Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Luz de luna por BocaDeSerpiente

[Reviews - 24]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +


Capítulo cuarenta y siete: De cuando muchas cosas están cambiando (el registro imaginario entre ellas)

Draco deslizó el hilo por la abertura, hizo el nudo con un movimiento ágil, y se lo ofreció de regreso a Harry. Lep, que estaba sentado en medio de los dos, olisqueó el aire y mantuvo sus ojos curiosos en ellos durante todo el proceso, hasta que se lo puso y lo escondió por debajo de la ropa. El huevo de recogemagia, encogido en el interior de una caja de cristal plana, acababa de ser añadido al colgante con los pétalos de begonia, para que continuase absorbiendo las pequeñas dosis de energía durante el transcurso de su estadía en Hogwarts.

—Gracias…—murmuró, sin verlo.

En algunos momentos, a lo largo del mes que pudieron compartir de vacaciones después de que hubiese regreso del programa de dragones, Harry rehuía de su mirada y balbuceaba. En otros, lo atrapaba observándolo por largo rato, y aunque a una parte de él —para qué negarlo— le encantaba su atención y sentía que podía erguirse y enorgullecerse de sí mismo, de la manera más absurda posible, sólo por obtener una mínima fracción de esta, no estaba seguro de lo que pasaba.

No quería estarlo, hasta que hubiese comprobado el pensamiento que rondaba por su mente desde comienzos del verano.

Jodido Charlie.

Jodidas teorías.

Estúpidos consejos Weasley. Nunca volvería a escucharlos. No tendría que habérselo preguntado, en primer lugar, ¿quién lo mandaba a tener unos instantes de idiotez y hufflepuffsidad frente a él?

Cuando lo recordaba, tenía que apartar la mirada de Harry, aclararse la garganta, y hacer un esfuerzo por vaciar su cabeza. No podíapermitirse albergar ese tipo de pensamientos.

En esa ocasión, apoyó el brazo sobre la parte alta del respaldar de los asientos y se estiró, con la intención de ver el trayecto sinuoso que los thestral del colegio recorrían para llevar sus carruajes, año tras año.

—…oh, es bonito que seas tú quien se lo acomode para que pueda llevarlo consigo —para su buena suerte, y desgracia, Luna había tomado el puesto junto al suyo, así que era inevitable encontrársela de frente cuando se ponía de costado para observar cualquier punto lejano, excepto a Harry.

—No empieces —advirtió, en un susurro contenido. Ella tenía esa sonrisa soñadora, distraída; estaban tan cerca de Pansy, Granger y la Comadreja, que temía que pudiesen detener su incesante charla en cualquier instante, por un comentario fuera de lugar que la chica pudiese realizar.

Luna, por supuesto, no era de hablar con claridad normalmente, ni mucho menos soltaría todo aquello de lo que le habló en las cartas que enviaba cada semana, con un búho diferente al que le llevaba las notas a Harry con el resumen de su día.

Harry. Harry, Harry, Harry.

Por Merlín. ¿En todo lo que hacía tenía que estar el idiota?

Draco bufó. Flexionó el codo sobre el respaldar del asiento y apoyó el mentón en su brazo. Todavía miraba hacia afuera.

Junto a él, Luna imitó su postura, al revés, de modo que se veían cara a cara desde una distancia de pocos centímetros. Ella llevaba los ojos del suelo de tierra a las copas de los árboles; quién sabía lo que buscaba.

—No tiene nada de malo, lo entiendes, ¿no es así?

—Te dije que no empezaras.

—Es que pienso que debes hablar con alguien sobre esto —Luna le tocó el brazo, en muestra de apoyo, y tuvo que resistir la tentación de apartarse como si el contacto le quemase. No es que fuese por ella, podía decirse que estaba más acostumbrado a sus arranques de afecto, sino porque sabía que no le gustaría el tema que pretendía abordar—, y sé que no lo harás con él.

Enterró el rostro en su brazo, olvidándose de la idea de distraerse con el paisaje familiar. El aire tenía una densidad humedad que también le era usual, y sin embargo, también un aroma extraño, almizclado, al que no podía asignarle un origen.

Era agradable, y al mismo tiempo, encendía una vaga señal de advertencia dentro de su mente. Lo incomodaba, no lo suficiente para preocuparse, pero sí para notarlo.

Sentir la mirada fija de Harry, igual que una aguja clavada en la parte de atrás de la cabeza, no ayudaba a que pudiese relajarse. Como deseaba, aunque fuese por un día, que estuviesen en Casas diferentes; en cuanto pisasen Hogwarts, tendrían que ocupar la misma mesa por el banquete de bienvenida, después retirarse al mismo dormitorio, y Draco empezaba a dudar de que estuviese listo, psicológicamente, para enfrentar lo que creía se avecinaba.

En verdad, tenía que dejar de pensar en ello.

—No quiero hablar de eso con nadie —masculló entre dientes. Ajenos a su conflicto existencial, los demás continuaban con su trivial plática, y lamentaba tanto no poder unirse.

Las ideas le daban vuelta en la cabeza, se arremolinaban, se mezclaban. Era difícil distinguir una de la otra.

El aroma almizclado se intensificó por un momento, hasta ser casi insoportable, y tosió sin darse cuenta por una sensación de asfixia. Media fracción de segundo después, ya había pasado y no lo percibía.

Se enderezó para dar un vistazo alrededor. Luna, todavía a un lado de él, parpadeaba, como sacada de un sueño de golpe.

—¿Sentiste…?

Ella asintió, despacio, sin dejarle terminar su pregunta. Él miró hacia atrás, por encima del hombro. Harry hablaba con los dos Weasley, Hermione lucía distraída cuando le hacían una pregunta y se demoraba un instante en responder, Pansy acababa de arrugar el entrecejo.

—¿No te estás preocupando por otra cosa, para no pensar en lo que en verdad te tiene así? —la vocecilla de Luna, por supuesto, no podría ser más que una recriminatoria y suave consciencia, que él no recordaba haber pedido en ningún momento.

La observó con el ceño fruncido, pero como era de esperarse, a ella no le importó. Luna le devolvió la mirada, con calma. Luego esbozó una sonrisa dulce.

—¿Sabías que a mí también me gusta alguien?

Draco no pudo evitar elevar las cejas. La idea de que a Lunática le gustase alguien, vaya. Bueno, para gustarle una persona, primero tendría que prestarle atención, fijarse en ella. No se imaginaba a Luna dejando de divagar, por quien fuese.

—¿Desde cuándo? —se le ocurrió preguntar, pensativo. No recordaba haber visto señales al respecto, y su amiga no podía ser más obvia con ciertos temas. Tendría que haberla descubierto, ¿qué le pasaba?

—Oh, no hace mucho —explicaba ella, feliz—, sí, es algo bastante reciente, diría yo. Es una emoción divertida, aún no es fuerte. Reciente, sí. Muy reciente.

—¿Quién es?

Luna se limitó a sonreír, sin mirarlo, ni a ninguna dirección en particular, así que él resopló. Bien, era justo. Él tampoco le dio el nombre de su problema.

Rodó los ojos.

—¿Y piensas hacer algo al respecto?

—¿ qué piensas hacer? —replicó, volviendo su atención, de nuevo, hacia él.

—No estamos hablando de .

—Pero te gusta hablar de ti —siguió sonriendo—, hablemos de ti. ¿Qué vas a hacer con él?

Estaban por llegar al castillo, ya se podía ver la extensión de césped que separaba los caminos de entrada de la estructura principal. Draco volvió a esconder la cabeza entre los brazos. El movimiento del carruaje podía ser tranquilizante, si no pensaba en nada, si imaginaba que Luna, que sabía la verdad, no estaba aguardando su respuesta a un lado.

Odiaba el momento en que decidió acercarse a ella.

(No, no era verdad)

—Ya veré qué hacer —susurró. Cuando cerró los ojos, con intención de serenarse lo suficiente para presentarse en el banquete, frente al resto de Sly, la imagen de una sonrisa amplia, de un chico que intentaba dejar de reír sobre su motocicleta nueva, invadía su cabeza.

Oh, estaba tan, tan jodido.

0—

—…Leporis. Leporis. Por Merlín, ¿qué es lo que está mal contigo, rata fea? —cuando sostuvo al conejo de los costados y lo alzó, de manera que pudiese dejarlo a la altura de su rostro y examinarlo con un vistazo, escuchó la risa de Harry a sus espaldas. La emoción agradable que le llenó el estómago lo hizo resoplar.

Idiota. Idiota. Idiota.

No seas un idiota.

Mientras se reprendía a sí mismo, el conejo aprovechó para pasarle la rasposa lengua por la punta de la nariz. Draco, rígido, la arrugó después, emitiendo un débil quejido. Harry se reía más fuerte.

Lep no dejaba de mover la cabeza y olisquear, e incluso cuando lo sujetaba en el aire, sacudía las pequeñas patas, como si fuese a echar a correr en cualquier despiste que tuviese. No lo dudaba. Desde que se bajaron de los carruajes, el animal se salió de su capa y no obedecía, no se acercaba cuando lo llamaba, ni se quedaba quieto.

Durante el banquete de bienvenida, se subió a la mesa y se comió parte de la cena de una desconcertada Daphne, a pesar de que Draco lo regañó. Harry tuvo que atraparlo y ponerlo sobre sus piernas para que se detuviese, o habría continuado metido de cabeza en el plato de la chica, que por pura suerte, se comenzó a reír de la travesura en lugar de tomarlo a mal. De por sí, ya había cierta tensión entre él y la mayor de las Greengrass; no tenía ganas de empeorarlo.

Cuando salieron del comedor, Lep corrió lejos de ellos y se perdió de vista, hasta que entró a la Sala Común, escabulléndose entre los pies de un grupo de Slytherin menores que llegó después de que hubiese guiado a los de primero. Los últimos minutos estuvo dando vueltas por el cuarto, saltando de su cama al baúl, al piso, y de regreso, atravesándose en el camino de cada uno cuando se dirigían al baño. Incluso llegó a tumbar el libro de Nott por error, que bufó, le pidió que controlase a su mascota, y se fue a leer a la Sala Común.

Draco no podía creer que su adiestramiento estuviese fallando. Durante el largo rato que observó al conejo que cargaba, con los ojos entrecerrados en una advertencia silenciosa, Harry dejó de burlarse de que hubiese encontrado al animal metido en uno de sus zapatos, hecho un bulto peludo del mismo color de la tela, y hubiese soltado un grito ahogado cuando casi lo pisa.

Estúpida rata fea. Hubiese sido su culpa, no de él, si lo hacía.

Y que aun así, tuviese un ligero sentimiento de culpa, era lo que más lo frustraba.

—Compórtate —ordenó, al dejarlo de vuelta en el suelo. Fue inútil, claro, porque nada más sentir la superficie sólida bajo los pies, echó a correr de nuevo, ante un sorprendido Draco, que no entendía qué le pasaba ahora—. Es oficial: se volvió loco.

Se dejó caer hacia atrás, sin importarle que rebotase y quedase sentado sobre el borde del colchón de su compañero. Harry, sentado con las piernas recogidas y en pijama, le abrió un espacio para que se acomodase, y ambos observaron al conejo dar otra vuelta por el cuarto, olisqueando, agitando las orejas, cambiando de color su pelaje, sin motivo aparente.

—No creo que sea para…—Harry se interrumpió a sí mismo cuando Lep saltó y atrapó el pomo de la puerta con la boca, y se quedó ahí, colgando, moviendo orejas y cola en vano.

—Se volvió loco —repitió él, señalándolo, como si aquella pudiese ser la prueba irrefutable de sus desgracias. Su compañero se rio.

Y no debería ser justo que volviese a tener esa sensación cosquilleante en el estómago al oírlo.

—Algo le pasa —lo codeó, a manera de reprimenda, y ya que Draco, por cuestiones de orgullo, se negó a bajarlo de ahí, rodó los ojos y utilizó un encantamiento para levitar al conejo y despegarlo del pomo. En cuanto lo regresó al suelo, sin embargo, siguió recorriendo el dormitorio como si no hubiesen pasado suficientes años en las mazmorras para conocer cada recóndito lugar.

—Sí, que se volvió loco —insistió, ganándose una mirada de reprimenda—. Eres un suertudo, Hedwig no hace nada.

Era verdad. La lechuza se dejaba acariciar el plumaje, enviaba y traía cartas sin que tuviese que suplicarle como a otras, a veces lo picoteaba en el dedo por no visitarla seguido, o exigía una golosina que llevase en el bolsillo de la túnica, ¿pero qué lechuza no lo hacía?

En cambio, estaba seguro de que los conejos no pegaban la nariz a las ventanas y empañaban el cristal con su respiración, como si esperasen que algo surgiese del otro lado.

Draco se rehusaba a perseguirlo por más tiempo, así que se recostó en la cama, retorciéndose y estirándose con el cansancio acumulado que suponía el viaje en tren. Si no fuese por Pansy y Harry, tomaría un flú directo al dormitorio de Snape o le diría a Lía que lo depositase en la entrada, a media tarde, para acomodarse como mejor le pareciera, antes de que el resto de los estudiantes hubiesen llegado.

Cuando giró la cabeza, rozó la sábana y se lamentó de que estuviese limpia y recién cambiada. No olía a Harry.

No es que él estuviese buscando su olor, por supuesto. Sería ridículo.

—…tienes que ser más amable con el pobre Lep —decía Harry, levantándose para ir por el conejo. Lo apartó del cristal y dejó que se deslizase dentro del cuello de su pijama, y saliese por una de las mangas, atrapándolo cuando hizo ademán de volver a saltar—. Él te soporta todos los días, año tras año. ¿Estás cansado de eso, Lep? ¿Quieres escaparte de Draco? ¿Quieres venir a dormir conmigo esta noche? —ofrecía en tono meloso, abrazando al animal contra su pecho, y ganándose una lamida en la barbilla que lo hizo reírse.

El estúpido conejo también era suertudo.

Draco emitió otro bajo quejido y se cubrió los ojos con un brazo. Deja de pensar en eso, deja de pensar en eso, déjalo.

Maldito Charlie.

Malditas pláticas.

Estaba en su momento de desprender odio al mundo, cuando sintió la presencia junto a la cama. Decidió ignorarlo.

—…hey.

No contestó.

—Oye —protestó Harry—, ¿no te piensas parar?

Soltó un vago sonido negativo y se acurrucó entre las cobijas, como si estuviese por irse a dormir. Su plan estaba resultando bastante bien, hasta que un peso ligero se asentó en su pecho, y al instante siguiente, cuatro patas diminutas correteaban encima de él.

—Te odio —susurró, sin sentimiento. Lep se aproximaba a su cara y olisqueaba, contento—. A ti también te odio, bola de pelos sucia —agregó, el pelaje le presionaba la barbilla, y movió la cabeza lo suficiente para rozarle a manera de caricia. El conejo le devolvió otra lamida, que lo hizo quejarse y apartarlo, dejándolo sobre el colchón.

—Arriba, arriba —lo apremiaba su compañero, gesticulando con las manos.

Draco se sentó, con los brazos caídos a los costados, el conejo intentando subirse a sus piernas, y pensó, no sin cierta diversión, que la imagen de Harry desde abajo, a punto de subir a la cama, en medio de las semi penumbras del cuarto, era, bueno, interesante, sí.

Con otro ruido ahogado, se volvió a echar hacia atrás para caer sobre el colchón, se tapó la cara con las manos, y suplicó por olvidarse de lo que acababa de pensar. Lep le lamía la mejilla con entusiasmo, quizás para animarlo.

Por una abertura que dejó entre dos de sus dedos, aún divisaba a Harry, cruzándose brazos y exigiéndole que le devolviese su cama.

—Algunas personas dormimos por las noches, ¿sabes?

—Curioso. Creí que dormías de día nada más, cuando estábamos en clases de Binns —su respuesta lo hizo ganarse un golpe con la almohada, por el que se retorció falsamente, como si hubiese sido herido de algún modo.

—Muévete, muévete.

Meneó la cabeza.

—Vamos a cambiar de cama hoy —ideó, estirando brazos y piernas para ocupar toda la extensión que le fuese posible con el mínimo de esfuerzo. Lep, que se hizo un ovillo sobre otra de las almohadas, pareció comprender el punto.

Harry resopló, bajando el brazo que sostenía la almohada asesina.

—¿Cuál es la diferencia? La tuya está ahí —señaló a la cama contigua, a sólo un metro de distancia—, no seas flojo y cámbiate para allá, y podré dormir.

—Me quiero quedar aquí hoy —dictó, entrecerrando los ojos, para hacerse el dormido, sin dejar de prestar atención a su reacción. Él emitió un sonido de frustración y amenazó con otro almohadazo, que Draco esquivó al recoger las piernas y estirarlas después de que hubiese ejecutado su golpe maestro.

—Es lo mismo, por Merlín.

—No.

—¿Qué tiene mi cama que la tuya no?

A ti, básicamente. Pero no pensaba en que durmiesen juntos.

—Nott está más cerca —abrió los ojos por completo y apuntó a la cama del otro lado, donde el mencionado acababa de llegar. Theo estaba agachado junto a su baúl, dejando el libro recién terminado para cambiarlo por, suponía, uno que no se hubiese leído todavía. Si no lo hubiese visto atravesar la puerta y cerrarla, ni siquiera hubiese notado su presencia.

Harry arrugó el entrecejo, pasando su mirada de él a Nott y viceversa.

—¿Y eso qué?

—Nott y yo hablaremos mal sobre ti toda la noche, apenas te vayas a dormir. ¿Verdad que sí, Nott? —pidió apoyo, elevando la voz, a pesar de que sabía que el chico estaba al tanto de su conversación sin sentido.

—Ajá —replicó este, desinteresado, dando vueltas a las páginas del libro que acababa de recoger, como si buscase un fragmento en particular. No los miró—, como hacemos todas las noches, ¿es que no lo sabías, Potter?

El aludido boqueó, todavía sin dejar de observarlos a ambos.

—No es verdad —murmuró, aunque sonaba más a una pregunta que afirmación. Draco tuvo que hacer un esfuerzo por contener la risa.

—Claro que no, Potter —volvió a flexionar las piernas para escapar del golpe de la almohada, en vano; esa vez, sí le dio.

—Sólo por las mañanas, cuando todavía estás dormido —añadió Nott, con un tono serio, todavía centrado en el libro.

—Sí, cada mañana. Desde primer año —siguió Draco, sonriéndole burlón—. Es que duermes mucho.

Nott asintió al mismo tiempo que él, en señal de acuerdo.

—Debería cambiarme al cuarto de Zabini —Harry le pasó por un lado, fingiendo indignación, y tomó en brazos al conejo, de nuevo. Lo abrazó y se lo llevó hacia la cama contraria, la que sí era de Draco, donde se sentó—. Tú sí serás un buen compañero, ¿cierto?

Cuando se acostó en la cama que no le pertenecía, haciéndole un hueco al conejo, se arropó y le dio la espalda a Draco, que continuó mirando la silueta que dejaba bajo la cobija, sin poder creer que fuese en serio lo de irse a dormir. No pasarían de las diez de la noche.

Al hacer ademán de sentarse, se percató de que Nott, con el libro que debía haber estado buscando, estaba de pie en el espacio entre la cama que tenía 'prestada' y la suya.

—Excelente apoyo, Nott —alzó el pulgar, pero su compañero tenía una expresión seria y difícil de describir, que se suavizó, sólo un poco, cuando sacudió la cabeza y sonrió. Era una sonrisa pequeña, pero una, al fin y al cabo, y era de por sí, bastante extraño en él.

—Tal vez fastidiarlo no sea la manera —le tocó con el libro en la cabeza, sin aplicar ninguna fuerza. Draco frunció el ceño, viéndolo recostarse y acomodarse entre las almohadas, para retomar su lectura nocturna.

—¿La manera de qué?

El chico se limitó a encogerse de hombros.

—Tú sabrás.

Draco lo observó durante largo rato, enfurruñado y a la espera de una explicación que no llegaría. Resignado, y en parte acostumbrado a su actitud, se levantó para buscar el telescopio mágico en su baúl. En silencio, como si se tratase de un acuerdo tácito para que uno pudiese dormir y el otro leer, lo instaló junto a la ventana, dio inicio a la proyección del cielo y se sentó en el alféizar.

No se dio cuenta de que un par de veces su mirada se desvió desde la proyección mágica hacia la cama junto a él. Nott sí, aunque, claro, no hizo comentario alguno.

A la mañana siguiente, Harry se despertó alrededor de cuarenta minutos antes de lo normal, y al arrastrarse fuera de la cama, con el conejo sobre un hombro, los encontró compartiendo el lavabo de dos plazas; Nott se cepillaba los dientes, él se amarraba el cabello, que ya le llegaba por debajo de los hombros. No lo dejaría crecer más que eso.

Codeó a su compañero y le envió una señal, a través del reflejo del espejo.

—…y sus lentes —murmuró, como si no se hubiese percatado de la presencia de Harry—, son la cosa más horrenda que he visto en mi vida. Potter tiene tan mal gusto.

—Tan, tan mal gusto —Nott le siguió el juego, con voz cansina, después de haber escupido la crema dental.

—¿Es en serio? —Un adormilado, y tal vez también lindo, Harry se cruzó de brazos y formó pucheros. Draco no se molestó en disimular que lo veía fijamente desde el espejo. Sonrió, fingiendo inocencia.

—Buenos días, Potty.

—Buenos días, Potter —lo imitó Theo, que se dedicó a peinarse con calma, como si no escuchase la discusión absurda que tuvieron después.

0—

Draco estaba cambiado y era preocupante para Harry. Puede que algunas de las alteraciones de su rutina diaria fuesen mínimas, apenas perceptibles, pero luego de cinco años de convivencia, incluso el menor fallo o diferencia, no podía pasar desapercibido.

No para él, que le seguía con la mirada desde el preciso momento en que entraba a una habitación, y todavía no se daba cuenta de que lo hacía. Si lo pensaba en retrospectiva, no entendía cómo fue que resultaba tan obvio y ninguno de sus amigos era capaz de decírselo.

Por las mañanas, siguiendo esos parámetros del registro imaginario que creía haber olvidado cuando se adaptó a la vida en el colegio de magia, se levantaba de primero en el dormitorio que compartían, se tomaba su tiempo en el baño, y si era necesario, lo despertaba y hacía salir de la cama cuando las cobijas estaban cálidas y el exterior frío, y él no quería abandonarlas ni enfrentarse a ese mundo fuera de las paredes de su cuarto, porque significaba que tenía que ir a clases. Sin embargo, lo descubrió un par de veces, cuando debía estar distraído u ocupado, tarareando una melodía por lo bajo que después, gracias a Pansy, se enteraría de que era una canción de Rumania sobre magos y dragones, con un final bastante tétrico.

Fue una de las primeras cosas que notó.

Lo siguiente era que ya no se molestaba en arrastrarlos a comer a una hora diferente a la de la concentración del cuerpo estudiantil. Iban con Pansy, que les daba un beso a cada uno en la mejilla, y luego directamente a tomar el desayuno.

Ocurrió en una mañana al comienzo de la semana inicial de clases, Pansy estaba sorprendida de verlos aparecer tan temprano desde el dormitorio de chicos, Harry tenía tanto sueño que no dejaba de tallarse los ojos por debajo de los lentes, y Draco los llevó del brazo hacia el comedor. Se sentaron en su respectiva mesa, conversaron, comieron. Ni por un instante, miró hacia otra parte, prestó atención a lo que fuese que pudiesen decir, o se preocupó porque alguien hablase de su mejor amiga.

Hablaba más, también. No que Draco no hablase bastante de por sí —Merlín sabía que algunas veces era un tormento cuando comenzaba a quejarse de su molestia o indignación del día—, pero hasta entonces, sólo lo había visto pasarse horas conversando con Pansy, bromear con ellos, o discutir ciertos temas, en voz baja, con Nott, durante los intercambios que tenían en las mañanas.

Un día, veía a Draco diciéndoles algo a las hermanas Greengrass, y Pansy y él se miraban con curiosidad. Y antes de que se diesen cuenta, Zabini y su amigo discutían, riéndose, de la más reciente tontería de Crabbe y Goyle; ellos dos no tenían idea de en qué momento ocurrió o lo que pasó, ni se explicaban cómo era que Draco  lo sabía.

En otras ocasiones, lo atrapó murmurando en clases, cuando el profesor estaba concentrado en otro asunto, o dejándolos por un rato, porque Zabini les consiguió una porción del campo de Quidditch para un partido dos a dos con sus compañeros de cuarto (y sus palabras eran entonces: "te invitaría, pero no podemos sacar la snitch, y serías una desventaja en número y posiciones para uno de los equipos, así que…"). También empezó, en algún punto, a contestar las preguntas que le hacían cuando estaba de regreso de esas tardes en que, de pronto, se desaparecía y no volvía por horas.

Lunática y yo le dábamos comida a un thestral recién nacido en el bosque —Soltó una de esas tardes, más interesado en la manzana verde que se comía que en ellos, a medida que cruzaba la Sala Común, en que Pansy y él estaban instalados con una tarea en la que le ayudaba.

Estaba con Snape. Laboratorio, pociones avanzadas, mucho bla, bla, bla, y "deja de ser un insolente, mocoso" —dijo otro día, imitando un tono grueso y severo, que hizo reír a su mejor amiga.

Fui a mandarle una carta a Charlie para preguntar por Harriet y me distraje en el camino. Granger me pidió un favor y ahora me di cuenta de la hora que es, ¿comieron sin mí? —inquirió una vez que llegó alrededor de la hora de la cena.

Había tomado los juegos de ajedrez con Ron como una tradición sagrada semanal, y no le importaba ir hasta al Sala Común de Hufflepuff por su cuenta; incluso, podría jurar que se memorizaba el ritmo de la contraseña, para no tener que esperar a Ron. Caminaba con Luna en los pasillos, a pesar de que elevaban un coro de murmullos cuando ella llevaba pendientes extravagantes o le regalaba otro de esos collares extraños de materiales aparentemente reciclados, y en algunas oportunidades, se sentaba en la mesa de Ravenclaw, sumiéndose en una de esas conversaciones con Hermione en la que sólo pocos Ravenclaw o Pansy podían intervenir, sin quedar como ignorantes.

Sus días se desorganizaron y reagruparon, de una manera que resultaba incomprensible para Harry. Nunca sabía cuándo Draco podría o no quedarse con ellos, y le surgían compromisos de la nada, como cuando les avisó que no podía acompañarlos a la biblioteca porque prometió intentar entrenar a Astoria Greengrass sobre la escoba, a ver si serviría para el equipo de Sly, o faltó a una cena porque hizo un trato con los gemelos Weasley para vender algunos de sus inventos entre los estudiantes menores y hacer pruebas (y añadía, al final del aviso, un divertido: "¿olvidé decirles?").

Además, el cambio más notorio, según él, era su comportamiento en público. El Draco que se burlaba, lo fastidiaba, y podía relajarse, el que era de ellos, el que otros no se imaginaban, se convirtió en el Draco de cada día.

Se reía, contaba sus historias frente a los demás Sly. Dejaba, poco a poco, de ser rígido, estricto consigo mismo, de un modo evidente, y a la vez, no del todo.

Aún tenía sus tareas listas con anticipación y nunca lo veía sufrir por ensayos atrasados o temas que no comprendía para los exámenes, asistía a las prácticas de Quidditch, llegaba puntual a todas las clases, mantenía el uniforme en regla, incluso cuando se estaba dejando crecer el cabello. No alzaba la voz, ni era escandaloso, conservaba una máscara de indiferencia para los momentos oportunos, y sin embargo, una tarde iba con la escoba sobre el hombro, caminaba de reversa mientras hablaba con Pucey, hacía un comentario inapropiado hacia un grupo de Hufflepuff, y cuando uno de ellos se volteaba con el rostro rojo, Draco le guiñaba.

Pansy dijo que le acababa de coquetear, con una expresión tan aturdida como si la hubiese golpeado una bludger por primera vez en su vida. Harry no se sintió menos sorprendido. Aquello  era nuevo.

Y a pesar de que a Harry le quedaba un sabor amargo en la boca cuando lo veía dejarlos, de nuevo, porque tenía que hacer algo más o ir con otras personas, y era difícil intentar dar con una explicación de por qué pasaba algunas tardes más inquieto luego de que ocurría, también estaba la contraparte. Un cambio, uno que era sólo suyo, del que nadie más sabría. Un pequeño secreto que les pertenecía a ellos dos, en base a un acuerdo implícito de ni siquiera mencionárselo a otros.

Ahora que sus amigos tenían obligaciones aparte como los Prefectos de Slytherin, algunas noches, Pansy no podía acompañarlos a causa de una ronda. Entonces Draco se cambiaría al sofá en que él estaba, incluso si tenían que flexionar las piernas para hacerse un espacio, y le contaría alguna de sus extrañas historias o le hablaría de cualquier tema que se le pasase por la cabeza, en voz baja, confidente, como si no quisiera que ninguna persona diferente a él se enterase, aun si no aparentaba tener importancia.

—…tiene las escamas brillantes y son medio ciegos de nacimiento —dijo en una ocasión, simulando garras con los dedos. Sus ojos brillaban cuando hablaba del programa de Rumania, y aunque a Harry todavía le fastidiaban tantas menciones a Charlie y algunos compañeros que tuvo, poco mayores que él, no podía negar que le agradaba verlo así—. Sus garras son de cristal y no se notan desde lejos, así que es difícil saber cuándo van a atacar, a menos que la luz le dé en un ángulo exacto. Cuando aspiran —tomaba una profunda inhalación a manera de muestra, haciéndolo reír—, se siente como si te jalasen por lo fuerte que lo hacen, y cuando gruñen —imitaba un gruñido animal. Él se mordía el labio para no carcajearse en medio de la Sala Común, o llamaría la atención del resto. No quería eso—, la tierra se sacude. Envían ondas de sonido que los ayudan a ubicarse. Siempre saben dónde están sus cuidadores, no hay forma de engañarlos.

—…creo que destinaría una buena parte a cosas que me gustan —le contaba en otro momento, con aire meditabundo, cuando mencionaron la herencia Black. Los dos tenían las cabezas apoyadas en la parte alta del respaldar del asiento y las piernas extendidas al frente, sus pies se movían y tocaban cada poco tiempo; fingían no darse cuenta—. Imagina: tendré un laboratorio tan grande y lleno de ingredientes que podré invitar a Snape y le dará envidia. Mi biblioteca será igual que la del Palacio Parkinson, cuando ellos todavía vivían ahí, y el jardín- definitivamente, tendría un jardín.

¿Y ese repentino interés por las plantas? —se burlaba Harry, codeándolo. Draco le devolvió el gesto, negando— ¿o es que piensas tener un sitio donde puedas recibir a Harriet?

A madre le gustan y no podría vivir en un lugar sin patio —él se encogió de hombros, luego rio—. Me quedaría con ella si pudiese sacarla de la Reserva.

Nada mejor que una dragona guardiana, ¿no?

Bueno, sería una linda mascota para amenazar a los invitados indeseados. "Harriet, quieta. Harriet, muérdelo. Harriet, prende la chimenea por mí" —dictaba, sacudiendo un dedo acusador en el aire, como si diese órdenes a un dragón imaginario. Harry se echó a reír.

Entre los pequeños, apenas perceptibles, detalles que Draco tenía con él, estaba ofrecerle algunos de los chocolates Malfoy que su madre enviaba, aparte de los que ya recibía de por sí en la caja semanal.

—…prueba este, a ver. Es un sabor nuevo —le tendía un bombón relleno de caramelo cambia-sabor, con un envoltorio plateado que le devolvía su reflejo.

—¡Oye, Malfoy! Yo también quiero algunos, ¿estás repartiendo? —Zabini se estiraba por encima del sofá que ocupaban y hacía ademán de rodear los hombros de Draco, que le daba un manotazo para apartarse de su abrazo.

—No, vete a la mierda.

Y Harry los veía discutir falsamente, mientras probaba los dulces más recientes.

O hacerle preguntas que no se esperaba.

—¿Terminaste el ensayo de Pociones? —cuando Harry negaba, soltaba un débil bufido— ¿quieres que te preste el libro que Snape usa para dar clases?

—¿Puedes hacerlo?

—¿Por qué no? Yo hago mis ensayos de ahí. Le diré que me falta una parte.

—¿Pasamos por las Tres Escobas? —le preguntó otro día, de camino a Hogsmeade.

—¿Qué quieres para navidad? —lo sorprendió que cuestionase en otra oportunidad, después de haber estado observando por una de las ventanas de la biblioteca, con una expresión pensativa y seria. Él se rio al caer en cuenta de que aquel era el asunto al que le daba vueltas para poner esa cara, y Draco no entendió qué le hacía gracia.

Pero, sin duda alguna, lo que más le gustaba, era cuando terminaba las rondas de Prefecto, los lunes, martes y viernes por la noche.

—…psst, Harry. Harry. Psst —Draco corría las cortinas de su dosel para conseguir una rendija estrecha, por la que se asomaba. Sonreía, burlón—. ¿Te dormiste?

Él emitía un sonido vago, somnoliento, y se giraba en la cama, envuelto en cobijas. Lep, que se acostaba sobre su pecho o en sus almohadas cuando su legítimo dueño no estaba en el cuarto, se deslizaba lejos y se removía hasta volver a estar en alerta, o se acurrucaba y seguía dormido hasta la mañana siguiente.

—¿Terminaste tu ronda? —bostezó, tallándose los ojos. Draco le ofrecía los lentes; sin ellos, el entorno de la cama era difuso y oscuro, y si no hubiese sido por la palidez del otro, no lo hubiese distinguido del resto.

—Acabo de terminar.

—¿Qué hora es?

No sabía a dónde había dejado la varita antes de cerrar los ojos, distraído como estaba observando el mapa y el trayecto de los Prefectos en las viñetas que caminaban por el castillo. Le daba pereza utilizar un accio en ese momento.

—Tarde —Draco se reía por lo bajo. El colchón se hundía a un lado de él, donde el chico apoyaba las rodillas al subir. Lo miraba desde arriba—. ¿Quieres salir?

—¿A dónde? —otro bostezo, se cubría la boca. Draco murmuraba sobre lo dormilón que era y él le sonreía en disculpa.

—No sé, ¿a dónde quieres ir?

La pregunta se había hecho común. Sus constantes caprichos, ligeramente más flexibles ese año, consistían en paseos nocturnos, escapadas a la cocina por bocadillos, búsquedas infructuosas y que carecían de sentido, colarse a la sección prohibida de la biblioteca. Cuando tenía algo en mente, en particular, preguntaba si lo acompañaba; cuando no lo tenía, o no lo debía considerar urgente, Harry era libre de elegir su próximo destino.

Él no le pedía que le dejase elegir, como tampoco que lo invitase a salir. Ni se negaba.

Se retorcía bajo las cobijas, mascullaba, y después se sentaba con un esfuerzo, estirándose.

—¿El campo de Quidditch? —ofreció, dubitativo.

—Déjame buscar las capas de amuletos de calor.

Y antes de encontrarse del todo despierto, Draco ya le tendía su capa nocturna y la de invisibilidad, los mapas en la otra mano. De algún modo, hacía parecer que no necesitaba de las horas de sueño que perdían por sus caprichos.

—Esto nos está empezando a quedar pequeño…—murmuró, bajo la capa, que Harry tenía que cuidar más ahora, para evitar que se viesen sus pies.

—Es tu culpa. Deja de crecer —le espetaba él, con la ligera amargura de saber que todavía no lo alcanzaba, y cada vez que estaba por lograrlo, Draco tenía otro estirón. Maldita genética Potter.

Hablaban en susurros, cuando no estaban en peligro de ser encontrados, durante el resto del trayecto.

Podían pasarse algunas horas tirados en el césped del campo, mirando el cielo y conversando, sólo callados, hombro con hombro, o en sentidos opuestos. Hacían sus propias proyecciones mágicas en la Torre de Astronomía, o se daban banquetes improvisados en el sótano de la cocina gracias a los elfos, ignoraban a Dárdano con su vigilancia constante, corrían por los pasillos sin hacer ruido, y cuando Peeves se percataba de su presencia, se ponían a sacudir las armaduras del castillo con hechizos, hasta haberlo irritado lo suficiente para que los dejase, o fingían la voz del Barón Sanguinario, para que corriese lejos, asustado.

Algunas veces, siguieron a un par de estudiantes que se escabullían fuera de la cama durante la noche, sin ningún permiso, sólo por la curiosidad de descubrir para qué lo hacían. Se toparon con ciertas situaciones comprometedoras a causa de esa misma curiosidad, momentos en que Harry sentía que las orejas le ardían y Draco le ponía la mano contra la mejilla y lo hacía girar el rostro, para que mirase en otra dirección.

—Estoy cuidando tu inocencia —le aclaró cuando le preguntó por qué lo hacía, pero ambos se comenzaron a reír enseguida, porque la verdad era que el gesto resultaba ridículo.

Gracias a ello, sin embargo, tenían conocimientos sobre actividades inusuales de sus compañeros, y aunque a Harry le importase poco lo que hacían o dejasen de hacer, Draco tenía una manera peculiar de utilizar los datos. Por ejemplo, aquella vez que le dijo que no se preocupase por el proyecto de la planta híbrida de Herbología, porque un Hufflepuff de sexto la plantaría y cuidaría por ellos los próximos días.

—¿Y eso por qué? —cuestionó Harry, frunciendo el ceño.

—Porque alguien le comentó que necesitábamos ayuda, o podíamos pedírsela a ese lindo Huffie con el que se mete a los armarios de escoba todos los martes en la noche…—dejaba las palabras en el aire, a propósito, y a pesar de cualquier reprimenda que pudiese darle por utilizar secretos ajenos a su favor, Draco se reía. Y bueno, no es él se molestase por contar con una tarea menos en su lista.

O también ese día que tuvo a unos Gryffindor de segundo encerando las escobas de todo el equipo de Slytherin, poco antes del primer partido de la temporada.

—¿Cómo conseguiste unos leoncitos que hicieran esto? —Pucey lucía divertido, quizás porque se trataba de su Casa rival, o porque los niños sufrían con el encerado a mano, de un modo en que los elfos jamás lo hubiesen hecho.

—Los salvé y me debían un favor —Draco se encogía de hombros, con fingida despreocupación, pero los estudiantes lo miraban con ceños fruncidos y pucheros idénticos. Recordaba que los Gryffindor de segundo, a diferencia de los Sly, tenían una prueba de valor que consistía en ir al Bosque Prohibido una noche de luna llena. Que ellos los hubiesen encontrado cuando huían de Filch, hubiesen creado una distracción, y Draco los metiese a un pasadizo secreto que los regresaba a la torre, fue una casualidad.

(Por supuesto que después usó aquello de "como Prefecto, mi deber está con los profesores, y es justo de mi parte que les cuente en qué tipo de situación los he encontrado a ustedes, porque el Bosque Prohibido no es una broma, y podrían haber resultado lesionados…", antes de añadir un "claro, si ayudan un poco al equipo de Slytherin, podría tomarlo como su merecido castigo y la promesa de que no lo vuelven a hacer. A menos que prefieran enfrentarse a un castigo de Filch y la ira de McGonagall", al que ninguno se podía negar)

Cuando no perdían el tiempo —y las horas de descanso de Harry, en particular— con trivialidades de las que no hubiesen hablado con nadie más, ni investigaban los secretos más absurdos del castillo y sus habitantes, hacían de —y esto era según Draco— Nox Hopear.

Sellaban la puerta del vestidor del campo, con un pegamento mágico que Draco hacía en el laboratorio de Snape en secreto, justo la noche anterior a una importante práctica del equipo de Gryffindor, que tenía nuevo Buscador cada año. Cambiaban —y alguien tendría que haber reconocido sus esfuerzos para esto— a la Dama Gorda del retrato que hacía de entrada a su Sala Común, por la bruja amargada que no entendía inglés de un retrato diferente, y que respondía a uno de los idiomas extranjeros de Draco cuando le pedía que ocupase el otro cuadro. A un estudiante que tuvo la terrible idea de fastidiar a Luna Lovegood, lo tiraron hacia el Lago Negro para que tuviese un encuentro personal con el Calamar, que lo lanzó de regreso con un tentáculo y lo hizo dar vueltas en el aire hasta que un profesor intervino. A unos Gryffindor de último año, que alteraron a unos Sly de primero con comentarios desagradables sobre la Casa, por pura coincidencia, les aparecieron escarbatos de cola explosiva debajo de las camas una noche cualquiera.

(Harry todavía se reía cuando recordaba a Draco arrugando la nariz ante las criaturas, la expresión de fastidio al espiar la entrada a la Sala Común de Gryffindor, a la espera de algún estudiante que dijese la contraseña de la semana, sus susurros contenidos de "por Merlín, ¡suéltalos donde sea y ya!" mientras atravesaban las escaleras hacia el dormitorio, bajo la capa de invisibilidad y llevando a los escarbatos encogidos dentro de una caja mágica que les fue obsequiada por Sirius cuando se la pidieron, vía lechuza)

La más reciente idea de Draco, en cambio, resultaba en un verdadero problema para ellos. No es que hubiese sido la primera vez que se metían en uno. Por lo general, Dárdano era el único que los veía ir y venir durante las noches —ya no los seguía con tanta frecuencia— y no le contaba nada a Ioannidis, y nadie los había visto ni hallado pruebas en su contra con el 'incidente' del Calamar o los escarbatos. Ni siquiera a Pansy le contaron al respecto, aunque por la manera en que ella los miraba durante el desayuno al día siguiente, podían asumir que se hacía una idea de que los rumores, quizás, tenían un origen que ellos conocían bien.

—…vamos, Potter, usa esa fuerza de Buscador. Sólo un poco más…

—Si querías fuerza —protestó él, en el mismo tono bajo en que le hablaba su compañero—, tendrías que haberte hecho amigo de un Golpeador. ¡Las snitch no pesan!

—¡Sh! Potter, ¿quieres que nos atrapen aquí?

—¡Sólo termina con esto de una vez!

—Ya casi.

—Has dicho eso como un millón de veces.

—¡Sh!

—¡Sh tú!

Un tirón en el cabello lo obligaba a levantar la cabeza y emitir un débil quejido.

—¡Draco!

—¡Sh! Ya casi lo tengo.

Existían varias razones por las que no estaba bien que tuviese a Draco sobre los hombros. Además de que era de noche, un sábado, y estaban en la sección del invernadero en que no se podía utilizar magia, donde Sprout almacenaba lo que más adelante serían ingredientes de pociones en los armarios de Snape, estaba el hecho de que su compañero pesaba y era inquieto.

No dejaba de removerse mientras introducía lo que necesitaban en un saco expansible mágico, se tomaba unos instantes para leer las etiquetas. Harry tenía que sujetarle las piernas para evitar que se cayese, y era incómodo y extraño; podría jurar que el rostro entero le ardía, pero si aflojaba el agarre, probablemente tuviesen un accidente, y él no se lo hubiese perdonado sin una semana completa de disculpas por soltarlo, como mínimo.

—…Merlín, Merlín, Merlín, me estoy resbalando, ¡Potter, me estás dejando resbalarme!

—¡Si no te movieses tanto…! —volvió a protestar por un jalón, en un intento de Draco de buscar más firmeza al sostenerse de su cabello. Se sacudió. Sobre sus hombros, él también lo hizo, ahogando un grito.

—¡Lo estás haciendo a propósito!

—¡Ahora sí! —se sacudió, de nuevo. Draco le tiró del cabello con más fuerza—. ¡Oye, deja es…!

Ante otro jalón, Harry echó la cabeza más hacia atrás y emitió un sonido raro, inconsciente. Draco, que lo observaba desde arriba, abrió mucho los ojos.

Le llevó unos segundos comprender que acababa de soltar una especie de gemido y sentir que el rostro no podía arderle más. De pronto, Draco se cubría boca con las manos e intentaba dejar de reírse en silencio. Si no hubiese sido por la oscuridad que los rodeaba, apenas disimulada por la débil luz de una varita que dejaron a un metro de distancia, habría caído en cuenta de que no era el único con la cara roja.

—De acuerdo, bien, sí- —se aclaraba la garganta, para fingir que no se estaba riendo, y le daba golpes sin fuerza en la cabeza—. Ayúdame a bajar ahora.

—Baja como te subiste —replicó él, entre dientes. No se sentía capaz de alzar la mirada y encontrárselo.

—No estoy muy seguro de cómo me subí, Harry.

—Mal por ti.

—Oye, no, no- hey- no te- ¡Potter! —le siseó cerca del oído, inclinándose para intentar sostenerse cuando Harry, en medio de su arrebato, caminó hacia fuera. No sabía cuánto tiempo podía moverse y cargar con él, y Draco era consciente de ello, porque empezó a ahorcarlo con el brazo que llevaba el saco y a jalar de su cabello, exigiéndole que se detuviese y agachase.

Cuando se vio forzado a morderse el labio, decidió que era suficiente, porque un calor sin nombre se le estaba asentando en la parte baja del torso, era aún más extraño, y tenía que evitar que Draco siguiese tirando de su cabello así.

0—

—¿…de dónde sacaron los ingredientes para esto?

—¿Importa? —Harry suponía que, a esas alturas, era su manera de advertirles que era mejor si no sabían nada. Sprout estaba desconcertada, Snape andaba hecho una furia desde hace días y había tenido una plática privada con su ahijado, de la que luego él no les contó gran cosa.

Oh, no, me preguntó si sabía algo. Le dije que no. Me miró mal y comenzó a quejarse de todos sus estudiantes inútiles, vagos, insolentes…—a Draco le hizo gracia, pero tras unos segundos de vacilación, le prometió que no lo volverían a hacer, como le pidió. A menos que lo requiriesen. Él dudaba que fuese así; podían pedirle a Sirius que se los comprase, en tal caso.

—Sólo me parece raro que sean algunos de los que se perdieron en el invernadero —siguió Hermione, frunciéndoles el ceño.

Draco sonrió con aire de aparente inocencia. Vestido con un jean muggle —de Harry, por supuesto, sacado del baúl sin permiso— y una de sus camisas hechas a la medida, arremangada hasta los codos, mientras terminaba de recrear la pista de pruebas para la primera reunión del club en ese año escolar, era difícil pensar que fuese más que un estudiante aplicado e ingenioso.

—Oh, Granger, sabes cómo son los adolescentes. Toman las cosas sin permiso.

—Yo no hago eso —dijo ella, bufando, pero no insistió.

—Bueno, es obvio quién  lo hace —Ron señaló, sin discreción, el pantalón de Draco.

—Es un préstamo temporal, Weasley, y a él no le importa, ¿verdad? —él sonrió más y le guiñó a Harry, quien tuvo que carraspear y organizar los pensamientos descarrilados dentro de su cabeza, por culpa de un gesto tan sencillo. Era absurdo que el cuerpo entero le cosquillease y se le llenase de un calor más agradable—. Esto ya quedó —Draco se paró en el lado opuesto de la sala anti-restricciones mágicas y se limpió las manos—. Adelante, Potter, haz lo tuyo.

Harry tragó en seco cuando sintió las miradas del resto del grupo. Negó, de forma imperceptible, y a pesar de que varios metros los separaban, vio que su compañero le regresaba un asentimiento y alzaba el pulgar, para indicarle que estaría bien.

La verdad es que no tengo nada de paciencia para explicar las cosas —le había dicho, cuando tuvo la idea de la instrucción práctica para el club. Él no estaba de acuerdo, no del todo—, pero tú podrías hacerlo bien.

Draco se basaba en una práctica de Quidditch en que Harry cooperó con las elecciones de los años menores para cubrir puestos en el equipo y dirigió, con ayuda del capitán, un juego para ponerlos a prueba.

Yo les hubiese dicho que se fuesen a la mierda cuando empezaron a volar en la dirección que no era y a llevar la Quaffle como si fuese un bebé indefenso —añadió, haciéndolo reír. Entonces no se le ocurrió que sería en serio, a pesar de que hablaron bastante sobre el contenido de la pista.

Harry meneó la cabeza, otra vez. Ron se ponía de pie en uno de los extremos del cuarto, donde estuvo esperando a que terminasen, y Hermione, Luna y Pansy estaban listas para empezar. Draco bufó y dejó caer los hombros con dramatismo, y con el conocimiento certero de dónde estaban las trampas y 'problemas' de la pista, la cruzó entre saltos complicados y un trote ágil.

—Un momento, problemas técnicos —señaló, con una expresión de falsa disculpa, dándole la vuelta y apartándolo del resto con leves empujones en los hombros. Cuando estuvieron a unos pasos de distancia y podía oír el débil murmullo de la conversación que surgió entre los chicos, habló:—. ¿Qué pasa ahora, Potter? Habíamos acordado que…

—Yo no dije que lo haría, tú lo querías —lo acusó, en un susurro—. Las cosas en la pista fueron tu idea, y yo no…

—Tú sabes perfectamente qué hay y no hay allí. Vamos, no es nada que no hayamos hablado, incluso Ioannidis nos ha puesto pruebas más difíciles.

Él vaciló.

—Deberías hacerlo tú.

—Yo soy una mierda como profesor —Draco se encogió de hombros—, y tú eres bueno en eso.

Cuando Harry lo observó por un rato con los ojos entrecerrados y no dio muestras de ceder, se cruzó de brazos. Una idea comenzaba a tener lugar dentro de su cabeza.

—Ibas a hacer esto desde el principio, ¿cierto? todo lo del club- tú nunca has intentado enseñar a nadie. Si no somos Pansy o yo quienes te hacemos las preguntas-

Draco tenía una sonrisa leve y las manos unidas detrás de la espalda. Era imposible que pudiese descifrar qué había en la manera suave en que lo miraba, pero le daba la sensación de que podía derretirse por dentro.

—Podría hacerlo mal —advirtió, en voz incluso más baja.

—No lo harás.

Él boqueó, buscando, en vano, alguna excusa para escaparse de la tarea. Draco no dejaba de verlo. Cuando transcurrieron unos instantes en silencio y Pansy, desde la distancia, preguntó si pasaba algo, le colocó las manos en los hombros y le dio un ligero apretón.

—Estabas muy contento cuando pudiste enseñarle a esos chicos, Harry. Hey- no, en serio —habló en un murmullo, sin despegar sus ojos de los de él—, te vi, no me lo niegues. Si eres bueno en esto, y yo obviamente te diría que no sirves para hacerlo si fueses una mierda, y te gusta, no importa que te equivoques un par de veces empezando. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que le demos un sarpullido a Weasley? Oh, amaría que eso pase pero- —se interrumpió con una risa baja, cuando Harry le atinó un manotazo en forma de reprimenda. Lo zarandeó, sin fuerza, para que se concentrase—, pero sé que no pasará.

Apartó la mirada un instante. La cercanía empezaba a inquietarlo, le daban ganas de huir y de quedarse muy quieto, para que no se terminase, al mismo tiempo. Era confuso.

Y agradable. Bastante agradable.

Resopló.

—Está bien.

Acababa de decirlo cuando Draco le rodeó los hombros con un brazo y lo arrastró de vuelta a la pista de pruebas. Le dio un empujón más en la espalda, para posicionarlo justo en el centro del cuarto.

—Tenemos profesor —sentenció, con un tono divertido—. Adelante, profesor Potter.

Harry se mordió el labio para contener la risa y recorrió con la mirada la pista. Tenía dos caminos sinuosos, estrechos e imposibles de distinguir para quien no supiese todo el proceso de armado, que convergían con bloques en el suelo de trampas de levicorpus y petrificus totalus, semillas acuáticas que se pegaban a la suela de los zapatos, puntos sensibles que hacían que cayese agua del techo, y finalizaba con un muro improvisado de una colección de plantas comunes, de fuego y unas que causaban un sarpullido leve, que se quitaban con unas gotas del antídoto que tenían apartado en otro cuarto de la Casa de los Gritos.

Respiró profundo y asintió, más para sí mismo.

—Vamos a hacerlo de dos en dos —empezó; estaba orgulloso de que se escuchase con claridad—. Si caen en una trampa o quedan atrapados, tienen diez segundos para liberarse, o diremos que están muertos. Si no repelen o esquivan los 'ataques' del techo de la sala, también están muertos. La meta es ir, identificar las tres plantas y regresar.

—O están muertos y el que muera, limpia este desastre —agregó Draco, detrás de él.

—Tienes elfos —recordó Ron, enfurruñado, y el chico se volvió a encoger de hombros.

—Pero es más divertido si lo hace el perdedor.

—Oigan, oigan —los detuvo, antes de que diera comienzo la discusión absurda que se avecinaba. Retuvo el impulso de encogerse cuando los cinco lo miraron con atención—. Se vale cualquier hechizo de escudo y lo que se les ocurra para librarse de las trampas. Ningún accio, leviosa, ni atacar al compañero. Al final —siguió, como una idea de último minuto—, si alguien le gana a Draco en la pista, él va a limpiar por nosotros. Solo y sin magia.

—Eso no fue parte del trato —escuchó su quejido. Draco se inclinaba sobre su hombro, mientras Hermione y Pansy se ofrecían para ir de primeras.

—Es más divertido así —replicó, con sus propias palabras—. Además, ahora yo mando.

—Eres un traidor.

A pesar de que intentaba sonar enojado, no le resultaba; él sonrió cuando Harry lo vio, y bufó después, con falsa exasperación.

—De todas formas, es imposible que me ganen cuando yo la armé.

—Sigue diciéndote eso cuando estés limpiando…—le palmeó el hombro al pasarle por un lado, para ponerse en medio de las chicas y darles las últimas indicaciones.

Extra

De alguien que admira a otro alguien.

Draco no sabía qué tan malo era lo que acababa de hacer, hasta que fue demasiado tarde para remediarlo.

Ahora sólo le quedaba soportarlo, fingir que no le importaba.

—…no, no. Ron, espera, espera. Mira, fíjate en cómo yo lo hago —Harry detuvo al Weasley de hacer una estupidez, colocándole el brazo por delante—. Haz exactamente lo que yo haga, ¿bien? —cuando recibió un asentimiento, comenzó a moverse por el área de trampas de la pista de pruebas—. Un pie por delante del otro, un pie por delante del otro, salta. ¿Sabes cómo se nota cuando te va a caer un ataque?

—Supongo que cuando está por caerme y lo veo —Ron tenía el ceño fruncido, siguiendo sus pasos sin coordinación. Él se rio y sacudió la cabeza.

—No, escucha. Presta atención, usa los sentidos. Así —dio un pisotón, después hizo resbalar su pie en el sinuoso camino libre de trampas— suenan tus pasos y los míos. Todo está en silencio, pero no siempre lo puede estar. Concéntrate en los ruidos extraños. Sabes cómo se oye tu respiración, sabes cuáles son las voces de Hermione y Pansy, la mía. ¿Qué es extraño, en todo esto? ¿qué hay, que no conoces…?

Él se tardó unos segundos para procesarlo.

—Hay- hay algo, cuando está por caer el agua, ¿no? Como si una compuerta se abriese…

—¿Entonces qué vas a hacer, Ron?

—Apartarme cuando la oiga —resopló.

—Inténtalo, anda.

Harry tenía una facilidad para moverse, cuando se concentraba, que le hacía pensar en los gatos. No era sólo que conociese bien lo que estaba en la pista, no tenía que mantener los ojos puestos en el suelo todo el rato; estaba atento de cada rincón, de las trampas en el piso, de los hechizos del techo, de los murmullos de las chicas. Reaccionaba al instante. Podía utilizar un escudo tan rápido como hacía girar la escoba para ir por la snitch, y aunque estaba claro que necesitaba ampliar su repertorio de hechizos, que hubiese hecho el camino de ida y vuelta varias veces, y no tuviese salpicaduras de las trampas ni hubiese colgado de cabeza, hablaba bastante bien de su habilidad.

Contestaba a todas las preguntas, a veces con un ligero titubeo y una sonrisa de disculpa al principio, que causaba que fuese imposible presionarlo a dar una respuesta. Explicaba cada cosa una, dos, tres veces, de maneras distintas; no se molestaba con los términos complicados, lo suyo era lo práctico. Guiaba a los chicos y se notaba que se enorgullecía cuando, por ejemplo, Hermione se soltó de un levicorpus después de que la varita se le hubiese resbalado de los dedos, o Ron consiguió tomar la planta que no quemaba al tacto.

Sólo había que ver sus ojos brillantes, la postura flexible, el tono que utilizaba al felicitarlos.

Harry podría ser un profesor en Hogwarts algún día.

Podría ser el mejor profesor de todos.

Draco nunca se hubiese cansado de mirarlo. Estaba sentado en uno de los rincones de la sala, alejado de la pista, y no conseguía desviar su atención, ni le interesaba hacer el intento. Podía imaginarse, sin dificultad, que Harry, su Harry, intentaría dar lecciones donde los demás se riesen y entendiesen los conceptos por lo simple, alejándose de protocolos, de los libros; no le molestarían las cuestiones, ni hacer demostraciones para que viesen la práctica también.

Era natural en él. Inspiraba confianza, ganas de hacerlo bien, de seguir sus instrucciones. No le molestaba ni siquiera que el Weasley se pusiese histérico por un encantamiento que no le salía, o que Granger lo siguiese por la sala, haciéndole preguntas, ni tener que repetir el circuito de nuevo, y de nuevo, y de nuevo, para enseñarles cómo se superaban las zonas más complejas.

Parecía que lo disfrutaba.

Draco casi se lamentaba de haber sido quien armó la pista, porque significaba que no podía recibir su ayuda como los demás. No le hablaría con esa seguridad suave, que lo hacía sonar como si prometiese que podían hacerlo igual de bien que él, ni lo miraría contento cuando lo hubiese conseguido.

Mientras observaba a Harry sostener las manos de Luna y bajarla, con cuidado, del levicorpus, poniéndole fin al efecto del encantamiento, se le ocurrió que , él sería un buen profesor, pero no estaba seguro de qué tan buena idea era que más personas se enterasen de lo maravilloso que podía ser.

No pretendía ser egoísta. Harry simplemente era increíble. Un día, seguro que otras personas también lo notarían. De momento, era bueno que sólo fuesen ellos.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).