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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo treinta y dos: De cuando Harry tiene una conversación con el 'villano'

Harry cruzó la calle, después de haber pasado junto a su madre y a la señora Parkinson, y haberles dicho que quería ir por su escoba; Lily le dirigió una mirada extraña, luego levantó la cabeza hacia Jacint, que caminaba detrás de él, con aire de aparente inocencia. Nunca sabría cuál era el don de su madre, que hacía que reconociese señales como esa donde él no veía nada, porque cuando estaba por cruzar la puerta, le soltó un:

—Dile a James que, por lo que más quiera, pode el jardín. Ya se parece al Bosque Prohibido.

Él le prometió que le daría el aviso. Jacint lo observó desde el umbral de la entrada, alzándole un pulgar cuando lo vio titubear en la otra acera, luego ingresó y se perdió dentro.

Le llevó un momento armarse de valor para tocar la puerta. Era tarde, pero no lo suficiente para que hubiese terminado un turno largo o estuviese cenando; sólo se dio cuenta de lo poco probable que era que su padre se encontrase en casa, cuando estuvo frente a la puerta. Estaba por rendirse, al no oír una respuesta a su llamado, cuando esta se abrió.

James estaba ojeroso y jadeaba, como si hubiese corrido para abrirle antes de que se marchase. Llevaba la ropa casual que se ponía bajo la túnica de Auror, y unas pantuflas mal puestas, que delataban que se las acababa de colocar o estuvo descalzo cuando seguía solo; eso último le molestaba a Lily, por lo que no era una sorpresa que se hubiese apresurado a ponérselas.

Harry se había preguntado, cuando se le ocurrió la idea de ir a verlo, qué sentiría al tenerlo al frente. Qué pensaría, cómo lo vería.

Se percató, con cierto alivio, de que no era más que su padre. De que sólo existía la preocupación renuente, y en parte, un poco de culpabilidad, en especial cuando James lo observó y su rostro se iluminó, el gesto cansado desapareciendo en un instante.

El hombre lo envolvió en un fuerte y brusco abrazo, haciéndolo trastabillar y chocar contra su pecho. Los dos se movieron hacia atrás, James buscaba con la mirada a alguien que lo acompañase, y al descubrirlo solo, se dedicó a desordenarle el cabello y susurrar palabras dulces contra su cabeza. Habría creído que lloraba, si al separarse, no le hubiese visto una enorme sonrisa.

—¿Pu- puedo pasar? —preguntó, balanceándose sobre sus pies bajo el umbral. James soltó una risa ahogada.

—¿Pasar? Esta es tu casa, campeón, sólo entra —se hizo a un lado, para hacerle espacio. Mientras Harry pasaba y él cerraba la puerta a sus espaldas, comenzó a preguntarle si quería algo, un chocolate caliente, un pancake (que se le quemó, añadió con cierta timidez, pero sólo en la cubierta, y juraba que todavía tenía un buen sabor).

Se sentaron en lados opuestos de la encimera. Harry, que todavía no tocaba el suelo más que con las puntas de los pies, tomándose un vaso de chocolate, que era lo bastante grande y pesado como para que tuviese que sostenerlo con ambas manos, si quería evitar un accidente. James le sirvió dos pancakes medio tostados y medio crudos, cubiertos de una mezcla extraña y muy dulce, que le preocupó más que la calidad de la masa. Lo miraba con una sonrisa aun cuando comía, y no tardó en sentirse un poco cohibido y reducir el ritmo; no era su culpa, adoraba a los Parkinson, pero ellos disfrutaban de comidas francesas o españolas, preparadas por elfos, y no había probado casi nada que fuese "normal" desde la navidad con los Weasley.

—¿Mamá y tú están peleados? —comenzó, cuando se sintió más tranquilo, convencido de que su padre estaba feliz con su presencia en la casa—. Dice que podes el césped, por lo que más quieras, por cierto, que ya parece el Bosque Prohibido. Sonaba muy en serio —asintió con ganas, varias veces, para añadirle veracidad al mensaje. James se rio por lo bajo.

—Hoy mismo lo podo, ¿te dijo algo más?

Él negó enseguida.

—¿Están peleados? —insistió, frunciendo un poco el ceño. Su padre se pasó una mano por la parte posterior de la cabeza, allí donde el cabello se le ponía tieso y se hacía indomable.

—Nosotros no nos peleamos, Harry, sí, lo digo de verdad, no me pongas esa cara. No podemos pelearnos porque Lily siempre se va cuando se enoja —aclaró, desviando la mirada con un deje de vergüenza que rara vez le había visto—. No creo que lo recuerdes, porque eras muy pequeño, pero cuando tenías unos tres años, nos peleamos porque inflé e hice flotar a su hermana cuando estaba especialmente fastidiosa, y ella te cargó y se quedó una semana en casa de Peter. Ah, y cuando tenía ocho meses de embarazo, pasó tres días con Sirius y Remus, porque se enojó por el nombre que quería para ti y discutimos un poco sobre tradiciones, y puede que se me haya escapado un comentario sobre los muggles.

—¿Y qué nombre era?

—Fleamont.

Harry emitió un sonido de disgusto, echándose hacia atrás. James asintió.

—Justo así reaccionó ella —señaló, sacándole una risita mientras se volvía a acomodar.

—¿Cómo lo arreglaban?

—Flores. Lily ama las flores. Con lo de tu nombre, me paré en la entrada de la casa de Remus, bajo la lluvia, de noche, con una maceta con lirios, que es la que ahora cuelga junto a la ventana en nuestro cuarto, la has visto —Harry asintió, boquiabierto. Siempre había dado por hecho que estaba ahí porque sí, por gusto de su madre—. La vez de Peter, fue más difícil, porque a mí se me hacía comiquísima la idea de su hermana flotando y gritando como loca, y a ella no, y además la muy...—se aclaró la garganta, corrigiéndose a sí mismo—. Petunia, digo, estaba contenta de vernos pelear. Esa semana planté casi todas las flores del jardín que tenemos atrás, el enano de Peter fue quien me ayudó a traerla para que lo viese.

Harry no podía hacer más que sonreír al escucharlo. Su padre hablaba con un tono soñador, desde el instante en que Lily era mencionada, y algo dentro de él se llenaba de una emoción cálida, a la que no habría sabido ponerle nombre a esa edad.

Pero recordaría haber deseado que, algún día, si tenía a alguien, esa persona hablase de él del mismo modo en que James hacía con su esposa. Entonces sabría que eligió bien, y sería feliz.

—¿Ya plantaste las flores de esta vez?

James encontró el comentario divertido. Negó con una sonrisa.

—Intenté llevarle un ramo, pero la señora Parkinson está furiosa conmigo y me cerró sus barreras, no puedo dar un paso ni en su patio. Mi lechuza se regresa cuando siente que no es bien recibida —explicó, con la mirada gacha por unos segundos. Bueno, aquello resolvía el por qué no había ido por él esos días.

Harry se removió por una punzada más fuerte de culpa.

—Yo podría- podría llevarle el ramo que le quieres dar, papá.

Cuando el hombre alzó la cabeza hacia él, volvió a sonreírle. Se estiró por encima del desayunador para revolverle el cabello y asintió.

—Te lo agradecería mucho, Harry.

—¿Crees, uhm —hizo una pausa, removiéndose, de nuevo, sobre la alta silla—, que mamá te haya perdonado cuando vuelva por el verano?

James parpadeó. De pronto, se echó a reír y se cubrió la boca con la mano, haciéndole gestos que daban a entender que no se burlaba de él y no se preocupara.

—Harry, ella nunca ha estado molesta tanto tiempo, tranquilo. Lily tiene un corazón de oro, Gryffindor hasta la médula; no tardará mucho en volver después de que hayas regresado a Hogwarts, por eso tengo que tenerle sus flores listas —aclaró, como si fuese una cuestión de lógica que él tenía que ver. No lo hacía.

Como su padre parecía relajado, se mordió el labio, sopesó las palabras unos instantes, y luego habló, en voz baja.

—¿Por...por qué se molestó tanto mamá?

A pesar de lo que Jacint podía contarle, quería saber qué le decía James. Quería ver si le hablaba del tema o no, si mentía, si se inventaba algo, o sólo lo decía de forma vaga y no le dejaba ahondar más.

James le dirigió una mirada larga, conflictiva. Luego soltó una exhalación pesada y se levantó para ir por una taza de café cargado. Creyó que no tendría respuesta e intentaba hacerse a la idea de quedarse con esa sensación de decepción, cuando volvió a tomar asiento frente a él, y se echó el cabello hacia atrás, en vano, con una mano.

—Yo le prometí algo hace años —explicó, lento, pausado—, y no lo cumplí. No fue mi intención, pero no lo cumplí. Siempre cumple tus promesas, Harry, son muy importantes.

El niño asintió, de forma distraída.

—¿Qué le prometiste?

A pesar de que el café estaba recién hecho y destilaba el humo todavía, James le dio un trago largo, y por unos segundos, permaneció con la taza pegada al labio inferior, medio escondido detrás de la pieza y el líquido amargo.

—Se podría decir que le prometí varias cosas, ¿sabes? No dejar que le hicieran algo a Narcissa Malfoy y a su hijo, si podía evitarlo, ayudar a reforzar las protecciones de los Parkinson, las mismas con las que me dejaron por fuera, por cierto, esas las coloqué yo. No hacer más daño a Draco —bajó aún más la voz al decirlo, mirándolo de forma lastimera y encogiéndose de hombros, como si de repente, esperase que el niño tuviese la misma reacción que su madre—; eso le preocupaba mucho a Lily, sabes cómo es, se encariña mucho y rápido.

—Y le hiciste algo, a los dos —agregó, al ver que él no lo hacía, en tono vacilante. James intentó sonreír para aligerar el asunto, pero el gesto no le salió.

—Sé que adoras a ese niño, Harry. Yo no quise lastimarlo, ni angustiarlo, ni…nada de eso.

Harry soltó una exhalación temblorosa al asentir.

—Lo sé, lo sé —aseguró, apenas dándose cuenta de que , lo sabía. Lo había sabido todo el tiempo; su padre no era de los que lastimarían a otras personas y ya—. Padfoot me dijo que lo iban a arreglar.

James se apresuró a asentir.

—Estamos trabajando en eso, los dos, día y noche —le juró, deprisa—, justo estaba haciéndolo cuando tocaste, de verdad. Todavía nos va a llevar un poco más de tiempo, pero la señora Malfoy estará en el Ministerio hasta entonces, no en Azkaban, y tampoco vamos a dejar que lo lleven tan lejos. Nosotros- yo lo voy a arreglar. Puedes decírselo a Lily, también.

Harry no podía creer las ganas que tenía de abrazarlo. Cuando intentó contenerse, terminó por emitir un sonido frustrado y dejar su chocolate a medio beber sobre la encimera, bajándose sin cuidado de la silla después.

Rodeó la mesa, bajo la curiosa mirada del hombre, y lo abrazó fuerte apenas estuvo a un lado. James se rio y lo envolvió con los brazos, llevándolo sobre una de sus rodillas como si aún fuese un niño pequeño, hasta que Harry se quejó, bajó, y quedó de pie a un lado de él, con la cabeza enterrada en la tela de su camisa. Su padre le acariciaba el cabello.

—Papá —escuchó que soltaba un sonido débil, para hacerle saber que lo oía—, ¿la- la señora Malfoy hizo algo malo?

Percibió, más de lo que vio, el cambio leve en su respiración cuando contuvo el aliento por unos segundos. Después sintió un ligero apretón en los hombros.

—Algo así.

Despacio, Harry levantó la cabeza para verlo, su barbilla todavía pegada a la ropa del mago.

—¿ hiciste algo malo, papá?

James apretó los párpados unos instantes; luego, para su sorpresa, asintió.

—Algo así, sí.

0—

James se lo contó cuando ocuparon el sofá más amplio de la sala, con unas cobijas encima y una emisora de radio mágica de fondo, a la que ninguno le dio mucha importancia. Estaba algo reticente al principio, y Harry no quería presionarlo, pero después entró en lo que Lily llamaba "estado de sinceridad Potter" y fue difícil de parar. Se notaba que había necesitado alguien a quien hablarle de eso, incluso si ese 'alguien' tenía trece años y llevaba su sangre.

Él era un Auror relativamente nuevo cuando conoció a Lucius Malfoy. Se lo topó a la salida de la oficina del Jefe del Departamento; era un hombre alto, de facciones afiladas, cabello rubio platinado por debajo de los hombros, con un modo de andar y vestir que clamaba su estatus de sangrepura. A James nunca le había agradado ese tipo de persona, pero estaba en horario laboral, así que lo saludó con cortesía, se hizo a un lado para dejarlo pasar, y ni un solo pensamiento más sobre el sujeto cruzó su cabeza hasta unas semanas más tarde, cuando lo vio llegar como un vendaval a la oficina, se metió a la del jefe, sin importarle sacar a los que tenían reunión con él en ese momento, y exigió ser atendido.

Su hijo había desaparecido del jardín de su propia casa. James, que le dijo haber estado con un estresante papeleo en un escritorio, lo recordaba con claridad porque estaba pálido, y ya que Harry tenía casi la misma edad por entonces, se imaginó lo desesperado que estaría en su posición. De hecho, comparado a lo que pensaba, el sujeto aparentaba estar tranquilo, a excepción de la voz que le temblaba al final, incluso en las palabras más mordaces.

Ya que estaba ahí, para su suerte o desdicha, fue asignado al escuadrón de búsqueda, porque era un amigo del Jefe, a pesar de que aún no se cumplían los requisitos del papeleo ni el tiempo estipulado antes de dar comienzo a una investigación.

Les llevó todo el día, lo que ya significaba bastante por sí mismo porque, ¿qué hacías con un niño tan pequeño, sangrepura y de posibles estallidos de magia accidental, a cuestas durante tantas horas? Los padres del pequeño buscaron por su cuenta, sin éxito, separados del grupo de Aurores.

Había sido extraño, porque James se dirigió al pueblo muggle más cercano a la casa de los Malfoy, no con la línea de pensamiento de un secuestrador de niños, sino como si hubiese sacado a su propio hijo de casa para dar un paseo. Y resultó que ahí estaba. Lo encontró en un parque muggle, sentado bajo un árbol, solo, ataviado con una túnica que llamaba la atención de todos los transeúntes, y con un libro de dibujos entre las piernas; lo reconoció por la similitud que tenía con su padre, y este, a su vez, le preguntó si era un Auror cuando notó la insignia que llevaba en el pecho, porque no usaba la túnica oficial en un sitio atestado de muggles, por obvias razones.

Sí, ella dijo que un Auror vendría por mí —le contestó el niño, con una tranquilidad que le hizo pensar que, si fue secuestrado, él no estaba enterado—, ¿me puede llevar con padre y madre, señor? Tengo hambre, ella sólo me dio un helado de fe- fes- ¡fresa! Helado de fresa, así le dicen ellos. Sabía rico.

El pequeño heredero Malfoy se dejó cargar para la Aparición conjunta. Cuando alcanzaron el Ministerio y vio a su madre sollozar desesperada y abrazarlo, se mostró confundido.

Draco decía que su tía Bella lo había sacado a una tarde de "tía-sobrino", o eso le contó ella. En la espalda, pegado con magia, llevaba un pergamino, con una nota de caligrafía irregular y enorme, frenética.

Lo que fuese que Bellatrix hubiese escrito en uno de sus arranques, enmudeció a la pareja y al Jefe de los Aurores.

El niño no tenía idea de que fue sacado de casa sin el permiso de sus padres, ni que había algo escrito en su espalda. Él les narró todo su día, y comprobaron su estado, además; ella no le había hecho nada.

Fue un gran susto para los Malfoy, de cualquier modo, que pidieron ayuda para reforzar su casa a los Aurores. James, que seguía ahí cuando ocurrió la resolución del caso, se ofreció a unirse al equipo que iba a cooperar, si así podía evitarse más trabajo de oficina.

Les llevó tres días hacer de la Mansión una fortaleza casi impenetrable, de la que sólo los Malfoy o el propio James y Sirius, que también ayudó, habrían sido capaces de entrar y salir a voluntad. En teoría.

No volvió a saber de los Malfoy hasta que lo contactaron para poner un plan en marcha. Resumiendo la historia de Bellatrix y sus reuniones, no distaba de la versión que Jacint le había contado. A Sirius, que tuvo una infancia difícil con sus padres y reconocía que su prima estaba loca, y a James, que no podía creer que alguien usase a una niña en un experimento, les pareció que no ayudar sería imperdonable para ellos.

A James les agradaba, hizo un especial énfasis en ese punto. Los Malfoy eran serios, incluso fríos, como estaba acostumbrado a ver entre sangrepuras, pero aquella gelidez se derretía en cuanto su hijo estaba frente a ellos o escuchaban su voz desde otro cuarto; aun en reuniones sobre lo que harían, cuando Draco se acercaba a llamar a uno de los dos, reaccionaban pidiendo disculpas y saliendo de inmediato, y no regresaban hasta después de un rato. En especial, le agradaba Stephan Parkinson, que al no hablar por su condición de nigromante y estar en presencia de dos hombres que no tenían idea de lenguaje de señas, levantaba letreros con las palabras en el aire.

Él no quería que terminasen así.

Aparentemente, una nota anónima había insistido en que los Parkinson realizaban actividades ilegales desde su casa, con fines lucrativos, y aquella había sido la alarma y distracción de Bellatrix, que aprovechó que los Aurores tenían otros asuntos, para colarse a la Mansión Malfoy. Debía pensar que ignorar sus juegos y hablar directamente con ellos, le facilitaría todo; suponía que al no encontrarla y ser acorralada por su cuñado y otro mago, estalló en ira y atacó al primero, que habría considerado una especie de traidor en su retorcida lógica familiar.

James, que no podía estar en ambas casas a la vez, decidió que la Mansión tenía prioridad, porque ambos magos estaban ahí, y era el refugio de todos los objetos que recolectaron, ya que les era más fácil resguardarlos por tener un niño tranquilo y obediente, que dos curiosos que habrían intentado averiguar qué ocurría enseguida.

No se le pasó por la cabeza, con su falta de experiencia en ese ámbito, que corrían el riesgo suficiente para ser asesinados. James hizo una larga pausa cuando llegó al punto en que mencionaba la muerte de Stephan; aún sonaba incrédulo, aturdido, como si el tiempo nunca hubiese transcurrido.

Lucius estaba furioso porque Bellatrix hubiese superado las protecciones. Acababa de ver a uno de sus mejores amigos morir frente a él, sabía que rodeaban la casa de los Parkinson, con la pobre Amelia que no tenía idea de nada, y además su casa estaba atestada de Aurores. Cuando vio a James dando las órdenes, lo único en que pudo pensar fue la traición, y él tuvo que fingir que no le importaba, que ni siquiera lo oía, porque, de otro modo, habría resultado peor.

Bellatrix seguía por ahí. Lo único que se le ocurrió fue que Narcissa estaba en un sitio aislado, con un traslador que la llevaría a la Mansión en caso de emergencia, y el niño de los Malfoy no estaba la vista. Si hubiese podido llevar a ambos al Ministerio, junto a Lucius, Bellatrix habría tenido que superar al cuerpo de Aurores completo, si se le ocurría atacarlos entonces.

El problema fue que no consiguió a ninguno de los dos. Narcissa no respondió al patronus que envió cuando estuvo a solas en la oficina, y en la Mansión, momentos antes, estaba seguro de que el estallido de magia que casi lo lastima, había sido del heredero de estos, pero ningún hechizo había revelado su ubicación tampoco, y por cuenta propia, estaba claro que el niño no iba a salir a encontrarlo.

James lo intentó todo. Sirius estaba molesto con él y tardó dos días en dejar que se explicase, Narcissa se mantuvo apartada, haciéndole compañía a los Parkinson en el duelo, y cuidando de su pequeño hijo, mientras Lucius esperaba un juicio en una celda del Ministerio.

Harry siempre recordaría, de ese día, la manera en que su padre le confesó que Lucius Malfoy era, a pesar de los fallos, uno de los hombres que más admiró en su vida. Él estuvo presente durante el juicio, cuando rechazó los efectos del suero de la verdad, cuando se negó a dar el nombre de su esposa, incluso cuando se mordió la lengua hasta tener la boca llena de sangre, para que no se le pudiese entender si soltaba algo que no debía. También lo estuvo cuando, por esa actitud, todos los cargos recayeron en él y lo sentenciaron como traficante de reliquias, ladrón y asesino.

James les habló de Bellatrix, intentó hacerlos cambiar de opinión, investigó, presentó las pruebas. No funcionó. Bellatrix, de acuerdo al registro oficial, tendría que estar muerta, porque Narcissa la había declarado como tal cuando la resguardaron en la Mansión después de su salida de la prisión mágica.

Ella no existía, pero andaba por ahí a la vez. Un peligro en las sombras, acechando. Y por lo tanto, no le creyeron.

Su padre visitó la prisión de Azkaban infinidad de veces esos primeros años, hablaba con Lucius, le juraba que estaba haciendo lo que podía. Dentro de todo, el hombre conservaba la calma; siempre le preguntaba si tenía un rastro de Bellatrix, si Narcissa y Draco estaban bien, si podía conseguirle una fotografía de su hijo, que crecía allá afuera, mientras él se pudría ahí dentro.

Igual que como le contó Jacint, también mencionó que se había disculpado con Narcissa, que le aseguró que no era su culpa, a pesar de que mantuvo las distancias entre ambos creciendo cada vez más. A Amelia Parkinson tuvo que explicarle lo ocurrido a detalle, y la mujer se echó a llorar, lo corrió de su casa, y días más tarde, envió una carta disculpándose por su actitud; él decía que no volvió a tener ningún contacto con ella hasta que se mudaron al frente.

Le confirmó que Severus fue quien se lo contó a Lily. Luego de un largo rato de procesarlo, ella había tenido una charla con su esposo para aclarar ciertos puntos, y le había hecho prometer que no causaría que otro de sus compañeros, ni un familiar de estos, terminase en una situación como aquella, cuando también tenía parte de la responsabilidad.

Él aceptó.

James, cada cierto tiempo, lo intentaba de nuevo. Apelar por su inocencia, pedir que revisaran el último hechizo en su varita, sacar los viejos informes de medimagos sobre la causa de muerte del señor Parkinson, lo que fuese.

Todo lo que podía hacerse, todo lo que se le había pasado por la cabeza, lo había hecho una y mil veces.

Cuando los Parkinson se mudaron, fue casi un alivio tenerlos cerca, donde podía ayudar si algo le pasaba a la viuda de su antiguo compañero. No se esperaba el odio de Draco, admitió en tono resignado; la verdad era que no creyó que lo recordaría. Supuso que la experiencia, al final, le había generado un trauma, así que guardó distancias con él también, encontrándose lo menos posible, sin responderle a las miradas desagradables, e intentando recordar que no era más que un niño. No le fue tan difícil, añadió, después de darse cuenta de que Harry observaba embelesado a ese amigo de los vecinos, y él no tenía pensado interponerse en la felicidad de su hijo.

Con la amistad de las tres mujeres, que encontraron en Lily a alguien a quien hacerle confidencias que no podían ofrecer a nadie más, las promesas que había hecho tomaron una mayor relevancia.

Se suponía que James y su escuadrón buscaban un sitio de intercambios, un edificio en el Londres muggle, al que los traficantes de reliquias e ingredientes ilegales, accedían durante sus negocios. Encontrar a Narcissa involucrada fue, más bien, un accidente en el proceso.

La mujer se había cubierto las espaldas, sembrado pistas e identidades falsas. No tenían ni una mísera señal de sus actividades, y no habrían dado jamás con ella, si otro mago en el negocio no hubiese contactado a un nombre falso y se hubiese hecho pasar por comprador, para guiar a los Aurores a quien, de acuerdo a él, conservaba la mayor parte de las reliquias de Londres.

Narcissa Malfoy no dio pelea. Estaba sentada en el antiguo despacho de su esposo, con los tobillos cruzados y en uno de sus vestidos azul pálido. Tenía el escritorio en orden, la varita sobre la superficie de madera, al alcance de la mano, a pesar de que no hizo ademán de tomarla, una carta sellada y lista para ser enviada, a un lado, que fue lo único que pidió para ir sin oponer resistencia; los convenció diciéndoles que el destinatario era su amigo Severus Snape, padrino y tutor de su hijo, que sabría qué hacer con él si aquello —porque así lo nombró— se alargaba hasta las vacaciones de invierno.

Cumplió su palabra. Fue llevada sin necesidad de ningún hechizo o amenaza, le pasó por un lado a James sin dar muestras de que lo conocía, y desfiló por el Atrio del Ministerio con la cabeza en alto y una mirada que no dejaba entrever lo que sentía.

Narcissa no había tenido un juicio. Las reliquias eran demasiadas, y Sirius y James no dejaban de proporcionar hasta la más mínima evidencia que le evitase una condena, o se la redujese a algo más, como una multa, algún servicio a la comunidad, lo que fuese. En cierto punto, puede que incluso inventasen circunstancias, en aspecto sólidas y posibles, para dar explicaciones que les faltaban. Mientras, ella estaba hospedada en una celda del Ministerio, en la que sólo Severus podía visitarla, sentándose al otro lado de la barrera mágica, a conversar por horas con la mujer, los fines de semana que consiguió salir del colegio de magia y no tenía a su ahijado en el laboratorio.

La única vez que había recibido a James en la celda, lo que hizo fue preguntarle por Draco; cuando le aseguró que estaba bien, asintió y se dedicó a ocuparse de otros asuntos, por muy increíble que fuese para alguien en confinamiento. Sirius había ido dos veces, cuando estaban en un callejón sin salida con respecto al caso, y había regresado con información de primera mano para ayudarse; nombres, direcciones, personas que le debían algo a Narcissa y cooperarían con lo que fuese necesario, o que podían proporcionar coartadas, darles una imagen más seria y segura en el juicio.

El proceso todavía no tenía fecha.

0—

Harry tenía la cabeza apoyada en el hombro de su padre cuando este terminó de hablar. Se quedaron en silencio por lo que pudo haber sido una eternidad, James lo abrazaba, le daba ligeros apretones en el hombro de vez en cuando.

En el momento en que se hizo tarde y decidió volver a casa de los Parkinson para no angustiar a su madre, James fue por el ramo de flores que había prometido llevarle, al que agregó una nota doblada, que le pidió que no leyese y se la pasase, sólo diciendo que era de su parte. Harry prometió que así lo haría y le mencionó que tendría que buscar una forma de hablar con ella y explicarle lo que acababa de decirle, que ella entendería.

—Sé que lo va a entender —su padre asintió, acompañándolo hacia la salida—, pero ahora está en su modo "mamá gallina", y la señora Parkinson también, y no podrán pensar en mucho más que lo que creen es más seguro para Draco. Y según ellas, me parece, es tenerlo cerca y quedarse allí. Tengo que admitir que, si Bellatrix quisiera aparecerse por aquí, en realidad sí es más seguro que sólo esté yo en casa.

Aunque no estaba muy convencido, Harry se despidió con un abrazo y la promesa de que pasaría por ahí otro día, y cruzó la calle corriendo.

Su madre no se mostró sorprendida cuando entró a una de las salas, donde Pansy estaba tocando el piano para ella y Amelia, y le tendió las flores y la nota. Le besó la mejilla, le agradeció que se lo llevase, y lo mandó a tomar un baño antes de la cena. No supo si la leyó enseguida o después, ni cuál fue la reacción que tuvo.

Quería creer que el método de las flores resultaría infalible. Al menos, así le pareció, cuando descubrió que su madre había ido a visitar a James poco después, por lo que cenó con los Parkinson. Lily volvió a tiempo para darle el beso de buenas noches en la frente, y negó con una sonrisa cuando intentó averiguar qué había pasado con ella y su padre.

No vio a Draco ese día.

Cuando estaba a punto de quedarse dormido, sin embargo, podría jurar que escuchó la puerta del cuarto de al lado, unos pasos que se perdían en la distancia, y de regreso, alguien que entreabría su puerta y se asomaba. Ninguno dijo nada.

0—

La última noche, antes del regreso a Hogwarts, Harry ya sabía que su madre tenía el baúl listo para volver a casa, que James había podado el césped y añadido una nueva plantación al jardín, y que él y su padrino estaban confiados de que el "tema Malfoy" se solucionaría para antes de que acabase el primer trimestre del nuevo año. A él le resultaba mucho tiempo, pero James le explicó que procedimientos similares podían tardar años, porque eran difíciles y el Ministerio contaba con muchos casos. Él le aseguró que entendía, a pesar de que no era la verdad absoluta.

Después de la cena, cuando también su baúl estuvo listo, gracias a la insistencia de Lily y Amelia Parkinson, se paró frente a la puerta del cuarto de al lado, y la tocó con los nudillos.

Aunque hubo un traqueteo al otro lado de la puerta, no se abrió. Harry aguardó un poco más, de pie frente a esta. Esa misma tarde, le había contado, sin dar detalles, a Pansy, lo que pensaba hacer; su amiga lo había observado con una expresión que sólo sabría calificar como lástima cuando le dijo que lo intentase. Que tal vez a él sí le funcionase.

Los últimos días de las vacaciones, en honor a un cómic muggle que Harry le había prestado a Jacint y terminó por fascinar a ambos Parkinson, llamaron a ese cuarto la "fortaleza de la soledad de Draco". Y ya era tiempo, en su opinión, de que saliese.

Al no obtener más reacción en el interior de este, volvió a tocar. Comenzaba a balancearse sobre sus pies y ver las dificultades y negativas del plan, pero no se permitió a sí mismo desanimarse. Si no era él quien lo intentaba, ¿entonces quién?

—Draco —llamó, en tono cantarín. Nada—, ¡Draco! Draco Lucius Malfoy. Draco, Draco, Draco, Draco, Draco, Draco, Draco, Draco, Draco, Draco, Draco, Draco, Draco, Draco, Draco, Draco, Draco, Draco, Draco —repitió, en una secuencia nombre-toque-nombre, hasta que esta cedió y se movió, sólo un poco.

Al ver que no se movía más, colocó la mano sobre el pomo, para descubrir que no presentaba dificultad al abrirla. Dejó una rendija entre la puerta y el marco, y asomó la cabeza, dando un vistazo dentro en busca de una cabellera rubia.

El cuarto no distaba del que había visitado en la Mansión Malfoy tanto como cabría esperar; tenía una cama con dosel, decoraciones de labrados complejos y colores pálidos o neutros, una proyección de un cielo nocturno lleno de estrellas en el techo. Las luces se encontraban apagadas y la única ventana abierta, las cortinas echadas a los lados sin cuidado.

Draco estaba sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, sobre una alfombra redonda. Andaba con la ropa elegante y cara que le era usual vestir cuando no estaban en Hogwarts, y acariciaba por debajo de la cabeza a una serpiente larguirucha, que estaba enroscada frente a él y se alzaba para que quedasen al mismo nivel. Niño y criatura mágica giraron hacia él al mismo tiempo.

La serpiente siseó por lo bajo y reptó hacia él, lento, casi en zigzag, hasta que lo alcanzó y se enredó entre sus pies. Harry percibió la transformación como una leve vibración contra sus tobillos, antes de que Lep volviese a ser una bola de pelo, que cambiaba a un negro crespo por su cercanía. Él se agachó para alzarlo, el conejo se deslizó hacia su cuello y se combinó con el hombro de su franela, hasta desaparecer de vista.

Su amigo continuaba en el mismo lugar, erguido, con una expresión de tranquilidad que podía ser cualquier cosa, menos real. Cuando Harry no encontró más motivos para retrasarlo, cerró la puerta y presionó la espalda contra esta. Desde diferentes puntos del cuarto, se observaron en silencio, por un largo rato.

Draco rompió aquel ambiente primero, en un tono bajo, un poco ronco, que no era lo que se esperaba.

—Creí haber puesto una barrera para que sólo Lía pudiese entrar.

En los segundos en que evitó mirarlo directo, y así, tener que contestarle, se dio cuenta de que el baúl con sus pertenencias reposaba a los pies de la cama, ya cerrado, y aquello le facilitaba el plan que tenía en mente. Si es que lograba darse el valor de ejecutarlo, por supuesto.

—No forcé nada, se te habrá olvidado.

Draco le dirigió una mirada que decía que no, no se le había olvidado, y allí había algo raro, pero eran las primeras palabras reales que intercambiaban en días, y él fingió no percatarse de ese detalle.

No sabía qué tan preocupado estuvo, no en verdad, hasta que se atrevió a avanzar despacio hacia él, casi tanteando el suelo como si esperase que se desmoronase a su paso, y a medida que se aproximaba, comenzó a notar más cosas que no veía desde el umbral. El niño tenía ojeras, no llevaba el cabello engominado, lo que dejaba los mechones rubios en libertad y formaban un halo en torno a su cabeza. De cierto modo, le recordó a las imágenes que gustaban a los muggles en esos edificios de aspecto antiguo a los que Lily le agradaba ver de cerca. Entonces el pecho se le comprimió y se le hizo más difícil respirar.

Y así fue como, por las malas, concluyó que fue peor de lo que habría sabido poner en palabras.

Se dejó caer al frente de él, en la misma alfombra. Draco seguía sus movimientos con la mirada, sin revelar nada en el rostro. Harry nunca había odiado tanto la máscara de indiferencia Malfoy.

—¿Y eso que Lep estaba como serpiente?

La respuesta se demoró unos segundos en llegar. Draco apenas pestañeó antes de hablar.

—Creyó que podía alegrarme si lo hacía, se dio cuenta de que me gustaban. Ayer estuvo como un crup todo el día, sólo porque vio una fotografía en uno de mis libros, debió pensar que también me gustaría —se encogió de hombros, de forma casi imperceptible. Harry asintió; al parecer, cierta criatura se le había adelantado en algunos aspectos.

—Es muy inteligente.

—Igual que su dueño.

Harry sonrió. El otro niño no lo hizo; sin embargo, habría jurado que se encendió una luz en sus ojos que no estuvo ahí momentos atrás. Y de acuerdo a él, era un logro.

Flexionó las piernas contra el pecho, envolvió las rodillas con sus brazos, y consideró cómo proseguir. Él no era de planear, aquello se lo dejaba a Draco. Tener que hacerlo en esa ocasión, le resultaba agotador.

Tenía miedo de arruinarlo.

—Es el último día de vacaciones —lo vio asentir, tras unos instantes—, no has salido casi, no te hemos visto. Pansy y yo estamos preocupados. No sólo nosotros —aclaró después, aunque creía que era una especie de obviedad.

—Envié una nota a Pansy con Lep para que supiese que no era personal, ella entiende.

No pudo evitar arquear las cejas. Eso no lo sabía, pero explicaba por qué no hubo insistencia de su parte en todos esos días.

De pronto, se sintió cohibido.

—A mí no me mandaste nada.

Draco volvió a tomarse su tiempo para responderle.

—Creí que volverías a tu casa pronto y no pasaría nada, nos veríamos en el tren de regreso.

—Mamá no se quiere ir hasta que nos vayamos a Hogwarts —mencionó, y lo vio pestañear, como si fuese un hecho que no se le había pasado por la cabeza—, ella también está preocupada.

Él sólo asintió y apartó la mirada. Harry no sabía si quería más golpearlo, abrazarlo o lloriquear a causa de ese comportamiento.

Se mordió el labio unos segundos. Cuando sentía que no lo podía contener más tiempo, lo soltó sin contemplaciones.

—La tía Narcissa va a estar libre antes de que termine el...el primer trimestre —le costó un poco decirlo, ya que no era un término que acostumbrase a utilizar. La información no le ganó más que una mirada del otro.

—Ya lo sé.

Fue como si alguien acabase de verter el contenido de un balde de agua fría sobre Harry. Parpadeó, boqueó, luego frunció el ceño. La rabia que sintió no duró más de un instante, hasta que negó y hundió el rostro entre las manos.

—Pensé que- todo este tiempo- estuviste preocupado y asustado por ella —masculló, casi sin aliento.

—Lo estoy —la respuesta no fue más que un susurro, pero Harry alzó la cabeza enseguida para mirarlo, sin comprender. Le pareció que tenía una batalla interna, antes de ladear un poco la cabeza y continuar—. Muchos magos del Ministerio le deben algo a la familia, madre es lista y precavida, y no habría dejado que se acercasen tanto, de no tener un plan de respaldo. Sé que va a estar bien, es la mujer que me crio, nadie puede ser mejor que ella. Pero padre también era bueno y tenía contactos, y ahí está.

—No es igual.

—No, no lo es.

Harry se preguntó, al oír su sencilla réplica, qué tanto sabría sobre el asunto. No quería decir nada que estuviese fuera de lugar. En realidad, ni siquiera tenía ganas de hablar más sobre el tema.

Lo que lo llevó ahí, fue algo muy diferente.

—Como es el último día de vacaciones, pensé que podíamos hacer algo —empezó, cuidadoso, tanteando terreno, esperando su reacción. Draco arqueó una ceja un momento después, en una cuestión silenciosa; aquello le infundió todo el valor que necesitaba—. ¿Recuerdas las vacaciones de verano?

Él asintió.

—¿A mi padrino y la motocicleta mágica? —otro asentimiento. Harry tenía una sonrisa que el otro no comprendía, y se abría paso en su rostro de a poco— ¿y el paseo?

La comprensión brilló en los ojos grises, sus labios se entreabrieron en una réplica muda, que jamás brotó, porque Harry se sacó del bolsillo delantero un juego de llaves y las balanceó ante su rostro, haciéndolas sonar.

—Es...una mala idea —murmuró él, pero no apartaba los ojos de las llaves, y Harry creía, al menos, conocer bien ese lado de Draco. El lado que amaba ciertas cosas, y disfrutaba de tenerlas de a ratos. El lado que los llevaba a meterse en problemas.

—Tenemos permiso esta vez —lo sorprendió, no podía sonreír más que en ese momento. La expresión de su amigo era similar a la de un niño pequeño que se contenía ante algo preciado—, Sirius me las dio con la única condición de que consiga sacarte del cuarto y que no dejemos que mi mamá nos vea en ella, y Jacint —y papá también, pero prefirió no mencionarlo— nos dará una coartada y nos cubrirá si algo pasa. Cero castigos, cero regaños.

Draco apretó los labios por unos segundos. Él ya sabía cuál sería la respuesta, sólo tenía que verle los ojos, mas no tenía idea del tipo de batalla que se libraba en su cabeza.

Cuando dejó caer los hombros y se pasó una mano por el cabello, Harry supo que era su modo de atrasar lo inevitable.

—¿Cómo...? ¿Por qué?

No hubo duda al contestarle, ni titubeo. Tampoco pudo haber dicho algo que se sintiera más honesto.

—Porque me estoy volviendo loco desde que estás así de…taciturno.

Su amigo arqueó las cejas.

—¿El diccionario?

—El diccionario —reconoció con un asentimiento.

—Es el mejor regalo que pude darte, ¿no? —Harry abrió la boca para contestar, pero antes de que pudiese hacerlo, el otro le arrebató las llaves y se puso de pie.

Lo miró desde abajo. Draco apretaba los labios, un amago de sonrisa le iluminaba el rostro a medias, y aferraba el juego de llaves contra el pecho, como si no entendiese algo, como si esperase que hubiese un error en ello, y de repente, le fuesen arrebatadas. Harry experimentó tantas emociones sólo en ese instante, que no supo reconocer ninguna.

—¿Cuándo salimos? —preguntó.

Minutos más tarde, Harry sería quien iría al cuarto donde se quedaba su madre, para desearle buenas noches y avisarle que dormiría con Draco. Lily abrió mucho los ojos y soltó un sonido que era mitad sorpresa, mitad sollozo; al siguiente instante, lo abrazaba con fuerza, le besaba la mejilla y se estaba riendo. Él sabía, aunque fingió no darse cuenta, que fue directo al cuarto principal, el de Amelia Parkinson, en cuanto la dejó sola. Hizo una parada para avisar a Jacint de la hora en que se iban, y que este pudiese mantener el secreto por ellos, ya que tenía la noche libre; de cierta forma, no le sorprendió que el muchacho también lo abrazase con fuerza.

Cuando regresó al cuarto, Draco había encendido una vela sobre el escritorio, y estaba escribiendo en un pergamino, que dobló y guardó cuando lo vio acercarse. Se sentaron en lados opuestos de la habitación, uno en la orilla de la cama, el otro junto al escritorio, y hablaron de temas sin importancia alrededor de media hora.

Al cumplirse los treinta minutos exactos, alguien tocó la puerta con cuidado y Harry abrió. Jacint se asomó, sonrió a Draco, y les tendió abrigos, gorros, unos guantes, y les explicó cómo salir por la ventana —haría un encantamiento de tobogán temporal para su salida—, que mantendría las protecciones apagadas por unos segundos, para que no anunciasen su salida, y el plan que tenía para hacerlos entrar después, que contaba con tocar una melodía particular con golpes de los nudillos en la pared bajo la ventana, para que unas escaleras mágicas cayesen hacia ellos.

Salieron como acordaron en cuanto se fue y se abrigaron. Harry tuvo que contener la risa; detrás de él, Draco esbozó una débil sonrisa cuando le sujetó la mano y lo hizo correr a través de las barreras, la calle, y hasta la motocicleta, aparcada en el patio de atrás de la casa Potter, para mayor disimulo. James los vio reírse en silencio, darse leves empujones, y subir al vehículo, desde una ventana, pero ellos no lo sabrían hasta dentro de un tiempo.

A Draco le llevó unos minutos recordar el funcionamiento de la moto. Despegaron de forma muy brusca, Harry ahogó un grito y se abrazó a él, porque no contaban con la 'bala' en esa ocasión. Oscilaron amenazadoramente en el aire unos segundos, y luego de nivelarse, aquello fue más sencillo.

Siguieron la dirección de la estrella del Norte, como le decía Draco, y aun con el camuflaje activado, volaron lo bastante alto para no estar dentro del campo de visión de ningún muggle. En cierto punto de la noche, un avión pasó varios metros por encima de ellos, los dos gritaron, un sonido que quedó en la nada por el ruido propio del vehículo, y después se echaron a reír.

Con el transcurso de la noche, y tras superar un rato de adormecimiento inevitable pasada su hora de dormir, sentían las mejillas congeladas, a pesar de los amuletos de calor que traían encima, y resultó que hablar entre susurros era la mejor manera de no creer que se helaban. Harry practicó amuletos de calor en vano, porque no podía hacer magia ahí, y Draco le corrigió el movimiento al menos unas cinco veces.

Volaron lejos, lejos, lejos. Pasaron por un parque muggle, y en un arrebato de su amigo, descendieron sobre una laguna que estaba cerca de ser considerada una pista de hielo. Draco luchó por mantenerlos a ambos equilibrados en la moto, a la vez que extendía las piernas y tocaba la superficie del agua helada con los talones. Lucía divertido, y después del susto y los tambaleos iniciales, Harry lo imitó. En una tercera vuelta, se sujetó del otro y se inclinó hacia un lado, hasta rozar el escaso líquido restante, con las puntas de los dedos.

—¡Estás loco! —exhaló, interrumpido por la risa— ¡acomódate, Potter, acomódate ya!

Harry lo hizo, luego de casi caer de cabeza al agua semicongelada, más gritos y risas de parte de ambos.

Vieron parte del amanecer, sentados en una colina a las afueras de la ciudad, la moto detrás de ellos. Estaba contento, hasta que una ligera llovizna comenzó, y al volver la cabeza para decirle que tal vez era tiempo de regresar, tuvo una sensación de déjà vu, porque Draco tenía las piernas flexionadas contra el pecho, el mentón sobre la palma, y lo observaba con una sonrisa, aunque pequeña, que bastó para entibiar algo dentro de él.

Recordaría, no mucho después, haber tenido, de nuevo, el vago pensamiento de que esa no era sólo la manera en que veía el Quidditch, las pociones, a las serpientes mágicas y la motocicleta. También lo veía así. A él, sólo a él.

Pero olvidaría esa idea enseguida, de momento, porque no le cabía en la cabeza, no le hallaba sentido, y cualquier explicación que hubiese podido atribuirle, abría frente a él un abismo hacia lo desconocido, que no estaba preparado para enfrentar con trece años.

—¿Qué? —espetó, cuando tuvo el impulso de removerse, de alejarse, y al mismo tiempo, una necesidad de que nunca dejase de verlo de ese modo, que lo fastidió por lo contradictorio que era.

—Nada, Harry —Draco sacudió la cabeza, se puso de pie, y le extendió la mano para ayudarlo a pararse.

Volvieron según lo acordado, a hurtadillas, en silencio. Cuando el sol ya era visible en el cielo medio blanquecino que se extendía sobre Godric's Hollow, ambos estaban en pijamas, tirados en la cama del cuarto de Draco, compartiendo una cobija y en un profundo sueño, que no duraría más de hora y media, antes de que tuviesen que alistarse, adormilados, para tomar el tren.

Nadie, en el compartimiento de vuelta a Hogwarts, se explicó por qué Harry y Draco durmieron todo el trayecto, el segundo pegado a la ventana, el primero recostado sobre su hombro y aferrando su brazo más próximo con ambas manos.


Extra

De cómo Harry llega y entra. Siempre entra.

Antes de salir de su cuarto en la casa de los Parkinson, Draco, sólo en compañía de su conejo para entonces, hizo una pausa frente a la puerta cerrada. Se suponía que el hechizo poseía propiedades indefinidas, y nadie más que él tendría que haber sido capaz de modificarlo; estaba seguro de haberlo colocado y reforzado cada día, y que no le otorgó permiso a nadie más que Lía de entrar y salir, pero esa misma mañana, mientras terminaban de alistarse, había visto a Harry ir y venir sin la menor complicación.

Tocó la puerta con la varita y esperó. Una barrera de un azul pálido, que se iluminó durante unos segundos sobre la superficie de madera, le avisó que, como pensaba, la magia seguía en funcionamiento.

El encantamiento, tenía que reconocer, era subjetivo. Permitiría a la elfina acercarse cuando decidiese dejarla, y mantendría al resto fuera, porque no sentía ganas de hablar con nadie.

Tal vez estaba defectuoso. Tal vez no.

Tal vez Harry le había mentido e hizo algo. Lo consideraba poco probable, porque no habría sabido ni reconocer el encantamiento, mucho menos quitarlo.

Cuando escuchó su llamado, justamente, al otro lado, y la puerta se abrió para revelar una cabeza despeinada que le avisaba que ya todos estaban abajo y era momento de partir, su corazón dio un vuelco, las cavilaciones viéndose interrumpidas de inmediato. Guardó la varita, sostuvo a su conejo en brazos, y lo siguió afuera, atento al detalle de que, en realidad y como lo creía, Harry no tenía problema alguno con las barreras del cuarto.

Mientras iba a reunirse con el resto y lo escuchaba hablar en voz baja, interrumpido por bostezos, se preguntó, de forma vaga, si su subconsciente quería dejar entrar a Harry desde el principio. Si siempre fue así.

No podía decir que hubiese llegado a una conclusión clara. Al menos, no esa mañana.


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