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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo cuarenta y uno: De cuando Draco se está metiendo en problemas (y Harry con él…)

Iban tarde para la Segunda Prueba. En teoría, tendrían que haber estado listos para ir con Pansy hacia los alrededores del Lago Negro, una media hora atrás, pero acababan de volver a los terrenos.

Cualquiera que hubiese pasado cerca del Sauce Boxeador ese día, a determinada hora, habría escuchado los siseos y la absurda discusión que se llevaba a cabo, habría notado que, en ciertos puntos, la grama parecía hundirse bajo el peso de cuatro extremidades invisibles. Entonces esa persona no habría entendido qué pasaba, y si hubiese prestado más atención, si alguien, quien fuese, lo hubiese hecho, los habrían descubierto quitándose la capa de invisibilidad entre empujones y protestas, antes de echar a correr hacia el lago.

Regresaban de la Casa de los Gritos, después de comprobar que los elfos la dejaron segura, e incluso cómoda, luego de retirar los muebles sin esperanza de ser utilizados, y arreglar los que sí serían capaces de ver un nuevo día. Aún faltaban un montón de detalles, y ya que Draco estaba decidido a que era un proyecto que llevarían a cabo a mediados de ese año —y estaban por alcanzar esa fecha que proponía—, no podían haber salido antes.

Harry luchaba contra la capa, para convertirla en un ovillo, que pudiese resguardarse dentro de su suéter, y así, disimular la presencia de la prenda. Era complicado, más que de costumbre, porque Draco, que corría por delante, lo sostenía de la muñeca y prácticamente lo arrastraba en cada paso que daba. Ambos jadeaban.

La multitud ya estaba reunida en torno al Lago Negro, en las gradas preparadas para la ocasión. Creyó identificar las voces de los gemelos Weasley, ofreciendo un servicio de apuestas por los Campeones. Se colaron por la parte de atrás, para atraer la menor atención posible, la voz del director brindaba la información acerca de la Segunda Prueba para el momento en que divisaron a Pansy entre la multitud, sentada a un lado de Hermione, lo que se había convertido en una especie de lugar de honor, desde que se enojó con Ron en el baile, a pesar de que este se disculpó y hace mucho que se olvidó la cuestión; era como costumbre a esas alturas. Se abrieron paso, entre el resto de estudiantes, para llegar a los asientos que dejaron libres ahí, y agradecieron en voz baja a las chicas por no dejarlos sin sillas.

Ron estaba un poco más alejado, con el grupo de Hufflepuff que mostraba bufandas y gorros con los colores de la Casa, y parado junto a una de las pancartas para darle ánimo a Diggory, aunque se dedicaba a vitorear, no a sostenerla.

Harry dio un respingo cuando los vio meterse al agua. Bueno, hasta ahí la emoción. El público tendría una insoportable hora de espera, antes de que pasase cualquier cosa.

—Oye, mira esto —Draco le llamó la atención poco después, en medio de los murmullos de conversaciones de aquellos que no podían mantenerse sin hacer nada mientras esperaban. Tenía una insignia azul y blanca en la mano, que cambiaba entre una imagen de un castillo majestuoso, la de Fleur, y unas palabras de aliento para apoyarla en su camino a ser la ganadora, en francés, por supuesto.

—¿De dónde sacaste eso? —preguntó, con el ceño un poco fruncido. No le parecía bien apoyar a otro colegio.

Draco, como si le hubiese leído el pensamiento, rodó los ojos, y se inclinó para recoger a Lep, que no dejaba de moverse entre las piernas de ambos y subirse a su pantalón. Tenía otra idéntica en la boca, que luchaba por mostrarle a Harry, y alguien le había puesto una pegatina de "apoya a Viktor Krum" en inglés, francés y búlgaro, con el dibujo de una escoba y una snitch.

—Creo que ha hecho amigos a nivel internacional —comentó con humor, y le dio una orden de que aplanase el lomo y se transfigurase un poco, para no lastimarlo al arrancarle la calcomanía. Luego Lep saltó hacia el regazo de Harry y se acurrucó ahí, pasando su pelaje de rubio platinado al desordenado negro que le resultaba familiar.

Le acarició la cabeza, de forma distraída. Con un vistazo al lago, comprobó que no había ni una señal de los competidores.

—Alguien tendría que decirle a los Hufflepuff que también hagan unas de estas para Diggory —le escuchó decir, en tono de obviedad—, somos mayoría en Hogwarts, y los anfitriones. Debería recibir más apoyo, es una cuestión de lógica, ¿no?

—¿Por qué no les dices  que lo hagan? —él se giró con una expresión de horror, que le dejaba en claro que ni siquiera era capaz de considerar la idea. Fue el turno de Harry de rodar los ojos—. Dijiste que querías probar cosas nuevas y todo eso, y cambiar algunas otras —le pinchó el costado, haciéndolo removerse—, ¿qué puede ser un mayor cambio que acercarte a los Hufflepuff con una idea, para algo que quieren hacer?

Draco bufó.

—Tengo mis límites —aclaró, en un susurro que le decía que no tenía idea de cómo es que se le ocurría un acto tan terrible; lo reconocía porque era el mismo tono con que le hablaba en Pociones—, no voy a provocarle un infarto por decepción a mi padrino, ni dejar que la Mansión me desherede sola por comportamiento inapropiado de un Malfoy, Potter.

Él frunció el ceño al procesar las palabras.

—¿Eso se puede?

—Si Severus pudiese morir de decepción, créeme que lo habría hecho en los primeros años de profesor de Pociones, con esos estudiantes tan...

—Yo digo lo otro —lo interrumpió. Él ladeó la cabeza, con una expresión pensativa.

—En teoría, sí, es posible si alguno de mis antepasados la ha ajustado así. Las herencias son cosas complicadas, Potter. Lo sabrás si vas al Museo.

—¿Qué cosa?

—El recinto Potter, la base de la familia —vaciló por un momento, cuando no encontró la reacción de entendimiento que debía esperar en él—, la cuna de tu linaje, ¿nada? ¿No te suena a nada?

Harry sacudió la cabeza, sin palabras, y lo vio encogerse con un suspiro.

—Lo que pasa a las familias sangrepura cuando se convierten en amantes de los muggles y su cultura…—negó con dramatismo, pero se detuvo cuando él lo codeó—. Bueno, no es que importe mucho, en tu caso, imagino —siguió, todavía en voz baja—, digo, si está abandonado igual. A ti probablemente no te afectaría nada de lo que pase allí.

—¿Qué está abandonado? —insistió, con la sensación de que se perdía de algo.

—La casa de tu familia, Potter.

—Mi casa en Godric's Hollow...

—Me refiero a tu familia, a nivel general, no el núcleo con que creciste. Tu familia, ya sabes, los Potter sangrepura —gesticuló con las manos, ante la mirada confusa del chico—. Todas las familias tienen un asentamiento mágico, una casa importante, se supone que se pasa de generación en generación.

Él parpadeó, aturdido.

—No sabía que teníamos una...

—Bueno, es que está en ruinas —Draco volvió a encogerse de hombros.

Musitó un débil "oh", y después de un momento, cayó en cuenta de cierto detalle que hizo que se volviese hacia él, de nuevo.

—¿Y tú cómo sabes todo eso? Sobre mi familia, sobre los Potter.

—Te dije que he estado estudiando —contestó, como si no pudiese entender por qué la pregunta.

—¿Estudiándome a mí?

—Madre me pidió que revisara los registros Potter —argumentó, sin alterarse más que con un leve rubor, que bien podría haber sido a causa del sol—, aunque están muy lejos de haber sido nuestros aliados, y hace siglos que no tenemos relación sanguínea o filial. No es una familia que revisaría, en circunstancias normales.

—¿Por qué te lo pidió entonces?

Draco sonrió a medias, como si esa sí hubiese sido la pregunta que se esperaba.

—Madre dice que tendremos una alianza.

—¿Nosotros? —los abarcó a ambos con un gesto, él asintió— ¿de qué? ¿Cómo?

—Eres el único heredero, ¿por qué no? Ella piensa que es una buena idea, dijo...—hizo una breve pausa, llevándose una mano a la barbilla, al adoptar una expresión de concentración—. Recuerdo que dijo algo así como que pasaríamos mucho tiempo juntos de adultos, y era mejor que estuviese preparado; no me contó para qué exactamente. Lo habrá visto en el estanque.

Aquella frase captó su interés.

—¿Qué estanque?

—Un estanque que a veces muestra una visión al Malfoy que maneje la Mansión en ese momento o a su pareja —realizó un gesto vago, para restarle importancia—, es sólo una posibilidad, sabes lo cambiantes que son las predicciones. Pero no veo por qué esta no se cumpliría.

—¿Cómo es que nunca me has hablado de ese estanque? —se cruzó de brazos, con fingida indignación, que lo hizo volver a sonreír.

—Por Merlín, Potter, jugamos cerca un montón de veces de niños. Creo que una vez te tiré dentro incluso —titubeó, con un gesto casi de disculpa.

—Oh, ese estanque —recordó, seguido de un asentimiento—. ¿Y yo tengo que aprender algo sobre tu familia, a cambio?

—No creo que lo necesites, yo sé suficiente por los dos —elevó la barbilla, con un gesto presumido que hizo que le codease otra vez.

—Chicos —Hermione se asomó por uno de los costados de Pansy, interrumpiendo la plática que tenía con ella y la de ambos en el proceso—, ¿lo del Calamar Gigante en la Sala Común de Slytherin es verdad?

En cuestión de un momento, Draco estaba de pie, comenzando con la distorsionada y dramática historia de cómo casi mueren ahogados por culpa de esa criatura descomunal, llamando la atención de los estudiantes que los rodeaban, incluso los de los otros colegios, y haciéndolos quedar como valientes héroes a ambos. Harry recordaba haber estado más asustado de lo que él hacía ver, pero se reservó sus comentarios.

—¿Y no creen que van a encontrarse con el Calamar Gigante ahí abajo? —añadió Hermione, de pronto. Todos dirigieron la mirada hacia la superficie tranquila y oscura del agua, a la espera de algún indicio de que fuese posible. Ya que no ocurrió, se encogieron de hombros e intercambiaron murmullos.

—Ron dijo algo sobre sirenas —recordó Harry—, todos los Hufflepuff hablaban de eso.

—Bueno, me imagino que habrán habilitado el lago, Potter, no tener bajo control al Calamar sería algo demasiado irres...

Como si hubiese decidido que era el momento apropiado para atribuirle la razón, un tentáculo se elevó desde el lago de pronto, salpicó, golpeó la superficie, y volvió a caer con una sacudida y un ruido sordo en el líquido.

—¿Qué...?

—¿Eso debería estar pasando?

—¿Es parte de la Prueba?

Otro tentáculo salió. A unos metros, una figura más pequeña brotó del agua. Fue demasiado rápido.

En un parpadeo, Viktor Krum nadaba tan deprisa como la forma de tiburón se lo permitía, llevando a su rehén, y los tentáculos del Calamar Gigante se agitaban detrás de él, generando olas que lo golpeaban por la espalda y lo sacaban de su trayecto.

A una distancia considerable, Fleur también acababa de salir. Se movía en la dirección opuesta a la de Viktor, pero los tentáculos eran lo bastante largos para pretender atacarlos a ambos. Creyó ver que sí golpeaba a la bruja; un instante más tarde, ella se hundía y sólo quedaba el agua alterada detrás.

¿Y a dónde estaba Cedric? Podía leer la pregunta en las caras de la mayor parte de los estudiantes de Hogwarts, aquellos que no estaban demasiado impactados como para pensar en algo.

—Chicos —Pansy habló con un hilo de voz—, chicos- esto no es parte de la Prueba...

Debía ser cierto, porque los profesores bajaban de los estrados y las gradas para acercarse al borde del Lago Negro. Fleur acababa de aparecer, boqueando y nadando con dificultad, Viktor intentaba no ser arrastrado por los tentáculos de vuelta, ahora que estaba tan cerca de llegar a su destino. Ambos dejaron a los rehenes ir por delante de ellos, hasta que tocaron tierra, cuando quedaron atrapados por el calamar.

Los profesores dispararon hechizos rojos a los tentáculos, que no mostraron ninguna herida, pero enseguida los soltaron. La enorme mujer, la directora francesa, corrió a auxiliar a su estudiante, mientras que el mismo Karkaroff se agachaba junto a Krum y le ofrecía la mano y su bastón, en caso de que estuviese herido. A simple vista, no lo parecía.

Cedric todavía no salía. Los tentáculos se replegaban, volvían a entrar al agua. Quedaba un rehén y un Campeón, dos estudiantes, ambos de Hogwarts. La tensión era casi palpable en las gradas del colegio de magia.

Dumbledore llegó al borde del lago, todos tenían sus ojos puestos en el anciano, cuando este levantó la varita, y la superficie del agua se movió, haciéndose a un lado, abriendo un camino lo bastante amplio para que McGonagall y él pudiesen caminar. La bruja, que iba adelante, no dejaba de ejecutar florituras con la varita.

Pareció que un tentáculo los golpearía, desde uno de los lados del improvisado camino seco, pero Dumbledore volvió a alzar la varita hacia él, y fuese lo que fuese que hizo, bastó para que se apartase. McGonagall levitó dos cuerpos fuera del agua, y emprendieron juntos el camino de vuelta. El Calamar no volvió a atacar.

Llevaban a Cedric Diggory y Cho Chang, inconscientes y empapados.

0—

—...se sabía que era peligroso cuando entraron —decía Draco, en tono desinteresado, a pesar de que tenía los ojos fijos al frente, en la multitud que se aglomeraba a las afueras de la enfermería—, si no, no hubiesen puesto la restricción de edad.

—Sé que es demasiado pedirte que tengas sentimientos y seas una persona normal —le espetó Ron, que no dejaba de caminar de un lado al otro del pasillo, con el rostro enrojecido—, ¿pero no podrías, al menos, no sé, fingir que te importa un poco lo que le pase a uno de tus compañeros?

—Diggory está unos años por delante, no es mi compañero.

Ron le dirigió una mirada desagradable, que el otro chico devolvió casi con aburrimiento. Harry, en medio, resopló.

—Estoy seguro de que él está bien, Ron —ofreció, tan convincente como pudo. Su mejor amigo lo observó, su expresión se contrajo por la angustia, y luego reemprendió el camino en línea recta, que había recorrido tantas veces, que no le sorprendería que abriese una zanja por donde pisaba.

Ron no era el único nervioso, los demás Hufflepuff, en su mayoría, estaban pegados unos a otros como el bloque de un ejército, preparados para defender con varitas la entrada de la enfermería en que yacía su Campeón. Los chicos de Beauxbatons no dejaban de murmurar entre ellos, en un rincón, algunas muchachas se sostenían las manos, y varias intentaron, en más de una ocasión, asomarse para averiguar cómo seguían las hermanas Delacour.

Los de Durmstrang eran, en realidad, los más serenos. Por fuera. Parecían estatuas, inmóviles e inexpresivos en el otro extremo del pasillo, tan apartados del resto, que lo único que daba alguna señal de que se encontraban pendientes de Krum, eran las miradas que se dirigían de vez en cuando, silenciosos y sombríos como sólo ellos podían serlo.

Al igual que el resto de estudiantes, Draco, Pansy, Hermione y él, estaban apilados junto a una ventana. Observaban a Ron ser un desastre de movimiento, nerviosismo y preguntas. Después de la Segunda Prueba, prácticamente fueron arrastrados por la marea de adolescentes y profesores, que caminaron detrás de los directores y los Campeones, hasta la enfermería.

Y esperaron por período de una hora, tal vez más.

Harry, que comenzaba a preocuparse por el estado de Ron, no dejaba de notar que Draco, recargado en el marco de la ventana junto a él, jugaba con las orejas de Lep, y tenía esa mirada, la que le decía que se maquinaba un plan dentro de aquella cabeza rubia, la que ponía poco antes de que hubiesen terminado metidos en problemas, año tras año. Él no veía cómo podía encontrar algo que le interesase, en ese sentido, aquella vez.

Cuando Pomfrey salió a dar el aviso de que todos los Campeones y los rehenes estaban bien, y pasarían la noche en la enfermería, por pura formalidad, fue como si acabasen de soltar un respiro colectivo. Los de Durmstrang, bajo las órdenes de su director, fueron los primeros en dispersarse para regresar a sus actividades usuales y dejarlos a ellos descansar. Las chicas de Beauxbatons parecían organizarse para visitarla en cuanto fuese posible, y los Hufflepuff se reunían para cubrir las rondas de Prefecto que Cedric no podía hacer, estar atentos a la enfermería, y en general, calmarse entre ellos.

Hermione los dejó para ir con un grupo de Ravenclaw que se marchaba hacia la Torre. Después de un momento, cuando el pasillo empezaba a vaciarse, Pansy indicó que iba a buscar a su hermano.

—¿No vienes? —antes de caminar hacia las mazmorras, Harry se dio la vuelta para observar a Draco. Seguía con los ojos puestos en las puertas cerradas de la enfermería—. ¿Draco?

—Sh, espera —se llevó el índice a los labios, manteniendo al conejo mágico contra él con el otro brazo.

—Draco, ¿ahora qué...?

Él lo detuvo con una sacudida de cabeza y palmeó el borde de la ventana en que estaba sentado. Harry se rindió con un resoplido, volvió a su lado y se sentó también.

Aguardaron a que el pasillo se desocupase más. Un estudiante de Hufflepuff tocó la puerta para pedirle a Pomfrey que le preguntara a Cedric si quería algo en específico para comer, a pesar de que los elfos llevaban la cena a la enfermería y todos lo sabían. Una bruja de Beauxbatons siguió su ejemplo poco después, para llevar un dulce para las hermanas francesas.

Mientras la chica hablaba con Pomfrey, se percató de que Draco se inclinaba con un movimiento tan casual, que de haber estado sólo un poco más lejos, le habría parecido que era para amarrarse los zapatos. Si usase zapatos de cordones, por supuesto.

La cercanía fue lo único que le permitió darse cuenta de que dejaba a Lep en el piso y el conejo corría en dirección a la enfermería, camuflándose lo suficiente para pasar desapercibido por en medio de ambas mujeres y perderse dentro.

Cuando la bruja se marchó, Pomfrey les dedicó una mirada larga por un lado de la puerta. A esas alturas, eran los únicos estudiantes que quedaban en el pasillo.

—¿Se les ofrece algo? —preguntó, amable y cautelosa a la vez. No habría pensado que era una combinación posible, de no haberla escuchado con claridad.

Draco le respondió con esa sonrisa encantadora que se había ganado a las estudiantes mayores en primer año.

—Nos preguntábamos si Viktor —hizo un especial énfasis en el nombre. Él no lo llamaba así— también querría algo especial, madam.

La enfermera entrecerró los ojos. Hizo ademán de volverse y cerrar la puerta, pero se detuvo.

—Ustedes son de Hogwarts —observó, mirándolos de arriba a abajo para confirmar. Ella los conocía, claro.

—¿Y por eso no podemos preocuparnos por un amigo de otro colegio? —el tono lastimero era tan convincente, que por un instante, sintió una punzada en el pecho y se preguntó en qué momento Krum y Draco se hicieron tan cercanos. Le llevó unos instantes comprender la farsa.

Luego de otra minuciosa ojeada, Pomfrey suspiró.

—Esperen aquí —dicho esto, se perdió dentro de la enfermería.

Tan pronto como la puerta se cerró detrás de ella, Draco se puso de cuclillas y extendió los brazos. Él no supo por qué, hasta medio segundo después, cuando Lep volvió a tomar forma de conejo y corrió hacia él, con un rollo de pergamino en la boca. Su dueño lo alzó y arrulló contra el pecho, diciéndole lo bueno que era.

Cuando la enfermera salió, un momento después, les dirigió otra mirada dubitativa.

—El joven Krum no quiere nada —anunció.

—Oh, bueno —Draco se encogió de hombros, con un gesto resignado que habría podido convencer a cualquiera—, volveremos más tarde o mañana.

—Mejor espere a que su amigo salga, señor Malfoy.

—Sí, sí, madam.

Draco le sonrió. Se mantuvo así, como la imagen perfecta de un estudiante modelo y amigo preocupado, hasta un instante luego de que la mujer hubiese cerrado la puerta. Al quedarse solos, rodó los ojos.

—¿Crees que Pomfrey haya sido Hufflepuff o Gryffindor? —le preguntó, de pronto, cuando empezó a caminar para alejarse de allí. Sostenía al conejo, que intentaba olisquearle la barbilla, con una mano, mientras con la otra le quitaba el pergamino y lo abría.

Harry vaciló, dio un vistazo alrededor, al pasillo desierto, y luego lo siguió.

—¿Y bien? ¿Qué dices, Potter? —insistió, de camino hacia un lugar que, claramente, no era las mazmorras— ¿Hufflepuff o Gryffindor? Una Slytherin no fue. ¿Ravenclaw? No creo, aunque nunca se sabe.

—Supongo que Ravenclaw sería lógico, ¿no? —titubeó al alcanzarlo. Draco lo vio se reojo, después volvió a fijarse en el pergamino, ya abierto, que sostenía en una mano. Harry suspiró y se metió las manos a los bolsillos—. ¿Qué es lo que estás planeando ahora, Draco?

Él le sonrió a medias y apretó el paso para adelantarse. Aquella, de cierto modo, ya era una respuesta de por sí. Incluso una peor que sus "tengo una idea" o "tengo curiosidad".

Harry sabía que era probable que lo lamentase por seguirlo. O tal vez no.

A decir verdad, en ese momento, no creía que pudiese lamentarse de algo que tuviese relación con Draco, pero quizás fuese por esas emociones cosquilleantes que causaban que tuviese ganas de reír cuando estaba cerca, y no por lo que hacían en sí.

—Draco —lloriqueó. Acababan de salir del castillo; Pansy se molestaría si se metían en problemas, Snape se molestaría si se metían en problemas, ¡su madre! ¡Lily no querría ser llamada a la oficina del director!

Tal vez estuviese exagerando, ¿qué podían hacer que fuese tan malo, como para que ella se enterase por boca —o pluma— de Dumbledore?

Sí, puras exageraciones, fue lo que pensó, hasta que se dio cuenta de que Draco caminaba con decisión hacia donde estaba encallado el barco de Durmstrang.

Harry se detuvo, cruzado de brazos.

—Ah, no, ahí sí que no...

Por toda respuesta, Draco bufó y le arrojó el pergamino, sin detenerse. Lo atrapó en el aire, por el reflejo de Buscador, y vio al chico avanzar algunos metros solo, antes de leer los dos mensajes en el papel, uno en una caligrafía pomposa que conocía bien, el otro en una rústica, torcida y fea.

"Dame tu contraseña del dormitorio para que mande a buscar tus cosas para esta noche.

-J. L. P."

"0009"

Harry sentía que la mandíbula se le iba a desencajar cuando echó a correr detrás del otro chico.

—No es muy inteligente para las contraseñas, ¿verdad? —opinó, sin mirarlo. Ambos se detuvieron cerca de la plataforma que ascendía hasta la cubierta. No había estudiantes alrededor.

—¿Cómo...? ¿Por qué?

Lo escuchó bufar.

—Krum es demasiado grande para las pijamas de repuesto que Pomfrey tiene en la enfermería.

Harry frunció el ceño.

—¿Es que es en serio que se volvieron grandes amigos de pronto o qué? —espetó, más brusco de lo que pretendía. Cuando Draco lo vio como si hubiese enloquecido, fue consciente de que se pasó y sintió que el rostro le ardía.

—Es una coartada, Potter —volvió a rodar los ojos—, no es culpa de Jacint que tengamos la misma letra y Krum sea algo idiota.

—¿Que tú qué?

—Le copié la letra de niño, cuando aprendía caligrafía, porque me gustaba cómo se veían sus pergaminos y firmas. Es una vieja historia—hizo un gesto vago con la mano que tenía libre—. Una vez me dijo que el barco tenía cuartos cerrados con contraseñas, Krum necesitará ropa, Jacint está ocupado con Pansy —una pausa, en la que sonrió de nuevo. Era la sonrisa de las malas situaciones, él la reconocía bien—; perfecto.

—Te quieres meter al barco —distinguió, aturdido. Un sonido afirmativo le contestó—. Al cuarto de Krum.

Otro sonido idéntico.

—En secreto —un bufido—. Dime que no es por algo raro, por favor.

—Vamos a buscar el huevo dorado de la Primera Prueba —sacudió la cabeza, como si no pudiese creer lo que acababa de oír—. Por lógica, nadie nos creería que vayamos en lugar de Fleur, y no vamos a meternos a la Sala Común de Hufflepuff fácilmente. En cambio, para los de Durmstrang —aclaró, comenzando a caminar de nuevo, aunque lo hizo de reversa esa vez, por lo que continuó con la mirada puesta sobre él. Harry se negaría a reconocer que la imagen de Draco Malfoy, moviéndose así y haciéndole señas para que lo siguiese, con esa sonrisa ladeada, despertaba un impulso irremediable y absurdo que prefería ignorar, por ahora. O por siempre, si podía—, somos los amigos de la chica que le gusta a Krum, los que compartieron mesa con él durante el baile, conocidos de uno de los asistentes, y un par de niños que no les harán nada, porque apenas le llegamos a los hombros a la mayoría, con suerte.

Harry no sabía cuándo empezó a seguirlo, otra vez.

—¿Y para qué queremos el huevo? —Draco sonrió más cuando utilizó el verbo en plural y se incluyó a sí mismo. Tampoco quería reconocer que una oleada cálida lo inundó al saber que era el motivo de esa expresión.

—¿No te acuerdas?

—¿De qué? —ladeó la cabeza, con el ceño fruncido.

—Los centauros, Potter. Cuarto año, el agua, pistas, ¿te suena?

Soltó un "oh" al asentir. Ya casi llegaban al barco.

—Pensé que no confiabas en sus predicciones —recordó, en voz baja.

—No ser creyente no significa que voy a ignorar cuándo tienen razón y cuándo no.

Draco frenó al dar el primer paso en la rampa, Harry, con los ojos muy abiertos por lo que acababa de escuchar, le aplaudió y sonrió, divertido.

—Muy bien, eso es todo un cambio, ¿cuántas veces te he escuchado decir que no tienes razón?

—Ninguna porque siempre la he tenido —arrugó la nariz cuando Harry rodó los ojos—, casi se me quema la lengua de decirlo. Ugh.

—Y...hasta ahí llegó la mejora —subió a la rampa junto a él, haciendo su mejor actuación decepcionada, que se cortó de golpe cuando sintió que chocaba la cadera contra la suya, sin fuerza.

—Estoy siendo un buen chico, cállate —elevó el mentón y se adelantó, con ese andar suelto y grácil y la cabeza en alto, del modo en que nunca había visto a alguien más hacer.

Harry pensó en lo estúpido que era que quisiera verlo siempre de ese humor. Después lo siguió. Por Merlín, cuánto tiempo pasaba siguiendo a Draco; tenía que hacer algo al respecto.

La cubierta estaba desierta. Draco titubeó al mirar alrededor y lo arrastró hacia una puerta, que se abrió por sí misma al detectar las presencias cercanas, y les dio acceso a un corredor estrecho, con puertas a ambos lados, que aparentaba no tener fin. Cada una tenía una placa con un apellido, así que sólo fue cuestión de moverse hasta dar con la que buscaban.

Cuando estaba por preguntarle de qué forma se introducía la clave, Draco presionó la placa, y esta cambió, para revelar una tabla de números del 0 al 9, en el que puso, uno a uno, los que Krum indicó en la nota.

La puerta cedió. Draco llevó a cabo una teatral reverencia, le dejó pasar primero, y cerró detrás de ambos.

Era justo como se habría imaginado que sería, con sólo conocer al dueño y el lugar del que provenía. Austero, sin decoraciones, tonos marrones y rojo oscuro, nada que no fuese necesario. Uno creería que Krum no tenía idea de lo que eran las comodidades, de no ser consciente de que se trataba del jugador de Quidditch más joven en el nivel profesional, y era obvio que tendría que conocer al respecto.

El huevo estaba sobre un escritorio sencillo, abandonado contra la pared. Mientras Draco buscaba algunas prendas que pudiesen servir de tapadera y le pedía que hiciese lo mismo, escuchó voces y pasos por fuera del cuarto, que por suerte, no se detuvieron allí.

—...y lo que pasó, cómo ese Dumbledore no lo tenía controlado, sabiendo que un monstruo así vive ahí abajo...

—...dicen que el Calamar Gigante incluso se ve desde las mazmorras, ya saben, a donde están los estudiantes estos con los que nos sentamos, los del verde y gris...

—Plateado —corregía otro, de voz más suave. El resto de la conversación se hacía indistinguible desde ahí.

—Creo que están molestos —mencionó en un susurro, entregándole un abrigo grueso. Draco doblaba sin cuidado unas camisas, metía el huevo dentro de un abrigo, lo enrollaba, y buscaba un modo de hacerlo parecer un simple bulto de ropa.

—Yo también lo estaría, la cortesía mágica se perdió. Se supone que, como anfitriones, el viejo tendría que velar por su seguridad más que la de ninguno...

—Pero conocían los peligros al entrar —recordó—; tú mismo lo dijiste.

—Seguía siendo su deber con los otros colegios, es una norma básica entre los magos decentes, Potter.

Se encogió de hombros cuando lo vio completar el bulto y acomodarlo entre sus brazos. Harry alzó a Lep, que estaba sobre la mesa ahora, intentando volver con su dueño. El conejo se removió, olisqueó, y al darse cuenta de que era él, se acurrucó contra su pecho.

Salieron con pasos tan sigilosos como podían, la puerta no emitió ningún ruido al abrirse y cerrarse de nuevo.

Iban a mitad del camino a la puerta de cubierta, cuando lo escucharon.

—Draco Lucius Malfoy —el chico, que iba unos pasos por delante de él, no sólo se detuvo por reflejo, sino que contuvo el aliento al apretar el bulto de ropa con el huevo más contra su pecho.

Despacio, como si el evitarlo pudiese hacerlo desaparecer por arte de magia, ambos se giraron para encontrar a Jacint Parkinson a unos metros, solo, cruzado de brazos.

Escuchó a Draco mascullar una maldición impropia en un Malfoy, algo sobre Pansy y un error de cálculo, mientras el hombre acortaba la distancia entre ellos.

—¿Qué hacen aquí? —observó el bulto. Al arquear una ceja, tuvo la misma expresión que su hermana menor la noche del baile, cuando los reprendió, y ambos se encogieron— ¿qué es eso?

—Pensamos llevarle a Krum algo de ropa, para cambiarse, porque la de la enfermería...

—¿Ahora te convertiste en un elfo doméstico? —interrumpió al chico—. Qué curioso, nadie me avisó.

Intercambiaron miradas, en silencio. Jacint tenía el rostro en blanco, Draco ponía la misma expresión de serena inocencia y aceptación que le vio utilizar también, frente a él, cuando recibió la reprimenda en el Mundial de Quidditch.

—Me dijiste que fuera bueno e intentara hacer amigos.

—Eso fue hace cuatro años, antes de que entraras a Hogwarts.

—Acción retardada —ofreció Draco, con una pequeña sonrisa, que intentaba aligerar el ambiente con una broma. Jacint volvió a levantar una ceja.

—Draco, me vas a decir qué haces aquí —hizo una pausa, en la que pareció considerar un asunto importante—, o se lo vas a decir a Severus.

Habría jurado que el chico tragó en seco. Harry, en medio de los dos, se sentía invisible, pero no más seguro por eso.

—Yo preferiría no decírselo a nadie e irme por donde vine —mencionó, en tono más suave.

—Draco.

Siguieron mirándose en silencio por un momento más. El que desistió fue el más joven, que dejó caer los hombros y apretó más el bulto de ropa.

—¿Podemos salir, al menos?

Por fin, el hombre suavizó su expresión al asentir. Les palmeó los hombros a los dos, los hizo girar, y presionó las manos contra sus espaldas, quizás para guiarlos los primeros pasos, o para asegurarse de que no fuesen a salir corriendo. Por la expresión desdichada de Draco, era muy probable que hubiese pensado lo segundo, y aquello se lo impidiese.

Pansy estaba abajo de la rampa del barco cuando cruzaron la cubierta. Observaba en la dirección en la que aparecieron, como si desde un principio, hubiese sabido que llegarían por ahí. Harry no dudaba que así fuese.

Draco y él se miraron y soltaron exhalaciones pesadas al mismo tiempo. Ninguno notó la leve sonrisa divertida del otro.

—0—

—...déjame ver si entendí. Tú —señaló a Harry, que lo observaba desde abajo con un puchero— y tú —cabeceó en dirección a Draco, que mantenía la mirada en cualquier otro punto diferente al hombre, como si la cosa no fuese con él—, se metieron en problemas en el primer año, con los centauros y una piedra que nadie debería tener, porque no es propiedad de humanos; hasta ahí, bien. No hablaremos de segundo año, voy a fingir que no sé nada de lo que hicieron y el desastre que fue, y el tercero, bueno...—dirigió una breve mirada a Draco y negó—, en verdad no tiene que ver con esto. Pero ahora me dicen que, como la profecía de loa centauros habla del lago y una pista, se les ocurrió la brillante idea de meterse al barco de Durmstrang para tener el huevo de Krum, y revisarlo, ¿estoy captando el punto?

Los dos adolescentes asintieron al mismo tiempo. Jacint tomó una profunda bocanada de aire.

—Bien, esto...no, no, es que- —volvió a sacudir la cabeza. Cuando fijó la mirada en ellos, al siguiente que apuntó fue a Draco—. Si la profecía dice una locura como que atrapes un unicornio, o te tires de un puente, ¿le vas a hacer caso?

Draco se abstuvo de rodar los ojos, por pura suerte.

—Obviamente no.

—¿Entonces? Tú eres más inteligente que esto; para empezar, tendrías que saber que las profecías no son...

Desvió la mirada por un instante, hacia Harry y Pansy, que estaban sentados en unos troncos caídos junto a ellos. Estaban un poco más allá de la linde del Bosque Prohibido, Jacint y él era los que seguían de pie. Él se percató al momento de su señal y calló.

—Pansy —llamó en un tono dulce que sólo reservaba para su hermana, como aquella ocasión—, ¿puedes dar una vuelta con Harry, por favor? Draco y yo vamos a tener una conversación seria.

—Si vas a regañarlo, yo debería...

—No te hagas el valiente, Harry —lo señaló también, aunque había más diversión en el gesto que regañina—, tú sigues. Esto es sólo para ahorrarles la vergüenza de quedarse sin palabras frente al otro; no te emociones.

Harry boqueó y enrojeció de forma apenas perceptible, luego le dirigió una mirada suplicante a Draco, que asintió y lo apremió a marcharse con un gesto. Tras una débil vacilación, la chica se puso de pie y se llevó a su amigo del brazo.

En silencio, los vieron perderse entre los árboles, hasta que estuvieron fuera de los límites del Bosque. Después Jacint le hizo un gesto hacia los troncos, que ellos ocupaban un momento atrás, y ambos se sentaron, uno junto al otro.

Draco no quería comenzar. No podía dejar de restregarse la palma de la mano y estaba seguro de que él lo notó. Sentía una quemazón insoportable en la piel, que le hacía difícil concentrarse en algo más.

—¿Y bien? —por suerte, se decidió a romper el tácito acuerdo de esperar a estar solos para discutirlo.

El chico se distrajo moviendo los pies sobre la tierra y buscando a los thestral con la mirada, lo que era inútil, porque estaban más adentro y no en ese lado del bosque. Ojalá uno se hubiese acercado al encontrarlo en problemas; entonces tendría, al menos, una distracción para no concentrarse en la mirada que sentía clavada en un lado de la cara.

—Ellos dicen que estoy marcado —susurró, sin mirarlo. Lo escuchó suspirar.

—Draco, las profecías son algo demasiado...

—No entiendes —lo cortó con un bufido—, estoy marcado. Ellos lo dicen y yo lo he visto, lo siento, aquí —abrió y cerró los dedos, en un puño. Después se llevó la otra mano al pecho—, y por aquí dentro, hay algo. Algo que no estuvo ahí antes, estoy seguro, o si lo estaba, habría estado escondido.

Jacint no respondió, así que se atrevió a observarlo de reojo, a la espera de una pregunta o algún regaño. En cambio, lo que encontró fue una mirada curiosa, de unos ojos que le hacían recordar a Pansy. Casi se sintió aliviado de no verlo molesto.

—...así que eso era lo diferente —musitó, con un asentimiento.

—¿Qué? ¿Lo...lo notaste?

El mago se encogió de hombros.

—Lo discutí con Snape cuando volviste del primer año, pero él no me habló de lo que era, y como no parecía afectarte...—dejó las palabras en el aire, al tiempo que hacía un gesto vago para restarle importancia—. ¿Qué tipo de marca es? —acababa de inclinarse hacia él, para preguntarlo, cuando pareció considerar algo que le hizo fruncir el ceño— ¿Harry está afectado?

Draco apretó los labios un momento, luego asintió. Aún se restregaba la palma.

—Harry también está marcado —aclaró, todavía en voz baja—, de otra forma; Firenze, el centauro que siempre nos recibe, dice que es más bien como...como si hubiese sido impregnado. No sé, no estoy seguro de cómo funciona, él dice que mi marca es específica y más intensa, pero la suya puede ser impredecible y abarcar más, y...—sacudió la cabeza—. Aún no averiguo mucho sobre eso.

Jacint pareció pensárselo durante un momento. Después le tendió la mano.

—Es ahí, ¿verdad? Déjame verla —él le dio la mano y lo dejó girarla, repasar con los dedos, quitarle el glamour. No se mostró sorprendido por la mancha plateada, sólo curioso—. ¿Qué es lo que  sabes y entiendes sobre esto, Draco?

Él lo consideró, antes de responder.

—Originalmente, los dos estábamos igual, pero yo agarré la piedra de la que te hablamos con la mano y...—se interrumpió y decidió cambiar de punto, para evitarse un regaño—. Las profecías que han buscado hablan de más personas, todavía no sabemos quiénes, nos están dando pistas poco a poco, porque "las estrellas funcionan así" —imitó un tono conocedor, que le sacó un bufido y un "típico de centauros" al otro, con el que no pudo estar más de acuerdo—. Hay varias cosas que están como 'pendientes', para más adelante, y algo grande, todavía no sabemos qué, pero ellos piensan que podría ser importante y, de una forma u otra, vamos a terminar ahí.

—¿Ustedes dos? —detuvo la revisión para mirarlo. Draco se encogió de hombros.

—Supongo que las otras personas que mencionan también estarán por ahí.

—¿Y no sabes quiénes son?

—Me hago una idea —admitió—; estoy trabajando en eso todavía.

Jacint asintió, distraído.

—Te pasa algo si no intentas actuar respecto a la profecía, ¿cierto? ¿Por eso lo hiciste? —Draco asintió, aliviado de que pudiese entender sin necesidad de un montón de explicaciones que no sabría dar.

—Me pica o arde cuando pasa algo o estoy cerca de lo que sea que se relaciona, como con el Oráculo, a donde se dan las profecías. ¿Cómo...?

—Es ese tipo de marca —observó, devolviéndole el glamour con un toque de varita y unas palabras—. Si lo que dicen es verdad, y no tendría por qué no serlo, porque los centauros no mienten, sólo omiten cosas —frunció el ceño al aclararlo—, entonces, básicamente, van a ser arrastrados por un camino determinado, hasta que cumplan...con eso.

—¿Con qué?

El mago ladeó la cabeza y se tomó unos instantes para mirar alrededor, pensativo.

—Lo que pasa con las marcas, Dracolín, es que son como las maldiciones, ¿sabes? —intentó explicarle, a la vez que gesticulaba con ambas manos—. Tú las pones, y puedes saber perfectamente lo que hace en la teoría, pero en la práctica, bueno, no en realidad; hay demasiadas variables, si quién las pone cumple unas características, si no lo hace, cómo lo hace, dónde, a qué o a quién incluso. Hay maldiciones tan delicadas que pueden ser afectadas hasta por el ánimo que el taumaturgo tiene en ese momento, ¿comprendes? —Draco asintió. Era un tema complejo, pero lo entendía, a rasgos generales; muchas variables, no necesitaba saber más.

—¿Así que no tenemos idea de qué pasará con nosotros?

—No, yo no dije eso —negó, aunque todavía lucía como si tuviese algo más que considerar respecto al tema—. Es que, por así decirlo, no parece que fuese algo…malo.

—¿No?

Otra sacudida de cabeza le contestó. Draco sintió, de forma absurda, que se libraba de una carga invisible que tuvo sobre los hombros hasta entonces.

—Yo no diría que es una bendición tampoco, ¿me explico? —siguió, tal vez, al darse cuenta de la manera en que destilaba alivio—. Creo que va a desarrollarse, de acuerdo a cómo los dos, o cada uno, por separado, lo hagan, a medida que los está acercando, pues- a lo que sea que los acerque. Para saber más, tendría que hacer una revisión completa, necesitaría indumentaria mágica, tendríamos que decirle a Harry...

Una alarma se encendió dentro de la cabeza de Draco, que lo hizo negar enseguida. Jacint frunció el ceño, pero consciente del tipo de persona que tenía por amigo-y-casi-hermano, esperó a que este organizase sus pensamientos y hablase, sin presionarlo.

—Él no sabe de mi marca.

—Pero me acabas de decir...

—Los centauros nos lo han dicho, y es posible que sospeche, o piense algo, o me haya visto inquieto por eso —reconoció, volviendo la mirada hacia el suelo de tierra frente a ellos—, pero no sabe, en verdad. No le he dicho —se corrigió a sí mismo.

—¿Por qué? —Jacint sonaba casi resignado. Él no tuvo que pensar en la respuesta, era una cuestión que sabía desde el primer día, desde que la vio, incluso antes de que Snape le hablase de lo que podía pasar y la cubriese con un glamour.

—Porque yo insistí —como él no contestó, supuso que esperaba una explicación más detallada, así que suspiró y se rindió, con un encogimiento de hombros—. Yo le dije que lo haría, que llevaría la piedra. Harry iba a hacerlo, yo- yo no lo dejé. No quería que lo hiciera, porque sabía que algo podría pasarle. Y cuando me pasó a mí, no quería que se sintiera culpable y pensase que debió haberle sucedido a él, porque es tan…Harry.

—Habrías terminado marcado de todos modos, no es una cosa tan sencilla, por lo que sé. Incluso en el hipotético caso de que lo fuese, tendrías la marca que lleva Harry ahora, y él tendría la tuya, y no habría una gran diferencia, salvo que, probablemente, él  hubiese avisado de lo que pasaba desde un principio —mencionó, con cierto tono de reprimenda bien disimulado bajo una capa de comprensión; estaba seguro de que él habría actuado igual y ambos lo sabían—, y claro, Harry  te habría dicho.

También lo sabía. Él le hubiese contado el mismo día, le hubiese enseñado la marca plateada. Le hubiese preguntado, y al no poder darle una respuesta, posiblemente lo hubiesen investigado. Juntos.

Draco no era Harry.

—Mira —Jacint le palmeó el hombro, dándole un leve empujón juguetón hacia adelante—, déjame que averigüe por ti, sobre toda la cosa Black, la piedra, marcas, centauros...algo debe haber, ¿sabes? No serán las primeras personas marcadas por una cosa así en el mundo, ni las últimas. Yo voy a buscar un poco, preguntar a quienes los niños no pueden preguntar —le pinchó el costado, con la única intención de hacerle cosquillas y sacarle una carcajada. Lo consiguió, a pesar de que Draco luego le diese un manotazo—, y te digo lo que consiga, ¿sí?

Fingió pensarlo, sólo para que fuese su turno de ser el que recibía un manotazo. Draco se rio por lo bajo y asintió, mirándolo de reojo.

—Supongo que sí eres útil, de vez en cuando.

Jacint le dirigió una mirada de advertencia.

—No creas que te vas a salvar, sólo porque siempre supe que harías un desastre nada más tener una varita en las manos...

—¿Lo supiste? —Draco estrechó los ojos, cauteloso. Él rodó los ojos.

—La primera vez que tomaste mi varita, intentaste lanzarme una maldición punzante. Ni siquiera sé cómo un niño de cinco años sabe lo que es una maldición de esas —tuvo que apretar los labios para no sonreír, era una maldición que le había oído utilizar a su padre un día, desde el despacho, con algún mago estúpido que recibió; lo recordaba como un sueño lejano, en el que quería ser igual a él—. Y casi me quemas la sangre una vez, por querer que probara la magia conjunta contigo. Era obvio que ibas a ser mil veces peor en cuanto tuvieras tu propia varita.

Él esbozó su mejor sonrisa inocente, entre el repertorio con el que contaba de tanta práctica frente a las señoras Parkinson y Potter.

—Y conseguí hacer magia en conjunto —comentó, elevando la barbilla, presumido, al saber que el otro todavía era incapaz, porque no encontraba a nadie compatible—, con Harry, cuando estábamos en...

Se calló, de a poco, porque la expresión de Jacint había cambiado a una especie de shock cuando lo escuchó. No era para tanto, ¿cierto?

Pero luego tuvo la impresión de que el entendimiento se abría paso en sus facciones, seguido de cierto toque de diversión. Y Draco en verdad no quería saber la conclusión —porque presentía que debía ser una conclusión— a la que acababa de llegar.

—¿Sabes? —empezó, y oh, no, en serio iba a tener que oírlo. Sabía que no le gustaría. Sentía que no le gustaría—. He pensado, sobre el asunto de Harry...

Fue Jacint quien se calló esa vez. Draco no supo por qué, hasta que lo vio girar el rostro en dirección al patio del colegio, más allá de la linde que hacía de límite. Una fracción de segundo más tarde, se escuchaba una ramita que se rompía por alguien que caminaba sin el más mínimo cuidado, y Jacint estaba de pie.

Harry jadeaba cuando los alcanzó, tenía el rostro enrojecido por el esfuerzo, y señaló la misma dirección de la que provenía, con desenfreno, al tiempo que recobraba el aliento, o lo intentaba, de a grandes y superficiales bocanadas.

—¡Tienen...que ver...esto!

Intercambiaron miradas y asentimientos. Jacint, más en calidad de hermano —ya que Pansy no volvió con el chico— que de asistente de los profesores, se les adelantó cuando lo oyó balbucear sobre el lago. Draco tenía una idea de lo que pasaba cuando recogió el huevo dorado, lo volvió a tapar con las prendas, y se acercó a Harry, colocándole la mano libre sobre el hombro por un instante.

—Hey —llamó, con una leve sacudida que lo hizo quejarse por lo bajo—, ¿todo bien?

Harry emitió un sonido silbante al intentar hablar, sin aire, y ambos se rieron con un deje de nerviosismo.

—Todo bien, pero...tienes que verlo —le sujetó la muñeca para zafarse de su agarre, mas no lo soltó después de eso, sino que, en realidad, caminó por delante de él, llevándoselo de ese modo.

Draco tuvo unos segundos para sentirse atontado, cálido, y vaciado de emociones y lleno de ellas a la vez, de una manera que resultaba odiosa, antes de trastabillar detrás de él y decirse que no, no era el momento para que aquello decidiese anteponerse. Debía concentrarse.

No corrieron de regreso, pero iban lo bastante rápido para que los dos tuviesen que forzarse a mantener la respiración a un ritmo regular. En un par de minutos, estaban por bordear el Lago Negro, y aunque Harry le señaló, con la mano libre, el lugar del suceso, él estaba seguro de que no habría necesitado el gesto, de haber recorrido el trayecto solo.

Algunos profesores estaban en los bordes, pero separados a una prudente distancia de varios metros del agua, y apartaban a los pocos estudiantes que tendrían que haber estado rondando por aquí; aún no se expandía la noticia, era la única explicación para que no hubiese una multitud en la que batallar por avanzar cuando se aproximaron, manteniéndose detrás de la línea de protección que formaban los adultos.

Draco sintió el inicio de una temblorosa exhalación que le brotaba de los labios. Harry presionó los dedos en su muñeca con mayor insistencia; era un agarre tranquilizador, pero preocupante a la vez, porque significaba que veía lo mismo que él y lo interpretaba de la misma manera también.

El Calamar Gigante estaba fuera, una figura alargada, aplastada, de un tono que ni siquiera habría sido capaz de definir, si lo hubiese intentado, los tentáculos enroscados alrededor, entrando y saliendo del agua en caídas circulares. Era la cosa más gigantesca y grotesca que vio en la vida.

Y no sólo reconocía los ojos amarillos que tenía, sino que sentía, igual que como le ocurrió en primer año, que los observaba a ambos fijamente.


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