Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Luz de luna por BocaDeSerpiente

[Reviews - 24]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Capítulo cuarenta y seis: De cuando Harry guarda sus cartas

—¡Harry, Jacint acaba de mandar un patronus avisando que los Parkinson vienen en una hora!

—¡De acuerdo, mamá!

—¡Cámbiate! ¡Y dile a Ronald que se peine!

—¿Por qué tendría que peinarme para recibir a los Parkinson? —preguntó su mejor amigo, con el entrecejo arrugado. Harry intentó contener la risa al encogerse de hombros.

—¡Gané, gané, gané! —Sirius saltó sobre el sofá y levantó los brazos, un aullido llenaba la sala, para celebrar su victoria. Ron resopló y arrojó el control contra un lado del sillón, para después cruzarse de brazos— ¡en sus caras, cachorros!

—Sirius, no seas un idiota frente a los chicos.

—Sí, Remus.

En un parpadeo, su padrino estaba tan tranquilo como podía en el asiento, con las manos sobre el regazo, y mordiéndose el labio para evitar soltar una de esas carcajadas histéricas y fuertes que daba. En cuanto Remus pasó por el pasillo que dirigía hacia la sala y luego a la cocina, acompañado de Peter, comenzó a hacer muecas cómicas, sin emitir sonido alguno. Los dos adolescentes fueron los que se echaron a reír entonces.

—¿Probamos otro? —los instó, inclinándose hacia adelante, con el control en ambas manos, aunque Harry estaba seguro de que sólo tenía ganas de vencerlos en una nueva partida.

Era 31 de julio, y como correspondía, Ron lo despertó tirándose sobre él cuando apenas amanecía, gritándole en el oído y zarandeándolo, junto a una risueña Ginny. Los gemelos estaban castigados por alguna broma que le jugaron a Percy y terminó por arruinar el cuarto que compartían y romper su antigua insignia de Prefecto, causando una ira sin nombre de su hermano mayor y Molly, que no dejó de disculparse por tener que faltar al cumpleaños 'a causa de esos traviesos'.

Cuando estaban desayunando, James llegó desde alguna parte de la casa, le revolvió el cabello, y dejó frente a él una caja, con la consola más nueva del mercado.

Ron apenas conocía sobre la televisión y computadoras gracias a su contacto con Harry y su madre. Sirius, que los llamaba un 'descubrimiento reciente', no tenía una consola propia porque a Remus no le llamaban la atención, y Harry tenía varios años sin jugar videojuegos, ya que pasaba la mayor parte del año en Hogwarts, donde los artefactos electrónicos no funcionaban por la magia en el aire. Aquello concluyó en los tres ocupando la sala, probando todos los juegos que encontraban, partida tras partida, hasta la hora del almuerzo.

Ginny se les unió durante un rato, antes de que Lily la hubiese llamado para pedirle un favor en la cocina, y poco después, Hermione llegó en un auto junto a sus padres muggles, que se llevaron de maravilla con la madre de Harry. Ambos los observaron conversar con curiosidad, hasta que le avisaron que irían a buscarla entrada la noche, y luego la arrastró hacia la sala, a pesar de sus negativas de unirse a la ronda de videojuegos.

Para ese momento, la chica los miraba con una expresión entre divertida y confundida, mientras Sirius aullaba por otra victoria para la racha, y Remus, desde alguna parte de la casa, le repetía que dejase de presumir frente a ellos. Su padrino no le prestó atención esa vez.

—¡Harry, te mandé a cambiarte! —él se encogió un poco cuando el grito de su madre lo sorprendió. Sirius, con quien compartía el sofá, se reía en silencio de él, para no ser reprendido por la mujer también— ¡y llévate a Ronald contigo!

—¿Pero ahora qué hice…? —Ron rodó los ojos. Él meneó la cabeza cuando le dedicó una mirada inquisitiva.

Lily acababa de pararse en el umbral que separaba la sala de la cocina, con el delantal y un cucharón de madera en mano, y el juego, por motivos de supervivencia, fue puesto en pausa. Era mejor no hacerla sentir que la ignoraban.

—Harry James Potter y Ronald Bilius Weasley.

Harry le pasó su control a Hermione y pidió que jugase una partida por él, aunque la chica negaba y boqueaba, sin saber qué hacer.

—¿Viene alguien importante, mamá? —le preguntó, levantándose junto a Ron. En los asientos que dejaban atrás, Sirius intentaba enseñarle a Hermione cómo jugar, con explicaciones tan vagas que habría sido una sorpresa que sí pudiese seguirle el ritmo.

—Los de siempre —ella movió el cucharón en un gesto simple, restándole importancia, y lo atrapó en un breve abrazo cuando hizo ademán de pasarle por un lado. Harry rio al sentir que le besaba la cabeza—, pero quiero tomarles una foto a todos juntos, chicos, y para eso, quiero que estén medianamente decentes —procedió a revolverle el cabello también, para luego hacer lo mismo con un quejumbroso Ron.

—Estar despeinado es parte del encanto, amor —comentó James, desde la cocina, riéndose—, deja a los chicos tranquilos.

—No —replicó su esposa, con un bufido—, vayan, vayan. Los quiero con ropa limpia y peinados. Tan peinado como puedes estar, Harry, por favor.

Prometieron hacer un intento y subieron hacia su cuarto entre bromas. Ron se había dejado crecer el cabello apenas unos centímetros, y tanto Lily como Molly parecían haber llegado al implícito acuerdo de fastidiarlo hasta que se lo dejase cortar. Él decía que lo cortaría antes de volver a clases y se olvidaba del tema en cuestión.

Tan pronto como entraron a la habitación, Harry caminó hacia el armario y trasteó, en busca de algo cómodo que fuese presentable, según los confusos estándares de su madre. Se deshizo de la camiseta y empezó a cambiarse ahí mismo, mientras su mejor amigo deambulaba por el resto del cuarto.

—Peine —avisó Ron cuando, por pura casualidad, encontró el artículo que Harry creía perdido desde hace semanas. Se lo arrojó y él lo atrapó en el aire, haciendo alarde de los reflejos de Buscador, lo que causó que el otro rodase los ojos—. Oye, compañero, ¿y estas qué son?

Con un débil quejido, entregado a la misión imposible de jalonearse el cabello sin conseguir rebajarlo, se dio la vuelta para ver a qué se refería Ron. Él acababa de detenerse junto a su escritorio, cerca de la ventana, en el que tenía una desorganizada pila de sobres y pergaminos, algunos extendidos, otros doblados, y unos pocos, los que habría calificado como sus favoritos, clavados en la pizarra marrón que tenía al frente, con corchos.

Harry sintió que las mejillas le ardían cuando lo vio recoger uno y echar un vistazo, los labios del chico moviéndose en silencio a medida que descubría el contenido. Ron arrugaba la nariz.

—Merlín —exhaló, dejando la carta en el escritorio para recoger otra. Revisó algo, no sabía qué, y continuó con algunas más; no leía el papel en sí, parecía que sólo comprobaba el remitente—, no te creo. Todas son de él.

Se obligó a tragar en seco y carraspear. Percibía el rostro entero caliente cuando su amigo lo observó y tuvo que asentir. Había olvidado que se suponía que se estaba peinando.

—¿Cómo lo hace? Tenía entendido que la Reserva sacaba las cartas sólo una vez por semana, por la cantidad de barreras que tiene. Eso dijo Charlie —aclaró, frunciendo el ceño cuando debió hacerse una idea de que, tal vez, esas palabras no eran tan ciertas.

—Escribe una cada día y las manda juntas los sábados —balbuceó, repentinamente inquieto.

No tenía problema en que sus padres lo supiesen, porque Lily había tomado la costumbre de preguntarle, los viernes por la noche, "¿el correo es para mañana?", sólo para que él se lo confirmase, entusiasmado. Ni siquiera le importaba que Sirius lo fastidiase cada sábado por la mañana, cuando se sentaba en el pórtico de la casa, luego del desayuno, para esperar al búho que traería su conjunto de cartas semanales, ya que Remus y Peter le insistían en que lo dejase en paz.

Que fuese Ron el que encontrase la pila de cartas, por alguna razón, era diferente. Tal vez porque su mejor amigo observaba el desastre de pergaminos, sobres y plumas en el escritorio como si se tratase de un enigma que era presentado ante él.

—Hay como mil —juró el chico—, ¿estás seguro de que es sólo una al día? Pareciera que te escribe al menos tres veces, para tener esta cantidad. ¿Por qué no las tiras después de leer?

Harry lo miró horrorizado. No pensaba tirarlas. Ni por un segundo se le pasó la idea por la cabeza.

¡Eran sus cartas!

La última vez que había visto a Draco, más de un mes atrás, fue durante los primeros días de las vacaciones, cuando acompañaron a los Parkinson al Vivero porque unas flores que nacían en una ocasión al año, estaban por crecer mágicamente, y Pansy los invitó a verlas con ellos. Se sentaron en taburetes junto a su amiga, charlaron, se maravillaron con el aroma embriagador de la planta, y cenaron con la familia.

Cuando Harry le preguntó si pasaba por Godric's Hollow al día siguiente, Draco esbozó una sonrisa ligeramente culpable, que no se podía sacar de la cabeza desde entonces.

Me voy mañana, no quería decírtelo hasta que fuese un viaje seguro. Me lo confirmaron esta tarde por lechuza.

Y en menos de veinticuatro horas, Draco no estaba en Inglaterra.

Quería creer que la inquietud que lo hacía leer y releer las cartas en las noches, bajo el lumos, era sólo una consecuencia menor del sorpresivo giro de acontecimientos. Si desde el principio de las vacaciones, le hubiese dicho que tenía planeado viajar, Harry no se habría imaginado que podría pasar tiempo con él. Así no lo extrañaría.

Incluso con las visitas constantes de Pansy, las cartas que intercambiaba con Hermione, y las noches que se quedó a dormir en La Madriguera o Grimmauld Place, sentía que faltaba algo.

Alguien.

Cuando el correo llegaba, Harry era invadido de una emoción cosquilleante, enérgica, que lo hacía olvidarse de todos durante un rato, mientras se perdía en su cuarto para leer cada carta en que le contaba sobre su día en el programa de dragones, siempre con una firma que lo hacía reírse. Su madre le llevaba el almuerzo a la habitación, porque faltaba a la comida de otro modo, y lo observaba con una expresión cariñosa y suave, a la que todavía se negaba a atribuir un motivo, cualquiera que fuese.

Además, estaba el hecho de que Harry también escribía a diario, junto a la ventana. Algunas veces, él  hacía más de una carta diaria, pero al final de la semana, cuando le entregaba su paquete de correos al búho que hacía el viaje, no solía enviar más de dos o tres, de varias páginas.

Había tanto que quería contarle, y no se animó a hacerlo, porque quería que estuviesen frente a frente cuando se lo dijese. Y tanto más, incluso, que quedó en cartas que escondía, porque una vez comprendía lo que significaban esas palabras que formulaba sin darse cuenta, no podía imaginarse qué haría, con qué cara lo miraría, si Draco llegaba a leerlas.

La última trajo consigo, como posdata, una promesa de estar de vuelta en Inglaterra para su cumpleaños, aunque no especificaba la hora ni el método de traslado. Harry no quería dejar la sala desde la mañana, por si acaso utilizaba la red flú o se Aparecía, con Narcissa, al atravesar las barreras de la casa.

—Deberías buscarle un marco, si no piensas tirarla —comentó Ron después, al caer en cuenta de que su respuesta era una rotunda negativa, y no pensaba discutir el tema.

Harry, que por fin terminó de cambiarse y se rindió con su cabello, desesperado por ir de regreso abajo y continuar su espera tortuosa, se acomodó los lentes y se aproximó cuando se percató de que su amigo examinaba una fotografía entre la pila de cartas, con gran interés.

Era, sin duda alguna, su favorita, y la única que traía una fotografía. Se trataba de una de las primeras cartas que llegó, en que le presentaba a Harriet, una cría de dragón de jade, a la que se le dio el honor de nombrar y que llamó así por obvios motivos que mencionaba pero no quiso contarle. Allí, Draco, con el traje negro y grueso que los hacían portar en la Reserva, anti-incendios, cargaba a la pequeña criatura, todavía en edad relativamente dócil para quien la cuidase, incapaz de escupir fuego o volar muy alto, y saludaba a la cámara.

Se la quitó a Ron de las manos y volvió a guardarla entre capas y capas de pergaminos. Ya resolvería después dónde ponerla, que no se fuese a dañar.

—Toma, intenta acomodarte un poco —le tendió el peine y el chico emitió un vago sonido de protesta, pero lo tomó y comenzó a desenredarse el cabello, según las instrucciones de Lily.

La tarea le tomó alrededor de dos minutos, y para cuando terminaron, Harry se apresuró a caminar de vuelta al pasillo, usando los videojuegos como excusa.

Estaban todavía en la parte alta de las escaleras cuando escuchó que tocaban el timbre. Se detuvo. Ron, junto a él, lo imitó y le dirigió una mirada inquisitiva.

De pronto, sentía la boca seca y el corazón le martilleaba en los oídos. Hermione, que prometió su asistencia, había llegado hace rato, y a los Parkinson les faltaría una media hora para Aparecerse cerca. Los Merodeadores ya estaban ahí, y de todos modos, ninguno tocaba el timbre, ni siquiera el gentil Remus.

Y él no esperaba a nadie más.

—¡La puerta!

—¡Yo voy! —James le contestó a su esposa y escuchó los pasos firmes que se aproximaban con zancadas largas. Harry permanecía inmóvil.

El cuerpo del Auror cubrió a la figura al otro lado cuando abrió. Lo observó recargarse en un lado del umbral, hubo un débil murmullo.

—¿Vienes solo? —preguntaba el hombre, con suavidad.

—Ajá —la familiar voz le replicaba, sin mucho interés. No era difícil decir de quién se trataba.

—¿Está bien tu madre?

—Sí, señor.

Harry parpadeó. Ni la respuesta, ni el título, contenían el grado de ácido que cabría esperarse. Incluso James debió notarlo, porque se percató de que sonreía al palmearle el hombro al adolescente y hacerlo pasar a la casa, cerrando la puerta detrás de él.

—Harry está…oh —se interrumpió, con una sonrisa—. Harry está aquí, aparentemente.

James le recordaba algo, Ron le hacía una pregunta. Él aún no reaccionaba.

Draco estaba de pie en el recibidor, y por su falta de movimiento, era como si él tampoco estuviese del todo seguro de qué venía a continuación. Tal vez un efecto secundario después de interactuar durante el verano sólo a través de papel y tinta. Tal vez no. Todavía vestía el uniforme del programa de Rumania, llevaba un bolso que le colgaba de un hombro, a medio sostener, y la expresión ligeramente hastiada de alguien que acaba de tomar tres trasladores para volver al país.

Y el cabello negro le caía, en una cola, hacia un lado, más largo de lo que lo tenía cuando se marchó. Negro. Un negro azabache, sin un solo mechón que distase en tonalidad, que hacía que se viese incluso más pálido de lo que ya era, y formaba la impresión de que sus ojos, más que grises, debían estar cerca de ser blancos. Harry podría jurar que se le cortó el aliento.

Podrían haber pasado una eternidad así, mirándose desde los metros que los separaban. Grabándose al otro en las pupilas, buscando, como si hubiesen pasado años, décadas enteras, las diferencias palpables entre cómo eran cuando se separaron y cómo lucían ahora.

Luego Draco se aclaraba la garganta y cambiaba su peso de un pie al otro, jugueteando con el ancho cinturón en que llevaba una varita de prácticas deshabilitada y un cuchillo.

—…hey.

Harry tenía que tomar una profunda bocanada de aire y soltar la brusca exhalación, antes de comprender que esperaba una respuesta.

—Hola.

Lo siguiente que sabía era que se deslizaba sentado de lado sobre la barandilla de las escaleras, igual que había visto a Sirius hacer mil veces, y saltaba al llegar abajo. Se abalanzaba sobre él. Draco se reía en su oído y el sonido era tan maravilloso que sentía que se derretía por dentro. A él no le importaba que la brusquedad repentina de su saludo lo hiciera trastabillar, ni que tuviese que estrecharlo para mantener el equilibrio de ambos, o que su espalda golpease la pared junto a la entrada.

El bolso se le resbalaba por el brazo y quedaba en el olvido. Draco se negaba a soltarlo; notó que estaba más alto. Por Merlín, ¿es que acaso no dejaría de crecer para que pudiese alcanzarlo? Harry prácticamente lo tenía arrinconado y lo apretaba, y él tampoco se quejaba por ello. Las risas de ambos, silenciosas, se combinaban en una ligera sacudida entre ellos.

Olía a campo, a lejanía, a un componente extraño, y a Draco. Harry enterró la cabeza en el hueco de su hombro, porque todavía no podía creer que al fin estaba ahí incluso cuando sentía que lo estrechaba un poco más. Sentía, efectivamente, que había transcurrido un siglo o más.

—…por Merlín, Harry, ni siquiera me he cambiado, espera. No como nada desde anoche —a pesar de sus palabras, no buscaba apartarlo. Los brazos que lo rodeaban permanecían igual de firmes que los suyos.

Lily, sin embargo, utilizó su instinto materno para elegir ese momento para acercarse, como si fuese consciente, aun sin haber oído su murmullo, de que tenía un adolescente en casa que no había desayunado ni almorzado. Y por supuesto, ella no podía dejarlo así.

—Draco, cielo —al instante, la bruja extendía los brazos y Draco la rodeaba con uno, recibiendo con gusto el beso en la mejilla, y jurándole, más de una vez, que , le fue bien, , tuvo sus tres comidas, y no, ningún dragón lo quemó ni mordió. Con la otra mano, se aferraba a un costado de la camiseta de Harry, que al mismo tiempo, sujetaba uno de sus hombros.

Era impensable dejarlo ir tan rápido.

—¿Ya felicitaste a Harry? —cuestionaba Lily, sonriéndoles. Draco negaba.

—No, estaba comprobando que no me hubiese quedado dormido en uno de los cambios de traslador y  fuese Harry —bromeó, tirando de él más cerca. Harry se vio arrastrado, sin oponer resistencia, más a causa de la sorpresa, y sintió cómo apoyaba el mentón en uno de sus hombros. Se tensó—. Feliz cumpleaños, Hopear.

Harry todavía estaba inmóvil, con las manos alzadas, el corazón a punto de salírsele del pecho, cuando su madre guio al chico hacia la cocina para su merecido almuerzo. Ron, que bajó las escaleras en algún momento sin que él se hubiese percatado, se paró a su lado, lo miró por un largo momento, después le palmeó la espalda y lo instó a reaccionar. Entonces ambos siguieron a los otros dos hacia la mesa.

—¡Cachorro Malfoy! —Sirius, que celebraba una rotunda victoria contra Hermione, alzó el brazo al verlos acercarse y estrechó la mano de Draco, que de pasada, saludó a la chica y a los otros dos Merodeadores.

—…dime qué fue lo que le hiciste a tu cabello —iba diciendo Lily, tocándole algunos mechones con una expresión extraña, como si no estuviese segura de qué pensar sobre el cambio. Lo llevaba del brazo y Draco, ahora más alto que ella también, se reía de su vacilación. Era esa risa vibrante y libre que no había visto que dejase escapar en un sitio con tantas personas, desde el baile de Yule.

—¿No le gusta? —protestaba él, con un débil y falso puchero. Cuando la bruja hizo ademán de comenzar a negar que fuese así, él sacudía la cabeza, con los párpados apretados, y desde las raíces, su cabello se impregnaba del mismo rojizo oscuro de Lily, que ahogó un jadeo— ¿mejor?

—¡Merlín!

—¿Eso es nuevo? —Hermione, dejando los videojuegos que no capturaban su atención por completo, también caminó hacia la cocina con ellos. Draco, en respuesta, la observaba con una sonrisa pequeña y ladeada, y mientras tomaba asiento, el rojo le cedía el paso a un castaño desordenado, que hacía que la chica se riese por el intento de imitación.

—Creí que ya no te salían las transformaciones —mencionó Harry, en voz tan baja, titubeante, que fue una sorpresa que él se girase en su dirección, asintiendo distraído a Lily, que le servía la comida.

—Es que no me salían —aclaró, encogiéndose de hombros.

Hermione se sentó primero, frente a él, y luego Harry ocupó la silla a un lado. Ron los miraba desde el umbral de la cocina, en que respondió al vago saludo de Draco con uno de la misma índole.

—¿Lo hablaste con Nym? —el chico negó, haciendo una pausa al llevarse el tenedor a la boca. Halagó la comida de Lily, que se rio y lo abrazó por los hombros un momento, antes de avisar que iba a comprobar el pastel. Aguardó a que la mujer hubiese dejado el área del comedor para reclinarse en el asiento y liberar un pesado suspiro.

—Tuve muchísimo tiempo de práctica en la Reserva. Cuando no estás con los dragones, es hora de la comida, hacen tareas de limpieza, o están envueltos en las cobijas; no hay mucho más que se pueda hacer con ese frío y las restricciones mágicas sobre no Aparecerse y nada de hechizos 'grandes'.

—¿Cómo eran los dragones? —curioseó Hermione, inclinándose hacia adelante— ¿te dejaban acercarte, tocarlos? ¿Los cuidaste? ¿Qué les enseñaron?

Draco hizo un gesto para pedirle un momento mientras masticaba otro bocado.

—Eran gigantescos, escupían fuego si invadías su territorio de pronto, rugían tan fuerte que se escuchaba por todo el campamento de noche cuando uno se molestaba, y son lo segundo más increíble que he visto en mi vida —sentenció, sin un atisbo de duda. A medida que hablaba, el cabello le regresaba al lacio rubio platinado que le pertenecía.

—¿Qué es lo primero?

Pero Draco lo miraba y sonreía, sin responder.

—¿Y  te dejaban tocarlos? —insistió Hermione. Él emitió un vago sonido afirmativo, a la vez que barría la zona con la mirada y fruncía el ceño.

—Leporis —llamó, tal vez al caer en cuenta de que había dejado caer el bolso junto a la entrada—. Leporis, aquí.

Medio segundo más tarde, un conejo pelirrojo atravesaba la sala y cocina corriendo; llevaba la correa del bolso en la boca. Se la ofrecía, a los pies de la silla, y Draco lo dejaba sobre la mesa y alzaba al animal mágico, que ante su contacto, empezaba a cambiar el pelaje a rubio.

—Se pone así desde que Charlie lo cargó la primera vez —explicó, desinteresado.

Harry arrugó el entrecejo cuando sintió una débil punzada en el pecho. Lep, que olisqueó el aire, fijó los ojos en él y agitó las orejas para elevarse hacia sus brazos. Lo recibió con un murmullo de saludo, y observó, con cierto orgullo absurdo, que su pelaje se tornaba negro y despeinado.

Como el suyoNo como el de Charlie.

—Les traje algunas cosas —anunció, entre cada pausa que hacía de su comida, y no se molestó en tomar a su conejo de regreso, por lo que Harry continuó con este en brazos, riéndose de sus lamidas rasposas en la barbilla. Draco empezó a sacar algunos objetos pequeños de su bolso y a regarlos por la mesa. Incluso Ron levantó la cabeza, para intentar ver por detrás de la chica, sin acercarse más.

—¿Qué es esto? —cuando Hermione hizo ademán de tocar un huevo dorado y verde, moteado, Draco le dio un manotazo al dorso de su mano.

—Ese es uno de los regalos de Potter, no lo toques —al darle la indicación, extrajo del bolso unos guantes de cuero, que se colocó antes de sostener el huevo. Se lo tendió.

—Por Merlín, dime que no le estás regalando un huevo de dragón —Ron se aproximó, con los ojos muy abiertos, para verlo de cerca.

Harry tuvo que abandonar a Lep sobre una silla para tomarlo. Titubeó, porque no llevaba guantes como él, pero en cuanto lo vio asentir para animarlo, lo sujetó.

Era liso, suave, y cosquilleaba contra las yemas de sus dedos por la magia que reunía. Se cubrió por completo de dorado, luego de verde, y retomó su imagen moteada y bicolor. Él tuvo que hacer un esfuerzo por no soltarlo y dejarlo caer ante la sorpresa.

—No le estoy regalando un huevo de dragón —Draco rodó los ojos, como si la simple idea fuese ridícula—. Es un recogemagia rumano.

—¡He leído sobre ellos! —Hermione saltó, boquiabierta, y chasqueó los dedos al dar con la idea—. Ninguna criatura mágica conocida los pone y nadie ha visto que los incuben, no se tiene idea de dónde salen o por qué; son extremadamente raros y valiosos. Absorben pequeñas cantidades de magia de la primera persona que lo toque con las manos desnudas, y luego crea algo…

Harry frunció un poco el ceño, desorientado.

—¿Algo como qué?

Algo —repitió ella, encogiéndose de hombros a manera de disculpa—, nadie puede saberlo hasta que haya abierto. Es diferente para todos los magos que los tengan. Puede tardar un día, un mes, un año, quince años.

—Lo más probable es que ni siquiera salga una criatura —añadió Draco, sin despegar la mirada de él. No del huevo—, no lo sé, puede resultar en cualquier cosa. Pero será tuyo, de tu magia, y no servirá a nadie más que a ti. ¿Te gusta?

Aquella pregunta tenía un tono raro, como si esperase un signo de aprobación de su parte.

Como si estuviese dispuesto a regresar a Rumania y dejarlo en donde lo encontró, si es que decía que no.

Harry sonrió a medias, nervioso y contento a partes iguales por la atención que recibía mientras aguardaba su respuesta. Abrazó el huevo contra su pecho.

—Sí —confirmó, con varios asentimientos, y tras una leve vacilación, agregó:—. Gracias.

Draco también sonrió, con un deje de orgullo.

—Bien, ¿alguien sabe dónde está Pansy? Ah, esto es tuyo —se interrumpió, para extender un paquete pequeño hacia Hermione, que lo recibió con ojos enormes y sorprendidos. Él continuó, como si fuese cosa de todos los días—. Esto es para Lunática, lo de Snape. Oh, ¿tía Lily? —llamó a la mujer, que reapareció, asomada, desde un costado de la cocina.

0—

—…no puedo creer que incluso trajeras algo para Ron.

Draco se rio. El sonido lo hizo estremecer, a pesar de que estaba de espaldas, sentado en la orilla de la cama. Al otro lado del cuarto, junto al armario, el chico se cambiaba el uniforme del programa de Rumania por la ropa que llevaba consigo en el bolso.

Harry mantenía la mirada fija en la pared contraria y no dejaba de juguetear con sus dedos. Estaban solos. La puerta se encontraba cerrada y apenas percibían en bullicio del resto abajo; Pansy acababa de llegar, y después de felicitarlo y colgarse de su mejor amigo durante un rato, permitió que se retirase para cambiarse, al fin.

—Bueno, Charlie me preguntó que por qué no llevaba algo para "Roni-Roni".

Sin necesidad de observarlo, sabía que se había encogido de hombros, con una sonrisa burlona. Era extraño conocer sus gestos lo suficiente para saber cuándo los hacía. La sensación de vértigo estaba de vuelta. Se obligó a tomar una respiración profunda.

Frunció el ceño. Durante las historias que le contó, mientras terminaba de almorzar, de la Reserva, el nombre del hermano de Ron salió demasiadas veces.

—¿Y también te dijo que trajeras algo para Hermione?

No pudo evitar la pregunta. El roce de tela que le indicaba que Draco estaba vistiéndose se detuvo un instante, luego se reanudó, al tiempo que contestaba.

—Por supuesto que no. Él no la conoce, creo.

—¿Fue el de la idea de mi regalo? —siguió, reprendiéndose mentalmente nada más abrir la boca y escucharse a sí mismo, pero incapaz de detenerse. Lo oyó suspirar.

—No, Harry.

—¿De dónde lo sacaste? ¿Fue difícil conseguirlo? No ganaste un montón de dinero en eso, ¿verdad?

—¿No dijiste que te había gustado? —replicó, de inmediato.

Se quedaron en silencio durante un momento, el tiempo suficiente para que percibiese sus pasos al darse la vuelta, el bolso, en que debió guardar la ropa, cerrarse y ser dejado de lado, de nuevo. No se atrevió a mirar por encima del hombro, por si acaso. Las pesadas botas, que hicieron un ruido sordo cuando se las sacó, ahora repetían uno similar mientras se las volvía a colocar.

—Sí me gustó —susurró, dejando caer los hombros.

—Entonces eso es lo importante.

Supuso que no tenía sentido insistir respecto al tema. Oía a Draco moverse todavía, la otra bota, un débil quejido, un golpe contra las puertas del armario.

—¿Por qué no pasaste por la Mansión a cambiarte y comer algo? —se le ocurrió preguntar después. Todavía no pensaba dar un vistazo hacia atrás.

La respuesta se demoró unos instantes en llegar.

—Lo hice —mencionó, en tono quedo—, pasé primero por allí porque el último traslador me dejaba en una oficina de red flú, donde Lía me esperaba. Pero madre estaba discutiendo con el primo Regulus sobre mi herencia y me di la vuelta, y me regresé por donde había entrado.

—¿Discutían? —Harry parpadeó— ¿por qué?

Por unos segundos, Draco no hizo más que soltar un largo "hm", que le hizo dudar que fuese a contestarle en realidad.

—Regulus quiere dividir la herencia Black en tres partes, porque sabe que no tendrá hijos; una para mí, una para mi tía Andrómeda, una para Sirius. La mía sería la más grande, claro, con propiedades y bla, bla, bla…

Aquello no era necesario. Por lo que sabía, Sirius tenía una bóveda lo bastante llena para subsistir el resto de su vida, sin un día de trabajo, a pesar de que gastase en tonterías como cumplir el 'capricho' de una sala de entrenamiento de su ahijado, según su versión de los acontecimientos.

—¿Y la tía Narcissa no está de acuerdo? —probó suerte.

—Exacto.

—¿Por qué?

—Algo sobre que es mía, por derecho legítimo, y más bla, bla, bla.

—Creí que era de Sirius —comentó, encogiéndose de hombros, aunque no sabía si él lo veía hacerlo—, hasta que decidieron pasársela a su hermano menor.

—Cuando a Sirius lo desheredan, pasa a manos de Regulus. Al no tener hijos, la herencia corresponde, legalmente, a la segunda rama de la familia, conformada de tres mujeres; mi tía Bella está incapacitada para heredar, mi tía Andrómeda también fue desheredada hace años y madre, aunque es la menor, es la única en condiciones de recibir la herencia, que pasaría directo a mí —recitó, con voz monótona, como si formase parte de uno de esos discursos ensayados que, él sabía, tenían que memorizar algunos de los jóvenes sangrepura.

Harry se tomó un momento para unir puntos y terminar de procesarlo. Asintió, más para sí mismo. Le sonaba lógico, en su mayoría, si ignoraba los motivos absurdos por lo que dos de los miembros de la familia fueron sacados del árbol genealógico.

—Así que debería ser tuya.

Draco le contestó con un sonido afirmativo.

—¿La tía Narcissa está molesta porque quiera dividirla? —preguntó, más por curiosidad, que porque pensase que tenía relación al tema—. Porque a Sirius no le importa si le dan una parte o no, lo he oído decirlo mil veces.

—Madre piensa que está resguardando mis intereses para el futuro.

—¿Y tú?

Los ruidos cesaron. Tras un instante, se retomaron cuando los pasos del muchacho se aproximaron a la cama.

—¿Yo qué? —el colchón se hundió, detrás de él, bajo el peso que acababa de subir. Harry, rígido, se mantuvo quieto en la orilla.

—¿Tú estás molesto? Te están quitando lo que te corresponde, ¿no?

Cuando Draco se tumbó sobre la cama, soltó una exhalación.

—La parte de mi tía Andrómeda iría a parar a Nym y sería divertido ver lo que mi prima hace cuando sea rica, qué locuras se inventa para gastar cada knut de dinero sangrepura. La de Sirius sería para ti. ¿Por qué me importaría? Las arcas Malfoy son completamente mías, de todos modos, y no necesitaría más para vivir una vida cómoda y lujosa, incluso si no trabajo nunca.

Entonces Harry se giró, despacio, flexionando las piernas y recogiéndolas por debajo del cuerpo. Draco le hablaba con los ojos cerrados, una expresión relajada, los brazos extendidos a los costados, las piernas, más allá de las rodillas, le quedaban fuera de la cama por la manera en que se acostó, y balanceaba los pies de forma distraída.

Cuando debió notar que transcurría un rato y no tenía una respuesta, parpadeó hacia él. Harry no encontraba su voz y no estaba seguro de a qué se debía en esa ocasión. La imagen de Draco en su cama era una que había tenido cientos, miles de veces, desde niños, en Godric's Hollow, en los dormitorios de Slytherin.

¿Por qué era diferente, de repente?

—¿Pero- quieres ese dinero? —cuestionó después, sin saber qué más decirle.

El chico sonrió a medias, y al parpadear de nuevo, su iris se tornó de un verde brillante que no podía copiar de nadie más que él, y regresó al gris usual. No pareció que requiriese ningún esfuerzo, y por alguna razón, Harry se sintió triste por no haber estado ahí cuando practicaba, como la primera vez, para ver los resultados.

—Soy codicioso —simplificó él, con un encogimiento de hombros, y flexionó los brazos para colocárselos bajo la cabeza, a manera de almohada improvisada—; en el fondo, sé que no lo necesito. Pero si es mío, no me quejaré.

—¿Alguien  se quejaría de ser repentinamente el doble de rico? —intentó bromear, con una sonrisa nerviosa.

—Hay todo tipo de personas en el mundo, Harry.

La respuesta no era la que se esperaba. De nuevo, aquella emoción extraña lo azotaba, y no podía evitar preguntarse en qué había cambiado con un mes, un solo mes, un simple mes.

Un mes.

¿Qué sería de él, entonces, cuando hubiesen terminado Hogwarts?

Cuando no se viesen a diario. Cuando no compartiesen clases. Cuando no tuviesen el mismo cuarto, las disputas por el baño, el desorden.

Cuando no pudiese ir hacia la cama de al lado y hablar durante horas.

Era la primera vez que tenía aquel pensamiento sobre lo que vendría luego de Hogwarts. En su mente, infantil hasta ese momento, el colegio aparentaba ser eterno, y no existía posibilidad de ser separado de sus amigos, de Draco.

Y ahora era consciente de que no.

De que terminaría.

De que le quedaban dos años para ser un adulto, tres para graduarse.

Un peso helado e incómodo se instaló en el fondo de su estómago. Tenía unas leves náuseas cuando se dobló desde el abdomen y enterró el rostro entre las manos.

—¿Harry?

Y ahí estaba él. Hablándole en un tono suave, que nunca había escuchado que utilizase para dirigirse a nadie más, apoyándose sobre los codos para alzarse y verlo mejor, cuestionándole con la mirada, sin juzgar.

Y tan veloz, tan impactante, tan atronador como el golpe de una bludger en la cabeza, Harry comprendía que quería que se quedase así de cerca por el resto de sus vidas. Una parte de sí le decía que era un deseo absurdo, la otra no lo escuchaba.

Nunca había experimentado un anhelo tan intenso como para marearlo y dejarlo desorientado. Y ese lo hizo.

Se enderezó, se aclaró la garganta y parpadeó a la nada un par de veces, incapaz de hilar un pensamiento coherente que le explicase, a él, a Draco, o a ambos, la situación.

—¿Qué pasa? —preguntaba, en voz baja, girando para quedar acostado boca abajo, de cara a él. Los ojos grises y preocupados no se despegaron de su rostro.

Harry boqueó. Las palabras no le salían. Incluso si lo hubiesen hecho, era probable que no hubiese sabido qué contestarle.

Silencio. Sólo silencio.

—Hey —le decía después, una ligera y genuina sonrisa crecía en su rostro—, puedo sentir el olor a quemado de tus neuronas mientras intentas pensar, Potty.

Luego reaccionaba para fruncir el ceño, pero al fin y al cabo, debió ser esa su intención, porque Draco se rio de él.

—Estás cumpliendo años, debería ser un día especial. ¿Qué haces pensando cosas seguramente tontas e innecesarias?

No dejaba de utilizar un tono suave. Mientras hablaba, deslizaba una mano más cerca de una de las de Harry. Podría jurar que se erizó cuando percibió el contacto tentativo, puntas de dedos contra nudillos, despacio.

Si hubiese sido alguien más, habría pensado que pedía permiso.

Cuando alcanzó a entrelazar sus dedos, el mundo entero colisionó dentro de su cabeza. Por la posición, encajaban a la perfección, pero sus palmas no se tocaban entre sí, a excepción del segmento bajo el pulgar. Draco tenía las manos frías; ni un mes, ni un año, ni un siglo, podrían cambiar la familiaridad de ese contacto.

Pero incluso así, tenía algo diferente. Los cosquilleos, el vértigo repentino que cesaba al instante, un ligero mareo, falta de coordinación. Harry no recordaba cómo respirar ni sabía que contenía el aliento, la palma le sudaba, tenía miedo, y estaba agradecido a la vez.

Y no quería que lo fuese a soltar.

Por supuesto, la suerte no estaba del lado de Harry Potter, y lo supo cuando alguien tocó la puerta y esta se abrió, dejándole paso a una cabellera tan desordenada como la suya, que se asomaba desde el pasillo con cautela. Como si temiese tomarlos por sorpresa.

Se tensó. James se paraba bajo el umbral, sosteniendo la puerta a medio abrir. Llevaba una leve sonrisa de cariñosa resignación.

Todavía tenían las manos unidas. Harry no se percató.

—Abajo se preguntan si el cumpleañero no piensa regresar para que tengamos pastel de tu madre —mencionó, en voz baja, cuidadosa—, el más insistente es Sirius. Va a venir a arrastrarte de vuelta si no se mueven.

Él no contestó. De momento, dejó en el olvido su habilidad de hablar.

—Ya baja —escuchó que respondía Draco, en su lugar. James lo observaba por un instante, luego asentía, y se retiraba sin decir nada más. Detrás de su padre, la puerta volvía a quedar cerrada.

Sólo cuando Draco bufó y se sentó, cayó en cuenta de que sus dedos seguían entrelazados y de lo que su padre acababa de presenciar.

Harry dudaba que, alguna vez, hubiese sentido un ardor mayor en el rostro. Al soltarlo y ponerse de pie, alisándose pliegues inexistentes del pantalón en esa manía suya que tenía desde siempre, Draco esbozaba una sonrisa que le hacía pensar en la que mostraba cuando acababan de ganar un partido de Quidditch.

Decidió no pensarlo demasiado.

0—

—…acérquense, acérquense. Sí, así, ahí están muy bien.

—¿Por qué tenemos que hacer esto? —Ron gimoteaba por lo bajo, ganándose codazos de su hermana menor, que lo instaba a sonreírle a la cámara, por las buenas o por las malas.

Cuando el primer flash los iluminó, Harry sintió el peso sobre su espalda, que lo hizo trastabillar, cuando Ginny se abalanzó sobre él, rodeándole el cuello con los brazos, y plantando un sonoro beso en su mejilla. Uno de sus brazos estaba atrapado por las manos de Pansy, que se reía de su expresión confundida. Otro flash.

—¡Gin, quítate de encima! ¡Pesas tanto como un escarbato! —la chica emitió un sonido ahogado, de indignación. La siguiente fotografía, probablemente, capturaba el instante en que Pansy lo reprendía por hacerle un comentario tan desagradable a una mujer, Hermione lo miraba mal, Ron contenía la risa, y Ginny le daba manotazos lo bastante fuertes para haberlo derribado, si no hubiese sido porque chocó con la pared y se apoyó en esta, en su prisa por escapar del punto de mira de ella.

—No podemos ni siquiera tomarnos una fotografía sin empezar a pelearnos —Draco se rio cuando dejó que Lep, agitando las orejas para elevarse, se metiese entre ambos, para distraer a la chica y otorgarle a Harry valiosos segundos para escabullirse de regreso al centro del grupo.

La sala estaba semi a oscuras, el bullicio se concentraba ahí. El pastel, sobre la mesa, tenía las velas apagadas y un hundimiento en la cobertura de crema de mantequilla, allí donde Ron y Ginny, siguiendo la preciada tradición de los gemelos en su lugar, lo empujaron contra esta. Harry todavía tenía algunas manchas de crema, a pesar de que intentó limpiarse bien en cuanto fue 'atacado'.

—Tu madre lo está disfrutando más que ninguno —observó Hermione, tranquila, con las manos unidas por detrás de la espalda.

Al otro lado de la mesa, los Merodeadores intentaban burlarse del grupo de adolescentes sin ganarse reprimendas de Lily, que sonreía con entusiasmo mientras sostenía la cámara. Los Parkinson estaban sentados a unos pasos de distancia, con sonrisas divertidas y hablando entre murmullos.

—Fue su idea —Harry se encogió de hombros con resignación. Acababa de abrir la boca para decirles que era suficiente, que quería comer su pastel, cuando sintió que un brazo lo rodeaba. De pronto, una colonia embriagadora le llenaba los sentidos, y le resultaba difícil hilar los pensamientos.

Draco estaba demasiado cerca.

—Nos vamos a comportar en esta, tía Lily —afirmó, alzando la mano libre, a manera de juramento. Al estrecharlo un poco más contra él, quizás sin darse cuenta, Harry quedó pegado a uno de sus costados—. Hey, chicos, pongan caras de que no rompemos un plato, estas seguro las ve mi madre. Y la suya también, Weasleys.

Aquello puso a Ron y Ginny en alerta. En cuestión de un parpadeo, formaban una línea, más que dispuesta para la foto, y tenían expresiones angelicales, que no servían para esconder por completo su diversión.

—Sonríe —la respiración de Draco le golpeó la oreja, que sintió que comenzaba a arder, junto con el resto de su rostro. Era una suerte que la fotografía no pudiese captar rubores, o habría quedado conmemorado que el chico le quitaba un poco de crema con el índice, se burlaba, se llevaba la mezcla a los labios, y Harry boqueaba, aturdido por sus acciones y el consecutivo flash—. ¿Yo podría llevarle una a madre? —preguntaba después, soltándolo y rodeando la mesa para acercarse a Lily.

Y Harry continuaba sonrojado e inquieto en el mismo sitio, preguntándose qué era lo que había pasado hace un momento.

0—

—¡Sirius, no!

—¡Sirius, sí!

—¡Sirius! —James intervenía en el debate de sus mejores amigos— ¡esto es increíble!

—¡James, no es para nada increíble! —Lily se mostraba por completo de acuerdo con Remus en que aquello era cruzar un límite. Peter, en medio de ambos bandos, alternaba la mirada entre uno y el otro, como si no pudiese decidir qué decisión apoyaba— ¡no le vas a regalar una moto a mi hijo, Sirius Orión Black!

Sirius soltó una de esas carcajadas aulladoras, histéricas, al agitar las nuevas llaves personalizadas con una "H" en el aire, frente a su cara. Harry las tomó por reflejo. Podría jurar que su madre estaba a punto de hechizar a alguien.

—Ya lo hice —dictó él, dando un salto y alzando los brazos en señal de victoria. Empezó a darle empujones en la espalda para apremiarlo a ir hacia el vehículo estacionado en el patio, dentro de las barreras antimuggles—. Anda, anda, cómo te he estado enseñando, cachorro, ¡sorpréndelos!

Harry se reía cuando negó, pero se subió al asiento de la moto nueva. Estaba llena de líneas blancas, similares a los dibujos de símbolos antiguos en los tatuajes de su padrino, y era, tal vez, más pequeña que la de este, para mayor comodidad. Su madre hizo un ruido ahogado cuando lo vio poner en marcha el motor, llevándose una mano al corazón.

—¡Sirius! —gritó, ganándose carcajadas de los adolescentes que estaban sentados en el pórtico de la casa, observando toda la escena. Incluso James, que elevaba los pulgares hacia él, lucía orgulloso. Al menos, hasta que su esposa lo notó— ¡tú sabías de esto! ¡James Potter, vas a matar a mi hijo!

—¡Es nuestro hijo!

—¡Es sólo mío cuando permites cosas como esta!

Junto a ellos, Remus se apretaba el puente de la nariz, Sirius se carcajeaba y Peter todavía estaba entre preocupado y confundido, murmurándole a Harry que tuviese cuidado si pretendía mover la moto.

—¡Esa moto no se va a mover y tú no vas a ningún lado, Harry!

Él tenía intención de ser un buen hijo y obedecerla, en serio la tenía, pero la vibración del motor era relajante, conocía de memoria las maniobras por las prácticas durante todo el verano en la moto de Padfoot, y bueno, la verdad era que no quería bajarse y dejar de probar su moto nueva.

—¿Sabes manejarla?

Giró la cabeza, ignorando los regaños de su madre a todos, menos Remus, aunque por alguna razón incomprensible, Peter  era incluido en el grupo de 'adultos irresponsables que perdieron la cabeza', como les llamaba ella.

Draco, con las manos metidas en los bolsillos, se había separado de los demás chicos para acercarse, y ahora estaba parado frente a la moto, admirando uno de los diseños antiguos. Harry sintió que su corazón se saltaba un latido y luchó por aclararse la garganta.

—Sirius me enseñó.

Era otro de esos temas de los que no le habló por cartas, porque quería ver su expresión al oírlo. En ese instante, Draco elevó las cejas, una sonrisa ladeada se extendía por su rostro.

De nuevo, lo invadía aquella impresión absurda de que se avecinaban los problemas, y sin embargo, no se hubiese molestado en evadirlos. Quizás resultase que le gustaban los problemas, al fin y al cabo.

—A ver qué haces —el asiento bajó y volvió a su posición inicial ante el nuevo peso, un agarre firme se cerró en uno de sus costados. Harry contuvo el aliento—. Voy a pedirle a mi primo Regulus una de estas cosas.

—¿Cre- crees que te la dé?

—Claro que no —se rio junto a su oído. Fue inevitable estremecerse—, pero se lo comentará a Sirius, y él me ayudará a conseguir una sin que tenga que decírselo.

Sonaba a algo que su padrino haría.

Cuando Harry puso en marcha la motocicleta, Lily calló por un segundo. Al elevarse, resguardados por las barreras antimuggles, su diatriba se reanudó con más fuerza, mientras le exigía a su esposo que bajase a su hijo y su amigo de ahí, y este retrasaba la tarea para darles tiempo de probar la motocicleta mágica.

0—

—…no puedo creer que hicieras lo que acabas de hacer, Draconis.

—Padrino- —el hombre le dirigió una mirada amenazante y se calló. Draco apretó los párpados por unos segundos, luego dejó escapar una exhalación. Sabía lo que venía, incluso antes de que hubiese abierto la boca y lo hubiese señalado con un dedo acusador.

—Pudiste matar a tu madre de un susto.

—No era mi intención —aclaró, en un susurro, quizás por undécima vez.

Para su mala suerte, cuando Narcissa y Snape atravesaron la red flú, Harry y él todavía estaban probando la motocicleta. Su madre, que entendía que no era responsabilidad de Lily o Amelia que tratasen con dos adolescentes 'dementes', fue directo hacia ellos y los hizo bajar, sin necesidad de alzar la voz ni la varita.

Draco prácticamente mantuvo la cabeza agachada mientras la escuchaba hablar, sin detenerse, sobre los peligros que suponían un vehículo como aquel, lo mucho que debía cuidarse como heredero de los Malfoy, y ahora, también de los Black, cuánto la preocupaba que su hijo, su único hijo, fuese a tener un accidente. No le replicó nada. No era capaz.

Si existía una persona en todo el mundo a la que no podía oponerse cuando actuaba así, esa sería Narcissa.

Cuando estaban en tierra y el asunto fue dejado de lado, su madre llenó de felicitaciones, buenos deseos y besos en la frente a Harry, que sonreía con culpabilidad bajo los mimos, hasta que se detuvieron. Luego ella, junto a la madre del cumpleañero y Amelia, se retiraron al interior de la casa, dejando a los Merodeadores hablando en voz baja, sobre el susto que también acababan de darle a Lily; Sirius no se salvaba de la ira contenida, pero fulminante, de Remus.

Snape, que acompañó a la mujer porque pensaba recoger a Draco ese día, era el que tomó la batuta para hacerle saber por qué lo que hizo estaba mal de mil formas diferentes. A veces, los dos podían ser igual de exagerados. Él optó por no hacer comentario alguno al respecto.

Más allá del pórtico, que era donde estaban sentados, Pansy se reía con nerviosismo, compartiendo el asiento de la moto nueva junto a Hermione, mientras su hermano las cuidaba con indiscutible atención, y Harry la encendía para ellas, sólo para que se moviesen un poco y la probasen también. Pansy chilló al avanzar y se echó a reír después, zarandeando a una Hermione igual de sorprendida.

—¿No era tu intención? —siseó su padrino— ¿que no era tu intención? Si supieras lo poco que me importa cuál sea tu intención, mocoso insolente, irresponsable, inmaduro tonto- Merlín, ¿al menos estás escuchando?

Harry se reía de las reacciones asustadizas de las chicas. Invitaba a Ginny a subir y ella le aseguraba que no iba a gritar 'como niña'. Parecía divertirse con los demás.

Draco no podía dejar de mirarlo.

Era como si no existiese nada más en el mundo, como si el resto se desdibujase y perdiese consistencia en torno a Harry.

Cuando se fue a Rumania un mes, no se imaginó que aquella sensación apremiante, urgente, impulsiva, volvería con tanta fuerza nada más verlo.

—No me estás escuchando —si desvió parte de su atención, fue más por el manotazo que recibió en la parte de atrás de la cabeza, que por voluntad propia. Emitió un débil quejido y se tocó la zona afectada, bajo los ojos oscuros de su irritado padrino—, estás completamente embelesado con el chico Potter. Compórtate, Draco, ¿qué crees que diría tu padre?

—No sé —musitó, frunciéndole el ceño—, él no me reconoce.

Severus estrechó los ojos, sin dejarse amedrentar.

—Diría que un verdadero Malfoy no se deja llevar por sus sentimientos de ese modo, Draco. Y lo sabes.

Con un bufido derrotado, se obligó a relajar su expresión, a pesar de que sus ojos todavía buscaban, por el patio y entre las personas, una cabellera desordenada.

Empezaba a ser preocupante lo que crecía dentro de él mientras lo observaba bromear con sus amigos.

—Sev —llamó al mago adulto, pero sin apartar la mirada del patio—, ¿puedes convencer a madre de que me deje quedarme a pasar la noche aquí?

—Se suponía que ibas a Spinner's End nada más llegar, después del cumpleaños del chico Potter.

—¿Puedes o no puedes? —insistió, ignorando el obvio recordatorio. Podía retomar sus clases de verano el día siguiente, o podría simplemente no hacerlo; ahora sabía que los sangrepura —de nuevo, los Weasley no contaban como sangrepuras decentes— eran los únicos que estudiaban durante las vacaciones, y se preguntaba por qué él tenía que hacerlo también, cuando podía estar ahí, con los demás.

Snape se tardó un momento en hablar.

—Pienso que deberías-

Se detuvo. Draco acababa de girar el rostro para mirarlo, atender a su respuesta.

Fuese cual fuese la expresión que tenía, causó que su padrino arrugase la nariz.

—Puedo intentar —aceptó, en voz baja—, pero no se supone que debas decírmelo a mí. No puedes sólo suponer que te dejarán quedarte si-

Draco no se quedó a escucharlo.

—Potter —capturó la atención de Harry, deteniendo su plática, cuando se acercó con largas zancadas—, ¿puedo quedarme a dormir esta noche?

Harry boqueó. Era absurdo que esa expresión aturdida hiciera que quisiese sonreír.

Era lindo.

Malditamente lindo.

—¿Yo también puedo? —intervino Ron, con un resoplido—. No quiero escuchar más peleas de los gemelos y Percy hoy.

—¡Yo tampoco quiero escucharlos! —lo secundó Ginny.

—Nunca me he quedado aquí —murmuró Pansy, con una sonrisita, enganchándose al brazo de Harry—, siempre son sólo ustedes dos. ¿No puedo quedarme un poco más hoy?

—Yo- yo- —Harry paseó la mirada por cada uno, deteniéndose, otra vez, en Draco— tengo que preguntarle a mi mamá.

—¡Mamá Lily! —fue Ginny la que echó a correr hacia la casa, para traerla.

Unas horas más tarde, la sala de los Potter estaría convertida en un cuarto de piso acolchado. Habría cinco adolescentes distribuidos entre los sillones y las almohadas del suelo —Hermione no consiguió permiso para quedarse—, que se dividían enormes boles de palomitas y golosinas, y se habrían apropiado del televisor de la sala, con una maratón de películas de terror.

—¿Dices que los muggles siempre se reúnen por esto? —preguntó Draco, haciendo girar una palomita de maíz entre sus dedos. Tenían buen sabor. Compartía una cobija amplia y almohadones con Pansy y Harry, y el bol de golosinas con este último, que asintió en respuesta.

Tal vez los muggles no tenían ideas tan tontas.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).