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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo cuarenta: De cuando Draco le debe un baile a Harry

Harry no sabía lo que era estar nervioso hasta la noche del baile de Yule, cuando estaba clavado en la puerta de la Sala Común de Slytherin, enfundado en un traje que parecía estar hecho a la medida, pero que no había visto en su vida, ni mucho menos sabía de dónde lo había sacado su madre. Se había pasado las manos tantas veces por el cabello, que estaba seguro de que arruinó cualquier posibilidad de verse peinado, cambió su peso de un pie al otro, al menos, un millar de veces, suspiró, respiró profundo, y dio vueltas por la sala, en silencio, mientras pasaban diferentes parejas y grupos de amigos de su Casa.

Los Slytherin de cuarto, en su mayoría, iban a ir juntos hasta el Gran Comedor, aunque estaba seguro de que tenían parejas. A decir verdad, no le hubiese sorprendido que sólo Crabbe, Goyle y él estuviesen solos, pero Blaise y Daphne insistieron en un discurso sobre unidad, apoyarse mutuamente y estar seguros de que ninguno saldría con alguien que no estuviese a su nivel, y al final, decidieron reunirse allí.

Pansy fue la primera chica en llegar. Llevaba un vestido negro, de una falda amplia de varias capas, y tacones bajos que, por poco, la hacían más alta que el propio Harry. Lo más bonito no era el tocado, ni las perlas diminutas con que se adornó el cabello, ni el collar; él pensaba que era su sonrisa. Lo hacía tan feliz que su amiga estuviese animada, que la abrazó y le dijo lo linda que se veía. Pansy se rio, esa risa nerviosa y suave, que había aprendido, en las últimas semanas, que caracterizaba a las personas cuando estaban enamoradas. Harry pensaba que eso también era muy lindo.

Esperaron juntos, en los sillones en torno a la chimenea. Blaise llegó después, con sus dos compañeros de cuarto. A pesar de que era despistado, y cada vez se hacía más consciente de ello, se percató del momento exacto en que el rostro del muchacho se iluminó porque la vio. Él se acercó, lo saludó con un gesto vago. Su atención era toda de Pansy, a quien besó en la mejilla, y ella volvió a reír tímidamente, y sí, en definitiva, era tierno.

Lo hacía preguntarse si así de feliz habría sido, de haber aceptado ir con Daphne. Pero, en el fondo, sabía que no era cierto.

Él no quería ir con ella.

Él no quería eso, todo eso, con ella. Sólo pensaba que era lindo, para los que lo tenían.

Nott llegó solo, habló con los demás mientras esperaban a las chicas que faltaban. Las hermanas Greengrass, ya que Astoria sí podía asistir, a pesar de ser de tercero, porque fue invitada por un estudiante mayor, precedían la comitiva del resto de chicas con vestidos, encajes, peinados complicados y joyas delicadas.

Más saludos, preguntas, halagos, suposiciones respecto a cómo sería el baile. Todos querían saber con quién estaban los Campeones, quiénes era los afortunados. Cuando le preguntaron, él estaba distraído, y sin querer, les habló de que Ron intentó invitar a Fleur y terminó por aterrarla. Debió ser un comentario acertado, porque ellos se rieron, hicieron bromas y lo dejaron pasar. Harry pudo seguir distraído, porque cuando salían de las mazmorras en grupo y charlaban, había una ausencia que no podía dejar de sentir.

Draco no fue con ellos.

Draco tenía una cita y había ido a buscar a esa persona en su propia Sala Común.

Draco salió, una hora antes, en un traje blanco y negro, que lo había hecho resplandecer y capturar su atención más que nunca.

Harry sentía que se iba a volver loco si lo pensaba demasiado e intentó forzarse a no hacerlo. No entendía qué le pasaba, porque le hacía feliz que Pansy y Hermione tuviesen citas, le daba risa que Ron no, pero cuando era Draco, oh, cuando se trataba de Draco, había un algo que se le instalaba en el pecho, pesado, apretado, incómodo.

No quería entender, porque si lo analizaba de más, tenía el presentimiento de que no sabría qué hacer al día siguiente, y había cosas, sabía él, que era mejor no resolver. Ni siquiera era tan buen mentiroso. Sólo esperaba ser capaz de engañarse a sí mismo, por un poco más de tiempo, antes de que el abismo de emociones que se abría bajo sus pies, se lo tragase.

Esperaba que fuese lo correcto.

Quién sabía, tal vez sólo estaba aturdido porque pensó que Draco y él compartirían la mesa, y resultó que no. O estaba frustrado porque no le dijo quién era su cita.

Harry era consciente, en el fondo, de que aquello no era aturdimiento ni enojo, pero fue lo más parecido que se le ocurrió, cuando intentó compararlo con una emoción que hubiese experimentado.

Llegaron al Gran Comedor en medio de una marea de estudiantes. Había bullicio, luces, preciosas decoraciones navideñas. El lugar estaba despejado para cuando las parejas fuesen a bailar, las mesas acomodadas y dispuestas para ellos. Había comida, mucha comida, y tenía la sensación de que su mejor amigo y él iban a hacerse los mejores comensales que el castillo hubiese tenido, por esa noche, si es que no lo eran ya desde antes.

Estaban por entrar, cuando sintió un toque en el brazo y se giró. Pansy tenía los labios entreabiertos y señalaba hacia las escaleras, así que él se dio la vuelta para ver lo que tanto le afectaba.

entendió.

Hermione iba del brazo de Viktor Krum, en un vestido azul y con un peinado que no creería que era capaz de hacerse, por el estado usual de su cabello, y se veía tan radiante, que Harry no pudo evitar ponerse feliz por ella también.

Pansy estaba al pie de la escalera cuando ellos llegaron, para abrazarla. No sabía cuál de las dos estaba más resplandeciente, ni cuál le dio más halagos a la otra. Cuando la chica liberó a Hermione, Harry se adelantó, saludó a Viktor con timidez, y también le dijo a ella lo linda que se veía. Recibió un beso sonoro en la mejilla, y supo que valían la pena los cumplidos, porque las dos no pararon de hablar, emocionadas.

Ron acababa de llegar y fue de inmediato en busca de la primera ronda de platos, lleno de dulces, cuando entraron. Estaba sentado y les había apartado algunos puestos, aunque no dejó de mirar mal a Krum. Harry le robó una trufa del plato, y los dos se dedicaron a ver, con expresiones muy diferentes, a sus amigas con parejas. Y sabía también que era extraño, y probablemente, para Ron igual lo era, pero ninguno dijo nada al respecto y era mejor así.

Cuando Draco entró, él no se dio cuenta de inmediato, porque estaba ocupado intentando arrebatarle otra trufa a su amigo, ya que le dio pereza ir hasta la mesa tan pronto, cuando la celebración en sí ni siquiera había dado comienzo. Se enteró porque las chicas se callaron de pronto, así que los cuatro muchachos en la mesa, que llevaban minutos escuchando su plática sin pausa, notaron que algo ocurrió. De forma abrupta, empezaron a murmurar entre ellas después, con risitas y la mirada puesta en la puerta de entrada, y él se giró para averiguar si es que la supuesta pareja de Millicent llegó o algo por el estilo (ya que los demás Slytherin creían que era broma que alguien la invitó).

Estuvo seguro de que iba a ser una larga noche cuando sintió que su corazón daba un vuelco y tuvo que contener la respiración un instante. Era eso, o levantarse y quedarse mirándolo con un idiota.

La chica enganchada al brazo de Draco era bajita, de expresión dulce. Llevaba el cabello rubio recogido en dos colas altas, que le daban un aire infantil, con cintas y pequeñas conchas marinas de adornos, y un vestido rosa que, pensaba él, fue el centro de los comentarios de las demás. Parecía hecho de pétalos de flores.

Luna Lovegood le hablaba en susurros mientras avanzaban, Draco asentía y le contestaba en voz baja. Él ignoró por completo a los que le dirigieron miradas extrañadas o hacían algún comentario sobre la chica, y ella, al parecer, no los notó.

Harry no sabía cómo es que no se lo imaginó.

Cuando Draco alcanzó la mesa, ya contaban con dos puestos más, y las chicas decidieron colmar a Luna también de halagos y recibirla con sonrisas, que la hacían lucir un poco confundida y mirar hacia su acompañante, como si no fuese la reacción que esperaba; de forma vaga, se preguntó cuál era entonces. Draco arrastró su silla por ella y, por lo que podía entender por su comportamiento, cuando se inclinó sobre su hombro, le explicó algo.

Los Campeones abrieron el baile. Harry sabía que sus amigas hicieron comentarios sobre el vestido de Cho Chang, que intentaban incluir a Luna, quien respondía con datos sobre los colores, criaturas mágicas y cultura extrajera, y las confundía. Era una chica rara. Él apenas prestaba atención.

—¿No conseguiste a nadie con quien quisieras venir? —se volteó al oír la voz de Draco. Se había sentado junto a él desde que llegó, porque era donde le abrieron espacio, pero estuvo tan pendiente de sus amigas, que apenas se saludaron.

Harry tenía la boca seca. Ya ni siquiera sabía si hubo, o no, alguien con quien quisiera estar ahí.

Negó. Draco lució decepcionado, pero fue sólo por una milésima de segundo. Luego lo codeó sin fuerza.

—Puedes bailar algunas piezas con las chicas, ninguno se va a molestar. O espera a que Nott se canse de la gente y Daphne venga a buscarte —se encogió de hombros—. O también puedes bailar conmigo después —añadió luego, como una idea de último minuto. Harry en verdad no comprendía por qué la respiración se le había quedado atascada en la garganta cuando balbuceó alguna respuesta que le sacó una sonrisa.

Draco resultó ser capaz de sacar a relucir todos sus modales sangrepura en una noche, a pesar de que nunca lo había visto hacerlo. Estaba seguro de que era la manera en que se comportaba cuando iba a las reuniones, en representación de los Malfoy, con su madre.

Hablaba en tono suave, tranquilo. No le contestó mal a Ron, ni cuando este lo provocó porque estaba demasiado irritado con la situación en general. Le hizo cumplidos a Pansy y Hermione, y sacó a bailar a Luna apenas hubo una canción para el resto de los invitados.

Bailaban como, según él, lo hacían los protagonistas de los cuentos muggles. Conversaban la mayor parte del tiempo, pero la música, la multitud y sus voces bajas, hacían imposible que pudiese entender de qué. Tampoco estaba seguro de querer hacerlo.

Draco se pasó la velada de ese modo. Movía la silla para que ella se sentara, le hacía alguna pregunta o pedía su opinión cuando Luna, por sí misma, tenía dificultades para seguir la conversación del resto, le buscaba las bebidas y dulces. Bailaban algunas piezas, otras las pasaban sentados, hablando.

Harry no sabía ni lo que pensaba. Tenía una sensación irritante en el pecho, y después de cierto punto de la noche, podría jurar que incluso Ron lo observaba de manera extraña.

En un determinado momento, Luna hizo un baile raro, de giros y agitando los brazos, que causó risas entre los demás estudiantes, y él sintió un poco de lástima y rabia porque se convertiría en su burla, lo que tampoco era justo; luego vio que Draco se rio también, y ella parecía feliz del resultado que consiguió.

Él no podía contenerse por estar en público. Sacudía la cabeza, la echaba hacia atrás, intentaba cubrirse. Lo oyó preguntarle qué se suponía que fue eso y si estaba loca, Luna le explicó de una tradición en alguna cultura antigua que llevaba a cabo esa danza.

Creía que era la primera vez que veía a Draco reírse así frente a personas que no eran cercanas a él.

Tenía la impresión de que había más ojos puestos en el chico, y de pronto, descubrió que verlo reírse, hizo que ganase también más atención que antes. Y la sensación irritante estuvo de vuelta.

Draco bailó una pieza con Pansy, cuando ella le pidió a Luna que se lo "prestase" un momento, para dejar descansar a un contento Blaise, que la observó desde la distancia.

Harry pensó, de forma absurda, que no le fastidiaba que bailase con Pansy. Sólo con Luna.

—Oigan —Blaise los llamó con un chasquido de dedos. No se había dado cuenta, pero su expresión y la de Ron, todavía sentado junto a él, no eran tan diferentes—, no quiero ser entrometido ni nada, pero si quieren bailar con...alguna persona especial —mencionó, con un especial énfasis y separando las palabras—, deberían decírselo. ¿Qué es lo peor que puede pasar?

Con un encogimiento de hombros, cuando su pareja volvió, Blaise se levantó para ir a sujetar la mano de Pansy y arrastrarla a la pista, de nuevo. Draco les dedicó un asentimiento, que Ron no vio porque estaba ocupado odiando a Krum por tener la mano en la cintura de Hermione, y se inclinó sobre Luna, susurrándole algo. Harry comprendió, tan fugaz y brusco como el impacto de una bludger, que él estaba igual que su mejor amigo.

Harry no bailó con nadie, ni siquiera con Daphne, que como predijo su compañero, fue a buscarlo para una pieza cuando Nott se cansó de la gente y se retiró antes. Pansy y Hermione, con sus citas, estaban saltando al ritmo de una banda de rock mágica, Ron le dijo que iría por otro plato de chocolates y se marchó enfurruñado. Cuando Draco estuvo cerca de la mesa, fue que se percató de que él y Luna saldrían del comedor.

No pudo evitar ponerse de pie. Ni siquiera lo consideró. El arrastre de la silla capturó la atención del chico, que llevaba a Luna de la muñeca, e hizo que lo observase.

Hubo algo vergonzoso en ser descubierto parándose cuando se iban, como si hubiese estado por seguirlos. Pero no era así.

Intentó buscar algo que decir, tampoco supo qué. Luna se inclinó hacia Draco y susurró, este asintió con una media sonrisa.

—Oye, Potter, ¿no te asfixia esta gente? —por primera vez en la noche, sintió que tuvo su completa atención, en lugar de ella, y le dieron ganas de sonreír, de sacarle la lengua y de decirle "¡yo también puedo hacer que me mire, no sólo tú!". Era un impulso tan estúpido que no tardó enrojecer por completo.

—Yo...yo...

—Voy a llevar a Luna a la torre de Ravenclaw —informó, de repente, con aspecto cohibido—, puedes venir, si quieres. Necesitaré aire después de tanto tiempo aquí. O puedes esperar aquí, vendré por ti. Si quieres —repitió; se debió dar cuenta de que lo acababa de decir dos veces, porque giró el rostro y se cubrió parcialmente con una mano. Junto a él, Luna negó y le murmuró algo más, con los ojos puestos en Harry.

—Voy —asintió, y sin notarlo, ya caminaba hacia ellos. Se aclaró la garganta cuando los alcanzó—. Sí, yo- yo necesito aire también.

Por alguna razón, Draco sonrió.

Caminó un paso por detrás de ellos cuando salieron. Las chicas estaban ocupadas, Ron se atragantaba junto a la mesa de bocadillos, y él no creía que alguien se hubiese percatado de que dejó el comedor.

Se sentía fuera de lugar, y al mismo tiempo, como si estuviese en medio de una investigación científica, una de esas observaciones de las criaturas en su ambiente natural, de las que la profesora de Cuidado de Criaturas Mágicas les hablaba seguido.

Ellos dos estaban hablando frente a él, de un tema que no comprendía, pero Draco se reía, sacudía la cabeza, y le daba un vistazo por encima del hombro. Luna también lo hizo, mas él no lo notó.

El resto del trayecto transcurrió en silencio. La torre de Ravenclaw no estaba tan lejos como las mazmorras, así que no tardaron tanto en llegar. Luna les pidió un momento y entró a la Sala Común, después de contestar un acertijo.

—¿Qué crees que pase si no pueden responder el acertijo? —escuchó que Draco le preguntaba, cuando se quedaron solos en el corredor durante alrededor de un minuto.

Él se encogió de hombros.

—Se quedarán afuera, ¿no? —musitó. Draco pareció considerarlo hasta que Luna reapareció por la puerta y caminó hacia ellos, con un par de collares en las manos.

—No de nuevo —arrugó la nariz, pero cuando ella se aproximó, bufó, inclinó la cabeza, y se dejó colgar un hilo que sostenía conchas, latas, tapas, piedras y quién sabe qué más. Lo examinó con un gesto que no supo descifrar—. Merlín, ¿este para qué se supone que es? ¿Nargles?

Harry los observó, desorientado, cuando intercambiaron una mirada y Luna negó, con una sonrisa.

—No, no, el de Nargles ya lo tienes. Ellos no te han afectado todavía —explicó, con voz suave—. Este es para la buena suerte.

Cuando pareció que iba a hacer otra pregunta, tan confundido como él, Luna se paró frente a Harry y le mostró otro collar, poniéndose de puntillas y pidiéndole que se agachase. Lo hizo por inercia, aturdido; sintió cómo se lo colocaba y asentía con aprobación.

—Eres bueno —Luna todavía sonreía—, y él te quiere mucho.

No le dio tiempo a decir nada, porque se giró hacia Draco, que aún examinaba su nueva pieza con el ceño fruncido y parecía ajeno a lo que ella acababa de decirle. Se despidió dándole un beso en la mejilla, acordaron escribirse cuando Luna fuese a casa de su padre unos días por vacaciones, y ella volvió a perderse en la Sala Común. Esa ocasión, sí que se quedaron solos.

Draco jugueteaba con el collar nuevo, entre los dedos, cuando se giró hacia él.

—No tenías que aceptarlo, ¿sabes? —lucía casi avergonzado, como si se disculpase en lugar de ella—. Luna es así, le gustan estas...cosas, no tienes que usarlo.

Harry no procesó lo que diría hasta que abrió la boca y habló, y de pronto, era demasiado tarde para arrepentirse.

—¿Tú  los usas?

Él se balanceó sobre los pies y volvió a arrugar la nariz por un instante.

—Los guardo —aclaró, en voz baja—, sería demasiado cruel tirarlos, hasta para mí, pero no voy a andar por ahí usándolos, ¿es que no lo has visto? —aunque agitó el suyo y continuaba mirándolo raro, no hizo ademán alguno de sacárselo, y cuando empezaron a caminar por los pasillos, todavía lo llevaba.

—¿Así que...te ha dado varios regalos? —insistió, sin saber qué lo impulsaba a seguir con el tema. Por lo visto, Draco tampoco entendía, porque le dirigió una mirada indescifrable y tardó unos momentos en contestar.

—Luna es de regalar piedras que dice que tienen mi color de ojos, conchas marinas, un pedazo de cuerno de unicornio —se rio por lo bajo, encogiéndose de hombros—. Ella es así —repitió, como si fuese algún tipo de explicación para todo.

Harry asintió y carraspeó, luchando por encontrar su voz. No quería balbucear. No en ese preciso instante.

—¿Y...y a ti te gusta?

Se detuvo de forma tan repentina, que Harry dio algunos pasos más, antes de darse cuenta y girar. Quedaron cara a cara así, menos de un metro entre ellos.

Fueron los segundos más desesperantes que había experimentado hasta entonces.

—¿Los regalos?

Al ladear la cabeza, se veía confundido. En verdad confundido.

Harry negó, despacio.

Ella. ¿Te gusta ella?

—No, Harry —sonaba casi divertido cuando sacudió la cabeza, y de pronto, tenía una sonrisa que era tan radiante, que sólo la podía comparar con las que vio en Pansy y Hermione, cuando estaban con sus citas—, es una amiga. La llevé porque nunca había sido invitada a una fiesta y ella sola no podía ir, siendo de tercero.

Se escuchó a sí mismo balbucear un débil "oh". El rostro, las orejas, el cuello, le ardían, y sólo fue capaz de mirar hacia el piso.

No sabía por qué estaba aliviado de pronto.

—Harry —levantó la mirada, sólo un poco, lo necesario para darse cuenta de que Draco, todavía frente a él, le extendía los brazos.

—¿Qué? —vaciló al acercar las manos. Cuando lo vio asentir, tragó en seco, fingió no darse cuenta de que el corazón se le saltaba un latido, y sujetó sus manos.

—El baile no ha terminado —le recordó, en ese tono solemne que le hacía pensar en el que usaba en sus cuentos. Draco empezó a caminar de reversa, lento, llevándolo de las manos—, y te prometí una pieza. Si después de una, ya no aguantas bailar conmigo...

Él se rio. Por un segundo, se le pasó por la cabeza que sonaba a que estaba nervioso.

—Pensé que se te había olvidado —murmuró, bajando la vista de nuevo.

Tal vez fue una mala idea, porque se fijó en sus manos unidas. Los diferentes tonos de piel, las mangas de los trajes, los anillos familiares y los de Slytherin, con las gemas que los anunciaban como ganadores de los Juegos, que los dos usaban con frecuencia. Y ahí, en ese momento, hacía parecer que los usasen a juego. Adrede. La idea agitó una emoción cálida dentro de él.

—¿Cómo se me va a olvidar? —Draco lo observó con la boca abierta, en una exagerada expresión de incredulidad e indignación, y sin saber qué hacer, él sólo atinó a reírse tontamente y encogerse de hombros—. Me ofendes, Harry James Potter.

—Bueno, estabas ocupado, ¿no?

Percibió el ligero apretón en sus manos, que envió una descarga eléctrica por todo su cuerpo.

—No tanto como para olvidarlo —susurró.

Se dio cuenta, quizás con retraso, de que Draco no los guiaba hacia el comedor. Dio un vistazo alrededor y frunció un poco el ceño, aunque no se soltó, ni consideró hacerlo.

—¿A dónde vamos?

Él le sonrió en respuesta. No debería ser posible que una simple sonrisa le hubiese hecho sentir que se derretía, pero, al parecer, era lo que le pasaba.

—Draco —fingió un quejido, y sin notarlo, comenzó a balancear sus manos unidas. Él desvió la mirada por un segundo, hacia sus manos, pero no pareció importarle en lo más mínimo. De hecho, creyó percibir otro leve apretón.

El bullicio, la música, todo quedaba atrás. Al llegar a una esquina, Draco miró por encima del hombro, cruzó y lo jaló para que fuese con él, advirtiéndole que estaría en problemas si lo dejaba chocar, ya que era el que  veía el camino ante los dos. Harry hizo lo posible para que no ocurriese, riéndose.

Salieron del castillo. Era una locura, porque estaban en invierno, se notaba el frío y la humedad en el aire. Se sorprendió cuando sintió una tibieza repentina, y al ver hacia abajo de nuevo, se percató de que el traje tenía amuletos de calor. El de Draco igual. Supuso que era una cuestión de madres, y ambos se encogieron de hombros luego de intercambiar otra mirada.

Cuando alcanzaron los rosales, Draco le soltó una mano y se llevó el índice a los labios; antes de tener una idea de lo que pasaba, los dos se escabullían entre los arbustos, conteniendo la risa a duras penas, hasta aparecer en un espacio no muy grande, abierto, en medio de las flores cerradas por la estación que era.

Ta-da —le alzó el brazo, despacio, y lo hizo dar una vuelta, en la que trastabilló, haciéndolo reír—. ¿Que no practicaste nada con Pans?

—Muy poco —admitió. Por alguna razón, no se sentía tan entusiasmado de bailar con ella, aunque se mostrase feliz de ayudar—, pero esto no es lo mismo que bailar con una chica...

—Tú sólo pon los brazos aquí —acomodó el que sujetaba, sobre su hombro, luego tomó el otro e hizo lo mismo. Harry titubeó al rodearle el cuello, y dio un brinco cuando sintió el agarre en ambos lados de la cintura, arrancándole otra carcajada a Draco—. ¿Asustado, Potter?

Abrió la boca, en falsa indignación, y dio un paso más cerca, elevando la cabeza, a causa de los centímetros que los diferenciaban.

—Ya quisieras —replicó, frunciéndole el ceño.

Draco no habría podido lucir más divertido cuando empezó a guiarlo, en un balanceo lento y constante, adelante y atrás y en círculos, sin nada de esos pasos complicados que vio en Pansy y Blaise, y mucho menos como los de Luna.

—¿Ves? Yo te guío —le guiñó. Harry volvió a tener la sensación de que el aliento se le atascaba en la garganta. Emitió un sonido vago, similar a un bufido.

—Deja de crecer —susurró, en tono quejumbroso. Draco soltó un largo "hm", y se inclinó hacia adelante, sin detenerse ni dejar de guiarlo, hasta que sintió que su frente presionaba la de él, apenas un roce.

Se notaba que disfrutaba con el hecho de tener que mirarlo unos centímetros hacia abajo. Harry le frunció más el ceño y le dedicó la mirada más desagradable y amenazante que era capaz de llevar a cabo. La sonrisa que le enseñó, a cambio, le advirtió de no haberlo hecho tan bien como esperaba.

—No es mi culpa si tú te empiezas a quedar enano, Harry.

—¿Quién es un enano? —casi chilló, separándose para ponerse de puntillas en medio de un giro, lo que lo hizo perder el equilibrio.

Tropezó, ambos trastabillaron. Draco tuvo que pasarle el brazo alrededor de la cadera para sostenerlo.

Sus rostros quedaron demasiado cerca. Podía sentir la respiración del otro contra las mejillas, sobre los labios.

¿Draco siempre tuvo los ojos tan grises, tan brillantes?

—Eres un torpe —ese tono de voz no podía distar más del enojo. Podía oír los fuertes latidos de su propio corazón.

Dio un paso hacia atrás y le sujetó una mano, fue por inercia que comprendió que era una vuelta lo que seguía. Se dejó mover, con cuidado, y aunque se preguntó si habría tenido la misma delicadeza al bailar con Luna, cuando quedaron frente a frente de nuevo, cualquier pensamiento negativo fue arrastrado por una ola cálida.

¿Draco siempre tuvo una sonrisa tan dulce?

¿O era cosa suya?

¿Eran sus ojos?

¿Era la luz?

La luz. Cuando Draco lo volvió a sujetar de la cintura, lo llevó hacia adelante, evitándole los tropiezos, y volvieron a moverse al son de una canción imaginaria. Harry miró hacia arriba, de reojo, parpadeando para enfocar mejor.

Esa noche, no había estrellas, pero sí una luna llena. Enorme, brillante; notó que era lo único que los iluminaba cuando Draco lo hizo girar de nuevo.

Sintió que la boca se le volvía a secar. Sabía que aquello le recordaba a algo, una memoria que estaba enterrada en cierta parte de su mente, una que guardó, una que lo interesó por entonces, y ahora, al parecer también.

Estaban tan cerca.

—Draco.

—¿Hm?

Tragó en seco y se relamió los labios, en vano. Por un segundo, se percató de que Draco desviaba la mirada hacia su boca. Luego giraba el rostro.

—Hay luna llena —comentó, y se sintió ridículo enseguida. ¿Para qué se lo decía? ¿Qué le pasaba? Era incapaz de conectar los pensamientos con las acciones.

Sin embargo, Draco ladeó la cabeza y sonrió.

—Sí, lo sé.

—¿Ya...ya la habías visto?

—Estaba un poco ocupado —reconoció, con cierto deje de diversión—, todavía lo estoy, ¿sabes? Me vas a pisar, si no estoy pendiente de lo que haces.

Harry hizo un débil ruido de protesta, incomprensible, y se inclinó hacia adelante. Cerró los ojos al apoyar la frente contra el hombro de Draco, y ya que este no ponía objeción alguna, se acercó incluso un poco más, ladeando la cabeza, hasta el punto de tener el rostro enterrado en el hueco de su hombro. Podía percibir su colonia. Le gustaba.

Le gustaba mucho.

—¿Draco?

—¿Qué? —se rio por lo bajo, el sonido adquirió la forma de una vibración que los sacudió a ambos.

Tomó una profunda bocanada de aire y abrió los ojos un momento. Ese ángulo apenas le permitía ver poco más que el cuello y la mandíbula de Draco.

Incluso esa vista, le gustaba.

el amor es como la luz de luna, Harry…

—Deberíamos...bailar más seguido —musitó, con un hilo de voz. Ni siquiera estaba seguro de respirar.

—Sí, deberíamos —otra risa suave—. Tu pelo me hace cosquillas, Potter.

Hizo ademán de apartarse, a su pesar. Draco presionó una mano en su espalda y lo retuvo ahí. No se sintió con ganas de protestar.

—No es una queja, Harry —se burló, sin malicia.

No hubo forma de que Harry dejase de ocultar el rostro en el hueco de su hombro, después de ese instante. Draco no lo hizo dar más vueltas. Permanecieron así, pegados, girando despacio. Intercambiaban algunas palabras de vez en cuando, o se reían con el mismo deje de nerviosismo y maravilla, como si apenas pudiesen creerlo.

Descubrió que aquello también le gustaba.

—0—

—¿Soy yo o la música está bajando de volumen?

Harry entrecerró los ojos sin notarlo, en una expresión de absoluta concentración cuando intentó descubrir si era así. Le pareció que no y se encogió de hombros.

—¿Crees que hayan terminado? —añadió Draco, dando un vistazo hacia atrás, por encima del hombro.

Estaban sentados bajo una de las salidas hacia el patio, entre las más cercanas a los pasillos que conectaban con el recibidor y el comedor, donde se percibía un murmullo distante de la fiesta. Los dos estaban en el piso, sin preocuparse mucho por arruinar los trajes; mientras que se dedicaron sólo a hablar por alrededor de una hora y media, sin darse cuenta, entrelazaban y se soltaban los dedos de a ratos, entre bromas sobre el tiempo que bailaron —tiempo, tal vez, demasiado largo para que alguno pudiese negar que estaba cómodo y todavía parecer creíble—, y temas absurdos, de lo primero que se les pasaba por la cabeza, y por alguna razón, parecían cobrar una nueva dimensión si lo hablaban con el otro.

—Creo que deberíamos ir a ver cómo están, al menos —murmuró él, balanceando sus manos unidas, inconscientemente, quizás. A Harry le costaba apartar la mirada del gesto, el punto exacto en que el pulgar le rozaba el dorso o los nudillos, de repente, como si fuese a dejar ahí el fantasma de una caricia, y se arrepintiese a último momento.

No tenía muchas ganas de volver. En parte, porque sentía que se rompería la burbuja en que estaban sumergidos, el momento íntimo en que no existía nadie más, porque ni una sola alma había pasado por allí esa noche.

Pero también era porque, desde hace rato, estaba seguro de que tenía el rostro rojo. Lo sentía arder, incluso a pesar de que respiraba profundo e intentaba mantener la calma, y las mejillas se le estiraban en sonrisas tontas que él no quería mostrar, pero que Draco, de algún modo que nadie más podría, le sacaba.

No estaba seguro de estar listo para que alguien más lo viese en ese estado, porque desde que cayó en cuenta del hilo de pensamientos que tenía al bailar con él, desde que identificó esas emociones cosquilleantes, y creía tener una respuesta, tenía la sensación de que se notaría. De que era obvio. De que lo llevaba escrito en la cara, y sólo tendrían que verlo para descubrirlo, de que apenas volviesen con sus amigos, todos lo sabrían.

Aún no se atrevía a pronunciarlo para sí mismo. No quería que ellos lo supiesen y aceptasen antes que él.

—Oh, hola —la voz de Draco lo sacó de sus cavilaciones, y giró la cabeza cuando le soltó la mano.

Le llevó un momento percatarse de que lo que distrajo al otro chico fue Lep. El conejo, que tenía un peculiar moño negro en el pelaje rubio de ese día, hecho de cabello también, lucía como si hubiese intentado imitar a su dueño y el estilo que llevaba; Draco debía haberlo notado también, porque lo alzó con ambos brazos, lo pegó a su pecho y murmuró algunas palabras para el par de orejas largas, que no dejaban de agitarse, mientras los olisqueaba a los dos.

—Creo que esa es su forma de decirme que tengo que dejar de desaparecer —bromeó, arrugando la nariz, en cuanto el conejo le lamió por debajo de la barbilla. Draco se rio.

No recordaba, hasta entonces, haberlo visto reír o sonreír tanto como esa noche. Quiso pensar que era una buena señal. Que significaba algo. Y a la vez, no quiso imaginarse qué y comenzar a cuestionarse todo lo que pasaba.

Estaba cómodo, feliz, y con Draco, en un sitio tranquilo. ¿Por qué tenía que pensarlo de más? ¿Por qué no sólo, como hizo hasta ese momento, lo disfrutaba con calma?

Ya tendría tiempo, después, para entender. Procesar. Ajustarse, si es que lo necesitaba.

—Nos perdimos más o menos la mitad de la fiesta —reconoció Harry, con un orgullo estúpido de que hubiese pasado más tiempo con él, y a solas.

En serio, tenía que dejar de pensar en eso, o se metería en problemas con su mente. No necesitaba analizar tanto, por Merlín, aquello era normal.

Lo era, ¿cierto?

Tal vez incluso a Pansy se le habría acelerado el corazón, si bailaba con Draco Malfoy en los rosales, de noche, solos. Era la escena, sí. La escena no ayudaba, decidió.

—Deberíamos volver —lo sorprendió, poniéndose de pie sin esperar una respuesta. Draco lo observó desde abajo con una expresión extraña, como si estuviese por decirle algo, pero a último momento, sacudió la cabeza, arrulló a Lep contra sí, y se levantó también.

Caminaron sin prisa de regreso, por los pasillos desiertos. En una de las ventanas, les pareció divisar a Dárdano, luego escucharon un graznido y aleteos. Cuando se giraron, el ave no estaba por ninguna parte.

—A veces podría jurar que nos sigue —susurró Draco, con el ceño fruncido.

—Tal vez nos siga a todos, Ioannidis podría hacerlo —opinó. No sabía cómo, pero si existía una forma de mantener vigilados a cada uno de los estudiantes de Hogwarts, sería ella a quien se imaginaba llevándola a cabo. O tal vez Dumbledore. O ambos.

Como había dicho Draco, la música disminuyó el volumen, y a medida que se acercaban al comedor, lo único que percibían era un lejano murmullo de voces, y algunos pasos, de los pocos que continuaban en el salón transformado para la fiesta.

Alcanzaron a ver a Pansy, con una expresión extraña, y cuando estaban por acercarse, una voz familiar les hizo saber por qué.

—¡...pues ya sabes la solución! ¡La próxima vez, ten el valor de invitarme, antes de que alguien más lo haga! ¡Y no como tu último recurso!

—¿Qué...? Pe- pero ni siquiera estábamos hablando de eso...

Ron. Intercambiaron miradas, y en silencio, llegaron a la conclusión de que ambos sabían bien lo que acababa de pasar.

Aguardaron, en el punto donde se doblaba en la esquina, a que la discusión llegase a su fin. No tenían planes de quedar en el fuego cruzado de sus palabras.

De pronto, se dieron cuenta de que Pansy le ofrecía los brazos a una llorosa Hermione, que le hundía el rostro en el hombro, y le dirigía una mirada desagradable a Ron. Oh, seguía molesta. Bueno, no podía culparla, si la hizo llorar esa vez.

Ron caminó con pasos demasiado fuertes, en medio de una oleada de rabia, y cuando pareció que estaba por irse, los localizó. Harry sabía que nada bueno podía salir de ahí cuando estrechó los ojos en su dirección.

—¡...y ustedes dos! —levantó la voz, de nuevo. Notó que le temblaba, como si contuviese el llanto— ¡sí, tú, y tú también! ¡Son los peores! ¡¿Es que también andan juntos?!

Harry se preguntó si no sería posible que un hoyo se abriera debajo de él y se lo tragara. Ni siquiera prestó atención al resto del reclamo, que incluía a Krum, a Hermione, y algo sobre parejas felices, mala noche y comer chocolate. Ron estaba histérico y con el rostro tan rojo como su cabello.

No pudo evitar desviar la mirada cuando sintió un débil tirón, en uno de los costados del traje, encontrándose de cara a Draco. Tenía los ojos muy abiertos, fijos en Ron.

Reaccionó de inmediato al recordarlo, alzando las manos, en un intento de apaciguarlo.

—Ron, baja la voz, por f...

—¡¿Que baje la voz?! ¡No voy a bajar la voz!

—Ron, sólo digo que no...

—¡Yo digo que...!

Calló, de pronto. Lo observó llevarse una mano a la boca, donde los labios se movían como si intentase gesticular, con ellos pegados. Lloriqueó con un sonido gutural.

Conocía ese hechizo.

Cuando vio detrás de Ron, se percató de que Pansy los miraba a los tres, con los brazos cruzados y una expresión que habría sido digna de competir con la enojada de Molly o Lily. Por reflejo, Harry se encogió en donde estaba, y esperó un regaño. Junto a él, Draco pareció hacer lo mismo, una vez que salió del aturdimiento.

—Tú te vas a quedar así hasta mañana —apuntó a Ron con un dedo acusatorio. Cuando este hizo ademán de replicar con gestos, estrechó los ojos, y su expresión dio tanto miedo que él también se quedó quieto—, y a primera hora, quiero enterarme de que le escribiste una nota de disculpa a Hers. No —lo cortó, cuando volvió a intentar quejarse—, escúchame bien, Ronald Bilius Weasley, porque vas a disculparte con Hermione, por las buenas, o por las malas.

Ron comenzó a asentir después de un momento, haciendo sonidos mudos, hasta que ella lo despachó con un gesto. Cuando su mejor amigo corrió al otro lado del pasillo, se detuvo por un instante para mirar hacia ellos, con una expresión que era mitad disculpa y mitad lástima por dejar que se enfrentaran a ella por su cuenta.

Pansy se llevó las manos a la cadera cuando se posicionó delante de ambos. Aún tenía ese rostro que le hacía preferir agachar la mirada.

Se fijó en uno, de pies a cabeza, luego en el otro.

—¿Y ustedes qué? —espetó— ¿estaban juntos?

Los dos asintieron, en tiempos diferentes.

—¿Desde hace mucho? —otro par de asentimientos, y su expresión se suavizaba—. ¿Saben la hora que es? Si van a dar deambulando por el castillo, mejor váyanse a dormir.

Cuando se dio la vuelta, con aire resuelto, fue de regreso con Blaise, que tenía una expresión de sorprendida fascinación, y no dudó en ofrecerle el brazo, para escoltarla hacia las mazmorras.

La vieron perderse por el pasillo, con la cabeza en alto y leves repiqueteos de los tacones. Un par de exhalaciones idénticas se les escaparon cuando desapareció tras un muro.

—¿Qué fue todo eso? —murmuró Harry, todavía aturdido y parpadeando a la nada. A un lado, Draco se encogió de hombros, abrazado a Lep aún.

—Creo que...acabamos de ser regañados por escaparnos.

—Por Pansy.

—Sí.

—Y Ron por ser idiota —Draco le respondió con otro asentimiento—. ¿Hermione lloraba por…por culpa suya?

—Creo que sí.

Oh —exhaló.

—Sí. Oh —lo imitó.

Tras un momento más de mirar a la nada y escuchar a las pocas parejas que quedaban en el salón, volvieron a intercambiar miradas, sólo para darse cuenta de que los dos tenían expresiones de horror. Draco fue el primero en echarse a reír, él lo siguió poco después.

0—

A la mañana siguiente, en el desayuno, Hermione recibió, de una lechuza del colegio, un regalo de navidad y una nota de disculpa —con una redacción convincente que, obviamente, no pertenecía a Ron, pero la intención es lo que cuenta—, Ron se pasó la mitad del día con los labios sellados y recibiendo burlas de sus hermanos. Pansy caminaba a un lado de Blaise, que le cargaba los libros y la observaba con la misma incrédula fascinación de la noche anterior.

Draco y Harry continuaron siendo sólo Draco y Harry, porque cuando despertó y no se quería levantar, consciente de haber tenido una revelación que no quería enfrentar, cierto conejo mágico se coló en su cama, se subió sobre su pecho y le lamió la cara; un poco más tarde, el dueño de la criatura se asomaba tras el dosel y lo llamaba con una sonrisa, quizás más tímida que de costumbre, y estaban bien.

No era el fin del mundo, ¿cierto?


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