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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo treinta y uno: De cuando Harry tiene muchas, muchas más preguntas de las usuales

Está de más decir que el resto del lapso escolar no fue perfecto.

Pansy los había arrastrado a ponerse unos disfraces improvisados para una fiesta de Halloween en Slytherin, que Montague y Bole organizaban, bajo el concepto de uno de los retos para el curso actual de segundo año, aunque los mayores fingieron no tener idea de qué era lo que ocurría. Draco se negó, y ella hizo pucheros, dio un pisotón, lo jaloneó, y terminó por sentarse a hablarle por largo rato, hasta que se hartó y se resignó; Harry, como era usual, fue más fácil de convencer.

Además del hecho de que todavía había cierta extrañeza en tener que ver una parte de las clases separados, continuaban haciendo las tareas juntos (o Harry seguía haciendo las tareas cerca de sus amigos, para recibir ayuda, cuando ellos las terminaron días antes, más bien). Al poco tiempo, Ron descubrió que si se les unía, Pansy también le explicaba algunos conceptos, y si molestaba lo suficiente a Draco con lo que él calificaba de "ignorancia", le dejaría otro libro donde, muy probablemente, sólo tendría que echar un vistazo para dar con todas las respuestas que necesitaba para la tarea. Una tarde, la niña también invitó a Hermione, porque se intercambiaron unos libros que la otra no tenía para hacer ensayos más largos de lo requerido para Historia de la Magia; desde entonces, era más frecuente que tomasen una de las mesas al fondo de la biblioteca, y terminasen por añadir sillas, porque nunca sabían cuál de los otros se iba a aparecer.

Draco empezó a preocuparse a mediados de noviembre. Preocuparse de verdad.

En torno a él, Pansy resplandecía de felicidad por las reuniones con los Ravenclaw a las que Hermione comenzó a invitarla seguido, además de las visitas que le hacía a Myrtle casi a diario para informarla sobre "el mundo de los vivos". Harry todavía era un enredo con su tiempo, pasando de la mesa de Hufflepuff, donde comía con su mejor amigo de la infancia, a la de Slytherin, por la Torre de Astronomía, donde a veces se dormía sobre uno de los hombros o con la cabeza en el regazo de Draco, el Quidditch, las materias más nuevas, y las escapadas nocturnas. Todo bien.

Todo aparentaba ir bien. Entonces, una mañana, Draco se había derrumbado y se quedó hecho un ovillo en la Lechucería del colegio, sintiendo a Lep intentar subir por su pierna y capturar su atención. El búho imperial de la familia, posándose sobre su brazo y luego el otro, picándole un lado de la cabeza para que la levantase, le recordaba que, de nuevo, regresaba con una carta sin abrir y sin rastros del destinatario.

El mismo búho que, desde finales de octubre, no hacía más que volver sin haber dado con Narcissa Malfoy.

Él ya no sabía qué hacer, qué pensar.

Draco fue encontrado, todavía en la Lechucería, a eso de las once de la mañana, después de que hubiese faltado a una clase doble de Transformaciones, por Snape, que fue el único profesor que no sólo se percató de la ausencia desde antes del desayuno, sino que sabía cómo dar con él.

Severus lo había llevado de regreso a las mazmorras, le había prometido cederle un día, y sólo uno, libre, bajo una excusa de condición médica, y lo había dejado dentro del dormitorio, abrazado a su conejo mágico, y con las cortinas del dosel cerrado. Así estaba cuando Harry lo halló. Pansy, desde el umbral de la puerta, porque aún le apenaba entrar, le preguntó qué pasaba, por qué había faltado a la comida, a clases, y no iba a almorzar.

Él se sentó en el colchón, alternó la mirada entre los dos, y luego dijo que no se sentía bien.

Después de un rato de silencio, Pansy sacó a Harry del cuarto, y le prometió que le harían llegar algo de comida. Un elfo, en el que ni siquiera reparó, le colocó una bandeja junto a la cama, que no tocó hasta el anochecer, cuando su estómago gruñó y le exigió su atención.

Draco enterró la cabeza en la almohada por lo que pudieron ser minutos, horas, una vida, dándole vueltas a ideas desagradables. Cuando sus amigos volvieron, después del final de las clases, él ya no estaba, y tampoco apareció en la cena.

Nunca le dijo a nadie, que se sentó en un tronco derribado del Bosque Prohibido, a ver a Lep olisquear y jugar entre las patas de los thestral, con una sola persona por compañía, que no dijo ni una palabra, porque entendía que no estaba de humor. Y él se había sentido agradecido.

No importaba lo que enviase, si era en una lechuza del colegio, en el búho, o si era un mensaje por el patronus de Snape. Nada tenía respuesta.

Draco sólo podía pensar que ese silencio, ese secretismo, le recordaba al que había vivido poco antes de que Lucius fuese llevado a Azkaban. Y si el mismo destino le deparaba a su madre, no tendría idea de cómo reaccionar.

No a eso. No con ella.

Día a día, era más preocupación que persona. Irritable, distraído, contestaba mal sin darse cuenta, aislaba a sus amigos. Harry ponía una expresión herida, cuando no lo molestaba lo suficiente para que intentase discutirle, pero él ya no reaccionaba; no quería pelear, no le importaba. Entonces Pansy simulaba acomodarle el cabello, le besaba la mejilla, y le decía que podía contarles si necesitaba hablar, luego se llevaba a Harry lejos y los dos tenían una larga plática, de la que era imposible discernir cuál de los dos estaba más angustiado.

Sin la más mínima noticia, ni cuando probó suerte enviando cartas a los Tonks y Amelia Parkinson, llegó el comienzo de las vacaciones de invierno. Y Draco estaba cansado de imaginar los peores escenarios.

—...no tienes que ir —le dijo Snape, el último día antes de la partida. Como empezaba a serle usual, se había saltado el tener que ir al Gran Comedor, y picaba a tientas un plato, del que ni siquiera se había fijado en qué tenía.

Se encontraban en el aula de Pociones, la que no era un lugar idóneo para desayunar, por motivos de seguridad e higiene, y ambos lo sabían; en otra circunstancia, ni Snape se lo habría permitido, ni Draco lo hubiese insinuado. Era diferente entonces. El niño estaba junto a uno de los mesones, con uno de los codos apoyados en la superficie de este, el rostro recargado en la palma. El profesor fingía prestar atención a unos ensayos de último minuto, de estudiantes irresponsables, que en realidad no leía, porque por el simple retraso de la entrega, se dedicaba a tachar cuanto podía ser tachado, y a poner grandes 'T' por nota.

Despegó la mirada del plato medio lleno cuando lo escuchó. Su padrino no lucía una expresión preocupada, ni siquiera alterada. No tenía que hacerlo, porque lo conocía lo suficiente para saber que su modo particular de preocupación se expresaba justo así.

—A Nymphadora le emociona mucho que vayas a su casa por vacaciones —continuó, en tono calmado—, y puedes quedarte con los Parkinson o conmigo el resto del tiempo. Yo ni siquiera iré a casa, pasaré navidad aquí, el viejo director hace banquetes para los que somos lo bastante aburridos o desdichados como para no querer irnos. Podrías cenar aquí por Yule, discutiremos sobre lo absurdo de las tradiciones mágicas familiares en estas fechas, y nos quejaremos de todo lo que se nos ocurra.

Aunque la idea era, a pesar de todo, más atractiva que lo que lo esperaba, Draco negó.

—Alguien tiene que ir a casa, ¿y si le pasó algo?

—A tu madre no le ha pasado nada —replicó, mordaz; reconoció el intento desesperado de creerlo él mismo, y eso fue lo que más le dolió—. Narcissa es una bruja perfectamente capaz de cuidarse sin su hijo de trece años en casa, Draconis.

El niño jugaba con el anillo Malfoy en su dedo para ese momento, haciéndolo girar.

—Padre también era un mago muy capaz —mencionó. El asunto quedó zanjado; Severus lo conocía lo bastante bien para saber que, una vez que el hombre era sacado a colación, no habría pausa ni tregua si comenzaban a discutir sobre el tema.

El profesor se apretó el puente de la nariz. Creyó oírlo mascullar entre dientes.

—Entonces abre las protecciones, como heredero, y deja que sea Nymphadora la que entre.

Draco meneó la cabeza.

—¿Por qué tendría que hacerlo, si a madre no le ha pasado nada? —utilizó sus palabras en su contra. Severus apretó la mandíbula y estrechó los ojos al darse cuenta de que pretendía arrinconarlo en la conversación, el toque de la legeremancia era un roce delicado en la parte posterior de la cabeza; él se lo sacudió de encima, física y mentalmente a la vez.

Draconis —insistió, en un susurro contenido, que hubiese detectado como una advertencia de peligro, si no estuviese tan sumido en sí mismo.

—Si hay algo que sepas...

—Yo no sé nada —espetó Severus, demasiado rápido, demasiado brusco. Padrino y ahijado se dedicaron miradas largas y concienzudas.

Cuando Draco bajó de la silla, abandonó el desayuno sin terminar en la mesa, tomó su maletín, a su conejo, y se marchó sin dirigirle una palabra. Cerró con un portazo detrás de él.

Quería llorar. Los Malfoy no lloraban.

No habló con nadie en el trayecto de ese día en el expreso. Fingió dormir todo el camino, abrazado a Lep. Cuando Harry, que iba a su lado, le compró uno de sus chocolates favoritos y se lo dejó sobre las piernas, y luego le acomodó la cabeza en su hombro para que estuviese más cómodo, apretó los párpados y se negó a mirarlo. Puede que se hubiese sentido un poco culpable después.

0—

Harry no encontraba divertidas las vacaciones de navidad del '93. Desde el viaje en el expreso, a la salida con una Pansy que no dejaba de intercambiar miradas y susurros con él, y un Draco taciturno, que apenas reaccionaba para moverse por su cuenta, supo que aquello no iba a terminar bien.

Fue recibido en el andén por sus padres y Sirius, la señora Amelia Parkinson se unió a los saludos y abrazos poco después. Narcissa Malfoy no estaba a la vista.

Habría jurado que nadie fue a buscar a Draco, pero cuando recorrió la estación con la mirada, ni él, ni su baúl, estaban.

—Un elfo —comentó Jacint, que fue el único que se percató de lo mismo que él. Aunque acababan de llegar, el muchacho no tenía una mejor expresión que la de la propia Pansy al pensar en la situación. Supuso que era de esperarse.

Luego Harry recordaría pasar más tiempo del necesario en la cama por las mañanas, enviar notas que no recibían respuesta, a Ron quedándose en silencio cuando lo visitaba y se daba cuenta de que algo andaba mal, de que se percibía en el aire como la magia densa, la tensión de lo que ocurriría, fuese lo que fuese. A Sirius intentando jugar con él como Padfoot, sentándose en el suelo a mirarlo de un modo extraño, cuando se daba cuenta de que no tenía ganas de nada, a Peter haciéndole probar recetas, Remus con chocolates, Lily con abrazos, las caricias de James en la cabeza.

Ninguno preguntaba por qué estaba así, qué lo preocupaba.

Si hubiese sido más atento, si hubiese sabido, para entonces, fijarse en los más pequeños detalles, habría sabido por qué. Habría notado a Pansy encerrarse en su casa, a Jacint entrando y saliendo, mirando alrededor de forma frenética, de la manera en que años atrás hacía. A Sirius intentando convencer a James. A Lily diciéndoles a los Merodeadores que no fuesen a mencionar una palabra al respecto, mientras él entraba a la sala o cocina.

Estaban destinadas a ser las peores navidades, cubiertas por una bruma de angustia y preguntas, hasta que el veintidós, cuando sólo eran él y su madre en casa, la chimenea se encendió con un fuego verde y pasos acelerados golpearon el suelo. Ambos se asomaron, a tiempo para ver a un Draco Malfoy que entraba a trompicones a la sala, varita en mano, jadeante, con la ropa sucia, y los ojos cristalizados.

Él había corrido hacia Lily nada más verla. Llevaba algo encima, un objeto quizás, que tenía el aspecto de una mancha azul, en la espalda. Era el efecto de una barrera que usaban los Aurores, para dar con un mago o bruja que entraba a una propiedad en investigación.

Draco balbuceaba, gimoteaba. Con el rostro enrojecido, apenas capaz de respirar, no paraba de tirar de la ropa de Lily e intentar explicarle que tenía que ir, que necesitaba ayuda. Harry no recordaba haberlo visto así antes.

Sólo cuando notó que su madre lo envolvía con un brazo y susurraba dulces palabras sobre su cabello, temblando de lo que sólo podía ser ira contenida, entendió.

Entendió que ella sabía lo que ellos no.

Que, probablemente, todos lo demás también lo sabían.

0—

A partir de ese momento, ni Harry, ni Draco, tenían del todo claro lo que había ocurrido. Las horas que siguieron a la repentina llegada, eran poco más que retazos en las memorias de ambos, imágenes movidas, difusas, que tenían que encajar juntos y de a poco para darles un sentido.

Recordaría el patronus de Lily, que iluminó la sala cuando envió un mensaje, a Sirius entrando por la chimenea. Se había preguntado qué tenía que ver su padrino con todo aquello, mientras los dos mantenían una conversación incompleta y apresurada, que no le dio la más mínima sugerencia de lo que pasaba. A Draco, en silencio, detrás de la espalda de la mujer, aferrado a la mano con que lo sujetaba. No creía que hubiese visto a una persona sostener a otra con tanta fuerza antes de ese día.

Poco después, llegó Nymphadora Tonks. La muchacha fue un torbellino de movimiento desde el instante en que salió de la chimenea, agitada, con la ropa desarreglada, el cabello castaño, corriente, y llorosa. Había sostenido a su primo contra ella cuando lo vio en ese estado, como si se preparase para maldecir a quien se le ocurriese quitárselo.

Harry recogió fragmentos de conversaciones, cuando nadie le prestaba atención, cuando Lily gritaba histérica, Sirius la sujetaba de los hombros, y le decía que tenían que preguntarle a James. Que sólo tenían que preguntarle. Cuando Nym habló de la función de seguridad del anillo Malfoy, que llevaba a Draco al sitio que consideraba más seguro y con el que tenía mayor conexión mágica y emocional, cuando lo activaba. Cuando les explicó cómo se había escapado de la casa de los Tonks al usarlo. Sin que lo supiesen, sin que fuesen conscientes, él escuchaba un poco aquí, un poco allá, y dentro de su cabeza, el rompecabezas tomaba forma, pieza a pieza, despacio.

Draco había tenido un ataque de pánico cuando intentó dar con su madre y encontró la Mansión con signos de Aurores, por segunda vez. Podía entender, con mayor claridad que el resto, lo único que su amigo debió deducir de la presencia de ellos. Luego de escuchar ese detalle, Harry se sentó a un lado del otro niño, y no se volvió a apartar de él en lo que quedaba de tarde.

Hablaban de Narcissa, de Lucius, de cartas que no llegaban, y mucho más de lo que no podía entender. Lily fue la que le dio a Draco una poción calmante y lo envió a dormir al cuarto de su hijo. Harry se recostó también, en la misma cama, se aseguró de que dejase de hipar y removerse entre quejidos, como si tuviese una pesadilla, y lo arropó.

Abajo, cuando se asomó por las escaleras un rato después, Sirius intentaba convencer a Lily de no contactar a Snape.

—¡Es su padrino! —le decía a él, a lo que Padfoot sólo replicaba:

—¡Sólo va a querer meterlo en problemas! El niño vino aquí en un ataque de pánico, espera a que pase, espera a que tengamos una respuesta, y después le dices.

En algún punto, Nymphadora se había sentado en uno de los sillones, con el rostro hundido en las manos. Lily y Sirius se limitaron a dar vueltas por la sala, hablando en susurros de vez en cuando, enviando patronus a un solo destinatario.

Más adelante, Harry apenas recordaría estar de cuclillas en las escaleras. Una rendija entre el umbral de la sala y el interior, y el barandal de los escalones, era lo único que veía, las piernas de su madre y padrino en constante movimiento, cuando la chimenea se encendió en verde, y alguien más llegó

Reconoció la voz enseguida. Era su padre.

Había poco que podía decir de lo que distinguió de lo que pasó después. Aún menos lo que entendió.

James explicaba algo sobre Aurores, unas reliquias, magia oscura. Lily le hacía preguntas. Sirius estaba en medio, a mitad de camino de ser un intermediario y de entrar en pánico también.

Cuando pensaba en ello, recordaba a su madre gritar. Recordaba la forma en que la voz se le quebraba y la desesperación rabiosa.

—¡Me lo prometiste, James! ¡Te lo pedí y me prometiste que no los dejarías, y ahora ese niño no tiene a ninguno de sus padres!

Harry no podía considerarse un profesional leyendo entre líneas o interpretando situaciones, con tan sólo trece años. Él se quedó quieto, apenas respirando, pegado al barandal. Cuando James, que intentaba salir de la sala y dejar de ser arrinconado por su mejor amigo y esposa, se percató de su presencia, se levantó y echó a correr de vuelta a su cuarto.

Cerró la puerta detrás de él y nadie llamó a esta. Recordaría también haber pasado largo rato en una silla junto a su cama, viendo a Draco dormir, cuestionándose qué era lo que pasaba.

0—

Para el momento en que Harry cayó en cuenta de que Narcissa Malfoy había sido perseguida por el escuadrón de Aurores de su padre, era pasada la hora de la cena, y él estaba todavía en la silla, jugando con el cabello de Draco, dormido profundamente por los efectos de la poción.

Fue Sirius quien tocó la puerta, entró, la cerró detrás de él, y arrastró una silla para sentarse en silencio junto a su ahijado. Estuvieron así, sin palabras, durante un largo rato.

Su padrino intentó ser delicado y sutil al explicárselo, y más importante aún, al indicarle que debía mantener la calma por su amigo. Claro que ninguno de esos adjetivos eran las fortalezas de Sirius Black, así que acabó rindiéndose a las preguntas de Harry poco después de haber comenzado a hablar.

—Mira, es...—Sirius se aclaró la garganta, desviando la mirada por unos segundos—. Esto es asunto de mayores, Harry.

—Pero Draco...

—Sí, lo sé, lo sé, escucha —lo silenció con un gesto, a lo que el niño asintió—. Los demás no quieren que te diga esto, así que vamos a guardarlo como un secreto, entre tú y yo, ¿de acuerdo?

Harry volvió a asentir con ganas.

—Cuando el señor Malfoy fue llevado a Azkaban, algo salió mal, alguien estaba donde no debía estar, el señor Parkinson fue atacado y murió. El escuadrón a cargo era de James —le dio unos segundos para que procesase la información. El niño lo observaba boquiabierto, Sirius maldijo y masculló sobre cómo Lily le gritaría por contarle aquello a su hijo, pero luego de un vistazo al rostro desorientado de su ahijado, continuó:—. Tu padre no es un mal hombre, ¿bien? James es el mejor tipo que he conocido en mi vida, no fue su culpa, pero le prometió a tu madre...él prometió mantenerse lejos del caso, que no se repetiría, que no iba a hacer otra vez lo que hizo ese día. Ahora Lily está molesta porque lo hizo, ¿me entiendes? Ni tu mamá, ni tu papá, son malos, Harry. Cuando Draco despierte, quiero que te asegures, de que él entienda, que así como no es culpa de James ni de Lily, tampoco lo es de Narcissa, ¿sí? Esto no...no debía pasar —hizo una pausa, en la que se frotó la cara con las manos, de forma ruda y descuidada—. Esto se va a arreglar, pronto, de verdad. Pero hasta que pase…él está solo. En lo que a sus padres respecta, al menos.

Con un gesto, en dirección al niño que dormía hecho un ovillo en su cama, Sirius se puso de pie y se volvió a aclarar la garganta.

—Hazme el favor de no bajar por lo que queda de noche, Harry —pidió en un susurro, tan diferente de su usual tono ruidoso que rozaba la histeria, colocándole una mano sobre el hombro—, yo te subiré la comida; tú sólo quédate aquí.

Asintió. Diez minutos más tarde, Sirius regresaba, justo como prometió, con una bandeja de comida para dos, por si el otro cachorro despierta, le dijo, pero no lo hizo. Cuando los párpados comenzaban a pesarle, Harry movió a Draco un poco hacia la orilla, y se recostó a un lado, robándole la mitad de la cobija. Se quedó dormido nada más quitarse los lentes y poner la cabeza sobre la almohada.

Él nunca supo lo que pasó esa noche en la sala de su casa.

Cuando se despertó a la mañana siguiente, un elfo, que reconoció como uno que pertenecía a los Parkinson, empacaba su ropa en un baúl sin hacer ni el más mínimo sonido, y Draco ya no estaba en la cama. Se deslizó fuera del colchón y arrastró los pies, descalzos, fuera del cuarto y hacia las escaleras.

Halló a su amigo al final del tramo de escalones que daba al recibidor. Estaba de pie, y asentía a lo que Lily, de cuclillas frente a él, sosteniéndole las manos, le decía. Había otro baúl junto a ambos, cerrado.

Tener trece años no le evitó el mal presentimiento que tuvo cuando llamó su atención, por accidente, y ambos alzaron la cabeza hacia él. Lily tenía los ojos enrojecidos, un opaco y triste verde, que sólo se iluminó al verlo. Draco bajó la mirada, tan rápido que apenas se pudo percatar de que los suyos estaban cristalizados.

—¿Mamá? —decidió acercarse despacio. La mujer se irguió y lo recibió con un abrazo, acariciándole el cabello e inclinándose para besarle la frente y mejillas. Notó que Draco se apartaba un paso, soltando a Lily por completo, y no despegaba los ojos del suelo. Aquello dolió— ¿qué pasa? ¿A dónde va Draco?

Su amigo se sobresaltó, como si no fuese eso lo que esperaba. No lo miró, sin embargo. Lily le dedicó una sonrisa débil.

—Draco va a quedarse en el cuarto que tiene en casa de los Parkinson, amor.

Harry frunció el ceño, alternando la mirada del uno al otro.

—¿Por qué? —tiró de la mano de su madre, en una súplica silenciosa que ella debió ver en sus ojos. No lo dejes ir, no lo dejes irse así.

—Porque, en este momento, es mejor que él esté allí. Es más seguro —habló lento, cada palabra medida, sopesada.

—¿Por qué? —insistió. Lily no supo qué respuesta darle para ese instante, así que meneó la cabeza.

Cuando la mujer hizo ademán de volver a acariciarle el cabello, él rehuyó del contacto y le dirigió una mirada desagradable, apretando los puños a sus costados.

—¡Yo también debería saber qué pasó, yo también estoy preocupado! —Lily sólo atinó a parpadear, desorientada, cuando su hijo alzó la voz sin darse cuenta. Harry apuntó a la única pista que tenía—. ¿Qué pasó con papá? ¿Qué hizo?

Su madre volvió a parpadear. Después de unos segundos, vio de reojo a Draco, y soltó un largo suspiro, pasándose las manos por el cabello, para arreglar el moño descuidado que hace horas se habría deshecho.

—Harry, cielo, sé que esto puede ser frustrante para ti —comenzó; él asintió con ganas, desesperado porque, si es que en verdad entendía, le aclarase algo—. Pero necesito que seas paciente, por favor, es lo único que te pido.

—Puedo ser paciente —aseguró, con más asentimientos rápidos.

—Bien, entonces escucha —luego de otro vistazo a Draco, que permanecía quieto, se inclinó para quedar a la misma altura de su hijo—; esta noche, y la de mañana, nos quedaremos en casa de los Parkinson. Pasaremos navidad con los Weasley, y si quieres, estaremos en Grimmauld Place con Sirius por año nuevo, ¿qué dices? ¿Te gusta esa idea?

La respuesta se tardó un momento en llegar.

—¿Por qué? —Lily le dio una mirada mortificada, que lo hizo sentir un poco mal por presionarla, así que terminó por asentir, por tercera ocasión—. Pero me vas a decir por qué después, ¿verdad? —susurró cuando la vio enderezarse. Ella le besó la cabeza.

—Claro que sí, amor.

No lo hizo.

0—

Tal y como le indicó, cruzaron la calle para ir a casa de los Parkinson, los elfos de la familia vecina llevaron los dos baúles que había visto antes. Adentro, Amelia los recibió con besos y abrazos, en especial a él y a Draco. Jacint y Pansy no estaban a la vista; la niña llegó un rato más tarde, corrió a abrazarlos a ambos, y susurró algo a su mejor amigo, que le dedicó una mirada larga, a través de la máscara de indiferencia Malfoy que portaba, y negó.

Harry diría, al pensar en esas vacaciones, que aquel fue el día en que el niño-que-brillaba comenzó a apagarse. Recordaría verlo sentado en la terraza que daba al jardín trasero, con su conejo mágico en el regazo, y a Jacint Parkinson a un lado, hablándole en voz demasiado baja para que pudiese entenderle, o sólo quedándose ahí, en silencio, una compañía inamovible e inalterable, a pesar de los recientes hechos.

El día de navidad, por insistencia de Ron, se quedó a dormir en La Madriguera, y Lily también. El caos usual entre los Weasley lo despertó, las comidas descomunales de Molly lo distrajeron.

Cuando regresó con los Parkinson, por la tarde, Pansy estaba leyendo un libro en la sala y lo vio ir de un lado al otro, en busca de Draco. Al detenerse y preguntarle dónde estaba, ella sólo negó y no dijo nada. Más tarde descubriría que su amigo se había encerrado en el cuarto que tenía asignado, con un hechizo familiar que sólo otro Malfoy podría librar, y se había quedado dormido por el cansancio al realizarlo.

Poco a poco, las horas de desapariciones, se hicieron más largas y frecuentes. Un par de veces lo encontraría asintiendo a lo que Lily o Amelia le decían, sin mirarlas a los ojos, dejándose poner una corona de flores por Pansy en el jardín, o de nuevo, sentado en el borde de la terraza con Jacint. El resto del tiempo, era un borrón de movimiento que salía de la biblioteca y se metía a su cuarto, o una sombra que se deslizaba lejos cuando escuchaba los pasos de alguien más acercarse.

Por año nuevo, fueron con Sirius y Remus. Al volver, el día después, se enteró, por otra de esas conversaciones que oía sin que lo supiesen, que Nymphadora Tonks había ido a extenderle una invitación a su primo, por si quería pasar la festividad con su familia materna, y él se había negado; en cambio, cuando fue Snape quien llegó a través de la chimenea, Draco se quedó en su casa por horas, y sólo regresó para pedirle comida a los elfos y volver a encerrarse en su cuarto.

Harry, que le tocaba la habitación del fondo en el mismo corredor, a veces oía su puerta cerrarse. Incluso cuando corría al umbral y se asomaba para llamarlo, no podía encontrarlo.

Los "dos días" que estarían allí se alargaron.

Se acostumbró, en la primera semana del año, a pasar tiempo con Pansy. La niña era tan tranquila en casa como en Hogwarts, tal vez incluso más; leía, estudiaba con anticipación, practicaba encantamientos, entrenaba a su Augurey, y tocaba un piano de cola en una sala casi perdida en la casa, en el que inventó más de una melodía a petición de Harry.

Quedaba poco tiempo para el regreso a clases cuando ocurrieron dos cosas. Una mañana, un búho imponente y desconocido entró a la casa, fue hacia Draco, y le dejó una carta con un sello oficial, que él no los dejó detallar. Su amigo pasó el resto del día encerrado después de eso.

Lo siguiente fue que Harry se hartó del secretismo, de ese modo en que, lamentablemente, nos pasa a todos cuando somos tan jóvenes. Y había decidido recurrir a la única persona en esa casa que no lo trataba con más delicadeza de la usual, y que, estaba convencido, sabría algo.

Jacint Parkinson trabajaba a horarios irregulares, tenía una oficina pequeña en el segundo piso de la casa, y pasaba gran parte de su tiempo deambulando por los terrenos de los alrededores; al menos, así lo veía él, ajeno al hecho de que casi todo su trabajo tenía lugar durante las noches, y que pensó que ser un rompe-maldiciones aparentaba ser sencillo y relajado. Tenía el mal hábito de vestir todo de negro, incluso su varita era de una madera negra que nunca había visto antes en otro mago, y usaba zapatos que, muchas veces, sonaban como los de tap al caminar. Detectan maldiciones y trampas al golpear el suelo, le había oído decir una vez, cuando volvía del trabajo para la cena, y surgió el tema.

Se lo encontró, como también consideraba usual, sentado en la terraza que daba al jardín. Se podía oír la práctica de piano de Pansy desde el puesto que ocupaba, y él estaba seguro de que no sería una casualidad. Harry se sentó a un lado.

Permanecieron en silencio por un rato, cada quien con sus pensamientos. Él, que no fue, ni sería, la persona más sutil o dada a comenzar una conversación de forma tranquila, hizo varios intentos que terminaron en balbuceos y ceños fruncidos, sin darse cuenta de que Jacint apoyaba la barbilla en una de sus palmas, y lo observaba con una pequeña sonrisa conocedora. Lo dejó sufrir y batallar consigo mismo un poco más, antes de hacer su intervención.

—Harry.

El aludido dio un brinco, que hizo al mayor reír por lo bajo. Hundió el rostro en las manos cuando sintió que las mejillas le ardían. Jacint le colocó una mano en el hombro y le dio un ligero apretón.

—Está bien, enano, tranquilo, ¿qué pasa?

Él emitió un ruido ahogado de protesta, bajó los brazos, y se tomó unos segundos para buscar una mejor forma de comenzar. Como no la encontró, fue directo al punto.

—Quería preguntarte algo.

—¿En serio? —asintió de manera distraída, con una expresión que, si hubiese estado más atento, menos nervioso, habría calificado como la de alguien que sabía bien por dónde iba aquello.

—Sí.

—¿Y qué cosa era?

Harry tomó una profunda bocanada de aire, alentándose a hacerlo, decirlo. No había nada en el rostro del otro que no le diese más que seguridad. Prácticamente lo instaba a continuar.

Esquenoentiendoyqueríasaberqueestápasando.

Jacint arqueó las cejas.

—¿Disculpa? Más lento, por favor.

—Quería —balbuceó, deteniéndose para inhalar de nuevo—, quería saber si puedes decirme qué está pasando.

—¿Pasando...sobre qué?

Harry se limitó a dirigirle una mirada poco agradable, que lo hizo sonreír más por unos instantes. Cuando se enserió, esperaba una respuesta igual de severa, no que se pusiese de pie, alisándose arrugas inexistentes del pantalón, y se girase para encararlo.

—¿Para qué quieres saber eso, Harry? —él unió las manos por detrás de la espalda, de un modo que le hacía pensar en Pansy cuando tenía aquella expresión exacta, que no sabía cómo definir.

El niño lo consideró un momento. Sabía perfectamente por qué, sólo le era difícil llevar la idea más allá sus labios.

—Draco es mi amigo —empezó, seguro de que tendría que ablandarlo un poco, porque los había visto juntos; si algo reconocía con claridad, era la mirada de Jacint frente al otro niño. Le recordaba a Sirius cuando lo veía a él—, lo que sea que esté pasando, lo ha afectado muchísimo, es horrible verlo así. Y yo de repente salí de casa con mamá y no hemos vuelto a entrar ahí, ni he visto a mi papá en días. Le prometí ser paciente, porque ella también se veía mal. No puedo ser tan paciente.

Él lo aceptó con un asentimiento.

—No creas que no lo entiendo, la cosa es que eso es un panorama reducido. El panorama general, que es el que yo veo, es más complicado —lo calló con una mirada cuando abrió la boca para replicarle—. Temo cómo puedas reaccionar a lo que sé, Harry.

—No puedo confundirme más —le aseguró. Jacint mostró un amago de sonrisa.

—No es la confusión lo que me preocupa, hay cosas peores.

—Tampoco me voy a molestar contigo por decírmelo —prometió, poniéndose de pie rápidamente—, ni le diré a nadie que me contaste, si es eso.

Él lo observó por un largo momento, en silencio. Parecía considerarlo.

Cuando relajó la postura, chasqueó la lengua y sacudió la cabeza.

—Maldición, desde que te hiciste amigo de Dracolín, sabía que llegaría este día y nadie te querría contar. Y luego dicen que no tenía dones para la adivinación —se metió las manos en los bolsillos, y con un movimiento de cabeza, le indicó que lo siguiese, antes de desaparecer en el interior de la casa. A Harry le tomó unos instantes reaccionar para echar a correr detrás de él.

Ese día, Amelia y Lily tomaban el té en una mesa en el jardín, apartados de ellos. Draco no había puesto un pie fuera del cuarto, más que para ir a la biblioteca y de regreso.

Jacint lo guio por un pasillo más estrecho que el principal del recibidor, subieron a una zona del segundo piso donde sólo había dos cuartos. Se detuvo frente a la puerta de uno, dándole la espalda, y de frente a él.

—¿Qué vas a hacer con lo que te voy a decir, Harry?

—Ya te dije que no le contaré a nadie —resopló, cruzándose de brazos.

—Sí, pero qué vas a hacer, exactamente. No puedes ayudarlo, no puedes cambiar esto —él estaba a punto de balbucear cuando lo observó inclinarse, de manera que sus rostros quedaron al mismo nivel—. Si se te ocurre usar esto para hacerle daño a Draco, o a mi hermana, quiero que recuerdes que estudié en un internado famoso por el uso de Artes Oscuras.

Parpadeó, aturdido. Reprimió un estremecimiento, cuando sintió que la sangre le hervía.

—¿Eso es una amenaza?

—Lo puedes tomar como quieras —Jacint ladeó la cabeza, como si buscase una pista, una señal, un resquebrajo. Harry le devolvió la mirada sin titubeos, entrecerrando los ojos tras los lentes.

Cuando el muchacho suavizó su expresión, no supo cuál era el motivo, qué había visto en él para tranquilizarse. Jacint se enderezó, abrió la puerta, y se hizo a un lado para dejarlo entrar.

El cuarto, a diferencia de lo que podía pensar, era sencillo. Amplio, de escasa decoración, con una cortina negra que debía dejarlo sumido en penumbras, cuando no estaba enrollada y amarrada, como ese día, y su baño privado. Lo invitó a acomodarse en una de las sillas junto al escritorio y así lo hizo, mientras él ponía un encantamiento cerradura, y desde un armario, que le recordaba al de los ingredientes de pociones de Snape, sacaba una vasija enorme y de aspecto pesado, rebosante de un líquido plateado.

—Esto lo uso en el trabajo —explicó, ante la mirada atónita que le dio, cuando lo depositó sobre la mesa—, se llama Pensadero, y recoge los recuerdos del mago o bruja que sepa cómo utilizarlo.

—¿Para qué...? —frunció un poco el ceño, silenciándose cuando se percató de que la respuesta era bastante clara—. ¿Qué me vas a mostrar?

—Tú quieres saber qué pasa, yo sé en qué momento comenzó.

—Pero...—negó, sin comprender. Jacint hizo una floritura innecesaria con la varita, para llamar su atención, y se llevó la punta a la sien.

Harry vio, con la boca medio abierta, que un hilo plateado salía de su cabeza, enroscándose en el aire, hasta que lo unía al resto del líquido, donde se quedaba flotando y dando vueltas.

—Aquí, entre nos —mencionó después de un momento, en que no había hecho más que observar la vasija en silencio—, no necesitas saberlo, Harry; tu madre te dirá algo que lo aclare todo luego, cuando vuelvas a casa, y esto se va a resolver, seguirás siendo amigo de Draco. Si esas son las cosas que más te preocupan, yo diría que es mejor que no lo veas. Es…fácilmente malinterpretable.

No había falsedad en su expresión, ni en sus ojos. Jacint estaba tan tranquilo, como quien sabe que está ofreciendo una oportunidad, la opción, la decisión.

Harry, de cierto modo, sabía cuál era la respuesta, incluso antes de oírlo. Sólo necesitaba que le preguntase, para decirlo.

—No me importa no estar en casa —susurró, despacio, tal vez incluso un poco sorprendido de la calma con que hablaba—, digo, sí, estoy confundido y preocupado, y también quisiera ver a papá, y estas son unas vacaciones terribles, en serio. Pero sé que, aun si estuviese en casa, con mis papás, y mamá me dijese algo que pueda resumir todo esto, yo seguiría pensando que Draco ni quisiera quiere salir de su cuarto desde hace días.

—Eres tan buen chico —no pudo evitar sobresaltarse cuando sintió que le revolvía el cabello, dejándolo más desordenado de lo que ya era de por sí—, sabía que no me había equivocado contigo. Mira, te voy a enseñar a usar el Pensadero, ¿de acuerdo?

Harry asintió, todavía un poco sorprendido, y siguió sus instrucciones al sumergir la cabeza en el agua. Esperaba la sensación del líquido, el ardor del pecho al aguantar la respiración, no ser jalado hacia adentro y hacia adelante.

Contenía el aliento todavía, cuando se aparecieron en una sala que reconocía bien. Era la Mansión Malfoy. Jacint, que estaba a su lado, le aseguró que podía respirar con normalidad, así que exhaló y comenzó a mirar alrededor.

No tardó en divisar a la figura que corría desde una chimenea hacia una sala, y de ahí, buscaba la salida a través de los pasillos. Era el mismo Jacint, con varios años menos. Llevaba una capa de viaje mal puesta y estaba pálido, la varita en una mano.

—Estaba de vacaciones —le escuchó decir, en voz baja. Empezó a caminar con calma, siguiendo a su versión más joven, consciente del camino que tomaría. Harry lo siguió—, padre no estaba en casa. Los Aurores llegaron allí; Pansy estaba asustada, madre se quedó con ella. No me lo dijo, pero yo sabía que padre estaba aquí, y sabía que algo pasaba, sólo que, igual que tú ahora, no lo tenía claro porque nadie me contaba nada.

Cuando se abrieron paso hacia el recibidor, el Jacint joven apareció desde otra sala, buscando con desesperación por todas partes alguna señal de personas allí. Harry se hizo a un lado cuando casi chocan, el Jacint adulto le explicó que no tenía que preocuparse, porque no lo veían, oían ni sentían dentro de los recuerdos.

Los dos se posicionaron de espaldas a la pared junto a las escaleras principales. Él apuntó al piso superior, un segundo antes de que escuchasen una voz suave, pero firme.

—...vete, Draco.

—¡Pero, padre...! —aquella era una voz infantil, aguda, ¿cuántos años tenía en el recuerdo?

—Draco Lucius Malfoy, vete en este momento. Escóndete, no te quiero cerca. No salgas, ¿me oyes? Por nada del mundo, se te ocurra salir, hasta que yo vaya por ti.

El Jacint joven subió las escaleras corriendo, el recuerdo los trasladaba cerca de forma automática. Harry reconoció a Lucius en la distancia, dejando a su hijo al cuidado del adolescente que estaba ahí, y alejándolos a los dos.

Cuando volvían a estar enfocados en la planta inferior, hubo un plop de Aparición, un chillido, una maldición. Draco pataleó entre los brazos del muchacho, se zafó del agarre, y volvió sobre sus pasos. Harry sólo lo escuchó gritar. Un momento más tarde, el Jacint joven lo tenía cargado, a la vez que corría hacia un pasillo lateral.

—Preferí evitarte esa parte —mencionó. Todo rastro de diversión o calma se había ido; parecía que los Malfoy no eran los únicos con una máscara de indiferencia, y ahora, él la usaba también.

—¿Qué pasó?

—Bellatrix Black, ¿has oído de ella? —lo miró de reojo, Harry asintió—. Lanzó una Maldición Asesina al tío Lucius, mi padre intentó salvarle la vida, y la perdió en el proceso. Draco acababa de llegar al pasillo cuando le dio. Yo lo tenía cargado apenas el cadáver cayó al suelo. No miré atrás, entré en pánico y mi reacción fue sacarlo de ahí.

Harry tragó en seco. Un nudo se le había formado en la garganta en algún momento.

El Jacint joven no bajó a Draco hasta que estuvieron en un pasillo que se cerró, con una barrera traslúcida.

—Es una protección especial de los Malfoy —explicó. En el piso de arriba, se oían los estallidos y ruidos sordos de un duelo de magia—, podemos verlo porque sabía que estábamos ahí. Cualquier otra persona hubiese visto sólo la pared.

Cuando terminó de hablar, varios plop sonaron, uno tras otro. Harry se puso rígido, temiendo lo peor, hasta que se dio cuenta de que los magos que entraban al recibidor vestían el uniforme de los Aurores.

Un par de ellos salieron disparados hacia el segundo piso, otros inspeccionaban las salas y montaban guardia, a la espera de los resultados del duelo que se llevaba a cabo arriba. Se percató de que el hombre que daba las instrucciones era su padre. Un James más joven, severo, parado en medio del recibidor, con la varita en la mano, y la vista fija en el piso de arriba.

Se escuchó una risa histérica, que le puso los pelos de punta, y un plop. Un Auror joven bajó corriendo las escaleras, jadeando, y le llevó unos segundos reconocerlo como un Sirius con el cabello recogido y menos ojeras. Se detuvo frente a su viejo amigo, negando.

—Se fue, ¡se fue, maldita sea! James, la perdimos, ¿qué hacemos? ¿Qué...?

—¿Dónde está él? —Harry se estremeció. Nunca había oído a su padre hablar en un tono tan vacío.

—¿Qué? —Sirius parpadeaba a la nada— ¿de quién hablas?

—Lucius. ¿A dónde están Lucius y Narcissa Malfoy?

Vio a su padrino, más joven, boquear y sacudir la cabeza.

—James, ¡hay un hombre muerto allá arriba! ¡La loca de Bellatrix mató a uno de ellos...!

—Ellos la llamaron, tenían que saber que esas eran las consecuencias. ¿Dónde están? —recorrió la sala con la mirada, pasándola por los demás Aurores. Luego alzó la voz para hacerse oír—. Quiero que encuentren a los Malfoy, ya. Y avisen para que recojan el cuerpo.

—La señora Malfoy no está, jefe —le soltó uno de los más jóvenes, casi un adolescente.

Desde el escondite tras la barrera, un Jacint joven estaba arrodillado, encerrando con un brazo a un Draco muy pequeño, que no paraba de sollozar. Le tenía la boca tapada con la otra mano, y se mordía el labio inferior, para que no escuchasen a ninguno de los dos.

James no reparó en que hubiese nada inusual en aquella pared cuando le pasó por un lado.

—Traigan a Lucius Malfoy. El niño —dijo, de pronto, volviéndose hacia sus compañeros—, tiene un niño, ¿dónde está él?

—¿Importa? —le espetó Sirius, con voz aguda— ¡mejor que no esté aquí!

Arriba, un Auror acababa de gritar que agarraron al señor Malfoy. En el escondite, Draco se sacudió, casi zafándose del agarre de nuevo, y el Jacint adolescente tuvo que apretarlo más.

—Busquen al niño —ordenó James, haciendo caso omiso a su mejor amigo.

A Harry le llevó un instante comprender lo que acababa de oír. Sintió que un peso frío se instalaba en su estómago.

—James, no —Sirius se paró delante de él, colocándole un brazo al frente para detener cualquier intento de avance—. Es un niño, déjalo, el escuadrón lo puede buscar después, cuando hayan recogido el cuerpo, limpiado. Él no necesita ver esto.

James hizo su brazo a un lado. Al mismo tiempo, los Aurores del segundo piso escoltaban a un hombre alto y de cabello rubio platinado, que tenía las manos atadas tras la espalda por un encantamiento, y la varita decomisada.

—Busquen al niño —repitió, para los que seguían desocupados—, todos hablan más cuando saben que su hijo está a un lado de la sala de interrogatorio.

—¡Eso no se...! —Harry balbuceó. Miró al Jacint adulto— ¿eso se puede? ¿Se lo llevó? —la voz le salió más aguda, temblorosa. Como toda respuesta, él apuntó hacia la escena que transcurría frente a ambos.

—No, ¡no lo busquen! —replicó Sirius, con una exclamación que detuvo los movimientos de los demás Aurores del escuadrón, que estaban más dispuestos a llevar a cabo las órdenes. Posó las manos en los hombros de su mejor amigo—. James, pidamos que recojan el cuerpo, déjalos tranquilos, esto se puede arreglar de otra forma, no tienes que...

—Dije: búsquenlo —James se zafó del agarre sin dificultad, lo rodeó para avanzar hacia el final del tramo de escaleras, donde Lucius todavía estaba en medio de unos Aurores. Se detuvo frente a él.

Cuando el hombre arrugó la nariz de forma despectiva, en una queja silenciosa, Harry creyó tener una visión de cómo luciría Draco cuando llegase a la adultez. Parpadeó. Un suspiro se le atascó en la garganta sin que se diese cuenta de ello.

Lucius Malfoy se sacudió fuera del agarre de los jóvenes Aurores y se echó hacia adelante. Lo agarraron a menos de un metro de James, inclinado hacia él todavía, a pesar de ser jalado lejos.

—Eres un traidor, James Potter.

—Llévenselo —el Auror giró el rostro para no tener que ver cuando forcejeaba contra los otros dos, la amenaza de petrificarlo en ambas varitas.

—Llévame, sí, deja que me lleven —Lucius tenía una voz tersa, hipnótica, y hablaba en un susurro contenido, que no sabía si asociar a los sangrepura, o el carácter frío que desprendía a simple vista—; excelente forma de arreglarlo, Potter, sabiendo que yo no fui.

—Acabo de decir que se lo lleven —James ni siquiera lo miró. Después de un encantamiento para callarlo, y reforzar los amarres, se lo llevaron a través de la Aparición conjunta.

En el pasillo escondido, Draco se sacudió, el grito silencioso callado contra la palma del muchacho. La luz en los candelabros vaciló, James vio hacia arriba.

—Hay alguien más aquí —observó, en voz baja. Luego se volvió hacia el resto—. ¿A dónde están los medimagos que vienen por el cuerpo? Necesito un informe, ya mismo. ¿Dieron el aviso? Digan al Ministerio que rastreen el ritmo de Apariciones y trasladores por esta zona hoy, sin contar los nuestros…

Cuando el candelabro más grande cayó con un ruido sordo y un estallido de cristales, Harry saltó, y Jacint, el que estaba a su lado y el antiguo, se tensaron. El único que no se mostró sorprendido en el recuerdo fue James, que le espetó a sus subordinados que hicieran lo que acababa de decirles. Sirius lo contemplaba con la boca entreabierta.

—Te lo llevaste —exhaló su padrino, en cuanto se quedaron solos en esa sala, cubierta de vidrios rotos. Se pasó las manos por la cara, frotándose los ojos sin cuidado—. No puedo creerlo, lo vas a llevar. Les vas a decir. James, ¡Malfoy y Parkinson trabajaron con nosotros por meses, y ahora uno está muerto! ¿Qué es lo que sigue? ¿A mí también me vas a llevar? ¿Me vas a acusar de cómplice ahora? Si me preguntan, James- escúchame, no voy a mentir sobre todo por ti, no te puedo cubrir por completo sin que nos agarren a los cinco, y Bellatrix va a seguir ahí afuera, y va a seguir haciendo lo que le dé la gana. Y un día, va a venir por ellos. ¡Aquí vive mi prima, James! ¡Sé que mi familia es una mierda, pero le prometí…!

James apretó los párpados un instante.

—Si no te gusta —aclaró, en un murmullo, dándole la espalda—, lárgate.

Harry sólo recordaría la expresión consternada de su padrino, que luego se convirtió en ira, cuando se deshizo de la túnica de Auror, quedándose con las prendas casuales que traía debajo, y la arrojó a los pies de su mejor amigo, seguido de una maldición en voz baja y una escupida. Desapareció con un plop sin despedirse.

Vio a su padre recorrer la sala con la mirada, de nuevo, cuando supo que se quedó solo.

—¿Narcissa? —llamó a la nada, por lo que no obtuvo más respuesta que velas que se apagaban y los cristales de la ventana temblando—. ¿Draco? ¿Draco Malfoy? Oh, niño, ¿a dónde...?

James Potter nunca completaría aquella frase. El segundo candelabro de la sala, uno más pequeño y lleno de piezas de cristal con forma de gotas, se precipitó sobre él, obligándolo a saltar lejos de su alcance y rodar por el suelo cuando cayó. Dentro del escondite, Draco aún luchaba en vano contra el brazo de un Jacint adolescente, que parecía murmurar sobre su oído, probablemente para que se quedase quieto.

Luego de una revisión al cuarto, que consistió en dar algunas vueltas alrededor, James se dio por vencido.

—Narcissa, si te escondiste y me oyes, te prometo que voy a arreglar esto —volvió a hablar a la nada, se notaba que ya no esperaba respuesta—. Si eres tú, Draco, voy a traer a tu padre de vuelta, ¿de acuerdo? Pero no se supone que debas estar aquí. Por Merlín, cualquier lugar en el mundo es más seguro para ti que este justo ahora. El Ministerio definitivamente sería más seguro.

Se fue con un plop, tras un momento de esperar y no haber obtenido reacción alguna. Nada más desaparecer de la sala, Jacint emitió un grito, al parecer, porque el niño le había mordido la mano.

Draco cruzó la barrera y se abalanzó de vuelta a la sala. Tenía el rostro enrojecido, las lágrimas no dejaban de caer, y su respiración estaba tan agitada que sólo sonaban los hipidos entrecortados entre cada sollozo.

—¡Madre! ¡Madre! ¡Padre! ¡Tío! —con cada llamado agitado, una de las decoraciones de cerámica o cristal se rompía, las cortinas se arrancaron de golpe— ¡madre! ¡Mamá, papá!

El pequeño Draco intentó buscarlos en el piso superior. Jacint, cuando reaccionó, le dijo que se lo llevaron, que dejase de buscar. Que no subiese, porque arriba era donde estaba el cadáver. Draco no dejó de llorar, gritarle que estaba equivocado, que Lucius le había dicho que iría a buscarlo, así que obviamente iba a ir, hasta que el adolescente tuvo que volver a cargarlo y sacarlo de ahí cuando los medimagos comenzaron a aparecer, escoltados por unos Aurores, en el patio.

La imagen del Pensadero se fue apagando, poco a poco. Harry no se había dado cuenta de que se clavó las uñas en las palmas hasta que sintió una punzada de dolor por abrirse la piel. Tenía un nudo en la garganta que apenas le dejaba tragar.

No podía sacarse de la cabeza el llanto de un Draco Malfoy demasiado pequeño, siendo alzado y pataleando, porque quería a sus padres de vuelta.

Cuando intentó hablar, sólo brotó un balbuceo. Jacint, una vez que quedaron en la nada, le colocó una mano en el hombro y lo sacó del Pensadero.

Harry inhaló con fuerza al sacar la cabeza del líquido, como si en verdad hubiese contenido el aliento todo el tiempo que estuvieron ahí. El pecho le ascendía y descendía de forma irregular, los ojos le escocían.

Se inclinó hacia adelante, de regreso en la silla, y hundió el rostro entre sus manos. Sintió una ligera caricia en la cabeza, luego percibió el movimiento del muchacho al ponerse de pie e ir a guardar la vasija mágica.

—Supongo que, con la edad que tenía, Draco sólo recordará que un hombre que trabajaba con su padre, se lo llevó un día, justo después de haber visto a su tío, que era una segunda figura paterna, morir. No es un cuadro que yo quisiera presentarle a un hijo, si es que tengo uno algún día, ni a ningún otro niño, en general —Jacint volvía a usar ese tono sereno, apenas tocado por un leve temblor en el fondo. Él, de pronto, comprendió que acababa de revivir parte del día en que vio morir a su padre, y se le revolvió el estómago al pensar en lo que sentiría si James muriese también—. Es fascinante, y cruel, la forma en que los niños entienden las cosas. Estaría bien si hubiese sido tan sencillo.

Harry se obligó a alzar la cabeza, de nuevo. El muchacho acababa de tomar asiento al frente, tenía las manos unidas sobre el regazo, hacía girar el anillo familiar de los Parkinson con aire distraído.

—Yo...—negó al no dar con las palabras, frunció el ceño—, ¿qué- qué fue lo que pasó, exactamente? ¿Cómo...? Ellos no eran Aurores. Sé-  que no eran Aurores. Pero trabajaron con mi papá- eso- no...

Boqueó unos segundos más, ajeno a la mirada cautelosa que el otro le dedicó al ladear la cabeza.

—¿Qué es lo que sabes sobre Bellatrix Black? —preguntó, de pronto. Harry parpadeó, los labios separados en una respuesta que se no atrevía a pronunciar, porque se suponía que no le contaría a nadie lo que su amigo le confió a él. Jacint debió leerlo en su rostro y comprender, porque asintió—. ¿Pansy sabe que tú...?

Él negó con fuerza. Jacint asintió, por segunda vez.

—Y que siga así —se reclinó contra el respaldar, adoptando una expresión pensativa—. Para cuando padre los encontró ese día, Bellatrix había huido. No sé si eres consciente de la tradición oscura de los Black, cientos de reliquias peligrosas, mucha magia negra —aguardó un asentimiento para proseguir—; a Bellatrix le gustaba coleccionarlas, casi tanto como aprender sobre otras ramas de la magia y experimentar. Te imaginarás que mi padre estaba molesto. No —una breve pausa, en la que sacudió la cabeza—, molesto es poco. Demasiado poco. Pansy era su niñita, la princesa de nuestra casa.

Bellatrix Black era una criminal, no sólo por lo que hizo ese día; ya era buscada antes y lo sería después, aquello sólo era un nombre más en la lista de afectados, que no importaría en el Ministerio a la larga, en especial porque no se suponía que ella estuviese allí cuando sucedió. Padre era listo y lo sabía. Antes de llamar a los Aurores, de pensarlo siquiera, contactó al tío Lucius.

Los Malfoy siempre han sido muy reconocidos en el Ministerio, quienes nieguen haber tenido tratos con ellos o estar bajo su influencia, es un mentiroso o un bendito idiota de los que ya no hay. Por lo que he sabido, por años de insistir con el tema, la historia se reduce a que Lucius conocía al Jefe de Aurores por entonces, sabía que había otro Black en el grupo, y ya había recibido ayuda de James Potter, un tipo que estuvo presente en otra situación con Bellatrix antes. Se los recomendó, y los cuatro se reunieron.

A la tía Narcissa no le parecía, así que se unió a ellos para vigilar lo que hacían, y ofrecer información de su hermana, de primera mano. Eran cinco, y estaban dispuestos a capturar a Bellatrix Black.

Nadie tenía pistas, ni idea de dónde estaba o cómo se había ido. Bellatrix podría haberse esfumado en el aire, ni siquiera existía un registro activo de ella —se encogió de hombros con aparente sencillez—. Ellos se metieron al mercado negro de las reliquias mágicas; nunca he averiguado de quién fue la idea, aunque creo saberlo, de todos modos. Era un plan arriesgado, difícil, largo.

Mi padre y el tío Lucius, que eran los más conocidos en los círculos de magos oscuros, empezaron a investigar, a buscar, preguntar a quien se tenía que preguntar. Luego presentaron a Sirius Black, y Narcissa se les unió poco después. Fue, más o menos, por la época en que James Potter aspiraba al puesto de Jefe del Departamento; se podría decir que era una especie de cubierta, un guardián, si así lo quieres poner. Él tenía que cuidarlos.

Con ese método, reunieron una gran cantidad de objetos que destilaban magia negra a simple vista. Muchos eran codiciados por Bellatrix. Ellos sabían que, tarde o temprano, iba a ir a verlos, para tomarlos por la fuerza.

Nunca he podido rellenar el hueco de información que tengo a partir de eso —admitió, haciendo un gesto de rendición con ambas manos—. Sé que no la esperaban ese día, ni en la Mansión. Se suponía que iría a encontrarse con la tía Narcissa en un sitio resguardado, ella fingiría que aceptaba darle los objetos si los dejaba en paz, después de meses de acoso y amenazas, y a la más mínima señal de peligro, el escuadrón entero de Aurores estaría ahí.

Pero Bellatrix estaba loca, tal vez por eso cambió sus planes. Se metió a la Mansión, rompiendo las protecciones, y exigió lo que creía que debía ser suyo. Cuando llegaron los Aurores a casa, madre tomó a Pansy y se encerraron en un cuarto secreto que tenemos con una chimenea conectada al flú, y contactó a Narcissa. Yo ya me había ido a la Mansión, escapándome por otra chimenea; era bastante idiota, si me lo preguntas, como sólo puede serlo alguien a esa edad.

James Potter había evitado inspecciones en la Mansión Malfoy y el Palacio Parkinson, nuestro viejo hogar, por meses. Claro que, cuando una bruja demente se apareció, asesinó a un hombre, y los Aurores encontraron cientos de reliquias ocultas, alguien tenía que salir mal parado, y mi padre ya estaba muerto para entonces.

Bellatrix se volvió a esfumar ese día, aún no se da con su paradero. Cuando la tía Narcissa llegó, los Aurores se habían ido, y Draco estaba aterrado de casi todo lo que le rodeaba, no me soltó esa noche, si no era necesario, ni la siguiente, ni la otra; tuve que retirarme un año de Durmstrang y atrasar mis estudios. No fue sólo por él, claro; Pansy se volvió demasiado sensible por la noticia. Su magia estallaba por todo, lloraba sin control, se asustaba fácilmente. Decía que lo veía entre los muertos y eso la ponía peor, le llevó meses tranquilizarse un poco y años adaptarse a lo que Bellatrix hizo con ella. Lo único que podía ayudarla era el medallón encantado de mi padre, y Bellatrix se lo robó cuando lo mató, así que tuvo que soportarlo por su cuenta.

Cuando Jacint se quedó callado, permanecieron mirándose por un largo rato, desde sillas opuestas. Harry se forzó a procesar la información y hallar su voz, aclarándose la garganta en el proceso.

—¿Por qué...por qué, si- si trabajaba con los Aurores, Lucius Malfoy...?

—¿Fue arrestado? —completó, cuando debió percatarse de que sus balbuceos no los llevarían más allá—. Era algo extraoficial, seguía siendo ilegal comerciar con reliquias así, Harry, incluso para dar con una bruja loca. Le dieron todos los cargos que correspondían a la situación en general; él se negó a mencionar a la tía Narcissa, y madre me contó que incluso bajo el suero de la verdad, se obligó a sí mismo a callarse cuanto podía. Algo así como un efecto de ser amigo de Severus Snape, que se podía sortear el efecto de cualquier poción existente.

—¿Y mi padre...?

—James Potter fue ascendido a Jefe Auror, pero incapaz de deshacer la sentencia del Wizengamot. No pongas esa cara —le palmeó la mejilla sin fuerza—. Él fue a pedirle disculpas a la tía Narcissa y a madre, las escuché hablando de eso un día. Claro que un "lo siento" no debe ser gran cosa cuando tu esposo está muerto o en prisión, pero ya viene siendo más de lo que Bellatrix hizo. Eso Draco no lo sabe —puntualizó, ladeando la cabeza después, como si se le hubiese olvidado un detalle—, o tal vez sí, e intenta ignorarlo. Supongo que es más sencillo odiarlo. Yo no lo culparía, dudo que tu padre lo haga.

Harry se mordió el labio inferior y recapituló. Pensó en Draco, dirigiéndole miradas desagradables a James, quedándose lejos de él, pasando la noche cuando no estaba en casa. Y por otro lado, a James apartándose cuando llegaba, siendo cuidadoso, tomando turnos más largos cuando invitaba a su amigo a quedarse. Diciéndole que no era que lo quisiera fuera.

Luego recordó a Lily también, reprendiendo a su esposo. Lily, deshaciendo la imagen que Ron intentó hacerle de Draco en la fiesta de Pansy años atrás, acercándose a la señora Malfoy por primera vez. Invitando a Draco, hablando en susurros con Amelia y Narcissa, llevándolo a comprar regalos para Pansy.

—Mamá sabe —exhaló, tembloroso, todavía desorientado por la repentina avalancha de información. Lo miró de reojo, titubeante—, ¿cierto?

Jacint asintió.

—No sé cómo se enteró, ni cuándo —aclaró—. Tengo entendido que fue por Snape, antes de que esto volviese a empezar, y debió averiguar más por la tía Narcissa. Tu madre, creo yo, intentó hacer de escudo entre ella y los Aurores, incluso tu padre, para que pudiese terminarlo pronto.

—¿Terminar qué?

—Con Bellatrix —Harry parpadeó, luego frunció el ceño—. Ella nunca perdió el contacto con el círculo de magos tenebrosos en el mercado negro, no del todo; imagino que se habrá aislado porque Draco era muy pequeño, requería atención, y ella era lo que le quedaba, en cuanto a familia conocida por él, al menos. Trabajó en silencio, a escondidas. Sé que después del primer año de Draco en Hogwarts, se dio cuenta de que era más seguro continuar mientras él estaba en clases, y comenzó a involucrarse más…y supongo que sabes el resto.

Harry se estremeció, contra su voluntad.

—Papá se la llevó también.

—Es…un poco más complicado que eso —señaló el muchacho, en un tono suave que le dejaba en claro que era justo la reacción que suponía que tendría.


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