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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo cuarenta y tres: De cuando Harry tiene un plan (y Draco espera que no lo maten…)

—¿...funciona?

—Sí, es extraño.

Harry hizo un esfuerzo por no perder el aliento al tirar de uno de los amarres de los botes con que hacían los viajes los de primer año; cuando el lapso escolar comenzaba, se quedaban en la Torre del Reloj, en hileras, a la espera de la siguiente ocasión en que llevasen a unos impresionables niños en ellos. Luego recordó que poseía magia y aceleró el movimiento con un encantamiento. Bendita magia, que le facilitaba la vida.

Estiró los brazos a los costados para compensar la falta de equilibrio, la varita todavía en una mano, cuando pasó desde el borde del corredor de la torre hacia el bote. Se tambaleó. Tras unos segundos, estuvo estable, sobre el agua, y se paró en la orilla, para ofrecerle la mano a Draco. Sabía que no era necesario, pero quería hacerlo.

Draco llevaba unos instantes de cuclillas en la orilla del muelle, la palma de la mancha plateada sumergida en el oscuro y helado líquido. Al parecer, calmaba el efecto. Si podían asumir que era la señal de que el Lago Negro era el destino al que debían dirigirse, todo estaría bien.

—Debimos pasar por el bosque primero...

—Algo me dice que no hay tiempo —el chico se enderezó, acomodándose la capa con amuletos de calor, y alisándose pliegues inexistentes de la tela. Sólo después se sostuvo de él para subir al bote, que volvía a tambalearse ante la adición de carga—, míranos, parecemos Gryffindorks haciendo esto en medio de la noche. Por Merlín, qué bueno que padre no se enterará jamás.

Harry no sabía si lo había dicho sin pensar, o era lo contrario. Al darse cuenta de que lo observaba, volvió a carraspear y se sentó en uno de los extremos del bote. Él hizo lo mismo.

—¿Quién va...? —hizo ademán de tomar los remos, porque Draco no dejaba de arañarse la palma, que adquiría un tono rojizo alrededor de la mancha que le producía el malestar, pero este emitió un vago sonido negativo y se sacó la varita de la manga con un giro de muñeca; tras un toque a cada remo, el bote se deshizo del amarre y comenzó a moverse por su cuenta.

Él soltó un silbido bajo y aplaudió la idea, ganándose un bufido del otro chico.

Se deslizaron sin prisas por la superficie del lago, un frío espejo oscuro, que le devolvía su mirada asustadiza e inquieta cuando se inclinaba por encima de uno de los lados del bote. Draco, en el puesto contrario, dejó escapar un quejido poco digno, y por unos minutos, lo único que se escuchó fue la zambullida de los remos, la salpicadura débil cuando resurgían desde el agua, y el roce de sus palmas, constante, insistente, más fuerte a cada momento. Harry tenía que sostenerle la muñeca para frenarlo, y él protestaba en voz baja, pero sin zafarse.

—¿No tienes esa cosa que te da Snape?

Lo vio negar.

—¿Y no lo puedes calmar de otra forma?

Draco desvió la mirada hacia el agua. Otra sacudida de cabeza.

—Esa es una mala idea. Tú sabes que lo es, yo sé que lo es.

—No tiene que serlo —mencionó Harry, al tener una idea diferente, y lo liberó para tantear el suelo del bote, hasta dar con un objeto desgastado, que en otro tiempo debió tener alguna utilidad, y para ese entonces, sirvió para recoger un poco de agua cuando estiró el brazo hacia abajo y hacia el líquido.

Cuando se lo tendió, Draco le dirigió una mirada cautelosa, sujetó la antigua taza, y se humedeció la palma. Harry aguardó, en silencio, a medida que el bote continuaba su camino por los remos mágicos, y la expresión de su compañero se contraía. Negó.

—Nada —le escuchó susurrar, al botar el agua de vuelta al lago y devolver el objeto envejecido al suelo del bote. Se notaba que intentaba contener el movimiento compulsivo, al apretarse la mano de la Marca con la otra, en vano; terminaba por arañarla, de todas formas.

Ya que no tenía otra idea, que no incluyese el posible riesgo de entrar en contacto directo con la superficie del agua, permaneció en silencio.

Despacio, el bote los llevó más hacia adentro, hasta que estuvieron a igual distancia de ambas orillas; entonces los remos se detuvieron. Él supuso que el encantamiento que utilizó sólo indicaba que tenía que llevarlos allí.

Harry se apresuró a inclinarse en un costado del bote, con las manos apoyadas en el borde, y no halló ninguna señal de lo que fuese que ocurría. Más allá de la oscuridad de la noche, la neblina que les servía de escondite durante la escapada, y las siluetas del lago y el chico que lo acompañaba, no existía nada.

Recordó las palabras de Snape, sobre tener un hechizo de localización sobre Draco, y rogó a Merlín y los Fundadores, que no funcionase como una especie de alarma cuando estaba en ciertos espacios de los terrenos o que, por pura coincidencia, el profesor hubiese decidido irse a dormir temprano esa noche. No quería imaginarse el ambiente tenso en la oficina, ni la reprimenda que vendría después. Había tenido suficientes emociones intensas por un día.

—Pst, Harry.

Volteó el rostro justo cuando Draco estaba mirándolo, y se quedó paralizado. Incluso con la poca luz con que contaban, se percató de que lucía una palidez mortal.

—¿Qué? —murmuró él, al no obtener una reacción inmediata.

La exhalación del chico fue lenta, temblorosa.

—Creo que ya sé lo que pasará.

Harry quería preguntarle cómo, o más importante, qué. Ni siquiera tuvo tiempo de hacerlo.

Una sacudida azotó el bote y los dos tuvieron que volver a sentarse, para no caer hacia un lado y quedar a la deriva. Harry recordaría, más tarde, cuando pudiese procesar bien el suceso, que Draco intentó sujetarle el brazo, y él no comprendió por qué tenía pensado apoyarse en este, si ninguno de los dos tenía una postura estable en que confiar. Luego entendería que fue el primero en ver el tentáculo que se alzaba detrás del bote, una extremidad gruesa, oscura en medio de la noche, que surgió para formar un arco torcido y se extendió, y al hacerlo, cayó tan largo como era sobre la superficie del agua.

El bote osciló, de nuevo. Draco fue empujado contra uno de los bordes y emitió un siseo al sentir el impacto de madera contra la espalda, Harry se fue de lado y golpeó uno de los asientos rústicos con el hombro, el latigazo de dolor le arrancó la respiración un segundo.

Después había dos, tres, cuatro, montones de tentáculos más, se elevaban con la forma de barrotes en una celda en torno al bote, y ya no podía ni divisar la silueta del castillo.

Draco también fue el primero en caerse. Un tentáculo barrió con él y lo mandó directo al agua, las salpicaduras le dieron a Harry en la cara y brazos, cuando se lanzó hacia un costado del bote, para buscar alguna señal de él.

A poca distancia, ondas en el líquido y unas burbujas, era lo único que mostraba su presencia por debajo del nivel del agua. Luego también él fue empujado dentro.

Estaba fría.

Estaba tan fría que se sentía como si quemase los músculos, los apretase, los encogiese a la fuerza, y luego los convirtiese en piedra, una piedra igual de helada, que sólo enviaba punzadas de dolor aquí y allá, a su sistema. Harry gritó y sintió el agua entrarle en la boca, la nariz.

Pero después inhalaba profundo y tosía, el líquido que lo rodeaba era menos denso y más claro. Le llevó un momento darse cuenta de que el gorro de Durmstrang extendía una barrera protectora, de oxígeno, alrededor de él, y aprovechó para volver a respirar, maravillado como nunca antes con la simplicidad de llevar aire a su cuerpo.

Los tentáculos que barrieron con ellos aún lo rodeaban, largos, sueltos, enloquecidos, no dejaban de enroscarse en el agua de manera frenética. El cuerpo del que brotaban no estaba a la vista, pero de nuevo, distinguió una forma en estos, como si sostuviese algo de un tamaño insignificante, a comparación del calamar.

Buscó con la mirada alrededor, mientras daba brazadas y pataleaba. Draco se retorcía y nadaba hacia la superficie, medio atrapado por las algas del fondo, las burbujas se le escapaban de la boca y nariz en una cantidad preocupante. Recordaría haber avanzado hacia él.

Luego vendría la mancha oscura del movimiento, el golpe en el pecho y el ser enviado hacia atrás. Y lo perdería de vista.

0—

Draco sentía tanto frío cuando alcanzó la orilla del Lago Negro que tenía espasmos en las extremidades, las sentía adormecidas, y las lágrimas se le quedaron como una capa helada en las mejillas. Era incapaz de hacer un sonido distinto de la respiración superficial y agitada.

Encontró el suelo por debajo de él y se arrastró con manos y rodillas, hasta que las articulaciones cedieron. No percibió el latigazo de dolor en los brazos cuando cayó sobre estos con todo su peso.

Necesitaba llamar a alguien.

Necesitaba decirle a alguien.

Necesitaba hacerles saber.

Necesitaba ir por Harry.

Tenía que ir por Harry. Debía ir por Harry.

Los pensamientos se le arremolinaban en la cabeza, le costaba diferenciarlos, apartarlos, procesarlos. Apenas podía mantener los ojos abiertos.

Sabía que la Marca ardía, aunque estaba lo bastante adormecido para pretender ignorarla. Quemaba, picaba; se la hubiese arrancado, sólo para evitar esa sensación latente y constante, que parecía extenderse por su brazo y hacia el resto del cuerpo, enloqueciéndolo. La ropa, húmeda, le pesaba igual que una tonelada, y sentía que era aplastado contra el suelo, que este se hundía, que lo iba a traspasar.

Una vez que recordaba la pista del huevo dorado, el frío no estaba sólo en su piel, le calaba hasta los huesos, le apretaba el pecho, se le instalaba en el estómago.

...nos hemos llevado lo que más valoras...

...más vale que te apresures, porque lo que aquí se queda siempre se pudre...

Puntos negros danzaban frente a sus ojos, el cielo, ya de por sí, era lo bastante oscuro sin ellos. Cuando sintió el contacto en la mejilla, ni siquiera lo notó de inmediato. Después una lengua áspera raspaba su piel y él se obligó a parpadear y volver el rostro.

Leporis lo localizó. El conejo, con el pelaje rubio platinado que le gustaba usar cuando estaba cerca de él, se encontraba de pie a un lado, las orejas inquietas, la nariz no dejaba de arrugarse al olisquear el aire.

El animalito se deslizaba por el espacio que había debajo de su cuello y empujaba, levantándole la barbilla. Lep intentaba meterse bajo su brazo, para hacer lo mismo, empujándole desde un costado, alzándolo. Era pequeño, cálido, peludo, y el tacto le daba una impresión distante de cosquillas, a la que no le prestó atención.

Como no pudo con su peso, Draco volvió a caer, con un débil quejido esa vez. Podría jurar que la ropa se le estaba quedando tiesa, su aliento era un vaho blanco, a pesar de que ya quedaba atrás el invierno.

Sólo había una cosa que permanecía, inamovible, dentro de su mente.

Harry. Harry. Harry.

¿Qué había hecho?

¿Qué había hecho ahora?

Draco no se dio cuenta de lo que ocurría hasta que el hocico helado volvía a tocarle la cara, pero en esa oportunidad, cuando Lep se deslizó por debajo de su brazo, le bastó un movimiento para alzarlo y sentarlo en el suelo. Él parpadeó, agitó los brazos, tanteó el pelaje blanco del cuerpo que lo sostenía.

Lep era una criatura enorme, similar a un perro, de orejas largas, anchas y caídas. Sólo una vez lo había visto cambiar a una forma similar.

Las ideas se sucedían dentro de su cabeza embotada, a medida que formaba puños con el pelaje de aquella criatura, y Lep se acomodaba bajo su brazo para que se apoyase en él. Era suave, los dedos entumecidos se relajaban al sujetarse de su mascota. Cuando se puso de pie, tambaleante bajo el peso descomunal de la ropa húmeda, sintió otro lengüetazo en la cara, la misma tibieza del contacto se extendió como una ola por el resto de su cuerpo, descongelando las extremidades de a poco.

—¿Puedes- —le llevó un instante hablar, tuvo que carraspear— puedes ser un animal acuático?

Draco tenía los brazos envueltos en el cuello de la criatura blanca, cuando Lep giró el rostro en su dirección, como si acabase de ser consciente de que le hablaba. Podría jurar que había una respuesta en los ojos que lo observaban, sólo que no sabía identificarla, y se distrajo poco después.

—¡Draco! ¡Draco, por Merlín...! ¡¿Has perdido la cabeza?!

La voz y el movimiento le resultaban extraños, ajenos. Se sostuvo con más fuerza del cuello de Lep, a medida que veía las siluetas que descendían con prisas desde la extensión de césped que daba hacia el castillo.

Aún temblaba cuando Jacint lo alcanzó. Un abrigo cayó sobre sus hombros y lo hundió bajo la nueva cantidad de peso, una varita trazó florituras en el aire, que secaron el resto de su ropa con un encantamiento. Manos firmes se cerraron en sus hombros, lo apartaban de la calidez de Lep, lo sacudían.

—¡¿Qué es lo que está mal contigo?!

Tuvo el impulso de encogerse bajo el volumen del griterío, los ojos llameantes que no paraban de escudriñarlo, en busca de algún tipo de herida o lesión. No lo hizo.

Extendió los brazos temblorosos hacia el mago, se sujetó de su capa, y tiró para llamarle la atención, para que se detuviese, para que oyese, porque sólo fue capaz de usar un hilo de voz cuando balbuceó.

—Harry —Jacint lo miró con extrañeza, debía encontrar algo en su expresión que le decía lo que había pasado, porque se puso alerta de inmediato, desvió los ojos un instante hacia el lago, luego se giró.

A unos metros de distancia, Pansy, envuelta en una capa con amuletos de calor que no bastaba para disimular su aspecto cansado y el pijama que llevaba debajo, se envolvió con sus propios brazos y también fijó su atención en el Lago Negro.

—Pansy —llamó su hermano, con la voz inusualmente suave, incluso para dirigirse a ella—, ve por Severus.

Ella no vaciló. Vio a Draco un segundo, y al siguiente, echó a correr de vuelta al castillo. En un parpadeo, su silueta ya no estaba a la vista.

—¿Qué pasó? —preguntó, en cuanto se quedaron solos. Draco dio un paso hacia atrás al ser liberado, tanteó el aire, y Lep lo acogió de nuevo, colocándose debajo de su brazo para que mantuviese el equilibrio.

La Marca se hacía más perceptible, a medida que sentía menos el frío. Ardía, picaba, punzaba de un modo que le quitaba la respiración de a momentos. Sólo podría describir la sensación que le daba como que su brazo fuese tironeado con fuerza, en una dirección diferente a la que él pretendía tomar, y estuviese a punto de desgarrarse. O tal vez el desmembramiento doliese menos.

—Necesito- —tomó una profunda bocanada del frío aire nocturno, lo sintió como si le raspase la garganta—, necesito volver- al agua.

Estaba seguro de que él lo iba a ver como si hubiese enloquecido, que gritaría, lo arrastraría lejos. Mientras perdía el tiempo ahí, Harry podría estar ahogándose, arrastrado al fondo del agua, atrapado por las algas…

Se negaba a continuar esa línea de pensamiento.

Jacint, en cambio, le dirigió una mirada larga, y después asintió un par de veces, como si tuviese que convencerse a sí mismo de lo que hacía.

—Bien, al agua- sí, bien. Pero no vas a ir así —agregó, en un tono que advertía que no estaba a discusión, al tiempo que le abrochó el cuello de la capa que le había puesto encima. La oleada de magia se extendió alrededor de él y se preguntó qué efecto traía consigo la prenda—, y ni una palabra de esto a tu madre. O a la mía.

Draco le juró que no diría nada.

—¿Entonces? ¿A nadar?

El chico vio a su mascota. Lep emitió un sonido extraño, mudo, y frotó un lado de su cabeza contra su mejilla. De nuevo, hacía cosquillas.

—Algo más rápido que eso —susurró, con los ojos puestos en la superficie del lago.

0—

Harry se sentía como si los hermanos Weasley hubiesen practicado arrojar la bludger contra su cabeza, antes de un partido importante. Tenía que parpadear, pero no hacía diferencia alguna, porque sólo existía la oscuridad frente a él. No era consciente, del todo, de su cuerpo, ni tenía alguna pista de dónde se encontraba, así que descartó que fuese la enfermería, las mazmorras, o su casa, en el peor escenario.

Si tuviese que describirlo de algún modo, diría que flotaba, lo que era ridículo.

Sacudió las extremidades, no golpeó nada con manos ni pies, y fue al soltar una pesada exhalación y sentir que el aire le dio en el rostro de regreso, que cayó en cuenta de que aún debía encontrarse dentro de la barrera de oxígeno. Los recuerdos de la separación en el agua volvían a él, poco a poco. ¿A dónde había ido a parar?

Un sonido de arrastre lo tomó por sorpresa y se echó hacia adelante. Por algún tipo de error de cálculo y falta de percepción, ese 'adelante' terminó por convertirse en una torpe voltereta que dio, sin tocar ninguna superficie sólida, y que sólo se detuvo porque volvió a agitar las extremidades.

Bien. Estaba en el agua, aquel punto quedaba claro.

Parpadeó y estrechó los ojos, en un vano intento de enfocar la mirada en algo, lo que fuese. Le hubiese gustado un punto de referencia, un signo. En cambio, descubrió que estaba en algún lugar apartado, y la única débil rendija de luz, un haz azulado que divisó a la distancia, pasaba través de unas formaciones que lucían como rocas enormes.

Harry aguardó un momento, para comprobar que no podía distinguir ningún sonido, y que cuando él se movía, nada —o nadie— más lo hacía. Una vez seguro de que no corría riesgo, nadó hacia los puntos de luz que localizó a lo lejos, utilizando brazos y piernas para aproximarse tan rápido como le era posible.

Fue hacia arriba y tanteó, la barrera mágica se movía de la misma manera que él lo hacía, por lo que todavía la sentía cuando presionó la palma contra la superficie fría y húmeda de piedra, donde se veía el reflejo de la luz. Acercó más el rostro, hasta casi tocar la roca con la mejilla, y desvió la mirada hacia el punto del que provenía el haz, para dar con el origen de la luz.

Más allá distinguió un conjunto de agujeros que daban hacia un espacio más iluminado por ese mismo tipo de resplandor azul grisáceo, así que apoyó los pies contra la formación rocosa, flexionó las rodillas, y se impulsó con una patada contra la piedra, girando en el trayecto para avanzar el último tramo del camino en base a brazadas. Cabía por uno de los agujeros más pequeños, sin problemas, y reapareció en el entorno desconocido, donde comenzó a mirar alrededor.

No encontraba la superficie del agua, por lo que asumió que se hallaba en un ambiente cerrado por completo. Se trataba de una cueva amplia, de varias entradas similares a la que usó para ir desde el espacio oscuro y sin forma hasta allí, sólo que algunas redirigían a lugares cubiertos de tantas algas que era imposible notar lo que pudiese estar ahí, y otras a unos de mayor claridad.

Por donde se movía en ese momento, las algas eran escasas y anchas, oscilaban en el líquido con una gracia indudable. En el centro de la cueva, yacía una escalinata de piedra, rústica en los bordes, pero a la vez, demasiado precisa para considerar que pudiese ser natural. No podía imaginarse qué hacía, cómo llegó ahí, o por qué estaba en ese sitio, hasta que se fijó en lo que se encontraba en la parte superior; una plataforma estrecha, redonda, sobre la que reposaba un objeto que habría reconocido donde fuese.

Aún recordaba lo que fue verlo en el primer año, a Draco tomándolo, indicándole que llenase el gorro de piedras y las usase como distracción. Ya que sabía lo que podía causar, tuvo el impulso de echarse hacia atrás, uno que no sentía cuando la miraba en el Oráculo, bajo la custodia de los centauros, porque allí, probablemente, no podía hacerle ningún daño.

Y ahí, ¿quién podía evitárselo?

El segundo fragmento de la piedra de la luna estaba a unos metros de distancia. Pequeño, brillante, de un plateado casi blanco y con manchas, igual que el primero que fue encontrado por ellos cuando tenían apenas once años. Harry no podía despegar la mirada de la piedra, a pesar de que lo intentó.

No, al menos, hasta que el sonido de arrastre se repitió y él se sobresaltó. Enseguida nadó hacia la formación de rocas más cercana, que tomó por refugio, ocultándose detrás. Se irguió lo suficiente para ver por encima del borde superior, cabello y ojos siendo lo único distinguible, porque no se animaba a exponerse más. Tampoco creía que fuese necesario.

Podía ver lo que se acercaba con la misma facilidad que si hubiese permanecido de pie en medio de la cueva. Una sombra descomunal, deforme, que no hacía más que crecer y cambiar bajo los ángulos de la luz de la piedra y entre los espacios aledaños de la cueva, sin mostrarse en realidad. Le hacía pensar en las figuras de sombras que Sirius hacía para él, contra el lumos de la varita, cuando era más joven.

Aquellas lucían más monstruosas contra las paredes de lo que en verdad eran, cuando se fijaba en la silueta que formaba con sus manos. ¿Y si era la misma situación la que se repetía ahí?

Aunque Harry no se sentía con deseos de permanecer inmóvil y averiguarlo, no tenía opción. Se mantuvo presionado contra las rocas, a la espera, conteniendo el impulso de saltar cada vez que el ruido se repetía, seguido de un roce al que no podía atribuirle ningún motivo.

Cuando la criatura surgió de una grieta, desplazándose de lado, encogida, y al encontrarse en la cueva de mayor tamaño, se replegó, el cuerpo alargado y oval expuesto, los largos tentáculos extendiéndose, enroscándose, llenándolo todo, le llevó un momento comprender por qué los ruidos se repetían, y en cuestión de un parpadeo, el Calamar Gigante volvía a empequeñecerse.

Era un sonido de metal, mas no cualquier metal. Metal mágico. Era el mismo tipo de sonido que tenían algunos bastones nuevos de los sangrepura, el de la estructura de la motocicleta mágica de su padrino, el de los estantes del aula de Pociones. Un metal resistente, que sólo podía tomar forma bajo la dirección de una varita experimentada y un mago aún más poderoso. O no se materializaría.

Así que algún mago fuerte le había colocado cadenas mágicas al Calamar Gigante para restringir su movimiento. Y Harry tuvo una idea clara de quién pudo haber sido.

0—

—...es pura suerte que haya tenido que buscarle tantas cosas a Krum para respirar bajo el agua.

Draco no creía que fuese una cuestión de suerte. Consideró, ya que tenía la mente más serena por la fuerza, asistir a una de las clases de Trelawney cuando tuviese la oportunidad. Quién sabe, tal vez aprendería algo que sí fuese de utilidad, sin notarlo.

Masticó las algas que Jacint le entregó y esperó, con los ojos puestos en la superficie del Lago Negro, a que la magia surtiese efecto. Supo que así era cuando el aire, poco a poco, le pareció insuficiente, y se vio obligado a tomar bocanadas profundas, que le hacían sentir que los pulmones no terminaban de llenársele.

Lep se les había adelantado. Cuando divisó las ondas causadas por el movimiento en el agua, no tardó en seguirlo una cabeza pequeña, cubierta de aletas, y un cuello largo que la levantaba al menos medio metro por encima de la superficie del lago. A Draco le recordaba a una imagen del híbrido del Lago Ness que los muggles confundían con un monstruo. Se preguntó de dónde habría aprendido Lep a copiar su forma. Por el tamaño y el esfuerzo mágico, no duraría demasiado.

Sofocado por la falta de aliento, un poco mareado, se metió al agua hasta que le llegó a las rodillas, y se sujetó del cuello largo del falso monstruo marino, para subirse al lomo liso que llevaba hacia las patas de tortuga y la cola larga con otra aleta.

—Tienes cinco minutos —escuchó la advertencia suave. Al girar la cabeza, vio a Jacint, parado en el límite entre la tierra y el agua, que le hacía una señal de silencio—; apenas Pansy traiga a Snape, voy a ir por ti. Si no sabes dónde está Harry para entonces, te voy a sacar y lo vamos a buscar con los profesores.

Draco no quería imaginarse el escándalo que harían si Harry era buscado por los maestros. A los estudiantes averiguando, las explicaciones que tendrían que dar, las horas en la enfermería, el bullicio en el pasillo. Sería como si se hubiese convertido en un Campeón herido, igual que Diggory o Krum.

Él asintió. La Marca no dejaba de picarle, acababa de abrirse las líneas rojizas de los últimos arañazos, que no hacían nada por mejorar el ardor, sino que lo empeoraban.

Lep comenzó a descender sin que tuviese que darle más señal que palpar su cuello largo. La imitación del monstruo escocés lo llevó varios metros por debajo del nivel del agua, y una vez allí, con una profunda inhalación burbujeante, descubrió que las algas funcionaban para dejarlo respirar con normalidad, y que aunque el ardor insistente de la mano se detuvo, los tirones no.

La diferencia entre un tirón corporal, y uno mágico, estaba en que era sencillo zafarse del corporal. No del mágico. No existía una forma en que pudiese soltarse, sacudirse del agarre. Estaba ahí, aunque lo ignorase, aunque intentase detenerlo.

Era la sensación de que su brazo era constantemente jalado, sin embargo, la que sirvió de guía cuando tuvo que sostenerse de las aletas de la cabeza de Lep y decirle por dónde ir.

0—

El Calamar Gigante era, como Harry lo recordaba de la inundación de las mazmorras, una criatura de piel oscura y extraña, de una textura imposible de describir, brillosa, con un par de ojos bajos, de un amarillo intenso e imposibles de ignorar, desde la distancia que fuese, cuando están fijos en ti. Al menos, así lo sentía él.

Las cadenas que lo rodeaban, para ser funcionales, por ende, eran las más gruesas que había visto alguna vez, de una magia que perturbaba la tranquilidad del agua con cada segundo que transcurría, ya que las propiedades del propio lago debían reconocer que les eran ajenas, que pertenecían al mundo de la superficie. Se cerraban en el final del ovalo que era su cuerpo, justo donde generaba el impulso necesario para moverse a la velocidad en que lo hacía en circunstancias normales, y en cada uno de los tentáculos, enroscándose de principio a fin, por lo que daba la impresión de que se trataba de una enredadera que reptaba por sus extremidades. No se juntaban, hasta que hacía ademán de estirarlos; entonces las cadenas se extendían, se entrelazaban, y los tentáculos debían ser recogidos para no arder bajo el opresivo contacto. Se notaba que le permitieron más movilidad en algún momento, probablemente antes de haberlos lanzado al agua, instante en que la defensa mágica debió empeorar.

Harry sabía cómo funcionaban porque los Aurores de Azkaban las utilizaban, cuando la situación lo ameritaba, y Sirius, en calidad de mala influencia, le había dado una explicación detallada de cómo podían quemar la carne de algún prisionero que fuese testarudo y problemático, a pesar de lo traumatizante que resultó para él escucharlo. Se imaginaba que produciría el mismo efecto en la criatura.

Bueno, se dijo, aquello explicaba bien por qué estaba enojado. La razón de que un fragmento de la piedra se encontrase dentro de la cueva, o que hubiese atacado a los estudiantes de pronto, era otro asunto.

¿Un intento de desquitarse, tal vez? Tendría sentido, si se trataba de lo último. ¿Exigía atención, alguien que le quitase las cadenas y lo liberase? ¿Habría pensado que los Campeones se metían al agua para ayudarlo y se enojó cuando no fue así? ¿O los habría tomado por intrusos, y en un arrebato de ira, tomó la poco sensata decisión de sacarlos de la masa de agua que, como bien sabía todo estudiante en Hogwarts, era dominada por él?

Cada vez que se movía, incluso en lo más mínimo, los sonidos de arrastre y metal contra metal se repetían. El Calamar se sacudía, se retorcía, en vano, debajo del amarre mágico e imposible de soltar sin una varita.

¿Sería por ello que buscaba alguien, cualquier mago o bruja de la superficie, que bajase a ayudarlo?

Harry no se atrevía a considerar la idea de que se hubiese comportado así por otro tema. Pensar que podía atacarlo, si descubría su posición, y terminaría igual que los Campeones, o peor, porque nadie más sabía que estaban por ahí, haría que perdiese todo rastro de valor y tuviese que replantearse los planes. Si es que hacía alguno.

Tenía la impresión, aunque no pudiese explicar por qué, de que sabía que estaba ahí, de todos modos. Era un 'algo' que creía ver en su forma de actuar, en la manera en que se movía por la cueva, sin acercarse a las formaciones rocosas, en cómo no sacudía los tentáculos en su dirección, o que no se hubiese marchado todavía a través de una de las grietas por las que pasaba cuando aplastaba el cuerpo entre ambos lados de la roca.

Se le ocurrió que, probablemente, tendría que dirigirse hacia el área clara que divisaba a lo lejos, y hallar una salida que diese con la superficie del agua, porque no estaba seguro de cuánto tiempo podría durarle el efecto del gorro mágico. Prefería no estar a metros por debajo del agua cuando llegase a su fin.

Quizás era momento de ponerse en movimiento.

O quizás no.

Quizás tendría que dejarse ver.

O quizás no.

Su cabeza era un hervidero de ideas, un caos tal que se demoró unos instantes en reconocer un sonido lejano, el murmullo que escuchaba a menudo, un encantamiento que le era familiar, a pesar de que no podía recordar para qué servía en ese momento.

Lo siguiente que supo era que golpeaba la roca frente a él, sobre la que estuvo apoyado a manera de escondite, y su quejido débil era callado por una mano helada, que se cerraba sobre su boca. El peso que quedó en su espalda, cuando se lanzó hacia él para alcanzarlo, era apenas perceptible, porque el agua los aligeraba a ambos de un modo en que nunca ocurriría en las afueras del lago.

Musitó su nombre, con un ruido ahogado, que fue respondió por un "sh", a la vez que la mano que lo callaba, despacio, lo dejaba ir. Se giró deprisa, ahogando un grito.

—¡Draco, ¿qué...?!

—¡Sh!

El ruido de las cadenas se hizo más fuerte cuando el Calamar se movió de nuevo. La mano volvió a cerrarse sobre su boca. Por reflejo, Harry lo imitó y cubrió la boca de Draco.

Los dos miraron la sombra que producía la criatura, contra el resplandor mágico de la piedra de la luna, hasta que se detuvo o se concentró en algo más. Sólo entonces se permitieron deshacerse de parte de la tensión que tenían acumulada, y al volver a fijarse en el otro, se soltaron de golpe, apartándose entre pataleos y brazadas, porque en el momento de pánico, quedaron tan cerca que sus narices casi se rozaban.

—Nos vamos —musitó, tan débil, que si hubiese otro ruido, habría creído que sólo movió los labios para darse a entender. Draco tenía el rostro contraído por la angustia, los ojos frenéticos recorrían los alrededores, como si esperase un tentáculo que fuese a barrer con ellos para volver a separarlos y acabar con los dos. No podía culparlo.

—Espera...—jaló su brazo cuando este hizo ademán de voltearse. Lo miró como si hubiese enloquecido, y Harry le dio un apretón en la muñeca—. Espera —repitió. Draco vaciló. Confía en mí, quería decirle, confía en mí y espera sólo un segundo.

Dejando caer los hombros, asintió. Harry tiró de su brazo para posicionarlo a un lado de él, presionados contra el refugio insólito de la formación rocosa, y con la mano que le quedaba libre, apuntó el fragmento de piedra que emitía el resplandor azul grisáceo desde el centro de la cueva. Notó, más de lo que vio, el instante exacto en que Draco comprendía lo que era, y junto a él, se tensaba de nuevo.

—¿Qué es lo que podría hacer esa cosa aquí? —susurró, sin despegar la mirada de la piedra.

—Eso estaba pensando...

Con un bufido débil, que produjo algunas burbujas desde las branquias que tenía en el cuello y le daban un aspecto cómico, muy diferente de las reales sirenas del Lago Negro, Draco se echó hacia atrás y deslizó el colgante del Apuntador fuera de la seguridad de su ropa. Lo revisó con el ceño fruncido.

—Snape estará afuera del lago en menos de un minuto —advirtió, entre dientes—, y van a llamar a los otros profesores.

Harry boqueó.

—¿Qué? ¿Por qué?

—¿Cómo que por qué? —siseó, sacudiendo el brazo que le tenía agarrado—. Te tumbó, te trajo hacia acá, podría haberte ahogado, Harry. Menos mal que traías esa cosa puesta, pero si no...

—Es que creo que no lo hizo para ahogarme.

—¿Que no lo hizo para ahogarte? —Draco estaba incrédulo. Con otra sacudida, se zafó por completo de su agarre—. Harry, ese monstruo iba a matarte. A matarte —repitió, con una exhalación temblorosa—. No pretenderás decirme que tiene un plan, o que hay algún motivo importante, uno más importante que tú.

Él no supo con qué palabras replicarle, la mente se le quedó en blanco por unos segundos. Draco debió tomarlo como si fuese una respuesta por sí misma, porque se apresuró a colocarse detrás de su espalda, para sacarlo de ahí entre empujones.

Estaban a punto de alcanzar una de las grietas de la cueva, que llevaba hacia el área más luminosa, cuando Harry endureció los músculos y extendió los brazos a los lados, para sostenerse de las paredes más cercanas, y así, por la fuerza, detener el movimiento. Draco empujó de nuevo, como si creyese que no se trataba más que de un error. Él no avanzó más.

—¿Es que te volviste loco? —deslizándose por debajo de su brazo, el chico volvió a posicionarse cara a cara con él. Harry se mordió el labio y observó con un deje de culpabilidad cómo le temblaban las manos al sostenerle las muñecas, para jalarlo, en un vano intento de que se soltase y pudiesen continuar—. Harry, por Merlín, este no es el momento para ponerte terco...

—No te arde, ¿cierto? —la pregunta fue tan repentina que vio a Draco parpadear, como si no comprendiese sus palabras—. La Marca, no te arde, ¿verdad? Yo creo que algo pasa, míralo, tiene cadenas mágicas, Draco, si sólo fuese...

—No es problema nuestro.

—Pero casi lastima a otros estudiantes —le recordó, negándose a moverse, a pesar de que ahora tironeaba de su brazo completo—, y tiene un fragmento de la piedra, ¿no te parece que esto es muy raro?

—Es una bestia, Harry.

—Si fuese agresivo, no estaría en un colegio. Ya habría atacado a otros.

—No es problema nuestro —insistió, con un jalón tan fuerte que logró que perdiese el soporte y se echase hacia adelante. Draco aprovechó de arrastrarlo varios metros más hacia la salida, hasta que él se sujetó con los dedos del borde de la grieta, para detener el avance, por segunda vez. Otro tirón, otra negativa a moverse.

Draco se volvió, desesperado. Estaba pálido, las branquias que la magia le otorgaba no dejaban de abrirse y cerrarse, bajo la respiración errática que hacía que su pecho ascendiese y descendiese con irregularidad. Las manos que lo sujetaban del brazo eran firmes, tan tercas como su dueño, pero todavía temblaban, y estaban más frías de lo que era usual.

—¿Es que te quieres morir? —preguntó en un duro susurro contenido, que no le impidió advertir que la voz se le quebraba—. Por Merlín, Potter, deja de ser tan estúp...

—Deja de tratarme como si lo fuese.

Ni siquiera lo pensó antes de replicar, sin embargo, ahí estaba su respuesta. Podría jurar que las palabras flotaron en el espacio vacío entre ellos, acrecentaron la tensión, hicieron más densa el agua que, ya de por sí, era difícil de enfrentar para ambos.

Harry esperaba, el corazón le latía tan fuerte que lo podía oír, como si estuviese junto a los oídos. Sentía que la garganta se le cerraba a medida que transcurrían segundos eternos y él no hacía más que mirarlo fijo, igual que lo haría si pensase que iba a arrepentirse de su decisión a último momento y hacer lo que quería. Y no lo haría.

Draco apretó los párpados un instante. Luego, poco a poco, suavizó el agarre en su muñeca y deslizó la mano hacia la suya, hasta que apenas estuvieron conectados por las puntas de los dedos.

—Supongo que nos van a matar a los dos, ya qué.

Harry no tendría que haber sonreído como si fuese una buena noticia, pero así se sentía.

—¿Entonces? —lo apremió, utilizando la otra mano para revisar, de nuevo, el Apuntador—. Se nos acabó el tiempo y Snape tendría que estar armando un escándalo que podría expulsarnos de Hogwarts; sólo quería informarte.

—Dumbledore no nos va a expulsar —recordó, con una seguridad que no sabía de dónde provenía. Tal vez de situaciones pasadas. Tal vez de la realización que se producía en alguna parte de su cabeza, y se negaba a atender en ese momento.

—Sólo nos pueden castigar hasta la graduación.

Él se encogió de hombros. Draco lo observaba ahora con afectuosa exasperación, sin comprenderlo. Pero ahí seguía, y no podía haber nada más importante que eso.

—¿Cómo llegaste aquí abajo? —preguntó, de pronto. El plan comenzaba a trazarse dentro de su cabeza. Si es que se le podía llamar así.

—Esto —Draco le mostró el Apuntador que le colgaba del cuello— y mi propio Nessi.

Harry arqueó las cejas, él hizo un gesto vago para dejarle en claro que se lo explicaría más tarde, cuando no tuviesen un Calamar Gigante encadenado a unos metros. Era una buena idea.

—¿Y tienes más algas que te den branquias?

—Justo te traje algunas, por si acaso...—reconoció, palpándose un bolsillo del abrigo grueso y largo que llevaba, y que estaba seguro de que no tenía antes. Dejó las dudas para otro momento.

—Creo que sé lo que podemos hacer.

Fue el turno de Draco de levantar las cejas, a la espera de que hablase.

0—

Pansy no tenía que permanecer con la mirada fija en el agua. Sabía que su mejor amigo estaba ahí, a metros por debajo de la superficie, del mismo modo en que, cuando se despertó sobresaltada en el dormitorio de chicas de cuarto, supo que no estaba en el castillo. Era un presentimiento, una sensación, que le decía hacia dónde mirar y qué tan larga era la distancia que los separaba.

Podía decirse que, si se concentraba, también se hacía una idea de la presencia de su hermano, acercándose cada vez más a la de Draco, desde que se sumergió en el agua también, momentos atrás. La de Harry era la que no percibía, pero no estaba preocupada; esos dos no dejarían que nada le pasase.

Lo que más la angustiaba, en su defecto, era el amargado profesor que parecía a punto de cruciar a alguien, desde que lo llamó en su cuarto a mitad de la noche, y lo arrastró hasta allí. Ni hablar de la expresión de fría estupefacción que tuvo cuando Jacint le informó de lo que pasaba, a grandes rasgos y con prisas.

Cinco minutos. Les dio cinco minutos. ¿Qué tanto se podía hacer en ese tiempo? Ya había acabado. Pronto, el colegio se enteraría de lo que ocurrió. Sabía cuánto lo odiaría Draco, porque no era el tipo de atención que le agradaba, y que tanto incomodarían a Harry más preguntas, como si no hubiesen tenido suficientes en el primer año.

Tal vez aquello no fuese más que una consecuencia de esos días. Por supuesto, ella no podía saberlo.

Pansy desvió la mirada hacia el cielo nocturno cuando le pareció oír un sonido familiar. Fénix, su Augurey, trazaba un círculo sobre ella, en el aire, pero no estaba solo. Lo acompañaba Dárdano, el pájaro de la profesora Ioannidis.

Dárdano se movió junto a la otra ave y luego descendió con un grácil arco, alzando el vuelo, otra vez, antes de tocar el suelo. La silueta envuelta en ropa oscura aparecía a su paso, difuminada, trastocada por la oscuridad natural de la noche, como si fuese sólo una parte más de esta.

Ella no estaba sorprendida. Snape, probablemente, tampoco, porque emitió un sonido exasperado y amargo.

La profesora se paró en el límite entre el lago y la tierra que lo rodeaba, e hizo un gesto vago con el índice. Fuese lo que fuese, el hombre no se movió. Ningún lo hizo después de eso, a decir verdad.

Bueno, tal vez el resto del colegio no tuviese que enterarse, al fin y al cabo. Sería una buena noticia para darle a esos idiotas que tenía por mejores amigos, en cuanto saliesen del agua.

Porque saldrían. Claro que sí. Sólo eran muy lentos.

0—

Draco acababa de atravesar una de las grietas de la cueva, hacia la salida que daba con el resto del lago, cuando ya comenzaba a lamentarse de toda aquella situación.

No les quedaba tiempo. La cueva que habitaba el Calamar Gigante tenía forma de un triángulo invertido, deforme, rodeado de algas y plantas que se le pegaban y crecían encima igual que el musgo, dándole un aire tétrico, a comparación de las casuchas del pueblo de sirenas que estaban más hacia el centro. La criatura vivía casi a escondidas, el espacio disimulado por formaciones rocosas naturales, que hacían parecer que una montaña entera hubiese quedado sumergida en el Lago Negro. Si lo pensaba bien, era probable.

Las grietas eran el único modo de salir, los agujeros sólo conectaban a otras áreas de la cueva. Era una estructura de lo más extraña, nada similar a lo que se suponía que formaba un calamar común.

Tuvo que dejar ir a Lep, y nadar un tramo del camino de vuelta, con la garganta cerrándose y el pecho comprimiéndose bajo la impresión de que, lo viese como lo viese, aquella era una pésima idea, lo que se le hizo más difícil que cuando llegó a aquel sitio con la idea de jalar a Harry de regreso, si hacía falta.

Y no lo llevaba con él, además.

Estaba tan nervioso que las puntas de los dedos le cosquilleaban, no conseguía quedarse quieto, cada latido era una tortura. Draco Malfoy no era un chico nervioso. Todo era culpa de Harry.

Harry y sus tonterías, en la peor situación posible.

Harry y sus peticiones imposibles, y él, que cedía y terminaba por hacer algo semejante.

Par de tontos. Eran un par de tontos. Así de simple.

Se encontró con Jacint a mitad del trayecto. El mago tenía las branquias en el cuello y se movía más rápido que él, a causa de encantamientos que agitaban el agua y lo impulsaban hacia adelante. Nada más verlo, lo sujetó del brazo, lo examinó en busca de heridas, y miró alrededor, por si daba con Harry o la imitación de Nessi.

Draco tragó en seco bajo los ojos escudriñadores, que parecían saber que le diría una mentira.

—Tenemos que ir por Snape, él no está aquí.

Un instante de vacilación. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no agachar la mirada al imaginarse descubierto, mientras Jacint apretaba la mandíbula, y después asentía.

—Muévete, delante de mí.

Asintió e hizo lo que le dijo.

—...sólo necesito un minuto más —había dicho Harry, cuando quiso saber qué era lo que pensaba hacer—, quiero asegurarme de que no me ataca, sino que necesita ayuda. Si puedo, lo llevaré hacia arriba, para que Snape también le vea las cadenas.

¿Y si te ataca qué?

Tendría que alcanzarme primero.

Aún no podía creer que había accedido a algo tan absurdo.

0—

Ver a Leporis convertido en una criatura enorme, de piel lisa, y aletas por patas, era extraño. Subirse a su lomo e intentar descubrir cómo guiarlo hacia donde quería ir, todavía peor. Harry, quizás, no consideró esa parte del plan cuando lo ideó.

Se sostuvo del largo cuello que tenía por delante de él, lo palpó, y esperó a que se pusiese en marcha. Creía haber descubierto el truco. Lep cruzó una de las grietas, horizontalmente, obligándolo a sostenerse mejor para no irse de lado.

La cueva continuaba apenas iluminada por la piedra de la luna, de la que no despegó la mirada mientras hurgaba en su bolsillo, en busca de las algas que se llevó a la boca, mascó y tragó, con un quejido contenido por el sabor amargo y la densa textura.

El Calamar Gigante no tardó en reparar en su presencia, por la manera directa en que se acercaron. Lep se detuvo a poca distancia. Su tamaño recién adquirido no era nada comparado al de la otra criatura mágica, y Harry comprendió por qué los de primer año se sentían intimidados cuando se imaginaban que lo veían salir del lago.

Los ojos amarillos lo observaron por un instante que pudo volverse eterno. Cuando los tentáculos se agitaron, las cadenas sonaron, pesados grilletes aparecieron en las puntas, para mantenerlos caídos, juntos, y el Calamar emitió un sonido extraño, que pudo haber sido de rabia tanto como de frustración.

Un tentáculo barrió el agua, en dirección a ellos. Lep se movió por reflejo. Harry se soltó.

Debido a la onda que generó el repentino movimiento, fue empujado lejos del punto de choque y de ambas criaturas, y pataleó para mantener un vago sentido de orientación. Lep se movía hacia una de las grietas, para ir de regreso. El Calamar, pendiente de la otra criatura, estiraba las extremidades, en vano, y lo seguía. Las cadenas eran el único ruido que llenaba la cueva.

Harry se pegó a una de las paredes, jadeando más, a medida que las branquialgas surtían efecto y el aire de la barrera mágica no le bastaba. Luego se quitó el gorro.

El Calamar acababa de dejar la cueva. Estaba solo cuando nadó hacia la escalinata en el centro, pisó sobre los escalones para comprobar que eran del tamaño exacto para una persona, y estiró la parte de adentro del gorro, para atrapar la piedra. Se aseguró de no rozarla. No pensaba cometer el mismo error dos veces.

Una vez que la tuvo en su poder, oprimió los costados de la tela, para cerrarlo igual que un saco, y empezó a nadar hacia una de las grietas que daban al área más iluminada, ahora que la cueva quedaba sumida en las penumbras.

0—

Primero vio asomarse la cabeza de su hermano. Pansy contuvo la respiración un instante, hasta que notó que se alzaba más a medida que ascendía, y que jalaba a Draco del brazo. Luego, por lo bajo, agradeció a Merlín que estuviesen a salvo, a pesar de la pregunta que quedaba implícita cuando los adultos intercambiaron miradas, y su mejor amigo evitó la de ella.

Un peso helado se instaló en su estómago, el pecho se le comprimió. No. Era mentira.

Tenía que ser mentira. Estaba segura.

Hizo ademán de acercarse a ellos para averiguar qué pasaba, cuando la superficie del Lago Negro se agitó. Todos desviaron la mirada hacia el agua.

Lep, convertido en una versión curiosa del monstruo del Lago Ness, surgió desde la masa de agua, apresurado. Detrás de él, un tentáculo que se elevaba, barría el aire, y se replegaba.

Y ella se dio cuenta de por qué. Las cadenas eran difíciles de distinguir, pero ahí estaban; oscuras, vibrantes con una magia poderosa y que conocía desde hace cuatro años, cuando ingresó al colegio.

El Calamar Gigante apareció sobre la superficie del agua. Cada uno de sus tentáculos tenía cadenas, los grilletes lo hundían contra su voluntad. Los ojos amarillos estaban desesperados. El pinchazo doloroso que tuvo en el pecho fue tan fuerte como si fuese ella la encadenada.

Lep se apartaba de su camino, deprisa, la figura perdía consistencia con lo que parecía una transformación forzada por el cansancio. Jacint, de algún modo, había conseguido sacar a Draco del agua en un segundo, y a ambos adolescentes los instaba a apartarse tanto como fuese posible del agua.

Los tentáculos eran líneas retorcidas, negras, horribles, que se alzaban varios metros sobre el agua, salpicaban, levantaban olas, buscaban un objetivo al que alcanzar, y el Calamar hacía un sonido chirriante cuando las cadenas lo quemaban y retenían de nuevo. Snape se había echado hacia atrás, despacio, y tenía la varita en ristre. Su hermano igual.

Ioannidis estaba inmóvil, imperturbable, al borde del lago.

Pansy buscó el brazo de Draco, lo sujetó con fuerza, y jaló. Se apartaron de la salpicadura de una barrida, aunque no fue esa su intención.

—¿Dónde está Harry? —inquirió, con la voz estrangulada.

Como respuesta, el chico señaló a lo lejos. Temblaba de forma apenas perceptible.

En la dirección en que apuntaba, casi imposible de divisar en medio de la neblina que se dispersaba a causa del movimiento brusco sobre el lago, estaba un bote. Un bote con remos que se encontraban en movimiento.

Pansy exhaló. Un peso invisible se le quitaba de los hombros.

—No va a llegar a la orilla —comentó, en voz baja. Los magos estaban concentrados en evitar que el calamar hiciese un desastre o se acercase más, la profesora continuaba quieta. Sólo ellos veían el bote—, los tentáculos no lo van a dejar.

Tiene que llegar —siseó Draco.

Ella lo consideró un momento. Después lo soltó, se sacó la varita del bolsillo de la capa, y caminó hacia el borde del lago. Distinguió la voz de Jacint gritándole que no se acercase.

Dárdano trazó otro círculo sobre su cabeza cuando se paró junto a la profesora. Fénix volaba sobre el lago, sin dirección aparente.

—Profesora Ioannidis —llamó, con suavidad, sin atreverse a tomarla de la manga y jalarla—, mi amigo está por allá. ¿Puede ayudarme con un accio?

La mujer no contestó, no asintió, ni negó. Pero tras un momento, alzaba el brazo, movía los dedos, y la oleada de magia se expandía sin necesidad de una varita.

Pansy cerró los ojos, se concentró en la imagen del bote, y murmuró el encantamiento un par de veces. Cerca, cerca, acércalo. Casi podía ir la voz tersa de Tom.

No pienses en lo que dice el hechizo. Piensa en lo que quieres que haga. Así funcionará, aunque tu técnica no sea la correcta, o no sepas cómo completar el encantamiento.

Parpadeó cuando sintió una presencia al otro lado de ella. De reojo, se dio cuenta de que Draco se había acercado a la orilla del lago y tenía la varita en la mano, los labios se le movían con el hechizo, sin emitir ningún sonido.

Jalado por una fuerza mayor, el bote triplicó la velocidad y se desplazó con movimientos acertados por el agua, saliéndose del camino de Lep, que se le escurría entre los tentáculos al Calamar con facilidad. Ioannidis lo dirigía con un dedo, y no se detuvo hasta que el bote encalló.

Harry prácticamente se tiró hacia afuera, a la tierra. Estaba empapado, jadeaba ahora que las branquias se le esfumaban, y llevaba un trozo de tela presionado contra el pecho, como si lo cuidase de miradas indiscretas.

Percibió las voces de Snape, Jacint. Preguntas, regaños, no habría sabido distinguir uno del otro.

Draco corrió hacia el otro chico y se olvidó de todo el decoro cuando se arrodilló en el suelo lodoso, a tocarle la cara y los brazos, después lo zarandeó, con esa expresión contraída que hacía cuando intentaba no demostrar que sí tenía sentimientos. Harry se reía, sin aliento, mientras era obligado a sentarse. Pansy se aproximó y lo ayudó, sujetándole el brazo que Draco no jalaba.

Los tres alzaron la mirada al mismo tiempo, cuando la profesora Ioannidis caminó hacia ellos. La mujer extendió una mano enguantada. Detrás de ella, el agua no dejaba de sacudirse, los tentáculos se desplegaban y eran reunidos, de nuevo, por las cadenas. Lep apenas logró escaparse al encogerse de repente.

Dárdano se posó en el hombro de la bruja.

—Haga el favor de darme eso, señor Potter —exigió, con la voz chillona que le caracterizaba.

Harry vaciló, miró a Draco, que tenía una expresión de idéntica perturbación, y luego le tendió la tela. La profesora deslizó la mano dentro y retiró una piedra pequeña, de un gris manchado, que apretó entre los dedos.

En el preciso instante en que lo hizo, el Calamar Gigante se quedó quieto y todo cesó.

No habría sabido decir quién estaba más sorprendido.

—Señor Potter, señor Malfoy, los espero en mi oficina —añadió luego, metiéndose la piedra recién recogida dentro de la túnica, y dándose la vuelta, igual que si acabase de regañarlos por haber corrido en un pasillo o usado el hechizo equivocado contra otro estudiante—. Ya conocen el camino.


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