, bueno, Mione dice que no ha peleado con ella ni con otro hijo de muggles desde hace meses —puntualizó, con una sonrisita—, comparte con estudiantes de otras Casas. Incluso está esa niña, Luna; todavía no estoy segura de qué hace tan cerca de Draco ni por qué lo está, pero creo que me hago una idea, y no parece...mala, ¿cierto? Myrtle dice que la saluda cuando se encuentran en el baño, y nunca le ha lanzado libros, y según ella, los que son así, son los mejores de todo Hogwarts —había una clara diversión en su voz al explicarlo; como Harry podía imaginarse a la niña fantasma hablándole de ese modo, no pudo evitar sonreír también.

—Supongo que sí —a último momento, por simple curiosidad, agregó:—. ¿Qué es lo que crees sobre Luna entonces?

Pansy dio un vistazo en dirección a los vestidores, para asegurarse de que Draco continuaba ahí dentro, y se inclinó hacia él, con un aire aparentemente confidencial.

—Creo que Luna Lovegood es el corresponsal con el que Draco se escribe casi todos los días.

—¿Qué? —Harry volvió a fruncir el ceño. Por reflejo, miró también hacia la cabaña que cumplía la función de vestidor, como si esperase ver a su amigo salir para explicar lo que ella acababa de comentarle.

—Piénsalo —susurró Pansy—, las cartas comenzaron a llegar el año pasado, y Luna es de segundo; fue justo cuando entró a Hogwarts. Nunca los habíamos visto juntos, pero hablan con normalidad y parecen cercanos, para como es él con la mayoría de las personas, al menos. Además, los dos ven y hablan de esos caballos alados que asustaron a Draco antes, como la persona que estuvo con él y Snape en el Bosque Prohibido cuando lo seguimos —hizo un gesto exagerado, como si pretendiese que la revelación se transmitiese a Harry también—. Todo encaja.

Él se mordió el labio un momento, sin notarlo. Draco acababa de salir de los vestidores, debió haber dejado la Quaffle dentro para Montague, y se dirigía hacia ellos sin prisas.

—No lo sé —dijo por fin, encogiéndose de hombros. Suponía que la teoría de Pansy tenía sentido, mucho más que cualquier otra persona en la que pudiesen pensar, pero aún era un tema del que prefería que su amigo le dijese, incluso si este no lo hacía y tenía que lidiar con su curiosidad solo. Bueno, tenía que admitir que eso último  lo fastidiaba bastante.

Pansy soltó un suspiro resignado y se puso de pie, bajando de las gradas con ayuda de Draco, que le tendió la mano tan pronto como llegó. Harry bajó de un salto y se dejó besar la mejilla por su amiga, que se despidió de ambos y avisó que los encontraría en la Sala Común más tarde o durante la cena.

La observaron alejarse por el camino que iba desde el campo de Quidditch hacia el castillo, de regreso, hasta que se perdió de vista. Luego intercambiaron miradas y emprendieron su propio trayecto, en la dirección opuesta. Dado que tuvieron una práctica extensa y ya estaban duchados y cambiados, no esperarían encontrarlos dentro hasta la cena como mínimo, que era cuando los agotados jugadores tenían que despegarse de sus tareas o arrastrarse fuera de las camas, si no querían morir de hambre.

La brisa fresca de la tarde hacía que un aroma a limpio, y algo que creyó reconocer como canela, llegase hasta él. Después de algunos metros y varios vistazos de reojo a Draco, llegó a la conclusión de que era la fuente del olor, con uno de sus acondicionadores costosos que dejaba apartados en su taquilla. De forma vaga, se preguntó si era normal que le agradase tanto como lo hacía, a la vez que inhalaba un poco más profundo, sin notarlo.

No tardaron más que un momento en alcanzar la linde del Bosque Prohibido. Draco saludó a las ninfas, que enseguida se mostraron en sus extrañas y difusas formas, y comenzaron a celebrar su visita. Las voces suaves y melodiosas, que hacían preguntas de vez en cuando, los acompañaron en el camino hacia la colonia.

Bonnie los esperaba, con apariencia humana, en la salida de uno de los túneles mágicos. Hizo una corta reverencia, les pidió que lo siguiesen, y se adentraron los tres a la comunidad perdida de los centauros.

Seguía sin cambios, justo como la última ocasión en que estuvieron por allí. La mayor parte de las luces no se encontraban encendidas a esa hora, porque la claridad de la tarde les bastaba, y algunas de las criaturas, las que eran más jóvenes, se animaban a caminar un poco cerca de ambos, ahora que sabían que los visitaron más de una vez y no pretendían hacerles ningún daño.

Bonnie los llevó directo al Oráculo, donde Magorian y Firenze aguardaban, sumergidos en una discusión que cesó tan pronto como hicieron acto de aparición. El líder de la colonia los dejó solos, después de asegurarse de que aún conocían las reglas sobre el lugar. Bonnie no tardó en seguirlo afuera.

Firenze les dedicó esa mirada larga que a veces daba, la que lo hacía encogerse bajo la sensación de que podía ver su alma e incluso más allá, hacia su pasado, presente y futuro. Harry hizo un esfuerzo por sostenérsela, antes de que les indicase dónde podían sentarse y diese inicio a las proyecciones.

El enorme perro —el Grim, podía recordar— fue lo primero en mostrarse. Corrió hacia ellos, dio vueltas en torno a la silla que Draco ocupaba, y se perdió al desvanecerse cuando tendría que haber chocado con una de las paredes de cristal. Lo siguiente fueron las imágenes que se revelaban contra las superficies sólidas.

Por un largo rato, se quedaron en silencio. Lo único que abarcaban las proyecciones eran siluetas difusas, contornos erróneos, a los que, por la expresión de Draco y no sólo la suya, ninguno de los dos le podía encontrar algún sentido todavía.

—Ahí yace la primera de ellas —anunció el centauro de pronto, con ese tono solemne y serio que tenía, haciéndolos pegar un brinco desde las sillas—, si pueden detallarla, Arcanos, ¿qué es lo que ven?

Harry estrechó los ojos. Junto a él, Draco ladeó la cabeza.

La imagen era una persona, probablemente joven, por el tamaño que tenía comparado al ambiente en que la proyección lo colocaba. Un niño. Una de sus manos tenía una mancha de un color plateado, que sobresalía entre el dorado del resto de la imagen, y siguió sus movimientos con la mirada, conforme caminaba hacia una silueta que estaba formándose en el otro lado de la pared. Un segundo humano.

Habría jurado que ese tenía una irregularidad también, en algún punto de la frente.

Se encontraron a medio camino, justo la mitad de la pared. Y continuaron en sentidos opuestos, alejándose más cada vez. Una silueta humana, más grande, apareció frente a cada uno cuando se detuvieron de nuevo, de espaldas al otro.

Era curioso. Harry tenía la sensación de ver una película muggle de dibujos sencillos, a los que nadie daba un rostro. Siluetas nacían y morían de la nada, interactuaban con ellos, los dejaban solos. Cuando volvían a caminar en un sentido, una figura de un tamaño igual, aproximadamente, se les unió, y luego otra, y otra, y otra.

Los observaron atravesar lugares imaginarios que la proyección generaba para ellos, enfrentarse a unas siluetas que no habría sabido identificar. Luego una especie de torbellino se llevó al que tenía la marca en la mano. Harry tuvo que ahogar un grito cuando la proyección se apagó de repente, poco después de ese evento, incluso a pesar de que las demás figuras continuaban en movimiento.

—Es todo lo que pudimos recoger —explicó Firenze—; lo interpretamos en secuencias para darle mayor sentido al mensaje de las estrellas, pero lo demás es borroso, extraño, y no deja de empeorar cada vez que hemos intentado revisarlo.

—¿Qué quiere decir entonces? —Draco fue el primero en reaccionar. Harry todavía parpadeaba y tenía la mirada puesta en la pared vacía.

—Son pasajes que tomarán años en cumplirse...

—La última vez que nos dijeron algo así, estuvimos escapando de lechuzas y búhos en menos de una semana —objetó, interrumpiéndolo. Firenze tuvo que darle la razón, aunque había fruncido el ceño de un modo que era apenas perceptible por la cercanía.

—Los mensajes de las estrellas son claros, los errores pueden estar en nuestras interpretaciones; sólo el cielo, en su inmensidad, es perfecto —Draco le dirigió, de reojo, esa mirada que decía "ahí va de nuevo", y él tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no echarse a reír por la fingida exasperación que mostraba su amigo—. Aun así, por la manera en que están presentadas, no hablan del tiempo en medidas humanas ni de centauros, se refieren más a los años, a partir de cierto suceso que las estrellas han decretado muy relevante.

—¿Cuál?

—El retorno de la piedra de la luna.

Ambos niños intercambiaron miradas. Draco volvió a adelantarse, como si conociese las dudas por las que los dos pasaban. Él comenzó a creer que así era.

—¿Qué dice sobre ahora, justo en esta época?

—Hielo —le contestó Firenze, logrando que apretase los labios en una expresión de profunda concentración; Harry casi podía imaginarse su mente acelerada, buscando explicaciones, reuniendo la información que creía tener ya—, el hielo te va a hundir, Arcano Malfoy, eso es lo que dice.

—Estamos en otoño —le escuchó murmurar. Su razonamiento era claro: sólo debía estar atento a partir del momento en que la nieve comenzase a caer y el Lago Negro se congelase. Después de un bufido, se cruzó de brazos—. No tiene mucho sentido. ¿Es todo?

Firenze negó.

—Una persona de hielo, alguien que se relaciona a el; no podemos estar seguros. Es esa persona quien te va a hundir, las estrellas han sido bastante concisas al respecto. Lo que se rompe, se arregla. Lo que se rompe, se reconstruye. Lo han puesto varias veces.

—¿Hundirme como...? —dejó las palabras en el aire, gesticulando hacia el centauro, para que le diese una explicación a sus propias palabras. Lo vieron negar.

—No tiene que ser literal, tal vez es figurativo. Las estrellas hablan de hundimientos y rompimientos, y noticias para el Arcano Potter.

—¿Qué noticias? —Harry preguntó, antes de que su amigo lo hiciese por él, y le dio un codazo sin fuerza cuando notó que sí, lo había dejado con las palabras en la boca al adelantarse de ese modo.

—No muy buenas —musitó, más despacio. Estaba seguro de que era su forma de medir lo que decía, de no delatar demasiado, sin ocultarle lo que importaba, y no supo si molestarse o no de ser tratado con mayor cuidado que Draco—, hablan sobre un objeto. No un objeto común, es…supongo que ustedes le llamarían un objeto de adoración.

—¿Un que de qué?

—¿Una persona? —añadió el otro niño, que acababa de ladear la cabeza hacia el otro lado. Tenía esa expresión que le había visto sólo una vez antes, cuando se coló a la clase de Aritmancia para pedirle algo prestado, y se lo encontró rellenando el cuadro junto a Hermione. Firenze asintió.

—Eso parece.

—¿Una cosa o una persona? —intervino Harry, desorientado. Oyó con claridad el bufido de su amigo.

—"Objeto de adoración" suele ser una persona que quieres y admiras, Potter.

Él emitió un "ah". Después de unos segundos de procesarlo, asintió.

—Hay un evento que se tilda de peligroso, en una fecha que no está muy bien determinada, algún momento en el invierno —siguió Firenze, todavía en voz baja—. Ni los centauros que revisaron esto, ni yo, creemos que suponga un mal para ustedes. Las estrellas no hablan de riesgos hasta dentro de un año más, si tomamos en cuenta la fecha en que regresaron la piedra lunar aquí. Es preciso sobre esto: porque buscarán la pista que a otro le fue entregada, y en las profundidades de un agua oscura, lo encontrarán antes de que sea demasiado tarde. Todas las interpretaciones llevan a esta.

—Pero será cuando hayamos pasado a cuarto, quieres decir, ¿no? —el centauro asintió. Los dos volvieron a mirarse— ¿algo más?

—Todavía no sabemos quiénes son las otras siluetas de las que hablan las estrellas, sólo tenemos pistas, algunas referencias que no podemos encajar porque no conocemos a quienes los rodean. Los mencionan más dentro de poco; deberían revelarse en los próximos meses.

—¿Y esas pistas? —volvió a decir Draco— ¿no hay unas sobre ellos?

—Hay varias para cada uno —explicó, con un gesto en dirección a la máquina que creaba las proyecciones—; duendes y dragones, una torre, una varita y un libro. Hace poco se añadió un "Pandora", no sabría decirles si es el nombre o no de una de estas personas.

Percibió, más de lo que vio, el preciso instante en que Draco se tensó en la silla de al lado. Giró el rostro hacia él.

—¿Qué pasa? ¿Sabes quién es?

Por toda respuesta, él le dedicó una mirada consternada, luego se concentró otra vez en el centauro. Se percató de que no dejaba de frotarse las palmas de las manos entre sí.

—Si averiguan más, ¿nos lo dirán? —preguntó, en tono calmado. Firenze asintió.

—Los Arcanos siempre serán bienvenidos entre nosotros, incluso si no es así. Mi aprendiz los mantendrá al corriente.

Ambos asintieron y se despidieron de él, entre agradecimientos que eran rechazados y preguntas inconclusas, que recibían respuestas semejantes. Firenze los acompañó sólo hasta la salida del Oráculo, y allí, los dejó bajo el cuidado de Bonnie, que los guio de vuelta, como si todavía no conociesen el lugar.

Cuando estaban por meterse a los túneles que los regresarían al corazón del bosque, Draco se detuvo en seco y se volvió hacia el centauro joven. Titubeó un poco, de una manera que rara vez le veía hacer.

—Si un humano quisiera aprender a leer las estrellas como lo hacen ustedes, ¿se lo enseñarían?

Bonnie pareció considerarlo por unos segundos.

—Los centauros mayores están abiertos a compartir sus conocimientos, siempre que los magos tengan un trato de igual a igual con ellos. No sé mucho más, creo que tendrían que ver si dicho humano tiene capacidades para observar más allá que el resto de su especie, y puede aprender el noble oficio.

—¿Así que tendrían que conocerlo antes de decidir si puede o no? —Bonnie asintió.

—Podría decirlo de esa forma, sí.

Luego de intercambiar unas pocas palabras más, los dos se colaron por el túnel, y del otro lado, un opaco atardecer les avisó que no tenían tiempo para desviaciones en el camino de regreso, o podrían llegar tarde a la cena y meterse en problemas. No estaba entre los planes de ninguno explicar qué hacían fuera a esas horas.

—A ti no te gusta la adivinación —mencionó, después de unos metros de caminata, donde sólo escuchaban los susurros de las ninfas en la distancia. No era una pregunta, estaba seguro de ello, porque Draco había arrugado la nariz y chasqueado la lengua ante cualquier mención de la materia cuando discutieron las optativas que querían con Pansy.

—No, no me gusta —reconoció, en voz baja.

Resultó que era uno de esos días en que Draco entraba en su modo "no te voy a contestar con lo que quieres saber", y pese a cualquier intento que pudo hacer, su amigo se mantuvo con aires un poco taciturnos y distraído el resto del trayecto. Apenas hablaron. Cuando estaban por separarse en el vestíbulo del castillo, Harry hacia el Gran Comedor porque moría de hambre, y Draco a buscar a Pansy antes de ir a cenar, le preguntó si quería que probasen los prototipos casi completos del mapa esa noche.

Aún agotado, a sabiendas de que el fin de semana se le había escapado y no tenía las tareas listas ni la disposición para completarlas, asintió con una sonrisa y lo vio marcharse en una dirección distinta de la suya.

Esa noche, se sentó en la mesa de Hufflepuff y escuchó a Ron contarle de un juego que se inventaron esa misma tarde en la Sala Común de los tejones, con un Puffskein de una estudiante de segundo, que era una adorable bola de pelos, en opinión del resto. Localizó a sus amigos, en cuanto entraron, dirigiéndose a la mesa de Slytherin, donde fueron arrastrados a una de las conversaciones de las Greengrass, Zabini y Bulstrode.

Se le ocurrió que sería agradable comer todos juntos. Luego se dijo que era una locura; Ron y Draco se habrían matado antes del segundo bocado, por la diferencia de costumbres entre ambos.

0—

La semana que le siguió a la visita a los centauros tuvo algunos altibajos, varios a los que no pudo darles una explicación. La mañana del martes, cuando se despertó por una bola de pelo que se presionaba contra su cara, y resultó ser Lep echado encima de él, encontró a Draco sentado en el escritorio que le correspondía en el cuarto, inclinado sobre un trozo de pergamino en el que no dejaba de escribir; el rasgueo, y un distante correr de agua en el baño que debía ser ocupado por Nott, era lo único que se escuchaba en el cuarto.

Él no le hizo preguntas, a pesar de lo mucho que quería hacerlo, y su amigo tampoco le contó nada. Decidió no mencionárselo a Pansy; le parecía ridículo.

Fue el mismo día en que Draco se pasó toda la tarde en las mazmorras, dentro del laboratorio de Snape. Volvía a estar taciturno cuando regresó a la Sala Común, lo bastante distraído como para dejar que él y Pansy se fuesen al comedor para la cena, sin decir ni una palabra, y no hizo ademán alguno de acompañarlos cuando lo invitaron. Comió solo, supuso, aunque ya estaba en su cama, con las cortinas del dosel cerradas, cuando llegó al cuarto de los niños de tercero.

El miércoles, luego de haber completado las clases del día, se desapareció por varias horas. Ni ellos dos, ni el profesor Snape, ni algún otro Slytherin con los que a veces conversaba, tenían idea de dónde estaba o lo vieron después del almuerzo.

Por la noche, se encargó de darle los últimos retoques al prototipo del mapa, y dejó que Harry se sentase en la orilla de su cama y le hablase de cualquier cosa que se le pasaba por la cabeza, apenas quejándose cuando se movía demasiado, como si se hubiese resignado a la idea de tener que lidiar con sus interrupciones. Hablaron con Sirius, a través del espejo, ese mismo día, para enseñarle los avances, y su padrino se mostró más que encantado; sólo hizo algunas recomendaciones y les corrigió un hechizo, para hacerlo más duradero y eficaz.

El jueves casi no lo vio, fuera de las aulas y el cuarto; sólo intercambiaron las palabras justas para dos personas que pasan la mayor parte del día en el mismo lugar. No fue hasta el partido de Quidditch de esa tarde, que estuvo realmente cerca de él, y para entonces, ambos tenían la atención puesta en otros asuntos.

El viernes volvió a recluirse en el laboratorio del profesor durante una importante fracción del tiempo que tenían libre. Para ese momento, sí lo conversó con Pansy, que aseguró no saber nada, y por el tono lastimero en que lo dijo, estaba seguro de que era cierto.

Durante la cena, sentado de nuevo entre los Hufflepuff, mantuvo la mirada puesta en la mesa de las serpientes, por si es que decidía presentarse. No ocurrió. Pansy y el resto de sus compañeros mantenían una charla tranquila, de la que no podían distinguir nada a esa distancia, y su amigo ni siquiera se asomó por la puerta.

Ron se percató del despiste, luego de casi tener que gritarle para capturar su atención.

—Creo que es por lo de su padre —mencionó él, cuando tras cierta insistencia, cohibido, le explicó la situación que había tenido con Draco esos últimos días. Ron no se molestó en ser sutil, ni en dejar de atragantarse mientras le hablaba, señalándolo con el tenedor de vez en cuando—, no estoy seguro, pero Smith tenía El Profeta de hoy, y estaba diciendo algo como que se revisaran los cargos a Lucius Malfoy —se encogió de hombros—, supongo que es para hacer la condena más larga o algo así, ¿por qué otra cosa estaría portándose más raro de lo normal?

Harry tenía que admitir que no se le había pasado por la cabeza que esa fuese su manera de reaccionar a la tristeza. Cuando regresó al dormitorio un rato más tarde, intentó hablarle sobre el tema. Draco le dirigió esa mirada larga y fría que lo hacía sentir más pequeño, hasta que cedió y se apartó. No le insistió más sobre el tema, sino que se sentó a un lado a verlo leer; cuando fue el propio Draco el que le preguntó qué pasaba, le pidió ayuda con una tarea, con el tono de voz más inocente que era capaz de utilizar, uno que le copiaba a Sirius para cuando se metía en problemas con Remus. A su padrino siempre le funcionaba.

El sábado, cuando iban a la primera visita a Hogsmeade, y Pansy le había hablado por horas sobre todo lo que quería conocer y lo que iba a comprar, fue que Draco los sorprendió, instalándose en uno de los sillones frente a la chimenea, con Lep en el regazo y un libro en las manos, la mirada indiferente perdida entre párrafos que, muy probablemente, conocía de memoria mejor que ninguno de ellos.

Negó cuando le preguntaron si iría.

—Dije que no —aclaró, ante el par de miradas incrédulas y el silencio que le siguió al gesto—. No voy a ir a Hogsmeade.

Harry sólo recordaría haber perdido parte del entusiasmo acerca de la idea de visitar el pueblo mágico, y que de pronto, la Sala Común le resultaba casi acogedora en comparación. Pansy se sentó a un lado de su mejor amigo, e intentó convencerlo de salir, sacarle información sobre por qué se negaba a ir, lo que fuese.

Nada. No logró nada.

Pansy se fue más tarde de lo normal, por lo que tendría que encontrarse con el grupo de Hermione y el resto de Ravenclaw a mitad de camino. Él sabía que los Weasley tendrían que estarlo buscando para ese momento, pero sentía los pies pesados, clavados en el suelo, en ese preciso punto donde estaba.

—Si tú no vas —dijo, vacilante—, entonces yo tampoco.

Draco apenas levantó la mirada del libro por una milésima de segundo.

—Sé que quieres ir, Potter —mencionó, con aparente calma—, te vi hablarlo con Pansy, y con la Comadreja también. Debes tener planes, no seas tonto y los canceles ahora.

Harry apretó las manos en puños a los costados, la sangre le hirvió porque le contestase así cuando intentaba ser un buen amigo. No, estaba claro que no sabía cómo serlo, no para él, pero no significaba que el intento valiese menos.

Aun así, no se movió ni un centímetro. El niño-que-brillaba lo observó por unos segundos más, luego sostuvo a Lep, alejándolo de su ropa, y se lo tendió.

—¿Puedes sacar a Lep a pasear cuando te vayas? Necesita algo de aire fresco y le iría bien conocer un lugar nuevo; siempre está encerrado conmigo.

—Tú también deberías venir por eso mismo —probó suerte, sujetando al conejo mágico, que apenas lo olfateó, se coló dentro de una de sus mangas y se combinó con la tela del suéter bajo la túnica de otoño—. Será divertido —insistió. Draco, que ya había dejado de fingir leer, arqueó una ceja en una pregunta silenciosa que no supo responder.

Permanecieron así un rato, mirándose y en silencio, en una Sala Común cada vez más desierta, a medida que los estudiantes mayores a tercer año se disponían a ir a la salida al pueblo, y los más jóvenes se ocupaban de sus propios asuntos, fuesen cuales fuesen.

Harry cambió su peso de un pie al otro. La repentina y absurda ira le dejó paso a una emoción helada de vacío, y agachó la cabeza por un momento, sopesando sus palabras, cómo expresarse; no solía ser bueno en ello.

—Sabes que- uhm, si necesitas hablar con alguien, digo, puedes hacerlo, lo sabes, ¿cierto? Con Pansy, o conmigo, o si no quieres, habla con Snape, o escribe a Jacint, o tu corresponsal secreto, sólo- —se interrumpió a sí mismo al no saber cómo proseguir. Se encogió de hombros, metiéndose las manos en los bolsillos—. Si algo pasa y eso, y si quieres, sí- bueno, uhm.

Draco siguió observándolo sin cambiar su expresión serena cuando terminó. Harry se descubrió con ganas de gritarle para que reaccionase; tuvo que resoplar y decirse a sí mismo que no era para tanto. Si no quería ir, sólo no quería ir y no era problema suyo, ¿verdad? Él sí se divertiría.

Estaba por marcharse, enfurruñado y decepcionado consigo mismo, cuando escuchó que la puerta a la sala se cerraba detrás de un estudiante, y quedaron por fin solos completamente. Entonces Draco cerró el libro y lo colocó a un lado, en la mesa junto al sofá que ocupaba.

Le llevó unos instantes hablar. "Mascullar" sería más correcto.

—No tengo permiso.

Harry parpadeó.

—¿Qué?

Lo vio girar el rostro, la máscara de indiferencia Malfoy agrietándose y cayéndose en cuestión de segundos. Draco fruncía los labios, el inferior sobresalía un poco en el gesto.

—No tengo permiso —repitió, más lento, cruzándose de brazos—, no pude hablar con madre y no me lo firmó antes de venir a Hogwarts, porque se le olvidó. Y no lo tengo —volvió a decir, reclinándose en el sofá y dando una infantil patada al aire, como si pudiese cambiar su situación desquitándose.

Y Harry sólo tuvo ganas de reír.

—¿Qué? —su amigo estrechó los ojos cuando no hizo comentario alguno de forma inmediata. Él negó y se aclaró la garganta.

—Así que no tienes permiso —recibió un asentimiento—, ¿eso es todo? ¿La semana entera estuviste...así, por eso?

Draco pareció considerarlo. Su expresión, al igual que la postura, se relajaron de a poco.

—No, no sólo eso —reconoció, en un tono menos duro. Después añadió, con algo que no supo identificar:—. No creí que lo hubieses notado.

—¿Qué tan distraído crees que soy? —cuando hizo ademán de contestar, se formuló una idea de lo que diría. Prefirió silenciarlo con un gesto y sacudir la cabeza—. No, mejor ni me digas.

Para su sorpresa, una pequeña sonrisa se abrió paso en el rostro de Draco. Sin pensarlo, él se la devolvió.

—Entonces, no hay permiso, ¿y qué? —le restó importancia con un gesto, inclinándose sobre el sofá que ocupaba, con las manos presionadas en los reposabrazos. Draco lo miraba unos centímetros desde abajo—. Tenemos un mapa y muchas opciones de pasadizos; para estas cosas trabajamos por dos años.

Cuando abrió la boca para replicar, no tuvo que negarse; una parte de él, de forma inconsciente, reconoció esa expresión que hacía cuando estaba a punto de rehusarse a algo. No estaba seguro de en qué momento aprendió a leer su rostro de esa manera, era un conocimiento que parecía sólo estar ahí, latente, listo para cuando fuese requerido.

Así que, adelantándose a su respuesta, se enderezó, sin dejarle tiempo de hablar, y se llevó una mano a la túnica, palpando la tela y llamando al conejo con susurros. Lep reapareció, asomando la cabeza por el cuello de su ropa. Lo sostuvo entre ambas manos, colocándolo en el espacio entre él y su amigo.

—Lep quiere que vayas, ¿verdad que sí? —movió el conejo de arriba a abajo, con cuidado de no alertarlo ni causarle ningún daño; este había comenzado a olisquear y mover las orejas en cuanto reconoció a su dueño, casi pidiendo que lo dejase ir con él de vuelta—. Sí, sí quiero, no será lo mismo sin ti, me pondré muy triste y no me gustará tanto el pueblo —simuló una voz aguda e incluso más infantil que la suya, que empezaba a cambiar sin que lo notase con el paso de los días, y luego arrulló a la criatura contra su pecho, con ambos brazos.

A Draco le tomó unos segundos comprender lo que acababa de hacer. Cuando lo hizo, negó varias veces, cubriéndose la boca con el dorso de una de sus manos.

—Merlín, ¿qué...? Estás loco.

—Nos dijo locos —habló contra el pelaje del conejo, pero lo bastante alto para que él pudiese escucharlo también—. Es feo que nos digan locos, no debería hacerlo, nosotros sólo estamos preocupados —volvió a imitar la voz que, según él, sería de Lep, si pudiese hablar igual que un humano.

Su amigo se reía por lo bajo, conteniéndose.

—¿Entonces vas a venir? —ladeó la cabeza; sin que tuviese que pedirlo, Lep se removió y terminó por hacer lo mismo, las largas orejas cayéndole por un costado.

Draco apretaba los labios en un último esfuerzo por no echarse a reír. Tampoco necesitaba hacerlo para que supiese que había resultado, sus ojos brillaban. Lo observaba de ese modo, el que hacía a veces, cuando lo atrapaba mirándolo, o cuando hablaban por largos ratos a solas, ese que empezaba a convencerse de que no podía ser imaginación suya.

Harry se sentía orgulloso de haberle quitado esa máscara de indiferencia. Feliz de ser él, no otra persona, y de que lo mirase así. Y cuando comenzó a balancearse sobre sus pies, invadido por una emoción cosquilleante, no supo cómo podría definirla. No le puso un nombre.

—Hay varias formas de llegar a Hogsmeade, ¿cierto? —no necesitaba preguntarlo, los dos lo sabían, si es que Draco no conocía los pasadizos incluso mejor por haberlos trazado todos en los borradores. Sólo necesitaba que él asintiese, que continuase dándole razones para ir, insistiendo, y Harry así lo hizo.

Cuando se puso de pie, estaba claro que había conseguido lo que quería. Lo esperó ahí mismo, durante los segundos que le tomó ir hasta el dormitorio por una de sus capas más abrigadas.

Al regresar, tenía dos piezas extras. La más pequeña, una prenda verde oscura con la que envolvió a Lep, resultó ser una especie de bufanda para conejos. Harry lo observó con las cejas arqueadas.

—Ni una palabra, Potter —le advirtió, tendiéndole los brazos a su conejo, que se le metió en la capucha de la capa y se acurrucó allí, apenas con la cabeza por fuera para mantenerse atento al lugar.

La otra prenda era una bufanda gris, con la que le rodeó el cuello. Harry se quedó quieto, un poco aturdido, mientras sentía los dedos cuidadosos que la acomodaban y llevaban a cabo un enlace suelto, ligero, que no podía ser considerado un nudo, pero resultaba abrigador de todos modos.

—Te vas a morir de frío saliendo por ahí así —fue lo único que dijo, encogiéndose de hombros, un momento antes de adelantarse y caminar hacia la salida por sí mismo.

En el trayecto al exterior del castillo, luego de haber salido de las mazmorras, se unieron a las filas de estudiantes que iban atrasados para la visita al pueblo, y se desviaron a último momento, como si sólo planeasen dar una vuelta por el patio. Draco sacó el mapa prototipo para revisar el pasaje más cercano y se dirigieron hacia el cuadro de un tal Theseus. Abrieron el pasaje pidiéndoselo al mago de la pintura y se escabulleron por un agujero que había debajo, hacia unos túneles subterráneos de estrechas medidas.

En el camino, Draco le explicó que Snape se había ofrecido para hacerse cargo del permiso en frente del resto de los profesores, pero se negó en rotundo, por cuestiones de orgullo, tuvo que admitir con los dientes apretados. Harry, al que todavía le costaba imaginarse al profesor en una relación padrino-ahijado, insinuó que, tal vez, sólo intentaba ser bueno y contentarlo, en caso de creer que se pondría triste de no ir a la visita igual que el resto, por muy extraña que fuese la idea de Snape ofreciéndose a lo que fuese para complacer a un niño, o a cualquier persona, en realidad.

—Es un buen padrino —le aseguró su amigo, cuando le habló de esa duda que tenía desde que se enteró del parentesco entre ambos—, duro y con esa cara de "ve a fastidiar a otro", no tan diferente de como lo ves en clases, pero me enseña mucho, siempre me deja hacerle preguntas. Él me entiende —añadió después de un momento, en un susurro—, a veces más de lo que quisiera, y sin revisar mi mente.

Cuando llegaron al pueblo, la mayoría de los estudiantes mayores ya estaban dispersados, concentrados en sus grupos de amigos y las respectivas actividades entre ellos. Nadie le dio importancia a un par de niños que aparecían desde un punto diferente al camino que se suponía debían tomar.

Recorrieron el lugar por su cuenta, un poco desorientados, ya que las únicas instrucciones que tenían acerca de Hogsmeade procedían de pláticas inconclusas con los gemelos Weasley, asomándose en escaparates al azar, haciendo comentarios sobre lo que veían, hasta que un grupo de cuatro cabezas pelirrojas se aproximó a ellos; un momento más tarde, Ron le rodeaba los brazos, le hablaba de algo que consideraba espectacular y había encontrado en una de las tiendas cercanas, y por supuesto, quería mostrárselo. Cuando lo arrastró unos pasos, se volvió para dar un vistazo por encima del hombro, y le sacó la lengua a Draco.

—¿Que tú no vienes, Malfoy? —se burló, al verlo de pie unos metros detrás de ellos—. No mordemos a cretinos, deben tener mal sabor, iugh.

—Ron tiene razón, deberías...

—...venir —siguió un gemelo al otro, cada uno posicionándose a los lados de Draco—, así te mostramos algunos de los buenos secretos de Hogsmeade.

Draco le dirigió una breve mirada a Harry, que le sonrió y se encogió de hombros. Con un bufido, que no dejaba de ser elegante, se dejó llevar por los gemelos.

—¿A cambio de qué me mostrarían esos secretos?

—Oh, nos gusta mucho...

—...esa forma de pensar, sí, señor —asintieron a la vez. Cuando se quiso dar cuenta de lo que pasaba, se movían hacia donde Ron quería llevarlos, y esos tres estaban formulando tratos sobre temas que prefirió no descubrir, para evitar meterse en problemas, si es que alguno hacía algo después. Con los gemelos, era seguro que habría un 'algo' más adelante.

Luego de haber pasado por la tienda que Ron quería que viera, en el camino de regreso al centro del pueblo, se toparon con el grupo de Ravenclaw, donde Pansy estaba incluida, hablando con Hermione Granger un poco por detrás de los demás. La niña corrió hacia ellos con una sonrisa nada más verlos, arrastrándolos a un abrazo para celebrar que estuviesen ahí, y le agradeció, de forma disimulada, que lo hubiese sacado del castillo para pasear por Hogsmeade.

—...compañero, vamos a tener que hablar sobre esos amigos que haces —se quejó Ron, en voz baja, en cuanto se percataron de la presencia de Granger, con la nariz arrugada, y esa cara que hacía de "¿es en serio?", por la que no pudo evitar reírse

A pesar de sus protestas, cuando los del grupo de Ravenclaw les contaron de una zona del pueblo que aún no conocían, sí que terminaron encaminándose hacia allí. De algún modo inexplicable, se encontraron a la hora del almuerzo en las Tres Escobas, uniendo mesas para sentarse todos, con Theodore Nott acercándose a ellos cuando lo encontraron solo y le dijeron que quedaba espacio, y algunos Hufflepuff que reconocieron a Ron y se hicieron un espacio para hablarle de unas noticias sobre el pueblo que encontraban fascinantes.

Era extraño y magnífico, un barullo que no era desastroso, sino acogedor; Harry no podía estar más contento. Tal vez, después de todo, no era una locura eso de relacionarse con personas de otras Casas.

Al menos, le constaba que Draco y Ron no empezarían a maldecirse en cuanto el segundo comenzaba a engullir la comida de forma bestial, gracias a que Lep se lanzó hacia él y se subió a su cabeza pelirroja, combinándose con los mechones hasta sólo dejar un par de orejas de conejo del mismo color, como hacía en el primer año con su dueño. Las risas llenaron la mesa, estaba seguro de que los gemelos incluso llegaron a tomarle una foto, y su mejor amigo tenía el rostro enrojecido al intentar quitarse al conejo mágico, en vano, porque sólo respondió a la orden de Draco, que le tendió los brazos para que volviese con él.

Cuando se hizo la hora de volver al castillo, eran un grupo enorme que tenía que dispersarse en direcciones diferentes, Hermione y Pansy diciéndoles a todos que tenían que repetirlo la próxima vez que visitaran el pueblo; asentimientos y murmullos les contestaban, se separaron con las despedidas vagas que se le dan a quienes sabes que vas a ver pronto, incluso antes de lo esperado. Los dos se escaparon hacia la entrada secreta al castillo, correteándose como hacían cuando eran más pequeños, y riéndose de la consternación que dejaron atrás en sus compañeros, sólo para reencontrarse con Pansy en el interior del edificio, luego de varios minutos.

La niña no dejaba de sonreír en el trayecto a las mazmorras; tenía el rostro iluminado y los ojos brillantes. Harry debía admitir que le agradaba ver a su amiga emocionada, olvidándose de la rigidez sangrepura y Slytherin, igual que alguien que sólo tenía trece años. Como debía ser.

Draco era otro asunto. Cuando bajaron las escaleras hacia las mazmorras, el niño, que llevaba a un Lep dormido en brazos, entrechocó sus hombros, y le dijo un "no fue tan malo, supongo", que era todo el agradecimiento que se habría atrevido a esperar de su parte.

Era absurdo. Harry todavía se sentía orgulloso de lo que había 'logrado' cuando se hizo de noche y estaban en la Sala Común, conversando sobre el pueblo con el resto del curso de tercer año, quienes tampoco perdieron la oportunidad de salir y explorarlo.


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